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Boletín dominical correspondiente al domingo 17 de mayo de 2015
Domingo del Ciego
La vista y la ceguera ante el Resucitado
“Creo, Señor, y se postró ante Él”
Homilía de Monseñor Siluan, Arzobispo de Buenos Aires y toda Argentina
La curación del ciego de nacimiento ocurrió poco tiempo antes de que se produjera la resurrección de Lázaro en
Betania. No se trataba, según los Padres de la Iglesia, de una enfermedad que impedía la vista, sino que al ciego le faltaban
los ojos desde su nacimiento. Así, la intervención de Jesús consistió en dar existencia a nuevos ojos.
El milagro ocasionó la apertura de una serie de investigaciones por parte de los judíos para identificar al sanador del
ciego. Dicha tentativa les condujo a enfrentarse con el mismo ciego: mientras que este último confesaba que Jesús era un
profeta piadoso, que hacía la voluntad de Dios, que Dios lo escucha, y que Él proviene de Dios; ellos, al contrario, afirmaban
categóricamente que Jesús era un “pecador” y que “no puede venir de Dios, pues no guarda el sábado”, rechazando el hecho
obvio del milagro. Además, cabe comparar la confesión firme del ciego ante el miedo que dominaba a sus padres. Es
entonces que animado con esta disposición que el ciego se encontró con su sanador. Así, él reconoció a Cristo como Señor,
creyó y se postró ante Él.
En realidad, nos sorprende observar que la reacción de los judíos ante este evento es idéntica a lo que iba a suceder
durante la Pasión, cuando los judíos refutaron la revelación de Jesús de su identidad, le inculparon por blasfemia y lo
condenaron para ser crucificado en las afueras de Jerusalén. Cabe notar que la firme confesión de Jesús coincidió con la
triple negación de Pedro. Luego, los judíos mal interpretaron el hecho del sepulcro vacío de Cristo como si el cuerpo de
Cristo hubiera sido robado por sus discípulos mientras que los soldados lo custodiaban, y no aceptaron la vida y la victoria
sobre la muerte que Cristo dio a la naturaleza humana por medio de su resurrección. En cambio, en una dirección
diametralmente opuesta, cuando las mujeres encontraron a Cristo en la madrugada del día de la Pascua, “Jesús les salió al
encuentro, diciéndoles: Alégrense. Ellas, acercándose, asieron sus pies y se postraron ante Él” (Mt 28:9).
Para entender ese paralelismo y cómo nos afecta, tenemos las palabras de Jesús antes de la curación del ciego,
explicando que la ceguera era “para que se manifiesten las obras de Dios”. Ante la obra del Señor de recrear nuevos ojos, se
manifestó implícitamente la posición de los protagonistas, a saber la de los judíos, del ciego y de sus padres: constatemos la
irascibilidad de los judíos en sus creencias y convicciones, y su negación y rechazo a ver las obras de Dios; observamos
también el miedo de los padres del ciego; y admiramos, en cambio, al ciego quien vio y confesó, postrándose ante Jesús.
Surge, pues, la pregunta si vemos las obras de Dios y las confesamos. Una respuesta digna no puede ser otra que
averiguar si damos gracias a Dios. La acción de gracias por excelencia de la Iglesia es la Eucaristía, o sea la Divina Liturgia,
donde todos nosotros agradecemos a Dios por sus obras en nuestra vida, y principalmente por Su presencia y Su gracia,
experimentándolas y confesándolas al mismo tiempo.
Sin embargo, la participación de la Divina Liturgia no es buena en la actualidad. Le falta estar acompañada por un
sentido de comprensión y de deseo más profundo, una actitud de gratitud y una disposición contrita. Es verdad que la vida
nos impone ritmos y condiciones que aceptamos voluntaria e involuntariamente, generando entre los más débiles
espiritualmente, una grave lesión: por una parte, una disposición malísima - justificarse permanentemente por su falta y
ausencia-, o por otra parte, una actitud mortal -la indiferencia. En realidad, persistir en la auto-justificación significa
obviamente un tipo de injuria espiritual, mientras que la indiferencia es una muestra de ceguera espiritual, disimulándose
tras la seguridad de identificarse y conformarse con la conducta de la mayoría, evitando llevar a cabo el desafío que implica
diferenciarse de dicha conducta. En cambio, la confesión de su propia debilidad abre el camino de la recuperación de la
vista de la misericordia de Dios por los ojos tanto de la inteligencia como del corazón.
