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Acoger la vida, la luz, el amor y la paz
Bizitzari argia eta zentzuna emoten deutsanari begira
Comenzamos el mes de diciembre sumergidos en el tiempo de Adviento.
Un tiempo para levantar nuestra mirada de las preocupaciones y ajetreos
de cada día con el fin de disponernos a acoger a Quien da sentido a nuestra
existencia y la llena de luz y sentido. Estas preocupaciones y ajetreos
pueden llegar a empañar, sin darnos cuenta, el deseo más profundo que
portamos en el corazón: el deseo de Dios. La liturgia del adviento nos ayuda
a despertar este deseo escondido, limpiando la herrumbre que lo cubre y
permitiendo que sea el mismo corazón quien pida al Señor que venga a
hacer su morada en nosotros. Así lo expresa la oración colecta del primer
domingo de adviento: “Dios todopoderoso, aviva en tus fieles al comenzar
el adviento, el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene,
acompañados por las buenas obras, para que, colocados un día a su
derecha, merezcan poseer el reino eterno”.
Abendualdian eskeini deiegun denporea geure etxekoei
Como nos dice la misma oración, es una espera activa: avivar el deseo,
acompañados por las buenas obras. Jesús ha querido identificarse con los
prójimos de nuestra existencia. En ellos estamos llamados a realizar estas
“obras de adviento”: Comenzando por nuestra familia, dedicándole tiempo,
afecto, obras de servicio y entrega. Con quienes nos rodean en nuestro
caminar cotidiano, vecinos, compañeros de trabajo, amigos, conocidos del
barrio. Con quienes sufren y donde el Señor espera ser servido, abrazado y
atendido: enfermos que necesitan compañía, ancianos que viven solos,
personas que no encuentran trabajo, personas sin hogar, inmigrantes que
se sienten desorientados y con nostalgia de los seres queridos que dejaron
en tierras lejanas… Y los prójimos que se encuentran más allá de nuestras
tierras a quienes atienden con esmero e ilusión nuestros misioneros. Ahí
nos muestra la Iglesia el lugar donde podemos realizar este
“acompañamiento” de las obras buenas para salir al encuentro de Cristo
que viene.
Amabirjinea itxaropenaren eredua da
La Virgen María es modelo de este deseo y servicio en la espera. En el
tiempo de Adviento la invocamos como Virgen de la Esperanza. Esta
esperanza con mayúsculas es Dios mismo, que se encarna en su seno y que
genera las “esperanzas cotidianas” con las que debemos ayudarnos los
unos a los otros. El Papa Benedicto XVI, en su encíclica Spe Salvi lo decía de
este modo: “nosotros necesitamos tener esperanzas –más grandes o más
pequeñas–, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran
esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran
esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede
proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. Dios es el
fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene
un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en
particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá
imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí
donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la
posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso
de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto”. (Spe
Salvi, 31).
Hiru abade eta diakono barri bat Eleizbarrutian
Y ese mismo día, en que celebramos la Concepción Inmaculada de María,
tendremos la gran alegría de ordenar tres nuevos sacerdotes y un diácono
para el servicio de nuestra diócesis. Constituye ciertamente un hecho que
nos llena de esperanza y alegría. Nuestra Iglesia local está necesitada de
sacerdotes que hagan presente en medio de nosotros a Cristo, la Esperanza
del mundo. Su ministerio de entrega y amor hace posible cada día la
presencia y el alimento de la Eucaristía, donde Jesús se hace don que nos
permite caminar, la celebración del sacramento de la Reconciliación, donde
se nos concede el abrazo del Padre que cada día espera al hijo pródigo para
acogerlo en el hogar, la celebración de los demás sacramentos donde Cristo
buen samaritano nos levanta y nos sana, la presidencia de los discípulos
misioneros que forman la comunidad cristiana, su servicio a los enfermos,
ancianos, a quienes viven solos, a los inmigrantes, a los pobres y
desamparados, a quienes viven sin esperanza. Sí, tenemos un motivo muy
grande para vivir la esperanza y dar gracias a Dios que, en el día de la fiesta
de la Virgen María, nos va a conceder un regalo tan grande. Os pido que les
acompañéis y les ayudéis a ser sacerdotes con el corazón del Buen Pastor.
¡Feliz y santa Navidad! Que el Señor os colme de su vida, luz, amor y paz.
Con gran afecto.
+ Mario Iceta Gabicagogeascoa
Obispo de Bilbao