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ALAMES ECUADOR Límites de la participación social en el Ecuador Juan Cuvi1 Existe una inusitada paradoja a propósito de la participación social y el régimen político en el Ecuador. Resulta que a la etapa neoliberal le correspondió una participación ciudadana y una movilización social mucho más intensas, comprometidas y politizadas que durante el período del actual gobierno. En efecto, el proceso de desmovilización, desarticulación organizativa y apaciguamiento de las luchas populares que se ha operado en el gobierno de Correa no tiene parangón en la historia ecuatoriana. Entre la cooptación a los dirigentes sociales, el clientelismo y la persecución a las organizaciones populares, prácticamente se ha desmantelado a la sociedad civil. Las tres décadas de lucha contra el neoliberalismo naufragaron en las turbias aguas de la burocracia estatal. La inoperancia y el sometimiento del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social (CPCCS), que en su momento fue promocionado como el paradigma de la participación ciudadana, no puede ser la imagen más patética de su fracaso: las demandas de la sociedad, algunas de la cuales –como la campaña para la consulta popular en favor del Yasuní– constituyen realmente un hito en la democratización del poder político, fueron sacrificadas por este organismo en función de los requerimientos tecnocráticos del gobierno. La instancia que por mandato constitucional debe promover y facilitar la participación de la ciudadanía en los asuntos públicos de interés general, optó en este caso concreto por colocarse a contramarcha de la voluntad y de las aspiraciones del pueblo. Dos hipótesis pueden ensayarse para explicar este curioso fenómeno, que a primera vista refleja una ambigüedad difícil de entender. En primer lugar, que una gran parte de las organizaciones sociales se convencieron de que sus respectivas agendas finalmente estaban siendo canalizadas desde el gobierno, con lo cual la presión social y la vigilancia sobre la administración pública se volvieron innecesarias. Dentro de la vieja cultura tutelar que ha operado en nuestra sociedad, se dejó en manos del Estado la responsabilidad de realizar las transformaciones históricas. En segundo lugar, que el gobierno de Correa en ningún momento representó un verdadero proyecto de cambio, sino más bien una estrategia de recomposición del capitalismo luego de la crisis sistémica experimentada en la década anterior. Desde esta perspectiva, lo que estaba en juego era la posibilidad de neutralizar a los sectores de izquierda, movimientos indígenas, gremio y organizaciones populares con el propósito de crear un escenario menos conflictivo para la realización del capital transnacional. Esta segunda hipótesis se sustenta sobre todo en las políticas de apertura indiscriminada puestas en práctica por el gobierno para facilitar el ingreso de las corporaciones transnacionales dedicadas a la extracción minera y petrolera. El extractivismo sería la modalidad colonizadora que adopta el capitalismo mundial en los países pobres. En cualquiera de los dos casos, lo cierto es que el Ecuador ha experimentado un grave descenso en la participación social, sobre todo a partir de 2008. Todo el entusiasmo y la energía que se desplegaron en los años anteriores, y que derivaron en la convocatoria a la Asamblea Constituyente de Montecristi, terminaron diluidos por la lógicas operativas del poder. Ya en la misma Asamblea Constituyente se escamotearon algunas de las 1 Máster en Desarrollo Local; Director de la Fundación Donum; Coordinador Técnico del proyecto para la Construcción de una Plataforma por el Derecho a la Salud. 1 reivindicaciones y propuestas que habían estado en el centro de las agendas sociales durante mucho tiempo. El esquema híper presidencialista que se diseñó para la nueva Constitución permitió tal concentración de poder en la Función Ejecutiva que poco a poco se pudo prescindir de la intervención de la sociedad en la esfera pública. En un par de años, toda la fuerza y la efervescencia populares que llevaron al poder a Correa habían sido empeñadas al nuevo caudillo. La participación social empezó a ser tan incómoda como innecesaria para el gobierno2. Una legislación abundante pero limitada. Esta realidad, no obstante, podría ser disimulada por la abundancia de normas, postulados, procedimientos, principios y objetivos que existen tanto en la legislación ecuatoriana como en los documentos oficiales. En efecto, la actual Constitución3 no solo insiste de manera reiterada y sistemática en el tema de la participación social, sino que tiene un capítulo entero donde se desglosan sus objetivos más generales. A su vez, el Plan Nacional del Buen Vivir 