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La desaparición y recuperación de nuestra ideas:
Ricardo Aronskind (UNGS)
El desarrollo económico y social, la dependencia, y el desarrollo científico y
tecnológico formaron parte de un conjunto de preocupaciones centrales en el
pensamiento nacional en las décadas precedentes al golpe cívico militar de 1976.
A pesar de que éstas ideas presentaban tensiones internas y conocieron
polémicas internas vigorosas, conformaban, profundamente, un conjunto articulado en
torno a varios ejes comunes: 1) la visión de un subcontinente cuyos intereses eran
específicos y no convergían naturalmente con el orden internacional 2) la convicción de
que para arribar a estadíos superiores de vida en sociedad, era necesario un esfuerzo
conciente y dirigido, donde el Estado tenía un lugar destacado 3) que América Latina
estaba en condiciones de proponerse superar el atraso y la miseria, y que merecía un
destino mejor al de la subordinación resignada a la división internacional del trabajo
establecida desde los centros de poder 4) que la industrialización, y un desarrollo
técnico y científico propio, serían los instrumentos privilegiados de ese proceso
emancipatorio.
Este consenso subterráneo fue producto de un largo proceso de elaboración
colectiva, en el cual Latinoamérica mostró un formidable despliegue intelectual,
absorbiendo lo mejor del conocimiento económico, sociológico, antropológico
universal, y resignificándolo y complejizándolo a la luz de nuestra historia y de nuestra
necesidades.
De este vigoroso conjunto de ideas se nutrieron osadas experiencias
latinoamericanas que intentaron cambiar drásticamente la inercia subdesarrollada de
nuestra región. En general no tuvieron tiempo de poner a prueba –o de modificar- sus
convicciones, porque fueron rápidamente removidas del gobierno por golpes militares
que dejaron truncas las políticas de transformación.
En el caso argentino, la persecución política e ideológica contra el pensamiento
crítico latinoamericano abarcó desde la eliminación física, la carcel, o el exilio de
intelectuales y docentes, la difusión exclusiva del pensamiento “único” desde los
medios de comunicación, el cierre de los espacios de debate público libre, el
amedrentamiento de los partidos políticos, la transformación –y empobrecimiento- de
los planes de estudio en la universidades, la prohibición, quema y secuestro de libros,
etc. Estas ideas atacadas virulentamente por el orden autoritario-neoliberal
sobrevivieron en muchos de sus protagonistas, pero fueron erradicadas de la vida
institucional en numerosos países de nuestra región.
Visto en perspectiva histórica, es evidente que este enorme espacio intelectual contenido en los términos desarrollo- dependencia y pensamiento tecnológico nacionalera absolutamente disfuncional al intento realizado por las diversas dictaduras
latinoamericanas, y continuado durante el período de hegemonía ideológica neoliberal,
de restituir a América Latina a un rol subordinado y dependiente de las economías
centrales.
La ofensiva ideológica de los sectores más retardatarios de la región en los años
´70 y ´80 llevó a la marginación completa del pensamiento original que produjo la
región, y por contraposición desembocó en la adopción de visiones y modelos
1
económicos abstractos y ahistóricos, pero funcionales a la reversión de los logros
regionales en el camino de un mayor desarrollo e integración social.
Los riquísimos debates originados en el estructuralismo, la teoría de la
dependencia, y el pensamiento tecnológico latinoamericano fueron olvidados, en
paralelo a la pérdida de los objetivos estratégicos de la región, a su debilitamiento y
desarticulación productiva y al deterioro de su cohesión social. La pérdida de soberanía
fue entonces la lógica consecuencia -en el campo de las relaciones internacionales- de
las políticas de auto-destrucción nacional.
El significado histórico del período de la “globalización” para América Latina:
El término “globalización” no reconoce un significado universalmente aceptado,
pero en su versión más difundida alude a un proceso de interpenetración de sectores
productivos, tecnológicos y financieros que tendería a beneficiar al conjunto del planeta.
