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EL MADRID ISLÁMICO. La fundación de Mayrit. En el verano del año 711, unos siete mil musulmanes al mando de Tarik cruzaron el Estrecho de Gibraltar con vistas a intervenir en la guerra civil visigoda al lado de los partidarios de Akhila. Tarik, estableció rápidamente una cabeza de puente en Gibraltar que pronto fue reforzada por otro caudillo musulmán, Muza. Esta fuerza expedicionaria musulmana –de unos doce mil hombres- entabló batalla con el último rey visigodo, Rodrigo, entre los ríos Guadalete y Barbate, al que vencieron fácilmente. Acto seguido, Tarik ocupó casi todas las ciudades de la Bética, entró triunfante en Toledo - capital del reino Visigodo- e inició un avance hacia el norte de las tropas musulmanas que durante veinte años, y al mando de sucesivos caudillos, consiguió llegar hasta Burdeos, Angulema y Tours, siendo únicamente frenados por Carlos Martel en Poitiers en octubre del año 732. Poitiers significó el inicio del retroceso de los árabes en Europa; en el 751 los francos ya situaron su frontera en los Pirineos, y sucesivas revueltas internas en el emirato cordobés hacen que los musulmanes abandonen las tierras del Duero, ocasión que aprovechará Alfonso I para adelantar las fronteras del reino asturiano. En el 756, Abd al-Rahman I se independiza de Damasco iniciando la andadura del emirato de Córdoba, que posteriormente, con Abd al-Rahman III se acabará convirtiendo en califato. Con Abd al-Rahman I se inició en Al-Andalus un periodo esplendor, pero a su muerte, sus sucesores tuvieron que hacer frente a numerosas revueltas internas como la de Toledo en el año 797, o la del arrabal de Córdoba en el 818, que fueron sofocadas con gran violencia. Esta era la situación que se encontró el Emir Muhammad I a la muerte de su padre Abd al-Rahman II en el año 852; un estado acuciado por las revueltas internas, en donde al mismo tiempo, se tenía que hacer frente al empuje de los reinos cristianos del norte. Durante el primer año del gobierno de Muhammad I la situación empeoró, ya que en el verano del 853 una nueva rebelión de Toledo, así como una ofensiva del rey asturiano Ordoño I, provocó el hundimiento de la frontera media del emirato. Ante esta situación, Muhammad I inició una política de reforzamiento de las fronteras septentrionales e interiores de Al-Andalus mediante la construcción o 1 consolidación de plazas fuertes y fortalezas militares siguiendo una política militar bien planificada. En este contexto, entre el año 855 y el 866 se decidió proteger Toledo mediante la fundación de toda una serie de enclaves fortificados que rodearan la ciudad, tanto para protegerla de los ataques de los cristianos del norte, como para reprimir otra posible rebelión interna. Estos enclaves eran: Talavera de la Reina, Zorita de los Canes, Peñafora, Calatrava la Vieja, Talamanca del Jarama, y Madrid. El origen de Madrid, por tanto, no es otro que el de una simple fortaleza militar cuya única misión no era otra que reforzar el sistema defensivo de la submeseta meridional, controlando el camino que ya desde época de los romanos unía Mérida y Zaragoza por Toledo. Estructura Urbana El Madrid islámico estaba dotado de las tres condiciones que según Ibn Jaldun se necesitan para que una ciudad pueda durar; buen aprovisionamiento de agua, campos de cultivo y huertas que permitan su aprovisionamiento, y pastos y bosques para obtener ganado y madera. Además, para cumplir su función militar, era preciso un solar que ofreciera unas adecuadas prestaciones para su defensa, y las de Madrid eran inmejorables, pues se trataba de una terraza natural de 640-650 metros de altura, elevada 70 metros sobre el río Manzanares. En cuanto a la estructura urbana, tenía la estructura característica de los núcleos urbanos musulmanes; formada por Almudaina y Medina, su extensión no sobrepasaba las 17 hectáreas aproximadamente1. En cuanto a la Almudaina, (del árabe al-mudayna = ciudadela), era de planta cuadrada y estaba bien defendida por torres. Con una superficie de 7 hectáreas, estaba rodeada por una muralla defensiva realizada en sílex y piedra de cantería, presentando tres puertas de acceso; la de la Vega, la de Santa María, y la de la Sagra (o Xagra; topónimo de origen árabe que viene a significar campo de cereales). La almudaina sería el barrio noble de la ciudad, y aquí estaría asentado tanto Alcázar como la mezquita mayor. El Alcázar, sería un simple castillo de planta cuadrangular, y era la residencia del gobernador de la plaza (Cadí) y la sede del poder estatal. Según la interpretación 1 F.J. Marín Perellón, El Madrid medieval. En V.Pinto y Santos Madrazo (1995), p.20-21. 2 tradicional estaría situado sobre lo que posteriormente fue el Alcázar de los Austrias y hoy es el Palacio Real; no obstante hay interpretaciones más recientes que lo ubicarían en la ladera norte de la calle Segovia. Delante del Alcázar se situaría una plaza de armas donde se reunía la tropa y también los vecinos cuando la necesidad lo requería. Aún hoy se llama plaza de la Armería. En cuanto a la mezquita (o aljama), seguramente fue construida en tiempos de Abderramán III. Estaría situada sobre la actual calle Mayor, esquina a la calle Bailén, y desde se púlpito se predicaba el sermón del viernes. Según la tradición, después de la conquista cristiana se convirtió en parroquia cristiana bajo la advocación de Santa María de la Almudena. La Almudaina madrileña que acabamos de describir, fue considerada por los cronistas árabes “como una de las mejores obras defensivas que existen”. Pese a ello, el Mayrit árabe no se librará de incursiones y saqueos por parte de los reyes cristianos como el llevado acabo por Ramiro II de León en 932 quien asedió y causó un gran destrozo en la ciudad. Por último, decir que lamentablemente no se conserva ningún resto ni del Alcázar ni de la mezquita. Lo único que queda en la actualidad de esta almudaina sería parte de la muralla que la envolvía, situada en la Cuesta de la Vega, y que fue descubierta por el arabista J. Oliver Asín en 1950, siendo declarada Monumento Nacional en 1954. No obstante, pasaron muchos años hasta que este monumento fue restaurado y consolidado, ya que no es hasta 1987 cuando es inaugurado en lo que a partir de ese momento se conoce como Parque del Emir Muhammad I. Debemos decir también que se conservaba otro lienzo de la muralla en lo que hoy sería el edificio de viviendas de la calle Bailén nº12; pero dichos restos se destruyeron en 1960 al construirse dicha casa, con el lamentable consentimiento de las autoridades municipales a las que poco importó que fuera Monumento Nacional desde 6 años antes. En cuanto al resto de la ciudad, la Medina, tenía unas 10 has. y estaba formado por dos barrios, uno de población musulmana y otro mozárabe articulado entorno a una pequeña iglesia que andando el tiempo se convertiría en la iglesia parroquial de San Andrés. Separados por el arroyo de San Pedro, estuvieron unidos por un puentecillo que fue conocido como al-cantarilla de San Pedro. 3 Por último, decir que el cementerio, extramuros, estaría situado entorno a la zona de la actual plaza de la Cebada, como así atestiguan algunos documentos del siglo XVI. La organización social de Mayrit. Con todo lo dicho, la vida cotidiana y la organización social del Madrid islámico, debieron ser por tanto la propia de una fortaleza militar. Lo primero que habría que decir, es que como fortaleza militar, debió ser de las más importantes de su entorno, pues Madrid poseía la llamada Ribat, es decir, era punto de partida de la yihad -guerra Santa- hacia los territorios cristianos. Por ejemplo, está constatado que en el año 977 Madrid es testigo del encuentro entre las tropas de Almanzor y su suegro Galib para partir hacia el norte. Al ser por tanto una fortaleza de cierta entidad, su guarnición debió ser bastante numerosa, como así atestigua la Crónica de Sampiro al referirse a una emboscada que sufrieron las tropas castellanas a manos de numerosas tropas de Madrid. En cuanto a la estructura social del Madrid musulmán, como en todo AlAndalus, tendríamos que destacar sobre todo la diversidad de los grupos y culturas coexistentes. Los musulmanes se dividían por un grupo minoritario de población árabe, seguido de otro más abundante de población bereber, y un tercero, cada vez más numeroso de muladíes o hispano-musulmanes. Después de los musulmanes estaría el grupo de los mozárabes, que sería un estrato de población de origen hispanorromano o visigodo, y que aunque vivían en territorio musulmán seguían profesando la religión cristiana. Este grupo social, cada vez fue más importante en Madrid, por lo que la artesanía y el comercio debieron ser ya actividades muy notables entorno al zoco, que podríamos situarlo entorno a la actual plaza de la Paja. Por último, decir que en el siglo XI se desintegró el Califato de Córdoba, y el territorio de Al-Andalus se fragmentó en lo que conocemos como los reinos Taifas. Madrid, perteneció en todo momento al reino taifa de Toledo, y desde 1062, se sometio junto con toda la comarca de Madrid a Fernando I pagándole parias. Y así estuvo hasta que aproximadamente en 1085 es conquistada por las tropas de Alfonso VI, pasando definitivamente a manos cristianas. 4 El nombre Madrid. Mucho se ha escrito sobre el origen del nombre de Madrid, y tal y como en su día declaró Menéndez Pidal2, hoy en día sigue teniendo una difícil solución. En lo que si coinciden los autores es en la relación que hay entre el nombre Madrid, y la abundancia que del líquido elemento dicen las fuentes que había en su solar. Hoy en día, la teoría que manejan la mayoría de los autores es que el nombre de Madrid surge de la evolución de dos palabras, una latina y otra árabe, que más o menos se refieren a lo mismo. Según esta teoría, ya la primitiva aldea que existía en antes del establecimiento árabe era conocida como “Matrice”, palabra en latín vulgar que vendría a significar arroyo matriz, en referencia al que posteriormente será conocido como Arroyo de San Pedro; arroyo que discurría por lo que hoy sería la calle Segovia y que con el tiempo desapareció. Por otro lado, al llegar los musulmanes Madrid recibió un nuevo nombre: Mayrit. Esta palabra sería un compuesto del árabe Mayra -que vendría a significar algo así como “madre de agua”, “respiradero de agua”, o “sangradera de agua”- y del sufijo mozárabe it, que no es otra cosa que el sufijo latino [-etum], que tenía un sentido de abundancia. Madrid sería por tanto el lugar donde abunda la mayra, es decir, la madre de agua. En época musulmana, por tanto, la ciudad tuvo dos nombres, el latino Matrice, que seguía siendo utilizado por los mozárabes, y el árabe Mayrit. Por tanto, el origen de Madrid sería un híbrido entre el latín y el árabe que después de la conquista cristiana fue evolucionando (Magderit, Maydrid, Maiedrid) hasta llegar al Madrid actual. Conclusión (¿la hay?). ¿Qué conclusiones se pueden sacar de una ciudad de la que sólo queda un lienzo de muralla?; la respuesta no puede ser otra que unas conclusiones aproximadas e insuficientes, así como reconocer el mérito -y porque no, compadecera aquellos historiadores que investigan o han investigado sobre estas suposiciones (como Montero Vallejo, u Oliver Asín). Menéndez Pidal, R. “La etimología de Madrid y la antigua Carpetania” en Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo del Ayuntamiento de Madrid, 14 (1945), pp. 3-23. 