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Iglesia: comunión para la evangelización
Homilía en la Misa Crismal,
Jueves Santo, 13 de abril de 2006,
Catedral Metropolitana de Caracas
+Jorge L. Urosa Savino, Cardenal Arzobispo de Caracas.
¡Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír!
Mis queridos hermanos:
En el corazón de la Semana Santa nos reunimos gozosos en torno a Jesucristo, el Mesías, el Cristo
de Dios, el ungido por el Espíritu. En esta Catedral es Él quien preside nuestra sagrada Liturgia y
quien nos reitera el anuncio gozoso de su presencia viva en el mundo, a través de su Iglesia, como
Salvador y Redentor. Esta solemnísima Misa Crismal proclama nuestra fe en la Divinidad de Jesús
Nazareno y manifiesta nuestra entrega amorosa a Él, quien desde la Eucaristía, y los Sacramentos,
realiza hoy y siempre el don maravilloso de la salvación del género humano, y nuestra propia
salvación.
En cada celebración eucarística, en cada Misa, Jesús se acerca a nosotros para comunicarnos su
gracia salvadora. Pero de manera especial en esta sagrada Liturgia, en la cual vamos a consagrar
los óleos santos con los cuales se administran los sacramentos de la vida y de la gracia, actos de
Cristo, Sacramento personal y vivo del encuentro con Dios, quien es precisamente el que actúa en
cada celebración sacramental.
En esta sagrada celebración resplandece de manera más clara la santidad y vida de la Iglesia,
comunicada a nosotros por el mismo Espíritu Santo que ungió a Jesús en la encarnación, y que nos
ha ungido a nosotros en el Bautismo, en la Confirmación y cuando recibimos el don maravilloso de
nuestra ordenación sacerdotal.
Cristo está con nosotros en su Iglesia, en sus Sacramentos, ahora y siempre. Por ello, en esta
mañana los invito a dar gracias a Dios por nuestra incorporación a la Iglesia de Cristo, la Santa
Iglesia Católica, y a sentirnos orgullosos de nuestra identidad como católicos.
LA IGLESIA, UNIDA EN TORNO A CRISTO
Mis queridos hermanos: quisiera resaltar que de manera evidente contemplamos y realizamos en
esta Liturgia la unidad de la Iglesia, Cuerpo de Cristo, pueblo de Dios, llamado de todas las
naciones, razas y sectores de la humanidad para formar un solo pueblo, el pueblo de los santos y
elegidos, de los que somos de Cristo, de los que lo confesamos y proclamamos como nuestro único
Salvador.
Somos el cuerpo de Cristo, como lo enseña San Pablo en su carta a los Efesios: “Dios sometió bajo
sus pies todas las cosas, y lo constituyó cabeza suprema de la Iglesia, que es su Cuerpo..” (Ef.1,2223). Y luego nos exhorta a vivir la comunión eclesial poniendo empeño en conservar “la unidad del
Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Señor, una sola fe, un solo Bautismo, un solo Dios y Padre”
(Ef 4,3-6). En esta celebración estamos llamados a reforzar nuestra unidad eclesial, en torno a
Jesús, quien nos congrega en la Iglesia. Más allá de cualquier otro aspecto o criterio de carácter
secular, temporal y secundario, nuestra unidad eclesial se realiza en torno a Jesucristo, el Hijo
eterno de Dios hecho hombre. Y esa unidad debe llevarnos a superar las diferencias o
contraposiciones que en algún momento pudieran separarnos. Esta unidad se realiza en torno al
Santo Padre Benedicto X, en torno a los Obispos en cada Iglesia diocesana, en cada presbiterio, y
se aplica y realiza en cada comunidad parroquial y eclesial, necesariamente unida con sus legítimos
pastores, los Obispos, a quienes “el Espíritu Santo puso para regir la Iglesia de Dios” y quienes son
los padres y maestros legítimos y auténticos de la comunidad eclesial.
En un mundo dividido, amenazado por la violencia, el terrorismo y el odio, dentro y fuera de
Venezuela, los cristianos congregados y estrechamente unidos con Cristo y entre nosotros,
particularmente los sacerdotes, religiosos y religiosas, hemos de ser el pueblo del amor,
constructores de la paz y de la unidad. Esta es una exigencia que nos hace el mismo Señor “Que
todos sean uno, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21). Y debe expresarse y
concretarse en la vivencia activa e intensa de la caridad fraterna: “En esto conocerán que sois mis
discípulos, si os amáis los unos a los otros” (Jn. 13, 35). Por ello es tan importante nuestra unidad
eclesial, nuestra unión con el resto de los miembros de la Iglesia. No somos cristianos viviendo
aisladamente, ni separados ni enfrentados con el resto de nuestros hermanos, y mucho menos
segregados o enfrentados con los Obispos y sacerdotes.
