Download Trump no es el candidato presidencial que deba preocuparnos

Document related concepts

Campaña presidencial de Donald Trump de 2016 wikipedia , lookup

Elecciones presidenciales de Estados Unidos de 2016 wikipedia , lookup

Donald Trump wikipedia , lookup

Movimiento Alto a Trump wikipedia , lookup

Ciberataques al Comité Nacional Demócrata wikipedia , lookup

Transcript
Donald Trump no es el candidato
presidencial que debe preocuparnos
El verdadero peligro es el político neofascista más inteligente,
más capaz que inevitablemente despertará.
Por John Feffer
Para The Nation, 27 de junio 2016
Los votantes se comprometieron a tomar venganza en las urnas. Habían perdido
esa prosperidad de la que alardea el país. Estaban disgustados con la política
liberal de la administración anterior. Eran anti-aborto y pro-religión. Ellos
sospechaban de los inmigrantes, intelectuales, y de las intrusas instituciones
internacionales. Y tenían muchas ganas de que su nación sea grande otra vez.
Habían perdido una gran cantidad de elecciones. Pero esta vez, ganaron.
Hablo de Polonia.
En dos elecciones del año pasado, el partido conservador Ley y Justicia (PiS)
ganó la presidencia polaca y, a continuación, por un margen más convincente aún
obtuvo mayoría parlamentaria.
Y esto no fue solo una victoria para PiS, fue también una victoria para Polonia B.
Desde su transición poscomunista Polonia es a menudo descripta como dividida
en dos partes, conocidas comúnmente como “Polonia A” y “Polonia B.” Polonia A
une un archipiélago de ciudades y sus habitantes más jóvenes y más ricos.
Polonia B abarca las zonas más pobres y de mayor edad de la población, muchos
agrupados en el campo, sobre todo en el extremo este del país, cerca de la
antigua frontera soviética.
Después de 1989, cuando se pusieron en práctica una serie de reformas
económicas de ajuste, Polonia A despegó económicamente. Para el año 2010,
Varsovia, la capital, se había convertido en uno de los lugares más caros para vivir
en Europa, superando incluso a Bruselas y Berlín. Los nuevos empresarios y
directivos de las empresas se aprovecharon de una gran cantidad de
oportunidades económicas, sobre todo después de que Polonia se unió a la Unión
Europea en 2004.
En el interior, por el contrario, Polonia B retrocedió más y más. Fábricas cerradas
y muchas granjas que no podían seguir adelante. Los empleos desaparecieron y
varios millones de polacos emigraron al extranjero en busca de mejores
oportunidades económicas. En otras palabras, los buenos tiempos campeaban en
Polonia A, mientras languidecía Polonia B.
Hasta las elecciones de 2015, los liberales de Polonia dominaron la vida política,
económica, y cultural. A pesar de que pueden no ser exactamente “liberales” en el
sentido norteamericano del término, donde los liberales son los que apoyan
programas de ayuda social del gobierno, por lo general son menos religiosos, son
más tolerante de las diferencias, y más abiertos al mundo que sus homólogos
conservadores. Los liberales polacos se han enfrentado a los habitantes de
Polonia B sobre temas tales como el papel de la Iglesia católica en la vida pública,
el número de inmigrantes que el país debería permitir, y lo cerca que Polonia
debiera estar de la Unión Europea.
Se pude encontrar el equivalente de Polonia A y B también en otros países de
Europa del Este. Las capitales de la región como Praga, Bratislava o Budapest,
disfrutan de un PBI per cápita muy por encima de la media europea, mientras que
las zonas rurales sufren. Las poblaciones B, sin embargo, no han aceptado su rol
de ciudadanos de segunda clase en voz baja. A lo largo de la región se han
levantado para votar por los populismos, a menudo rabiosos, de los partidos de
derecha como Fidesz y Jobbik en Hungría y GERB y Ataka en Bulgaria que
manifiestan su indignación y juran que van a hacer a sus países más grandes.
Estos partidos son consistentemente anti-liberales en el sentido europeo,
oponiéndose tanto a un mercado no regulado como a las sociedades tolerantes y
abiertas.
Incluso en los países centrales de Europa occidental, se puede ver una Europa B
con tendencia a seguir a nacionalistas, partidos anti-inmigrantes como el Frente
Nacional en Francia, el Partido por la Independencia del Reino Unido de Gran
Bretaña, el Partido Demócrata de Suecia, y el Partido de la Libertad de Austria
(cuyo líder acaba de perder la presidencia del país por solo un 0,6 por ciento de
los votos). Mientras Europa A intenta mantener el espectáculo de la Unión
Europea, Europa B se dirige hacia las salidas, como el caso del Brexit en
Inglaterra.
No hay duda de que Estados Unidos ya no es inmune a esta tendencia. Con el
auge de una versión agresiva del populismo de derecha estadounidense, Estados
Unidos está descubriendo a una línea divisoria que se está volviendo más aguda
