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LÍMITES DE LA FILOSOFÍA MORAL CLÁSICA EN EL RAZONAMIENTO ÉTICO CONTEMPORÁNEO Jorge Martínez Barrera '1. LÍMITES DE LA ÉTICA ARISTOTÉLICA Las doctrinas éticas y políticas de Aristóteles no suscitaron nunca una adhesión unánime. Desde todas las épocas históricas han partido ataques de la más diversa Índole. Algunas reacciones han sido francamente corrosivas, como la de Hobbes, quien escribe así en el cap. 46 de su Leviatán (1651): "( ... ) creo qúe pocas cosas pueden decirse más absurdamente en filosofía natural que lo actualmente llamado metafísica aristotélica, ni cosa más repugnante al gobierno que lo dicho por Aristóteles en su Política, ni más ignorantemente que una gran parte de sus Éticas". Otras reacciones han sido más reposadas; tal el caso de Hans Jonas, por ejemplo, quien ha empleado la expresión "el carácter modificado de la acción humana", para referirse al obrar humano en un medio tecnológico de alta densidad. ¿En qué consiste ese "carácter modificado"? Según Jonas, en que las consecuencias de las cosas que hacemos para construir nuestro mundo tecnocientífico tienen una proyección temporal de un alcance inaudito, a diferencia de la antigüedad. El horizonte temporal de los actos humanos en los tiempos pretecnológicos nunca iba más allá de la duración de una vida, y Jorge Martínez Barrera. Instituto de Filosofía, Pontificia Universidad Católica de Chile 240 SEMINARIOS DE FILOSOFfA. Vol. 16.2003 sobre este lapso tenía lugar la reflexión moral. Pero ahora bastaría con pensar en un par de situaciones desconocidas en la época pretecnológica, creadas por la misma acción humana y de las cuales debe hacerse cargo la ética actual: 1) la !viabilidad misma de la vida sobre la tierra y 2) la viabilidad de la vida humana biológica en su forma natural. En efecto, el mundo de artefactos que hoy nos rodea, del cual no solamente no podemos prescindir sino que además crece a un ritmo prodigioso, amenaza a la tierra como sustento natural de la vida. Y al mismo tiempo, las posibilidades de recombinación genética permiten ya una manipulación aparentemente inexorable de la especie humana tal como hoy la conocemos. Ningún moralista griego o medieval admitiría que el punto de partida de la ética tuviera que ser el hecho de que necesitamos respirar o beber agua, por ejemplo, o de que debemos asegurar la continuidad de la especie humana. Hoy, ya no es tan seguro que podamos continuar respirando o bebiendo agua normalmente y que los seres humanos diferirán entre sí solamente por rasgos accidentales l. Pues bien, para Jonas, todas las éticas habidas hasta ahora están limitadas en su alcance por el entorno inmediato de la acción, cuyos efectos posteriores imprevisibles no son relevantes en el razonamiento moral. Otra objeción bastante atendible es la que tácitamente sostiene las severas limitaciones de esas enseñanzas clásicas cuando se trata de examinar su pertinencia en los contextos políticos contemporáneos. Es evidente, por ejemplo, que el contexto político de nuestros días en poco se parece al de los tiempos' aristotélicos. Pensemos solamente en el problema de la ciudadanía. Se ha sostenido' que el esquema político aristotélico es inviable en ámbitos donde la concentración de vida urbana ha alcanzado niveles inauditos apenas un par de siglos antes. Es obvio que en la ciudad actual los ciudadanos ya no se conocen entre sí y probablemente nunca lo harán, tal como lo exige la ciudad aristotélica. La práctica de la amistad cívica, por ejemplo, uno de los objetivos principales a los que debe apuntar la ciudad que verdaderamente quiere serlo, es poco menos que una fantasía en las actuales megalópolis. Se trata, por cierto, de una ética cuyo sentido es eminentemente político, pero como ese mundo político está restringido por una rigurosa selección, caben dudas acerca de su carácter universal. Y esto para no mencionar la aparición del Estado, una entidad que plantea problemas éticos realmente novedosos, como lo ha señalado con toda lucidez Max Weber a comienzos del siglo XX. Por otra parte, el advenimiento mismo de la realidad sociológica de la población, como una entidad con sus propias leyes internas de funcionamiento y la posibilidad de expresarlas en modelos matemáticos, I Hans Jonas. El principio de responsabilidad. Barcelona. Herder, 1995, primera edición en alemán: 1979; especialmente, cap. 1. JORGE MARTÍNEZ BARRERA: LIMITES DE LA F1LOSOFfA MORAL CLÁ SICA EN EL.. . parece ser desconocido en la antigüedad y en la Edad Media. En esos tiempos no hay un tipo de saber semejante a la Demografía, por ejemplo, acerca de cuya génesis y sobre todo implicancias éticas y políticas, han escrito Hannah Arendt y Michel Foucault. Además, Aristóteles reconoce la necesidad de diversas opiniones para que el razonamiento práctico alcance cierta verosimilitud, que es el mayor grado de verdad al que puede aspirarse en estas materias según él. Pero a pesar de eso nunca podrían admitirse como participantes del diálogo ético las opiniones que buscan discutir ciertos principios considerados como intangibles. Aquellos que viven de acuerdo con la pasión o los intemperantes, por ejemplo, no tienen nada que hacer entre el alumnado que estudia la filosofía de las cosas humanas 2 . La discusión moral contemporánea, por el contrario, se ve complementada con el aporte doxográfico de esas personas no gratas en la comunidad de virtuosos unidimensionales que forman el pequeño país moral de Aristóteles. En la cuenta deudora de esta ética debemos colocar también el hecho de que ella no busca un criterio universal cuya aplicación pudiera "desfacer entuertos". La ética clásica se interesa más bien en una manera de vivir, en la cual la razonabilidad de las