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Transcript
Dios ¿problema o misterio?
Objetivo:
Reconocer los términos de la alternativa planteada en esta pregunta o, si más bien, se
trata de modos complementarios en que se presenta “Dios” para el pensamiento y la
existencia. Así mismo, buscamos profundizar en el significado y sentido del misterio, como
una característica propia para referirnos a las realidades que, por una parte, atañen a toda
la persona, y por otra, caracterizan a lo específico de la realidad divina.
Bibliografía
Fraijó, Manuel “¿Dios: problema o misterio?” en Íd. Dios, el mal y otros ensayos, Trotta,
Madrid, 2004; Heschel, Abraham Joshua (1984). Dios en busca del hombre, Ed. Seminario
rabínico Latinoamericano, Buenos Aires, pp. 69-76; Rahner, Karl, Escritos de Teología, Vol.
XVIII, p. 197 de Edición en inglés. Citado por Louis Roy (2006). Expriencias y Trascendencia,
Herder, Barcelona Zubiri, Xavier “El problema teologal del hombre” en Íd. El hombre y
Dios, Alianza, Madrid, pp. 369-383.
Prenotando
Esta alternativa sugiere dos modos de acercarse a la cuestión de Dios, dos
actitudes diferentes, si bien no necesariamente opuestas. Que Dios se presente como un
problema supone una actitud crítica, inquisitiva, con una buena dosis de escepticismo
racional. Detectar problemas es propio de una actitud racionalista.
Karl Popper, representante eminente del racionalismo crítico, llegó a decir que la
vida consiste en enfrentar problemas. Normalmente los problemas que enfrentamos son
de índole teórica o práctica y acudimos a las ciencias, al sentido práctico o al sentido
común para resolverlos. “Si el problema de Dios tuviera solución –dice Manuel Fraijó- la
humanidad, que tanto coraje le ha echado a este asunto, lo debería haber resuelto ya.” 1
La filosofía también se enfrenta con problemas, muchos de ellos reales y otros mal
planteados (los llamados pseudo-problemas). Ortega y Gasset decía que le filosofía es “un
enorme apetito de transparencia y una resuelta voluntad de mediodía”. La filosofía es
habla, logos, su misión es desvelarlo todo, desentrañarlo todo. Esta actitud es legítima y
necesaria. Sin embargo, hoy hay filósofos muy conscientes de la opacidad de muchas
realidades. En particular, de los límites y de la ambigüedad de todo lo que toca al ser
humano.
1
Fraijó, Manuel “¿Dios: problema o misterio?” en Íd. Dios, el mal y otros ensayos, Trotta,
Madrid, 2004.
1
Cuando se habla del “problema de Dios” se está suponiendo que lo mentado con la
palabra “Dios” no es claro, que nos plantea una situación difícil, que no tenemos
respuestas claras, transparentes. Que la oscuridad del asunto nos pide un esfuerzo. Para
el hombre religioso Dios no es un problema, sino un interlocutor, el referente central de
su vida, aun cuando sólo lo conozca en la fe, o tenga suficiente conciencia de que “Dios”
no equivale al conjunto de ideas e imágenes que se ha formado de él.
Para que Dios sea un verdadero problema en la vida o para el pensamiento, el
hombre necesita haberse topado con él, ya sea por un “encuentro” más o menos
inesperado, ya sea porque se le ha andado buscando. Aquí se plantea la posibilidad de
verlo como una disyuntiva: Dios no es un problema, es un misterio. Muchos filósofos
consideran que la apelación al misterio en filosofía equivale a su fracaso, al
reconocimiento de los límites del pensamiento. La manera de definir al misterio depende
del punto de vista que se adopte. Un agnóstico, por ejemplo, dirá que el misterio es “lo
que no se sabe por razón de su esencia”.2 Un enigma o un problema aún pueden ser
clarificados o resueltos. El misterio, no.
Por otra parte, desde el punto de vista de la fenomenología de las religiones, se
suele hablar del misterio antes que hablar de Dios, por tratarse de un concepto más
abarcador, que incluye numerosas manifestaciones de lo sagrado (“hierofanías”) como
ocurre en algunas religiones.3 La manifestación de Dios sería una “Teofanía” del misterio.
Misterio alude así al polo hierofánico. Dentro del monoteísmo “Dios” es el misterio único
y último.
Desde el punto de vista teológico, también se ha hecho referencia, a Dios como “el
misterio incomprensible”, o el “misterio santo” (Rahner), destacando su carácter único, su
incomprensibilidad, inabarcabilidad y trascendencia y, al mismo tiempo, dejando abierta
la puerta a la posibilidad de reconocer en él un carácter personal y una presencia en la
historia y en la vida humana.
