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Juan David Parra
Karin García
ALFRED MARSHALL
¿Científico utilitarista o utitarismo adaptado a su ciencia?
Introducción
La dimensión utilitarista en el trabajo de Alfred Marshall debe analizarse con
cautela. En palabras de John M Keynes (1924), alumno prodigioso y profundo
conocedor de su vida y obra, “… sería correcto afirmar (…) que Marshall nunca
departió de manera explícita de las ideas utilitaristas que dominaban la generación
de economistas que lo precedió”. Sin embargo, añade, con algún grado de certeza,
la inexistencia de un “… pasaje en sus trabajos en el cual vincule el estudio de la
economía a esta doctrina en particular” (p. 318). Y en cierto sentido, las lecturas
contemporáneas al economista británico se mantienen fieles a dicha percepción.
Evidencias como el título del artículo de Dardi (2008), “Utilitarismo sin Utilidad…”,
o la aseveración de Hodgson (2005, p. 337) frente al “subdesarrollo” de la posición
filosófica del economista en cuestión, parecen revelar la persistencia de una
ambigüedad en la historia del pensamiento económico.
El legado marshalliano se encuentra condensado, en gran parte, en la evolución de
la metodología de la ciencia económica. En la carta dirigida al profesor Colson en
1908 (o 1909)1, Marshall expresa con claridad su preocupación frente a la
aplicación de razonamientos lógicos y consistentes en el análisis económico. Para
ello hace referencia a su lectura de la Economía Política de J S Mill, frente al cual
menciona: “intenté traducirlo en el lenguaje matemático antes de formar una
opinión o validar su trabajo. (Como resultado) encontré muchos desaciertos en su
análisis” (Marshall, 1933, p. 221). Quizás la misma lógica lo llevó a manifestar de
forma explícita en sus Principios de Economía (1969) la labor no prescriptiva de la
ciencia (p. 157) dejando clara su pretensión más metodología que normativa.
Tras lo anterior, se hace manifiesta la posibilidad de construir argumentos de peso
y de contrapeso a la idea de Marshall “el utilitarista”. El presente artículo pretende
dar un paso a la conciliación de ambas posturas. Si bien el fin filosófico padece de
falta de claridad, el método científico se adapta a las necesidades formales del
utilitarismo clásico. Está es la razón para incluirlo dentro de la investigación matriz
del presente estudio; su aporte metodológico al que se convertirá en el nuevo
utilitarismo o la escuela neo clásica.
¿De la ética a la economía?
Según Keynes (1924), fue la ética la que condujo a Marshall a la economía, y no al
contrario (p. 320). Sin embargo, antes de la filosofía, su interés se había
concentrado en la física, tras la cual pasó a la metafísica y finalmente a la economía
Parece existir una falta de claridad histórica frente al año puntual de la carta. Por lo tanto, siempre
que autores se refieren a la misma lo hacen de esta forma: 1908 o 1909.
1
política. Tal como lo narra su alumno, este camino estuvo siempre inspirado por
comprender algunas de las leyes de las dinámicas sociales; citando al propio
Marshall, simplemente, porque “la justificación de la condición de existencia de la
sociedad no era fácil (de comprender)” (p. 319).
Marshall se formó bajo una Inglaterra dual entre la dominancia del individualismo
(tradición heredada tanto del autoritarismo de Hobbes como del liberalismo de
Lock) y la tímida influencia del naciente evolucionismo biológico (Parsons, 1932,
pp. 325-326)2, ciencia que simplemente no podía ser ignorada por los economistas
políticos (Rafaelli, 2008, p. 36). Su pensamiento se vería inevitablemente
influenciado por el utilitarismo de Bentham, con el cual tuvo contacto ideológico a
través de Henry Sidgwick, la lectura de la obra de John Stuart Mill y del
marginalismo de Jevons. Sin embargo, como advierte Parsons (1932), su doctrina
parece no guardar mayor afinidad con el hedonismo o el liberalismo puro (1932, p.
331). Para comprender más su contexto intelectual habría que remitirse también a
la filosofía de Hegel y a la escuela de historia alemana.
La amplitud del espectro multidisciplinario, que sin duda penetraría y daría forma
a su método científico, se verá plasmado en la crítica implícita3 al principio
reduccionista de la ética utilitarista de su época; la maximización del placer
(Hausman & McPherson, 2006, p. 101)4. La visión marshalliana de las preferencias
del individuo trasciende la exogeneidad en la generación de las mismas. El
componente dinámico que le atribuía a la mente humana contradice por completo
el análisis determinístico de la simple (o extremadamente compleja) búsqueda de
la felicidad; “a medida (…) que el hombre crece en la civilización, su mente se
desarrolla (…) sus pasiones animales se empiezan a ver relacionadas con
actividades mentales (y) sus deseos se vuelven más sutiles y más variados”
(Marshall, 1969, p. 86)
Lo anterior guarda semblanza con el componente ético-histórico de su
adoctrinamiento científico. De hecho, algunos economistas sostienen que fue
precisamente el análisis histórico (como manifestación de la herencia alemana) “y
no el de teoría de la utilidad marginal” (Maloney, 1987 y Shove, 1942, citados en
Nishizawa (2008, p. 147)), el que guío la construcción de los Principios de
Economía Política, quizás su obra más representativa. Para Marshall la abstracción
atemporal en el análisis económico, crítica que constantemente dirigió a los
economistas políticos clásicos y a los pensadores marginalistas, era insuficiente
para lograr una plena comprensión de fenómenos complejos. Fue muy explícito en
afirmar la inoperancia de aspectos técnicos, como el uso de herramientas
Habría que precisar la existencia de distintas corrientes dentro del mismo análisis evolucionista.