COMUNIÓN PARA LA EVANGELIZACIÓN
Estrechamente unidos a Jesucristo y hermanados intensamente por la fuerza del amor, la Iglesia en
Caracas está llamada a comunicar los dones de Cristo a nuestros hermanos. Para ello hemos de
asumir una actitud entusiasta, misionera y evangelizadora, de crecimiento, desarrollo y expansión.
Es un reto que nos plantea esa gran cantidad de hermanos nuestros bautizados o no, a quienes
actualmente no estamos llegando. Debemos implorar intensamente la fuerza, la parresía del
Espíritu, para convertirnos de corazón, para llenarnos de esperanza, y para renovarnos
interiormente, como lo pide el Concilio Plenario de Venezuela. Debemos pedir la fuerza del Espíritu
para lanzarnos con decisión a realizar la hermosa tarea de anunciar la buena nueva de salvación a
un mundo turbado por las difíciles circunstancias de nuestra ciudad, y en donde ofertas religiosas
falsas, engañosas o incompletas, confunden a nuestros fieles. Fortalezcamos nuestra unidad,
nuestra comunión, para lanzarnos decididamente a nuestra hermosa misión evangelizadora y
salvadora de llevar la fe, la gracia, los dones de Cristo a nuestros hermanos.
De manera particular, hemos de promover la catequesis a todos los niveles y en las diversas
modalidades. La catequesis familiar, la parroquial la presacramental y la escolar. En este respecto
es muy importante y urgente que fortalezcamos la educación religiosa escolar. Precisamente en
estos momentos hay una corriente que quiere sacar la enseñanza religiosa de las escuelas públicas,
sacándola del horario escolar. No hay contradicción entre el estado laico y que las escuelas sean
espacios abiertos a la enseñanza religiosa. Nos corresponde a todos los católicos, especialmente a
los sacerdotes, religiosos y religiosas y también a los educadores católicos, motivar a la opinión
pública para que se conserve la enseñanza religiosa dentro del horario escolar. Es muy importante,
y hemos de actuar con decisión y prontitud.
RECHAZAR LA VIOLENCIA
Mis queridos hermanos: La exigencia de la caridad y de la unidad en la Iglesia nos lleva a rechazar
frontalmente cualquier manifestación de odio, de injusticia, de violación de los derechos humanos,
cualquier agresión contra los seres humanos. Debemos manifestar al mundo entero, como nos lo
pide el Papa Benedicto XVI, que Dios es amor. Entre otras cosas, la delincuencia asesina desatada
en Venezuela y en Caracas, provocando semanalmente un baño de sangre, debe cesar de
inmediato. Corresponde a las autoridades en los diversos poderes públicos, acompañados por los
ciudadanos, tomar las medidas legales, sociales, políticas y judiciales necesarias para prevenir,
reprimir y castigar adecuadamente esa violencia asesina. Rechazamos toda violencia, venga de
donde venga.
EL SACERDOCIO MINISTERIAL
Mis queridos hermanos:
Esta Misa Crismal proclama también la importancia del sacerdocio ministerial para la vida de la
Iglesia y del mundo. Precisamente, ella pone de relieve la importancia de los sacerdotes en la
comunidad cristiana, y destaca su grandeza y necesidad. Son ellos quienes, en comunión con el
Obispo, predican la Palabra de Dios y celebran los sacramentos que dan la vida divina a los fieles.
Hoy, en esta solemne eucaristía quiero saludar de todo corazón y con gran afecto a mis hermanos
sacerdotes, tanto religiosos como diocesanos, que componen e integran nuestro nutrido presbiterio
arquidiocesano caraqueño. Ellos trabajan con dedicación y ahínco, a veces en condiciones de gran
estrechez y de pobreza, para llevar a todos los fieles los dones maravillosos de Cristo el Señor a
través de su Palabra viva y de la celebración de los Sacramentos de salvación.
A ustedes, queridos sacerdotes del presbiterio de la Arquidiócesis de Caracas, manifiesto mi
gratitud y mis palabras de aliento. Sigamos adelante, queridos hermanos, con alegría y entusiasmo,
en medio de las dificultades, valorando con amor nuestra vocación y aceptando de corazón nuestra
propia realidad, la situación histórico social en la que vivimos, y concretando nuestra consagración
sacerdotal en el servicio abnegado a nuestros hermanos. Esta nos pide estar dispuestos a servir
donde seamos llamados, y a ser estrictos y fieles cumplidores de todas las tareas, a veces
rutinarias, pero todas necesarias, que implica el ministerio sacerdotal. Los aliento e invito con afecto
a seguir adelante, unidos entre sí, conmigo, con los Señores Obispos Auxiliares y con el Papa, en
comunión de corresponsabilidad, obediencia y afecto, en respuesta a la hermosísima vocación que
hemos recibido de configurarnos con el Señor Jesús, sumo y eterno sacerdote de la nueva alianza.