2 5 Quizá la historia comparada nos pueda ayudar; esto es, estudiar otras fortalezas militares de la marca media que no han evolucionado como lo ha hecho Madrid, y en donde los arqueólogos puedan investigar y excavar sin toparse con el Palacio Real. Por último, seguro que nos puede ayudar para comprender mejor el Madrid árabe uno de los pocos documentos escritos por alguien que lo visitó. He aquí la descripción que al-Himiari hizo de Madrid: “Ciudad ilustre y noble de España. La fundó o reconstruyó el emir Muhammad ben Abd al-Rahman (es decir, Muhammad [I], hijo de Abderramán [II]). En Madrid se obtiene una arcilla blancuzca -como la piedra ollar- con la que se fabrican ollas que no se rompen ni resquebrajan cuando se ponen sobre el fuego, y apenas se altera lo que se cuece en ellas por mucho que suba la temperatura. El castillo de Madrid es majestuoso, y lo construyó el emir Muhammad, hijo de Abderramán. Recuerda Ben Haián [987-1076] en su crónica, que cuando fue excavado el foso por fuera de la muralla de Madrid, fueron encontrados por azar los restos de un animal enorme, cuya longitud alcanzaba los 51 codos [unos 23,5 metros] desde la coronilla de la cabeza hasta la punta de los pies. Fueron confirmados estos datos de puño y letra del cadí de Madrid. EVOLUCIÓN URBANA DE LA VILLA MEDIEVAL El Madrid cristiano En el año 1085 el rey Alfonso VI conquistó definitivamente el reino de Toledo y ciudades, castillos y fortalezas como Santa Olalla, Maqueda, Alamín, Canales, Talamanca, Uceda, Hita, Ribas, Guadalajara y el propio Madrid, capitularon sin oponer resistencia. Desde este momento, la ciudad y su tierra fueron integradas en el reino de Castilla como una villa de realengo o señorío del rey. Tras la conquista la población musulmana fue relegada a la Morería, es decir al antiguo barrio mozárabe, y las zonas habitadas por los cristianos se empezaron a organizar en distritos urbanos parroquiales o collaciones. Sin embargo, a diferencia de otros lugares conquistados que empezaban a controlar su territorio (alfoz), Madrid 6 siguió desempeñando un papel fronterizo y militar de primer orden. Entre sus funciones se encontraba garantizar la repoblación y la explotación del territorio que se extendía hacia el río Tajo. De nuevo Madrid se encontraba en primera línea y dispuesta para la defensa de los ataques musulmanes. Y no era para menos, entre finales del siglo XI y las primeras décadas del siglo XII los almorávides protagonizaron feroces ofensivas contra Toledo y las fortalezas, ciudades y pueblos de su entorno. De hecho en el año 1109 la ciudad fue duramente asediada e incendiada. Con posterioridad, los almohades protagonizaron durante 41 años incursiones y aceifas contra la ciudad, siendo especialmente conocido el sitio del año 1197. Esta situación llevó a las autoridades de la villa a construir, ya bien entrado el siglo XII, un segundo recinto amurallado para salvaguardar los arrabales que se encontraban fuera de la ciudad. Con la victoria cristiana en las Navas de Tolosa del año 1212, la guerra de conquista se trasladó a la Submeseta Sur. Entonces Madrid perdió su función guerrera y pudo desarrollarse como una más de las ciudades del interior peninsular. Al ser una villa de realengo, los reyes contribuyeron al desarrollo de la ciudad con la concesión de numerosos privilegios. Ya Alfonso VII había establecido los límites de su territorio en 1152, que se extendía entre los ríos Guadarrama y Jarama; Alfonso VIII le otorgó su fuero en el año de 1202 y Fernando III amplió sus competencias en el 1222. También fue importante que los soberanos eligieran a Madrid para reunir las Cortes del reino de Castilla. Y es que Madrid tenía ventajas importantes sobre otras ciudades del reino. Contaba con un Alcázar, que poco a poco se fue transformando en una residencia cómoda para la realeza, y a su alrededor abundaba la caza, como por ejemplo en el Monte del Pardo. Todos estos acontecimientos contribuyeron a la prosperidad de la ciudad, y si en el siglo XII tenía una superficie de 33 hectáreas, a finales del siglo XV había alcanzado las 72 hectáreas y una población que rondaba los 12.000 habitantes. A lo largo de todo este proceso Madrid creció con la fundación de nuevos arrabales que desbordaron la muralla, y su tejido social y urbano se fue diversificando con la aparición de conventos 7 y hospitales, casas nobiliarias, mercados y comercios, y una importante actividad artesanal que realizaban los gremios. La muralla cristiana Después de la conquista de la ciudad por Alfonso VI en el año 1085, Madrid no perdió su carácter militar por las frecuentes escaramuzas que se daban en la frontera. Esta situación propició, ya bien entrado el siglo XII, la construcción de un segundo recinto amurallado para integrar en la ciudad los antiguos arrabales. Este segundo recinto conocido como muralla cristiana envolvía una superficie de algo más de 33 hectáreas. Estaba formado por muros de 3 metros de anchura y torres de planta semicircular dispuestas cada 10 ó 15 metros. Fue realizada en mampostería de piedra caliza, sílex y argamasa, y no era igual en todo su trazado por los muchos años y esfuerzos económicos que se emplearon para su construcción. Contaba con un foso que seguía el perímetro de la muralla y que todavía podemos reconocer en el casco viejo de la ciudad a través de los nombres de algunas calles, como la Cava Baja, la Cava Alta y la Cava de San Miguel. De hecho la palabra cava significa zanja o foso de una fortificación. Tenía cuatro puertas de acceso llamadas de Balnadú, de Moros, Cerrada y de Guadalajara, las tres primeras de un sólo eje, similares a las puertas de la muralla árabe, y la última, la de Guadalajara, presentaba una estructura en recodo. Algunos restos de la muralla cristiana se conservan entorno a las calles de los Mancebos, del Almendro, Cava Baja, Mesón de Paños y de la Escalinata. Crecimiento desorganizado Durante la Baja Edad Media, Madrid experimentó un crecimiento urbano natural hacia el este por el antiguo camino de Alcalá, es decir, siguiendo lo que hoy es la calle Mayor hasta su encuentro con la Puerta del Sol. Que el crecimiento natural fuera en esta dirección se debió a la propia orografía de la ciudad, pues al sur se encontraba el barranco de la actual calle de Segovia, al oeste se encontraba el río Manzanares, y en el norte el foso que había formado el antiguo arroyo del Arenal. 8 El desarrollo urbano del Madrid medieval no tuvo la misma intensidad durante los siglos IX y XV y las pautas de crecimiento estuvieron relacionadas con las funciones de la ciudad. Entre los siglos IX y XII Madrid creció muy poco porque seguía siendo una fortaleza de frontera en estado permanente de alerta. Si durante la dominación árabe la ciudad alcanzó una extensión de 17 hectáreas de superficie, con la construcción de la muralla cristiana en el siglo XII alcanzó una superficie de 33 hectáreas, si bien tan sólo 20 comprendían el espacio urbanizado. Esto quiere decir que aunque la ciudad había aumentado su perímetro defensivo en 16 hectáreas, para proteger los antiguos arrabales de la época árabe, el caserío tan sólo había crecido 3 hectáreas. Aún así, Alfonso VI alentó la repoblación de Madrid con la fundación del convento cluniacense de San Martín, a las afueras de la ciudad. Este convento se convertiría en el embrión del arrabal de san Martín, el primer arrabal cristiano que se formó en la ciudad. Entre los siglos XIII y XV la ciudad creció notablemente como consecuencia de perder su función guerrera. Y es que la victoria de Alfonso VIII en las Navas de Tolosa (1212) permitió alejar las hostilidades hacia Andalucía y las ciudades del interior, como Madrid, se pudieron desarrollar. De este modo, en el siglo XIII se fundaron a las afueras de la ciudad los conventos de San Francisco (1217) y de Santo Domingo (1218), y se fueron ocupando los espacios que quedaban dentro del perímetro amurallado. A este desarrollo urbano contribuyeron los distintos privilegios que los monarcas fueron concediendo a la villa, las repetidas celebraciones de las Cortes castellanas, y las cada vez más numerosas estancias de los soberanos en el Alcázar madrileño. Al finalizar el siglo XIV nos encontramos con una ciudad que se ha ido extendiendo hacia el este, siguiendo el camino de Alcalá, con un caserío desordenado que se sigue adaptando a la red caminera del entorno y a la orografía del terreno. También son de estos momentos los dos nuevos arrabales de San Ginés y de Santa Cruz, que surgen entorno a las actuales calles del Arenal y de Atocha. En la centuria siguiente se ocuparon los huecos que quedaban entre las cavas de la muralla, los que quedaban entre los arrabales de San Martín, San Ginés y Santa Cruz, y también se 9 ocuparon los espacios vacíos de las cabeceras de los caminos de Alcalá, Atocha y Toledo. A finales del siglo XV, y a pesar de los episodios de destrucción que se registraron durante la guerra civil de 1474-1479, el crecimiento urbano había sido de tal magnitud que ya no quedaban espacios libres dentro de la ciudad para poder edificar. Las nuevas casas tuvieron que construirse en los pocos espacios vacíos que quedaban extramuros de la ciudad y junto a las cabeceras de los caminos. En 1535 Madrid había alcanzado una superficie de 72 hectáreas. Estructura viaria del Madrid medieval Ya hemos apuntado que la ciudad del siglo XII alcanzó 33 hectáreas de superficie una vez que se construyó la muralla cristina, y también hemos apuntado que no toda la morfología del casco era trama urbana. Así, gran parte de la vaguada de la calle de Segovia era suelo agrícola y las amplias zonas que constituían el Alcázar, el Campo del Rey y el espacio inmediato intramuros de la ciudad estaban destinados a usos militares y defensivos. Las edificaciones y el trazado viario de las calles sólo alcanzaban una extensión de 20 hectáreas de superficie urbanizada. El trazado viario contaba con varios ejes principales que ponían en comunicación distintas puertas de la muralla, siendo el más importante el que comunicaba las puertas de Guadalajara y de Santa María. Con el paso del tiempo este eje se convirtió en las calles llamadas de la Almudena, Platerías -hoy Mayor- y la plaza de El Salvador –hoy plaza de la Villa-. El resto de la retícula era muy irregular, herencia de los árabes, y había algunos espacios públicos como las plazas de la Paja, de Santiago y de Santa María. Las puertas de la muralla del siglo XII conectaban con la red caminera del entorno. Por la puerta de Guadalajara se accedía al camino de Alcalá y Guadalajara; por la de Toledo a su camino homónimo; por la puerta Cerrada al camino de Atocha y Alcalá; por la puerta de la Vega se accedía al camino que conducía al río Manzanares y sus huertas; y por la puerta de Balnadú se accedía al camino que conducía a la sierra. 10 En el siglo XIII nos encontramos con una ciudad que se va consolidando y en la que se observan formas de ocupación diferentes: el coso, arrabal, villa y mercado. Además se va produciendo una mayor diferenciación social con la aparición de nuevos conventos como el de San Francisco y el de Santo Domingo. Durante el siglo XIV se mantendrán las mismas formas de ocupación, si bien la zona de la periferia crecerá notablemente pues aparecen en estos momentos los arrabales de San Ginés y de Santa Cruz. Los espacios existentes entre los arrabales fueron utilizados entonces como muladares o basureros. En el siglo XV la ocupación del espacio estuvo promovida por el concejo madrileño, cediendo solares de los arrabales a musulmanes y judíos. El interior de la ciudad, por el contrario, fue tomando un aspecto más señorial con la construcción de caserones con torres y portadas, como la conocida Casa de los Lujanes de la plaza de la Villa. También aparecieron nuevas fundaciones monásticas como el Convento de Santa Clara (1460). La plaza del Arrabal también se formó en el siglo XV, entre los arrabales de San Ginés y Santa Cruz, sobre un solar espacioso e irregular que antes había sido una laguna. De la plaza del Arrabal, transformada en el siglo XVII en la plaza Mayor, partían los caminos de Toledo y Atocha, y a finales de la Edad Media se convirtió en el principal mercado de la ciudad, junto al de la plaza de El Salvador –hoy plaza de la Villa-. Los Reyes Católicos ordenaron el espacio urbano de la plaza del Arrabal (1480) y bajo su reinado se fundaron nuevas instituciones como los monasterios de la Concepción Jerónima (1509), la Concepción Francisca (1512), el hospital de la Latina (1499), todos ellos fundados por Beatriz Galindo; junto a otros templos como el Monasterio de San Jerónimo el Real, que establecido en 1464 en la orilla del río Manzanares, se trasladó a las inmediaciones de la ciudad en 1503. Ya entrado el siglo XVI se fundó junto a la Puerta del Sol el hospital del Buen Suceso (1529) y se construyeron nuevas casas señoriales como la de los Vargas y los Coallas. 11 Los arrabales De forma similar a otras ciudades medievales, el crecimiento urbano madrileño estuvo principalmente desempeñado por la formación, entre los siglos XII y XIV, de tres arrabales a las afueras de la ciudad. El arrabal de San Martín surgió a raíz de la fundación del Convento benedictino de San Martín, por un privilegio dado por Alfonso VI a finales del siglo XI, y su edificación fue posible por un privilegio de carta puebla que otorgó Alfonso VII a los monjes del convento en el año 1125. Atendiendo a los límites territoriales que establecía dicha carta se urbanizó el entorno del convento a lo largo del siglo XII. En un principio la ciudad no tuvo potestad sobre el arrabal de San Martín, pues su gobierno y control dependían directamente del monasterio. Los arrabales de San Ginés y Santa Cruz surgieron en el siglo XIV junto al arroyo del arenal y el camino de atocha, respectivamente. Estos dos nuevos arrabales tuvieron como embrión dos ermitas primitivas, las futuras parroquias de San Ginés y de Santa Cruz que todavía hoy podemos localizar en el casco antiguo. Estos arrabales tuvieron un rápido desarrollo urbano y la disposición de su caserío, adaptada a la orografía del terreno, fue similar a la que se produjo en el arrabal de San Martín, con la disposición de dos calles ortogonales entre sí y un murete que envolvía su perímetro y conectaba con la red caminera del entorno a través de puertas. Por razones fiscales todos los arrabales fueron integrados en la ciudad con la construcción de una cerca. Conocida como cerca de Enrique IV, se desconoce la fecha exacta de su construcción, en todo caso posterior a 1463, y también se desconoce su itinerario preciso. Sólo se conocen los nombres de sus puertas: de Toledo, Atocha, del Sol, Postigo de San Martín y de Santo Domingo. Precisamente, las plazas de Santo Domingo y de la Puerta del Sol, tomaron el nombre de las puertas de esta cerca. 