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Tema 1: LAS RAÍCES. LA HISPANIA ROMANA.
1.1. EL PROCESO DE HOMINIZACIÓN EN LA PENÍNSULA
IBÉRICA: NUEVOS HALLAZGOS
Entendemos por hominización el proceso evolutivo experimentado por el
ser humano a lo largo de la Prehistoria, período que datamos entre la
aparición del primer Homo en África Oriental (2´5 m.a. aprox.) y el
surgimiento de la escritura (3000 a.c. aprox.). Europa sufría entonces el
intenso frío del Pleistoceno, lo que explica que los primeros homínidos se
refugiaran en las áreas más meridionales, entre ellas la Península Ibérica.
En este contexto destaca fundamentalmente el yacimiento de Atapuerca, en
Burgos, cuyo hallazgo más destacado se produjo en 1994 en la llamada
“Gran Dolina”, en la que se encontraron restos de un antepasado
desconocido hasta el momento, el Homo Antecessor, de unos 800.000
años. También en Atapuerca se localiza la “Sima de los Huesos”,
yacimiento con fósiles humanos de unos 300.000 años de antigüedad. Cabe
consignar finalmente la aparición en la Península del Homo Sapiens
Sapiens, subespecie del homo actual a la cual pertenecemos, hacia el
40.000 a.c. Precisamente en torno a la llegada de estos primeros humanos
que colonizaron el continente europeo existen dos grandes teorías: los
partidarios de la llegada de éstos a través de Asia por los Balcanes y
cruzando los Pirineos y los que sostienen el paso del Estrecho, algo más
complicado ante el más que probable desconocimiento de la navegación en
aquellas fechas.
1.2. PUEBLOS PRERROMANOS
Entre los siglos VII-III a.c., anteriores a la dominación romana de la
Península, asistimos a la denominada Edad de Hierro, período
protohistórico en el que se configuran varias culturas indígenas con
distintos grados de desarrollo y de relación con los pueblos del
Mediterráneo. Estos pueblos autóctonos prerromanos pueden agruparse en
tres grandes conjuntos: los celtas, los celtíberos y los íberos. Los celtas, de
origen mayoritariamente indoeuropeo, se localizaban en zonas del noroeste
peninsular. Dominaban la metalurgia, vivían de la ganadería y se asentaban
en construcciones fortificadas conocidas como castros. Galaicos, astures y
vetones son algunos de estos pueblos, significando en el caso de los últimos
restos tan conocidos como el de los toros de Guisando (Ávila). En la franja
oriental de la Submeseta Norte hallamos a los celtíberos, como los
arévacos, que fueron cotizados mercenarios en los ejércitos de la época.
Finalmente, en el este y sur peninsular encontramos a los íberos, como los
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turdetanos, pueblos fundamentalmente agrícolas a los que se les conoce
jefes de tribu, aristocracia y ritos ceremoniales, dejándonos hallazgos
arqueológicos tan célebres como las damas de Baza y Elche. Cabe
mencionar finalmente la existencia de una cultura indígena con notable
desarrollo a partir de la influencia fenicia: Tartessos.
1.3. LAS COLONIZACIONES HISTÓRICAS: FENICIOS, GRIEGOS Y
CARTAGINESES
A partir del siglo VIII a.c. los habitantes de la Península convivieron con
pueblos alfabetizados como los fenicios, los griegos y los cartaginenses. En
líneas generales los tres perseguían intereses comerciales, los metales
peninsulares y el asentamiento de colonias estables. Fuentes romanas nos
citan a los fenicios como los primeros colonizadores. Procedentes del
Líbano y fundadores de enclaves como Cartago, en la Península fundaron
en el siglo VIII Gades, Malaca y Sexi. Además introdujeron manufacturas
de lujo, productos exóticos y tecnologías desconocidas por los nativos.
Especialmente notable fue también su influjo sobre Tartessos, cultura
autóctona que nos deja importantes ritos y tecnologías de signo oriental, así
como algunos ajuares lujosos como los de la Aliseda y el Carambolo. Los
griegos focenses atracaron en la Península hacia el s. VII a.c. y fundaron
enclaves como Ampurias y Rosas. Junto con los fenicios introdujeron el
cultivo de la vid, el olivo y las primeras monedas acuñadas en la Península.
