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Transcript
JUAN DEL RÍO MARTÍN
Obispo de Jerez
EL SAMARITANO DE JEREZ:
SAN JUAN GRANDE
Exhortación pastoral con motivo del X aniversario
de la canonización de San Juan Grande,
patrono de la diócesis
Edita: Boletín Oficial del Obispado de Asidonia-Jerez
Dirección Postal: Casa de la Iglesia. C/. Eguiluz, 8 - 11402 Jerez
Teléfonos: 956 33 57 50 - 956 33 88 00
Fax: 956 33 85 61
Correo electrónico: [email protected]
Imprime: Sta. Teresa. Ind. Gráficas, S.A. Sanlúcar de Bda.
Depósito Legal: CA 408/01
SUMARIO
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I.- Un largo y laborioso proceso ……………………….
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II.- Frutos de la canonización ………………………….
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III.- Recordar y celebrar para imitar su ejemplo ……
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IV.- La caridad, tarea de todos los tiempos …………
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Queridos diocesanos:
El próximo día 2 de Junio se cumplirán los diez años
de la canonización de Juan Grande, nuestro patrono diocesano, lo que puede parecer un sueño para quienes suspiraban por poderle dar el título de santo, tanto en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios como entre sus devotos.
I.- UN LARGO Y LABORIOSO PROCESO
Fue una alegría inmensa el que, solucionándose las
dificultades que parecían dilatar sine die la canonización,
ésta llegara finalmente, y de forma casi sorpresiva se recibiera la noticia en Jerez de que el milagro estaba para ser
aprobado y consiguientemente la canonización sería fijada
en breve tiempo. El entonces Obispo de Jerez, nuestro entrañable don Rafael Bellido Caro, había presentado de forma
personal e insistente sus súplicas al Santo Padre pidiendo la
pronta canonización del entonces beato Juan Grande. El 31
de octubre de 1986 lo había declarado patrono de la Diócesis,
para lo que, al tratarse de un beato, se había requerido la
confirmación de la Santa Sede, que llegó el día 10 de diciembre de aquel mismo, haciéndose eco del hecho la prensa religiosa nacional.
Así prosiguió la campaña emprendida en la Diócesis y
en la Orden para dar a conocer mejor su figura, sobre todo
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con la publicación de varias biografías suyas y de una pequeña revista que canalizaba la devoción de los fieles, y ésta se
procuró incrementar con la colocación de cuadros o imágenes
en varias poblaciones de la Diócesis y la multiplicación de
cultos en su honor, junto con el reparto de estampas del
Beato con la oración pidiendo su intercesión, todo ello tal
como había aconsejado la Sagrada Congregación para las
Causas de los Santos.
Igualmente, el Señor iluminó al Postulador de la
Causa, P. Félix Lizaso, O.H., quien tuvo la feliz idea de presentar un presunto milagro efectuado en Cracovia en los
años 30 del pasado siglo y que estaba muy bien documentado, aunque no se había hecho de él el preceptivo proceso diocesano. Dispensado éste, se puso a estudio y vino a resultar
aprobado como verdadero milagro. Las oraciones de la Diócesis y de la Orden Hospitalaria habían sido escuchadas.
Finalizado, por tanto, el proceso, la canonización, fijada por Juan Pablo II para el 2 de junio de 1996, se celebró
ante una gran multitud en la Plaza de San Pedro, estando
presentes entre los fieles varios cientos de jerezanos, acompañados de su Obispo y de las primeras autoridades locales.
II.- FRUTOS DE LA CANONIZACIÓN
Como recuerdo de la canonización se amplió la iglesia
en que se guardan las reliquias del Santo y el templo fue elevado por el primer Obispo de Jerez a la categoría de Santuario Diocesano, siendo trasladada la urna con las reliquias
al presbiterio y colocada en un antiguo templete de plata del
s. XVII, cedido por el Cabildo Catedral y la Diócesis a tal
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efecto. Pero el recuerdo más perdurable y significativo de la
canonización fue la institución del Geriátrico San Juan
Grande, para el mejor servicio de ancianos y enfermos, institución en la que los Hermanos de San Juan de Dios han
puesto y ponen lo mejor de sí mismos, y que es el verdadero
monumento levantado al Santo con motivo de su elevación a
los altares.
