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COMUNICACIÓN ASPANDI
"EN MADRID SE TRATA MEJOR EL CÁNCER QUE LAS
ENFERMEDADES MENTALES"
David Ruipérez, periodista y autor de 'Mi mente es mi enemigo'
18-03-2009 - Celia G. Naranjo - Fotografías: Diego Sánchez. Madridiario.es
Después de varios años informando sobre temas de salud, David Ruipérez
(Madrid, 1979) decidió abordar a fondo las enfermedades mentales, a través de
testimonios de afectados, pero también de psiquiatras y expertos, que ayuden a
comprender mejor estos problemas. Así publicó, junto a su colega Lorena López
Lobo, 'Mi mente es mi enemigo', un libro que bucea en algunas de las dolencias
más olvidadas y estigmatizadas de nuestros días.
¿Por qué decidió escribir este libro?
'Mi mente es mi enemigo' pretende que los propios enfermos sean los protagonistas de
sus historias y por eso ellos las cuentan en primera persona. Aunque muchas veces
desde el anonimato, porque podrían tener problemas laborales si se conociera su
identidad, ellos se abrieron en canal para los lectores. Pero además, como esa no deja de
ser una visión subjetiva, quisimos enriquecer el libro con una parte objetiva, pero muy
amena, sobre cada enfermedad. La gente confunde mucho estas dolencias, porque no
quiere ni oír hablar de las enfermedades mentales.
¿Hasta dónde llega esa ignorancia?
El desconocimiento genera rechazo. Por eso es necesario explicar las cosas muy claras:
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los síntomas, los tratamientos... Estos enfermos no son incurables, como dan fe muchos
de los testimonios del libro. Llevan una vida normal una vez que tienen su enfermedad
estable y controlada. Así que queríamos introducir un poco más de cultura en un campo
de la medicina que está muy olvidado. Ahora la gente se interesa mucho por el cáncer,
pero con las enfermedades mentales no suele hacer lo mismo. Hay una especie de
barrera que solemos interponer entre nosotros, los que nos consideramos ‘cuerdos’, y el
resto. Además, nadie está libre de padecerlas: las estadísticas dicen, por ejemplo, que en
casi todos los centros de trabajo hay personas con alguna dolencia mental.
Pero otras enfermedades, como el cáncer o el sida, no están tan presentes en las
páginas de sucesos, mientras que las mentales sí.
Es es injusto y absurdo y supone no ver más allá de la noticia inmediata. Cuando una
señora prendió fuego a una bombona, había ido a pedir ayuda incluso a un programa de
televisión, y sin embargo no la había recibido, lo que probablemente habría evitado la
explosión. El problema es que no existen recursos sociales para ayudarlos. Hay
esquizofrénicos viviendo solos que, si no se toman la medicación, pueden experimentar
alucinaciones y delirios. Con todo, José Giner, presidente de la Fundación Española de
Psiquiatría y Salud Mental, dice: “A mí me da más miedo ir a un Madrid-Barça con los
Ultras Sur que meterme en un psiquiátrico”.
Entonces, no hay relación entre los sucesos y las enfermedades mentales.
No. El problema es que, cuando hay una dolencia mental de por medio, se destaca
mucho. Es verdad que, por ejemplo, hay muchos esquizofrénicos viviendo solos y no
puedes esperar que se tomen la medicación, porque los deja hechos polvo. El
esquizofrénico, y eso es un denominador común dentro de estas dolencias, no suele
tener conciencia de la enfermedad. Si uno piensa que no le pasa nada, ¿por qué va a
tomarse una pastilla que encima le deja como un zombi? En países mucho menos
desarrollados que el nuestro, por ejemplo la India, los enfermos mentales tienen menos
problemas porque la red social es mucho más fuerte. Sin embargo, aquí vemos con
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cierta frecuencia casos de personas con síndrome de Diógenes muertas en sus casas y
durante años nadie, ni sus vecinos, se han preocupado por ellas.
El problema, entonces, es la indiferencia de la sociedad.
Sí, y además llaman mucho la atención las grandes patologías clásicas, pero están
surgiendo otras, como las adicciones tecnológicas o a las compras, tan devastadoras
como las demás. Hay quien se arruina y arruina a su familia por comprar cosas que no
necesita, llegando incluso al alcoholismo o al suicidio, pero la sociedad lo ve como algo
menor. Y tampoco se les brinda mucha ayuda. Hay pacientes que han pasado por
muchas manos, han tocado fondo y no han mejorado hasta que han dado con un
psiquiatra determinado.
¿Cree que si desapareciera el estigma que los considera peligrosos, los enfermos
mentales tardarían menos en reconocer sus patologías y buscar ayuda?
