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Apuntes sobre el periodo de la Reforma en México MIÉRCOLES 22 DE DICIEMBRE DE 2010 11:30 David Beciez* Durante el mes de septiembre de este año 2010, un alto jerarca de la iglesia católica se pronunciaba en contra del reconocimiento a los matrimonios entre homosexuales. El gobernador de Jalisco señaló –en este mes de octubre–, recientemente su “asquito” por las relaciones entre homosexuales, no lo dijo por cierto en el estado de ingesta de alcohol, además de la actitud que lo caracteriza cuando ha tomado, contra la ley, decisiones como asignar recursos millonarios a la construcción de diferentes templos católicos de su entidad, ni de los más de 20 millones de pesos pagados a Televisa por dos horas de transmisión por proyectar un concurso de belleza en su estado, por supuesto dinero no de él, sino de los contribuyentes. Uno de los cardenales que oficia en la Catedral (de la Ciudad de México) domingo a domingo, planteó que las leyes de los hombre no pueden ir en contra de las leyes de Dios, así que ni él ni la sociedad, están obligados a cumplirlas. En el sexenio pasado, una y otra vez las estampas de ignorancia, de intolerancia, de desconocimiento de la Historia de este país por parte de algunos sectores del gobierno, la sociedad y de la Iglesia católica aparecen abanderando las peores causas del pensamiento ético del siglo XXI. Estos son apenas antecedentes recientes de lo que se pone en juego con estas exclamaciones: la pugna permanente entre la iglesia y el estado por los asuntos públicos, la idea de país, los asuntos éticos, los asuntos familiares, los asuntos educativos, los asuntos económicos y los beneficios de lo que toda la sociedad ha contribuido a llevar a cabo a lo largo de la historia de México. Miremos pues esa etapa donde se iniciaría esta pugna; México debutaba, con la Consumación de la Independencia en los inicios el siglo XIX, a la necesidad de definir qué tipo de gobierno había de ser el conveniente para el naciente país; necesario es decirlo, antes de esta etapa histórica no fuimos nación, fuimos una colonia del reino de España, antes en la época prehispánica tampoco, ya que fuimos un Imperio; en consecuencia apenas nacíamos con una idea de qué tipo de gobierno era el que estábamos en condiciones de construir: los liberales (no monolíticos, no unánimes) pedían la responsabilidad de crear una república con una serie de estados que se encontraban con la posibilidad de fragmentarse, los territorios de Zacatecas, de Chiapas, de Chihuahua, de California, de Yucatán una y otra vez discutieron la pertinencia de aceptar esa forma de gobierno; los conservadores (no monolíticos, no unánimes), pensaban que valdría la pena intentar un gobierno con un monarca criollo, lo intentaron con Iturbide, con Santa Anna, cuando estas opciones fueron derrotadas por las condiciones nacionales, habrían de recurrir incluso hasta la figura de un monarca extranjero –Maximiliano–, pero una vez más, fueron derrotados. Sin embargo, la presencia del pensamiento de la iglesia católica en cada una de estas causas y formas de gobierno conservadoras, siempre estaría presente, argumentando, a la manera medieval ya en decadencia en Europa, que junto al ejercicio público, estaba sin duda la presencia en las conciencias de los pobladores de estas tierras por su origen teológico. La iglesia había sido sin duda, la gran educadora durante toda la época colonial, en cada iglesia siempre habría un espacio en donde la educación que recibían criollos y mestizos estarían encaminados a alfabetizar, enseñar artes y oficios, además de teología a quienes estuvieran por sus aulas, el ejercicio paternal educador de la Iglesia haría que las comunidades indígenas y grupos de estudio de los criollos estuviera siempre ligado a los clérigos; las lecturas que sirvieron de apoyo para esta forma educadora estarían siendo traídos de la Europa liberal. El poder movilizador de la Iglesia sería demostrable con la labor que había tenido, por ejemplo, el sacerdote Miguel Hidalgo, el sacerdote José María Morelos y Pavón, como líderes indiscutibles de la insurgencia que aspiraría a luchar por la Independencia; para 1810, ellos ya habían leído a los autores clásicos de la Ilustración, las ideas republicanas, de la democracia y de la libertad habían sido una y otra vez compartidas por los criollos en la Nueva España. Por ello, al concluir la fase armada del movimiento de Independencia, el plano inmediato que habría de aclararse y discutir entre la minoría ilustrada, sería acerca de qué tipo de gobierno podría concretarse en el naciente país, qué sociedad, bajo qué principios, con qué ideas económicas; por cierto hay que aclarar que una parte importante de lo que hoy son los estados del norte y sur del país tenían ideas disímbolas de cómo gobernarse; una y otra vez hubieron de hacerse esfuerzos importantes por crear los consensos para armar una república, y de igual manera, una y otra vez, habría quienes buscarían conservar un poder monárquico. Junto a la idea republicana se discutiría el ejercicio de las libertades: de imprenta, de pensamiento, religiosa, las contradicciones que entonces aparecían, darían lugar a un documento contradictorio: “Los sentimientos a la nación”, en el que se proclamaba la independencia, la libertad, pero se establecía que la única religión válida en la flamante nación sería: la católica. Sería hasta 1833 cuando el pensamiento del Doctor José María Luis Mora, miembro del grupo liberal, habría de plantear con claridad un análisis para hacer del estado un garante de laicidad, de separación entre la acción de la iglesia y el estado, ello era un elemento definidor de la génesis de la conciencia del pensamiento liberal y de la nación que entonces se quería formar y era la educación. Es interesante la argumentación del Doctor Mora cuando hace el planteamiento que por más de 300 años la conciencia del pensamiento indígena, mestizo