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REVISTA
HISTORIA
S
VASCONGADA
469
LOCAL
ANTA CASA DE MISERICORDIA
Dos establecimientos benéficos se conocieron en la antigüedad en
San Sebastián: el Hospital de San Antonio Abad y la Casa de Misericordia.
La creación del primero es de una época remotísima. En las Ordenanzas aprobadas por Carlos III en 1787, consta que ya para aquella
fecha llevaba muchos centenares de años de existencia. En el «Diccionario Geográfico Histórico de España», por la Real Academia, publicado en 1802, se dice que en el barrio de San Martín existió un hospital llamado de San Lázaro, que se quemó en 1512 con motivo del
sitio de la plaza por el duque de Borbón, permitiéndose su reconstrucción en 1538 al lado de la parroquia de Santa Catalina, con la condición de que el edificio fuese de argamasa y no de cantería, para poderlo derribar más fácilmente cuando así conviniera á la defensa militar de la población. En 1802 el Hospital estaba instalado en lo que fué
Colegio de la Compañía de Jesús, en la calle del 31 de Agosto, y que
más tarde conocimos como cárcel de la Ciudad.
La Casa de Misericordia debió su origen á una Real Cédula de Felipe V, expedida en 1714 á instancia del Ayuntamiento de San Sebastián.
Este Establecimiento se hallaba instalado en un caserón que hasta
hace no muchos años se veía en San Martín, el que en circunstancias
algo pintorescas sufrió un incendio y fué al fin derribado más tarde.
De conformidad con los estatutos de esta institución, los celadores,
llamados por el pueblo saca-pobres, impedían que los pobres pidiesen
limosna, asilándolos en la Casa si eran vecinos de la Ciudad y su jurisdicción, ú obligándoles en caso contrario á ausentarse.
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EUSKAL-ERRIA
Tanto el Hospital como la Casa de Misericordia funcionaban con
completa independencia entre sí, contando al efecto con recursos propios, como bienes procedentes de herencia y legados y suscripciones
voluntarias, á que contribuía todo el vecindario. Además de estos recursos contaba la Casa de Misericordia con el importe de algunos impuestos y derechos de flete.
La situación económica de ambos Establecimientos fué próspera
hasta fines del siglo XVIII y principios del XIX, en que se agravó á
consecuencia de la renta por el Estado de los bienes de la Beneficencia de esta Ciudad, que importaban más de millón y medio de reales.
Aun pudo hacerse frente á este contratiempo, hasta que el año
de 1813, de tan doloroso recuerdo para esta Ciudad, agravó, en términos que lo hizo caso insoluble, el problema de la Beneficencia pública.
Entre los edificios quemados con motivo del asalto é incendio de
la Ciudad, figuraban el Hospital de San Antonio Abad, que desapareció por completo, y la Casa de Misericordia, de la cual quedaron en pie
sólo algunos muros. Además se extraviaron, robaron ó inutilizaron la
mayor parte de los papeles y valores que se guardaban en sus oficinas,
si bien algunos de los vales reales desaparecidos fueron restituídos más
tarde, por mediación de un señor sacerdote, desde provincia bastante
lejana á Guipúzcoa.
Para remediar la aflictiva situación en que se encontraron á consecuencia de tanto desastre, el Ayuntamiento, como patrono, reunió á
las Juntas de ambos Establecimientos y constituyó con ellas una sola
Hermandad encargada de los servicios reunidos del Hospital y la Misericordia.
Uno de los primeros cuidados de la nueva Hermandad fué la adquisición de locales donde albergar á los enfermos y necesitados, cuyo
número había aumentado considerablemente con los últimos desgraciados sucesos.
Al principio se alojó provisionalmente en las caserías «Gorraene»
y «Baderas»; después, y gracias á generosa donación de D. Ricardo
Bermingham, se utilizó una barraca inglesa de capacidad para cuarenta
camas, así como otra igual que se adquirió en Pasajes por 8.000 reales;
y más tarde se dió un piso á la antigua Casa de Misericordia y se
construyó una tejavana en el edificio contiguo que hasta entonces sirvió de Hospicio para peregrinos.
