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Centro de Espiritualidad Paulina de México Pautas de Retiro para el mes de Mayo 2015 NUESTRA CASTIDAD HOY NUESTRA CASTIDAD HOY Hablar de nuestra castidad hoy, como miembros de la Familia Paulina, nos puede llevar por diversos matices, según el estado de vida que eligió cada uno de los miembros. Aquí la trataremos brevemente de manera que todos nos sintamos involucrados: sacerdotes, religiosas, religiosos, laicos comprometidos y matrimonios. I. La Palabra de Dios ¿Qué significa castidad? La Biblia no tiene un término preciso para la castidad. Sin embargo, varias palabras expresan la idea como por ejemplo: fidelidad, corazón sincero, rectitud, justicia, etc. (Cfr. Mt 5, 1ss; Jn 4,23-24, Lc 18, 29-30). También se le relaciona con la virginidad y celibato: a) Con la virginidad: como un estilo de vida que se refiere a un estado físico de la persona. Esta valoración se asocia con el hecho de ser María madre de Jesús y virgen a la vez, (Cfr. Lc 1-2) y con la misma virginidad que Jesús vivió, y por ende con el seguimiento de Cristo. b) El celibato: Jesús habla de los que han decidido no casarse (como un estado jurídico) “por amor al reino de los cielos” (Mt. 19, 12); en este caso también se refiere a un estado de vida de aquellos que no se casan para poner toda su vida y todas sus fuerzas al servicio del Reino. La castidad, entonces, no es un estado físico o jurídico: es una virtud. Esta virtud tiene relación con orientar la sexualidad y la afectividad de manera positiva e integradora. Se trata, en el fondo, de vivir los sentimientos, las emociones y la vida afectiva con honestidad, transparencia y una recta intención. Por tanto, todo bautizado es llamado a la castidad. El cristiano se ha “revestido de Cristo” (Gál 3, 27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta según su estado de vida particular. En el momento de su Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la castidad1. 1 CEC, 2348 Para los consagrados, llamados al celibato y a la virginidad, la castidad es un amor con corazón indiviso por Dios, marcado por una pasión por Jesucristo y su Evangelio2, en el empeño radical de ser memoria actual del modo de vivir del Hijo de Dios en el mundo (Cfr. Jn 13; Rm 12,1-2). II. Magisterio de la Iglesia Los religiosos… son aquellos que han elegido un seguimiento de Jesús, que imita su vida con la obediencia al Padre, la pobreza, la vida de comunidad y la castidad. En la Iglesia los religiosos están llamados especialmente a ser profetas que dan testimonio de cómo ha vivido Jesús en este mundo, y que anuncian como será el Reino de Dios en su perfección. Un religioso no debe renunciar jamás a la profecía. (Hacemos referencia sobre todo al voto de castidad, que es el amor vivido en la entrega generosa, con alegría y entusiasmo). Esta es una actitud cristiana: la vigilancia. La vigilancia sobre uno mismo: ¿qué ocurre en mi corazón? Porque donde está mi corazón está mi tesoro. ¿Qué ocurre ahí? Dicen los Padres Orientales que se debe conocer bien si mi corazón está turbado o si mi corazón está tranquilo. Después ¿qué hago? Intento entender lo que sucede, pero siempre en paz. Entender con paz. Luego, vuelve la paz y puedo hacer la discussio conscientiae (discusión a conciencia). Cuando estoy en paz, no hay turbulencia: “¿Qué ha ocurrido hoy en mi corazón?”. Y esto es vigilar. Vigilar no es ir a la sala de tortura, ¡no! Es mirar el corazón. Tenemos que ser dueños de nuestro corazón. ¿Qué siente mi corazón, qué busca? ¿Qué me ha hecho feliz hoy y qué no me ha hecho feliz? Gracias a Dios vosotros no vivís y no trabajáis como individuos aislados, sino como comunidad: y ¡dad gracias a Dios por esto! La comunidad sostiene todo el apostolado. A veces las comunidades religiosas atraviesan tensiones, con el riesgo del individualismo y de la dispersión, mientras que se necesita una comunicación profunda y relaciones auténticas. La fuerza humanizadora del Evangelio es testimoniada por la fraternidad vivida en comunidad, hecha de acogida, respeto, ayuda mutua, comprensión, cortesía, perdón y alegría. Sois levadura que puede