Hoy día san Juan Grande es parte indisoluble de
nuestra Diócesis, en la que todos saben que es patrono por
haber vivido entre nosotros y haber hecho entre nosotros su
obra, y por haber pasado de esta tierra a la Casa del Padre
donde su alma vive feliz junto a Dios y con Cristo y bajo Cristo intercede continuamente por nosotros, mientras sus sagradas reliquias aguardan la resurrección final entre nosotros. El
ejemplo de su vida nos queda como estela luminosa que nos
lleva hasta el Amor.
III.- RECORDAR Y CELEBRAR PARA IMITAR SU
EJEMPLO
San Juan Grande es un estupendo modelo de vida, no
sólo para los religiosos y consagrados, sino también para
todo el pueblo cristiano, que tiene como centro de su vivir la
caridad. Educado cristianamente en su casa y en la parroquia, acogió la educación cristiana con un corazón abierto, y
desde su adolescencia mostró su voluntad de ser un buen
cristiano. Obedeciendo a sus padres, estuvo en Sevilla como
aprendiz de pañero, volviendo al cabo de cuatro años a Carmona, donde empezó a ejercer este oficio, hasta que movido
por Dios se decide a dejar su casa para buscar en el retiro y
la oración Su voluntad, para descubrir que lo quería consa-
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grado por entero a Él, viviendo en castidad y pobreza y sirviéndole precisamente en la persona de los pobres. Igualmente llega a la conclusión de que donde Dios lo quiere es en
Jerez de la Frontera, pese a que ningún vínculo humano lo
ligaba con esta localidad.
Una vez aquí, se informa de quiénes son los más
pobres a quienes prestar sus servicios y se dedica a ayudar a
los presos pobres. Pero recorriendo la ciudad en solicitud de
limosnas para los presos, se da cuenta, en una verdadera
revisión de vida, de que los más abandonados entre los
pobres jerezanos eran los enfermos incurables y convalecientes, desprovistos hasta entonces de toda ayuda, fundando entonces para ellos su Hospital de la Candelaria. Se entera de que los hermanos de los hospitales de Juan de Dios han
sido unidos en una nueva congregación religiosa y en 1574
marcha a Granada para agregarse a la Orden Hospitalaria,
y de regreso a Jerez agrega también su hospital a la misma
y abre en él un noviciado de la congregación en el que prepara excelentes religiosos. Dedicado por entero al servicio de
los más pobres, - enfermos, mendigos, soldados de paso,
pobres vergonzantes etc. – no hay obra de misericordia que
no realice. En 1593, y en la nueva organización de los hospitales jerezanos acordada por el rey y el arzobispo, su hospital queda como hospital general de hombres, y Juan se
entrega plenamente a esta misión.
Consejero y consolador de cuantos acuden a él, había
extendido su obra a otras poblaciones de la comarca, su vida
austera y penitente y su caridad constante y sin falta le
granjean un gran crédito, al tiempo que soporta las invectivas de quienes se sentían lastimados por su reforma hospitalaria. Su muerte, el 3 de junio de 1600 en su Hospital de la
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Candelaria, junto a la Capilla de San Juan de Letrán, es consecuencia de haberse contagiado en la epidemia de peste
bubónica, contra la que se entregó por completo al servicio de
los apestados.