2013-2017 4 (PNBV), que define amplia y extensamente el programa de Alianza País, insiste en que la participación social y el fortalecimiento del poder popular constituyen un eje fundamental del proceso de transformación social del país. Adicionalmente contamos con una Ley de Participación Social5 que especifica los instrumentos, procedimientos, mecanismos y alcances de la participación social. En teoría, existe un marco jurídico y conceptual que estimula y garantiza la intervención e incidencia de la sociedad civil en las decisiones públicas. Pero en la práctica, todos los espacios de participación ciudadana, tanto de hecho como de derecho, han sido restringidos a través de dos mecanismos: el sometimiento a las necesidades coyunturales del gobierno, o su descalificación y rechazo desde el poder. Respecto del primer mecanismo, durante siete años se ha aplicado una efectiva estrategia de cooptación de dirigentes sindicales, gremiales y sociales de organizaciones populares, grupos de izquierda y partidos políticos locales mediante el reparto de cuotas burocráticas –no de cuotas de poder real– gracias al férreo control que ejerce el Ejecutivo sobre los demás organismos del Estado. Todas las instancias estatales donde se ha dado cabida a estos nuevos funcionarios terminan respondiendo a la agenda del gobierno central, no solo en contra de su propia normativa, sino, con frecuencia, en contra del interés general. Las funciones judicial, legislativa, electoral y de transparencia – solamente para mencionar a las instancias estatales más representativas– han perdido completamente su autonomía. Respecto del segundo mecanismo, las iniciativas de intervención o participación ciudadanas independientes han sido metódicamente torpedeadas por el gobierno, llegando inclusive a la persecución y enjuiciamiento penal de varios veedores o fiscalizadores sociales. Inclusive en aquellas iniciativas contempladas expresamente en la ley, como son las veedurías y observatorios ciudadanos. En la realidad, la acción ciudadana de control 2 3 4 5 Inclusive un estudio sobre protección social bastante favorables al gobierno del Ecuador considera que los distintos actores sociales, desde las cámaras de la producción hasta los movimientos sociales y gremiales, han estado prácticamente ausentes del debate de las decisiones sobre políticas públicas. Ver Carranza Barona, César y Cisneros, María Victoria, Hacia un sistema de protección social más inclusivo en el Ecuador. Seguimiento y desenlace de un proceso de construcción de consensos en la búsqueda del Buen Vivir, CEPAL – Serie Políticas Sociales No. 205, Santiago de Chile, julio 2014. Constitución de la República del Ecuador. Publicación de la Asamblea Constituyente, 2008. Secretaría Nacional de Planificación y Desarrollo – SENPLADES, Plan Nacional del Buen Vivir 20132017, Quito 2013, versión electrónica. Ley de Participación Social. 2 sobre el Estado, que es en última instancia el propósito fundamental de la participación social, se ha convertido en un riesgo antes que en una virtud democrática. La inutilidad del control social ha fomentada la indiferencia y la desidia de la gente. Si a esto se añade la posibilidad de ser descalificado y perseguido, también se fomenta el miedo. La salud como espacio en disputa. El ámbito de la salud no está exento de estas limitaciones. Considerando que se trata de uno de los servicios con mayor incidencia y repercusión sobre la población, se supone que debería estar abierto a una mayor injerencia ciudadana. Inclusive desde una perspectiva epistemológica, la medicina contempla cada vez más la opinión del paciente, así como las políticas de salud dependen del rol activo de los usuarios para su efectividad (al menos si nos atenemos a las nuevas orientaciones sobre la relevancia de la promoción y prevención en salud). Si además tomamos en cuenta variables como la interculturalidad, las particularidades de género y etarias o el perfil epidemiológico, entonces la horizontalidad en la formulación y aplicación de las políticas de salud constituye un factor fundamental e insustituible del proceso. No es posible la transformación de la salud sin la construcción de consensos sociales, o sin un diálogo amplio, permanente y sistemático entre todos los actores que intervienen en el sector. Dos estrategias han conspirado contra el potencial de la participación social durante el régimen correísta. Por un lado la recentralización y la reconcentración del poder político. Las demandas de una descentralización que permitiera acercar la administración pública local a la sociedad civil organizada, y que constituyó una respuesta alternativa a la descentralización neoliberal basada en el mercado, han quedado neutralizadas por la