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TOMO 5 - Capítulo 12: Roma Arcaica
La expansión romana
Las guerras Púnicas
Las fases del Imperialismo La república Romana tardía
Hacia el final de la ...
La Roma Imperial
La expansión romana
El origen de la tendencia expansionista del Estado romano se remonta al comienzo del período monárquico. De esta manera, Roma irá imponiendo su
hegemonía en ámbitos cada vez más alejados de la Urbs y paralelamente irá
ampliando su ager publicus: primero en el Lacio, después en Italia, más tarde en
Sicilia y luego en las nuevas provincias romanas. La delicada coyuntura interna
entonces alimentó las inclinaciones expansionistas de Roma.
El primer capítulo de la política exterior republicana lo constituyen las fluctuantes relaciones entre Roma y la Liga Latina durante casi un siglo y medio, desde el 504 al 338 a. C.
La Liga, integrada al menos por 29 ciudades del Lacio, se enfrentó a los romanos en varias
ocasiones hasta que la decisiva batalla librada en el lago Regilo en el 496 a. C., con un importante triunfo romano basado en la caballería patricia, permitió que Roma se erija como
la principal potencia del Lacio. De esta forma, la guerra concluyó cuando Roma, a través
del cónsul Spurio Cassio, logró un acuerdo con los latinos: el llamado foedus Cassianum
del 493 a. C. Así, Roma se aseguró, entre otras cosas, la ayuda militar latina frente a las
amenazas de otros pueblos del entorno como etruscos, ecuos, volscos y sabinos, principalmente. La firma de este tratado de paz además reconocía a los latinos como ciudadanos,
garantizando así la materialización de una alianza defensiva y la fundación de colonias
comunes en las fronteras, a modo de cinturón sanitario.
Republica Romana al 200 a.C.
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TOMO 5 - Capítulo 12: Roma Arcaica
La expansión romana
Una oportuna alianza de Roma con los
hérnicos en 486 a. C.
entonces le permitió
iniciar la guerra con los
etruscos, con quienes
mantenían un viejo
litigio por el control de
las salinas y la Via Salaria, nudo comercial y
de comunicaciones de
extrema importancia.
Las guerras Púnicas
Las fases del Imperialismo La república Romana tardía
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La época Imperial
En realidad, la alianza romano-latina perseguían también otros objetivos: por parte de
Roma, el reconocimiento tácito de su hegemonía en el Lacio, al constituir ella sola una de
las partes del tratado; por parte de algunas ciudades latinas, en cambio, que se veían más
directamente amenazadas por situarse en la periferia, contar con la protección de Roma.
Una oportuna alianza de Roma con los hérnicos en 486 a. C. entonces le permitió iniciar la
guerra con los etruscos, con quienes mantenían un viejo litigio por el control de las salinas
y la Via Salaria, nudo comercial y de comunicaciones de extrema importancia.
Esta larga e intermitente guerra, que va desde el 479 al 396 a. C., con victorias y
derrotas en ambos bandos, se saldó finalmente con la victoria romana del dictator
Furio Camilo sobre la ciudad de Veyes, cuya anexión duplicó el ager romanus, que
pasó a tener 1500 km². Esta ampliación territorial mitigó en parte la falta de tierras
cultivables que padecía la población romana, inmersa en el conflicto por la igualación jurídica con la oligarquía patricia y exhausta por las campañas militares que
marcaron los inicios de la joven república.
Réplica de una pintura de una ceremonia de matrimonio Romano.
Una vez abortada la tentativa revolucionaria de los sabinos, encabezada por Apio Herdonio, y derrotados también los ecuos en Monte Algido en el 431 a. C., las victorias apaciguaron la exaltada atmósfera que se respiraba en el interior de la ciudad. Sin embargo,
justo en el momento de su triunfo, Roma hubo de hacer frente a la invasión de los galos,
que hizo peligrar su supervivencia. En el curso de su expansión, los celtas, a los que los
romanos llamaron galos, alcanzaron Italia hacia el 400 a. C. y se apoderaron de la llanura
del Po, al norte de los Montes Apeninos. De las tribus celtas que invadieron Italia, las más
importantes fueron las de los insubrios, cenómanos, boios y senones. Los primeros arrebataron el centro etrusco de Melpum, al este de Milán, mientras que los senones cruzaron el
Po y se hicieron con la región que se extendía hasta la costa del mar Adriático tras feroces
enfrentamientos contra umbrios y etruscos.