acciones puntuales no depende de ninguna "teoría moral". En cuanto a "10 que hay que hacer", para Aristóteles "habrá que tratarlo en cada caso según la materia, pues en 10 relativo a las acciones y a la conveniencia no hay nada establecido"3 . Pero respecto de esto último, si bien es cierto que el tema de la perplejidad moral ha alcanzado un lugar de relevancia inaudita a partir de la configuración tecnológico-empresarial del mundo, también debemos reconocer que los dilemas morales no pueden asociarse exclusivamente con esa configuración. El encontrarse sin saber qué decisión tomar frente a una situación difícil de la vida no necesariamente es un problema creado por la tecnociencia. Por otra parte, el conflicto ético o las situaciones de perplejidad tampoco están inevitablemente vinculados con caracteres mal formados. El hombre virtuoso está protegido contra las consecuencias de sus elecciones o decisiones . Pero no lo está contra la perplejidad en sí misma, puesto que él no domina 10 que habrá de sucederle y acerca de 10 cual tendrá que elegir. En fin, sea la perplejidad un asunto actual o antiguo, ella no parece tener lugar en la ética aristotélica. Aristóteles no busca tanto la fundamentación de una teoría ética que ' 2 3 Ética Nicomaquea (en adelante EN), 1095a 7-10. Sigo la traducción de Julián Marías y María Arauja (Madrid . Centro de Estudios Constitucionales, 1981), y la he modificado ligeramente en algunos casos. EN, 1103b 33 - 1104a 10. 241 242 SEMINARIOS DE FILOSOF(A, Vol. 16, 2003 permita resolver conflictos, cuanto la formación de hábitos de decisión y elección 4 . Pero precisamente, como se trata de hábitos, la perspectiva temporal salta por encima de la situación concreta para inscribirse en una totalidad general de vida, una vida "elegante" diría Ortega, es decir, una vida habituada a elegir de cierta forma. El hábito no apunta tanto a decidir qué hay que hacer, sino cómo deben ser esas decisiones 5 . La acción correcta, aquella cuya repetición voluntaria genera la habitualidad buscada, la elegancia, no plantea mayores inconvenientes gnoseológicos para el hombre virtuoso. Todo el problema está en cómo conseguir que alguien, conociendo perfectamente su deber, lo cumpla con relativa facilidad. En el hombre virtuoso ya hay una buena carga de energía inercial natural que la educación política habrá de desarrollar. Sin embargo, todo esto no alcanza a despejar la duda acerca de cómo resolver una perplejidad, un dilema ético, recurriendo solamente a la pura argumentación racional. Para decirlo más claramente, no hallamos en el Estagirita un criterio último de fundamentación racional de las decisiones contemporáneamente satisfactorio. La referencia al valor ejemplar de las elecciones y decisiones del hombre prudente introduce una insalvable circularidad: "Es por tanto la virtud un hábito que dirige la decisión (héxis prohairetiké) , consistente en un justo medio relativo a nosotros, cuya norma es la regla moral, es decir, la misma por la cual decidiría el hombre prudente"6. No está en discusión la plausibilidad de inspirar la norma de nuestra conducta en lo que harían Sócrates o Pericles en la misma situación, pero aún quisiéramos saber cómo obtienen ellos mismos su propio criterio de acción frente a un problema complicado. Un matiz de esa circularidad se observa también en esta afirmación: "lo que se debe hacer habiéndolo aprendido, lo aprendemos haciéndolo"7. Santo Tomás ya había advertido la existencia de cierta circularidad en la explicación aristotélica de la verdad práctica: 4 5 6 7 Una buena descripción del hombre al que apunta Aristóteles puede verse en L. OlléLaprurie . Essai sur la morale d 'Aristote. Paris, 1881, cap . l. EN, 1l03b 29 ss.: "( ... ) tenemos que considerar lo relativo a las acciones, cómo hay que realizarlas : son ellas en efecto las que determinan la calidad de los hábitos, como hemos dicho". EN, 1l06b 36. EN, 1103a 32. JORGE MARTfNEZ BARRERA: LIMITES DE LA F1LOSOFfA MORAL CLÁSICA EN EL... "Aquí vemos que podría plantearse alguna duda. En efecto, si la verdad del intelecto práctico es determinada en relación con el apetito recto y a su vez la rectitud del apetito es determinada por lo que parece estar de acuerdo (consonat) con la razón verdadera, como se dijo antes 8 , se sigue cierta circularidad en tales afirmaciones"9. o sea, si el conocimiento de lo que debemos querer hacer es verdadero porque viene descubierto por un deseo bueno, y a su vez este deseo es bueno porque es deseo de lo verdadero, es evidente que hay una definición circular de la verdad práctica, afirma el Aquinate. Así entonces, resulta imposible ignorar las objeciones contemporáneas a una política y una ética que el dinamismo de los tiempos habría relegado poco menos que al repertorio de simpáticas e incluso venerables curiosidades históricas, pero difícilmente operativas en los terrenos éticamente apremiantes hoy en día. n. LÍMITES DE LA MODERNIDAD SEGÚN LA POS MODERNIDAD. LA POSICIÓN DE HENRY T. ENGELHARDT Quisiera ahora referirme a la obra de Henry T. Engelhardt porque en ella tenemos la ventaja de que se trata no solamente de un tratado de bioética, sino ante todo de una reflexión sobre filosofía moral. Por otra parte, la transfiguración bioética de la moral y su carácter casi paradigmático, es un buen ejemplo del modo como hoy se razona generalmente en materias éticas. El escrito de Engelhardt al que aludiré es Los fundamentgs de la bioética lO • 10 Según los editores de la Leonina, Santo Tomás se estaría refiriendo probablemente al pasaje de EN. 1138b 20. Sententia libri Ethieorum. 