y criollo había creado un sentimiento de inferioridad frente a todo lo que fuera extranjero; eso, ya en sí mismo, era una carga ideológica e inmovilizadora en el comportamiento del nuevo ciudadano, el colmo era que él mismo se lo creyera, lo sintiera; por ello él mencionó, que el único camino para transformar esa conducta sumisa y subordinada frente a lo extranjero era educando a la gente, porque una persona educada tiene menos posibilidades de ser subordinada, de manifestar complejos frente al pensamiento y la acción extranjera. Mora habría de plantear con claridad que no es posible pensar en una sociedad de hombres libres sin un proceso educativo previo; él cuestiona la educación que para ese entonces se impartía, que hablaba de deberes religiosos, de respeto al poder monárquico, pero de libertades y derechos, nada se decía. Siempre habría de plantear que era forzoso preparar a la sociedad para crear la democracia, que era necesario formar para argumentar y no sólo gritar, que era indispensable saber de los derechos pero también de obligaciones y que esa forma de ver el mundo lo iba a preparar a través de los procesos educativos. Las Leyes de Reforma en el plano educativo, entonces, son centrales y claramente expresadas en tres principios básicos: Destruir cuanto era inútil y perjudicial a la educación y a la enseñanza. Establecer una forma de enseñanza en conformidad con las necesidades determinadas por el nuevo estado social; y Difundir entre las masas, los medios más precisos e indispensables de aprender. Por eso, el único garante de poder llevar a cabo esta tarea era sin duda el representante de la sociedad, nombrado específicamente para una de sus funciones esenciales: el estado. Imposible saber reclamar los derechos de cualquier ciudadano si no está educado, imposible debatir y cumplir con las responsabilidades, si no se está preparado para ello. Sería de enorme gravedad no saber ejercer la democracia si no se sabe escuchar y argumentar de manera científica, plantearía el Doctor Mora. Por ello, cuando en 1834 se establece la Dirección General de Instrucción Pública, se instituye la libertad de enseñanza, la creación de establecimientos públicos destinados a la educación y se cierra la Real y Pontificia Universidad de México por “…inútil, irreformable y perniciosa…” Las confrontaciones políticas van a interrumpir la obra de los liberales, pero se consagrará con claridad mayor en la Constitución de 1857, que sin duda es el gran antecedente de nuestra legislación normativa hoy vigente: allí se discutió y aprobó la separación entre el estado y la Iglesia, la libertad de conciencia y con ello, la libertad de enseñanza. Lamentablemente la redacción apenas quedaría muy escueta en los siguientes términos: Artículo 3º La enseñanza es libre. La ley determinará qué profesiones necesitan título para su ejercicio y con qué requisitos se deben expedir. Pero, dentro de los debates en el Congreso Constituyente, quedaría claro el contexto en que se llevaría a cabo la acción educativa por parte del estado: El derecho de los mexicanos a recibir educación, el derecho a concurrir en la función de educar, el derecho a la libertad ideológica en el terreno de la educación. Posteriormente, con la presencia de Juárez, habría de consolidarse la idea ética y militar de que lo educativo impartido por el estado no reñía con el pensamiento y acción de la iglesia, sólo que cada una de ellas tendría su propio ámbito de competencia, por ello habría de ratificar que ni Iglesia, ni el Ejército, estarían al margen del cumplimiento de la ley, por eso el estado sería el responsable absoluto del ejercicio de la libertad basado en la ley, igual para todos. Con la derrota militar, legal e histórica del pensamiento conservador y con ello el punto de vista intervencionista de la iglesia en asuntos políticos, quedaría simbolizado cabalmente con el fusilamiento del emperador Maximiliano. Por supuesto, la alta jerarquía eclesiástica no dejará de intervenir en diferentes momentos posteriores a su derrota, siempre que pueda inmiscuirse en los asuntos públicos, a veces de manera velada –durante el porfiriato con su subordinación inicial, la asociación después y el alejamiento en la última etapa de la dictadura de Porfirio Díaz–, pero jamás ha quitado el dedo del renglón, y seguirá tratando de intervenir en los asuntos políticos, pero ya no en materia educativa. En ocasiones lo hará abiertamente: en la revolución, en los años posrevolucionarios pese a la definición tajante de la Constitución de 1917 que en su Artículo 3º ya establecía con una clara contundencia que la educación sería laica, gratuita y obligatoria; así como la responsabilidad absoluta del estado en esa materia, la jerarquía eclesiástica va a insistir de manera directa con la guerra cristera 1926-1929, años más adelante en contra de los libros gratuitos, después contra la educación sexual, posteriormente oponiéndose a la pluralidad política, a la diversidad sexual, contra los derechos de las mujeres; eso es lo que se juega hoy en día cada vez que la iglesia irrumpe en los debates políticos; qué hacer y qué no hacer del ejercicio ciudadano, y que se empezaría a definir, como hemos visto, a partir del siglo XIX en México cuando se estarían haciendo esfuerzos por crear el estado laico y perfil el futuro de esta gran nación plural y democrática. De esa dimensión es hoy la importancia de ratificar una y otra vez, esa definición de la sociedad y el estado mexicano por la secularización del estado, y hay que aprender a darle vigencia, incluso, en la cotidianidad académica, en el debate político y en la construcción de una sociedad ya transformada. * Profesor de tiempo completo de la UPN. Para comunicarse con el autor escriba a: [email protected]. También ha publicado en esta revista: Entre la nostalgia y la esperanza..., (núm. 1, HECHO EN CASA, agosto, 2009); Los primeros pasos..., (núm. 5, HECHO EN CASA, diciembre, 2010).