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PIEDRAS SAGRADAS
… y las maravillas del mundo
No es coincidencia que entre las candidatas a ser las nuevas SIETE
MARAVILLAS del mundo, se encuentren muchos lugares de poder reconocidos
a lo largo del tiempo por distintas culturas. Desde las Grandes Pirámides, el
único monumento que nos queda del mundo antiguo, hasta la Ópera de Sidney,
el más moderno, hay una serie de sitios a los que hemos considerado sagrados, y
que invariablemente están hechos con piedras. En la Acrópolis de Atenas, Fidias
puso su mágico arte al servicio de los dioses helenos; Angkor es el gran
santuario de un reino que está en el país de los sueños; el templo de Kukulkán
vuela a lomos de Queatzalcoatl, la serpiente emplumada; y los Moáis de Pascua
nos hurtan un secreto impenetrable desde su imponente laconismo.
Estos cuatro no están en Piedras Sagradas, porque la elección recayó, en
el caso de Grecia, sobre Delfos; en el Yucatán le tocó a las pirámides del Sol y la
Luna de Teotihuacán; Angkor cedió su sitio a Mohenjo-Daro y nuestra nave no
llegó en esa singladura hasta el Pacífico desconocido, sino a aquel que
suministra humedad a los jardines zen japoneses.
Pero sí están el círculo mágico-astronómico de Stonehenge, abrazado por
las nieblas que acarician las campiñas de Wiltshire, testigos del tiempo en que
se edificaron las Pirámides egipcias que le acompañan inevitablemente; el
templo del amor de Adra, el Taj-Mahal, un prodigio en el que la sensibilidad y la
poesía se fundieron con la geometría sagrada; Machu Picchu, un reino perdido
en las montañas andinas donde se rindió, como en tantas otras partes, culto a
Inti, el Sol, principio generatriz y sustento de la vida; y los oscuros pasillosgrieta del desierto jordano que llevan a la recatada Petra, una necrópolis
nabatea que esconde sus bellezas a los no iniciados a quienes los djins
confunden para que no la encuentren.
Y reinando sobre todas estas maravillas, el palacio sagrado de aguas y
rumores, de aromas y susurros, de colores y penumbras sensuales, la Alhambra
de Granada, uno de las más impresionantes obras concebidas por los hombres.
Un templo alquímico en el que los símbolos están sugeridos tan sutilmente, que
«sólo el hombre de corazón puro puede entenderlos», como dijo un sufí. La
«fortaleza roja» elevada sobre el río de oro, el Darro o Dauro, por el que viene el
agua que acaricia todos los pliegues dérmicos del mármol nazarí.
Dicen que desde enfrente, en el Albayzín, se pueden ver los atardeceres
más hermosos del mundo…, y no les falta razón…, cuando un supremo estertor
del último rayo de fuego solar, lame las paredes de la Torre de la Vela, que poco
a poco se irá sumiendo en la sombra, mientras lejos en el tiempo parece
escucharse la oración, el adhan, que proclama a los creyentes que Alah es el
supremo y verdadero arquitecto de esta joya que lleva su firma multiplicada
hasta el infinito en sus delicadas paredes.
Piedras Sagradas, alguna de las cuales será incluido en esa lista que ahora
se trata de confeccionar.
Juan Ignacio Cuesta