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LAS GUERRAS MEDICAS Y LA FUNDACIÓN DE LA
LIGA DE DELOS
ANTECEDENTES:
Ya en época de Pisístrato, los persas, bajo el mandato de Ciro habían sometido desde su
pequeño país de origen y con una marcha sin precedente, a los reinos asirio, babilónico
y sirio convirtiéndose, de la noche a la mañana, en una potencia mundial. Su sucesor,
Cambiases, avanzó desde Palestina hasta Egipto y, en el año 525 Ab. Se autoproclamó
faraón. Veinticinco años más tarde, Darío el Grande se impuso como “protector” de las
ciudades griegas de Asia Menor.
Desde tiempos remotos, las ciudades jonias estaban acostumbradas a vecinos extraños;
primero los frigios, después los lidios, pueblos cultos de reyes instruidos y generosos
como Midas y Giges, con quienes mantenían un intercambio cultural. Las ciudades
jónicas florecían y prosperaban por aquella época. Las magníficas ciudades de Mileto,
Éfeso, Lebedos, Focea, Elea, Pérgamo y las islas de Samos, Quíos, Mitilene y Hefaistia
llevaban muchos años de progreso a la antigua metrópoli. Cuando en Atenas, Esparta o
Tebas todavía creían en las Columnas de Hércules y en que la Tierra era plana,
Anaximandro en Mileto y Pitágoras en Samos enseñaban ya la configuración redonda
del planeta y Tales de Mileto calculaba de antemano el eclipse de sol del año 585 a. C.
A los jonios no les molestaban los asirios o los babilonios; pero a los persas no los
entendían. A los persas no les importaba Apolo y una acrópolis sólo les parecía atractiva
si era inexpugnable; no les impresionaban la belleza o la juventud y no encontraban
divertido el “embellecimiento” griego de la verdad. Por su parte, los griegos
consideraban mezquina la espiritualizada y monoteísta doctrina zoroástrica, lúgubre la
rigidez persa, despótico su dominio y sin gracia su proverbial amor a la verdad.
LA PRIMERA GUERRA:
Los jonios no aceptaron de buen grado la protección de Darío ni la imposición de
sátrapas que garantizasen esa protección. Empezando por Mileto, las ciudades jonias se
rebelaron contra el extranjero, con ayuda de un pequeño número de naves atenienses y
eretrias. Persia reaccionó ordenando un escarmiento, el primero realmente cruento de
los habitualmente tolerantes persas. Se prolongó durante cuatro años hasta que la última
ciudad jónica fue subyugada y todo quedó arrasado sin que la flotilla griega pudiese
evitarlo. Jonia era ahora persa y su prosperidad se esfumó de la noche a la mañana.
En el verano de 490 a.C la flota persa se hizo a la mar. Más tarde los griegos exageraron
al decir que habían sido seiscientas galeras y seiscientos mil guerreros. En realidad, se
calcula que fueron aproximadamente cien barcos y veinte mil hombres los que formaron
el ejército enviado contra Grecia.
Las islas donde atracó la flota se rindieron de inmediato. El siguiente paso era Eretria,
en la isla de Eubea, que fue arrasada como castigo por haber ayudado a Mileto. Sus
ciudadanos fueron raptados y asentados en las cercanías de Susa bajo el control del gran
rey.
El golpe a Eretria hizo que Atenas solicitase ayuda a las otras polis. Tebas se negó. La
pequeña ciudad de Platea acudió en su ayuda y el rey espartano Cleómenes prometió
ayudar, pero su ejército estaba muy dispersado y se trataba de una carrera contrarreloj,
ya que los persas habían llegado a tierra firme y se dirigían a Maratón.
El alto mando del lado griego era Milcíades, hijo del campeón olímpico Cimón. Con la
confianza de los atenienses depositada en él, se lo jugó todo a una carta: decidió salir de
las murallas de Atenas y enfrentarse a los persas a campo abierto. Milcíades confiaba en
la intervención de los espartanos, invencibles en la lucha cuerpo a cuerpo. Cuando en la
llanura de Maratón divisó a los persas, se detuvo y esperó. Pero los espartanos no
llegaron. A los veinte mil arqueros persas y la caballería transportada en barco se
enfrentaban diez mil hoplitas griegos. El general persa, Datis, atacó. Heródoto relata
fascinado lo que ocurrió:
Cuando les llegó el turno, los atenienses, dispuestos a presentar batalla sin más
demora, adoptaron la siguiente formación: al mando del ala derecha se hallaba el
polemarco, ya que, por esas fechas, entre los atenienses regía la costumbre de que el
polemarco tuviera a su cargo el ala derecha. Después del citado caudillo figuraban las
tribus, sucesivamente agrupadas, de acuerdo con su respectiva enumeración; por
último se alineaban los plateos, que ocupaban el ala izquierda. Y por cierto que, ante
la formación que entonces adoptaron los atenienses, en Maratón se dio la siguiente
circunstancia: como su frente tenía la misma extensión que el de los medos, en el centro
del ejército constaba de pocas filas, y constituía el punto más débil del mismo, mientras
que las dos alas se hallaban profusamente reforzadas.