Quedaba por resolver la cuestión económica, gravísima en aque-
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llos momentos. Las rentas de las dos instituciones unidas no excedían
de 10.000 reales anuales, eran escasísimos los arbitrios con que se
contaba, resultando insuficientes los recursos de la Hermandad para
hacer frente á tan extremas circunstancias.
Se echó mano á toda clase de medios para salvar la situación. Se
abrieron nuevas suscripciones entre el vecindario, los vocales fueron
de casa en casa pidiendo limosna y se imploró la caridad de los labradores acudiendo á ellos en la época de recolección de trigo, manzana
y maíz. Se procedió á rifar alhajas, generosamente cedidas por varios
vecinos.
El Ayuntamiento creó nuevos arbitrios; pero á pesar de todo esto
y de importantes legados recibidos, no pudo normalizarse la situación
económica de la Hermandad.
Por último, gracias á nuevos esfuerzos del Municipio y al cobro
de algunos créditos existentes contra el Gobierno por ventas hechas en
el siglo anterior de bienes de la Beneficencia, se vió la Junta en condiciones de atender á sus gastos con algún desembarazo.
Pensóse entonces en mejorar los servicios de Beneficencia, y en
31 de Enero de 1832 se encargó de ellos á las heroicas Hijas de la Caridad, cuyo celo y abnegación han podido apreciarse en todos tiempos.
En 1834 y con motivo de la aparición del cólera, se estableció un
Hospital extramuros para atender á los atacados, prohibiéndose toda
comunicación con los asilados en los Píos Establecimientos.
Á pesar de esto se presentó un caso en el edificio de San Martín,
desarrollándose la epidemia en dicho establecimiento.
Ante tan grave suceso la Junta hizo desalojar el edificio colocando
á los asilados en el monasterio de San Bartolomé, que estaba desocupado, y adoptando enérgicas medidas de aislamiento que dieron excelente resultado.
(Continuará.)
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(Continuación.)
Desaparecido el temor del cólera, otro azote vino á perturbar la
ordenada marcha de los Píos Establecimientos: la guerra civil.
Basta fijarse en la situación que ocupaba el edificio destinado á Beneficencia, incomunicada con la población, bloqueada por los carlistas,
y siempre entre dos fuegos, para comprender lo comprometida que
llegó á ser la vida de los asilados hasta que se consiguió el traslado al
valle de Loyola.
En dicho valle se instaló la Misericordia en «Urdincho-aundi»; el
Hospital en «Urdincho-chiki», la botica y ropa fina en la casería «Cristobaldegui» (hoy convento de Concepcionistas), y otros efectos en
«Olazabaldegui», «Labayua» y «Montoa».
Un cambio de posición de los ejércitos, exigió un nuevo cambio
de los Píos Establecimientos, que se trasladaron á Ategorrieta, instalándose la Misericordia en San Juan de Betrán, el Hospital en Baderas y habilitándose una sala de convalecientes en «Arguiñenea».
En esta disposición continuaron los servicios de beneficencia hasta
que en el derruído convento de San Francisco de Atocha, se construyó
el edificio que ha venido sirviendo hasta estos días.
Grandes fueron los apuros pecuniarios por que en tan aciaga época
tuvo que atravesar la Junta, pero todo supo vencerlo el benéfico celo
de los vocales, dignos ciertamente de la gratitud de los donostiarras.
En aquellos críticos momentos, vino á despertar nuevos entusiasmos en los esclarecidos varones que formaban la Hermandad, la noticia del importante legado de D. Manuel de Zabaleta.
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Este ilustre donostiarra, que falleció en Cuba el 13 de Agosto de
1836, instituyó por sus herederos al Hospital civil de San Antonio
Abad y á la Casa de Misericordia.