Nosotros, si bien reconocemos la reconfiguración de los procesos productivos comandados por las firmas multinacionales-, y observamos con atención el impacto de
las nuevas tecnologías sobre las formas de producir, consumir y apropiar rentas, al
tiempo que verificamos la interconexión más intensa de los mercados financieros,
vemos a la globalización centralmente como un proceso de avance del capital de los
países centrales sobre los mercados de la periferia. Ya América Latina había
experimentado en los años ´80 la crisis de la deuda externa, producto de la toma masiva
de préstamos procedentes de la banca privada de los países centrales desde mediados de
los años ´70. Esa severa crisis significó prácticamente una década de estancamiento,
inestabilidad macroeconómica y retroceso social. En lo político, nos trajo la intromisión
permanente de los organismos financieros internacionales en las políticas públicas,
apoyando líneas de trabajo en las antípodas de las metas señaladas por el pensamiento
latinoamericano de los años ´60 y ´70. En esa dinámica, lo que caracterizó a la
“globalización” en nuestra región en los años ´90 fue un proceso de privatizaciones,
fusiones y adquisiciones a favor de la propiedad extranjera, y la apertura financiera a los
flujos internacionales, que incrementó la presencia del capital multinacional en América
Latina, recortando fuertemente sus grados de libertad para definir políticas propias y
profundizando su dependencia productiva y financiera en relación a los grandes centros
de poder.
Lamentablemente, el renacimiento democrático en Argentina no fue lo
suficientemente vigoroso para alcanzar el campo de las ideas. Los condicionamientos
con los que la sociedad argentina volvió a disponer de instituciones democráticas
impusieron, de hecho, una separación entre la política y la economía. En tanto en la
política pudimos avanzar en el pleno restablecimiento de las libertades y del respeto de
la vida, en el campo económico, triunfó la pesada herencia del Proceso de
Reorganización Nacional, que se expresaba en una deuda externa enorme, que impedía
realizar políticas de desarrollo, y le otorgaba una importante influencia a los acreedores
externos del país, tanto públicos como privados, en la definición de las grandes líneas
de la política económica. Si bien el “Proceso” como experimento político destinado a
tener continuidad en el tiempo fracasó, la “Reorganización Nacional” continuó, debido
a la retroalimentación entre endeudamiento externo, debilitamiento del sistema político,
redistribución regresiva del ingreso, vaciamiento de la sustancialidad democrática, y
comando efectivo de las políticas públicas por poderes fácticos externos a la
institucionalidad establecida por la Constitución.
2
La sociedad argentina –a lo largo de un cuarto de siglo- atravesó una serie de
episodios enormemente traumáticos: desde la violencia cotidiana en el gobierno de
Isabel Perón, a las políticas genocidas del gobierno militar, pasando por la improvisada
toma de la Malvinas, continuando por la dificultades económicas severas del primer
gobierno democrático, que remataron en una hiperinflación, y continuadas por el
“milagro” neoliberal que llevó a la peor crisis económica y social de la historia
nacional. Al final de este accidentado derrotero, el país parecía haber sufrido los efectos
de una guerra. Desde la economía se podría decir: una guerra contra las fuerzas
productivas de la Nación. Una guerra contra sus trabajadores, sus técnicos, sus
ingenieros, sus cientistas sociales, sus científicos. Una guerra contra el capital social
acumulado durante generaciones. Una guerra contra sus capacidades, sus posibilidades
de crear y su autoconfianza. Durante ese período -el momento de oro de la
“globalización”-, ni nuestra historia, ni nuestros logros, ni nuestras ideas era
significativas. Como “país fracasado” que éramos, debíamos adoptar las ideas que
provenían de los “países exitosos” y seguirlas al pie de la letra. Así llegamos al 2001.
Las condiciones para el despegue:
Seguramente la profundidad de la crisis nacional contribuyó a crear las
condiciones sociales para el resurgimiento. Argentina llevó la experiencia neoliberal
hasta sus últimos límites: la quiebra de la producción, el colapso del Estado y el
desempleo y la pobreza de masas. Como sociedad no fuimos capaces de frenar a tiempo
la experiencia, y sólo después de concretada la catástrofe empezó un período de
indagación y cuestionamiento sobre los supuestos que habían ordenado la vida nacional
desde hacía un cuarto de siglo.
Lo notable de la experiencia ocurrida en la última década de la vida del país
muestra la vinculación profunda entre aspectos de la vida social que muchas veces –en
parte por debilidades epistemológicas de las ciencias sociales- aparecen como
“separados”: la recuperación económica, el recentramiento del rol del Estado, la
asunción de una postura la autonomía nacional en el orgen global, el retomar la
construcción de la infraestructura del país, el fortalecimiento del sistema educativo, la
reaparición de lo nacional como valor positivo, un nuevo interés por nuestra historia, la
jerarquización institucional de la Ciencia y la Tecnología, la progresiva recuperación de
los trascendentes debates que nos hablan de momentos brillantes del pensamiento
nacional. Ninguna de estas dimensiones podría haber tenido el despliegue reciente, si las
otras no hubieran estado funcionando en la dirección en que lo hicieron.
