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Meditación.
EL DOLOR DE LA VIRGEN
El dolor es espanto y retroceso, escándalo y desconcierto para muchos hombres de hoy;
cuantas personas se ven incapaces de afrontar la dureza y la dificultad de la vida misma,
cuantas familias son dañadas al no saber ni poder iluminar los momentos de oscuridad y
desolación.
María nos precede en el itinerario de la fe, va por delante de nosotros en la conformidad
a los planes de Dios y nos abre el camino enseñándonos al seguimiento total a Cristo, en
las luces y las sombras de la vida, en el gozo y el dolor.
Ella es el primer miembro perfecto de la Iglesia y nos une un vínculo que abraza el
pasado, el presente y el futuro:
“En el pasado, en el origen mismo de la Iglesia, la encontramos en cuanto
interviene en la Encarnación, en cuanto colabora con Cristo y en el misterio
de Cristo hasta la oblación de la cruz, y en cuanto ora con los apóstoles
esperando el don de Pentecostés. Por lo tanto, está vinculada al pasado y en el
pasado de la historia de la misma Iglesia: la Iglesia se ha distinguido siempre
por una veneración de la Virgen y la Virgen ha actuado en la Iglesia. En el
presente, la Virgen es formadora del corazón de los fieles, actúa
continuamente. No sólo en un modelo al que miran los fieles ahora, sino
interviene, actúa en nuestra vida. Y en el futuro, porque la Iglesia mira a
María gloriosa en el cielo, obtenida ya su situación final, como seguridad y
esperanza: vemos que nos espera. Por eso, miramos también hacia el futuro
de la Iglesia, la Iglesia tiende hacia Ella”1.
Que sea María la Estrella de la mañana y la Estrella del mar que nos guíe con seguridad
y serenidad hacia el Corazón de Dios en el vaivén de la existencia. Somos hijos de Dios,
somos hijos de María: aceptemos la realidad y vivámosla con plenitud. Esto no supone
necesariamente multiplicar los actos exteriores hacia Ella, es intensificar nuestro amor
activo2. La conversación con la Virgen nos eleva, nos levanta: cuanto más la conozco
más la admiro y cuanto más la admiro, más vivo su intimidad.3
La fe nos hace penetrar en la realidad más allá de lo que captan los sentidos, la fe nos da
una agudeza visual, una mirada penetrante ante la realidad de lo que somos y ante la
verdad de los que nos rodea. Decir que María nos precede en el camino de la fe es
querer vivir desde una razón iluminada por la fe, no comprendiendo los caminos del
1
MENDIZÁBAL, L.Mª., Con María, Edapor, Madrid 1996, 8.
Cf. Ibid., 19.
3
Cf. Ibid., 20-21.
2
1
Señor con los criterios humanos, con una simple mirada desde la razón pura que se
queda en el nivel de lo sensible, sino es tener toda la riqueza de la providencia de Dios
en la mirada ante las cosas. María camina con todo el conocimiento y el amor de Dios.
El itinerario de fe de la Virgen no fue fácil: supuso una docilidad a los caminos
inesperados e inescrutables de Dios; ante la facilidad que tenemos los hombres de
construirnos nuestros caminos queriendo llevarle al Señor por ellos, María se pliega
rápidamente a los caminos de Dios, los capta pronto y se conforma a ellos. María vivió
en obediencia de fe y en obediencia de fe aceptó la misión que Dios le confiaba 4: “El
Papa [Juan Pablo II] [RM] habla mucho de que en el proceso de la vida de la Virgen, en
el inicio mismo se nota en Ella una fatiga del corazón [...] que es callada, que sigue, que
es fiel”5: <Dichosa la que ha creído, porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá>.
“[...] en muchas cosas yo sé que el Señor quiere esto, pero no sé más por el
momento, y no me pongo en movimiento o no detengo mi movimiento hasta
saber. ¡Tengo que seguir! El cumplimiento de la voluntad de Dios es una
garantía de nueva iluminación de Dios. Pero no he de pretender que me
ilumine previamente, sino he de saber fiarme y seguir lo que el Señor me va
mostrando”6.