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Desde su sólida retaguardia, entre Luguria y Venecia, los galos organizaron sus expediciones de saqueo contra la Italia meridional. Estas incursiones llevaron a los senones, guiados
por el caudillo Brenno, a las puertas de Roma. Entonces los romanos enviaron un ejército
para detener a los galos, pero fueron aniquilados en las costas del río Alio, tras lo cual los
galos lograron cruzar el Tíber y avanzar sobre Roma. Posteriormente, las hordas de Brenno
entraron a sangre y fuego por la ciudad. Los defensores del Capitolio, los únicos que lograron resistir al ataque de los galos, contemplaron aterrorizados la imagen de una ciudad
incendiada y abandonada al pillaje. Finalmente, los galos, más interesados en el botín que
en el sometimiento de la urbe, acabaron retirándose, aunque la humillación gravitó sobre
Roma y sus habitantes, a tal punto que el del día de la derrota, el 18 de julio de 387 a. C.,
pasó al calendario religioso romano como dies ater, el día negro.
El prestigio de Roma como primera potencia de la Liga Latina sufrió un duro revés
con la invasión celta. De esta manera, animadas por el éxito galo, las tribus itálicas
renovaron su ímpetu belicoso contra la Liga. Por ello, conscientes de que la supervivencia de la Liga era vital para hacer frente a la amenaza de los itálicos, Roma hizo
nuevas concesiones a los latinos, autorizándolos a contraer matrimonio y a comerciar con sus ciudadanos. Así, esta iniciativa dio sus frutos, ya que con la ayuda de
los latinos Roma rechazó las incursiones itálicas, conquistó la región de los volscos y
el sur de Etruria, y se hizo con el control absoluto del Tíber.
Diagrama de las siete torres de los
soldados romanos.
La hegemonía de los romanos fue contestada por todos sus coaligados hasta el punto de que
sólo una hábil política de alianzas hacia el 350 a. C. con samniitas, etruscos, cartagineses y
también sidicinos y campanos dejó las manos libres a Roma para solucionar por las armas la periódica rivalidad con las ciudades de la Liga Latina, desencadenando una guerra civil que duró
tres años y se saldó con la disolución de la Liga y la anexión
del Lacio por Roma.
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Para dificultar cualquier tentativa de forjar otra coalición anti romana, la nueva
potencia del Lacio otorgó distinto trato a los vencidos con el objetivo de fomentar
entre ellos diferencias irreconciliables. La hábil estrategia romana dio carta de naturaleza a la máxima del divide et vince, el “divide y vencerás”. Se abría así un nuevo
capítulo de la política exterior de la Roma republicana.
Durante la Primera
Guerra Samnita, que
tuvo lugar entre el
343 y el 341 a. C., las
apetencias de los samnitas sobre las fértiles
llanuras de Campania
chocaron con los intereses de Capua, aliada
de Roma.
No obstante, las belicosas tribus samnitas constituían el último obstáculo que impedía a
Roma hacerse con el control absoluto de la península Itálica, por lo que entre 343 y 290
a. C. Roma mantuvo tres guerras contra este estado meridional que ocupaba gran parte de la región de Lucania. Durante la Primera Guerra Samnita, que tuvo lugar entre el
343 y el 341 a. C., las apetencias de los samnitas sobre las
fértiles llanuras de Campania
chocaron con los intereses de
Capua, aliada de Roma, por
lo que el enfrentamiento era
inminente. Capua fue derrotada por los samnitas, y apeló
entonces a Roma mediante la
fórmula de la deditio: una fórmula legal que suponía la entrega de la ciudad en lugar de
un simple pacto, y por tanto
un lazo legal más fuerte que el
foedus entre romanos y samnitas. De esta forma, Roma
tuvo la excusa idónea para
atacar a sus antiguos aliados,
debido al creciente interés que
suponían para la República expandir sus redes comerciales
fuera del Lacio y acaparar los
centros comerciales para así
Guerreros Romanos.
paliar su excesiva dependencia
de la agricultura. La deditio de
Capua supuso así el casus belli que llevó a samnitas y romanos a la guerra, logrando que
la intervención romana expulsara a los samnitas de Campania y, de paso, consolidar una
sólida cabeza de puente en la región.
La segunda guerra, entre el 327 y el 304 a. C., estalló por un conflicto en la ciudad griega
de Nápoles entre un grupo osco y otro prerromano. Roma firmó un pacto con estos últimos, lo que motivó un nuevo enfrentamiento con los samnitas, partidarios de la otra facción por afinidades étnicas. Fue una guerra larga, a tal punto que pueden distinguirse dos
fases en el enfrentamiento: en una primera fase los romanos trataron de cercar el territorio
samnita, pero la humillante derrota del ejército romano en las Horcas Caudinas en el 321 a.
C. supuso el fin de la contienda hasta ese momento. Sin embargo, una nueva fase se inició
en el 316 a. C. cuando Roma reanudó las hostilidades, siendo nuevamente derrotada en la
batalla de Lautulae un año después.
