Download EL ASUNTO VÉRON: 1866 31 de mayo de 1866, día de la

Document related concepts
no text concepts found
Transcript
EL ASUNTO VÉRON: 1866
31 de mayo de 1866, día de la audiencia de María Eugenia con
Pío IX.
Tengo necesidad de rezar mucho hoy. Antes de ir a ver al
Papa, quisiera pasar dos o tres horas delante del Santísimo
Sacramento…
La audiencia con Pío IX fue normal. Las dificultades vinieron
después: poco a poco percibe, en la entrevista con otros
prelados, reticencias; después las puertas se cierran y los asuntos se estancan. Las
noticias que recibe de París no son más tranquilizadoras.
El Padre Verón, vicario episcopal, hasta entonces muy favorable, promueve mil
dificultades, tarda en mandar los documentos solicitados para el informe, trata de
realizar una encuesta acerca del gobierno de la Congregación, sobre la fidelidad a
la Regla y aun sobre las cuentas de cada comunidad. Todo esto, en la ausencia de
María Eugenia, parece proceder de un hombre poco razonable.
Alertada por la Madre Teresa Emmanuel, la fundadora vuelve apresuradamente.
Visita al Padre Verón, que se muestra autoritario e incluso violento. María Eugenia
comprende las razones de tal hostilidad: ni Monseñor Darboy, arzobispo de París,
ni el Padre Véron han visto con buenos ojos el viaje de la fundadora a Roma. Restos
del galicanismo siguen aferrados, como nubes en los flancos de la montaña, en más
de un obispo de Francia. Se teme una injerencia de la autoridad romana, que
limitaría los derechos de la diócesis, De ahí la
desconfianza con respecto a las congregaciones
internacionales que se consideran de “derecho pontificio”,
es decir, dependientes de Roma.
Durante varios meses, en medio de las preocupaciones de
la vida cotidiana que le absorbían, la Madre María Eugenia
tendrá que soportar el peso de una verdadera
persecución. Las hermanas son interrogadas una a una
por el Padre Véron, que atiende menos a las consejeras
generales que a las quejas de Sor Marie Agustíne; por eso
le retiran a la superiora general los medios para gobernar. En ese momento algunas
hermanas se estremecen por esta oleada de calumnias y de desconfianza. Poco a
poco, María Eugenia comprende indirectamente que no tiene más que amigos.
Informes malévolos la han perjudicado. En el arzobispado se aprueba la obra, pero
parece como si hubieran perdido la confianza en ella.
¿Cómo esto no iba a turbar su corazón, tan atento a todo lo que procede de la
autoridad de la Iglesia? María Eugenia escribe al Padre d’Alzon:
“No necesito otra reputación que la que le plazca concederme a Nuestro
Señor; y, salvo algún momento de sufrimiento físico, cuando me han dirigido
palabras duras, siento, a pesar de todo, mi corazón tranquilo.”
El Padre d’Alzon la alienta con su “corazón de padre y de viejo amigo”, como él dice,
y también con consejos precisos llenos de aprecio y de respeto.
Pero las cosas se agravan aún más. El Padre Véron amenaza con retirar el
Santísimo Sacramento de la casa de Auteuil, y prohibir la capilla, lo que obligaría a
las hermanas a abandonar París. La Madre María Eugenia no entrevé entonces otra
solución que la de proponer su dimisión.
Esto calma de momento al Padre Véron, que revoca la amenaza.
Estamos en diciembre del 66. Algunas semanas más tarde muere repentinamente
el Padre Véron. A partir de ese momento, lo que la Congregación llamará “ el asunto
Véron” se apaciguará. Monseñor Darboy da a entender su aprecio personal a la
superiora general. Las cosas se calman y Roma, convencida por numerosos
testimonios de obispos amigos, acuerda su aprobación.
El 14 de septiembre de 1867, el Papa Pío IX firma el decreto de aprobación del
instituto.
María Eugenia tiene cincuenta años. Está más unida a la iglesia que nunca. Su fe
acaba de pasar por un nuevo crisol. En efecto, a través de la Iglesia, aun en su
debilidad, María Eugenia continúa conformándose en Cristo, en su Pasión y en su
Resurrección. Al hacer temprano, cada mañana, el Viacrucis, percibe, conoce,
reconoce el rostro desfigurado de Dios hecho hombre, en su iglesia…” Ecce
Homo…, Ecce Eclesia…”
Así, en su madurez, la decepción de los primeros tiempos: “buscaba apóstoles, no
he encontrado más que hombres”, se convierte en humilde amor, en mayor deseo
de servir a esta iglesia, de rezar por ella, de sufrir en ella.
Su vida interior, su amor místico, entran en una nueva etapa. Anota: “He aquí que
voy a cumplir medio siglo. Pienso, siento que dejo los arroyos y que voy al
mar ¡y cómo este mar me llena y embriaga!”
Tomado de” María Eugenia Milleret, Fundadora de las Religiosas de LA Asunción”
de Mére Heléne. Pag. 140 - 143