La cantidad líquida que se percibió por tal concepto fué de reales
2.381.205, que si hoy es importante, lo era mucho más en la época
en que se hizo la donación.
Con tan poderoso auxilio y con el importe de otros legados que
se le hicieron en aquella época, la Hermandad resolvió construir el
Asilo de Atocha, colocándose la primera piedra el 16 de Diciembre de
1840. En la caja depositada en dicha piedra, se incluyeron un ejemplar de la Gaceta, monedas y tres hojas de papel vitela escritas en
euskera, latín y castellano.
Del 12 al 16 de Octubre de 1841, fueron trasladados á los nuevos
locales los enfermos del Hospital y los pobres de la Misericordia, instalando á los acogidos en condiciones mucho mejores que las en que
se habían hallado hasta entonces.
La capilla proyectóse y hasta se empezó á construir en el patio del
edificio; pero en vista de los inconvenientes que ofrecía tal emplazamiento, se optó por habilitar un local de la parte delantera.
Dicha capilla se inauguró con toda solemnidad el 23 de Junio
de 1843, celebrándose solemne misa en la que á toda orquesta cantaron las señoritas de la Sociedad Filarmónica de esta ciudad, bajo la
dirección del maestro D. José Juan Santesteban.
Desde entonces, el viejo edificio de San Martín sólo se ocupó en
algunas ocasiones, y para enfermedades contagiosas, como la viruela;
prestándose todos los servicios de beneficencia en el Asilo de Atocha.
En 1855 hizo el cólera su segunda aparición. El 24 de Agosto de
dicho año fueron atacados varios acogidos de la Santa Casa, que fueron trasladados al edificio de San Martín; pero considerando que dado
el número de invasiones ocurridas constituía el Asilo de Atocha un
verdadero foco colérico, se acordó desalojarlo.
Aceptado el generoso ofrecimiento de los Sres. D. Joaquín de Mendizábal y D. Roque de Heriz, se instalaron 65 niños en la hermosa
posesión «Alcano», del primero, y 47 niñas en la finca «Urdincho»,
del segundo. Los ancianos se alojaron en la Plaza de Toros.
El 1.º de Noviembre, terminada ya la epidemia, regresaron todos
los asilados al edificio de Atocha.
Merced á los legados y donativos que fueron recibiéndose, y sobre
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todo á la excelente administración que siempre ha reinado en la Santa
Casa, la Hermandad pudo cumplir con cierto desahogo los fines benéficos de su institución.
Con el objeto de reforzar los ingresos, se pensó en colocar sillas en
os paseos públicos, y el domingo 22 de Junio de 1856 ce colocaron,
por primera vez, ochenta sillas en el paseo de Santa Catalina, cobrándose ocho maravedís por la ocupación de cada una. En vista de que tal
novedad era recibida con general aplauso, pocos días después se elevó
á ciento veinte el número de las mismas.
Desde esa fecha data la costumbre de colocar sillas en los paseos
públicos de esta ciudad. El aumento es hoy fabuloso si se compara
con las ochenta con que se inició tal novedad. Y los ingresos han corrido parejas con el aumento en el número de sillas. Actualmente se
sacan á subasta, repartiéndose su importe entre el Excmo. Ayuntamiento y la Junta de Beneficeficia, habiendo producido la subasta
este año 12.819,95 pesetas. ¡Qué hermosa solución para el problema,
siempre de actualidad, de la beneficencia pública, si al elevarse así los
ingresos no hubieran crecido en proporciones mayores y más alarmantes los gastos obligados que la caridad impone á la Junta!
Próspera fué la marcha de los Píos Establecimientos a partir de los
sucesos que van relatados, y tan satisfactorio el estado de su tesoro,
que pudo extender su acción bienhechora al alivio de desgracias no
comprendidas en su Reglamento. Así vemos socorrer con pródiga
mano á pobres náufragos, repartir raciones entre los necesitados de la
Ciudad, y acudir allí donde hubiere una desgracia que aliviar.