La obra mayor del Resucitado es Su misma resurrección y la vida eterna que brota desde entonces en medio de
nosotros, en la Iglesia y en la vida de cada uno en particular, hoy y ahora. Vista o ceguera ante el Resucitado dependen de
nosotros, y significan respectivamente el haberle agradecido o haber rechazado Sus obras. El ciego eligió el “Camino” por
excelencia, el camino de la vista, y se volvió un apóstol antes que los apóstoles de Cristo y confesor de Sus obras en su vida.
Nosotros también, en pos del ciego de nacimiento y de los apóstoles, somos elegidos para que se manifieste, en nuestra vida
y nuestra comunidad, la misma gratitud y confesión, el mismo testimonio y vigor apostólico, antes de Su segunda venida en
gloria. Ojala sigamos dignamente el ejemplo del ciego y rindamos siempre gracias a Cristo en su iglesia. ¡“Cristo resucitó”!
Tropario de la Resurrección (Tono 5)
1
Al coeterno Verbo, con el Padre y el Espíritu, al Nacido de la Virgen para nuestra salvación, alabemos, oh fieles, y
prosternémonos. Porque se complació en ser elevado en el cuerpo sobre la Cruz y soportar la muerte, y levantar a los
muertos por su Resurrección gloriosa.
Kontakión de Pascua (Tono 8)
Aunque descendiste al sepulcro, Tú que eres Inmortal, borraste el poder de infierno y levantaste Victorioso, ¡Cristo
Dios! Y a las mujeres portadoras del bálsamo dijiste: ¡Regocijaos! Y a Tus discípulos otorgaste la paz, Tú que otorgas la
resurrección a los caídos.
Hechos de los Apóstoles (16:16-34)
Hermanos, un día, mientras nos dirigíamos al lugar de oración, nos salió al encuentro una muchacha poseída de un
espíritu de adivinación, que daba mucha ganancia a sus patrones adivinando la suerte. Ella comenzó a seguirnos, a Pablo y
a nosotros, gritando: “Esos hombres son los servidores del Dios Altísimo, que les anuncian a ustedes el camino de la
salvación”. Así lo hizo durante varios días, hasta que al fin Pablo se cansó y, dándose vuelta, dijo al espíritu: “Yo te ordeno
en nombre de Jesucristo que salgas de esta mujer”, y en ese mismo momento el espíritu salió de ella. Pero sus patrones,
viendo desvanecerse las esperanzas y de lucro, se apoderaron de Pablo y de Silas, los arrastraron hasta la plaza pública ante
las autoridades, y llevándolos delante de los magistrados, dijeron: “Esta gente está sembrando la confusión en nuestra
ciudad. Son unos judíos que predican ciertas costumbres que nosotros, los romanos, no podemos admitir ni practicar”. La
multitud se amotinó en contra de ellos, y los magistrados les hicieron arrancar la ropa y ordenaron que los azotaran.
Después de haberlos golpeado despiadadamente, los encerraron en la prisión, ordenando al carcelero que los vigilara con
mucho cuidado. Habiendo recibido esta orden, el carcelero los encerró en una celda interior y les sujetó los pies en el cepo.
Cerca de la medianoche, Pablo y Silas oraban y cantaban alabanzas de Dios, mientras los otros prisioneros los escuchaban.
De pronto, la tierra comenzó a temblar tan violentamente que se conmovieron los cimientos de la cárcel, y en un instante,
todas las puertas se abrieron y las cadenas de los prisioneros se soltaron. El carcelero se despertó sobresaltado y, al ver
abiertas las puertas de la prisión, desenvainó su espada con la intención de matarse, creyendo que los prisioneros se habían
escapado. Pero Pablo le gritó: “No te hagas ningún mal, estamos todos aquí". El carcelero pidió unas antorchas, entró
precipitadamente en la celda y, temblando, se echó a los pies de Pablo y de Silas. Luego los hizo salir y les preguntó:
“Señores, ¿qué debo hacer para alcanzar la salvación?”. Ellos le respondieron: “Cree en el Señor Jesús y te salvarás, tú y
toda tu familia”. En seguida le anunciaron la Palabra del Señor, a él y a todos los de su casa. A esa misma hora de la noche,
el carcelero los atendió y curó sus llagas. Inmediatamente después, fue bautizado junto con toda su familia. Luego los hizo
subir a su casa y preparó la mesa para festejar con los suyos la alegría de haber creído en Dios.