12 EL ESTABLECIMIENTO DE LA CORTE EN MADRID. De “poblachón manchego” a Corte de un imperio. En 1561, Felipe II designó a Madrid como sede permanente de la Corte. Este acontecimiento, va a ser un elemento determinante en la evolución de todos los aspectos históricos, sociales y económicos de Madrid y su territorio. Así, como consecuencia de este fenómeno, en las siguientes décadas se producirá una gran expansión que afectará a su demografía, actividades comerciales, estructura social, urbanismo, y distribución de la propiedad3. Lo primero que tendríamos que decir es que la decisión de Felipe II de establecerse en Madrid no fue fruto de un capricho del monarca, si no que es la culminación de una trayectoria de tres siglos que había hecho que Madrid se fuera convirtiendo cada vez más en una de las villas más importantes de Castilla4. En efecto, hasta 1561, dentro de la estructura del reino de Castilla no había designada ninguna capital, o lugar donde la Corte residiera de forma permanente. Se trataba de cortes itinerantes en donde el rey y su séquito iban residiendo por diversos lugares del territorio. Pues bien, en este periplo de la Corte por diversas ciudades del reino, se observa ya desde Alfonso XI una tendencia –que será proseguida por los Trastámara- a residir en aquellas ciudades o villas del interior del reino como Madrid, Burgos, Valladolid, o Alcalá. De todas estas ciudades y ya desde esa época, los monarcas castellanos tuvieron una gran predilección por Madrid y Valladolid. La razón era simple; eran ciudades de realengo, con apenas nobleza relevante, y sobre todo, carecían de sede episcopal, por lo que cuando los monarcas residían en estas ciudades no tenían ningún contrapoder que pudiera ocasionarles molestias. Además, mientras que en otros lugares como en Valladolid los monarcas se tenían que alojar en casa ajena, Madrid disponía de su propio Alcázar, y de una 3 Para el estudio del Impacto de la Corte sobre Madrid y su territorio, José Miguel López García (dir.), El Impacto de la Corte en Castilla: Madrid y su territorio en la época moderna. Madrid: Siglo XXI, 1998. 4 Sobre esta trayectoria resulta de un gran interés: Luis Suárez Fernández, Madrid, de simple ciudadela a villa real., en Antonio López Gómez (coord.), Madrid desde la Academia. Madrid: Real Academia de la Historia, 2001. 13 inmejorable tierra de bosques para su esparcimiento; por esto, ya desde principios del siglo XIV, los monarcas se sentían en Madrid como en su propia casa. De esta manera, y especialmente a partir de que Fernando IV convocara Cortes en Madrid en 1309, fueron muchos los monarcas castellanos quienes eligieron a Madrid como uno de sus lugares favoritos de residencia: Basta nombrar a Alfonso XI, quien volvió a convocar Cortes en Madrid en 1329 y 1341; a su hijo Pedro I el cruel, de quien se dice que reedificó de nueva planta el Alcázar y residió largas temporadas en él; a Juan I, quien juró a la Villa que nunca más sería dada en señorío5; a Enrique III, quien realizó obras de importancia en la fachada sur del Alcázar, o a Juan II, quien también residió en la villa convocando Cortes en 1419. Avanzado el siglo XV, Madrid estuvo muy vinculado a importantes acontecimientos para la monarquía castellana; así, en el Alcázar vivió largo tiempo Enrique IV, quien proyectó el ensanche de la plaza de San Salvador (hoy de la Villa), y aquí murió en 1474. Previamente, el 28 de febrero de 1462, en el Alcázar de Madrid también había nacido su supuesta hija, Juana la Beltraneja, en torno a la que se formará uno de los bandos de la guerra civil por el trono de Castilla, que será ganada por su tía, Isabel la Católica. Finalizada la guerra, también los Reyes Católicos siguieron teniendo una especial predilección por la villa del Manzanares; basta decir que la visitaron en 14 ocasiones, residiendo en las casas de los Lasos de la Vega - contigua a la parroquia de San Andrés-, puesto que el Alcázar se encontraba en obras de restauración y mejora. Por tanto, vemos como ya antes de que Felipe II decidiera establecerse permanentemente en Madrid, la Villa ya tenía experiencia en acoger a monarcas; y esta cuestión es de gran importancia, puesto que hizo que Madrid, ya durante la baja Edad Media, fuera adquiriendo cada vez más importancia dentro de las villas y ciudades del reino, lo que atestigua por ejemplo, el hecho de que Madrid fuera una de las ciudades que tenía voto en Cortes. Durante el reinado de Carlos I, la Villa se siguió consolidando como un lugar estratégico de gran importancia para la monarquía. En este punto, resultó fundamental la decisión tomada por el Emperador de renovar y ampliar los alcázares de Madrid y Toledo. 5 Juan I había otorgado de manera vitalicia la Villa de Madrid a León V de Armenia. 14 Las obras, que se encargaron conjuntamente a los maestros de obras Alonso de Covarrubias y Luis de Vega, consistieron fundamentalmente (en el caso madrileño), en transformar una fortaleza medieval con pocas comodidades, en un palacio renacentista adecuado para acoger a la Familia Real. Así, se reformaron las salas del antiguo Alcázar, se construyó una nueva portada, y se duplicó la superficie del edificio construyendo un cuarto para la reina entorno a un segundo patio. Se consiguió así ampliar considerablemente la capacidad del recinto, haciendo posible el alojar cómodamente a la Corte. Madrid: Corte de la Monarquía. Las continuas ausencias de Carlos I, fueron pronto suplidas por el príncipe heredero Felipe (futuro Felipe II), quien es designado oficialmente en 1543 regente del reino. Felipe, va a cuidar con una extraordinaria atención las obras del Alcázar, interesándose por sus progresos y vigilando su ejecución. Además, a partir de 1543, las obras del Alcázar van a ir acompañadas por una política de la Casa Real tendente a establecer una zona entorno al Alcázar para disfrute exclusivo de la monarquía, y que además sirviera para aislar la residencia regia del resto de la ciudad. Con todo lo dicho, es muy probable que Felipe II, durante su etapa de príncipe heredero, barajara ya la posibilidad de instalar permanentemente la Corte –hasta entonces itinerante- en la villa de Madrid. La razón era obvia: el Imperio español cada vez era más importante, y el aumento de burocracia que ello exigía, era incompatible con una Corte itinerante. En 1556, y tras la abdicación de su padre Carlos I (quien se retiró al Monasterio de Yuste) Felipe II fue proclamado rey, y ya en ese año debía tener decidido su instalación permanente en el Alcázar de Madrid, aunque esta no se produjo hasta 1561. Lo que nos hace pensar esto, es el hecho de que en 1558 un jesuita, el padre Rivadeneyra, viajara a Madrid con la intención de fundar un colegio de la Compañía. Por fin, en los primeros días de junio de 1561, Felipe II y su esposa, Isabel de Valois, se instalaron en el Alcázar madrileño. Recapitulando todo lo dicho hasta ahora, nos podemos preguntar las razones que finalmente inclinaron a Felipe II a decidirse por Madrid. Ante todo, fueron razones políticas y sociales, aunque no debemos olvidar los geográficos. 15 Empezando por estos últimos, Madrid tiene una situación geográfica muy propicia para establecer una Corte; esto es, en el centro de la Península Ibérica, en medio de una encrucijada de caminos que conectaban las áreas económicas más dinámicas de ambas Castillas. Su posición geográfica, por tanto, facilitaba que desde la Villa se pudieran gestionar de una forma más rápida los asuntos de Estado. Pero como ya hemos apuntado, sobre todo fueron un cúmulo de razones político sociales entre las que podemos destacar las siguientes: Madrid era una ciudad de realengo que ya había albergado con frecuencia a la Corte; las reformas del Alcázar hacían que la Villa tuviera un palacio capaz de acoger cómodamente al rey y a su séquito; y sobre todo, Madrid era un territorio virgen en cuanto a otros contrapoderes que pudieran incomodar a Felipe II, esto es, una nobleza débil, y una iglesia poco representativa. El impacto de la Corte sobre Madrid. Cuando en 1561 Madrid se convierte en sede permanente de la Corte de Felipe II, no solo significaba que iba a ser el lugar de residencia para el rey y su familia, sino que además, este hecho implicaba la llegada de los aparatos centrales del Estado de los Austrias; incidiendo de una manera determinante en todos los aspectos de la Villa y su entorno. Esto es lo que conocemos como el impacto de la Corte6. Desde el punto de vista espacial, la ciudad casi cuadriplicó su superficie; así, si en 1535 apenas abarcaba 72 hectáreas, en 1565 se llegó a las 134 para alcanzar las 282 a finales del siglo XVII. De la misma forma, el caserío urbano compuesto en 1563 por 2520 inmuebles , pasó a 4.000 en 1571, rebasando los 7590 en las postrimerías del reinado de Felipe II; es decir, el número de casas se multiplicó por 3, lo que supone una construcción de 150 viviendas anuales. En cuanto a todo este caserío se fue estableciendo entorno a los caminos que llegaban a la Villa, y de esta manera, se fueron estructurando los ejes principales que aún hoy, discurren por lo que se ha llamado el Madrid de los Austrias. Así, vemos que se empiezan a formar la calle Alcalá (sobre lo que era el antiguo camino que llevaba a dicha localidad); la carrera de San Jerónimo (sobre lo que era el camino que llevaba al 6 Para todo lo referente al impacto de la Corte, resulta de gran interés el libro de José Miguel López García (dir.), El Impacto de la Corte en Castilla. Madrid y su territorio en la época moderna. Madrid: Siglo XXI, 1998., pp. 74. 16 entonces llamado Prado de San Jerónimo); la calle Atocha (sobre el camino que llevaba al olivar de Atocha, lugar donde se encontraba el famoso convento de Dominicos que albergaba a la Virgen de Atocha). Por el oeste, fue importante la apertura en 1577 de la calle Segovia (sobre el arroyo del mismo nombre ya visto en anteriores clases), la cual se prolongaba desde la Villa hasta encontrarse con el puente homónimo recientemente construido por Juan de Herrera. También de esta época, es la creación del eje que comunica la Puerta del Sol con el exterior de la Villa, y que transcurre por la calle Montera, bifurcándose en la Red de San Luis para formar las calles de Hortaleza y Fuencarral (sobre el camino que llevaba a dicha localidad). También se forman los ejes de las calles Leganitos, Amaniel, calle ancha de San Bernardo, y Tudescos – Correderas alta y baja de San Pablo. En cuanto al sur, vemos como prosigue la formación de la calle Toledo, y destaca también la creación de la plaza del Rastro y alrededores. Por otra parte, las zonas más antiguas de la ciudad fueron objeto de una profunda remodelación; poco a poco las murallas medievales que hasta ese momento habían sido un emblema de la villa, van siendo derribadas, salvándose únicamente aquellos fragmentos que fueron aprovechados para la construcción de nuevas casas. También se derribaron buena parte de las puertas antiguas como las de Santa María, Guadalajara, Balnadú (que se derribaron para ampliar las calles próximas), o las puertas de Santo Domingo, del Sol y primitiva de Toledo, que darán lugar a plazas comerciales (la plazuela de Santo Domingo, la plaza de la Puerta del Sol, y la plaza de la Cebada). También se produce en este periodo la regularización de la plaza Mayor. Ya en antes de 1561, la entonces plaza del Arrabal se había convertido en uno de los lugares más emblemáticos de la Villa, puesto que concentraba además de las funciones de mercado, la mayoría de las actividades comerciales y festivas del latir diario de la vida de Madrid. Pero desde el punto de vista urbano, este emblemático lugar carecía de regularización urbana propia. Esta regularización comenzará en 1581 con la demolición de las llamadas “casas de la manzana”, en el flanco de la plaza situado tras la calle Mayor. Esta operación permitirá poco después (en 1590), construir el primer edificio importante de la plaza, la Casa de la Panadería. Por otra parte, esta expansión urbana que estamos analizando fue sobre todo consecuencia del extraordinario crecimiento demográfico que se produce tras el establecimiento de la Corte. Las cifras son muy significativas; si en 1561 la villa tenía 2811 vecinos (unos 