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Curso de Misionología
Universidad Católica
“Misión y Globalización”
Facilitador: Luis-Gonzalo Mateo cmf
“Yo era un migrante y ustedes me acogieron”
Septiembre: Mes del migrante y refugiado
Los y las migrantes son el otro lado de la moneda de esta época de la mundialización, pero del
mercado mundial, no de la solidaridad de los pueblos: la época de la globalización de la pobreza y ahora
del hambre. Ellos y ellas llevan en sus espaldas el fracaso humano de este sistema. Son los cristos
sufrientes de un modelo de mundo que tiene su base en las nuevas tecnologías, la expansión de los
medios de comunicación, pero dentro de la lógica del capitalismo salvaje: de la época neoliberal.
Los y las migrantes también llevan consigo, medio oculto, enterrado en su corazón y en sus sueños
cuando atraviesan ríos y montañas, la utopía de ese otro mundo posible.
Ellos y ellas, peregrinos que tienen el planeta, el aire libre, como casa, llevan, a veces sin saber donde
van, como Abraham, como Sara, el sueño de otra humanidad. El reto para la iglesia consiste en sentirnos
también migrantes, en hacernos peregrinos, con los y las migrantes, va a significar volver a nuestros
orígenes, como pueblo de Dios y comunidades ungidas por el Espíritu empujadas por este signo de los
tiempos a refundar nuestra pastoral.
Los migrantes nos ayudan a hacer surgir una iglesia migrante, que no se anquilosa con estructuras
inamovibles sino que sale al encuentro de los pobres que huyen del modelo neoliberal. Ellos/as son el
pueblo de Dios migrante, peregrino, en su expresión total.
En nuestra iglesia costarricense mucha gente acompaña a los y las migrantes porque han sabido
interpretar este signo de los tiempos, como un signo de Dios, pero nos falta recorrer todavía una largo
camino. Desde nuestra pequeña experiencia como Mesa de instancias eclesiales para Migrantes
(MIEMI) , que es como una red formada por parroquias, Caritas Nacional, Congregaciones religiosas,
Servicio Jesuita para migrantes… y desde el principio de nuestra fundación hemos querido sintetizar
este esfuerzo de acompañamiento en dos ejes que ofrecemos al pueblo de Dio sen este Mes del migrante
y del refugiado
1-.Ver a los y las migrantes como necesitados de ayuda, de acompañamiento, como los más
pobres de la Biblia (emigrantes, huérfanos y viudas). Como rostros sufrientes de Cristo. Verlos como el
mismo pueblo de Dios, los más pobres de la iglesia que emigran. Donde llegan deben contar con una
casa, la casa de todos que es la iglesia. Para la iglesia no son extranjeros, son miembros de la casa. Nos
van a ayudar a ser una iglesia emigrante. La pregunta es si nosotros emigramos, físicamente,
espiritualmente, teológicamente con ellos y ellas. La pregunta es si nosotros plantamos la tienda del
encuentro, como en el Éxodo en el camino, al cruzar ríos, montañas y mares en medio de este pueblo
abrahámico que va en busca de tierra, pan, descendencia, y una nueva patria.
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La pregunta que nos hacemos es si las Iglesias están de tal manera establecidas en sus
construcciones, sus instituciones, sus estructuras que nos hacemos incapaces de acompañar a este
movimiento migratorio. Solo será posible convirtiéndonos, nosotros, nosotras, como migrantes.
“La globalización hace emerger, en nuestros pueblos, nuevos rostros de pobres. Con especial
atención y en continuidad con las Conferencias Generales anteriores, fijamos nuestra mirada en los
rostros de los nuevos excluidos: los migrantes, las víctimas de la violencia, desplazados y refugiados,
víctimas del tráfico de personas y secuestros etc (Aparecida 402)
Los migrantes son esos cristos sufrientes cuyas heridas hay que curar: heridas sicológicas, heridas
culturales, heridas como indocumentados, heridas por ser ilegales para la sociedad donde viajan, heridas
como perseguidos y encarcelados, heridas por ser los sin techo, despreciados culturalmente
Como Iglesia nos toca dirigir una mirada compasiva, samaritana, para verlos débiles, frágiles, expuestos
a la muerte, sin techo, sin patria, objetos y sujetos de la asignatura del juicio final y cuyas heridas hay
que curar. Como rostros vivos de Cristo, nacido fuera de su casa, migrante-refugiado en Egipto,
peregrino evangelizador del Reino sin casa fija, muerto fuera de la ciudad con la muerte de los esclavos
extranjeros. Es el Cristo crucificado de las fronteras de nuestros días., como el pueblo rechazado fuera
de los muros de su patria. El Cristo que recorre los caminos de nuestro planeta, cruza mares, desiertos,
montañas, ríos buscando posada.