Santo Evangelio según San Juan (9:1-38)
En aquel tiempo, Jesús al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento; sus discípulos le preguntaron: “Maestro, ¿quién
pecó, éste o sus padres?” Jesús respondió: “Ni él pecó ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.
Conviene que Yo haga las obras del que me ha enviado mientras es de día; viene la noche cuando nadie puede trabajar.
Mientras estoy en el mundo, Yo soy la Luz del mundo”. Dicho esto, escupió en la tierra e hizo lodo con la saliva, y untó con
el lodo los ojos del ciego, y le dijo: “Vete y lávate en la piscina de Siloé” (palabra que significa “el enviado”). Él fue y se lavó
allí, y cuando volvió veía claramente. Sus vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna decían: “¿No es éste el que se
sentaba aquí y pedía limosna?” Unos decían: “Es él”, otros en cambio: “No, es uno que se le parece”. Pero él afirmaba: “Sí,
soy yo”. Le preguntaban, pues: “¿Cómo se te han abierto los ojos?” Contestó: “Aquel hombre que se llama Jesús hizo un
poquito de lodo, me untó los ojos, y me dijo: “Vete a la piscina de Siloé y lávate allí”. Fui, me lavé, y ahora veo”. Le
preguntaron: “¿Dónde está ése?” Respondió: “No lo sé”. Lo llevaron, pues, ante los fariseos al que había sido ciego. Pero es
de advertir que ese día en que Jesús hizo el lodo y le abrió los ojos al ciego era sábado. Nuevamente, pues, los fariseos le
preguntaban también cómo había recobrado la vista. El les respondió: “Puso lodo sobre mis ojos, me lavé, y veo”. Sobre lo
que decían algunos de los fariseos: “No viene de Dios este hombre, pues no guarda el sábado”. Otros decían: “¿Cómo un
hombre pecador puede realizar tales señales?” Y había desacuerdo entre ellos. Entonces volvieron a decirle al ciego: “Y tú
¿qué dices del que te ha abierto los ojos?” Respondió: “Que es un profeta”. Pero, por lo mismo, no creyeron los judíos que
hubiese sido ciego, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: “¿Es éste su hijo, de quien dicen que nació ciego?
¿Cómo es que ahora ve?”. Sus padres les respondieron: “Sabemos que éste es hijo nuestro, y que nació ciego, pero cómo
ahora ve, no lo sabemos, ni tampoco sabemos quién le ha abierto los ojos; pregúntenle a él, edad tiene y puede responder
por sí mismo”. Esto dijeron sus padres por miedo a los judíos, porque los judíos se habían puesto de acuerdo en echar de la
sinagoga a cualquiera que reconociese a Jesús por el Cristo. Por eso dijeron: “Edad tiene: pregúntenle”. Llamaron, pues, otra
vez al hombre que había sido ciego, y le dijeron: “¡Da gloria a Dios! Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador”. Él
respondió: “Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé que yo antes era ciego y ahora veo”. Le replicaron: “¿Qué hizo él contigo?
¿Cómo te abrió los ojos?” Les respondió: “Ya se lo he dicho y no me han oído, ¿por qué quieren oírlo otra vez? ¿Acaso será
que también ustedes quieren hacerse discípulos suyos?” Entonces comenzaron a insultarlo. Y le dijeron: “Tú eres discípulo
de ése; nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, mas éste no sabemos de dónde
es”. Respondió aquel hombre y les dijo: “Aquí está lo extraño: me ha abierto los ojos y ustedes no saben de donde viene...
Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino que al que teme a Dios y hace su voluntad, a éste le escucha. Desde que
el mundo es mundo no se ha oído jamás que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si este hombre no
fuese de Dios, no podría hacer nada de lo que hace”. Le respondieron: “Saliste del vientre de tu madre envuelto en pecado,
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¿y nos das lecciones?” Y lo echaron fuera. Oyó Jesús que lo habían echado fuera, y encontrándolo, le dijo: “¿Crees en el Hijo
de Dios?” Respondió él y dijo: “¿Y quién es, Señor, para que crea en Él?” Le dijo Jesús: “Lo has visto; es el mismo que está
hablando contigo”. Él entonces dijo: “Creo, Señor”. Y se postró ante Él.