12.700 habitantes aplicando un coeficiente de 4.5); en 1571, diez 17 años después, ya pasaba los 42.000 habitantes; en 1584 llegaba a 55.000, y en 1597, cerca de 90.000. Es decir, en apenas 40 años la población madrileña se había multiplicado por 4.5, rebasando con creces la tasa de crecimiento anual del resto de las ciudades castellanas, y convirtiéndose en una de las 20 ciudades más populosas de Europa. Sin ninguna duda, este espectacular crecimiento estuvo motivado por la migración, así, junto a Felipe II e Isabel de Valois desembarcaron en la ciudad la alta nobleza, el alto clero, así como toda la burocracia real con sus familias. Esto produjo un fenómeno urbano de gran importancia. Así, en 1561 el Mariscal del rey requisó el 20 % de las casas de la ciudad para alojar a tan selectos inmigrantes, pero estas no bastaron. Así, la llamada Junta de Aposento optó por reservar la mitad de las viviendas madrileñas aplicando estrictamente la Regalía de aposento. Hubo muchas protestas entre los vecinos de la villa, pero de poco sirvieron. Muchos de los madrileños optaron entonces por defraudar, construyendo las llamadas “casas a la malicia”, cuya disposición interna estaba diseñada para impedir el reparto de su superficie con los cortesanos. Así, como la ley obligaba a destinar las segundas plantas de los pisos a la vivienda de los servidores reales, lo que se hizo fue construir –en vez de segundo piso- una especie de entresuelo que no entraba en las disposiciones oficiales. El establecimiento de la Corte en Madrid va a significar la construcción de grandes edificios, hasta entonces poco frecuentes en la ciudad. Los más numerosos, van a ser sin ninguna duda los construidos como conventos de las comunidades religiosas, que durante estos años sufren un aumento espectacular; así, de los cuatro existentes en 1500 se va a pasar a 30 en 1600. De los construidos durante la centuria, destacamos los de San Felipe el Real, fundado por fray Alonso de Madrid en 1546, con la protección de Felipe II (entonces Príncipe Felipe); las Descalzas Reales, fundado en 1559 por doña Juana de Austria (hermana de Felipe II); el de Santa María de los Ángeles, fundado en 1563 por doña Leonor de Mascareñas, antigua aya del Rey. En 1564 fray Gaspar de Torres, con la protección de Felipe II, funda el convento de la Merced, situado en la hoy plaza de Tirso de Molina. En 1573 se funda sobre la antigua mancebía el convento de San Dámaso, de carmelitas calzados, que fue costeado por Felipe II, la reina Ana y la Villa, que ensanchó la calle del Carmen y mejoró el emplazamiento. 18 LA CIUDAD DE LOS AUSTRIAS MENORES En el contexto político de la Época Moderna el ministerio privado o valimiento fue inaugurado por el Duque de Lerma en 1599, coincidiendo con el inicio del reinado de Felipe III. En la centuria siguiente esta forma de gobierno se fue extendiendo por las principales monarquías europeas: en la corte imperial austriaca con Khlesl; en la francesa, primero con Richelieu y, luego, con Mazarino; en la inglesa con Buckingham y, nuevamente, en la española con el Conde-Duque de Olivares. La aparición de estos ministros privados o validos se atribuye a un cambio fundamental en la titularidad de la dirección política de la monarquía. El rey delega su poder a un hombre de su entera confianza para que se haga cargo de la dirección política de los asuntos cotidianos, para que coordine, en su lugar, las distintas instituciones administrativas, y para que resuelva los cada vez más gravosos y urgentes asuntos del Estado. El rey, a cambio, disfruta de más tiempo para dedicarse a la vida pública y al esparcimiento de su real persona, más aún, si tenemos en cuenta que en los momentos en que aparecen estos privados, son reyes jóvenes (Luis XIII o Felipe III), inmaduros políticamente, por no decir incapacitados, y poco comparables a unos predecesores (Felipe II, Isabel I, Enrique IV), que fueron más proclives a dirigir personalmente los asuntos de gobierno de sus respectivas monarquías. Este cambio de orientación política se fue fraguando durante los últimos años del reinado de Felipe II, teniendo como figura destacada a Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, V marqués de Denia, cuyo linaje y clientelas llevaban largos años prestando servicios a la monarquía, desde sus cargos estratégicamente situados tanto en la Casa Real como en las principales instituciones del Estado. A los pocos horas de la muerte de Felipe II el 13 de septiembre de 1598 el poder que ya ejercía de facto el V Marqués de Denia se hizo público. De hecho, el 11 de noviembre del año siguiente el nuevo monarca le otorgaba toda su confianza delante de toda la corte, mandándole cubrirse en su presencia, gesto que implicaba su designación de Grande de España con el título de Duque de Lerma. Desde entonces Lerma tuvo como objetivo fundamental preservar a toda costa la confianza del rey, lo que le llevó a realizar cambios y nombramientos en la Casa Real y 19 en los órganos de gobierno con personas de su confianza, para controlar a la familia real y los puestos clave de la dirección política de la monarquía. Con este sistema, en el que lógicamente tuvo mucha cabida el clientelismo y la corrupción, Lerma se mantuvo nada menos que veinte años en el poder y amasó una fortuna que se ha estimado en tres millones de reales. Todos estos acontecimientos políticos afectaron profundamente a Madrid, corte de la monarquía, ya que el control y la influencia de Lerma se acrecentaron con la celebración de faraónicos festejos encaminados a satisfacer el estado de ánimo del soberano y a exaltar la grandeza de una monarquía, que era, a la vez, el reflejo de la grandeza del favorito. Con estas celebraciones se fue revitalizando el ambiente cortesano y se fue abriendo un nuevo uso de la propaganda ceremonial que contribuía al sostenimiento de la actividad del valido. Las grandes realizaciones urbanas que se realizaron en Madrid durante la primera mitad del siglo XVII son el reflejo de esta munificencia inaugurada por Lerma, pareja a la progresiva intensidad que iban tomando las manifestaciones sociales y culturales del barroco. Sin embargo, antes de que esto ocurriera, en el invierno de 1601 se iba a producir un episodio sombrío para la ciudad, el traslado de la corte a Valladolid. La decisión de trasladar la corte a Valladolid fue obra del Duque de Lerma, ya que estaban cerca sus dominios nobiliarios, tenía una amplia influencia sobre el poder municipal -era regidor perpetuo en la ciudad con derecho a ejercer el primer voto después del corregidor- y además se le hizo una fuerte suma de maravedíes en concepto de donativo. Convencido Felipe III de la conveniencia que supondría para la monarquía el traslado de la corte, el 10 de enero de 1601 el Consejo de la Cámara publicó el decreto oficial del traslado de la corte a Valladolid, a lo que siguieron las órdenes para preparar la partida. De nada sirvieron las peticiones, las súplicas y los memoriales que el concejo madrileño elevó al rey. Y es que el traslado de la corte, después de haber permanecido en Madrid durante cuarenta años, iba a suponer el declive para el dinamismo de la ciudad y la ruina para muchos de sus habitantes. Estos temores fueron recogidos por el cronista Cabrera de Córdoba unos días antes del traslado: «De cada día prevalece la voz de la mudanza de la Corte a Valladolid, lo cual se siente generalmente por todos los cortesanos, que tan hallados estaban en este lugar, 20 allende de la destrucción que será para este pueblo el dejarlo a cabo de cuarenta años de residencia en él, donde los más han comprado casas y hacienda y se habían acomodado como en tierra propia, sin otros muchos inconvenientes que se considera han de resultar». Pero ni Valladolid resultaba una ciudad cómoda para la corte ni Madrid estaba dispuesto a dejarse arrebatar el privilegio de la capitalidad. Madrid negoció la vuelta de la corte con Felipe III, tras pactar un sustancioso donativo de 250.000 ducados. Lógicamente, de esta cantidad una tercera parte se entregó al Duque de Lerma para compensarle por los perjuicios que el traslado pudiera ocasionarle y con las dos terceras partes restantes la villa se comprometía a construir un nuevo cuarto para la reina en el Alcázar. En 1606 la corte volvía a encontrarse de nuevo en Madrid. Madrid comprendió que el Alcázar era su mejor vínculo con la corona, por eso se decidió a invertir en él, y lo que en principio fue la construcción de un cuarto para la reina, al final acabo comprendiendo la renovación completa de una de sus fachadas, siguiendo los gustos del barroco, y prolongándose las obras durante casi todo el siglo XVII. Durante los últimos años del reinado de Felipe III y los primeros del reinado de Felipe IV la ciudad vivió un programa de construcciones públicas para equiparar su aspecto físico a la realidad de su papel político: - Entre 1617 y 1619 la plaza mayor por fin vio ordenado su espacio urbano, cerrado por una fachada uniforme y regular que lo envolvía, según un proyecto de Juan Gómez de Mora que culminaba la transformación de la medieval plaza de mercado en una plaza cortesana, que serviría como espacio ideal de representación y de espectáculo. Durante la monarquía de los Habsburgo padeció dos incendios: el primero en 1631 que dio lugar a la prohibición de establecer hornos en la plaza, a la vez que eran sustituidas las cubiertas de plomo, y, otro en 1672 que arrasó la antigua Casa de la Panadería, volviendo a construirla el arquitecto Tomás Román. - El 15 de noviembre de 1623 Felipe IV en solemne ceremonia puso la primera piedra de la catedral de Madrid, un sueño largamente acariciado por la villa. Pero poco tiempo 21 después las obras se detuvieron y en 1625 la construcción podía darse definitivamente por abortada. - No pasó igual con la construcción del Palacio del Buen Retiro, en buena medida sufragado por la villa, en el extremo opuesto de la ciudad al que se encontraba el Alcázar. Madrid, a partir de entonces quedaba flanqueado por dos grandes posesiones reales, el palacio real y el de recreo, sellando definitivamente su condición institucional. Cuando Felipe II estableció su corte en Madrid en 1561, los terrenos que ocupa en la actualidad el Parque del Retiro eran tierras de labor, pequeños bosques y campos de jarales. Por estos terrenos pasaba el antiguo camino del Abroñigal, nombre del arroyo que quedaba más al este y cuyo lecho discurría por la actual M-30, hasta su encuentro con la Carrera de San Jerónimo. Entonces había alguna que otra edificación, como algunas ermitas y casas de labor, siendo la más destacada el Monasterio de San Jerónimo el Real, que data del año 1503 y del que sólo se conserva su iglesia. Junto a este monasterio los reyes tenían un Cuarto donde solían retirarse para guardar luto, preparar entradas solemnes en la corte o pasar los momentos previos a los juramentos que recibían los príncipes. Es precisamente este retiro de los reyes lo que le dio nombre a este lugar y con el que hoy denominamos al parque. Felipe II ensanchó este cuarto real creando nuevas galerías, torres y jardines, y lo aisló del exterior con fosos. Así estuvo esta pequeña posesión real hasta que en 1630, con motivo de la jura al príncipe Baltasar Carlos, el Conde Duque de Olivares, ministro privado de Felipe IV, decidió fundar allí un lugar de recreo para los soberanos. Para este propósito se adquirió una vasta extensión de terrenos que había junto a la huerta del Monasterio de los Jerónimos y de una casa de aves que los madrileños llamaban el Gallinero. La proximidad a este Gallinero dio lugar a no pocas suspicacias con el nombre de la nueva fundación real, hasta el punto de publicarse una orden real que oficializaba la posesión con el nombre del Buen Retiro y prohibía toda alusión al gallinero. Pero al margen de estas suspicacias, el emplazamiento estaba en un lugar inmejorable, a tenor de lo que nos cuenta Pedro de Medina en 1598, autor de Las grandezas y cosas memorables de España: «Entre las casas y el Monasterio hay a la mano izquierda en saliendo del pueblo, una grande y hermosísima alameda, puestos los álamos en tres órdenes, que 22 hacen dos calles muy anchas y muy largas, con cuatro fuentes hermosísimas. Llaman a estas alamedas El Prado de San Jerónimo, en donde en invierno el sol y en verano gozar de la frescura, es cosa de ver y de mucha veneración, la multitud de gente que sale, de hermosas damas, de buen dispuestos caballeros y de muchos señores y señoras principales en coches y carruajes». Las obras se iniciaron en 1630 con el acondicionamiento del antiguo Cuarto Real, y una modesta ampliación con el fin de dotarlo de nuevas habitaciones para la Reina. El nuevo complejo de recreo contaría con jardines, remozadas ermitas y el estanque grande que hoy se conserva, y fue inaugurado en la noche de San Juan de 1631 con fastuosas celebraciones. Pero Olivares quiso ir más lejos y en su beneficio político convenció a Felipe IV de la conveniencia de construir en el Buen Retiro un palacio real de recreo. El nuevo Real Sitio del Retiro alcanzaría una superficie cercana a las doscientas hectáreas, extendiéndose por el norte hasta la Puerta de Alcalá, por el sur hasta el Monasterio de Nuestra Señora de Atocha, por el este hasta una de las bifurcaciones del antiguo camino de Vicálvaro –hoy avenida de Menéndez y Pelayo-, y por el oeste hasta el Prado Viejo de San Jerónimo –actual Paseo del Prado-. Las obras empezaron en 1632 bajo la dirección del maestro de obras Alonso de Carbonell7, con la construcción del palacio hacia el norte, estructurándose en torno a un gran patio denominado Plaza Principal. Las obras se hicieron con rapidez, de tal manera que hacia 1633 estaba prácticamente terminado. No obstante el proceso constructivo del nuevo Palacio carecía de proyecto ordenado, lo que provocó una continua demolición y posterior conversión en elementos definitivos, así como a la yuxtaposición de los volúmenes que irán configurando el conjunto. 