Una vez formados en orden de batalla y en vista de que los presagios resultaban
favorables, nada más recibir la orden de avanzar, se lanzaron a la carrera contra los
bárbaros. Por su parte los persas, cuando vieron que el enemigo cargaba a la carrera,
se aprestaron para afrontar la embestida; si bien, al comprobar que los atenienses
disponían de pocos efectivos y que, además, se abalanzaban a la carrera, se aprestaron
para afrontar la embestida; si bien, al comprobar que los atenienses tenían pocos
efectivos y que, además, se abalanzaban a la carrera sin contar con caballería ni con
arqueros, consideraban que se habían vuelto locos y que iban a sufrir un completo
desastre. Esta era, en suma, la opinión que reinaba entre los bárbaros. Sin embargo,
los atenienses, tras arremeter contra sus adversarios en compacta formación, pelearon
con un valor digno de encomio. Pues, de entre la totalidad de los griegos, fueron, que
nosotros sepamos, los primeros que acometieron al enemigo a la carera, y los primeros
también que se atrevieron a fijar su mirada en la indumentaria médica y en los hombres
ataviados con ella, ya que, hasta el momento, sólo oír el nombre de los medos causaba
pavor a los griegos.
La batalla librada en Maratón se prolongó durante mucho tiempo. En el centro del
frente, donde se hallaban alineados los persas propiamente dichos y los sacas, la
victoria correspondió a los bárbaros. En aquel sector, como digo, vencieron los
bárbaros, quienes, tras romper la formación de los atenienses se lanzaron a su
persecución tierra adentro; sin embargo, en ambas alas triunfaron atenienses y plateos.
Y, al verse vencedores, permitieron que los bárbaros que habían sido derrotados se
dieran a la fuga e hicieron converger las alas para luchar contra los contingentes que
habían roto el centro de sus líneas, logrando los atenienses alzarse con la victoria.
Entonces persiguieron a los persas en su huída, diezmando sus filas hasta que, al llegar
al mar, se pusieron a pedir fuego e intentaron apoderarse de las naves [...]
Así fue, en definitiva, como los atenienses capturaron siete naves. Con el resto de la
flota, sin embargo, los bárbaros se hicieron a la mar y, tras recoger a los esclavos
capturados en Eretria, doblaron Sunio con el propósito de llegar a la capital antes que
los atenienses.
En Atenas, por cierto, circuló, a modo de acusación, el rumor de que los bárbaros se
habían decidido por esta maniobra a instancias de los Alcmeónidas, que habrían
llegado a un acuerdo con los persas para hacerles una señal, levantando un escudo,
cuando éstos se encontraran ya a bordo de sus naves.
Los persas, en suma, doblaron Sunio. Entretanto, los atenienses se dirigieron a
marchas forzadas en socorro de la capital y consiguieron llegar antes de que se
presentasen los bárbaros [...]
(Heródoto, VI 111-115)
Mientras los persas volvían en desbandada a los barcos, un corredor ateniense llevó la
noticia de la victoria hasta Atenas, atravesó la sierra de Brilesos, la llanura de Palene,
dejando atrás la montaña de Himetos y recorriendo en total 42 Km. Tras llegar y
anunciar la victoria, cayó muerto.
Mientras tanto, el ejército le seguía tan rápido como podía. Cuando Datis quiso tomar
tierra, el ejército ateniense estaba de nuevo ahí. Datis ordenó a las naves persas dar la
vuelta y regresar a Asia Menor. La batalla había finalizado y Atenas había vencido a los
persas. Un día después llegaron los espartanos.
Las celebraciones incluyeron procesiones, desfiles y funerales en honor de los guerreros
atenienses y poemas y canciones que magnificaron la hazaña. Fue así como nacieron los
“seiscientos mil persas” y el rumor de la traición de los alcmeónidas.