337: 109-114. Se trata del comentario al pasaje de EN, 1139a 27. Según Santo Tomás, el propio Aristóteles habría dado respuesta a esta posible objeción de circularidad en otro pasaje de la Ética Nieomaquea (1114b 1319) al decir, según su propia y muy personal interpretación, que el apetito es del fin y de las cosas que están ordenadas a él (ea quae sunt ad finem), pero que ese fin es dado al hombre por 'la naturaleza (jinis autem determinatus est homini a natura). Así pues. no tendríamos que preocuparnos por descubrir el fin, pues este ya viene señalado por la naturaleza. Ni los modernos, y mucho menos los posmodernos, podían contentarse con estas afirmaciones del Aquinate por dos razones. Una, porque no hacen justicia al texto aristotélico, el cual está descontextualizado y no dice exactamente lo que Santo Tomás le hace decir; la otra, consecuencia de la anterior, porque no está claro cuál es el concreto valor operacional de la afirmación: "el fin viene señalado por la naturaleza" en contextos prácticos de alta complejidad. H. Tristram Engelhardt. Los fundamentos de la bioétiea. Barcelona. Paid6s, 1995. Traducción de Gonzalo Hernández y Oiga Domínguez a partir de la 2' edición corregida en inglés. 243 244 SEMINARIOS DE FILOSOFrA. Vol. 16. 2003 Según el autor, la esperanza de la modernidad ha sido la de descubrir un sistema moral capaz de colmar las lagunas del pensamiento clásico y medieval antes mencionadas. Este sistema moral debía abastecer a la humanidad con criterios concretos de acción sobre los cuales existiese un acuerdo universal y que, además, pudieran prescindir de toda referencia a instancias religiosas. Es decir, la modernidad parece poner el acento no tanto en el modo como han de ejecutarse las acciones, sino en la determinación de la esencia misma de la buena acción, es decir, en ese terreno dejado inculto por Aristóteles al remitirnos solamente al modo de decidir de los hombres sabios, en vez de hacerlo a la fuente de donde ellos mismos obtienen su sabiduría práctica. No se trata, para la modernidad, de un desinterés por el tipo humano o por la virtud, sino que más bien parece haber algo más urgente por resolver: ¿cuál es mi deber?, o ¿qué debo hacer? Y en caso de haber encontrado la respuesta, todavía es preciso preguntar cómo la misma se justifica racionalmente de manera universal. En suma, el gran problema moral de la modernidad es el de la perplejidad, esto es, no solamente el de no saber qué hacer en una situación complicada, sino sobre todo cómo justificar los criterios de solución del dilema de manera tal que los mismos tengan validez universal. Como se ve, la ética aristotélica no es opuesta a la moderna. Una y otra responden, o intentan hacerlo, a propósitos diferentes. Se comprende de todos modos que la modernidad no pueda satisfacerse con la ética aristotélica. No basta como patrón de moralidad remitir a la conducta de los hombres excelentes, porque aún habría que preguntar de dónde obtienen ellos mismos sus propios criterios éticos. "De su experiencia de vida", responde Aristóteles. Sin embargo, en nuestro mundo contemporáneo, el filósofo moral no se contenta con remitir a la experiencia de vida de los hombres virtuosos como criterio de fundamentación o justificación de las normas. Es preciso hacerse cargo de las condiciones de la vida actual, las cuales han enfatizado el asunto de la perplejidad moral bajo la forma de la búsqueda de un criterio universal de acción, y han colocado de hecho a la conciencia en el puesto más importante de las preocupaciones éticas. Por otra parte, el proyecto ético que vemos en la obra aristotélica solamente es viable con alguna probabilidad de éxito en el contexto de un restringido grupo de "amigos morales", para emplear la expresión de Engelhardt. Es como si hoy en día los miembros de alguna cofradía católica se reunieran a discutir acerca del aborto o del divorcio. Ahora bien, la modernidad, sostiene Engelhardt, aspira al hallazgo de una moralidad canónica, universalmente aceptada por todos, es decir, por "amigos" y por "extraños" morales, y que además tenga una posibilidad de fundamentación que vaya más allá de la insuficiente referencia al ejemplo . del hombre virtuoso. JORGE MART(NEZ BARRERA: LIMITES DE LA FILOSOFIA MORAL CLÁSICA EN EL... Así pues, sugiere Engelhardt, no es que los moralistas modernos nieguen la pertinencia de la ética aristotélica; estamos de acuerdo en que hay que formar caracteres, pero esa formación debe sustentarse sobre buenas decisiones. Ahora bien, necesitamos romper la circularidad aristotélica en la definición de la buena decisión. La modernidad entonces se concentra sobre ese problema y cree haber hallado la respuesta. Pero si esta definición hubiera sido realmente posible, afirma Engelhardt, podríamos haber vivido a la luz de una moralidad revelada solamente por la razón, y tal vez hubiéramos podido establecer una opinión o una concepción acerca de qué es una decisión o una acción correcta, de tal forma que expresara las exigencias de la razón y de la humanidad y no solamente el punto de vista de un sector de la misma. Pues bien, la posmodernidad ha comprobado que esto, sencillamente, no es posible. La modernidad ha fracasado. La razón, librada a sus solas fuerzas, no está en condiciones de abordar semejante tarea. Cito a Engelhardt: "Los límites de la razón, junto con el fracaso del proyecto filosófico moderno de descubrir una moralidad canónica dotada de contenido, constituyen la catástrofe fundamental de la cultura contemporánea secular y enmarcan el contexto en que se desarrolla la bioética contemporánea. La bioética contemporánea ha ignorado, por lo general, esta catástrofe, y ha continuado como si nada hubiese ocurrido, como si sus supuestos filosóficos fundamentales no hubiesen sido cuestionados ll ". Así entonces, los dos ejes esenciales que vertebran toda la obra de Engelhardt son, en primer lugar, la idea de "moralidad dotada