cada día. Donald Trump ha sido noticia con su charla de construir un muro entre
los Estados Unidos y México, pero su campaña ha puesto de manifiesto una
división más importante: entre América A y América B.
En respuesta a la atracción irresistible de la cultura de las celebridades y con
exclusión de cualquier otra cosa, los medios estadounidenses se han centrado en
la persona de Donald Trump. Mucho más importante, sin embargo, son las
personas que lo apoyan.
AMÉRICA B
En el discurso que lo hizo famoso, el de la apertura en la Convención Nacional
Demócrata de 2004, Barack Obama desafió “a los expertos para desmenuzar
nuestro país”, que tiene adentro una América negra y una blanca, una América
liberal y una conservadora, y, la más famosa división, en estados rojos y estados
azules según la definición de afiliación al partido Republicano o Demócrata
respectivamente. Vivimos, sin embargo, en una América roja, aunque Obama
sugiriera que “todos juramos a las barras y estrellas, todos nosotros defendemos a
los Estados Unidos de América.”
Ese encendido discurso puso a Obama en el mapa, pero recibiría su castigo. Una
vez que llegó a la Casa Blanca los representantes de los estados rojos
republicanos lucharían sin cesar contra todas las iniciativas del presidente, tanto
en lo que hace a la atención médica como con el acuerdo nuclear de Irán. Como
resultado, durante su mandato los Estados Unidos se convirtió en una país más
políticamente dividido que antes.
En cierto sentido, sin embargo, la intención del Obama de 2004 fue correcta. La
línea divisoria fundamental en los Estados Unidos tenía poco que ver con
republicanos contra demócratas, ricos versus pobres, o liberales versus
conservadores. Para explotar estas oposiciones convencionales llegaría un
populista republicano multimillonario, que había sido un sólido demócrata y
ofreciendo un programa político que mezclan ideas liberales y conservadores,
teorías conspirativas y animosidad racial, pero por encima de todo exhortando a la
América B a levantarse y volver a tomar el país. De hecho, el triunfo de Trump en
las primarias republicanas estuvo basado, en parte, en su llamamiento a la antigua
clase obrera blanca demócrata y a los independientes, con feroces ataques a la
corriente principal republicana, y su burla a la opinión convencional acerca de su
escasa elegibilidad, enviando a los expertos de regreso a sus centros de
investigación para averiguar qué demonios estaba pasando con los votantes
estadounidenses.
Trump era, concluyeron, sui generis, una mutación particular del sistema político
estadounidense generada por el acoplamiento de los reality shows televisivos con
el Tea Party. Pero Trump no es, de hecho, un producto de la naturaleza, refleja las
tendencias que tienen lugar en todo el mundo. Él es, en gran medida, una
expresión de la América B.
Ha sido muy difícil caracterizar el espacio Trump aunque es mucho más fácil
identificar a las personas que nunca van a votar por él: los latinos enfadados por
sus insultos racistas sobre los inmigrantes mexicanos, mujeres indignadas por sus
insinuaciones sexuales y misóginas, y prácticamente todo el mundo con estudios
avanzados. La suma de estos espacios, en particular las mujeres que constituían
el 53 por ciento del electorado en 2012, deberían condenar a la candidatura
presidencial de Trump.
Sin embargo, Trump está demostrando ser un placer culposo para muchos
votantes, como a quien le atrae ver un programa de televisión sobre un asesino en
serie o comer un cuarto kilo de helado de primera calidad que obstruye las
arterias. Las ganas de votar por él es algo que algunos estadounidenses nunca
admitirían fuera de la privacidad de la cabina de votación. Es el equivalente
electoral de un día en el polígono de tiro, una forma de desahogarse
políticamente.
Los votantes de Trump tienden a ser su gran mayoría blancos, de mediana edad,
hombres de bajos ingresos cuya educación se detuvo en la escuela secundaria.
Ellos no son tontos, ni son, como dice Thomas Frank sobre los votantes
republicanos de la clase trabajadora en su libro ¿Qué pasa con Kansas?, votantes
en contra de sus propios intereses económicos. Trump puede ser un
multimillonario, pero se ha montado una política económica que diverge de la
plutocracia desnuda del anterior candidato republicano Mitt Romney.
Se ha opuesto a los acuerdos comerciales que expulsan empleos de Estados
Unidos, ha apoyado impuestos más altos para los “gerentes de fondos
financieros”, y declaró su compromiso para salvar la Seguridad Social, el Medicare
y el Medicaid. Sí, por supuesto, Trump también ha hecho declaraciones que
contradicen directamente estas posiciones o se ha alineado con los políticos que
toman las posturas opuestas. Sin embargo, el multimillonario ha construido una
imagen de sí mismo como la versión del triunfo de un “ciudadano medio” (con