¿A quién conmemoramos hoy?
Al Santo Apóstol Andrónico
San Andrónico, apóstol de los Setenta y Santa Junia eran parientes del Apóstol Pablo. Ambos trabajaron
incansablemente en la predicación del Evangelio a los paganos. San Pablo los menciona en su epístola a los Romanos:
“Saludad a Andrónico y Junia, mis parientes y compañeros de prisión, ilustres entre los apóstoles, que llegaron a Cristo antes que yo”
(Rom 16:7).
San Andrónico fue establecido como Obispo en la ciudad de Pannonia pero la predicación lo llevo junto a Santa Junia a
otras tierras más allá de las fronteras de su diócesis. Por los esfuerzos de ambos la Iglesia de Cristo fue fortalecida, los
paganos se convirtieron al conocimiento de Dios, muchos templos paganos fueron cerrados y en sus lugares Iglesia
cristianas fueron construidas. El oficio que realizamos en la Iglesia por ellos establece que ambos recibieron las coronas del
martirio.
En el siglo V, durante el reinado de los emperadores Acadios y Honorio, sus santas reliquias fueron llevadas a la ciudad
de Constantinopla junto a las reliquias de otros mártires y colocadas cerca de la puerta de Eugenio (22 de febrero).
Al poco tiempo, una hermosa iglesia fue construida en sus memorias. El nombre de Junia es el único nombre femenino
que Pablo utiliza junto al adjetivo de “apóstol” lo que es muy importante al hablar sobre el rol que la mujer cumple en la
iglesia también.
Agenda de Monseñor Siluan
Visita a Mendoza
Desde Córdoba, Monseñor Siluan llegó a Mendoza por la tarde del domingo 26 de abril pasado. Si bien, debido al
retraso del vuelo, no pudo participar de la Divina Liturgia celebrada por el Rev. Padre Ignacio Sahade, con motivo de la
fiesta patronal de la Iglesia, sin embargo, participó de la procesión del ícono de San Jorge en las calles aledañas al Templo
junto a la feligresía, el coro, la juventud y la catequesis.
Al final de la procesión, Monseñor dijo unas palabras en el templo, en la que felicitó por la fiesta patronal, y saludó a
quienes celebraban su onomástico como así también a las Damas Miróforas por su día. Luego, enfocó su palabra sobre la
perspectiva de asumir la resurrección en nuestra vida, mostrando la diferencia entre vivir como si Cristo nunca hubiera
resucitó, y vivir con la mente y la vida iluminadas con nuestro encuentro con Cristo resucitado, ilustrando el testimonio de
las mujeres Miróforas y el de San Jorge.
Después de repartir el pan bendito, los presentes compartieron en el patio de la Iglesia una cena comunitaria.
Acto central por el Genocidio Armenio
El pasado jueves 29 de abril, Monseñor Siluan participó del Acto Central por el Genocidio Armenio que se llevó a cabo
en el estadio Luna Park, acompañado por el CPN Juan José Esper, integrante de la Mesa Ejecutiva Arquidiocesana y a su
vez del Consejo Administrativo Ortodoxo de la Catedral San Jorge.
Además de las adhesiones en nombre de distintos políticos e instituciones, el acto contó con palabras en nombre de la
colectividad armenia y los reconocimientos del genocidio a través del mundo, y los actos de negación del Estado de
Turquía. Actos artísticos se intercalaron entre las palabras, con el coro de “100 voces por Armenia” que cantó un réquiem
armenio, un poeta y un artista dibujando con arena la historia del pueblo armenio, y la presencia del cantante argentino
Jairo.
Al finalizar el acto, Monseñor Siluan saludó a S.E.R. Monseñor Kissag Mouradian, primado de la Iglesia Apostólica
Armenia en Argentina y Chile, al Embajador de Armenia en Argentina, y a los Presidentes de las Instituciones Armenias.
Cabe señalar, que la comunidad realizó el oficio religioso por la santificación del millón y medio de mártires el viernes
24 de abril pasado en la Catedral San Gregorio el Iluminador en Buenos Aires, a la cual asistió el Rev. Padre Gabriel Coronel
en representación de Monseñor Siluan y de la Catedral San Jorge.
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