de contenido" y, en segundo término, la idea de "extraños" y "amigos morales". Sobre este bastidor se asienta la concepción misma de la ética pensada por Engelhardt. Ella es primordialmente un método de resolución de conflictos con autoridad aceptada por todos: "parto del concepto de la ética como tarea centrada en la resolución de. las controversias morales sin recurrir fundamentalmente a la fuerza, sino con autoridad moraI 12 ". El punto de partida es que ya no podemos hablar de una moralidad dotada de contenido porque nuestro mundo actual ofrece el panorama de agentes morales con criterios de acción tan dispares que resulta utópico 11 12 Ob. cit. p. ) 5. Una vez más vemos que la preocupación de Engelhardt es la bioética, pero también volvemos a comprobar la importancia de referirse ante todo a la ética. Ob. cit. p. 94. Los pasajes de este tenor se encuentran esparcidos a lo largo de toda la obra. 245 246 SEMINARIOS DE FILOSOFIA. Vol. 16.2003 pensar en la posibilidad de aceptación universal de puntos de vista que aparecen, forzosamente, como parciales. Toda moral que defienda la existencia .de contenidos o criterios concretos de acción, es percibida como un propósito de imposición compulsiva de tales criterios o contenidos. Necesariamente, los contenidos morales son defendidos por personas o instituciones concretas. Necesariamente, los contenidos morales o criterios de acción ética no son separables de quienes los defienden, y por lo tanto el intento de imponer uno de esos contenidos o criterios es percibido también como una imposición de las personas que los defienden. La defensa de una determinada posición moral solamente tiene sentido en cuanto la persona que la defiende quiere, desea que esa posición se imponga sobre las demás. La implantación pública de un determinado criterio de acción es, en definitiva, un ejercicio exitoso de poder y nada más que eso: "La posmodernidad pone de manifiesto la imposibilidad de obtener mediante argumentos lógicos una interpretación normativa dotada de contenido de la moralidad ( ... ) que pueda proporcionar autoridad moral a la política pública en general (. .. )"13. Lo que la posmodernidad percibe, de acuerdo con Engelhardt, es que toda determinación concreta de cualquier normatividad moral está indisolublemente asociada a un ejercicio de poder. Y esto vale tanto para aquellos que sostienen una posición como su antagónica. Esto se ve claramente con el ejemplo del aborto: el problema que este plantea hoy no es tanto la discusión, condenada de antemano al fracaso práctico, acerca de su aceptabilidad moral o no, sino el de cómo armonizar la convivencia política de los grupos pro-choice y pro-lije, puesto que la aceptación de cualquiera de las dos posiciones por parte de los sistemas normativos públicos, implicaría una imposición coercitiva sobre los grupos que no están de acuerdo. ¿Con qué derecho el Estado asumiría como propia, y por lo tanto como obligatoria, una de las posiciones en detrimento de las otras? La teoría filosófica podrá argumentar más o menos sólidamente en cada uno de los casos, pero la realidad política, tal como la posmodernidad comprueba, es que la vigencia pública de las ideas está menos relacionada con la calidad de las argumentaciones que con ciertas disposiciones emocionales y volitivas, las cuales, a su vez, dependen la mayor parte del tiempo de experiencias concretas de vida. La 13 Ob. cit. p. 96. JORGE MART(NEZ BARRERA: LIMITES DE LA FlLOSOFfA MORAL CLÁSICA EN EL... constatación de la pos modernidad en lo referido a la discusión de contenidos morales, es que muy raramente, por no decir nunca, alguna persona o grupo de personas que defiende de manera militante una determinada posición, cambie su modo de pensar solo por haberse convencido de que su antagonista tiene la razón y no ella. En suma, la gran sospecha de la posmodernidad y a la cual Engelhardt presta atención, es que las ideas morales traducen experiencias de vida, ni más ni menos que eso, y que la discusión de tales ideas no es más que una de las formas de la lucha por el poder l4 • Ahora bien, el loable proyecto moderno de poner en pie un criterio de fundamentación moral independiente de la experiencia ha fracasado rotundamente de acuerdo al diagnóstico de Engelhardt. La única posibilidad de fundamentar una moralidad "contenutística", como él la llama, es el recurso a la voluntad divina. Ahora bien, como hay incontables religiones, la ética religiosamente fundada tampoco resuelve el problema de los extraños morales. Cuando el diálogo ético es emprendido en un mundo axiol6gicamente politeísta como el nuestro, la fuente de autoridad moral no puede ser para Engelhardt la evidencia racional de los contenidos, pues esa evidencia será siempre subjetiva. Los partidarios de la eutanasia, por ejemplo, están firme e íntimamente convencidos de estar en lo correcto y acusan a los detractores de la misma, precisamente, de no ver lo que ellos ven. Por su parte, quienes están en contra de esta práctica, lamentan que sus adversarios sean tan ciegos de no ver la razonabilidad y superioridad de su posición, de la cual, por supuesto, también están firme e íntimamente convencidos. Pues bien, Engelhardt nos sugiere que la evidencia racional, por lo menos en asuntos de ética, es un tipo de experiencia muy cercano a la fe, yeso es precisamente lo que define a las morales religiosas. Las opiniones morales y las convicciones son, en definitiva, creencias, dice Engelhardt, las cuales no difieren demasiado de la forma de expresión de lo religioso. Estas creencias, pueden ser la consecuencia de razonamientos, o bien dar origen a los mismos, pero en todo caso, cuando se discuten posiciones éticas importantes los niveles de argumentación ética son siempre periféricos respecto de las creencias. La discusión contemporánea acerca de problemas morales esenciales es en definitiva una lucha de convicciones en la cual la razonabilidad de 14 "La Rochefoucauld tiene razón. Nuestras ideas y nuestras convicciones toman rápidamente el color de nuestros intereses", escribe Marcel Pagnol recordando una anécdota de su infancia. Marcel Pagnol. Confidences. Paris. Éditions de Fallois. 