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Los cambios de bando y la intervención de nuevos aliados fueron moneda corriente, logrando que la guerra se extendiese desde la vertiente mediterránea hasta las riberas del
Adriático. Entonces, la siguiente estrategia romana fue la construcción de la Vía Apia, que
la comunicaba con Capua, afianzando su influencia
en toda la península Itálica con nuevas alianzas, al
tiempo que erigía un amenazador cerco de colonias
alrededor del Samnio, la principal ciudad samnita.
El último acto de las guerras samnitas tuvo lugar entre el 298 y el 290 a. C. Aquí, los samnitas organizaron una coalición antirromana con
los etruscos, sabinos, lucanos y umbros que,
apoyados por tribus galas, se rebelaron contra
Roma y su intervención en Lucania. Entonces
Roma obtuvo victorias por separado frente a
todos ellos, confirmando definitivamente su
hegemonía sobre la península Itálica y fundando colonias en territorio galo y samnita. Ya
sólo quedaba por conquistar el extremo sur de
Italia, las ciudades griegas del golfo de Tarento
y de la costa meridional tirrena.
De esta manera, estos movimientos no pasaron desapercibidos en Tarento, que veía en la fundación de
colonias romanas en las costas adriáticas una amenaza para sus intereses. La violación de un tratado
por el que las naves romanas no podían traspasar
el Cabo Lacinio inició las hostilidades entre Roma y
Tarento, la colonia griega más importante de la península Itálica.
Guerreros Romanos.
El conflicto derivó en guerra generalizada. Los samnitas, que aún no habían asimilado su derrota ante
Roma, se unieron a los tarentinos y éstos, por su
parte, solicitaron el auxilio de Pirro, rey de Epiro,
quien fue investido con plenos poderes en las operaciones militares contra Roma y los rivales de los
tarentinos en Sicilia, entrando en contacto también
con los cartagineses establecidos en la isla. El improvisado general ganó como aliados a algunas tribus itálicas, y obtuvo, con la ayuda de sus elefantes,
una gran victoria sobre el ejército romano en Siris.
Sin embargo, después de una serie de victorias pírricas de dudoso éxito, Pirro no encontró ningún
aliado en el Lacio. La delicada situación romana se
vio aliviada por la intervención de Cartago en la
contienda, en cumplimiento de los pactos firmados
en 343 y 298 a. C. con Roma.
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Pirro, que en ese momento tenía parte de sus fuerzas en Sicilia, donde los griegos habían
solicitado su ayuda frente al acoso cartaginés, cayó derrotado en la batalla de Benevento, en el 275 a. C. Aunque la batalla no se decidió para ningún bando, Pirro perdió a sus
mejores tropas, por lo que abandonó Italia al año siguiente, dejando que Roma impusiera
su hegemonía. Como resultado de ello los samnitas fueron finalmente sometidos y toda la
Magna Grecia se perdió, aunque sus ciudades mantuvieron sus privilegios con la condición
de que juraran lealtad a Roma. Tan solo diez años más tarde los barcos griegos permitirían
a los romanos afrontar la guerra con Cartago en aguas sicilianas.
Lógicamente, las primeras etapas de expansión fueron más lentas. No obstante, en menos
de un siglo, Roma pasó de ser un “Estado tirrénico” a convertirse en una “potencia del
mundo antiguo”, controlando el ámbito mediterráneo desde la península Ibérica a Asia
menor, e integrando progresivamente bajo su dominio un territorio sólo comparable con
el de Alejandro Magno. Ahora bien, este largo proceso es susceptible de una periodización
que permita determinar cuándo Roma adoptó formas imperialistas o a partir de qué momento puede fijarse el inicio del imperialismo romano.
Rangos de ciudadania
El dominio romano de la península Itálica configuró una suerte de federación militar en la que
Roma fijó diversos tipos de relaciones con los vencidos, que iban desde una confederación de
carácter laxo hasta la total inserción en el estado romano. Así, esto dio lugar a distintos estatutos de ciudadanía. En principio, la plena ciudadanía romana sólo podía ejercerse en la ciudad
de Roma, mientras que las colonias de ciudadanos romanos repartidas en distintos puntos de
Italia disfrutaban de una autonomía comunal pero sin derecho a voto. No obstante, a lo largo
del siglo II a. C., esta restricción desapareció, y los habitantes de esas comunidades pasaron a
ser ciudadanos romanos de pleno derecho.
Otro grupo estaba formado por los ciudadanos con derechos restringidos, los antiguos pueblos
de la Liga Latina, quienes disfrutaban de los privilegios de matrimonio y de comercio. Por otra
parte, los itálicos eran pueblos federados ligados a Roma en virtud de alianzas de diversa índole, aunque no se le reconocían los privilegios jurídicos de que gozaban los ciudadanos romanos
y, parcialmente, los aliados latinos.
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