Por ese motivo resulta urgente escuchar de nuevo algunos textos bíblicos, que se convierten en oxígeno
para nuestras iglesias adormecidas
“Maldito el que fuerza el derecho del migrante, del huérfano y de la viuda” ( Dt.27,19)
“Al migrante que reside junto a ustedes lo mirarán como uno de vuestro pueblo y lo amarás como a ti
mismo, pues migrantes fueron ustedes en la tierra de Egipto. Yo , Yahvé, vuestro Dios” (Lev 1,34)
“No oprimirás, ni maltratarás al migrante, pues migrantes fueron ustedes en Egipto. No maltratarás
a la viuda ni al huérfano. Si los maltratas y claman a mí, yo escucharé su clamor, se encenderá mi ira
…” (Ex 22,20-23)
Ver en ellos, en ellas a Jesús, como un migrante como un excluido. Un migrante en su nacimiento y
en su muerte. El que realiza la mayor migración de la historia, el que rompe la mayor frontera al salir
del seno de su Padre para habitar con nosotros. Puso su tienda entre nosotros. Viene como un peregrino
entre peregrinos, desde su nacimiento, lejos de su pueblo, y como niño refugiado-migrante en Egipto
hasta su muerte en cruz fuera de la ciudad, con la muerte de los esclavos extranjeros y desechables del
imperio. Hoy necesita ayuda. Necesita Samaritanos y samaritanas. Hoy Jesús son esos millones de
migrantes. El mismo lo dijo Fui un migrante y ustedes me acogieron
2-. Ver los Migrantes como sujetos de una nueva sociedad, de un modelo nuevo de
Iglesia.
“Los emigrantes son igualmente discípulos y misioneros y están llamados a ser una nueva semilla de
evangelización, a ejemplo de tantos migrantes y misioneros, que trajeron la fe cristiana a nuestra
América” (DA 377)
Otra mirada a los y las migrantes es verlos como sujetos de una utopía que llevan dentro, como
soñadores itinerantes de otra sociedad, como gente que huye de un modelo y busca otro modelo, como
portadores de la Tienda de la Reunión, del Dios migrante, del Dios del éxodo, del Dios de la Pascua.
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Como el pueblo peregrino que ayuda a renovar la vida consagrada y la iglesia, hasta convertirlas en la
casa de los sin casa. Que ayuda a desestabilizar la Iglesia. A hacer el milagro de Pentecostés, a ver a
Jesús como un viandante sin casa fija, a María como el icono de las mujeres migrantes que da a luz a su
hijo Jesús fuera , lejos de su casa, y huye a Egipto con el niño aún pequeño, (Institución: La caridad de
Cristo hacia los migrantes. 14 V 04)
El proyecto de Dios revelado en la Biblia empieza con migrantes ( Gen 12,1-3) migración que implica
ruptura con los orígenes, es decir salir de la tierra, de la parentela, de la casa paterna, pero es una
invitación a llegar a ese mundo nuevo que Dios nos ofrece. Es como un salto sin retorno. Se consigue
una nueva identidad. Abraham será como el pionero de los migrantes: Oye una voz, la voz de salir, de
dejar su tierra, porque hay hambre, porque no hay tierras para el rebaño. Las razones sociales y
económicas que mueven a Abraham son las mismas de los migrantes de Centroamérica pero dentro de
su corazón de creyente Abraham oye otra voz. El señor dijo a Abraham. Deja tu tierra, tus parientes y
la casa de tu padre, y vete a la tierra que yo indicaré. Yo haré de ti un gran pueblo (Gen12.1) Dentro se
lleva un gran proyecto. No son solo los condicionamientos sociales y culturales los que provocan la
migración. Dentro hay una voz que habla, que ofrece un futuro diferente, una tierra prometida: Tierra,
familia y pueblo, pero diferentes. Abraham, como infinidad de gentes, salió sin saber a donde iba, o si
iba a llegar como los que cruzan las fronteras o el río San Juan que separa Costa Rica de Nicaragua. Es