1990, p. 17 . 247 248 SEMINARIOS DE FILOSOFfA. Vol. 16.2003 las posiciones cuenta poco. Aun cuando Engelhardt no lo dice expresamente, no se puede negar que los debates sobre asuntos morales resuelven muy poco de los problemas en discusión, pues los contendientes no suelen discutir razones sino convicciones personales, y por lo general, en este terreno, no están dispuestos a ceder. Por cierto, quien ha salido maltrecho de un debate, no suele pensar que su adversario estaba en lo correcto y no él, sino que no fue lo suficientemente hábil para convencer al otro de la superioridad de su creencia o convicción. En una palabra, Engelhardt no deja de advertir una situación paradójica de la moral contemporánea: el hecho de que sea posible que existan íntimas convicciones respecto de posiciones antagónicas, convicciones acerca de cuya génesis él no se pronuncia, pero que siempre tornan la discusión acerca de las distintas opiniones en un diálogo de sordos, donde lo único que importa es ganarle al adversario. ¿Cómo es posible pues que las personas o instituciones estén tan absolutamente convencidas de la razonabilidad de argumentos que son absolutamente opuestos? Pocas personas están dispuestas a revisar el trabajoso camino de la argumentación racional que acaba en la convicción subjetiva. Esta última funciona simultáneamente como una muralla perimetral infranqueable para los "extraños morales" y como una protección para los "amigos morales". Estamos, francamente, ante un callejón sin salida y necesitamos buscar una vía alternativa. La propuesta de Engelhardt es la de retomar el camino donde Aristóteles y la modernidad han fracasado, uno por defecto y la otra por exceso. Contra Aristóteles, es preciso pensar en una moralidad capaz de reunir a amigos y extraños morales; contra la modernidad, es preciso pensar en una moralidad, si no vacía de contenidos, por lo menos con contenidos tan amplios, que sean capaces de suscitar el más extenso acuerdo porque así lo exige el modo de convivencia política contemporáneo. La ética, para Engelhardt, ha de ser, de una vez por todas, de tipo formal, es decir, intentará determinar ante todo cuáles son las condiciones que hagan posible el acuerdo entre extraños morales, un problema que Aristóteles resuelve eliminando directamente la participación de estos en el diálogo. Y también habrá de ser secular, pues para Engelhardt toda ética contemporánea comprometida con contenidos concretos es siempre religiosa, o tiene el estilo de lo religioso, como por ejemplo las posiciones militantes en pro o contra una acción cualquiera. Pues bien, el gran principio fundador de la ética es para Engelhardt lo que él llama el "principio de permiso". Este fundamenta la moralidad del respeto mutuo, pues 'su máxima es: "No hagas a otros lo que ellos no se harían a sí mismos, y haz por ellos lo que te has comprometido a hacer" JORGE MARTfNEZ BARRERA: LIMITES DE LA F1LOSOFfA MORAL CLÁSICA EN EL. .. (FB. p.138). El principio de permiso "es la condición necesaria para poder resolver con autoridad moral las controversias morales entre extraños morales sin recurrir a la fuerza y para mantener un lenguaje ético secular mínimo destinado a alabar y censurar" (FB, p.120). Este principio proporciona el marco formal vacío que posibilita el consenso mutuo en un ámbito secular y pluralista y constituye la fuente misma de la autoridad moral: "La autoridad de las acciones que implican a otros en una sociedad pluralista secular tiene su origen en el permiso de estos ( ... ). Sin este consentimiento o permiso no existe autoridad ( .. . ). El principio de permiso expresa la circunstancia de que para resolver disputas morales en una sociedad pluralista, la autoridad no puede partir ni de argumentos racionales ni de creencias comunes, sino únicamente del acuerdo de los participantes" (FB, p.138. Cursivas mías). Este principio de permiso presenta además el atractivo de que no genera una convicción o creencia por no estar directamente asociado a una experiencia de vida, y por lo tanto puede servir como marco global de un acuerdo. Por otra parte, tal como lo formula su autor, no es tampoco un principio totalmente vacío de contenidos, sino que expresa una exigencia material (además de formal) ineludible para todo aquel que desee participar en el diálogo ético. Sin embargo, el inconveniente que podría tener este tipo de fundamentación del razonamiento moral, es que no se alude a ninguna bondad o maldad intrínseca de algunas acciones. Todavía más, el propio Engelhardt admite que algunos de los resultados a los que llega son francamente repugnantes, pero se encoge de hombros y afirma, con envidiable frescura, que él lo siente mucho, pero que más no se puede pedir: "Aunque el autor (Engelhardt) afirma que no existe una autoridad moral secular que pueda, en términos seculares generales, justificar la prohibición de la venta de heroína, de la disponibilidad del aborto, de la comercialización de los servicios de eutanasia, o de la prestación del alquiler comercial de úteros, mantiene firmemente que ninguna de estas empresas es moralmente correcta. En efecto, se trata de grandes males morales, pero su maldad no puede captarse en términos puramente seculares ( ... )" (FE, 25). Este razonamiento le sirve a él para justificar, entre otras cosas, la legitimidad de los contratos de tipo