7 + 1660. Maestro de Obras y escultor. En su trayectoria profesional fue decisivo el apoyó y la protección que le dio el Conde Duque de Olivares, ministro privado del rey Felipe IV. De hecho, sus trabajos más conocidos los realizó para la Corona en el complejo de recreo del Real Sitio del Buen Retiro, desde 1627 como Aparejador de las Obras Reales, y desde 1648 como Maestro Mayor de las Obras Reales. Estas obras son: - Proyecto de la nueva parroquia de San Justo y Pastor en el hoy barrio de las Maravillas (hacia 1621). - Proyecto y construcción del Palacio del Real Sitio del Buen Retiro, con sus dependencias anejas (16321640) en la imagen-. De todo este complejo sólo se conservan en la actualidad un ala del antiguo palacio –Museo del Ejército- y el antiguo salón de baile –Casón del Buen Retiro-. - Proyecto y construcción de la desaparecida Ermita de San Antonio de los Portugueses en el Real Sitio del Buen Retiro (1635-1637). Estuvo emplazada donde hoy se levanta la estatua del Ángel Caído en el Parque del Retiro. 23 Nuevas edificaciones vinieron a prolongar las obras hasta 1640, añadiéndose la Plaza Grande (1634-1636), el Picadero (1637), el Casón -concebido como Salón de Baile-, y el Coliseo (1638-1640). Además se fueron construyendo varias ermitas como la conocida de San Antonio de los Portugueses (1635-1637), también obra de Carbonell, junto con los nuevos jardines –como la conocida plaza del Ochavado-, a la vez que la Corona adquiría nuevas parcelas para incorporarlas al Real Sitio. La edificación del Palacio del Buen Retiro movilizó a buena parte de los trabajadores de Madrid y su entorno: alrededor de 2.000 personas trabajando durante 11 horas diarias, con unos jornales que oscilaban entre los 8 y los 20 reales. En resumen, 2.000 ducados diarios entre materiales y mano de obra a lo largo de ocho años. El resultado fue un extenso palacio rodeado por jardines con estanques, lagos, canales, casa de fieras, y un coliseo, que hacían las delicias de la monarquía. Pero al margen de este Madrid cortesano de los fastos barrocos, el caserío había seguido creciendo hasta alcanzar en 1625, con la construcción de la cerca, unas dimensiones que se mantendrán prácticamente inalterables durante los próximos doscientos años, pese a constituir en estos momentos con bastante diferencia la ciudad más poblada de España. Esta realidad es lo que llevó a la ciudad y a la corona a desarrollar algunas iniciativas para remozar el caserío y paliar la carestía de infraestructuras. La construcción del viaje de agua de Amaniel (1614-1616) tenía como objeto suministrar agua potable al Alcázar, a varias fuentes públicas, a casas particulares y conventos. El agua era traída a la ciudad desde su zona de captación en la Dehesa de la Villa, por medio de un sistema de tuberías cerámicas llamadas naranjeros que corrían por el subsuelo. Con respecto a la estructura urbana cabe destacar la desaparición de las antiguas murallas, que fueron paulatinamente engullidas por el caserío, la consolidación de tres grandes plazas como espacios públicos (la de la Cebada, Mayor y Balnadú), la construcción de nuevos edificios institucionales como la Cárcel de Corte (1629-1636) y el Ayuntamiento, y la construcción de algunos palacios como el del duque de Uceda, de casas comunes de estilo madrileño y de numerosos conventos, pues a las órdenes religiosas les convenía para su propio progreso un trato ágil con la corte y con los hombres de fortuna que la habitaban. 24 Para concluir, durante el reinado de Carlos II (1665-1700), último de la Casa de Austria, la efervescencia urbanística que había conocido la ciudad se había desvanecido cuando todavía reinaba su padre, caracterizándose este nuevo periodo por unas pocas realizaciones como la finalización de las obras de la fachada del Alcázar, el cierre de su plaza con la construcción de las galerías y arcadas laterales, y la continuación de algunas obras ya iniciadas en el periodo anterior, como el Ayuntamiento y su nueva cárcel, junto a la proliferación de nuevos conventos y residencias particulares. MADRID EN EL SIGLO XVIII: ESCENARIO DE LA CORTE DE LOS BORBONES Una nueva dinastía. El 1 de noviembre de 1700 moría a los 39 años Carlos II, último rey de la Casa de Austria; acababa así la línea española de los Habsburgo, iniciada por el emperador Carlos I en el primer cuarto del siglo XVI. Durante los últimos años del reinado de Carlos II, la gran preocupación del monarca, consciente de su esterilidad, va a ser la cuestión sucesoria. Carlos II podía elegir entre dos candidatos. El primero era Felipe de Borbón, duque de Anjou, y nieto de Luis XIV de Francia y de la hermana de Carlos II, la Infanta María Teresa. El otro candidato era el príncipe elector de Baviera Fernando José, nieto de la otra hermana de Carlos II, la Infanta Margarita Teresa, y el emperador Leopoldo I. Por otra parte, desde la última década del siglo XVII, esta cuestión también era de gran preocupación para las potencias europeas expectantes ante la muerte del rey español, ya que su herencia podía crear una gran potencia hegemónica en el continente europeo (Francia o Austria). La solución pasaba por el consenso, de esta manera, Francia y Gran Bretaña acuerdan en 1698, en el llamado primer plan de repartimiento, y reconocen a Fernando José como heredero al trono de España, pasando Sicilia y Guipúzcoa a Francia, y el Milanesado a Austria. Carlos II, para evitar un mayor desmembramiento de su herencia acepta. El problema fue que Fernando José murió, lo que da lugar al segundo plan de repartimiento designándose como heredero al archiduque Carlos, hijo del emperador Leopoldo I. Pero Carlos II no aceptó a este heredero y el 3 de octubre de 1700 nombra 25 como heredero universal a Felipe de Anjou con la creencia que con el apoyo de Francia, Felipe podría defender mejor la integridad de su herencia. Carlos II murió el 1 de noviembre y su testamento es aceptado en Versalles. Felipe, aleccionado por su abuelo Luis XIV parte hacia Madrid donde es proclamado rey de España el 24 de noviembre de 1700. Pero la cuestión sucesoria no concluyó de una manera tan fácil. Inglaterra, tras la proclamación de Felipe V, vio como su idea de equilibrio europeo se había puesto en peligro y junto con Holanda, Austria, Prusia, Hannover, y más tarde Portugal y Saboya, impugnaron el testamento de Carlos II reconociéndo al archiduque Carlos como rey de España, y constituyendo la llamada Gran Alianza contra los Borbones españoles y franceses, empezando así la llamada guerra de sucesión. La guerra, aparte de ser una guerra entre las potencias europeas, fue también una de nuestras tantas guerras civiles, ya que los territorios que constituían la Corona de Aragón; esto es los reinos de Aragón, Valencia, Mallorca, y el principado de Cataluña apoyaron al archiduque Carlos, al que proclamaron rey en 1705. La guerra, nunca tuvo un vencedor claro, de hecho, en 1710 el archiduque Carlos toma Madrid, y es proclamado rey con el nombre de Carlos III; aunque por poco tiempo, ya que a los dos meses Felipe volvió a tomar la ciudad. En 1712, tras solemne renuncia de Felipe al trono de Francia, las potencias europeas se avienen a negociar, y en 1713, en la Paz de Utrech Felipe V es reconocido como rey de España. Sólo los catalanes, pese a verse abandonados por el archiduque y sus aliados, deciden continuar la guerra por sus propios medios, hasta 1714, año en que Felipe V entra en Barcelona. Una Ciudad para un nuevo rey. Cuando Felipe V se asentó definitivamente en Madrid a partir de 1715, la ciudad se encontraba en un periodo de notable decadencia. El único elemento que diferenciaba a Madrid de otras ciudades castellanas es que desde 1561 era sede de la Corte. Así, la política de aislamiento practicada por los Austrias y su poco interés en la ciudad, hizo que lo que era la ciudad en sí no fuera muy distinta a otras ciudades de su entorno. De esta manera, la ciudad que se encontró Felipe V dejaba mucho que desear en comparación con la riqueza y monumentalidad del París de Luis XIV en donde se había 26 criado el nuevo monarca. Era una ciudad sucia y desordenada, con una arquitectura civil que incluso en sus mejores realizaciones era bastante discreta. En cuanto a su extensión, el recinto, incluidos los sitios reales, se extendía por unas 700 hectáreas, es decir, prácticamente era la misma ciudad que refleja el plano de Texeira de 1656, ya que la cerca que Felipe IV había mandado levantar en 1625, había paralizado las posibilidades de un mayor crecimiento urbano. También desde el punto de vista demográfico la ciudad se encontraba en una franca recesión; de los 130.000 habitantes que había alcanzado Madrid en 1629 (situándose entre una de las ciudades más populosas del continente europeo), las continuas crisis agrarias del último cuarto del siglo XVII (las cuales aumentaron la mortalidad y redujeron el flujo migratorio) produjeron un notable estancamiento demográfico que unido a los efectos nocivos de la guerra de sucesión y a la terrible hambruna que padeció Castilla en 1709 redujo la población a unos 109.000 habitantes en 1714. Por último, y fruto de la dualidad existente entre Villa y Corte fomentada conscientemente por la casa de Austria, la ciudad se encontraba con una falta evidente de dotaciones administrativas capaces de albergar las instituciones proyectadas por la nueva monarquía. Con la nueva dinastía se va a iniciar una época de cambios y transformaciones tanto en España como sobre la Villa y Corte. Dentro del siglo podemos distinguir dos periodos; el primero abarcaría los reinados de Felipe V y Fernando VI (obviamos entre ambos a Luis I ya que sólo reinó 7 meses); y el segundo abarcaría a Carlos III y Carlos IV. El primer periodo, está caracterizado fundamentalmente por la reestructuración de la administración y del sector público; mientras que en el segundo periodo, con Carlos III, será un periodo de consolidación y desarrollo de las bases del periodo anterior. Ambas periodos, van a incidir de una manera importante en Madrid. Empezando por el primer paquete de reformas, la reestructuración de la administración y del sector público va a traer un nuevo concepto de ciudad desde el punto de vista político y administrativo que va a sentar las bases institucionales sobre las que se desarrolle la futura capital. En efecto, desde nuestro punto de vista, hasta la gestación del Estado liberal a partir de 1833, no se puede hablar propiamente de capital. Durante el Antiguo Régimen las estructuras de poder estaban localizadas en la Corte, y por tanto centradas en la figura 27 del Rey, de tal manera, que cuando el rey y la corte iban al Escorial, por decirlo así, la “capitalidad” marchaba con ellos. De esta manera, en el Antiguo Régimen la expresión Villa y Corte reflejaba perfectamente esa dualidad entre la ciudad (donde vivía el pueblo) y la Corte (donde vivía el rey y residía el poder político). Reformas institucionales y administrativas. Como dijimos anteriormente, durante el siglo XVIII, los Borbones imponen un nuevo concepto de administración basado en el modelo absolutista y centralista de la Francia de Luis XIV. Quizá las reformas más importantes se deben a Jean Baptiste Orry, político francés enviado a España en 1702 por Luis XIV. Entre 1713 y 1715 actuó como “primer ministro” poniendo en práctica un ambicioso programa de reformas. La primera reforma fue establecer una unidad jurídica y administrativa en España; así, mediante los llamados Decretos de Nueva Planta, se suprimen todos los fueros y privilegios de los territorios de la Corona de Aragón reduciendo todas sus instituciones, juntas y tribunales según el modelo castellano. Esto es acabar con la “autonomía” de estos