Toda la vida de la Virgen supone una participación de los sentimientos de Cristo, una
colaboración al sufrimiento en amor del Señor, signo de su fe inquebrantable. La
abundancia de la gracia que el Padre derrochó en María, la ordenó a una generosidad sin
límites en su docilidad a los planes divinos: el amor de Dios envolvió a María en todo
momento de su vida y Ella respondió con totalidad:
“[...] la Virgen, desde su concepción destinada a ser Madre de Dios, era
objeto de un amor de predilección de parte de Dios que no podemos concebir.
Dios alrededor de Ella, constituía como un cerco amoroso que le hacía
penetrar sensiblemente la delicadeza de su amor. Y Ella lo sentía y, como era
un alma creada Inmaculada, era un alma que tendía a Dios con toda la
sublimidad y sencillez de la tendencia total. Sencillez, porque a Ella le parecía
lo más natural del mundo el amar a Dios como le amaba, con un amor total,
exclusivo. Amaba tanto a Dios, del cual sentía como una infiltración de
sentimiento amoroso, como del amor celoso de Dios”7.
A veces se cree que los grandes acontecimientos salvíficos se vinculan a signos
incuestionables, llamativos y ruidosos, al modo humano; la gran riqueza de los
misterios de Dios se han dado en un ambiente exterior insignificante, en un aparente
fracaso humano8: “[…] era desconocida para los que tenía alrededor, era conocida
4
Cf. Ibid., 152.
Ibid., 176.
6
Ibid., 154-155.
7
ID., La entrega de María, modelo de nuestra consagración, Roma s.a., 5.
5
8
Cf. Ibid., 25.
2
para Dios”9. “María aparece, porque desaparece”10: una de las cosas que más llama la
atención de María es su humildad, su escondimiento en un pueblo sencillo e
insignificante llamado Nazaret, habiendo nacido en Jerusalén y estando emparentada
con el linaje sacerdotal11.
En Nazaret, María y José nos enseñan a prepararnos al encuentro de Jesucristo en el
abandono a la providencia de Dios, en la confianza a los planes de Dios: “La vida
espiritual es como un nacimiento continuo del Señor en nosotros, y ese nacimiento
requiere de nuestra parte una preparación en el itinerario de la fe, esperanza y
caridad”12:
“[...] obediencia, renuncia, abandono a la voluntad de Dios: <Por tus
caminos, llévanos a donde vamos>.
¿Y por qué los prepara así? Los prepara para llevarles a la pobreza absoluta
de Belén. Los prepara así: les hace trabajar <para nacer en suma pobreza>,
dice San Ignacio, <y después de todos los trabajos de su vida, para morir en
cruz>. Éste sí que es un contraste con la mentalidad puramente mundana: en
el mundo se trabaja para enriquecerse, para tener descanso, para tener una
jubilación brillante. Jesús hace trabajar <para nacer en suma pobreza>.
¡Trabajar!, realmente muchas veces hay que trabajar para ser pobres”13.
En Belén, María y José, experimentarán el despojo humano y la bendición de Dios, en
la insignificancia y en la vulnerabilidad humana se realizarán los acontecimientos
salvíficos: “Y ahí están como abandonados de Dios y son los más queridos”14:
“Para la Virgen es el único tesoro: le ha quitado todo lo demás, le ha dejado
solo Jesucristo. Éste suele ser la disposición íntima para el éxtasis del
Nacimiento: <tener a Jesucristo como único tesoro del corazón>. Parece que
me quita todo, y son los caminos de Dios, por donde nos lleva a su encuentro,
al éxtasis del Nacimiento, al goce de la adoración y del abrazo de Cristo
Encarnado”15.
Llega el momento del nacimiento del Hijo de Dios: María dando a luz a su Hijo
mantiene milagrosamente su virginidad; y colocará al Verbo de Dios en el pesebre
como presentándolo y ofreciéndolo a toda la humanidad16:
9
Prólogo de la Encíclica Redemptoris Mater citada por L. Mª. MENDIZÁBAL, Con María. Ejercicios
Espirituales a caballeros, Madrid 1996, 25.