Ulises, cuya descripción dejo a su exquisita sensibilidad: "También 'el principio de permiso legitima' un contrato de 'tipo Ulises'. Imaginemos que queremos experimentar qué se siente al ser tratado por 249 250 SEMINARIOS DE FILOSOFfA. Vol. 16.2003 un dentista sin anestesia local. Se le dice al dentista que no aplique anestesia local y que perfore el diente haciendo caso omiso de los gritos • de dolor. Imaginemos también que el dentista, Doc Holliday (sic), accede a ello, ata al paciente a la silla y empieza a perforar. El paciente grita doloridamente '¡Esto ha sido un grave error! ¡Deténgase y anestésieme!' ( ... ). El paciente ha transferido a Doc Holliday el derecho a tratar sin anestesia. Si Doc Holliday continúa el tratamiento sin anestesia, a pesar de los gritos desesperados del paciente, no estará violando la moralidad del respeto mutuo" (FB, p.354). Los ejemplos de este tipo se multiplican y el autor insiste una y otra vez acerca de la repugnancia que le producen ciertas prácticas contemporáneas, pero lamenta no estar en condiciones de poder fundamentar racionalmente esa reacción. Quisiera detenerme un instante en este último hecho. Engelhardt, según sus propias palabras, sabe que ciertas cosas están mal, y que "en el campo de la bioética secular existe una diversidad, que es a menudo perversa, pero que el Estado no puede eliminar con ninguna excusa" (FB, 23). Y cuanto más profunda es una convicción, más cercana está a un tipo de conocimiento religioso, sostiene. Ahora bien, como no todo el mundo escucha a Dios de la misma manera, esas convicciones no pueden estar en la base de ningún razonamiento moral. Vemos entonces que para Engelhardt, mientras más directa e inmediatamente repugnante aparece una conducta, más debe rechazársela como patrón de medida de lo que no debe hacerse, y cuanto más directa e inmediatamente encomiable aparece una conducta, también debe rechazársela como patrón de medida de lo que debe hacerse, pues tales cánones no traducirían sino "experiencias de vida personales", las cuales no pueden emplearse como sustento de una moral universal dotada de contenido. Es decir que mientras más convencidos estamos de algo, más sospechosa es nuestra opinión de transportar clandestinamente algún interés personal anclado en alguna experiencia de vida. En una palabra, lo que Engelhardt está sugiriendo es, en el fondo, la necesidad de excluir del razonamiento moral el plano de la evidencia, porque ella está indefectiblemente asociada a alguna experiencia individual, la cual, al ser subjetiva, tiene bloqueado su acceso a la validez universal. Y esto aun cuando esa evidencia de lo moralmente bueno o malo sea la de un hombre ejemplar. Sin embargo, si hemos de admitir el "principio de permiso" como fundamento de una moral aceptable por todos, no se ve qué tipo de legitimación trascendental podría darse al mismo que esté por encima de alguna evidencia racional, la cual, a su vez, siempre habrá de ser subjeti- JORGE MARTf NEZ B ARRE RA : LIMITES DE LA FILOSOFIA MORAL CLÁSICA EN EL.. . va. No resulta claro cuál es la facultad humana no racional que permite reconocer la superioridad del principio de permiso. Puede comprenderse el fastidio de Engelhardt con lo subjetivo, pero no siempre subjetivismo es sinónimo de relativismo, de emotivismo o de irracionalismo. Existen convicciones íntimas y personales, que solo pueden adquirirse en la experiencia de la vida misma, la cual por cierto es intransferible, y que sin embargo pueden ser compartidas por todo hombre o mujer con sano uso de razón. De hecho, la vida cotidiana sería imposible sin la puesta en práctica, consciente o no, de tales convicciones, y su eficacia es tanto mayor cuanto más íntimamente convencidos estén los agentes morales de su intangibilidad. III DE VUELTA A ARISTÓTELES Trataré de reconstruir el camino seguido hasta aquí. He examinado a Aristóteles según las objeciones de la modernidad. He examinado a la modernidad según las objeciones de la posmodernidad, y he examinado a la posmodernidad de acuerdo al testimonio de Engelhardt. Hay probablemente un hilo común en esta concatenación de refutaciones, y es que las discusiones morales fracasan porque las convicciones no tienen, en el fondo, otra base de sustentación que las experiencias de vida y los deseos de cada uno. Ahora bien, ¿Aristóteles ignora esto? Creo que no. Y tanto es así que la ética es planteada, precisamente, como un asunto de formación de caracteres mediante la virtud, y la virtud es lo que tiene que ver con el placer y el dolor, es decir, con lo que nos gusta y con lo que aborrecemos. Antes de empezar siquiera a hablar de lo que está bien y lo que está mal, es preciso examinar entonces de dónde vienen esas opiniones. Hay tanta variedad e inestabilidad en las acciones, que se está tentado de ver en ellas el fruto de la convención y no de la naturaleza de las cosas, dice el Estagirita 15. Lo que necesitamos primero es entonces un claro diagnóstico del estado de nuestras emociones, pasiones y, sobre todo, deseos. A esto habrá de seguir un riguroso programa psicoterapéutico, cuyas líneas más o menos detalladas podemos leer en la Ética Nicomaquea, es decir, en esa serie de sesiones psiquiátrico-jurídicas en las cuales lo que importa ante todo no es saber una determinada cosa, sino ser de una determinada manera. Así pues, si en el origen de toda acción humana hay un deseo de cosas que indefectiblemente vienen mediatizadas por una percep15 EN, 1094b 14. 251 252 SEMINARIOS DE FILOSOFfA . Vol. 16. 