Por un lado, el concepto de supervivencia darwiniano, contrapuesto, de manera alternativo por el
ambientalismo (environmentalism), defensor de una posición de la evolución concordante con la
cooperación entre las especies (Parsons, 1932, p. 326)
3 Más adelante se va mencionar el hecho que Marshall no estuviera interesado en críticar
directamente los preceptos utilitaristas.
4 En su texto, Hausman cita a Broome, para aclarar esta idea: “los mayores utilitaristas del siglo XIX
(en especial Bentham, Mill y Sidwick) tomaron la utilidad como un estado mental asociado a la
felicidad o el placer (o, más precisamente, como una propiedad de los objetos que causan dicho
placer)” (p. 101).
2
matemáticas, si su aplicación ignora por completo dimensiones relacionadas al
dinamismo del contexto socio cultural del hombre:
“… el error capital de los economistas ingleses de principios de siglo
no estaba en que ignorasen la historia y la estadística, sino en que
consideraban al hombre como si se hablara de una cantidad constante
y no se tomaron la molestia de estudiar sus variaciones” (Keynes,
1924, p. 342)
Su visión de fenómenos socio-económicos trascendentes, como la axiología misma
del capitalismo (Parsons, 1932, p. 318), parte de un proceso endógeno de la
formación de las llamadas preferencias del individuo. Para Marshall, en
contraposición a los llamados mecanismos de selección natural, es en la
interacción con el medio ambiente, donde se esconde la explicación de la evolución
de las sociedades humanas.
“… Marshall coincide con Weber (…) en que el concepto de selección es
inadecuado como principio general explicativo. La posición de Weber
(…) es que mientras la selección puede dar algunas explicaciones
frente a la supervivencia de una organización social dada una vez se ha
establecido, nunca podrá explicar los el origen de dichos parámetros
de selección” (Parsons, 1932, p. 320)
Pese a ello, sostendría Viner (1941), lo anterior no es prueba de un debate librado
en torno al legado utilitarista clásico del siglo XIX; “… no existe evidencia que
Marshall se haya interesado en esta controversia o haya creido en la significancia
inmediata del mismo en su teoría económica” (p. 228). Más aún, el motor de su
desarrollo doctrinal no parte del desafío a la ética domininante, sino de sus propios
preceptos morales alineados con la persecución del mejoramiento social del
hombre (p. 228), motivación que sin duda compartía con sus aparentes opositores
intelectuales. Desde dicha perspectiva, todo aparente antagonismo debe estudiarse
como una inevitable consecuencia de su visión ético-histórica del mundo.
Esta úlima observación es crucial para reenforzar la hipótesis del trabajo. El hecho
que Marshall “… nunca haya discutido, de forma explícita, estas cuestiones éticas”
(Viner, 1941, p. 231), refleja, en consecuencia, su lejanía filosófica del utilitarismo
clásico. De tal forma, habría que concluir que Marshall no podría ser caracterizado
como un seguidor de Mill o de Bentham. Simplemente su razonamiento humanista
se alejaban de tal perspectiva, sus preceptos morales no partían de la ética
utilitarista y su comprensión del hombre carecía de una visión determinística. Ello,
por lo menos, en un plano filosófico.
El método marshalliano: ¿un legado para el utilitarismo?
Referencias consultadas
Dardi, M. (2008). Utilitarianism without Utility: A Missed Opportunity in Alfred
Marshall's Theory of Market Choice. History of Political Economy , 40 (4), 613-632.
Hausman, D., & McPherson, M. (2006). Economic Analysis, Moral Philosophy, and
Public Policy (2da ed.). Cambridge: Cambridge University Press.
Hodgson, G. M. (2005). Alfred Marshall versus the historical school? Journal of
Economic Studies , 32 (4), 331-348.
Keynes, J. M. (1924). Alfred Marshall, 1842-1924. The Economic Journal , 34 (134),
311-372.
Marshall, A. (1933). Alfred Marshall, the Mathematician, As Seen by Himself.
Econometrica , 1 (2), 221-222.
Marshall, A. (1969). Principles of Economics (9th ed., Vols. II, Book 1). (C.
Guillebaud, Ed.) UK: The Royal Economic Society.
Parsons, T. (1932). Economics and Sociology: Marshall in Relation to the Thought
of His Time. The Quartely Journal of Economics , 46 (2), 316-347.
Rafaelli, T. (2008). The general pattern of Marshallian evolution. In Y. Shionovya, &
T. Nishizawa, Marshall and Schumpeter on Evolution. Economic Sociology of
Capitalist Development (pp. 36-47). UK: Edward Elgar Publishing Limited.
Viner, J. (1941). Marshall's Economics, in Relation to the Man and to His Times .
The American Economic Review , 31 (2), 223-235 .