De san Juan Grande podemos aprender grandes lecciones de vida cristiana, de las que me limitaré a subrayar
las más importantes. En primer lugar hay que decir de él
que fue un hombre de altísima vida interior y sólida espiritualidad. Hombre activo, muy activo, muy ocupado en el servicio a los más pobres, fue sin embargo un hombre de mucha
oración, a la que dedicaba varias horas al día y a veces la
noche se la pasaba entregado a ella. Tuvo siempre director
espiritual y confesor fijo, sobresaliendo por la frecuencia de
sacramentos que practicaba en su vida. Devoto de la infancia de Cristo, de su sagrada Pasión y del Santísimo Sacramento del Altar, lo era igualmente de la Virgen María, a la
que decía llevar en su corazón desde que naciera y cuyos
quince misterios del rosario rezaba diariamente. Su oración
era afectiva y fervorosa, dialogando con el Señor con profunda emoción y mucho empeño. Oraba intensamente por los
demás: por los enfermos, los pecadores, los pobres, sin olvidar a los fieles difuntos y a cuantas personas se encomendaban a sus oraciones, exponiéndole al Señor sus peticiones
con ardiente confianza.
Su altísimo sentido de la dignidad de los pobres y los
enfermos, en los que veía a Cristo y a cuyo servicio se entregaba con todo afán, le llevaba a conseguir lo mejor para ellos:
que el hospital estuviera limpio, bien organizado, teniendo al
enfermo como centro, y procurando que sus colchones,
camas, sábanas, comidas, medicinas etc… fueran siempre lo
mejor que podía obtener para ellos. Y un trato exquisito, visi-
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tando a los enfermos uno por uno cada día, preguntándole a
cada uno qué quería o qué necesitaba y ocupándose de cada
uno con interés personal y humanísimo. Viniendo de la calle
como venían los enfermos, el trato y solicitudes que recibían
en el hospital de Juan Grande les hacía a los enfermos parecer que había entrado en un hotel de lujo. Si los enfermos no
mejoraban, no los despedía –a diferencia de lo que hacían
otros hospitales– sino que los cuidaba hasta su muerte y se
encargaba de su entierro para que no les faltara ni la dignidad del sepelio ni los sufragios de la Iglesia. Tenía con ellos
una gran paciencia y su trato con ellos era tan bueno que los
enfermos se llenaban de alegría nada más ver entrar por la
enfermería al Hermano Juan Pecador, como él quería que lo
llamaran. Su compromiso con el enfermo pobre era un compromiso total.
Tenía conciencia muy clara de su sitio en la Iglesia.
Respetaba todas las vocaciones eclesiales, mostrando un
gran respeto y amor al sacerdocio, apreciando tanto la vida
religiosa que en cuanto pudo ingresó en ella y fue un religioso cabal, y apreciando mucho la vida familiar y el compromiso seglar en sus diferentes facetas, y reservando una gran
obediencia y amor a la autoridad eclesiástica, concretamente al prelado de la diócesis, que era el Arzobispo de Sevilla,
aceptando por obediencia el difícil encargo de la ejecución de
la reducción de hospitales. Y en el marco de todas esas vocaciones, a las que apreciaba y respetaba, tenía muy claro cuál
era la suya: servir como religioso a los enfermos y a los más
pobres, viviendo en conformidad con esta vocación y dando
un testimonio permanente de fidelidad a la misión que el
Señor le había encomendado. Para ello no le importó ningún
sacrificio ni buscó sacar provecho material alguno del cumplimiento de su deber, estando siempre situado en una acti-
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tud de disponibilidad, entrega, pobreza espiritual y material
y verdadera caridad, por la que en definitiva hacía todas las
cosas.
Digamos, por fin, que, como subrayó el Santo Padre
Juan Pablo II en la homilía de la canonización, Juan Grande fue un hombre para Dios, de cuya existencia y cuyo amor
él fue testigo válido, viviendo para Dios y haciendo todas las
cosas por su amor, de modo que la vida y la actividad de Juan
resultan inexplicables si no es por su hondo sentido de Dios
y por su entrega plena al servicio de Dios. Suspiraba porque
todos amasen a Dios, y haciendo un continuo apostolado de
su vida, repetía: “Oh, Señor, si todas tus criaturas te amasen”. Era su ideal.