producir un pan bueno para muchos, ese pan del que hay tanta hambre: la escucha de las necesidades, los deseos, las desilusiones, la esperanza. Como quien os ha precedido en vuestra vocación, podéis devolver la esperanza a los jóvenes, difundir el amor en todo lugar y en toda situación. Si no sucede esto, si a vuestra vida ordinaria le falta el testimonio y la profecía entonces, os repito otra vez, ¡es urgente una conversión! En la vida consagrada se vive el encuentro entre los jóvenes y los ancianos, entre la observancia y profecía. ¡No las veamos como dos realidades contrarias! Dejemos más bien que el Espíritu Santo anime ambas, y el signo de ello es la alegría: la alegría de observar, de caminar en una regla de vida; la alegría de ser guiados por el Espíritu, nunca rígidos, nunca cerrados, siempre abiertos a la voz de Dios que habla, que abre, que conduce, que nos invita a ir hacia el horizonte. (18. las provocaciones del papa Francisco, “Escrutad”). Cf. Congreso Internacional de la Vida Consagrada, “Pasión por Cristo, pasión por la humanidad”, Ed. Claretiana, Buenos Aires 2005, 322. 2 2 III. Palabras del Fundador3 La castidad es amistad con Dios y con los hermanos en la alianza de la consagración. Castidad y amor son inseparables. Está demasiado comprometido todo el ser humano ya que la castidad es la expresión misma de una caridad que ha llegado a ser perfecta. La castidad consagrada es, en sí misma, una intención de integralidad. Poco valdría nuestro voto de castidad “si la caridad de Cristo no se adueñase de nuestro ser en su totalidad”. Si esto se verifica, entonces el religioso “tiende a convertirse realmente en el hombre de un solo amor”. El religioso ofrece a Dios “no sólo el corazón, sino también la mente, la voluntad, la virginidad de las fuerzas mismas. Por tanto, el religioso no da al Señor sólo el fruto sino también el árbol; es todo de Dios, total y enteramente. Quien reserva el corazón entero para Jesús tendrá la caridad perfecta, lo cual equivale a castidad perfecta”. De esta manera nuestro Fundador une el celibato por amor del reino con el principio de integralidad que informa nuestra vida. La castidad perfecta no está al alcance del hombre; se ha hecho posible y real sólo cuando Jesucristo, con la redención, nos ha dado “acceso al Padre en el Espíritu” (Ef 2,18). En esta apertura salvífica nacen especialísimas relaciones entre Dios Padre y sus “hijos queridos” (Ef 5,1), que se expresan en “dones”, distribuidos por el Espíritu Santo “según la medida de la donación de Cristo” (Ef 4,7). La castidad perfecta, precisamente, “descuella como don precioso dado por el Padre a algunos” (LG 42c). Es preciso reflexionar sobre lo que significa “un don de Dios”. Es algo que tiene lugar según las exigencias de Dios, que tiende a penetrar la totalidad del hombre, como “una irrupción violenta y absoluta del Señor en la persona” y exige una respuesta adecuada, que arranca al hombre de sus limitaciones, lo lanza al riesgo y le pide la totalidad de todas sus energías de amor. Únicamente el “hombre nuevo” es capaz de dar semejante respuesta. Para el hombre que realiza en Cristo la muerte y la resurrección, o sea que vive la realidad del misterio pascual: La castidad está ciertamente en el centro de la muerte y la resurrección”; en este misterio de la muerte semejante al vaciamiento integral de Cristo (Cfr. Flp 2,6-8), el hombre resucita a la capacidad plena del amor: No podemos ser nuevas creaturas si no es en Cristo Jesús. La castidad como signo: a) Signo de alianza. La castidad perfecta es unión íntima de la persona consagrada con Cristo. “Esta intimidad con Jesús refleja lo que se dice en la Escritura: ‘Los dos serán una sola carne’. Serán dos, ustedes y Jesús en una sola persona. Por eso los religiosos “evocan ante todos los fieles aquel maravilloso connubio (matrimonio), fundado por Dios y que ha de revelarse plenamente en el siglo futuro, por el que la Iglesia tiene por esposo único a Cristo” (PC, 12a). En el celibato por el reino, “que fue la norma de vida de Jesús, la existencia es directamente conformada a la forma original del ágape entre el Esposo-Cristo