10
Ibid., 117.
11
Cf. Ibid., 117.
12
Ibid., 175.
13
Ibid., 179-181.
14
Ibid., 182.
15
Ibid., 183.
16
Cf. Ibid., 183-184.
3
“<Lo recoge -¡lo mira! La mirada de la Virgen se fija para siempre en Jesús.
Ya nunca dejará de mirarle, sus ojos se han fijado en Él-, lo envuelve en
pañales y lo coloca en el pesebre>. [...].
[...] Así como Jesús no ha existido ni un momento de su vida sin ofrecerse, la
Virgen no ha tenido ni un momento a Jesús sin ofrecerlo. Lo ha ofrecido, lo
coloca ahí, lo entrega, y entregándolo, lo adora. Aquí está la Virgen, modelo
de nuestra adoración eucarística. La Virgen lo adora. Arrodillada ante su
Hijo y su Dios, lo adora, y lo adora como un volcán de amor. ¡Adora a la
Palabra hecha carne, al Verbo hecho carne, como no lo habían adorado los
ángeles desde toda la eternidad! ¡Con ese fuego de amor, lo adora!, adora a la
Palabra que no habla”17.
En la Presentación de Jesús en el Templo se da el cumplimiento de todas las profecías y
el inicio manifiesto del Nuevo Testamento-el Nuevo Templo, la plenitud de los
tiempos18; la verdad de Dios se presenta a la admiración de los que son capaces de
contemplarla: la grandeza de la acción no radica en la espectacularidad sino en su propia
intensidad de vida:
“Para hacer las cosas auténticas no hay que hacer cosas raras, lo que importa
es hacer de veras lo que hacemos: orar de veras, expresar de veras. Y María
usa el rito que usan todas las mujeres, pero su ofrecimiento tiene un valor
inmenso porque lo hace de verdad y lo entrega de verdad [...]. Mirad que se
nos pasa la vida en una especie de ficción, en una especie de carrera de
vértigo en la que no hacemos de verdad las cosas. ¡Cumplimos! ¡cumplimos!,
pero no hacemos de verdad”19.
El anciano Simeón bendice a María y a José: le indica que su camino será un camino de
contradicción, de sufrimientos, de obstáculos y de oscuridades: <Está puesto como
signo de contradicción>, <Y a Ti misma una espada te atravesará el Corazón>: le viene
a decir que la misma espada que atravesará a tu Hijo, atravesará tu Corazón20:
“El signo de contradicción del Hijo será la espada que atraviese el Corazón
de su Madre. -<¡Una espada atravesará tu Corazón!>, le anuncia -por eso le
llama el Papa la segunda Anunciación- el camino doloroso de lo que va a ser
ese Mesías, que va a salvar a Israel a través del dolor, a través del
sufrimiento. Y María acepta calladamente. Sin palabras, oye y acoge en su
Corazón, admirando cómo el Señor se manifiesta a quienes parecía que no
tendrían ninguna noticia del misterio de Cristo. Y sin embargo, ése es
enviado también como anunciador”21.
17
Ibid., 183-184.
Cf. ID., Con María. Ejercicios Espirituales a caballeros, Madrid 1996, 201.
19
Ibid., 201-202.
20
Cf. Ibid., 206.
21
Ibid., 206.
18
4
La Huida a Egipto es para María una prueba de fe manteniendo la apertura hacia
Dios22: en esa vida al unísono con Jesús en un ambiente de felicidad, con el velo del
misterio, surge la persecución de Herodes sabiendo que es Hijo de Dios23:
“Todo esto desde un punto de vista humano es sorprendente. ¡Cómo no se le
iba a ocurrir a María: ¿es que el Padre no puede proteger a su Hijo?, ¿qué
caminos son éstos?, ¿no sería más fácil proceder de otra manera?, ¿no puede
esconderlo de otra manera?, ¿es que tiene que sufrir la humillación de una
huida, de pasar por un emigrante escapado que huye de su país a un lugar
desconocido, sin saber dónde asentarse?! ¡Ah, vamos a lo desconocido! Así
trata Dios a su Hijo”24.