verticalidad el modelo. Las instancias locales para la construcción colectiva de políticas de salud han sido desmanteladas. Más allá de sus limitaciones operativas, técnicas y políticas, pudieron haber sido potenciadas como espacios para una mayor intervención de las organizaciones sociales en las definiciones estratégicas. Hoy, los consejos de salud (provinciales, cantonales y parroquiales) están siendo eliminados inclusive en la legislación. Por otro lado, y en concordancia con el punto anterior, se ha producido una ofensiva en contra de las potestades de los gobiernos autónomos descentralizados6. En el campo de la salud, prácticamente se les han eliminado todas las competencias. Con esta medida se restringen las posibilidades de participación ciudadana, puesto que el sector salud es demasiado complejo y voluminoso como para viabilizar procesos participativos a nivel nacional. Ahí radica la inoperancia del Consejo Sectorial Ciudadano de Salud (CSCS), instancia que fue definida, desde la nueva normativa, como el espacio predominante de la participación social en la salud. Resulta imposible dinamizar la participación activa de las organizaciones sociales, gremios, asociaciones, colectivos, etc. en un modelo centralizado, que implica, entre otras dificultades, la necesidad de trasladarse frecuentemente a la capital de la República. Otro elemento que debilita en forma estructural al CSCS es su dependencia financiera y operacional del Ministerio de Salud Pública (MSP). La autonomía indispensable para presionar por una agenda que responda a las preocupaciones, intereses y expectativas de la sociedad no tiene cabida en este esquema. Siempre primará la agenda política del régimen, con no poco frecuencia acomodada a los requerimientos coyunturales. Las urgencias desplazan a los temas de fondo, como ha ocurrido, por citar 6 Para este punto hay que analizar el Código Orgánico de Organización Territorial, Autonomía y Descentralización (COOTAD). 3 un ejemplo, con el debate público de leyes importantísimas como el Código Orgánico de la Salud, la Ley de Seguridad Social y el Código Integral Penal y sus contenidos punitivos en contra de los profesionales médicos. El apuro y sigilo con que estos cuerpos legales han sido afrontados por el oficialismo –ya sea al interior del movimiento Alianza País, en la Asamblea Nacional mayoritariamente controlada por el partido de gobierno, o en el reducido círculo de la Presidencia de la República– no solo contradicen los principios de transparencia y participación consagrados en la Constitución, sino que provocan graves cortocircuitos sociales, económicos o jurídicos. Algunas normas han tenido que ser revisadas inmediatamente después de ser aprobadas; muchos trámites legislativos han sido postergados en forma indefinida ante la falta de diálogo y acuerdos. El tratamiento de cualquier ley sin agotar el debate con la sociedad genera tensiones de difícil solución. La lógica política amigo-enemigo impuesta por el correísmo termina por excluir a actores y propuestas que podrían ser un aporte trascendental para la salud. De este modo se elimina al debate como proceso de construcción democrática de las políticas públicas, y se reduce la participación ciudadana a una mera formalidad burocrática con aquellos actores previamente alineados y subordinados al gobierno. El régimen ha desarrollado una exagerada suspicacia respecto de los sectores críticos, los cuales, en ciertos casos, no encuentran otra vía de participación que la protesta callejera. Solo así pueden hacer escuchar sus demandas y propuestas. El caso del gremio médico y su movilización en contra de la penalización de la mala práctica médica fue la expresión más significativa de esta ausencia de espacio para la negociación. Entre la retórica jurídica y la práctica política. Una de las mayores dificultades que hemos enfrentado en los últimos años ha sido la escasa transparencia de los procesos de formulación y aprobación de leyes. Nada nuevo en la historia política ecuatoriana, es cierto, salvo que la arrolladora hegemonía del poder Ejecutivo conseguida a partir de la Asamblea Constituyente de 2008, prácticamente ha eliminado toda posibilidad de incidencia no solo de las organizaciones sociales, sino inclusive de la propia institucionalidad política (partidos de oposición, bloques parlamentarios no oficialistas, otras instituciones del Estado). Llevamos siete años en que las leyes han sido elaboradas y propuestas exclusivamente por el Presidente de la República y aprobadas sin ningún debate público. El bloque parlamentarios oficialista, que cuenta con mayoría absoluta, simplemente ha actuado como caja de resonancia de las iniciativas del gobierno en materia legislativa. Esta situación ha provocado