y la Esposa-Iglesia en el vínculo nupcial de la cruz”. b) Signo escatológico. Además la castidad consagrada es un “signo particular de los bienes celestiales” (PC 12a), que deben mantenerse vivos en el pensamiento de los hombres. “Darse a la castidad significa darse a una espera” y caminar “como si viéramos lo invisible” (Heb 11, 27); por eso debemos tener un maduro conocimiento del lugar que la Iglesia asigna a los religiosos en el mundo y de la misión que les confía de ser los intérpretes vigilantes ante Dios de las necesidades espirituales y también materiales, y centinelas atentos del amanecer de la luz eterna”. 3 Cfr. Documentos del Capítulo General Especial 1969-1971, Paulinas, Madrid 1980, 419-423. 3 c) Signo para el mundo. La castidad, vivida genuinamente en el mundo, entre los hombres que a menudo ven personas y cosas en una luz de sensualidad que se traduce en una grave dispersión de la persona, es también signo para el mundo. “¿Adónde quiso llegar Jesús con su misteriosa invitación? Creo que quiso descubrir dónde se encuentra la raíz profunda del amor y que este descubrimiento se hiciese signo permanente en el mundo”. Por eso san Pablo recomendaba a los cristianos que fuesen “irreprochables e inocentes, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación tortuosa y perversa”, ante la cual debían brillar como antorchas en el mundo, manteniendo alto un mensaje de vida (Flp 2, 15-16). IV. Actualización El hombre y la mujer que sinceramente realicen la castidad, serán en sí mismos una invitación a la más digna valorización del cuerpo y de las energías humanas y a la total reunificación del ser en la integración con Dios y con la Iglesia. En síntesis: a) La castidad consiste en el empeño radical de ser memoria actual del modo de vivir del Hijo de Dios en este mundo, prendido al Padre y prendido al hombre. b) La castidad es, pues, una virtud propositiva para todo cristiano. c) Por tanto una virtud para: laicos (solteros o casados), religiosas, religiosos, sacerdotes y obispos. d) Virtud que integra: sexualidad y amor (sentimientos y emociones) con honestidad, transparencia, recta intención… e) Por la castidad soy el dueño de mi corazón y dispongo de él para donarlo; soy “Persona de un solo amor” como Jesús. f) El hombre o mujer dentro de la vida religiosa, mediante la castidad tiene acceso a la caridad perfecta: la totalidad de la persona (de todas sus energías) el amor-servicio. g) La castidad, en el centro de la muerte y la resurrección de Cristo, repite el vaciamiento integral del Hijo de Dios, donación para la redención en el amor y con el amor. h) Y se plenifica en el mundo futuro donde la Iglesia alcanzará el amor total con el esposo único, Cristo Jesús. i) La castidad es, pues, signo de la alianza (intimidad) total entre Dios y el hombre. Por eso es imagen para el matrimonio. j) Quienes vivimos en comunidad (jóvenes, adultos y ancianos) vivimos la castidad como una observancia y una profecía marcadas por la alegría. Comunidad significa: acogida, respeto, ayuda mutua, comprensión, cortesía, perdón; escucha de las necesidades, deseos, desilusiones y esperanzas del otro. 4 k) Finalmente, la castidad es signo de los bienes celestiales (escatológico) el mayor de los cuales es la posesión de Dios (Dios te posee a ti y tú posees a Dios), máximo amor, máxima libertad máxima felicidad. Terminemos esta síntesis con esta frase de san Pablo: “Sean irreprochables hijos de Dios, inocentes, sin tacha, en medio de gente tortuosa y perversa” (Flp 2, 15-16). V. Oración Te bendigo, Jesús, por haber elegido al Apóstol Pablo como modelo y predicador de la virginidad por el Reino. Y tú, san Pablo, querido padre mío, cuida de mi mente, de mi corazón, de mis sentidos, para que pueda conocer, amar y servir sólo a Jesús y conservar para gloria suya todas mis fuerzas. San Pablo apóstol, ruega por nosotros. VI. Bibliografía 1. Sagrada Biblia 2. 2. Papa Francisco, Escrutad. II Carta a los consagrados y consagradas en el camino por los signos de los tiempos, San Pablo, México 2014. 3. 3. Documentos del Capítulo General Especial 1969-1971, Ed. Paulinas, Madrid 1980. 5