El contexto económico internacional favorable, hizo que América del Sur tuviera
a comienzos del siglo XXI, luego de décadas de regresión relativa, un momento de
crecimiento y de reparación de las grietas económicas y sociales. El nuevo clima
político significó también una revalorización de la solidaridad regional, no ya como
anhelo lejano de los padres fundadores, sino como dinámica que anuda los intereses
concretos y estratégicos de quienes hemos sido hasta ahora vecinos con un escaso nivel
de integración.
La crisis global estallada a partir de 2008, y no resuelta hasta el presente, nos
pone como país y como región, frente a un escenario de fuerte incertidumbre
económica, pero al mismo tiempo ante un panorama de mayor libertad política –dados
los diversos polos de poder existentes- para incidir en el comando de nuestro propio
destino.
3
Volver a las buenas ideas, y volver a crear:
¿Qué lugar tienen en esta nueva realidad las ideas sobre el desarrollo, la
dependencia, y el pensamiento tecnológico nacional?
Desde nuestro punto de vista, son un punto de referencia ineludible para la
reflexión y el debate, y al mismo tiempo, los nuevos tiempos y condiciones globales nos
exigen una revisión crítica de las mismas.
Por ejemplo: el desarrollo económico y social ¿tiene hoy el mismo significado
que en los años ´60?. Recordemos: el mundo de la posguerra estaba tensionado entre
dos grandes polos político-ideológicos, que disputaban frente a los pueblos de la
periferia, por constituirse en “el mejor modelo” para abandonar el atraso y la miseria. El
occidente capitalista aceptaba de buen grado el estado de bienestar, la economía mixta,
las barreras arancelarias y la regulación del ciclo económico, para abatir el peor de los
flagelos: el desempleo. La meta del desarrollismo latinoamericano era acercarnos en el
mayor grado posible a la imagen de las sociedades prósperas: consumo de masas,
produción de bienes sofisticados, difusión amplia de la tecnología en todos los sectores,
industrias competitivas internacionalmente. ¿Son esas las mismas metas que hoy?
¿Queremos parecernos a las grandes sociedades de consumo de los países centrales?
¿Podemos hacerlo desde el punto de vista productivo y tecnológico? Pero además de
eso, ¿queremos hacerlo?
Si en algo ha crecido la conciencia histórica en América del Sur es en relación al
lugar subordinado que nos espera si nos integramos separados al “orden global”, como
lamentablemente están intentando algunos países de la región.
También nos debemos un debate profundo en torno a quienes serían los
eventuales actores de un proceso de desarrollo. Argentina ha hecho un esfuerzo
histórico enorme, desde 1946, para constituir una burguesía nacional industrial,
portadora de un proyecto de progreso, modernidad y soberanía para toda la sociedad
argentina, que comenzó a zozobrar en 1976. En la década del ´90, buena parte del
patrimonio público, pero también privado, fue extranjerizado. Las decisiones
fundamentales de proceder a la extranjerización de la economía nacional provinieron
precisamente de los grupos conformados por diversas fracciones de la burguesía
nacional. Entonces, ¿cómo hacer para no repetir la misma historia?. ¿Porqué apostar
nuevamente a transferir ingentes recursos sociales, vía subsidios, precios, tarifas,
aranceles, tasas de interés, a sectores que no encuentran vinculación entre estos
privilegios y un compromiso estructural con la Nación? ¿En qué condiciones, entonces,
deberíamos buscar la industrialización? ¿Qué tipo de industrialización y con qué
actores?