Por su raíz etimológica, el misterio se refiere al carácter arcano, secreto,
inaccesible al entendimiento humano de alguna realidad. Trascendencia no equivale a
lejanía. Justo por su carácter trascendente el misterio es para el sujeto religioso lo más
cercano, “la más íntima inmanencia” (Fraijó Íd., p. 187). Para enfatizar que Dios no es un
ente más entre las cosas diversas del mundo o junto a él, Nicolás de Cusa decía de Dios
que es el “No otro”, y San Agustín se refería a él como “lo más íntimo que mi propia
intimidad”.
Fraijó confía en que una concepción de la razón que tenga en cuenta el vínculo
entre el pensamiento con otras dimensiones del hombre, como el sentimiento y la
intuición, incluyendo formas de racionalidad como la práctica, la simbólica, la utópica, la
2
3
Cf. Tierno Galván ¿Qué es ser agnostico? Tecnos, Madrid, 1989, p. 60.
Cf. Martín Velasco, Introducción a la Fenomenología de la religión, Cristiandad, Madrid, 1978, pp. 109-138.
2
poética y la comunicativa- sería el más adecuado para acercarse al problema de Dios
desde el punto de vista filosófico.
La filosofía de la religión nació en el momento en que Dios fue pensado como
problema. Pareciera que la teología natural hubiese perdido plausibilidad como discurso
sobre Dios, habiendo crecido bajo la tutela de la teología revelada y sin haberse separado
completamente de ella. La filosofía de la religión pareciera el único enfoque legítimo para
hablar de Dios y de hacerlo sólo como problema, por respeto a la “alergia filosófica al
término misterio” (Íd. P. 205).4
Esta posición parece extrema. Resulta difícil aceptar acercarse a Dios sólo como
problema. La experiencia religiosa y la profundización en el tema Dios pueden pedir
acercarse a él más como misterio.
Cabe recordar en este contexto posiciones como la de Gabriel Marcel, quien
entiende por misterio “una realidad cuyas raíces se hunden más allá de lo que es
problemático. El misterio es un “problema que invade la jurisdicción de sus propios
datos”. Al misterio no lo tengo “frente a mí”, como un dato, sino que yo, que me pregunto
–por ejemplo, acerca del sentido y posibilidad de un encuentro- no me puedo poner
realmente fuera o frente a él. El encuentro no se explica como un mero azar; yo no sigo
siendo el mismo después de él. Tampoco he sido modificado por él como por una causa
exterior. El encuentro “me ha desarrollado desde fuera, ha operado en relación a mí como
principio interior a mí mismo.” Marcel reconoce que esto es muy difícil de captar sin
deformación, pero apela a la experiencia personal, en donde se registran las realidades
que dejan en nosotros una huella más profunda.5 Dios se ubica en el fondo del misterio
del ser, de lo meta-problemático e inverificable. Dios está justo en el ámbito de la
trascendencia, un orden fundado por la religión “en el que el sujeto se encuentra colocado
en presencia de algo en donde todo asidero le es negado…. Esa especie de intervalo
absoluto, infranqueable, que se abre entre el alma y el ser, en cuanto que éste se oculta a
su percepción.”6
No es posible pensar a Dios en la categoría de la objetividad. Poner a Dios en el
ámbito de lo objetivable es situarlo en la categoría del tener, no del ser. Cuanto las
cuestiones me involucran cada vez más la totalidad de mi ser, tanto más pierden su
significado la respuesta y la pregunta misma. “Tenemos que pensar a Dios como
trascendente a toda determinación, sea la que fuere.” Dios es, desde el punto de vista
científico, el inverificable absoluto o lo absolutamente inverificable.
4
Fraijó considera que “en lo referente a Dios parece difícil ir más allá del dinamismo posturlatorio katiano.
No es poco. Pero nunca sabremos si el Dios postulado es, también, un Dios existente. Una acendrada “fe
racional” apunta a que la respuesta es afirmativa.” (ídem. p. 205).
5
6
Cf. Positions et approches concrètes du Mystere ontologuique, p. 61, Vrin, París.
G. Marcel, Incredulidad y fe, Guadarrama, Madrid, 1971, p. 26.
3
Gabriel Marcel subraya que la cuestión de Dios, no se ha de planear de manera
puramente teórica, sino en el orden existencial, ahí donde su realidad es vivida como una
interpelación. “Dios no puede dárseme más que como presencia absoluta en la adoración;
Cualquier idea que pueda formarme de Él no será más que una expresión abstracta, una
intelectualización de esa presencia. He aquí el falso Dios de la Teodicea…” “El problema
de Dios” le parece una expresión contradictoria y sacrílega. Dios no se sitúa en el ámbito
de lo problemático, tampoco es una realidad objetiva en sí.