un fenómeno inédito en la política nacional: nadie conoce el contenido definitivo de las leyes hasta que no cuenten con el visto bueno del equipo jurídico de la Presidencia de la República. En muchos casos, los anteproyectos de ley que han sido difundidos o filtrados al público han generado un debate inútil, puesto que terminan siendo modificados por el Ejecutivo, que cuenta con los mecanismos legales y políticos para hacerlo. El caso del anteproyecto de Código Orgánico de la Salud (COS) ha corrido con la misma suerte, incluso pese a que fue presentado de manera oficial por el Ministerio de Salud Pública (MSP), una instancia que depende directamente del Ejecutivo. Aunque existe incertidumbre y ambigüedad a propósito de su pertinencia y validez como futura ley, para efectos del presente análisis no tenemos más opción que basarnos en ese documento transitorio. Las referencias a la participación ciudadana están presenten en un considerable número de artículos y secciones del COS. Inclusive hay un capítulo entero cuyo título es, 4 justamente, Participación Ciudadana y Control Social. El componente central y más importante de este postulado alude a los derechos de la ciudadanía a –en forma individual o colectiva– participar en la formulación de las políticas de salud, planificación, priorización del gasto público y control social. Dicho de otro modo, contempla la posibilidad real de que las organizaciones sociales y los ciudadanos no solo incidan sobre las políticas públicas, sino que tengan el poder de decisión sobre las mismas. En síntesis, se trata de un despliegue de principios jurídicos orientados a fortalecer el rol de la sociedad en el ámbito público. A este principio de participación social hay que añadir otros que complementan la idea de una mayor transferencia de poder a la sociedad. En al artículo 3, correspondiente a las normas generales y principios, se señala, entre otros puntos, a las transparencia y a la interculturalidad como elementos fundamentales de la nueva normativa. En el artículo 9, y en esa misma línea conceptual, se plantea la autonomía del paciente como un derecho inalienable, aunque todavía entendida como libertad de elección más que como capacidad de decisión. En el artículo 30 se señala que el Sistema Nacional de Salud mantendrá permanentemente canales fluidos de información y comunicación con la población. Y en el capítulo mencionado en el párrafo anterior se resalta el criterio de la corresponsabilidad del poder ciudadano en el logro del Buen Vivir, en la promoción, prevención y autocuidado de la salud. En resumen, la normativa propuesta –no necesariamente aprobada– establece un horizonte envidiable para el fortalecimiento de la sociedad como actor prioritario y relevante en el campo de la salud. En gran medida, la aplicación efectiva de este COS implicaría una sujeción del Estado a los intereses, aspiraciones y dinámicas de las organizaciones sociales y de la ciudadanía en general. Es posible que el potencial democratizador que contiene esta legislación sea de difícil aplicación. El problema de fondo es que ya ha sido sometida a frenos y cortapisas desde el propio gobierno ecuatoriano. Por ejemplo, aspectos como la prohibición terminante de apropiación de los conocimientos y prácticas medicinales ancestrales de los pueblos y nacionalidades indígenas, que son uno de los pilares de la soberanía popular dentro del principio de la plurinacionalidad, se contraponen con los términos del capítulo de propiedad intelectual del Tratado de Libre Comercio (TLC) que el gobierno ecuatoriano acaba de suscribir con la Unión Europea (UE). El respeto a esas prácticas y conocimientos también está relacionado con el control territorial por parte de las comunidades, que requieren de una disponibilidad permanente de recursos biológicos para ejercer la medicina ancestral. La irrupción de las compañías mineras y petroleras en territorios indígenas, irrupción permitida y alentada por el propio gobierno, constituyen una afectación directa al derecho a ejercer su propia medicina (además de violentar derechos culturales y ambientales). La noción de integralidad que rige el mundo indígena, que conforma la base para el ejercicio de su propia medicina, queda fracturada por la arremetida de la modernidad asociada a la industria extractivista. Los principios de autonomía e interculturalidad entran entonces en flagrante contradicción con la agenda del gobierno de Correa. La posibilidad de consolidación de espacios y procesos sociales autónomos también entra en contradicción con las lógicas de control social aplicadas por el gobierno, y que han hecho del clientelismo político y de la publicidad sus mejores herramientas. En efecto, la única participación ciudadana