¿Qué ocurrió con Milciades? Por aquel tiempo uno de los estrategas de Maratón,
Arístides, era arconte. Durante su arcontado se ganó el sobrenombre de “el justo”. En
su calidad de arconte, accedió al plan que más adelante le propondría Milcíades.
Consistía en que Atenas debía “prestarle” su ejército y su flota para fines privados, ya
que quería hacerse con un área de dominio propia. Se decantó por Paros, ya que había
mostrado simpatía por los persas. Los habitantes de Paros llamaron a las otras islas a la
guerra. Tras duras batallas Milcíades fue herido y regresó a Atenas. La operación, que
había costado una fortuna, había fracasado. Atenas estaba indignada. Arístides dirigió
una investigación de la que fue juez el pueblo. Se condenó a Milcíades a una multa de
cincuenta talentos (unos 180.000€), lo cual era, basándose en el poder adquisitivo del
general, una sentencia moderada. Milcíades se negó a pagar. Por suerte Atenas no tuvo
que resolver la situación ya que Milcíades murió en la cárcel a causa de su herida.
En el breve período de paz tras Maratón, Atenas intentó aprovechar su fama de
salvadora de Grecia para librar a la Hélade de la piratería. A los habitantes de la isla de
Egina (a 25 Km de Atenas) les gustaba, por aquel tiempo, capturar los barcos atenienses
cargados de cereal. Los eginenses eran conocidos como los mejores marineros y
disfrutaban enormemente con ese “deporte. Pero cuando pusieron rumbo a la costa del
Ática y se dieron al saqueo, los atenienses decidieron echar sus veinte barcos al mar e
irrumpieron en la alianza del Peloponeso. Se repitió el fracaso de Paros. Los atenienses
decidieron revisar a fondo su política, a través de una sucesión de ostracismos: en 487
expulsaron a Hiparco, en el 486 al arconte Megacles, en el 484 a Jantipo, quien había
presidido el proceso contra Milcíades, y en el 482 a Arístides el Justo, el último de la
vieja guardia.
LA SEGUNDA GUERRA MÉDICA:
PREPARATIVOS:
En la primavera del 481 a.C, llegaron noticias alarmantes de que Persia planeaba una
venganza. Atenas depositó toda su confianza en un hombre de mucho prestigio,
calculador, sobrio e insociable. Se trataba de Temístocles, que tenía cuarenta y cinco
años. Su programa era radical. Quería convertir Atenas en una potencia marítima.
Exigió la ampliación del Pireo, para transformarlo en un gran puerto de barcos de
guerra, y la construcción de diques. También exigió iniciar la construcción de una
gigantesca flota de unos doscientos barcos de batalla. Para ello era necesario sacrificar
todo el presupuesto del estado y explotar hasta el máximo las minas de plata. Además
pidió que cada ciudadano acomodado sufragase un barco de guerra y su equipamiento.
Aquella parte de la población del Ática que no formase parte del ejército tendría que
ofrecer sus servicios como remero o marino. Esto significaba la capacitación para la
guerra de la cuarta categoría social, que hasta ahora solo podía participar en la guerra
como escuderos asalariados. Cuando los atenienses empezaron a protestar, Temístocles
llevó ante la asamblea a los mensajeros llegados de Asia Menor, quienes relataron que
Jerjes, tras la muerte de su padre, Darío, había convocado al ejército del imperio. Los
mensajeros coincidían en que se preparaba un ejército de cien mil hombres para el otoño
de 481 a. C, que se reuniría en la llanura de Castolos para, posteriormente, desplazarse
hacia Europa mediante un servicio continuo de barcos a través del Bósforo; el ejército
marcharía entonces por columnas en tierra, protegido por una escolta de setecienos
barcos de guerra a través de toda la costa.
En toda Grecia cundió el pánico. Entonces, aparecieron parlamentarios del rey persa
para preguntar a las ciudades si querían rendirse. El resultado de norte a sur fue el
siguiente:
- Tesalia se rindió.
- Epiro se rindió.
- Etolia se rindió.
- Ptólico se rindió.
- Lócrida se rindió.
- Fócida se negó.
- El norte de Eubea se rindió.
- El sur de Eubea se negó.
- Tebas se rindió.
- Tespias se negó.
- Platea se negó.
- El Ática (cómo no) se negó.