No podemos hablar de Dios en términos cosistas ni saber lo que es. “Si Dios puede y
debe pensarse como potencia es con la condición de no entender con eso una potencia
existente, capaz de hacer función de causa entre las otras causas”. “Una libertad no
puede ser afirmada más que por una libertad”. Hay que de-sustancializar a Dios, que “no
es una esencia, sino una afirmación, un acto.”7
“Creo, pues, que cuanto más nos elevamos a la realidad, cuanto más
accedemos a ella, tanto más cesa ésta de ser asimilable a un solo objeto
colocado ante nosotros, que tanteamos y, al mismo tiempo, tanto más nos
transformamos a nosotros mismos. Si, como yo creo, hay una dialéctica
ascendente…esa dialéctica es doble. Versa a la vez sobre la realidad y sobre el
ser que la aprehende… Cuanto más trascendente, menos podemos
caracterizar al ser y, por lo mismo, tanto menos lo podemos poseer. Cuanto
más trascendente es el Ser, sus atributos no podrán menos de expresar, de
traducir en un lenguaje muy inadecuado el hecho de que el Ser absoluto es
integralmente refractario a determinaciones que solo versan sobre un Menosser , sobre un objeto ante el cual nos situamos, reduciéndonos en cierto modo
a su medida y reduciéndole a la nuestra. Dios no puede dárseme más que
como presencia absoluta…”8
Quizá la filosofía de la religión tiene que comenzar reconocimiento los propios
límites de la razón y de la apertura de la existencia a lo que la rebasa, justo como lo metaproblemático. Es aquí donde el misterio no se presenta como el fin y fracaso de la
filosofía, sino como su cuestión central e ineludible.
Frente a Dios no quedamos enfrentados tajantemente ante la disyuntiva: problema
o misterio. El misterio no es simplemente lo que no es posible conocer. Si se afirma que es
aquello que no es posible conocer por razón de su esencia, de alguna manera se tendrá ya
un conocimiento o pre-comprensión de la realidad a la que se refiere. El misterio no es un
enigma que se puede llegar a aclarar alguna vez, sino aquella realidad cuya
sobreabundancia de realidad e inteligibilidad jamás podrá ser abarcada. Más que nosotros
poder desentrañarlo, nos descubriremos como viviendo más y más en su entraña misma.
Karl Rahner pone en estos términos su noción de misterio:
7
8
Cf. Marcel, G. Journal Metaphysic, p. 45.
Cf. Gabriel Marcel, Ser y tener, p. 211.
4
“El misterio puro y simple al que llamamos Dios no es una parte objetiva particular
de realidad que podemos añadir a las realidades nombradas y sistematizadas en
nuestra experiencia y que se sitúa con ellas; él es la base y condición previa que
abarca, sin nunca ser abarcada, nuestra experiencia y sus objetos. Es en esa extraña
experiencia de trascendencia que llegamos a conocerle.”9
Si se parte del misterio, será necesaria la problematización de nuestra experiencia y
del lenguaje con que buscamos nombrarla para superar la ingenuidad que pueda haber en
nuestra comprensión del mismo. Para superar la pereza mental o la comodidad de creer
que nuestra posición es sin más la adecuada. Quizá la problematización sea un camino
privilegiado para poder adentrarse en el misterio. Todo dependerá de la actitud con que
esto se lleve a cabo. No llegará a los mismos resultados una actitud de respecto,
reverencia, que una reduccionista o trivializadora.
Si Dios es un misterio, será un problema la experiencia de su ausencia, su ser, su
existencia. Entre problema y misterio se da una relación circular. Ambos polos constituyen
en cierto modo un círculo hermenéutico, pues uno remite al otro. Quizá una de las formas
privilegiadas de acceder al misterio de Dios sea su problematización a partir de los
resultados de la ciencia o de cualquier experiencia humana. Dios nunca podrá ser
totalmente un problema para el hombre porque nunca estará ante él como lo que puede
ser solucionado. Dios nunca quedará abarcado como un misterio, porque su ser, su
existencia y la idea que nos hacemos de ellos son un acicate para la comprensión que el
hombre tiene de sí mismo, del mundo y de los demás, así como un acicate para acción en
el mundo.
9
Rahner, Karl, Escritos de Teología, Vol. XVIII, p. 197 de Edición en inglés. Citado por Louis Roy (2006).
Expriencias y Trascendencia, Herder, Barcelona, p. 227.
5