Finalmente los cartagineses hacen acto de aparición en el s. VI a.c.
Reclutarán mercenarios entre la población nativa y exportarán desde la
Península hacia Oriente salazones de pescados y el apreciado garum. Ya en
el s.III a.c. la Península se convierte en escenario de conflicto entre las dos
potencias que se disputaban el control del Mediterráneo: Cartago y Roma,
que dirimen su rivalidad en las denominadas Guerras Púnicas, tras las
cuales constatamos el comienzo de la presencia romana en la Península.
1.4. ETAPAS DE LA CONQUISTA DE LA PENÍNSULA POR ROMA
Hacia el s. III a.c. la Península va a convertirse en escenario de conflicto
entre las dos potencias que se disputaban el control del Mediterráneo:
Cartago y Roma, que dirimen su rivalidad en las denominadas Guerras
Púnicas, tras las cuales comenzará la presencia romana en la Península:
a) La suplantación de Cartago (218-205 a.c.) Concretamente en la II
Guerra Púnica tras la derrota de Aníbal a manos de Escipión.
b) Organización provincial y sometimiento del interior (205-133 a.c.)
Después de la derrota cartaginesa, la presencia militar romana será
permanente. Atraídos por los recursos peninsulares el Senado romano
decide en el año 197 a.c. dividir la Península en dos grandes provincias: la
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Hispania Citerior y la Hispania Ulterior. Este hecho facilitó enormemente a
Roma la recaudación de impuestos en Hispania a partir de la creación de
ciudades. El sometimiento peninsular será paulatino y no estará exento de
algunas oposiciones autóctonas como las de los lusitanos y los celtíberos,
entre los que cabe destacar respectivamente a figuras como las del principal
caudillo lusitano, Viriato, y asedios como el de Numancia.
c) Las guerras civiles (133-31 a.c.) Tras un período de relativa calma la
Península adquirió un protagonismo destacado en las guerras civiles que se
desencadenaron en Roma y acabaron con la República.
d) El sometimiento de las montañas del Norte (31-19 a.c.) El principal
beneficiado de las contiendas civiles no fue otro que el primer emperador
de Roma, Octavio Augusto, quien completaría la conquista de Hispania
sometiendo los reductos del norte: galaicos, cántabros y astures.
1.5. EL PROCESO DE ROMANIZACIÓN: EL LEGADO CULTURAL
Entendemos por romanización el proceso histórico iniciado en la Península
hacia el s.III a.c. mediante el cual la población indígena asimiló los modos
de vida romanos en diversas facetas (lengua, religión, obras públicas,
derecho, administración, urbanismo..). Se trata básicamente de un
fenómeno de aculturación que no fue homogéneo ni en el tiempo ni en el
espacio y que en lo estrictamente cultural destaca sobre todo por:
a)La Latinización. Si bien las lenguas autóctonas de la Península
pervivieron, el latín se convierte progresivamente en lengua utilizada para
el derecho, la ciencia y las manifestaciones culturales, constituyéndose a su
vez en la base de las lenguas romances. Asimismo cabe significar a
diversas figuras hispanas de la literatura clásica tales como los Séneca.
b)La Cristianización. Los romanos respetaron inicialmente los cultos
locales y se decantaron por el sincretismo religioso. Más tarde, para
aumentar la lealtad hacia el emperador, Octavio implantó el culto a su
persona como una divinidad. A partir del s. I d.c. llegaron a Hispania los
cultos mistéricos del Mediterráneo Oriental y ya para el s. III d.c. se tiene
constancia de la presencia de los primeros cristianos en la Península. Éstos,
al negarse a adorar los ídolos imperiales, se convirtieron en enemigos del
Imperio Romano susceptibles de ser perseguidos. No obstante, seguirá
implantándose hasta su adopción por Constantino I y su conversión en
religión del estado por Teodosio en el s. IV d.c, surgiendo al mismo tiempo
distintas sectas contestatarias como el arrianismo y el priscilianismo.