- Las Cícladas orientales se rindieron.
- Las Cícladas occidentales se negaron.
- Megara se negó.
- Egina se negó.
- Acaya se rindió.
- Argos se rindió.
- La Argólida se negó.
- Élide se negó.
- Esparta se negó.
Como insignias de la sumisión, las ciudades que se rindieron enviaron al rey persa tierra
y agua. Pero dio igual, ya que las dos ciudades que interesaban a Persia, Atenas y
Esparta, se habían negado. Jerjes comenzó la movilización del ejército.
Al final del otoño del 481 a.C las principales ciudades griegas se reunieron en Corinto.
Se eligió Corinto por estar a mitad de camino entre el norte y el sur y por el carácter
alegre y cosmopolita de la ciudad. Como primer paso, se decidió que parasen todas las
hostilidades y conflictos entre ciudades griegas. Se obligó a las ciudades a que llamasen
de vuelta a los ciudadanos desterrados por motivos políticos. Se decidió diezmar las
propiedades de todos aquellos que colaborasen o hubiesen colaborado con los persas y
donar lo incautado al dios Apolo de Delfos a cambio de que el dios les concediese la
victoria. Finalmente los gobernantes de las distintas polis se reunieron para jurar
alianza y fidelidad. Corinto envió tres espías a Asia Menor. Los tres fueron
descubiertos y, compareciendo ante Jerjes, éste dio un discurso a sus generales sobre los
fines de la guerra psicológica y ordenó informar a los espías plenamente sobre los
planes de su ejército. Después los envió de vuelta. Lo que relataron en Corinto causó el
terror entre los griegos. Habían contado 1.207 barcos de guerra y unos 3.000 de
transporte. Habían visto 517.000 marineros, 80.000 caballos y 1.700.000 soldados que
formaban el núcleo del ejército, junto con otros contingentes extranjeros y carros de
combate. Pero eso no era todo. Detrás venía el séquito que ascendía a más de dos
millones de soldados, además de concubinas, cocineras, animales de tiro y de carga,
perros etc. El informe era una fanfarronada persa.
La investigación histórica ha obtenido resultados divergentes sobre cuántos eran
efectivamente los persas. La aproximación más verosímil fue la de F. Mauric que
calcularon unos 175.000 guerreros y 1.200 barcos.
LA GUERRA:
En mayo del 480 a.C Jerjes se puso en marcha desde Sardes, En Asia Menor. En junio,
el ejército estableció una conexión marítima y cruzó el Helesponto. En julio, los persas
habían alcanzado Tesalia. Llegados a este punto, el ejército de tierra dobló hacia el
interor y la flota se dirigió al sur de Tesalia. Por la noche se desató una tormenta que
duró tres días, estrellando contra las rocas a cuatrocientos barcos. Con los barcos que se
habían salvados, la flota continuò hacia el sur doblando el cabo de Artemision y
entrando en el estrecho, donde les esperaba la flota griega. Los persas pensaron que
estaban ante una parte de la flota. Lo que no sabían era que los barcos que se
enfrentaban a ellos eran todos los que la alianza helénica poseía: doscientos setenta, de
los cuales Atenas había proporcionado ciento cuarenta y siete. El comandante en jefe
era un espartano, Euribíades, que carecía de experiencia como marinero. La guerra se
hubiese perdido de antemano, si no hubiese sido Temístocles el cargo de primer
estratego del ejército. En sus manos recaía todo el plan estratégico y todo el dinero para
financiar la guerra. En los días sucesivos se desarrollaron sucesivamente dos batallas: la
del cabo de Artemision y la del desfiladero de las Termópilas.
Los persas tenían tres motivos para hacer su ruta por el cabo de Artemision: éste
constituye la entrada al estrecho entre la isla de Eubea y la tierra firme, que estaba
protegido de las fuertes corrientes; era la manera más corta para llegar a Atenas; por
último, en el camino de la costa, cerca de las Termópilas, el ejército podía reunirse con
la flota.
El plan griego consistía en retener a Jerjes en las cercanías de las Termópilas hasta que
Euribíades hubiese derrotado a la flota persa. A Temístocles este plan no le gustaba, ya
que era imposible tender una trampa desde el estrecho de Eubea. Temístocles estaba
convencido de que Jerjes atacaría las Termópilas, en cuyo caso tendrían a los persas a
sus espaldas.
