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Poesía modernista PARA ANALIZAR EN CLASE TUÉRCELE EL CUELLO AL CISNE... Enrique González Martínez Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje que da su nota blanca al azul de la fuente; él pasea su gracia no más, pero no siente él alma de las cosas ni la voz del paisaje. Huye de toda forma y de todo lenguaje que no vayan acordes con el ritmo latente de la vida profunda... y adora intensamente la vida, y que la vida comprenda tu homenaje. Mira al sapiente búho cómo tiende las alas desde el Olimpo, deja el regazo de Palas y posa en aquel árbol el vuelo taciturno... Él no tiene la gracia del cisne, mas su inquieta pupila, que se clava en la sombra, interpreta el misterioso libro del silencio nocturno. PARA ANALIZAR DE TAREA ROMANCE DEL MUERTO VIVO de Enrique González Martínez Hay horas en que imagino que estoy muerto; que sólo percibo formas amortajadas del tiempo; que soy apenas fantasma que algunos miran en sueños; que soy un pájaro insomne que más canta por más ciego; que me fugué -no sé cuándo- a donde ella y él se fueron; que los busco, que los busco y no los veo, y que soy sombra entre sombras en una noche sin término. Pero de pronto la vida prende su aurora de incendio y oigo una voz que me llama como ayer, a grito abierto; y en la visión se amotina la turba de los deseos, y se encrespan los sentidos como leones hambrientos... Y hay un alma que está aquí, tan cercana, tan adentro, que fuera arrancar la mía, arrancármela del pecho... Y soy el mismo de enantes, y sueño que estoy despierto y cabalgando en la vida como en un potro sin freno... Sólo tú, la que viniste a mí como don secreto, tú por quien la noche canta y se ilumina el silencio; sólo tú, la que dejaste con vuelo de amor el centro de tu círculo glorioso para bajar a mi infierno; sólo tú, mientras tus manos alborotan mis cabellos y me miras a los ojos en el preludio del beso, sólo tú podrás decirme si estoy vivo o estoy muerto. Lo fatal Dichoso el árbol que es apenas sensitivo, y más la piedra dura porque esa ya no siente, pues no hay dolor más grande que el dolor del ser vivo, ni mayor pesadumbre que la vida consciente. Ser, y no saber nada, y ser sin rumbo cierto, y el temor de haber sido y un futuro terror... Y el espanto seguro de estar mañana muerto, y sufrir por la vida y por la sombra y por lo que no conocemos y apenas sospechamos, y la carne que tienta con sus frescos racimos, y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos, ¡y no saber adonde vamos, ni de dónde venimos!.... Rubén Darío (Los Cisnes y otros poemas) A Margarita Margarita está linda la mar, y el viento, lleva esencia sutil de azahar; yo siento en el alma una alondra cantar; tu acento: Margarita, te voy a contar un cuento: Esto era un rey que tenía un palacio de diamantes, una tienda hecha de día y un rebaño de elefantes, un kiosko de malaquita, un gran manto de tisú, y una gentil princesita, tan bonita, Margarita, tan bonita, como tú. Una tarde, la princesa vio una estrella aparecer; la princesa era traviesa y la quiso ir a coger. La quería para hacerla decorar un prendedor, con un verso y una perla y una pluma y una flor. Las princesas primorosas se parecen mucho a ti: cortan lirios, cortan rosas, cortan astros. Son así. Pues se fue la niña bella, bajo el cielo y sobre el mar, a cortar la blanca estrella que la hacía suspirar. Y siguió camino arriba, por la luna y más allá; más lo malo es que ella iba sin permiso de papá. Cuando estuvo ya de vuelta de los parques del Señor, se miraba toda envuelta en un dulce resplandor. Y el rey dijo: «¿Qué te has hecho? te he buscado y no te hallé; y ¿qué tienes en el pecho que encendido se te ve?». La princesa no mentía. Y así, dijo la verdad: «Fui a cortar la estrella mía a la azul inmensidad». Y el rey clama: «¿No te he dicho que el azul no hay que cortar?. ¡Qué locura!, ¡Qué capricho!... El Señor se va a enojar». Y ella dice: «No hubo intento; yo me fui no sé por qué. Por las olas por el viento fui a la estrella y la corté». Y el papá dice enojado: «Un castigo has de tener: vuelve al cielo y lo robado vas ahora a devolver». La princesa se entristece por su dulce flor de luz, cuando entonces aparece sonriendo el Buen Jesús. Y así dice: «En mis campiñas esa rosa le ofrecí; son mis flores de las niñas que al soñar piensan en mí». Viste el rey pompas brillantes, y luego hace desfilar cuatrocientos elefantes a la orilla de la mar. La princesita está bella, pues ya tiene el prendedor en que lucen, con la estrella, verso, perla, pluma y flor. *** Margarita, está linda la mar, y el viento lleva esencia sutil de azahar: tu aliento. Ya que lejos de mí vas a estar, guarda, niña, un gentil pensamiento al que un día te quiso contar un cuento. Rubén Darío