Cuando, á causa de la guerra francoprusiana, se presentaron en
esta capital numerosas familias francesas que carecían de recursos para
satisfacer alquileres, se las dió alojamiento en el antiguo edificio de San
Martín, parte del cual se habilitó convenientemente para ese objeto.
Más tarde, estallada la segunda guerra civil, cuando el 4 de Marzo
de 1874 se evacuó Tolosa por los liberales, llegaron á esta ciudad numerosas personas procedentes de aquella villa y se albergaron y establecieron en el edificio de San Martín, cuantos pudieron y quisieron
habitarlo.
En la segunda guerra civil fueron más afortunados que en la primera los Píos Establecimientos; no ocurriendo hecho alguno relacionado con los mismos que merezca consignarse.
El período de verdadero compromiso para la Hermandad se inició
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precisamente á la terminación de la guerra civil y con el florecimiento
y el desarrollo que poco tiempo después alcanzó esta ciudad.
El extraordinario crecimiento de la población trajo como secuela
obligada el aumento proporcional de pobres y enfermos que se acogían al caritativo amparo de la Junta de Beneficencia.
Para la generalidad de las gentes un estado de expansión tan extraordinaria sólo se traduce en riqueza y bienestar, primeros fenómenos
que hieren nuestra vista absorta; pero si se profundiza algo se verá
bien pronto que tanto progreso y prosperidad tanta, no pueden sustraerse á la inexorable ley del aumento proporcional en el pauperismo.
La mayoría de los vecinos sólo vieron aumento de riqueza, trazado de amplias y elegantes avenidas, construcción de nuevos y suntuosos edificios, apertura de bellos y lujosos establecimientos, todo
bienestar, todo florecimiento. Únicamente la Junta de Beneficencia se
dió cuenta del considerable aumento ocurrido en los asilados y de la
imposibilidad de albergarlos en el único establecimiento de que en
aquella época podía disponer
Como medida inmediata y de toda urgencia se consideró indispensable el separar los servicios de hospital y asilo, instalándolos en edificios independientes.
Para ello se propusieron diversos proyectos:
1.º Ampliar el edificio que á la sazón ocupaba en Atocha.
2.º Edificar un hospital en Olivasene, y
3.º Destinar el edificio de Atocha para Hospital, adquirir terrenos junto al puente de Santa Catalina, frente á la calle de Miracruz
(que ocupan actualmente el suntuoso palacio del Sr. Bermejillo y fincas próximas, incluso los talleres mecánicos de Hijos de Ramón Múgica) y construir allí un edificio destinado á Misericordia.
Todos estos proyectos fueron desechados y prevaleció la idea de
construir el Hospital en pertenecidos de Manteo, junto á la casa solariega del almirante Oquendo. El plano para ello se encomendó á don
José Goicoa, arquitecto municipal de esta ciudad.
(Continuará.)
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No vamos á relatar aquí las mil dificultades de orden económico
que hubo que vencer para llevar á cabo aquel pensamiento. La Hermandad, teniendo en cuenta lo limitado de los recursos de que podía
disponer, solicitó la ayuda del Excmo. Ayuntamiento y éste le prestó
amplia y generosa.
Hecho dueño el Estado, en virtud de las leyes de desamortización,
del edificio de San Martín, la Corporación municipal había resuelto
construir en el barrio de Gros un hospital de variolosos que sustituyera
á aquél, y consignó en sus presupuestos la cantidad necesaria al efecto.
Al conocerse los propósitos de la Hermandad, el Ayuntamiento
resolvió de mutuo acuerdo que se refundieran ambos proyectos, contribuyendo el segundo con la cantidad destinada á su proyectado pabellón, á parte de la ayuda que se detalla en el siguiente plan económico:
Presupuesto de las obras sin contar los terrenos
El Ayuntamiento facilitará
77.294)
Y la Junta
125.000)
De modo que sin contar las 20.233 pesetas y 88 céntimos invertidos por el Municipio en adquisicion
de terrenos, tendrá que anticipar éste á la Junta,
á un módico interés
333.836 ptas.