territorios unificando la administración y reafirmando la figura del monarca. De este modelo se escaparán tanto el reino de Navarra como los territorios forales vascos, a quienes se les permitió seguir con sus privilegios como premio a su fidelidad al nuevo rey durante la guerra. Reforma completa de la administración, dejando en un segundo plano al anterior sistema de consejos (sistema polisinodial) que fue sustituido por las Secretarías de Estado y de Despacho, que han sido consideradas como un precedente de los ministerios. Así, sobre una institución ya creada en el siglo XVII, la Secretaría de Despacho Universal (una especie de secretario personal del rey), Felipe V la fraccionó haciendo aparecer en 1705 la Secretaría de Estado y de Despacho de Guerra y Hacienda, y otra de todo lo demás. Más tarde, las reformas de Orry de 1714 hicieron aparecer cuatro Secretarías que se ocuparon de las materias de Estado, Guerra, Marina e Indias, y Justicia. Este entramado institucional se complementa en las postrimerías del reinado de Carlos III con la creación de la Junta Suprema de Estado, en julio de 1787. La creación de esta Junta, se ha visto como un precedente del Consejo de Ministros, ya que estaba formada por todos los secretarios de despacho reunidos bajo la dirección del secretario de despacho de Estado. Conviene 28 decir que los Consejos no fueron suprimidos, sólo que su actuación quedó como algo residual. Durante los Borbones los Consejos estuvieron en el Palacio de Uceda. También se intentó la reforma de la administración territorial del Estado, mediante la constitución de las llamadas intendencias siguiendo criterios de racionalización y superficie. No obstante, la división en intendencias (1718, 1749, y 1789) no obtuvo los resultados esperados, sobre todo porque durante el Antiguo Régimen la división del territorio respondía a intereses sociales, y una verdadera reforma hubiera significado un ataque contra los estamentos privilegiados; es decir, una verdadera reforma hubiera significado tocar los pilares del Antiguo Régimen. Otra reforma, esta llevada a cabo con mayor éxito fue la reforma del ejército, dividiendo el estado en Capitanías Generales y estableciendo (aunque no regularmente) un sistema de quintas con vistas a la creación de un ejército regular permanente que sustituyó a los tercios. Todas estas reformas político administrativas van a tener su plasmación física en la ciudad de Madrid. Así, se empieza a romper la dualidad existente entre Villa y Corte, ya que aunque la residencia real sigue siendo el núcleo del poder, por las calles de Madrid empiezan a aparecer edificios de la administración que nos recuerdan que Madrid era algo más que un poblachón manchego. Es interesante la opinión de F.J. Marín desarrollada en su artículo Madrid, ¿una ciudad para un rey? Publicado en Carlos III, Madrid y la Ilustración (1988), para quien la monumentalidad y teatralidad organizada entorno al palacio se traspasa a la ciudad con una triple intención: - Cara a la nación, como muestra de las reformas. - Cara a los otros príncipes, para recalcar la grandeza del monarca. - Cara al pueblo, como símbolo de la reforma, pero sobre todo de fuerza de la monarquía. Actuaciones urbanas. - El principal edificio que se va a construir en Madrid durante el siglo XVIII es el Palacio Real. En la noche buena de 1734, se quemó el Alcázar de los Austrias, como habíamos dicho antes, verdadero núcleo de poder de la monarquía. Tras el 29 incendio, Felipe V dispuso la construcción de un nuevo palacio, que fuera por un lado un edificio digno de una capital monumental, y que por otro, tuviera capacidad para albergar no solo la residencia de la familia real, sino también estancias destinadas a las instituciones político administrativas de la corona. La traza del primer proyecto fue encargada al abate Juvara quien proyectó el nuevo palacio en los Altos de San Bernardino, sobre un solar de menores dimensiones. El proyecto no se realizó, y los trabajos de Juvara, simplificados fueron realizados por Juan Bautista Sachetti sobre el solar del antiguo Alcázar. El palacio, fue realizado con materiales que soportaran el fuego, granito de Guadarrama, caliza de Colmenar, y ladrillo. La primera piedra se puso el siete de abril de 1738, y el 1 de diciembre de 1764, Carlos III fue el primer monarca en habitarlo. - Otro edificio importante reflejo de las reformas administrativas de los borbones es la Casa del Correo, actual sede de la Comunidad de Madrid. Se trataba de un gran edificio destinado a albergar una nueva organización centralizada de las dependencias de correos y postas. El edificio, que en un principio iba a construir Ventura Rodríguez, fue realizado por el arquitecto francés Jaime Marquet, siendo inaugurado en 1768, durante el reinado de Carlos III. Es significativo el lugar elegido para su emplazamiento; la Puerta del Sol, en pleno centro neurálgico de la ciudad, con lo que se conseguía el efecto de levantar ante el pueblo un edificio símbolo de las reformas, que modelara el aspecto externo de la ciudad. Se iniciaba además la política de desplazamiento del Madrid administrativo hacia el eje Sol – Alcalá, tan característico de la administración central del futuro Madrid decimonónico. - Siguiendo este programa de actuación, también será significativa la construcción de la Real Casa de la Aduana. Situado en la calle Alcalá, su estructura de tres patios, organizada como un palacio urbano a la italiana, agrupaba varios ramos de la administración central y concejil. Fue levantado por Sabatini en 1769 por orden de Carlos III. Posteriormente, en 1845 se instalará el Ministerio de Hacienda. - Otra importante institución será la creación del primer banco nacional, nos estamos refiriendo al Banco de San Carlos, antecedente del Banco de España, y fundado por Carlos III el 2 de junio de 1782, con un capital fijado en 300 millones de reales. Estuvo situado en una casa en la calle de la Luna, esquina a Silva y Tudescos. 30 - Por último, también debemos hacer referencia a la construcción del Cuartel del Conde Duque. La reorganización del ejército implicó la construcción sobre suelo madrileño de acuartelamientos estables de tropas. El primer y más significativo de estos edificios va a ser este cuartel destinado a albergar a los Guardias de Corps, antecedentes de la Guardia Real, con capacidad para 600 hombres y 600 caballos. Fue mandado construir por Felipe V en 1717 sobre las antiguas casas del Conde Duque de Olivares, del que adoptó su sobrenombre. El edificio fue construido por Pedro de Ribera, el cual consigue armonizar perfectamente funcionalidad y belleza, destacando sobre todo su portada. EL MADRID DE CARLOS III. Desde el punto de vista de la morfología y de la estética urbana, y al igual que en periodos precedentes, la monarquía Borbón desarrolló distintas iniciativas políticas, sociales y culturales con el fin de reflejar la imagen del poder real de la nueva dinastía. La ciudad, por lo tanto, se seguiría utilizando como el escenario adecuado desde el que proyectar y resaltar la premeditada imagen de ese poder, en el que, por otra parte, se introducían cambios y matices diferenciadores con respecto a la monarquía de los Habsburgo. Estos propósitos no siempre se llevaron a la práctica siguiendo una planificación concretada, ni fueron de igual interés y naturaleza las necesidades y exigencias de la corte, ni la oposición a estas medidas llevada a cabo por elementos corporativos se mantuvo en el mismo vigor, y, ni siquiera, estas políticas se desarrollaron con la misma intensidad a lo largo del siglo XVIII. Así, mientras que en los reinados de Felipe V (1700-1746) y Fernando VI (1746-1759) se superaba la atonía del reinado del último de los austrias, con actuaciones urbanas puntuales que tendían a resaltar la imagen de la nueva monarquía, al mismo tiempo que se iban estableciendo las bases para ir controlando la ciudad, fue, sin embargo, durante el reinado de Carlos III (1759-1788), cuando la ciudad conoció una auténtica eclosión urbana. Este proceso se prolongó durante el reinado de Carlos IV pero fue parado en seco con el inicio de la Guerra de la Independencia (1808-1813). 31 Durante el reinado de Carlos III se va a afianzar la imagen del poder real en la ciudad, debido, fundamentalmente, a las directrices políticas desarrolladas por el Conde de Aranda, primero, y por el Conde de Floridablanca, después, ambos primeros ministros de la monarquía. Estas políticas provocaron una agudización de las tensiones que se venían dando en las relaciones entre el gobierno local y la monarquía, pues esta última perseguía controlar los órganos de gobierno y administración de la villa, restándoles la poca autonomía jurisdiccional que les quedaba, con lo que no es de extrañar que el concejo, amparado en el Consejo de Castilla, protagonizara alguna que otra resistencia a las pretensiones reales. De hecho las normativas sobre preservación de la ciudad y sobre edificación que dicto el Consejo de Castilla en 1767, 1770 y 1788, hay que interpretarlas como algo más que la ratificación de las quejas que denunciaba el concejo madrileño sobre el mal estado de la villa. Y es que la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (arquitectura, escultura y pintura), siguiendo las perspectivas políticas de la Corona desde su fundación en 1752, había ido arrebatando al concejo madrileño competencias en materia de obras y arquitectura, hasta el punto que desde 1765 en adelante optar al cargo de maestro mayor de obras de la villa comportaba el requisito primordial de contar en el curriculum con el grado de académico de mérito. La academia siguió aumentando el número de competencias en detrimento de la villa, en 1777 adquirió el control sobre los edificios y retablos de la ciudad y en 1786 obtuvo facultad para constituir la comisión de arquitectura. La terminación de las obras del nuevo Palacio Real, habitado por Carlos III en 1764, y el motín de Esquilache de 1766 propiciaron la reestructuración física de los entornos palaciegos, porque de nuevo Madrid se había convertido en una ciudad delimitada a este y oeste por sitios reales. De este modo, en 1767 se activan los proyectos del Prado de San Jerónimo (1767-1784) y de la Cuesta de San Vicente (1767-1777). El primero de ellos, que venía a ordenar urbanísticamente el ámbito de la vaguada del arroyo de la Fuente Castellana, fue la operación más ambiciosa del reinado de Carlos III. El proyecto fue iniciado por José de Hermosilla bajo la supervisión directa del Conde de Aranda, financiado por la Casa de los Cinco Gremios Mayores y con la mano de obra que forzosamente prestaban los detenidos que habían participado en el motín de Esquilache. Con esta obra se pretende integrar de forma unitaria los fragmentos dispersos del espacio de transición 32 entre la ciudad y el conjunto palatino del Buen Retiro. La solución urbanística que se adopta consiste en crear un espacio circoagonal limitado por unas fuentes que se disponen en los cruces con las calles de Alcalá y la Carrera de San Jerónimo, posteriormente ocupadas por las imágenes mitológicas de la tierra y el cielo (Cibeles y Neptuno), y se establece un hito vertical de igual distancia entre ellas que más tarde será ocupado por la fuente de las Cuatro Estaciones o de Apolo. La perspectiva de este espacio se completa con dos vías arboladas de proyección norte-sur, entre las puertas de Recoletos y de Atocha. Por último, la obra se remata con el arreglo y ornato del paseo tangencial que desemboca en la nueva Puerta de Alcalá (1774-1778) y la remodelación del paseo que por el sudeste se dirige hacia el Convento de Nuestra Señora de Atocha. A la muerte de Hermosilla en 1775 se hizo cargo de las obras Ventura Rodríguez, que fue quien se encargó del diseño final de las fuentes, obra de los escultores Michel, José Gutiérrez y otros, y añadió al proyecto original las cuatro fuentecillas del cruce de la calle de Huertas y la fuente de la Alcachofa junto a la Puerta de Atocha (hoy se encuentra ubicada en el Parque del Retiro). Además cubrió parte del cauce del arroyo-alcantarilla que antes discurría en superficie por el prado. El mecenazgo que realiza la Corona con las ciencias y las artes terminó por consolidar el entorno urbano del Salón del Prado, con la ubicación del Jardín Botánico (1776-1789), la edificación del Gabinete de Historia Natural (1785-1808) bajo la supervisión del Conde de Floridablanca y con la construcción del Observatorio Astronómico (1790-1808). Por el contrario, las obras de remodelación del entorno del nuevo Palacio Real, de la Cuesta de San Vicente (1767-1777), no tuvieron el éxito deseado. Esto se debía fundamentalmente a la ingente obra de ingeniería que había que realizar para suavizar la pendiente entre la cota del antiguo Alcázar y el acceso noroccidental de la ciudad