IV.- LA CARIDAD, TAREA DE TODOS LOS TIEMPOS
La actualidad del mensaje de Juan Grande se hace
clara repasando su vida a la luz de lo que enseña Benedicto
XVI en su primera encíclica, Deus caritas est, en la que apela
al ejemplo de los santos (n. 40). Es igualmente aplicable a
Juan Grande cuanto dice el Papa al hablar del perfil específico de la actividad caritativa de la Iglesia (nn. 31 y ss). Juan
Grande era un religioso consagrado a Dios, que llevaba un
hábito reconocido por una bula papal, y ejercía públicamente la caridad en muchas y variadas obras de misericordia en
nombre de la Iglesia y con su autorización. Él no tapó nunca
a la Iglesia para que la obra resultara ser suya sino que
insistía en que los pobres que él servía eran los pobres de
Cristo y la ayuda que se les prestaba era la de la caridad
cristiana. En Juan Grande aparecía muy claro lo que dice el
Papa de que “el verdadero sujeto de las diversas organizacio-
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nes católicas que desempeñan un servicio de caridad es la
Iglesia misma” (n. 32).
Además, Juan Grande estuvo siempre dispuesto a
obedecer a la Iglesia en todas sus orientaciones y a atenerse
a sus criterios. Llegada la hora de la reestructuración de los
hospitales jerezanos, cuando fue llamado a declarar, habló
con toda libertad, acatando de antemano lo que la Iglesia
dispusiera, pero dando su opinión con modestia y confianza,
seguro de que estaba realizando una obra eclesial, y que era
a la Iglesia a la primera a la que le importaba que se hiciera
bien. Y rogó a los dirigentes de la Iglesia que miraran bien
en este asunto de los pobres, pues lo importante era servirlos de forma adecuada. Por ello podemos reconocer a nuestro
santo, que no se dejó llevar por ninguna ideología, sino que
inspiró la totalidad de su obra en la fe que actúa por el amor,
en estas palabras del Papa referidas a los agentes de la caridad eclesial: “Han de ser, pues, personas movidas ante todo
por el amor de Cristo, personas cuyo corazón ha sido conquistado por Cristo con su amor, despertando en ellos el
amor al prójimo (…)Ha llegado el momento de reafirmar la
importancia de la oración ante el activismo y el secularismo
de muchos cristianos comprometidos en el servicio caritativo… La familiaridad con el Dios personal y el abandono a su
voluntad impiden la degradación del hombre, lo salvan de la
esclavitud de doctrinas fanáticas y terroristas.” (nn. 33. 37).
La eclesialidad y el sentido evangélico de los criterios
resplandecía en la conducta de Juan Grande, de forma que
se pueden aplicar a él estas claras palabras de Benedicto
XVI: “Quien ama a Cristo ama a la Iglesia y quiere que ésta
sea cada vez más expresión e instrumento del amor que proviene de él. El colaborador de toda organización caritativa
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católica quiere trabajar con la Iglesia y, por tanto, con el
Obispo, con el fin de que el amor de Dios se difunda en el
mundo. Por su participación en el servicio de amor de la Iglesia, desea ser testigo de Dios y de Cristo, y precisamente por
eso, hacer el bien a los hombres gratuitamente” (n. 33b).
Aunque la recepción de los sacramentos no era una
condición que Juan Grande impusiera para atender a los
necesitados, los invitaba a reconciliarse con Dios en el
sacramento de la penitencia y a unirse a Él en la comunión,
porque -como señala el Papa- siempre está en juego todo el
hombre y con frecuencia la raíz más profunda del sufrimiento es la ausencia de Dios. Con los enfermos que recogía en la
calle o admitía en el hospital, sin más condición que la necesidad y pobreza que mostraban, ponía en práctica los criterios que en nuestros días nos expone el Sumo Pontífice:
“Quien ejerce la caridad en nombre de la Iglesia nunca tratará de imponer a los demás la fe de la Iglesia. Es consciente
de que el amor, en su pureza y gratuidad, es el mejor testimonio del Dios en el que creemos y que nos impulsa a amar.