Cuando el ejército persa llegó al estrecho, se detuvo. No podían avanzar más porque las
Termópilas estaban cerradas por barricadas y detrás de estas, se situaba un ejército
griego cuyo número desconocía Jerjes.
Durante cinco días, Jerjes observó las maniobras de la flota griega y entonces ordenó
que una parte de su flota circunnavegase la isla de Eubea y entrase en el estrecho por el
sur para poder avanzar hasta las Termópilas y alcanzar a Temístocles por la espalda. Al
mismo tiempo dio la señal para el ataque al estrecho. Durante cuarenta y ocho horas los
persas se lanzaron contra las barricadas. Al tercer día llegó un mensaje de que el intento
de rodear Eubea por mar había fracasado (una tempestad había ganado de nuevo en
favor de los griegos). Jerjes estaba inmovilizado en las Termópilas.
Entonces llegó un traidor dispuesto a ayudar. Un habitante de las montañas le reveló un
sendero secreto entre los montes, a través del Eta, que les conduciría hasta la retaguardia
de los griegos.
La guardia del rey se puso en marcha durante la noche. Al amanecer, los griegos
observaron la larga fila de enemigos que descendía desde las cumbres. La situación
había pasado a ser fatal para los griegos. Los barcos griegos se acercaron a la costa y
desaparecieron en dirección a Atenas, donde Temístocles planeaba tender una
emboscada a la flota persa en el estrecho de Salamina.
En las Termópilas el espartano Leónidas, al mando de la infantería griega, defendía el
terreno con alrededor de siete mil hombres. Para no sacrificar en vano unos soldados
que podían ser necesarios más adelante, Leónidas ordenó la retirada de todos los
guerreros a excepción de sus trescientos espartiatas y algunos voluntarios de Tesalia. En
cuanto el resto de los soldados se hubieron marchado hacia Atenas, Leónidas decidió no
esperar hasta que los enemigos atacasen por la espalda. Dejó atrás las barricadas y se
lanzó a por Jerjes. Los espartiatas resistieron ocasionando estragos entre los persas.
Entre los muertos se encontraban dos hijos de Jerjes. Cuando la guardia persa intervino
por la retaguardia, Leónidas retrocedió a una ladera. Permanecieron apoyados contra la
pared de roca, mientras los persas se abalanzaban sobre ellos. Miles de espadas cayeron.
La batalla debió de acabar en cuestión de minutos.
En el lugar en el que los soldados griegos cayeron, se ve hoy todavía un león de piedra
que los griegos erigieron en su memoria. Muchas inscripciones se pueden leer aún, entre
las cuales una al puro estilo espartano:
Caminante, si pasas por Esparta, cuenta
que nos has visto aquí detenidos, como la ley nos ordenó.
Tras la victoria, el ejército persa se desplazó a través de Fócida, Beocia y el Ática,
devastando y quemando todo lo que se encontraba en su camino, dejando intacto sólo
Delfos, probablemente por respeto a su carácter religioso. Tespis fue devastada, Platea
borrada y entonces se dirigieron al Ática.
Pero cuando llegaron a Atenas, esta estaba vacía, excepto por los guardias de la
Acrópolis y algunos sacerdotes. Jerjes dio orden de prender fuego a la ciudad. Desde
Salamina, los griegos podían verla arder.
Los espartanos, mientras, se atrincheraron en el istmo de Corinto.
EL FINAL DE LA GUERRA: SALAMINA, MICALA Y PLATEA
Siguiendo un plan estratégico de Temístocles (supuestamente inspirado por el oráculo
de Apolo) los atenienses habían abandonado su polis, refugiándose en la vecina y
diminuta Salamina donde esperaban pacientemente junto con toda la flota. Se trataba de
atraer a los persas hacia la estrecha bahía de Salamina. A través de un supuesto traidor,
llegó a oídos de Jerjes que la flota de griega estaba a punto de dispersarse. Los persas se
apresuraron hacia la costa. Seiscientos o setecientos barcos persas se agolpaban
alineados formando un arco, de espaldas a la tierra firme. Las tropas persas ocuparon el
pequeño islote que cierra la bahía por el este y una escuadrilla circunnavegaba Salamina
para bloquear el acceso por Megara.
Los griegos, por su parte estaban amarrados en el puerto, protegidos por la bahía.