202.294
»
131.542
»
Como ocurre ordinariainente, la liquidación no correspondió á los
cálculos del presupuesto, pues el resultado final de los gastos ocasionados por las obras fué el siguiente:
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Importe de terrenos
31.807,67 ptas.
Medición y tasación
150,
»
Jornales, por movimiento y explicación de tierras y
plantación de árboles
4.971,25
»
Jornales al sobrestante
3.866,
»
Modelo persiana
103,
»
Seguro
1.506,57
»
Entregas al Sr. Múgica
565.504,61 »
Total
607.909,10 ptas.
Para explicarse la enorme diferencia entre el presupuesto y la liquidación final, hay que tener presente que se alteró de un modo radical el proyecto previamente aprobado.
De todos modos, este resultado creó un verdadero conflicto á la
Junta de Beneficencia, la que á pesar de todos sus esfuerzos no podía
disponer de cantidad mayor de 256.542 pesetas, que fueron las que
entregó á buena cuenta.
El Ayuntamiento resolvió la cuestión satisfaciendo de sus arcas la
diferencia y quedando, merced á un pacto celebrado con la Hermandad, dueño de todo lo construído en Manteo y de las tierras adquiridas á este fin.
Salvadas de este modo todas las dificultades, pudo habilitarse el
nuevo Hospital, adonde se hizo el primer traslado de enfermos el
24 de Octubre de 1887.
La inauguración oficial no tuvo lugar, sin embargo, hasta el 20 de
Enero de 1888, festividad de San Sebastián, y asistieron á tan solemne acto las autoridades civiles y eclesiásticas de la capital.
En recuerdo de la primitiva institución de que se ha hecho mérito
al comienzo de estos apuntes, se designó el nuevo establecimiento con
el título de «Hospital civil de San Antonio Abad».
Á pesar del enorme sacrificio pecuniario realizado para llevar á feliz término la construcción de estos edificios, no pararon ahí los desembolsos á que se vió obligada la Junta de Beneficencia.
Sólo durante el primer año se gastaron 100.000 pesetas próximamente en obras de instalación, sin contar lo que se invirtió en la adquisición de mobiliario y efectos destinados á la prestación de servicios.
Y puede añadirse que el capítulo de obras en estos edificios está
aún por terminar.
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Después de instalado el Hospital se ha visto la Junta precisada al
realizar reformas de grandísima importancia en los edificios, á cerrar
las arcadas con vidrieras, á abastecerla de agua, á construir cañerías
para establecer alumbrado de gas, y la calefacción completa, red de
alcantarillas que desembocan en el mar, el pabellón de hidroterapia,
salas de cura y otras muchas obras cuya enumeración ocuparía grandísimo espacio.
Estos mismos días se estudian reformas de importancia, para que
el Hospital de Manteo esté á la altura que corresponde á esta ciudad,
cuando lo visiten los facultativos que deberán concurrir el próximo
verano con motivo del Congreso Antituberculoso.
Y no sólo se gastó en obras, sino que con el noble afán de mejorar los servicios, se ha ido adquiriendo un costoso, escogido y completísimo material quirúrgico y de curas, dotando al establecimiento
de cuantos medios ha ideado en estos tiempos el progreso en materia
médica.
El personal afecto al Hospital se ha ido también aumentando conforme lo exigían las circunstancias, contando hoy con notables profesores en medicina, cirugía y farmacia, y activos y celosos practicantes
á cuyo frente está el reputado doctor Celaya, director del Establecimi en t o.
Al llegar aquí, consideramos imperioso deber dedicar un sentido
recuerdo á la memoria del malogrado doctor D. Hilario Gaiztarro,
cuyas notables operaciones tanto nombre dieron al Hospital, y extendieron por todo Guipúzcoa y fuera de ella, la justa fama de hábil y
experto operador con que fué conocido en todas partes el doctor Gaiztarro.