que corría junto al río Manzanares y conectaba con el Real Sitio de El Pardo. En consecuencia, se produjo un importante aporte de tierras para poder trazar tres viarios rectos que enlazaban en el lugar donde estaba emplazada la Fuente del Abanico (nuevo y sobreelevado Paseo de la Florida, Camino de El Pardo y Cuesta de San Vicente), al mismo tiempo que se abría la nueva calle Real al este del nuevo palacio como un auténtico foso de segregación entre éste y la ciudad. A su vez, las exigencias de espacio de la corte propiciaron la ampliación del palacio, primero hacia el sur con la 33 construcción de un brazo adosado al extremo suroriental (1772) y, luego hacia el norte con los edificios de las Caballerizas Reales y la Casa de los Secretarios de Estado (1776). Esta operación urbanística se remato con la construcción del Cuartel de San Gil (1786-1797), un poco más hacia el norte, con el nuevo trazado de la cuesta de San Bernardino, con la adquisición de la posesión de la Florida (1792) y con el cercado de todo este ámbito. Otras actuaciones vinieron a completar la remodelación y arbolado de los caminos de la periferia, como los paseos del sur (1775-1780), la terminación de los accesos de la Puerta de Atocha y la solución final que adoptó la caminería de este último lugar para comunicar con el fallido proyecto del Canal del Manzanares. Es importante tener en cuenta el desarrollo de esta red viaria porque a través de estos ejes se producirá la futura reestructuración de la ciudad y porque con su construcción se pudieron tensar los límites de la cerca ganando los espacios que permitieron edificar la Real Fábrica de Aguardientes y Naipes (1792), luego de Tabacos, y la Cárcel del Saladero (1768). Por otra parte, la Corona, ahora con mayor profusión que en el periodo anterior, siguió reflejando su poder en el espacio con la construcción de edificios institucionales: Casa de Correos (1766-1768), Real Aduana (1761-1769), Real Fábrica de Porcelana (1761), Academia de la Lengua (1793), Imprenta Real (1791-1795), Casa del Vidrio (1798), Casa de Postas (1795-1800); también prestó apoyo a iniciativas económicas y al clero y se construyeron la Casa de los Cinco Gremios (1786-1789), la Platería de Martínez (1792-1794), el Convento de las Salesas Nuevas (1799-1801), las Escuelas Pías de San Antón (1801) y se remodelaron el templo de San Francisco y el Oratorio del Caballero de Gracia. Las construcciones nobiliarias alcanzan grandes cotas con los palacios de Liria, Buenavista, Altamira, Sonora y Tepa, empezaron a proliferar construcciones de viviendas de nueva planta (Portal de Cofreros) y algunos tramos del viario del casco viejo, como la calle de Segovia fueron alineados. 34 LAS REFORMAS INTERNAS Y EL ENSANCHE DEL SIGLO XIX Ya hemos visto que las primeras reformas urbanas que se produjeron en la ciudad tuvieron su origen en la desamortización eclesiástica que decreto el gobierno presidido por Juan Álvarez de Mendizábal en 1836. Pero al margen de estas actuaciones concretas y dispersas que venían a oxigenar la vieja ciudad, las grandes reformas urbanas que se hicieron en el Madrid del siglo XIX tuvieron como propósito hacer de la capital una ciudad más racional, simbólica y monumental. Estas grandes reformas consistieron en la creación de las plazas de Oriente y de la Puerta del Sol, la remodelación del paseo de Recoletos, la apertura de la calle Bailén o el establecimiento de los cementerios a las afueras de la ciudad. Veamos algunas de ellas. La plaza de la Puerta del Sol La antigua plaza de la Puerta del Sol tenía una forma alargada y tubo su origen a comienzos del siglo XVI en un antiguo cruce de caminos (Alcalá, Carrera de San Jerónimo, Arenal y Mayor). Su caserío era bastante desordenado y tan sólo destacaban las proporciones arquitectónicas del antiguo Hospital del Buen Suceso, de la Real Casa de Correos y de la Casa de Cordero, edificio este último que había sido construido en 1845 sobre el solar del antiguo Convento de San Felipe el Real, desamortizado nueve años antes. En 1852 el Ayuntamiento, con el apoyó del gobierno, aprobó la reforma de la plaza para crear en Madrid, justo en el centro urbano, un espacio urbano monumental y representativo del rango que había adquirido la ciudad como capital del Estado. Sin embargo, las obras se fueron retrasando por la complejidad que suponía expropiar las casas que debían ser demolidas para la creación de la nueva plaza. Finalmente, en 1854 el gobierno tuvo que declarar las obras de utilidad pública para efectuar los derribos, y dos años después el ingeniero Lucio del Valle comenzaba las obras de la plaza hasta su conclusión en 1862. 35 La plaza de la Puerta del Sol construida por del Valle consistía en un gran espacio urbano delimitado en todo su flanco norte por un arco rebajado, y presentaba un conjunto arquitectónicamente unificado en el que quedaba perfectamente integrado el edificio de la Real Casa de Correos. Con esta reforma la plaza también se convirtió en polo de atracción para importantes actividades comerciales, administrativas y financieras, lo que llevará en años posteriores a la reforma de sus calles colindantes (Preciados, Carretas, Arenal, Cedaceros y Ancha de Peligros –hoy Sevilla-). La calle de Bailén La idea de unir el Palacio Real con la Basílica de San Francisco el Grande, por medio de una gran avenida y la construcción de un colosal viaducto que salvara el desnivel de la calle Segovia, ya figuraba en el proyecto que Sachetti presentó a Felipe V en 1736 para la construcción del nuevo Palacio Real. Durante el breve reinado de José Bonaparte, el arquitecto real Silvestre Pérez retomó los planteamientos de Sachetti, pero no llegaron a materializarse. A mediados del siglo XIX se vuelve a retomar la idea pero, como señalaría Fernández de los Ríos en su "Guía de Madrid" (1876), de manera más provechosa para los intereses generales, esto es, trazando un viaducto que no sigue el eje del palacio, sino como prolongación de la calle Bailén, con el fin de unir los barrios de Palacio y San Francisco. De este modo en 1861 el ayuntamiento aprobó la apertura de la calle de Bailén hasta su encuentro con la Basílica de San Francisco el Grande, lo que también implicaba el derribo del caserío que se interponía en su trazado, como la Iglesia de Santa María de la Almudena, la más antigua de Madrid y según cuentan las crónicas antes que parroquia cristiana fue mezquita. Las obras, que concluyeron en 1883, llevaron aparejadas la construcción entre 1872 y 1874 de un primer viaducto con una innovadora estructura de hierro, realizado por Eugenio Barrón. El viaducto actual fue construido 36 entre 1931 y 1934 por los arquitectos Ferrero, Aracil y Aldaz con una imponente estructura de hormigón. El ensanche de Madrid A pesar de las reformas urbanas que se realizaron en las décadas centrales del siglo XIX, lo cierto es que la ciudad seguía teniendo las mismas dimensiones que a finales del siglo XVIII, ya que el espacio urbano seguía estando delimitado por la cerca que había mandado construir Felipe IV en 1625. Una ciudad de alrededor de 800 hectáreas que tenía grandes problemas sociales y sanitarios por la escasez de suelo para edificar, más aún cuando la población de Madrid había crecido notablemente, al pasar de los cerca de 220.000 habitantes de comienzos del siglo XIX a los 300.000 de finales de la década de 1860. Esta situación contrastaba notablemente con las necesidades y aspiraciones que tenía Madrid como capital del Estado, en la que ya entonces se comenzaban a crear nuevos servicios municipales y organismos de gestión, junto con un desarrollo notable de las infraestructuras, como es el caso de la llegada del ferrocarril (1851) y de las aguas del Canal de Isabel II (1852). Todas estas circunstancias llevaron a buena parte de la clase política a considerar las ventajas y facilidades que traería consigo la expansión de la ciudad, razón por la que en 1860 fue aprobado el ensanche de Madrid, que tres años antes había proyectado el ingeniero Carlos María de Castro. El Plan de Castro, que es así como conocemos el ensanche de Madrid del siglo XIX, iba a suponer pasar de las 800 hectáreas de extensión que entonces tenía Madrid a nada menos que 2.294 hectáreas, es decir, Madrid ganaría 1494 hectáreas, o lo que es lo mismo su superficie se multiplicaría por tres. El ensanche consistía en una retícula ortogonal orientada en dirección norte-sur, que no alteraba el crecimiento natural de la ciudad, en dirección hacia el este, y presentaba las siguientes características: 37 1) Traslado del centro urbano a la plaza de Cibeles: la disposición de la retícula no alteraba el crecimiento natural de la ciudad, que desde la Edad Media se venía produciendo en sentido este, si bien, el centro urbano sufrió un ligero desplazamiento desde la Puerta del Sol hasta la plaza de Cibeles. 2) La manzana regular es la edificación característica del ensanche: la agrupación de manzanas regulares permite crear una retícula ortogonal con grandes calles paralelas y transversales, a la vez que permite establecer grandes espacios abiertos y plazas, como grandes edificios públicos y asistenciales (hospitales, cuarteles, mataderos, etc.). Además, la manzana regular era achaflanada por sus vértices y contaba con un gran patio interior destinado a facilitar la iluminación, la ventilación y las condiciones higiénicas de las viviendas. Sin embargo, pocas manzanas del ensanche se construyeron con estos chaflanes y patios interiores, ya que los promotores aprovecharon al máximo la superficie edificable. 3) Se establecen tres tipos de calles: las principales de 30 metros de ancho, las secundarias de 20 metros de ancho, y las más estrechas de 15 metros. 4) Se crean plazas, zonas libres y jardines. En el ensanche de Castro se da mucha importancia a la creación de espacios libres con el fin de renovar el aire y mejorar las condiciones higiénicas y sanitarias de la ciudad. 5) Delimitación del ensanche mediante un foso de segregación. Quizá este fue uno de los aspectos menos innovadores del ensanche, pues al igual que la cerca de 1625 había tenido constreñida la ciudad, el ensanche también se delimitaría con la construcción de un foso que viniera a evitar el contrabando y la evasión de impuestos municipales. Con posterioridad, sobre este foso se dispusieron las avenidas de la Reina Victoria, Raimundo Fernández de Villaverde, Joaquín Costa, Francisco Silvela y Doctor Esquerdo. 6) Zonificación residencial del ensanche en base a criterios sociales y económicos. Esta zonificación todavía se puede ver en el ensanche: los barrios del norte, a uno y otro lado de la Castellana se destinaron a las clases altas; los de Salamanca y Chamberí a las clases medias; tras el parque del Retiro, al sur de 38 la calle de Alcalá, se estableció un barrio para las clases populares por sus accesos incómodos; la zona de Delicias se destinó a uso industrial y abastecimiento; para la zona de Vallehermoso se habían previsto infraestructuras militares y, por último, el sur se destinó a usos agropecuarios. La construcción del ensanche fue lenta, se prolongó entre las décadas de 1860 y 1930, razón por la que el proyecto original sufrió numerosas alteraciones. Además, en este mismo periodo de tiempo, y junto a los barrios del ensanche, comenzaron a edificarse los nuevos barrios de Argüelles y de Alfonso XII sobre antiguos terrenos que habían pertenecido a la monarquía. La formación del extrarradio A mediados del siglo XIX la población de Madrid se aproximaba a los 300.000 habitantes, la mayoría de ellos eran inmigrantes que venían a la ciudad en busca de un trabajo para subsistir. Entonces, Madrid no contaba con suficientes casas para darles acomodo, ya que el casco antiguo se encontraba densamente poblado y los precios de los alquileres eran muy elevados. El ensanche tampoco pudo solucionar el problema de la vivienda, pues las nuevas viviendas que se empezaban a construir eran inasequibles para la mayoría de los trabajadores. Con estas circunstancias tan desfavorables los inmigrantes se fueron asentando en los límites exteriores del ensanche junto a los principales caminos que se dirigían a la ciudad. Así, los primeros suburbios del extrarradio surgieron de forma espontánea sin estar sujetos a ningún plan de ordenación urbanístico, y, por lo tanto, sin ningún tipo de infraestructuras ni comodidades. Más bien, al contrario, pues el tipo de vivienda característico eran las chavolas y las cuevas que se horadaban en el suelo, las calles no estaban pavimentadas y se carecía de buenas conducciones de agua, de alcantarillado, de gas y de medios de transporte. En definitiva, a las duras condiciones de vida que soportaban sus moradores se añadían unas condiciones higiénicas y sanitarias lamentables. Este era el caso de los suburbios de la zona sur oriental de la ciudad (la Inclusa, Peñuelas, Las Injurias...), donde su insalubridad se reflejaba en la escandalosa tasa de mortalidad que arrojaban. 