En la Pérdida de Jesús en el templo Jesús muestra su emancipación, revela su misterio
de filiación, y María sigue sufriendo en la oscuridad de la fe respetando la progresiva
separación entre ambos, <entiende que queda mucho por entender>, y <conserva estas
cosas en su Corazón>; después de esto el Señor se somete a sus padres libremente y
sigue <creciendo en edad, sabiduría y gracia>. Es el amor que da la vida la base de
relación en la familia de Nazaret: no puede haber vida cristiana sino se da la
abnegación25: “No tomar el egoísmo como norma de vida. Eso es la abnegación. Es
negar el yo como determinante de nuestras decisiones y de nuestra conducta. [...]. No
estoy para ser servido, sino para servir, para hacer feliz al otro, para hacer felices a los
demás”26.
Las Bodas de Caná supone una forma especial de entender la Mediación Materna de
María y el sentido de la Redención: María que intercede por las necesidades de los
hombres ante su Hijo y que prepara los corazones dóciles para que actúe a través de
ellos y la Redención que se manifiesta en las bodas de la humanidad y la Divinidad, en
la reconciliación y en la Nueva Alianza entre Dios y el hombre por la Sangre de Cristo
en el Calvario27. Aquí está el primer aspecto de la intervención de María, de su Corazón
Materno. En todo momento durante su vida sobre la tierra, como se ve en este milagro y
en la vida de la Iglesia, una de las vertientes de su Mediación consiste, en presentar a
Jesús que puede remediar las necesidades de su pueblo, el gemido de su pueblo que en
su Corazón se ha hecho petición. Es su función continua con nosotros. A esta
intervención de María, Jesús responde: -<¿Qué tienes que ver conmigo, mujer? No ha
llegado aún mi hora>. La hora se llama al momento de la Redención, el momento de la
cruz. Y la Virgen entiende que la va a hacer, pero a manera de signo, de lo que será la
Redención después. Jesús quiere recalcar que su obra de Redención, todo su ministerio
no se mueve en el nivel de los lazos de carne y sangre, es decir, que Él no actúa
simplemente por voluntad de su Madre, por lazos carnales de Ella. La acción en la
22
Ibid., 217.
Cf. Ibid., 213-214.
24
Ibid., 214.
25
Cf. Ibid., 220-228.
26
Ibid., 221-222.
27
Cf. Ibid., 242-243. 252.
23
5
Iglesia no debe estar condicionada por la carne y sangre, sino por la voluntad del
Padre28.
En la predicación a las muchedumbres, Jesucristo dirá: <Dichoso más bien el que
escucha la palabra de Dios y la pone por obra> (Lc 11,27), <Mi madre y mis hermanos
son los que oyen la palabra de Dios y la cumplen> (Lc 8,20 s.): Jesús quiere quitarle la
atención a la maternidad como vínculo de la carne para orientarla como vínculo del
espíritu; hacia una elevación a lo más perfecto29.
A los pies de la cruz donde solamente se puede captar la grandeza del momento con la
penetración del fe está naciendo la nueva humanidad y María es Madre de esa nueva
humanidad: Juan es el signo de la Iglesia y María es Madre de la Iglesia; ese amor
materno está redimiendo al mundo con Cristo Sacerdote: se inicia en la historia su
Maternidad respecto a cada uno de nosotros30:
“Juan como discípulo representa en este lugar la Iglesia. Juan es la
humanidad que contempla con fe a Cristo Redentor. Y María, Madre de la
Iglesia, está ahí al pie de la cruz. Es momento culminante para Jesús porque
está terminando su obra, dejando sobre la tierra la Iglesia que ha de continuar
su labor, ha de ser instrumento de Cristo glorioso para llevar a término la
Redención.
Y en ese momento, Jesús dice a su Madre, a <la Madre>: -<Mujer, mira a tu
hijo>”31.