2003 ción racional, para que la acción sea moralmente buena ese deseo debe articularse con la percepción verdadera . El deseo es recto cuando 'quiere lo que la percepción verdadera le muestra , y el acuerdo entre el deseo recto y tal percepción de la inteligencia ha sido llamado tradicionalmente "verdad práctica", la gran ausente en la obra de Engelhardt. La nota desafiante de la ética aristotélica es justamente esa, es decir, la posibilidad de unir deseo e inteligencia . Si ambas cosas pueden ser asociadas, es porque también pueden ir separadas, como cuando alguien desea hacer el bien o lo correcto, pero no sabe (porque no quiere o no puede) en qué consiste este, o como cuando alguien sabe en qué consiste, pero no logra determinar su voluntad (porque no quiere o no puede) para ejecutarlo. El primer caso es el de la veleidad, la cual, cuando encuentra un caldo de cultivo apropiado se transmuta en ideología, y el segundo el de la cobardía o el de la incontinencia. Pero ¿se puede saber qué es el bien? En materias morales, según parece sugerir Aristóteles, es mejor renunciar a fórmulas generales. La "idea del Bien" es de poca utilidad. Por el contrario, la formación y el entrenamiento gradual del carácter en la toma de decisiones de menor a mayor complejidad podría constituir un buen reaseguro contra ciertas situaciones de perplejidad, las cuales generalmente no constituyen la trama de una vida . Pero esto es materia de un proyecto educativo en el cual el auxilio del ejemplo, la formación de la sensibilidad artística (especialmente musical), la apertura a la compasión (prolegómeno de la justicia), el entrenamiento físico y una cierta mortificación del cuerpo, no están en absoluto reñidos con la adultez y la verdadera autonomía. Ahora, si por autonomía entendemos una razón a solas consigo misma en búsqueda igualmente solitaria de un criterio moral cuya rectitud depende esencialmente de la ficción a priori del test de universalidad, podremos conseguir tal vez una teoría moral, pero no necesariamente una buena persona. y a la pregunta: pero entonces ¿cuál es la justa medida del dominio de las pasiones?, ¿cuál es la justa medida de la rectitud del deseo?, la respuesta aristo~élica acude a una causa que los contextos humanos no . pueden comprender cuando imaginan a un hombre a solas consigo mismo y con su conciencia. La causa a la que apela Aristóteles es la causa ejemplar. La pregunta acerca de cómo obtienen Sócrates y Pericles la medida de sus bellas decisiones y acciones, es una pregunta de escasa relevancia, . pues Sócrates y Pericles están ahí. La remisión a esos ejemplos es más eficaz contra la supuesta circularidad del razonamiento moral enunciada más arriba que la descontextualizada referencia tomasiana a un fin puesto JORGE MARTrNEZ BARRERA: LIMITES DE LA FILOSOFIA MORAL CLASICA EN EL... por la naturaleza 16. No tiene mayor sentido asomarse al abismo de ciertas preguntas que no pueden tener respuesta (por ejemplo: ¿por qué está bien lo que evidentemente está bien?), o respuestas inmorales como las de Engelhardt. A su vez, el ejemplo de vida de los hombres virtuosos no tiene sentido en una cultura impregnada de individualismo, donde se acepta que el nivel más fundamental de toda situación humana es de total soledad, y que a lo sumo podría aspirarse a una "intersubjetividad", es decir, a una yuxtaposición de sujetos que han encontrado una fórmula de convivencia que no contraríe sus propias voluntades. La causa ejemplar en materias morales es leída como "paternalismo" en un mundo donde la naturaleza comunitaria de cada persona es desestimada como fuente de sentido de la propia vida. Los virulentos ataques contra ciertas formas necesarias de paternalismo, por ejemplo en contextos de pobreza o de riqueza extrema, son un síntoma de la crispación individualista del modo de vida contemporáneo. Y es así como llegamos a un notable invento actual, ya mencionado al pasar: las "teorías éticas". Puede atenderse el testimonio de Edmund Pincoffs: HA pesar de que los filósofos han discutido largamente el problema del libre albedrío, del bien del hombre, de la sabiduría práctica, de la naturaleza de la justicia, etc. la teoría ética es esencialmente una invención moderna. Decir que uno tiene una teoría ética equivale a decir que uno tiene una versión sistemática acerca de la fundamentación de los juicios morales. Las teorías están hechas para ser aplicadas a los casos, para proveer principios y procedimientos por medio de los cuales se pueden resolver problemas morales. Me permitiré decir que las estructuras conocidas como teorías éticas son más amenazas contra la sensatez moral que instrumentos a su servicio"'7. De acuerdo con Pincoffs, o al menos siguiendo sus provocativas afirmaciones, podría pensarse que el asunto primordial de la ética no son las controversias morales. Por otra parte, la capacidad de tales teorías para la resolución de problemas, es decir de eso mismo que ellas afirman ser el asunto principal de la ética, está habitualmente muy 16 17 Mi posición es que resulta absolutamente legítimo y recomendable acudir al "fin puesto por la naturaleza" como norma práctica suprema. Esta es la idea que conduce al concepto clave de la moral tomasiana, un concepto tan mal comprendido por sus detractores : el de ley natural. Lo que no me parece legítimo es presentar a Aristóteles como un teórico de la ley natural avant la lellre. Edmund Pincoffs. Quandaries and Virtues. Against Reductivislll in Elhics . Kansas. University Press, 1986, p. 2. 