aceptada y estimulada es la que se somete a las disposiciones y orientaciones oficiales. En estos años la cooptación ha sido tan devastadora que ha llegado a dividir a movimientos históricamente sólidos como el indígena, el de los trabadores y el estudiantil. En tales condiciones, la participación social ha tenido que volver a las calles, como históricamente ha ocurrido siempre. Y el caso de 5 la salud ha sido particularmente relevante por las movilizaciones de miles de profesionales de la salud en contra de un COIP punitivo y regresivo que se aprobó desde el oficialismo. Pese a la intensa presión social, el gobierno hizo de oídos sordos ante la demanda de los gremios médicos. La consecuencia de esa posición autoritaria e intransigente fue que los profesionales de la salud apoyaron mayoritariamente la multitudinaria marcha de los trabajadores del pasado 17 de septiembre cuestionando las políticas del régimen. La vieja contradicción entre Estado y sociedad civil, y entre proyecto de gobierno e imaginario social, vuelve a ponerse a la orden del día. La participación ciudadana siempre tiene ese potencial que puede desbordar la agenda y la dinámica de la burocracia estatal, sobre todo cuando se trata de un gobierno poco dispuesto al diálogo y contrario a la diversidad política. La imposición de un modelo político univoco, vertical y monolítico se desquicia frente a la diversidad y la diacronía. La urgencia por aplicar una agenda de gobierno resulta incompatible –por no decir opuesta– con la lenta y compleja construcción de un proyecto de largo plazo que se sostenga en un real poder popular. Los procesos políticos de largo aliento jamás producen los mismos réditos electorales que los efectos coyunturales inmediatistas. Indecisiones e indefiniciones sobre el modelo de salud. Desde esta misma paradoja entre teoría jurídica y práctica política toca analizar la incompatibilidad entre el modelo de salud propuesto en el anteproyecto de COS y las políticas del gobierno. En este punto también se pone en evidencia la típica contradicción entre las propuestas estratégicas y las coyunturales, entre el lento pero sólido proceso de la educación en salud y el efectismo de la obra física y de las acciones curativas, entre una política que no genera resultados tangibles y otra que basa su éxito en el fetichismo de lo visible e inmediato. El Modelo de Atención Integral de Salud (MAIS) que se contempla en el anteproyecto de COS –y que efectivamente rige las políticas actuales del MSP– tiene un enfoque claramente basado en la atención primaria de salud (APS). Define las estrategias, normas, procedimientos, recursos y herramientas que organizan el Sistema Nacional de Salud (SNS). Dicho de otro modo, establece los parámetros básicos dentro de los cuales deberían desenvolverse las políticas de salud en el Ecuador. Al menos las políticas públicas. No obstante, lo que hemos tenido hasta ahora es una repotenciación de las estrategias curativas, tanto desde el MSP como desde la seguridad social. La inversión en infraestructura, insumos, equipos y medicamentos es enorme, y contrasta con la reducida inversión en promoción y prevención. La transferencia de recursos públicos a prestadores privados de servicios de salud durante el actual gobierno no tiene antecedentes en la historia nacional. Ambas medidas responden a la necesidad coyuntural de dar respuesta al imaginario construido por la población alrededor del tema de la salud. Es decir, se trata de una respuesta clientelar para asegurar una base social electoral. Basta revisar la intensiva y atosigante publicidad estatal de los últimos años para confirmar la orientación curativa de la política pública: todo se resume a la provisión de servicios, en los cuales el paradigma tecnológico de punta es la piedra angular. Esta concepción modernizante de la medicina está a tono con la disposición de regular, vigilar y controlar la práctica de la medicina ancestral (artículo 40, literal g, del anteproyecto de COS), que se contrapone con los postulados constitucionales respecto de la autonomía de las jurisdicciones indígenas. Aplicar este artículo implica vulnerar uno de los derechos indígenas más 6 importantes. ¿Cómo pretende el Estado ejercer autoridad sobre una lógica cultural tan compleja, indescifrable y particular? Conclusiones Aunque existen varios puntos importantes sobre los cuales reflexionar a propósito de la relación entre régimen político y participación social en la salud, nos interesa empezar por aquel que consideramos el más relevante en función de definiciones estructurales: el modelo de salud y las estrategias para ponerlo en práctica. En cierta forma, esta reflexión nos retrotrae a un debate que no por viejo deja de tener actualidad, sobre