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ELIDA FERNANDEZ ¿ALGO ES POSIBLE?
Clínica Psicoanalítica de las Locuras y Psicosis
La Autora se pregunta qué es ejercer el psicoanálisis en un hospital.
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Sostiene que el psi, se encuentra frente a alguien que siempre, quedara por fuera de su
poca o mucha teoría: el paciente.
No cualquier paciente, el paciente de hospital
Que uno recorre a lo que conoce y trata forzosamente de meter el diván en “cuartucho”
donde le toco atender, y pedir al paciente que asocie.
Plantea una encrucijada: un camino es confirmar la teoría con los dichos o actos del
paciente, trabajosa tarea de sostener lo dicho por el Maestro. Así, el paciente queda
atrapado en un vestido que no es a su medida.
Otro camino es aceptar que la teoría siempre nos falta porque es incompleta por
estructura.
El decir del paciente deja siempre una pregunta al analista, pregunta que motoriza
supervisiones, escrito, lecturas, sin que se agote.
Habla de la obstinación de meter los códigos y reglas de trabajo en privado, dentro del
hospital.
Sostiene que, se dice que tratamiento del hospital, sería un ciclo de entrevistas
preliminares para que el sujeto acceda al consultorio privado, allí donde se analiza.
Ubica dos ideas que guían este pensamiento: que lo mejor se hace fuera del hospital- la
institución seria un puente de lo verdadero que se hace en otra parte.
Sostiene que esta modalidad, plantea un desconocimiento de que muchos de los
pacientes se acercan al hospital, sin preguntas, sin demandas y con sufrimientos que a
veces no suponen psíquicos.
La transferencia es hacia el hospital o centro de salud.
Propone un desafío: Ni meter el diván en el hospital, ni poner como meta inexorable de
todo paciente hospitalario, el consultorio del analista.
PARADOJAS DE LA INSTITUCION
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Al ingresar al hospital, médicos y psicólogos se nominan psicoanalistas. El hospital como
garante de esta nominación.
Y al mismo tiempo se rebelan contra las exigencias del hospital (confeccionar historias
clínicas, cumplir horarios, informar sobre altas y decepciones).
Paradoja: el hospital rechazado en sus normas y códigos es el que habilita la tan deseada
nominación. El reconocimiento es ante otros.
El hospital deviene ese Otro-otros ante los cuales es posible reconocerse.
Elida Fernández plantea algunas hipótesis:
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Se supone y se le asigna un poder al hospital y una experiencia que no es hallable de otra
manera, pero al mismo tiempo se reniega de los mismos requisitos que hacen a la
pertenencia a la institución.
El hospital funciona para muchos psi, como otro del que hay que obtener suministros pero
al que hay que rechazar y contra el que hay que rebelarse.
Ignorándolo, como si fuera posible hacer un tratamiento analítico, haciendo caso omiso al
dispositivo del hospital.
El consultante que desde esa perspectiva nunca devendrá paciente queda atrapado y
olvidado.
Otra hipótesis es que el psi que se revela al hospital, está haciendo síntoma lo mismo que
no sabe cómo enfrentar o responder: el hospital le interesan que las estadísticas
funciones, las entradas, las salidas, busca lo mensurable, lo efectivo esta dentro de un
sistema de planificación sanitaria, donde las consultas se evacuan y los internados se
externan.
No existe la subjetividad ni para el que consulta ni para el que trabaja en la institución y el
rechazo a lo institucionalizado es una primera manera de hacerse sujetos a espaldas de la
ley que rige lo hospitalario.
Porque el hospital tiene que ser eficiente elabora un esperanto donde excluye no solo al
sujeto, si no fundamentalmente el decir del padecimiento.
Otra paradoja: habla de la angustia frente al paciente: “el hospital como institución aloja
individuos agrupados en categorías diagnosticas, que se realizan en un conjunto de
síntomas, ubicables, medicables, que hace que el que los trata pueda tener un
guardapolvo, guarda-dolor a prueba de angustias.
El profesional que intenta ubicarse allí, por momentos se identifica con lo mismo que
rechaza.
Sostiene que acotar el goce no es resultado de la puesta en práctica de algo recetado ni
recetable, no hay acto analítico que se pueda planificar ni anticipar, ni acotamiento de
goce que pueda responder a una estrategia común a todos.
Habilita una pregunta: ¿Qué diferencia hay entre el discurso psiquiátrico y la uniformidad
técnica de trata a todos con los mismos parámetros, con el mismo encuadre?
Nos dice que “paradojalmente piensa que lo que nos convoca en el encuentro hospital
psicoanálisis es el saber de la locura, saber que nos incumbe que nos marca porque es lo
que remite a las entrañas de nuestro ser en el mundo, nuestros límites, nuestra
posibilidad de creación, los enigmas del sexo o la muerte, la paternidad y Dios.
Si nos reconocemos hechos de esa misma estofa, que la locura denuncia abiertamente
vamos a poder ejercer el psicoanálisis en cada momento que “estemos analistas”, sin
guardarnos del dolor.
Ultima paradoja. El psicoanálisis y el Hospital se repelan y se necesitan y lo que hace a este
encuentro es lo insistente de la locura que retorna, retorna de los psicofármacos, de los
psi que no alojan, retorna de lo real…
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HABLA DE CONDICIONES Y DIFERNECIAS
Hay tratamiento posible solo, si el paciente concurre al hospital.
La transferencia no es de entrada al profesional, el profesional es “del hospital”, el que
nomina es él.
En el hospital hay transmisión de saber, no solo del académico, estandarizado por los
programas de formación, sino también del contacto con el decir del sujeto que padece y
concurre o es llevado al hospital porque algo de su goce mortífero lo desborda.
Somos convocados allí, en ese momento, a hacer algo, a decir algo o a escuchar en
silencio, con el amparo de estar en un Institución.
La responsabilidad de la dirección es nuestra, Freud: “el analista puede sugerir, interpretar
poner límites, siempre que sepa construir a posteriori lo que está haciendo y respondamos
por nuestros actos.”
Finalmente apela al pasaje del hospital pensado como lugar y no como sitio.
Lugar donde el encuentro con el obstáculo real del paciente más grave, más pobre, donde
nuestro conocimiento, también más pobre, nos lanza a encontrar los recursos.
En relación a la necesidad de compartir mas allá de las diferencias teóricas con los
compañeros, alguien que escucha, algo de la transmisión de colega a colega, de
desesperación a desesperación.