Los invito a seguir ofreciendo sus vidas, en generosa entrega de oblación espiritual en la oración y
pobreza evangélica; de fidelidad al Señor en el cumplimiento de nuestra hermosa consagración en el
celibato. Los invito a imitar a Cristo, el Siervo de Dios y de los hombres, en el servicio abnegado:
diario, responsable, constante, de atención amable y fiel, con estricto cumplimiento de nuestras
obligaciones pastorales, estando donde tenemos que estar, haciendo lo que tenemos que realizar,
para hacer presente al Señor de la Vida en medio de nuestros hermanos. El Señor nos premiará esa
fidelidad generosa a las exigencias concretas de nuestro ministerio pastoral, sea cual sea.
TRABAJAR POR LAS VOCACIONES:
Queridos hermanos:
Esta Eucaristía Crismal nos lleva a valorar ampliamente las vocaciones sacerdotales y nos debe
motivar a trabajar decididamente por promover en la Iglesia un mayor número de jóvenes que
quieran consagrarse a realizar en el mundo la presencia viva de Jesús, el Ungido por el Espíritu,
como sacerdotes de la gracia y la salvación.
Exhorto de todo corazón a mis hermanos sacerdotes, religiosos y religiosas a que, de manera
sistemática, organizadamente, con entusiasmo y esperanza, trabajen intensamente con los jóvenes,
y presenten de manera clara y decidida el ministerio sacerdotal y la vida consagrada como camino
de vida, realización y plenitud, a los jóvenes de nuestras parroquias y escuelas. Aquí, lo repito una
vez más, nos estamos jugando el futuro de la Iglesia. Debemos duplicar y luego triplicar el número
de jóvenes que en nuestros Seminarios de Caracas se están preparando para asumir y llevar en sus
manos la antorcha de la vida, de la paz, de la gracia, de la salvación en medio de nuestra Venezuela
de hoy.
Para ello, como decía Juan Pablo II en su carta a los sacerdotes el Jueves Santo de 2004: “más que
cualquier otra iniciativa vocacional, es indispensable nuestra fidelidad personal. En efecto, importa
nuestra adhesión a Cristo, el amor que sentimos por la Eucaristía, el fervor con que la celebramos, la
devoción con que la adoramos, el celo con que la dispensamos a los hermanos, especialmente a los
enfermos. Jesús, Sumo Sacerdote, sigue invitando personalmente a obreros para su viña, pero ha
querido necesitar de nuestra cooperación desde el principio. Los sacerdotes enamorados de la
Eucaristía son capaces de comunicar a chicos y jóvenes el «asombro eucarístico» que he pretendido
suscitar con la encíclica Ecclesia de Eucharistia (cf. n. 6). Precisamente son ellos quienes
generalmente atraen de este modo a los jóvenes hacia el camino del sacerdocio, como podría
demostrar elocuentemente la historia de nuestra propia vocación”. Intensifiquemos, pues, queridos
hermanos sacerdotes, nuestra fidelidad, y al mismo tiempo trabajemos más activamente y
contínuamente por suscitar más vocaciones sacerdotales y religiosas para nuestra Iglesia
arquidiocesana de Caracas
AMADÍSIMOS HERMANOS:
“Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”:
Este Jueves Santo, Jesús, el ungido del Señor, el Cristo, está presente en medio de nosotros, en su
Iglesia viva “para dar la Buena noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los
ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor” (Lc 4, 1819). Hoy Jesús realiza su presencia en esta Misa Crismal, en cada uno de sus sacerdotes, en cada
uno de ustedes, mis queridos hermanos religiosos, religiosas y fieles. Reconozcamos su presencia,
démos gracias a Dios por su inmensa bondad, y correspondamos con la entrega generosa de
nuestra fe, esperanza y caridad.
Vamos a continuar nuestra solemne celebración. Y vamos a orar de manera particular por nuestros
sacerdotes, consagrados a su servicio. Ahora ellos, van a renovar sus promesas de consagrarse
permanentemente a la gloria de Dios y al bien espiritual y pastoral de los fieles. Acompañémoslos
con nuestro afecto y nuestra oración.
Que viva siempre en la Iglesia de Caracas el aprecio y la valoración del sacerdote; acompañénnos
ustedes siempre con la oración ferviente, para que todos nosotros seamos fieles, y en esa fidelidad
a la Palabra de Dios, en el ejercicio de nuestras sagradas funciones, en el cumplimiento de nuestros
deberes pastorales, aún los más mínimos, encontremos la realización de nuestras vidas, la santidad
y la felicidad. Oremos por nuestros sacerdotes y por toda nuestra Iglesia en Caracas y Venezuela,
para que en torno a Cristo, y superando cualquier diferencia, demos el testimonio necesario para
que el mundo crea. Pongamos estas plegarias en las manos amorosas de Santa María, Nuestra
madre bondadosa, la Stma. Virgen de Coromoto. Amén.