Finalmente no podemos dejar de mencionar el enorme legado
fundamentalmente en materia de obras públicas, tales como el acueducto de
Segovia o el puente de Alcántara y edificios para la representación de
espectáculos, como el teatro de Mérida o el anfiteatro de Itálica.
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1.6. EL PROCESO DE ROMANIZACIÓN: LAS OBRAS PÚBLICAS
Entendemos por romanización el proceso histórico iniciado en la Península
hacia el s.III a.c. mediante el cual la población indígena asimiló los modos
de vida romanos en diversas facetas. Se trata básicamente de un fenómeno
de aculturación que no fue homogéneo en el tiempo ni en el espacio. En
materia de obras públicas Roma llevará a cabo un gran programa para la
urbanización peninsular a través de dos vías:
a)La creación de nuevas ciudades plenamente romanas conocidas como
colonias, preferentemente con ciudadanos procedentes de Roma y a veces
con soldados veteranos licenciados. (Ejs: Itálica, Emérita Augusta)
b)La trasformación de ciudades indígenas ya existentes en ciudades
romanas, que pasaban a ser municipios, distinguiendo en este apartado
entre las federadas o libres de impuestos y de ocupación militar y las
estipendiarias, que conservan su administración previo pago de un tributo.
Estas nuevas ciudades siguieron tanto el modelo administrativo como
urbanístico de Roma, que combinaba lo funcional con lo monumental. La
ciudad romana solía caracterizarse por su plano ortogonal con dos ejes, una
muralla que la rodea y refuerza su defensa y un foro (Itálica) en el que se
localizan la basílica, la curia, el tabularium, los templos y las tabernae.
Cerca del foro eran común levantar termas y ya en el extrarradio urbano
solemos hallar la necrópolis y los edificios para los espectáculos públicos
como los teatros (Mérida), anfiteatros (Itálica) y circos. En las ciudades se
ubican también los monumentos conmemorativos como los arcos de triunfo
(Bará). Estaban dotadas de infraestructuras para las comunicaciones:
puentes (Alcántara), calzadas (Vías Augusta y de la Plata), puertos y faros
(Torre de Hércules); sanitarias (red de cloacas) y para el abastecimiento de
agua: acueductos (Segovia) y cisternas.
1.7. LA MONARQUÍA VISIGODA: LAS INSTITUCIONES
A partir del siglo III d.c. constatamos la decadencia del Imperio Romano a
raíz de varias circunstancias entre las que se encuentra la presión de los
pueblos bárbaros. A la Península llegarán concretamente los visigodos,
pueblo que consolidó progresivamente su poder tras someter a alanos,
suevos y bizantinos. El principal impulsor de la consolidación del reino
visigodo en la Península no fue otro que su rey Leovigildo (569-586 d.c.)
desde Toledo. Éste pretendió afirmar el estado visigodo aglutinando a los
hispanorromanos y visigodos en torno a una monarquía fuerte y hereditaria.
Dicho propósito fracasó, pudiendo hablar de una profunda inestabilidad
marcada por el derrocamiento o asesinato de más de la mitad de los reyes
visigodos. En la práctica, el rey gobernaba con la ayuda del Officium
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Palatinum, en el que intervenían dos órganos de gestión: el Aula Regia y
los Concilios de Toledo, que colaboraron con los reyes en tareas
legislativas y de gobierno. Formaban parte del Officium personajes de alto
rango como los comtes, los duces provinciales, los comites civitates y los
gardingos. Por lo que respecta al marco legislativo se promovieron una
serie de iniciativas que armonizaron el derecho romano con aportaciones
visigodas, destacando compendios de legislación como el Breviario de
Alarico o el Liber Iudiciorum de Chindasvinto y Recesvinto. Los monarcas
visigodos pretendieron también someter a la Iglesia católica hispánica, si
bien ellos tuvieron una adscripción arriana hasta que Recaredo I se
convirtiera al catolicismo y promoviera una Iglesia católica nacional.
Empero, a pesar de todos los esfuerzos, la inestabilidad no cesó y a
principios del s. VIII d.c. el Islam comenzó a amenazar a un reino en crisis.
Extensión total: 1.761 palabras; 180 líneas.