253 254 SEMINARIOS DE FILOSOFIA, Vol. 16.2003 por debajo de las expectativas generadas. Lo habitual es que las teorías éticas no vayan más allá de ciertos enunciados introductorios o de propuestas de procedimientos, inventando para ello una serie de neologismos cuyo uso está administrado por una nueva categoría profesional, la de los "expertos" en moral. No se puede negar que en instituciones de inspiración cristiana se realizan notables esfuerzos por articular las líneas fundamentales de la ,ética clásica, particularmente aristotélica, con problemas concretos que son fuente de perplejidad. Ahora bien, más allá de los resultados de tales esfuerzos, tampoco puede pasarse por alto que esa ética no ha sido pensada como un medio de resolución de conflictos. ni tampoco como una "teoría moral". sino como un programa muy concreto de formación de caracteres de acuerdo a un ideal de vida humana. Cuando se las quiere transformar en herramientas de solución de problemas se está tergiversando el fin para el cual fueron pensadas. Nuevamente Pincoffs: "Aristóteles, como es bien sabido, pensó a la ética como una rama de la política, la cual a su vez él concibió como un amplio asunto concernido generalmente con un plan de vida de manera que esta fuera la mejor posible ( .. . ). Igualmente en la ética, el asunto principal concierne a la mejor clase de vida individual y las cualidades de carácter exhibidas por el hombre que la sigue. Una vez más, el estudio de los tipos de hombres y caracteres como posibles ejemplos de la clase de vida a perseguir o evitar es un preliminar necesario. Este estudio ocupa una amplia parte de la Ética Nico~aquea. Allf se da a los problemas morales su debido lugar, pero de ninguna manera estos ocupan el centro de la reflexión. La pregunta no es tanto cómo resolver las perplejidades, sino cómo debemos vivir ( ... ). Pero la idea de enfrentar a Aristóteles con un dilema moral es engañosa si es vista a través de nuestras propias lentes. En todo caso el tipo de problemas que tienen los calificados agentes de Aristóteles están más vinculados, no tanto con qué debe ser hecho por cualquiera, calificado o no, en algún tipo de circunstancia, como con la manera de evitar caer en las trampas que asechan al hombre incauto y pueden convertirlo en uno u otro tipo de carácter indeseable. Cuando Aristóteles trata acerca de la deliberación moral, no es con el fin de encontrar un fundamento para la solución de enigmas morales, sino para determinar cuándo podemos imputar responsabilidad o para determinar qué es lo que diferencia a un razonamiento práctico de uno científico" 18. 18 Id. pp. 15- 16. JORGE MARTfNEZ B A RRERA : LIM ITES DE LA FILOSO FIA MORA L CLÁ SICA EN EL... Así entonces, puede comprenderse que, respecto de las expectativas de la ética contemporánea según la versión de Engelhardt, el recurso a la ética clásica aparece como insuficiente. Y mientras más se insista en encontrar en Aristóteles una fórmula de resolución de conflictos, más pobre se nos presenta su pensamiento. Pero en realidad, la misma reducción de la ética a un asunto de resolución de conflictos, reducción en la cual la bioética ha tenido una enorme responsabilidad, dificulta enormemente la comprensión del estatuto de la ética aristotélica. Por último, en cuanto al argumento de que la ética aristotélica sea una venerable curiosidad histórica por el hecho de valer solo para los "amigos morales" o para una pequeña comunidad de ciudadanos virtuosos, posibilitada por las exiguas dimensiones de la ciudad antigua y su inmovilidad social, es, sencillamente, falso. Este juicio reposa sobre una premisa histórica errónea, tal como lo señala Pincoffs: "La ética del carácter (como opuesta a la ética de dilemas) ha florecido en tiempos de cambio que son comparables, en su caleidoscópica variedad, a los nuestros. La ética estoica fue enseñada y practicada por más de quinientos años, durante los cuales hubo períodos de violentos cambios en el mundo antiguo. Estos cambios fueron a menudo de tal magnitud como para producir la incertidumbre de los ciudadanos individuales acerca de la cIase de mundo en el cu al vivirían sus hijos ( ... ). La forma que el estoicismo tomó en Roma durante el Imperio de los primeros tiempos, con su énfasis en el control individual de la propia alma independientemente de cuáles fueran las circunstancias exteriores, es un cabal testimonio de la inseguridad que incluso las clases privilegiadas sintieron en un tiempo de tiraní~ y corrupción"19. Así pues, si bien la ética aristotélica no está en condiciones de proporcionar argumentos para la solución de dilemas morales, sin que esto implique necesariamente una insuficiencia de la mi sma, sencillamente porque no fue pensada para eso, también la propuesta de Engelhardt es, a mi juicio, insostenible como punto de partida de políticas públicas conducentes a la formación de caracteres virtuosos. La búsqueda del tipo de justificación normativa pretendida por él no es posible en el ámbito de la ciencia práctica, y esto podría hacer pensar en otra insufi ciencia de la ética clásica. Pero se trata de límites atribuidos por una instancia exterior al razonamiento práctico mismo, esto es, por las " teo- 19 E. Pincoffs, ob. cil. p. 17. 255 256 SEMINARIOS DE FILOSOFtA, Vol. 16, 2003 rías morales". Estas constituyen ejercicios mentales, sin duda muy ingeniosos, pero de dudosa eficacia en la consecución del objetivo final del saber práctico. En la versión aristotélica al menos, el saber práctico no privilegia el tratamiento científico de la perplejidad, sino el entrenamiento de caracteres conforme a ciertos modelos de excelencia, para que sus decisiones y elecciones logren configurar un modo de vivir. Esto no invalida la pretensión de obtener criterios universales de acción en contextos de alta complejidad sociotecnológica, pero la ética clásica no está en condiciones de ofrecerlos directamente, pues su propósito es otro. Y precisamente por eso, tampoco son aceptables las críticas efectuadas a ella por esta supuesta deficiencia. De todos modos, una buena parte de los dilemas morales se origina por las decisiones y elecciones de caracteres mal formados, y para eso sí hay suficientes respuestas en la ética aristotélica.