Habría que hablar con normalidad de estos temas en los programas de televisión y dar
una imagen positiva, real, con referentes sociales que admitan tener una enfermedad
mental con naturalidad, y expliquen cómo viven una vida tranquila y normal. Hace falta
buena información, porque ahora mismo persisten muchos tópicos sobre estas
enfermedades. También hace falta que la Administración también haga campañas. Eso
acabará ocurriendo, pero es una carrera de fondo. Hace una década, la ansiedad y la
depresión eran vistas como excusas para faltar al trabajo. Si ahora una persona tiene una
baja con ansiedad, es equiparable a que se la coja por haberse roto una pierna. Con estas
enfermedades, más prevalentes, la sociedad es más comprensiva, pero con los trastornos
de la personalidad todavía queda mucho camino por recorrer.
También está la banalización y la ridiculización. Eso ocurrió, por ejemplo, cuando
David Beckham habló de su trastorno obsesivo-compulsivo…
Sí, y muchas personas lo tienen, aunque en grados más leves. Hay quien necesita tenerlo
todo ordenado, pero en un mayor grado estas obsesiones pueden condicionar la vida.
Hay quien baja cada media hora a comprobar si el coche está completamente cerrado o
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cree que se van a morir si no escucha una canción cientos de veces. Eso no es vida.
Además, estas personas se ven privadas de un círculo social mínimo, porque esos
comportamientos se consideran excentricidades.
Y eso no ayuda...
Si la gente tuviera más información sobre estos temas, el entorno cercano de los
pacientes estaría en condiciones de adelantarse y ofrecerles su ayuda cuando ellos
mismos no son conscientes de lo que les pasa. Pero si un ludópata se ve arropado por su
familia y por un grupo de personas que tienen su misma enfermedad, deja de sentirse
solo y se anima a reconocerlo. Hasta que llegue el día en que se pueda decir: "Yo sufro
un trastorno bipolar" con naturalidad. ¿No es más peligrosa una persona que se toma
dos copas y coge el coche que un esquizofrénico? Y sin embargo, a la primera no se la
mira como a una apestada.
¿Qué opina de los recursos públicos para tratar a estos pacientes?
En España hay muy buenos psiquiatras, pero ni la sanidad pública ni la privada cuentan
con la infraestructura necesaria para dar un servicio a estos pacientes. Yo prefiero que
mi hijo tenga un cáncer a una enfermedad mental, porque tiene muchas más
posibilidades de vivir mejor. Con un cáncer le van a dar una atención rápida, va a tener
a los médicos volcados, tecnología, y hay más posibilidades de que le vaya bien en la
vida. Un esquizofrénico tiene que ir de médico en médico, tomará pastillas, pasará
mucho tiempo sin que nadie le diagnostique bien lo que tiene, y después engrosará en
unas listas de espera horribles en la sanidad pública.
Entonces, ¿dónde pueden acudir?
Casi a ningún sitio. Y lo peor es que las estadísticas recogen una tasa alta de suicidios y
de muertes prematuras entre las personas con enfermedad mental, bien por
desesperación o bien por conductas de riesgo derivadas de la propia dolencia. Y lo
habitual es que no tengan a qué agarrarse.
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En Madrid existen los Centros de Rehabilitación Psicosocial. ¿Qué opina de este
recurso?
Algo hay, pero aparecen problemas incluso para pedir las ayudas. Imaginemos el mejor
de los escenarios posibles: una familia que está volcada y una persona dispuesta a tratar
su enfermedad. Y resulta que no sabe a dónde acudir. Con lo cual, mucho peor si se
trata de una persona que vive sola o en una familia desestructurada. Y la sociedad los
ignora: los vecinos pueden sospechar algo, pero nadie se acerca a preguntar ni a ofrecer
ayuda.
Una de las principales críticas a la Administración es que los psiquiátricos se
cerraron sin dar ninguna alternativa.
Se ha pasado al otro extremo, que supone que la gente está mejor con su familia y en su
casa. Pero habrá casos en los que no sea así. Conozco el caso de una madre de 70 años
que se encierra con llave en su habitación por temor a que su hijo le pegue una paliza y
la mate. Eso no se puede consentir. Aquí se hacen hospitales muy bonitos, y hay buenos
médicos y buenos servicios, y se saca pecho de que hemos comprado un escáner mejor
que los del resto de los hospitales europeos. Pero también hay que pensar en toda esta
gente; además, las cifras de afectados son alarmantes.
Hace poco hubo una polémica sobre los centros de menores con trastornos de
conducta. ¿Qué ocurre con estos niños y adolescentes?
Un menor nunca va a estar viviendo solo en un piso a espaldas de la sociedad; siempre
va a tener a alguien que se preocupe por él. Los psiquiatras piden una especialidad de
psiquiatría infantil, porque la atención en etapas tempranas puede evitar que después
vaya a más. Por otra parte, es muy importante que no se toquen los servicios de
psiquiatría cuando se 'mete mano' a la sanidad, porque el vínculo entre el paciente y su
psiquiatra tiene que empezar otra vez de cero. Para tratar un cáncer o un asma se tira de
informes mensurables y objetivos; ahí da igual lo que diga el paciente. Pero en
psiquiatría a veces se necesitan años para poder hacerse con las riendas de un caso.
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