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Transcript
“Aquí está la servidora del Señor”
(Lc 1,38)
Homilía con ocasión de los 50 años de la JUREC de Mar del Plata
Mar del Plata, Iglesia Stella Maris, 22 de agosto de 2014
En la fiesta de María Reina
La fiesta jubilar de la JUREC, con ocasión de sus cincuenta años de
existencia, coincide con la celebración litúrgica de la realeza de María.
Hoy la celebramos como Reina, junto a su Hijo Rey del universo.
Ha sido el Papa Pío XII quien instituyó la fiesta en 1955, asignando el
31 de mayo como día de su celebración. La reforma litúrgica la trasladó al
22 de agosto, al octavo día después de la Asunción.
Así como la Resurrección de Cristo coincide con su señorío y su
realeza sobre todo el universo, análogamente la Asunción de María
coincide con su carácter de Reina que comparte con su Hijo el triunfo
pleno sobre la muerte. El desdoblamiento en distintas fiestas es una útil
pedagogía que nos permite captar mejor aspectos diferentes que están
unidos en la misma realidad que celebramos.
La realeza de Cristo coincide con su servicio, porque dice Jesús:
“¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el
que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que
sirve” (Lc 22,27). Y también afirma: “El Hijo del hombre no vino para ser
servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mc
10,45).
Tal es la realeza de Cristo. Cuando la Virgen pronunció su
consentimiento, el Verbo de Dios se encarnó en sus entrañas. Aunque
desde ese momento es Rey de todos los hombres y Señor del universo y
de la historia, su reinado no se manifiesta en el triunfo humano sino en el
servicio humilde y en la humillación de la cruz.
El que es Rey y Señor ha querido hacernos participar de su reinado y
señorío. Como dice San Pablo: “Esta doctrina es digna de fe: Si hemos
muerto con él, viviremos con él. Si somos constantes, reinaremos con él”
(2Tim 2,11-12).
En la Anunciación María oye decir que se convertirá en la Madre de
un Hijo a quien “el Señor Dios le dará el trono de David su padre” (Lc
1,32). Por tanto, Madre del Rey Mesías. Y sabemos que en Israel la reina
madre prevalecía sobre la misma esposa del rey. María se declara, sin
embargo, como “esclava” o como “la servidora del Señor” que se pone por
entero a su disposición (Lc 1,38). Por eso, compartirá más que nadie con
su Hijo la realeza del servicio y de la misericordia. Es la más alta reina, por
ser la más humilde servidora, y la más próxima a nosotros en nuestras
necesidades.
Ella es modelo para el servicio y la misión de la Iglesia, pues como
dice San Lucas: “En aquellos días, María partió y fue sin demora a un
pueblo de la montaña de Judá” (Lc 1,39). Ella es modelo de la Iglesia
misionera de todos los tiempos. La Virgen pobre sale de prisa y se pone
en camino, con su tesoro que será causa de alegría.
Estas breves reflexiones sobre la realeza de la Virgen bastan para
entrelazar esta fiesta con el aniversario que hoy nos convoca. Para la
JUREC la ocasión es magnífica para entender que, lo mismo que María, el
conjunto de nuestros establecimientos educativos debe ser portador de
Cristo, de su Evangelio y de su misericordia.
El oficio de enseñar es, en efecto, de primera importancia como obra
evangelizadora y cuando la Iglesia lo, lo hace consciente de ser
depositaria de una tradición gloriosa que abarca dos milenios. Su
propósito no puede ser otro que formar ciudadanos cristianos, fieles a
Dios y al bien común de la sociedad.
Todo el esfuerzo de la JUREC, no puede ser otra cosa que un salir al
servicio de los niños y los jóvenes, y también de las familias y de la
sociedad, todos necesitados de luz para acertar en el arte de vivir bien.
Una escuela que aspire a llevar la calificación de cristiana y católica
no podrá nunca contentarse sólo con la transmisión de conocimientos
útiles para la vida en sociedad, aunque esto lo haga con excelencia
didáctica. Sin duda que el esmero en la transmisión de los contenidos
programáticos es una condición imprescindible y que hace a la excelencia
educativa. Pero lo decisivo para la escuela católica es la formación de la
personalidad del niño y del joven, procurando unir la adquisición de los
conocimientos con el sentido moral y la referencia a los criterios del
Evangelio; la educación del corazón con el desarrollo del talento; la
riqueza del saber con el uso responsable de la libertad. Una escuela
cristiana y católica no puede ser prescindente en materia de valores
morales, y éstos deben ser reconocidos en conformidad con la ley divina y
natural.
Este ideal elevado exige conocimiento de la realidad social y de las
condiciones de vida de nuestros niños y jóvenes; constante esfuerzo y
perseverancia, revisión de la marcha institucional, creatividad ante los
desafíos siempre nuevos. Sabemos que en muy pocos años las
coordenadas culturales de la sociedad en que vivimos han cambiado
bruscamente. Nuestros alumnos viven con frecuencia una intemperie
afectiva a causa de la crisis familiar. Cierta ausencia de sentido de la vida
se evidencia en la pubertad y adolescencia. Allí está la amenaza de la
droga y del bullying. Una crisis económica endémica golpea y amenaza
con intermitencia nuestras instituciones educativas que dependen del
aporte estatal que por ley deberían recibir a tiempo.
Desde mi llegada a la diócesis soy testigo de la importante actividad
que realiza esta Junta y de las iniciativas que toman sus miembros. Por
eso, hoy deseo alentar y bendecir sus esfuerzos mediante los cuales
contribuyen a la tarea evangelizadora de la Iglesia y al bien común de
nuestra sociedad.
Mi mejor palabra de estímulo será repetir al Padre Silvano De Sarro,
y por su intermedio a todos los miembros de la JUREC, estas palabras del
Papa Francisco en su exhortación Evangelii gaudium: “Las escuelas
católicas, que intentan siempre conjugar la tarea educativa con el anuncio
explícito del Evangelio, constituyen un aporte muy valioso a la
evangelización de la cultura, aun en los países y ciudades donde una
situación adversa nos estimule a usar nuestra creatividad para encontrar
los caminos adecuados” (EG 134).
Al altar eucarístico llevamos nuestra acción de gracias a Dios por
todo lo que Él ha querido realizar a través de la JUREC en estos cincuenta
años. Recordamos con gratitud a todos los que a su paso por la institución
sembraron con fe y esperanza y dejaron una huella de amor. A la Virgen
Santísima, cuya realeza nos recuerda la grandeza y la gloria del servicio,
encomendamos los desafíos actuales y los años por venir.
 ANTONIO MARINO
Obispo de Mar del Plata