todo porque sigue sin saldarse a favor de una racionalidad médica que desmercantilice la salud y asegure su derecho a todos los seres humanos por igual. En el fondo, el principal problema que afrontan nuestras sociedades es que el capitalismo reinante es un sistema que no puede reproducirse sin provocar daños a la salud, y que además crea patologías como una estrategia de acumulación. Las sociedades modernas no han sido concebidas para evitar la enfermedad sino para curarla. Es por eso que las iniciativas desarrolladas durante las últimas décadas a nivel global, con el propósito de fomentar la educación y la promoción de la salud, siguen siendo marginales en relación con el gasto, la inversión y el desarrollo de la biomedicina y de la medicina curativa. En el Ecuador, aunque los diferentes cuerpos jurídicos que norman el campo de la salud resaltan la primacía del enfoque preventivo, el ejercicio de la política pública se inclina en sentido contrario. Por lo general, los gobiernos tienden a responder a las demandas y expectativas de una población que, como consecuencia de sus carencias históricas y estructurales, ha desarrollado un imaginario de la salud asociado a la prestación de servicios. En la práctica, aplicar una adecuada política de salud pública implica asegurar la atención a los usuarios. El gobierno de Correa no ha escapado a esta lógica. Es más, el clientelismo que subyace a su estrategia política le obliga a sintonizarse aún más con este imaginario colectivo. Basta ver la publicidad oficial en salud para percatarse de ello: todo se centra en la oferta de servicios de lujo dotados de tecnología de punta. La consecuencia de esta ofensiva publicitaria ha sido que algunos indicadores que denotarían una mejora sustancial de las condiciones de salud de la gente (por ejemplo los embarazos de adolescentes o la desnutrición infantil) no se han modificado luego de ocho años de gobierno. En estas circunstancias, la agenda del gobierno se impone sobre los requisitos estratégicos de la sociedad en cuanto a su derecho a la salud. El régimen tuvo la oportunidad única de forzar un acuerdo social por la salud que estableciera políticas de Estado sostenibles y de largo aliento; ha contado con los recursos fiscales suficientes y con el capital político necesario como para sentar en la mesa de negociaciones a los principales actores de la salud. No obstante, optó por el inmediatismo de las decisiones, bajo el supuesto de conseguir transformaciones profundas (“revolucionarias”, en el léxico oficial) en el sector. La principal falencia dentro de esta estrategia es que los resultados palpables, medibles, inmediatos y efectistas únicamente pueden alcanzarse mediante una alianza tácita con el sector privado, como en efecto ha ocurrido con la construcción de infraestructura, la ampliación de los servicios y la provisión de equipos, insumos y medicamentos. En la práctica, la inversión pública ha terminado consolidando un modelo mercantilista de la salud. La agilidad empresarial se impone sobre la solidez de las políticas públicas. 7 En este mismo sentido, la priorización de una agenda gubernamental se contrapone con los tiempos y la diversidad de los actores sociales, sobre todo de las organizaciones locales y de base que requieren de procesos pausados y complejos para involucrarse en las dinámicas públicas. La participación auténtica de la sociedad implica la construcción permanente y acuciosa de un proyecto en común, donde la sostenibilidad radica en la autonomía de las organizaciones. Al promover acuerdos únicamente con sectores subordinados o cooptados desde el poder, el gobierno ha sacrificado la posibilidad de conferirle a la agenda de la sociedad civil un carácter vinculante. La participación ciudadana termina convertida en mera formalidad para legitimar las decisiones del gobierno central. Estos límites a la participación social repercuten directamente sobre los derechos y potencialidades de los pueblos y nacionalidades. El respeto a la autonomía resulta fundamental en un campo tan simbólico como es la salud, sobre todo para las comunidades indígenas. No se trata únicamente de garantizar las prácticas médicas ancestrales, sino de asegurar un entorno ambiental y cultural acorde con la integralidad de su cosmovisión. En el mundo andino el proceso de salud-enfermedad constituye una totalidad socio-espiritual que incluye instituciones, valores culturales y referentes históricos. La enfermedad tiene origen individual, familiar y comunitario. Estas condiciones son impensables sin una autonomía que permita un manejo integral del territorio7. Noviembre 2014 7 Cuvi, Juan, Curar y someter. Modelo biomédico y cultura política en el Ecuador, Abya-Yala, Quito, 2013, pp. 56-57. 8