miles de millones en dinero en el bolsillo) que juega bien en los Estados Unidos B.
Sea conscientemente o no, él ha tomado nota del libro de Europa B combinando
posiciones de los escépticos del libre mercado sin trabas con una gran cantidad de
bravatas nacionalistas. Tiene un aire familiar con el fascismo, pero la variante
americana está firmemente anclada en el tipo de iniciativa individual tan celebrada
en el reality El aprendiz.
Lo que también establece Trump es su compromiso de hacer “América grande
otra vez.” Sus oponentes han tratado de argumentar que Estados Unidos ya es
grande, ha sido grande, y siempre será grande. Pero la verdad es que para
muchos estadounidenses las cosas no han sido tan grandes durante al menos las
últimas dos décadas.
Esto, más que las diatribas destempladas de Trump, es lo que en última instancia
distingue América A de la América B. En un momento en que la economía
estadounidense está creciendo a un ritmo respetable y la tasa de desempleo está
por debajo del 5 por ciento por primera vez desde 2008, América B no se ha
beneficiado de la prosperidad. Ha sufrido en lugar de beneficiarse de la gran
transformación que el país ha atravesado desde 1989, y aún peor, se vio
particularmente afectada por la crisis económica de 2007-08.
Después de todo, no fue solo el antiguo mundo comunista el que experimentó una
transición al final del siglo XX.
La transición en EE.UU.
En la década de 1990, Estados Unidos cambió su política económica. No fue tan
dramático como los cambios de régimen que tuvieron lugar a través de Europa del
Este y la ex Unión Soviética, pero tendrán profundas consecuencias para el
reajuste de los patrones de votación en Estados Unidos.
Durante esa década del 90, la economía de Estados Unidos aceleró su abandono
de la producción industrial, y junto a ello la caída de los bien pagados empleos
industriales y su traslado al sector de los servicios, sector económico que se volvió
dominante en la economía norteamericana. En términos de empleo lo empleos
industriales se redujeron de 18 millones en 1990 a 12 millones en 2014, mientras
que los salarios industriales se desplomaron también. Durante ese mismo período,
el sector ligado a la atención de la salud y la asistencia social creció de 9,1
millones a más de 18 millones de puestos de trabajo. Mientras tanto en el extremo
del espectro económico el 1 %, ocupado en los servicios financieros, ganaba
sumas estratosféricas. En el otro extremo estaban las personas que tuvieron que
añadir turnos en McDonald o Walmart para sus puestos de trabajo a tiempo
completo o bien obtener beneficios económicos de su tiempo libre mediante la
conducción de Uber, sólo para hacer lo que ellos o sus padres en su momento
ganaban con un solo puesto de trabajo en la fábrica local.
América no estaba sola al momento de someterse a este cambio. Gracias a las
innovaciones tecnológicas como computadoras y robótica, un mayor acceso a
mano de obra barata en lugares como México y China, el auge de Internet, y la
desregulación del mundo financiero, la economía mundial se estaba
transformando de manera similar. Los obreros dejaron de jugar un rol vital en
cualquier economía avanzada.
En los Estados Unidos la imaginación de América A ya no necesita el músculo de
América B.
En un momento de su historia, los programas gubernamentales redujeron la
brecha entre ganadores y perdedores de la economía a través de los impuestos y
los programas de ayuda social. Pero la idea del “gobierno pequeño”, que tenía
muy poco que ver con la reducción de tamaño sino con barrer el poder del Estado
en la década de 1980, con el primer gobierno del republicano Ronald Reagan,
continuado en la idea de “reinventar el gobierno” practicada por el Partido
Demócrata en la década de 1990, que terminaría recortando la asistencia a
personas de bajos ingresos; terminó generando un realineamiento político (y
económico) creando algunas notorias ironías, como el hecho de que Richard
Nixon, con sus controles salariales y de precios, y sus políticas ambientales,
terminase siendo un presidente mucho más liberal en la década de 1970 que lo
que fue el Partido Demócrata en la década de 1990 con Bill Clinton.
Debido a esta realineación, todo un grupo de estadounidenses ya no pudo contar
con el apoyo ni del Partido Republicano ni del Partido Demócrata. Ellos perdieron
buenos puestos de trabajo durante la expansión económica de los años de
Clinton, y no se beneficiaron significativamente de los recortes de impuestos de la
era de George W. Bush. En cambio, durante los años de Obama, los encontramos
trabajando más horas y llevándose a casa menos dinero. Mientras tanto, estaba
surgiendo un nuevo consenso liberal-conservador. Tanto los liberales yuppies
como el 1% conservador, en desacuerdo sobre muchos asuntos políticos y