hacia una tierra prometida que se camina, es soñar otro mundo posible, es no solo derrotar el hambre
sino las causas del hambre. Ser migrantes pertenece al credo, a la fe originaria de Israel. Una fe que
debe marcar todo su código de la alianza, en especial el trato que deben dar los migrantes, una vez se
instalen en la tierra prometida. Es Dios mismo quien define la identidad del pueblo bíblico desde su
condición de migrantes:
“Cuando entres en la tierra que el Señor, tu Dios va a darte en heredad, cuando tomes posesión de ella
y la habites, recitarás ante el Señor tu Dios: ¡Mi padre era un arameo errante: bajó a Egipto y residió
allí con unos pocos hombres; allí se hizo un pueblo grande, fuerte y numerosos. Los egipcios nos
maltrataron y nos humillaron, y nos impusieron dura esclavitud. Gritamos al Señor, Dios de nuestros
padres, el Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte, con brazo extendido, con terribles portentos, con
signos y prodigios, y nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra, una tierra que mana leche y miel” (DT
26,1ss)
Acompañar a los migrantes, como creyentes en Jesucristo, es buscar esa voz de Dios en el corazón de
los migrantes, para convertirse en iniciadores de otra vida con el pueblo que les acoge. Dios sigue
tejiendo una historia de salvación con las migraciones. Son como una vivencia de la pascua, un éxodo de
la humanidad que rompe fronteras y busca una Patria más definitiva.
Los migrantes de hoy nos ayudan a leer el éxodo bíblico como una gesta histórica de migrantes.
El origen de Israel es una alianza de migrantes que huyen de los imperios, y que van creando una
confederación de expulsados de las grandes construcciones y que logran articularse con la fe en Yahvé
el ciertamente estoy. Los migrantes hebreos nos regalan una nueva identidad de Dios como un migrante
que escucha el clamor de los extranjeros en Egipto. Dios prefiere morar en una carpa provisional como
un migrante a morar en un templo lujoso hecho de piedras y del sudor de los pobres. Estos migrantes
que salieron de Egipto hicieron alianzas con nómadas del desierto y con los pobres de la tierra donde
van a emigrar y allí crearon la confederación tribal. Es el paradigma de todas las alianzas que hoy
debemos hacer entre migrantes y pueblos que acogen a los migrantes.
“Yo no he habitado en una casa desde que saqué a los israelitas de Egipto, sino que he estado
peregrinando de un sitio a otro en una tienda ( I Cron. 17,5)
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El Dios bíblico es un Dios caminante que deja su palacio del cielo para recorrer los caminos de
los migrantes. Mora en una tienda. Ahí se siente más feliz que en el templo de Jerusalén. Cuando este es
destruido viaja con los migrantes al destierro y mora de nuevo en una tienda. Viaja con ellos al mismo
lugar de donde salieron los patriarcas y matriarcas, migrantes soñadores, buscadores de otra tierra, de
otra humanidad. La Tienda del Encuentro de la que habla el Éxodo. Este Dios saldrá encadenado al
destierro. El Dios Yahvé el Ciertamente Estoy con ustedes los migrantes, que escucha su clamor y
que saldrá encadenado como migrante, como refugiado al Destierro.
Los migrantes bíblicos cruzaron mares y desiertos, como los migrantes de hoy, pero llevaban dentro un
sueño, un proyecto que tienen que ir concretando en el camino. Atrás queda el ejército del faraón con
sus carros y caballos. Hoy los ejércitos y las policías de frontera cuentan con mayores armamentos,
construyen muros, alambradas, pero cientos de miles logran escaparse. Es tan grande la llamada que
llevan dentro, el hambre y el deseo de construir sus vidas, que nada les arredra.