También el concepto de dependencia debe ser revisado. Y no precisamente
porque sea irrelevante, o porque la “globalización” haya disuelto el problema. Cuando
en los años ´60 se denunciaba la dependencia, una de los aspectos más cuestionados era
la presencia del capital extranjero, tanto en las actividades extractivas como en las
industriales. Se consideraba que esa presencia deformaba nuestras economías, y
generaba una sangría sistemática de recursos, debilitanto el proceso autóctono de
acumulación y crecimiento. ¡Y aún no había aparecido la financiarización de la
economía mundial y la nueva dependencia financiera! Cuando América Latina intentó –
en los años ´80- plantear la necesidad de aliviar el problema de la deuda externa en los
foros globales, se encontró con una pared sin fisuras conformada por los grandes bancos
4
privados, los organismos financieros internacionales y los gobiernos los principales
países centrales. En los años ´60 tampoco era imaginable que se disolvería el poderoso
bloque soviético, dejando al mundo regido por un sistema unipolar bajo la abrumadora
influencia de una única super-potencia militar. Ni se había pensado en la invasión
masiva y silenciosa de las multinacionales del centro, generando la extranjerización de
vastas áreas de nuestras economías, también en los campos de los servicios públicos, los
medios de comunicación, las tierras. Cuando se pensó la teoría de la dependencia se
adviritió, por supuesto, la importancia de las dimensiones culturales del fenómeno de la
“colonización” ideológica de las elites y capas medias de la población. Pero nunca se
podía preveer la profundidad que adquirió el “pensamiento único” neoliberal,
impregnando las percepciones hasta de los sectores más subordinados gracias a la
masividad de la presencia mediática. La dislocación productiva debilitó los ya
problemáticos lazos de solidaridad existentes entre los diversos estratos sociales locales,
reforzando los vínculos económicos, políticos y culturales de los sectores dominantes
con sus pares de economías extraregionales.
¿Puede pensarse, retomando el legado dependentista, en una mirada crítica del
orden internacional, y al mismo tiempo reconocer las profundas transformaciones
ocurridas en las décadas recientes? ¿Es posible admitir los cambios de poder mundiales,
y el debilitamiento de nuestros países, sin sucumbir a un “realismo periférico”
justificatorio de un satelismo extremo? ¿Qué papel juega la integración regional en la
preservación de la autonomía nacional? ¿Y en qué debería consistir una estrategia
articulada de independencia? ¿La disputa está en el terreno financiero, tecnológico,
gerencial o ideológico-cultural? ¿Y quienes son los actores de esa disputa?
Los avances monumentales en el campo del conocimiento en los países centrales
han ampliado la brecha en relación al mundo periférico, en materia de CyT. ¿Cómo y en
dónde colocar nuestros esfuerzos? ¿Podemos darnos el lujo del laissez faire en materia
de financiación de la I+D, en un contexto global ultra competitivo, con recursos
públicos que aún no son suficientes entre otras cosas para la casi inexistente vocación de
las empresas privadas locales por esta temática?
En los ´60 las restricciones ecológicas al modelo de crecimiento económico
predominante en todo el planeta parecían lejanas. Hoy, en cambio, los peligros son
mucho más visibles y ya se están expresando en el clima y en otros desastres que están
siendo provocados por la acción del paradigma económico dominante. ¿Debemos
incorporar estos elementos estructurales en nuestras estrategias de desarrollo,
anticipándonos a lo que indefectiblemente ocurrirá, o trataremos de continuar imitando
estilos y formas provenientes de los centros y que forman parte de lo que culturalmente
incorporamos todos los días a través de los medios masivos de comunicación? ¿Nuestra
meta debe ser producir más automóviles a nafta, o eléctricos, o mejores transportes
colectivos? ¿O inventar algo nuevo?
No hace falta militar en el ecologismo para comprender los límites físicos del
planeta y la presión desmesurada sobre los recursos disponibles de sus 7.000 millones
de habitantes, en tanto traten de vivir y consumir imitando a sus pares occidentales
desarrollados. Parece imprescindible incorporar esta dimensión hoy ineludible a nuestro
planes y proyectos, incluso por las nuevas restricciones comerciales que se levantarán
en nombre de las “energías limpias”. La imposibilidad de sostener el tipo de consumo
actual implicará cambios en los valores sociales, y en la subjetividad de los individuos.
¿Tendremos algo para decir desde América Latina? ¿Algo para aportar en cuanto a la
calidad de la vida y el valor de la misma?
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En síntesis: las “viejas” ideas latinoamericanas nos hablan y nos interrogan. Han
vuelto a estar entre nosotros, porque somos nosotros los que volvimos a estar. No nos
dispensarán de estudiar, pensar y actuar sobre nuestros problemas actuales. Pero son un
motivo de orgullo sobre lo que supieron crear intelectualmente las generaciones
precedentes y –tan importante como eso- lo que fueron capaces de soñar.
Ellos establecieron metas exigentes para un momento distinto. Nuestra
obligación es continuar ese legado, y serle fiel creando nuevas realidades.
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