Hicieron esperar a los enemigos toda la noche, con la intención de cansarlos A la
mañana siguiente, los barcos griegos salieron de sus posiciones formando una cuerda
oblicua que cerraba el arco constituido por los persas y atacaron al sorprendido y
cansado enemigo. En salvajes enfrentamientos de barco a barco, los navíos corintios,
espartanos y eginenses se fueron retirando hacia atrás, atrayendo a los persas que
quedaron atrapados en la bahía. Dada la escasez de espacio para maniobrar, sólo los
barcos de los extremos podían luchar contra los griegos. Tan pronto como los persas se
vieron involucrados en el movimiento circular, Temístocles arremetió con los atenienses
por el costado. Los barcos persas no podían virar, y cientos de sus naves se veían
obligadas a dejarse llevar por la corriente, corriendo el riesgo de encallar. . El almirante
persa dio la señal para emprender la huida. Con la protección de la oscuridad se salvó el
resto de la flota al dirigirse hacia el Pireo (el puerto de Atenas) y proseguir rumbo a
Andros. Cuando llegaron, les esperaban los griegos. Los persas huyeron a Asia menor
con enemigos pisándoles los talones.
El verano siguiente fueron atacados por sorpresa en la bahía de Micala, perdiendo el
resto de las naves.
La flota persa estaba aniquilada y el gran rey había regresado a Sardes, pero la guerra
aún no había acabado. El ejército persa, bajo el mando del general Mardonias, se había
retirado a Tesalia con unos setenta mil soldados. Los delegados griegos se reunieron en
Esparta. Temístocles presentó un nuevo plan estratégico para obligar a Mardonias a
retirarse definitivamente de Grecia. Pero el plan fue rechazado y Temístocles abandonó
Atenas. Los atenienses y sus aliados, cansados de la guerra, sólo pensaban en
reconstruir sus ciudades y volver a la normalidad. Además, los espartanos aseguraban
que podían vencer a los persas por tierra si se producía un nuevo ataque.
Al llegar la noticia a oídos de Mardonias, envió un emisario con una oferta de paz a los
atenienses: exigía la rendición oficial ante el gran rey y, a cambioo, prometía el indulto
para todos los ciudadanos y la reconstrucción de la ciudad con fondos persas. A la
propuesta respondió Arístides el Justo (Arístides, Jantipo y Cimón, habían sido
indultados del ostracismo durante el simposio de Corinto). Ante la negativa, los persas
invadieron el Ática. Los atenienses huyeron de nuevo a Salamina. Enviaron a Jantipo y
Cimón a Esparta y, finalmente, ambos convencieron a los éforos de que los persas
debían ser vencidos si no se quería correr el riesgo de perderlo todo hasta el istmo de
Corinto. En un abrir y cerrar de ojos, los espartanos, con Pausanias al mando,
movilizaron a todo el Peloponeso y se reunieron en el istmo con atenienses, plateos,
eginenses y corintios, formando un ejército de unos 30.000 hombres. Pausanias marchó
en dirección a Tebas. Al llegar a la llanura donde se levantaba, devastada, la polis de
Platea , se encontraron con cincuenta mil soldados persas (más algunos voluntarios
tebanos y foceos) . Pausanias dio la orden de atacar por el flanco y hacia atrás a los
atenienses (que formaban el ala izquierda del ejército). Pero Arístides no entendió la
maniobra y siguió avanzando, creando una brecha en el frente griego. Mardonias
aprovechó la confusión y atacó con la caballería. Los espartanos, en una maniobra
habitual en los entrenamientos, clavaron escudos y lanzas en la tierra, con las puntas
hacia el enemigo, y apoyaron todo el peso del cuerpo contra ellas para hacer frente a las
oleadas de la caballería persa. Las primeras filas fueron aplastadas, los cuerpos de los
caballos se desplomaron encima y se fueron amontonando. Después de cada choque, los
espartanos avanzaban unos pasos sin romper la formación, hasta que alcanzaron de
nuevo sus posiciones junto a los atenienses. Los atenienses reunieron sus fuerzas y se
dirigieron al campamento persa. Los persas, que habían perdido a su general, dieron la
batalla por perdida y huyeron.
Lo griegos, tras prometer un santuario a Zeus en el lugar de la batalla y declarar
“inviolable” la ciudad de Platea, decidieron ajustar cuentas con Tebas por haberse
aliado con Persia. La ciudad se rindió enseguida. Los gobernantes fueron hechos
responsables y ajusticiados. Fueron los últimos muertos. La guerra había terminado.
Grecia era libre y, por primera vez en su historia, estaba unida por algo más que la
lengua y la religión.