Download Editorial Una nueva basílica Nacida del costado de Cristo

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Transcript
E
ditorial
UNA NUEVA BASÍLICA
Nacida del costado de Cristo atravesado por una lanza, la Santa Iglesia va creciendo en gracia y santidad a lo largo de
los siglos, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Y así continuará hasta el final de los tiempos, como Maestra que
guía a las naciones rumbo al Reino celestial.
Sí, Reino, que en griego se designa con la palabra βασιλεία (basileia), citada decenas de veces en el Nuevo
Testamento, como una referencia al premio eterno prometido por Jesús.
De ahí proviene el término “basílica” —βασιλική (basiliké): casa real o la función real— adoptado por la
Santa Iglesia cuando llamó “Arquibasílica del Santísimo Salvador” al primer templo de la cristiandad,
construido en Roma junto al antiguo palacio de los Laterani, entre los años 314 y 335. En el siglo VII San
Gregorio Magno la dedicó a San Juan Bautista, dando lugar al nombre con el que ahora se le conoce: Basílica
Patriarcal de San Juan de Letrán. Al haber sido la primera en acoger la Cátedra del Obispo de Roma se
convirtió en la Madre y Cabeza de todas las iglesias del mundo. La casa real (βασιλική οἰκία — basiliké oikía)
se transformó en la Domus Dei; he aquí la hermosa sabiduría de la Iglesia al aprovechar los valores culturales
de los pueblos y elevarlos hacia el Creador.
Así, el esplendor del edificio se ha mantenido como una de las condiciones para la obtención del título de
Basílica. Otro requisito indispensable, que complementa al anterior, se refiere a la importancia de la vida
litúrgica y pastoral existente en el templo. Más concretamente, diríamos que la monumentalidad del edificio
refleja la riqueza espiritual y la belleza del ceremonial que allí se desarrolla. Casi podría decirse que alma y
cuerpo están actuando en perfecta armonía en el culto al verdadero Dios para santificación de los fieles.
De hecho, la pujanza de la vida eclesial exige lugares adecuados para desarrollarse y, en muchos aspectos, el
ambiente elevado y sacral es una condición y un estímulo para la auténtica vitalidad espiritual. Ambos se
requieren mutuamente y actúan en una zona profunda del alma humana. Pues, como enseña el Prof. Plinio
Corrêa de Oliveira, “Dios ha establecido, por un lado, misteriosas y admirables relaciones entre ciertas formas,
colores, sonidos, perfumes y sabores y, por otro lado, ciertos estados de alma”.
Por lo tanto, el esplendor de la iglesia y la perfección en el ceremonial contribuyen a que los fieles
comprendan la importancia y trascendencia de los actos realizados en ese sitio. No sin razón, los edificios
destinados a los gobernantes temporales de cualquier época y lugar destacan por la riqueza, por el simbolismo
o por la grandeza, según la idiosincrasia de la nación. No se comprendería que fuera diferente tratándose del
Creador del universo, el Señor de los señores. Por ende, es muy adecuado dar el título de basílica, casa real, a la
Casa de Dios, imagen del Reino celestial.
De esta manera, los Heraldos del Evangelio se regocijan por la elevación de su principal iglesia a la condición
de Basílica Menor, ya que esto representa un título más de un vínculo especial de la asociación con la Iglesia
Romana y con el Papa. En este sentido, no hay nada que sea suficiente, pues la unión efectiva y afectiva con el
Dulce Cristo en la Tierra es la aspiración más noble de cualquier corazón auténticamente católico. 