culturales, terminaron acordando abandonar a la América B.
Desplazada en lo económico y sintiéndose traicionada por los políticos de ambos
partidos, la América B podría haberse movido hacia la izquierda si los Estados
Unidos tuviesen una fuerte tradición socialista. En la campaña de las primarias de
2016, muchos de económicamente ansiosos, apoyaron a Bernie Sanders, en
particular los descendientes más jóvenes de América A temerosos de ser
deportados a la América B. A diferencia de Europa B, sin embargo, la América B
ha tenido siempre una tendencia mayor al individualismo que a la solidaridad de
clase. Sus habitantes prefieren comprar un billete de lotería y orar por un gran
premio que confiar en la ayuda de Washington ( como Medicare o la Seguridad
Social). Donald Trump, políticamente hablando, es su boleto de lotería.
Por encima de todo, los habitantes de América B están molestos. Están
disgustados con la política de siempre en Washington y con la élite política
hipócrita y santurrona. Están indignados por cómo los ricos se separaron de
manera efectiva de la sociedad americana aislándose en sus barrios privados y
mandando su dinero al extranjero. Y han centrado su resentimiento sobre aquellos
que ven como ocupantes de su trabajo: inmigrantes, negros, mujeres. Están tan
desesperados por alguien que “diga las cosas como son” que van a mirar hacia
otro lado cuando se trata de los vínculos de Donald Trump con la élite que tanto
hizo para ensanchar la brecha entre las dos Américas.
Dejando atrás
A medida que avanza el tiempo el Partido Demócrata se desprende de las luchas
de la primaria, tratando de destacar tanto la importancia de la unidad como la
urgencia de las próximas elecciones. De hecho, los expertos están llamando 2016
“tal vez el más importante voto presidencial en nuestra vida” (Bill O’Reilly) y “uno
de los momentos más cruciales de nuestro tiempo” (Sean Wilentz).
Pero si Polonia es una referencia, las elecciones presidenciales de este año no
será la elección crítica. A pesar de que Donald Trump puede hablar en nombre de
América B, es un candidato débil. Sus negativos son altos, tiene un triste récord en
su pasado, y una tendencia a dispararse en los pies y causar innumerables
heridas autoinfligidas. Incluso si se las arregla para ganar en noviembre, todavía
enfrentará a un partido Republicano dividido, un partido demócrata hostil, y una
élite político-económica en Washington y en Wall Street que empujará hacia atrás
todas sus propuestas irrealizables y desagradables.
Esa es la situación que el Partido Ley y Justicia (PiS) enfrentó en 2005 en Polonia,
cuando por primera vez logró alcanzar el poder. El Parlamento polaco estaba
dividido y no fue capaz de implementar la agenda populista del partido. Dos años
más tarde, la oposición liberal volvió al poder, donde permaneció durante ocho
años más.
Pero cuando PiS ganó nuevamente el año pasado, las condiciones habían
cambiado. Finalmente tenía una cómoda mayoría parlamentaria con la que
emprender la transformación de Polonia. Por otra parte, estaba en su apogeo la
idea de los euroescépticos y la onda anti-inmigrante, que prácticamente habían
inundado el continente.
América B tiene una atracción por Donald Trump y su audacia casi infantil. En este
momento, sus seguidores van detrás de un individuo, en lugar de una plataforma o
un partido. A muchos de sus seguidores no les importa si Trump dice lo que dice.
Si pierde, se desvanecerá y no dejar nada atrás, políticamente hablando.
El verdadero cambio vendrá cuando un político más sofisticado, con una máquina
política auténtica, se disponga a conquistar a la América B. Tal vez el partido
democrático se decida a volver a sus raíces más populistas de mediados de siglo
XX. Tal vez el Partido Republicano abandone su compromiso con los programas
de ayuda social para el 1%.
Pero lo más probable es que una fuerza política mucho más siniestra salga de las
sombras. Y cuando ese nuevo partido neofascista encuentre un candidato
presidencial carismático, esa será la elección más importante de nuestras vidas.
Mientras se deja a la América B abandonada de la modernidad, inevitable tratará
de retornar al país a una nueva edad de oro imaginaria de un pasado del que
todos esos “otros” secuestraron el rojo, blanco y azul de la bandera. Donald Trump
ha enganchado su locomotora presidencial al vagón de la América B. Pero sin
embargo, la verdadera pesadilla es probable que aparezca en el año 2020 o en
fecha posterior, si un político mucho más capaz, que abraza posiciones
retrógradas similares, lleva a la América B a Washington.
Entonces no importará demasiado la cantidad de liberales y conservadores que
hablen de votantes “estúpidos” y “locos”. Ni tendrán un Donald Trump al que
patear. Al final, no van a tener a nadie más a quien culpar que a sí mismos.