Si después de todo lo que llevamos reseñado acerca del Hospital,
recordamos aquellas reducidas salas de la Misericordia de Atocha, que
al visitar el edificio, según era costumbre las tardes del Jueves y Viernes Santo, veíamos á través de las rejas de sus menguadas ventanas y
constituían por aquel entonces el único servicio de enfermos; si recordando esto nos trasladamos al nuevo Establecimiento de Manteo,
hemos de reconocer que los cuantiosos desembolsos realizados por la
Hermandad, tienen plena y plausible justificación.
Pero no se limitaron al Hospital de San Antonio Abad los esfuerzos generosos de la Junta de Beneficencia. Cuando más comprometido
se hallaba su erario con las construcciones de Manteo, presentóse la
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ocasión de adquirir un Establecimiento con el que podía mejorar notablemente los servicios de beneficencia y no desaprovechó la oportunidad.
En la falda meridional de Ametzagaña, conocióse una modesta
ermita en que se veneraba piadosa imagen de la Santísima Virgen,
bajo la advocación de Nuestra Señora de Uba. Poética leyenda envolvía su pasado; devoción tierna y amorosa le dedicaban los vecinos de
esta ciudad y de las caserías próximas. Hoy mismo se dirigen á ella
muchos devotos en demanda de su celestial protección, cuando se encuentran afligidos por alguna dolencia, en especial cuando padecen
insomnio. Consérvase también en muchas familias la piadosa costumbre de colocar en el lecho del enfermo uno de los delantales de la
venerada imagen, para conseguir de este modo el ansiado sueño. En
las fiestas de la Pascua de Resurrección celebrábase en su honor devota
romería, de la que en nuestros días queda alguna reminiscencia.
Esta ermita, así como el inmediato caserío de «Ubagaraikoa», eran
propiedad del marqués de San Millán, quien en 1850 cedió ambas
propiedades, á censo enfitéutico, al prestigioso caballero gui puzcoano
D. Roque de Heriz, dueño de la próxima finca de «Urdincho»,
Este señor construyó un convento para instalar en él la Comunidad de Religiosas Dominicas, que tiempos atrás ocupó el convento
del Antiguo en los terrenos en que actualmente se levanta el real palacio de Miramar, y de donde procedía la denodada donostiarra Catalina
Erauso, la Monja Alférez, en cuyo honor acaba de levantar una estatua la república de Méjico.
Entre las diversas vicisitudes por que atravesó esta Comunidad,
después de instalada en Uba, recordamos que en la última guerra civil se vió precisada á abandonar el Convento, porque la situación en
que se encontraba entre ambas fuerzas beligerantes, hacía imposible
la estancia en lugar tan comprometido.
Se refugiaron en el Convento de Carmelitas Descalzas de Santa
Teresa, como antes lo habían hecho las de la Compañía de María, conocidas por las de la Enseñanza, de San Bartolomé, y permanecieron
en dicho Convento las tres Comunidades mientras duró la civil contienda. Terminada ésta, se reintegraron á sus respectivas casas conventuales, instalándose nuevamente en Uba las Religiosas Dominicas.
Bien sea que los pasados sucesos las hicieron comprender lo poco
adecuado del lugar; bien sea que recibieran auxilios que les permitie-
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ran adquirir un edificio de mejores condiciones; ó bien sea por las dos
causas unidas, es lo cierto que construyeron un nuevo Convento en
Ategorrieta y se trasladaron allí, abandonando definitivamente la casa
de Uba.
Noticioso de esto la Junta de Beneficencia, y considerando que el
Convento en cuestión, por su situación especial y más que todo por
su espléndida orientación, podía prestar un grandísimo servicio instalando allí un asilo de párvulos, se decidió á adquirirlo.
(Continuará.)