39 Siguiendo el eje de la antigua carretera de Francia, más allá de las instalaciones del Canal de Isabel II y del límite del ensanche, también se formaron en las últimas décadas del siglo XIX dos suburbios importantes: la encrucijada de los Cuatro Caminos y Tetuán de las Victorias, que unidos muy pronto y, atrayendo el vigoroso crecimiento de Chamberí, marcaron la pauta del crecimiento urbano por el norte de la ciudad. En la parte noreste también se crearon otras barriadas obreras en el límite del ensanche, como la Guindalera y, más alejada, la Prosperidad en torno a la antigua carretera de Hortaleza. En el este, junto a la carretera de Aragón, a la altura del antiguo arroyo Abroñigal, cuyo cauce hoy es parte de la vía de circunvalación M-30, surgió la barriada de las Ventas del Espíritu Santo, y, más al sur, apoyándose en la carretera de Valencia, surgió el suburbio del Puente de Vallecas, que ya conformado en 1875, iba a experimentar un importante crecimiento durante el resto del siglo XIX. Fue tan grande la concentración de trabajadores en estos suburbios de la periferia que incluso llegaron a superar en algún momento la lentitud con que se iba materializando el ensanche. 40 LAS NUEVAS EXPERIENCIAS URBANAS La Ciudad Lineal Junto a los suburbios que se fueron creando de forma espontánea en el extrarradio, surgió otro asentamiento urbano mucho mejor planificado: la Ciudad Lineal. Fue proyectada en 1882 por el ingeniero Arturo Soria y Mata y representa la experiencia urbana más singular e innovadora que se realizó en Madrid a finales del siglo XIX. Consistía en establecer un asentamiento urbano en la periferia de la ciudad unido a un medio de transporte colectivo, el ferrocarril o el tranvía, para, a su vez, ordenar y conectar los diferentes pueblos de la periferia formando una corona urbanizada. Con esta corona se pretendía unir las poblaciones de Pozuelo de Alarcón, Carabanchel, Villaverde, Vallecas, Vicálvaro, Canillas, Hortaleza y Fuencarral. Las obras comenzaron en 1892 con la construcción del tendido ferroviario en la calle central o eje longitudinal de la Ciudad Lineal, razón por la que se había proyectado con una anchura de entre 30 y 40 metros. En este eje central se construirían las casas o chalets para las gentes más acomodadas y también se ubicarían los comercios, los lugares para el ocio, las escuelas y, entre otras, las instalaciones sanitarias. A uno y otro lado de la calle central se trazaron calles perpendiculares y transversales de 20 metros de anchura y en sus parcelas se construirían las casas o chalets para las gentes más modestas. La plantación de alamedas arboladas en las calles y de jardines entorno a las casas fue un elemento destacado y novedoso de la Ciudad Lineal. Al finalizar el siglo XIX sólo se había construido una pequeña parte del proyecto original, es decir, un tramo de una longitud aproximada de 5 km que unía la carretera de Aragón y el Pinar de Chamartín, en la periferia este de la ciudad, en una divisoria de cuencas elevada y bien ventilada. Ya en el siglo XX la Ciudad Lineal conoció un breve momento de esplendor, pues en 1911 tenía una población de 4.000 habitantes que habitaban cerca de 700 viviendas, contaba con un tranvía eficaz que conectaba con Madrid, y funcionaban con normalidad un teatro, un velódromo y un frontón. Sin embargo, después de la muerte de Arturo Soria y Mata en 1920, se abandonó el proyecto original de la Ciudad Lineal cuando, paradójicamente, otras naciones hacían 41 viable la modernidad de la idea de Soria, como por ejemplo, la planificación lineal en la nueva Unión Soviética y los proyectos de ciudades lineales industriales que proyectó el francés Le Corbusier. En justo reconocimiento a Arturo Soria y Mata se le considera el inventor de las ciudades lineales. En 1973 la vía principal que recorría longitudinalmente la Ciudad Lineal tomó el nombre de calle de Arturo Soria. La Gran Vía La apertura de la Gran Vía fue la actuación urbanística más importante que se realizó en ese momento, y precisamente con el propósito de reflejar en el espacio urbano tanto los deseos de renovación del casco antiguo, como la eclosión de las nuevas actividades económicas y el cambio en los comportamientos sociales de los madrileños. La idea de crear una gran avenida que atravesara el casco antiguo de Madrid para unir la Puerta del Sol con la Estación del Norte data de 1862. Por estas fechas Haussmann se encontraba haciendo las grandes reformas en el casco viejo de París. En 1886 el arquitecto Carlos Velasco retomó la idea de crear una gran vía para unir los barrios de Salamanca y Argüelles, pero los tramites administrativos y los costosos procedimientos de expropiación dieron al traste con el proyecto, si bien, la idea de que Madrid tuviera una gran avenida se fue popularizando y ese mismo año se estrenó una zarzuela con el nombre de «La Gran Vía», obra de Felipe Pérez y González con música del maestro Chueca. Superadas las dificultades técnicas con la aprobación en 1904 de la ley para la Construcción de Grandes Vías, los arquitectos municipales José López Sallaberry y Francisco Andrés Octavio realizaron el proyecto de la Gran Vía. Este proyecto consistía en abrir una gran avenida en el centro urbano de la ciudad, con tres tramos diferentes a lo largo de su recorrido. El primer tramo, construido entre 1910 y 1918, iba desde la calle de Alcalá hasta la Red de San Luís, en paralelo a la calle del Caballero de Gracia, y se le puso el nombre de avenida del Conde de Peñalver en honor al alcalde que había emprendido las obras. El segundo, construido entre 1922 y 1924, seguía aproximadamente parte de lo 42 que fue la calle de Jacometrezo hasta la plaza del Callao, y tomó el nombre de avenida de Pi y Margall. El tercero y último, denominado avenida de Eduardo Dato, se construyó entre 1926 y 1931 y vino a prolongar la calle de Preciados hasta la antigua plaza de San Marcial –hoy Plaza de España-. Al haberse concebido la Gran Vía como una zona de ocio y como escaparate de de una ciudad cosmopolita, a ambos lados de su trazado se empezaron a construir edificios monumentales para sociedades financieras, cines, teatros, hoteles, restaurantes, salas de fiestas típicas de los llamados “locos años 20”, y todo ello con un estilo muy similar a los ambientes neoyorquinos de Broadway. Entre estas construcciones monumentales, que se conservan en la actualidad, se encuentran los edificios Metrópolis, Grassy, Gran Peña, el antiguo Círculo de la Unión Mercantil e Industrial, el Banco Central, la Telefónica, la Casa Matesanz, los almacenes Madrid-París –que fueron posteriormente reconvertidos en SEPU-, los hoteles Gran Vía, Atlántico y Avenida, los palacios de la Música y la Prensa, el Cine Callao y, entre otros, el edificio Carrión –cine Capitol-. El crecimiento periurbano: las colonias de casas baratas. La idea de ciudad jardín desarrollada fundamentalmente en la cultura urbanística inglesa, empieza a desarrollarse con fuerza en Madrid a partir de 1915, fomentándose de manera especial durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), la cual, llevó a cabo una activa política de construcción de vivienda social en Madrid, fomentada por el Ministerio de Trabajo a cuyo frente estaba Eduardo Aunós. Estas ciudades jardín constituyen un capítulo importante de la historia de la ciudad; compuestas por viviendas unifamiliares, a diferencia de las inglesas, las ciudades jardín madrileñas no obedecen a ningún plan específico para la urbanización del extrarradio; se trata de actuaciones dispersas que en general obedecen a corporaciones de índole profesional. 43 Las colonias de casas baratas empezaron a desarrollarse a partir de la ley de 1911; en un principio destinadas para las clases medias. La primera en crearse es la Colonia de la Prensa (1911-1916) construida para periodistas y situada entre los dos carabancheles. A ésta le siguió la Ciudad Jardín Alfonso XIII (1915-1924), y la Colonia Socialista (1919-1920). En 1921 se aprobó una segunda ley de casas baratas, y con el impulso recibido durante la dictadura se dio una gran actividad constructora de colonias especialmente en el norte y este; la Ciudad Jardín del Norte (1923-1929), la Colonia de la Prensa y Bellas Artes (1926-1928), la Primo de Rivera –para guardias municipales- (1926-1928); Los Cármenes (1926-1928) –para funcionarios civiles- la Maudes (1928-1929); la Fuente del Berro (1926); o la colonia Manzanares (1928-1929). De esta manera, en los últimos momentos de la monarquía Madrid contaba con cerca de medio centenar de colonias. Durante la República se construirán nuevas colonias pero con menos intensidad; destacan las de Parque Residencia (1931-1933) y la de El Viso (1933-1934). La Ciudad Universitaria. La creación de la Ciudad Universitaria, a finales del primer tercio del siglo XX, fue una de las acciones urbanísticas más importantes y ejemplares de Madrid; su historia no deja de ser aleccionadora: fundación de los últimos estertores de la Monarquía, es retomada con especial impulso por el nuevo régimen de la República; y casi acabada en vísperas de la insurrección de Franco, resulta prácticamente destruida en la Guerra Civil (establecido el frente en su territorio), para ser cuidadosamente reconstruida en la posguerra. Su creación fue establecida por Real Decreto de 17 de mayo de 1927, a instancias de Alfonso XIII. Se situó al noroeste de la ciudad, fuera del ensanche, con una extensión de 320 Ha, en el privilegiado lugar de La Moncloa (terrenos en su 44 mayoría del Estado), incorporándose a la espléndida cuña verde -El Pardo y la Casa de Campo- que penetra en Madrid, y abrazando a su vez el Parque del Oeste. La planificación general, encomendada al arquitecto López Otero, proponía un imponente conjunto urbano, a base de grandes ejes viarios y extensas y magníficas zonas ajardinadas; se creaba una ciudad hasta cierto punto segregada de la ciudad real (no ajena a ello era la voluntad de cierto aislamiento de la población estudiantil en los crecientes conflictos de los últimos años de la monarquía), pero también una ciudad del saber, privilegiada en muchos aspectos, siguiendo las directrices -y enseñanzas- de los muchos campos universitarios que López Otero pudo estudiar en Europa y EEUU. El primer proyecto de la Ciudad Universitaria (1928) contemplaba tres principales núcleos, que en lo fundamental son los que se llevaron a la realidad: al norte, rematando el gran eje de acceso -avenida de la Complutense-, el conjunto del Paraninfo con las facultades de Letras a la izquierda y de Ciencias a la derecha; más al sur, perpendicularmente dispuestas a este eje, el conjunto de facultades de ciencias sanitarias (Medicina, Farmacia y Odontología), ligadas a través de un bosquecillo con el Hospital Clínico (ya previsto de tiempo atrás -1921-, más próximo a la ciudad); al oeste, descendiendo hacia el río, las escuelas de Artes y Arquitectura, y las instalaciones deportivas y embarcadero; en las zonas próximas a la ciudad se previeron las zonas de residencia universitaria tanto las de alumnos como las de profesores. La construcción de la Ciudad Universitaria, iniciadas las obras en 1928, conoció dos etapas marcadamente diferentes: la etapa de la dictadura, en que se establece el proyecto, se encamina su gestión, y se comienzan los primeros edificios (el célebre de la Fundación del Amo, y el conjunto de Medicina); y la etapa de la República, que variando en algunos aspectos la idea original- fue la que realmente produjo -mediante la creación de la «Junta Constructora de la Ciudad Universitaria de Madrid»- un impulso definitivo para la terminación del conjunto. 45 En 1932 se comenzaron las obras del Hospital Clínico y de la facultad de Filosofía y Letras; en 1933, las de la Central Térmica, Escuela de Arquitectura y Facultad de Ciencias; en 1935, las de la Residencia de Estudiantes. Todo este conjunto estaba recién acabado cuando estalló la Guerra Civil, convirtiéndose ese privilegiado recinto en pleno frente de batalla durante casi toda la contienda, quedando arruinados muchos de los edificios. La construcción de la Ciudad Universitaria constituyó un momento cumbre en la historia urbanística y arquitectónica de Madrid; allí trabajaron buen número de los mejores -y más jóvenes- arquitectos del momento (Manuel Sánchez Arcas, Luis Lacasa, Agustín Aguirre, Miguel de los Santos, Pascual Bravo...), dejando la impronta de una nueva arquitectura en la ciudad; cabe citar también la actuación del ingeniero Eduardo Torroja que colaboró en muchos de los proyectos de arquitectura y diseñó los asombrosos viaductos (varios de ellos hoy desaparecidos) que requería la profunda transformación topográfica que se llevó a cabo en la zona. 46