Las migraciones de hoy son una edición del Éxodo Bíblico, en proporciones infinitamente mayores. El
secreto del éxito está en mantener vivo el rostro de Yahvé, mantener viva la identidad, la cultura de
donde se viene. Mantener vivo el origen tribal, el origen solidario del mundo de los pobres de donde se
emigra, convirtiendo la comida del viaje, en símbolo de la pascua: El pan de los migrantes. El pan sin
levadura, es una comida apresurada, amarga, como las tortillas de maíz guardadas para el viaje.
La Iglesia debe vivir en Éxodo permanente con los y las migrantes, actuales representantes del éxodo
bíblico. No podemos quedarnos en Egipto cerca de los palacios de los faraones, de los Shoping Centres,
de las vitrinas lujosas, debemos caminar al desierto con los migrantes de nuestra época.
“El cristiano contempla en el extranjero, más que al prójimo, el rostro mismo de Cristo, nacido en un
pesebre, y que como extranjero, huye a Egipto, asumiendo, compendiando en sí mismo esta
fundamental experiencia de su pueblo ( Lc 2,4-7). Nacido fuera de su tierra, y procedente de fuera de
su patria “habitó entre nosotros” y pasó su vida como itinerante, recorriendo “pueblos y aldeas” (Lc
13,22 … los cristianos siguen pues las huellas de un viandante que “no tiene donde reclinar su
cabeza” (Mt 8,20 ) (Instrucción de la Santa Sede “La Caridad de Cristo hacia los emigrantes” 14 V.04)
“La Iglesia, como Madre, debe sentirse a sí misma como iglesia sin fronteras, iglesia familiar, atenta al
fenómeno creciente de la movilidad humana Considera indispensable el desarrollo de una mentalidad y
una espiritualidad al servicio de la pastoral de los hermanos en movilidad, estableciendo estructuras
nacionales y diocesanas apropiadas, que faciliten el encuentro del extranjero con la iglesia particular
de acogida” (DA 412)
Significaría convertir nuestras casas en santuarios, en oficinas para migrantes. Lugares donde puedan
reunirse. Como centros de convivencia para rescatar su cultura de origen. Pero es esto cierto? No los
tratamos como gente peligrosa, desconocida, sin valor, como gente sospechosa? Las comunidades
cristianas debemos dar una lección de vida alternativa a toda la sociedad. Que cada parroquia tenga su
pastoral de migrantes. Que sean los lugares humanos de encuentro con la gente de la nación que los
acoge para desalojar esa terrible desgracia cultural que se llama “xenofobia”, para desterrar los chistes
que circulan contra los migrantes.
“Los migrantes deben ser acompañados pastoralmente por sus iglesias de origen y estimulados a
hacerse discípulos y misioneros en las tierras y comunidades que los acogen, compartiendo con ellos
las riquezas de su fe y de sus tradiciones religiosas (DA 415)
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Los migrantes nos van a ayudar a cambiar el modelo de iglesia que según Aparecida: necesita una
verdadera conversión pastoral y renovación eclesial pasando de una iglesia establecida, de paredes,
edificios, estructuras inamovibles a una iglesia migrante, peregrina, desestabilizada, como las primeras
comunidades cristianas que se movían en el Imperio romano, creando cédulas vivas, viajando como
iglesia, como vida consagrada con los y las migrantes. Nos van ayudar a refundar nuestras comunidades
eclesiales haciéndonos peregrinos con los migrantes, llenando de pequeñas células, de pequeñas
presencias eclesiales en las barriadas y en las movilizaciones de los migrantes. La experiencia nos dice
que donde hay una pequeña presencia católica en los precarios de los migrantes hay decenas de
presencias de las iglesias evangélicas. Pero ¿no estamos encerrados en nuestras estructuras que nos
impiden la libertad de los hijos e hijas de Dios? ¿No estamos lejos del dolor de la gente? ¿No estamos
demasiados ocupados en lo administrativo- eclesial anunciando el mensaje siempre a los mismos?
¿Porqué no emigramos con presencias significativas en los precarios, fundando pequeñas asambleas? .
¿No es ese el lugar privilegiado de la vida consagrada?
Luís-Gonzalo Mateo (Misionero claretiano
San José (Costa Rica)
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