El cristiano sabe cuando es tiempo de hablar de Dios y cuando es oportuno callar sobre Él, dejando que hable sólo el
amor” (n. 31c).
Por último, digamos cómo se cumplió en Juan Grande
esa primera condición que pone el Papa para la autenticidad
del amor cristiano al prójimo, pues cuando llegó a Jerez,
buscó quiénes eran los más necesitados para prestarles de
todo corazón una ayuda inmediata y lo más amplia posible:
“Según el modelo expuesto en la parábola del buen Samaritano, la caridad cristiana es ante todo simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada
situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos
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vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen, los
prisioneros visitados, etc.” (n. 31a).
Señala también el Santo Padre la necesidad de que los
agentes de la caridad cristiana estén formados para ejercerla con competencia y humanidad (cf. n. 31a) Y esto hizo Juan
Grande: abrió un noviciado en su hospital en el que formaba
verdaderos cristianos, que libres de cualquier activismo
social, fundamentaban su asistencia hospitalaria en una
fuerte vida de oración y en una alta cualificación profesional
y humanidad para tratar a los enfermos e impedidos. Todo
ello los hacía ser requeridos en otros hospitales, tanto en
Jerez, como fuera de aquí. Ellos conseguían una síntesis
armoniosa entre oración, caridad, y asistencia, como dice
Benedicto XVI: “Quien reza no desperdicia su tiempo, aunque todo haga pensar en una situación de emergencia y
parezca impulsar sólo a la acción. La piedad no escatima la
lucha contra la pobreza o la miseria del prójimo… El tiempo
dedicado a Dios en la oración no sólo deja de ser un obstáculo para la eficacia y la dedicación al amor al prójimo, sino
que es en realidad una fuente inagotable para ello” (n. 36).
Quiero aprovechar la oportunidad de cumplirse los
diez años de la canonización del patrono de nuestra diócesis
para pedir a los sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas,
y a todos los fieles en general, que volvamos a la búsqueda y
vivencia de lo esencial, que no es otra cosa que el amor que
brota de Dios y se hace sacramento en el hermano: “Quien no
ama no conoce a Dios, porque Dios es amor… Nosotros debemos amarnos porque Él nos amó primero… Quien no ama a
su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.
Y nosotros hemos recibido de Él este mandato: El que ame a
Dios, ame también a su hermano” (Jn 4, 8.19-21).
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Pidamos por intercesión del Samaritano de Jerez, san
Juan Grande, que toda nuestra diócesis sea “un hogar de
amor, una escuela de oración, y un refugio sanador para
todos los necesitados”. Por todo ello, os animo a vivir conforme al evangelio de la caridad, que predicó con sus obras
nuestro patrono, de tal manera que ante la increencia y la
secularización contemporáneas los hombres puedan encontrar a Dios por el testimonio samaritano que personal y
comunitariamente demos ante esta sociedad que se empeña
en vivir de espaldas al “Dios del amor”.
Finalmente, os invito a todos a participar en los diversos actos que se programarán con motivo de este X Aniversario de la Canonización y especialmente a la Eucaristía
Solemne que presidiré, D.m. en el Santuario Diocesano, ante
sus Sagradas Reliquias, el próximo 3 de junio, día de su fiesta, a las siete de la tarde.
Que el Señor bendiga a nuestra diócesis y a la Orden
Hospitalaria con vocaciones para ser ministros y testigos de
la caridad, como lo fue san Juan Grande.
Con mi afecto y bendición.
+Juan del Río Martín
Obispo de Asidonia-Jerez
Jerez de la Frontera, 1 de mayo de 2006
Festividad de San José Obrero