El viene a darnos vida y dárnosla en abundancia: de esta manera la Iglesia se hace
Iglesia de los hombres vivos, uniéndose a toda la riqueza del misterio de la Redención.
En esta riqueza María es Madre de sus hijos. Es la Iglesia de los hombres vivientes,
vivificados por dentro por obra del Espíritu de verdad, visitados por el Espíritu Santo.
La finalidad de la Iglesia es mantener ese vínculo del misterio de la Redención con todo
hombre: que todo hombre entre en el misterio de la Redención y reciba el fruto del
misterio de la Redención32.
María es Madre de ese discípulo transformado en Cristo: en el momento de la
Redención, todos los que creen en Jesús se hacen hijos de María; <Mujer, ahí tienes a tu
hijo; y luego al hijo: ahí tienes a tu Madre>. El Señor da a María el Corazón de Madre
para con Juan, con el discípulo fiel, y a los fieles les da corazón de hijos para con
María33.
Al inicio de la vida pública en las bodas de Caná de Galilea, Jesús, llama a María
<Mujer>; a los pies de la Cruz, su Hijo la llamará de la misma forma significándola en
su misión universal: “Porque no podemos ser hijos de Dios sin ser hijos de María”34.
El momento culminante de la redención se da en la entrega del Padre a su Hijo a la
muerte por la humanidad pecadora: la Madre también participa en la entrega en ese
28
Cf. Ibid., 243-249.
Cf. Ibid., 256-257.
30
Cf. Ibid., 267.
31
Ibid., 266.
32
Cf. ID., Redentor del hombre, Madrid 1992, 288.
33
Cf. Ibid., 299.
34
ID., Con María. Ejercicios Espirituales a caballeros, Madrid 1996, 269.
29
6
momento culminante de la cruz35: “En este momento culminante, María no solamente
está resignada sino ofrece a Jesús, no lo quiere retener: con una unión inmensa, con una
unión profundísima de amor”36:
“El sufrimiento humano tiene su suprema expresión en el sufrimiento de la
Virgen: el sufrimiento de colaboración. Es consolador que, al lado de Cristo,
en primer plano está siempre María, su Madre. Y es consolador por el
testimonio que da con su vida entera al Evangelio del sufrimiento. En Ella, los
numerosos sufrimientos se acumulan con tal conexión y relación que, siendo
prueba de su fe inquebrantable, fueron también una contribución a la
Redención de todos”37.
María está asociada a Cristo a lo largo de toda su vida culminando en la asociación
suprema de la cruz: unida a Él, ofrece Cristo al Padre y se ofrece a sí misma con Cristo
al Padre con Corazón Materno; <se asoció a toda la obra de Cristo>38:
“No tenemos que olvidar, que en este misterio de la Redención también
María ha amado tanto al mundo que entregó a su Hijo. También ella lo entregó
desde su nacimiento, cuando con un gesto sencillo lo colocaba sobre el
pesebre, que no es una anécdota insignificante, sino que podemos pensar que
es el gesto de María que lo ofrece, lo entrega como el sacerdote deposita la
Hostia recién consagrada sobre el altar; sabe que ha nacido para eso. Luego en
la presentación del templo lo vuelve a ofrecer, y en el calvario lo está
ofreciendo. Hay, pues, una agonía contemporánea, o como queramos llamarla,
de la Madre, que ama también a la humanidad, que de su sí, su fiat, con dolor
inmenso de su corazón materno, que ama a Cristo y ama a los hombres. Ese
amor es para ella como un lagar, que le produce una agonía, una lucha de su
corazón materno”39.
35
Cf. ID., Con María. Ejercicios Espirituales a caballeros, Madrid 1996, 264.
Ibid., 264.
37
ID., Misterio del dolor, Madrid 1985, 211-212.
38
Cf. ID., Con María. Ejercicios Espirituales a caballeros, Madrid 1996, 190.
39
ID., <Así amó Dios al mundo>, Madrid 1985, 161-162.
36
7