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XIII LA COLONIZACIÓN FRANCESA EN NORTEAMÉRICA, 1700-1763 Antonio Gutiérrez Escudero L imperio colonial francés en América aparece distribuido, a principios del siglo XVIII, entre el Caribe y el sub continente norte. Desde un punto de vista estratégico, los enclaves situados en Norteamérica, una línea de fuertes y ciudades extendida desde Canadá a Luisiana, tenían un indudable valor, pues impedían a las colonias inglesas penetrar con comodidad hacia el interior de la masa continental. Económicamente, sin embargo, resultaban mucho más rentables las islas caribeñas con sus plantaciones de azúcar y tabaco, en especial, cuyo comercio. compensaba con creces las inversiones efectuadas por la metrópoli para mantener dichos dominios. Por ambos motivos, a Francia le interesaba sostener sus posesiones americanas. Si desde las tierras del San Lorenzo sólo llegaban cargamentos de pieles, con un valor que no cubría sus gastos de administración. y defensa, a cambio se obstaculizaba la expansión británica por el Noroeste; únicamente quedaba reforzar las bases del Mississipi para hacer más efectiva esta obstrucción. E Dificultades para la colonización de Luisiana El siglo XVIII contempla la realización casi total de las ideas de La Salle en cuanto a la conexión de los Grandes Lagos con el golfo de México. Pierre le Moyne, señor de Iberville, tratará de consolidar y de ganar adeptos a esta causa mediante una descripción imaginaria de los territorios norteamericanos, donde franceses e indígenas ofrecían una estampa de idílica convivencia, tanto para el trabajo en común como para la expulsión de los ingleses de América. La realidad, no obstante, era muy distinta. 249 250 Historia de las Américas Los esfuerzos de Iberville por conseguir el apoyo real a una masiva emigración a Luisiana no encuentran en Luis XIV el eco apetecido, quien se limita a enviar una embarcación con mujeres de dudosa moralidad (las famosas filles du roí). Le Moyne decide trasladarse a Parí.s a fin de influir directamente en el ánimo del monarca, pero ya en la capital francesa le sorprende el estallido de la Guerra de Sucesión Española (o guerra de la reina Ana en América, por la soberana de Inglaterra) que cambiará sus planes. Obligado a colaborar con su patria en el enfrentamiento con los británicos, ve la oportunidad deseada de desalojar de América a éstos, con quienes mantenía una rivalidad personal desde que, en 1686, había llevado a cabo una serie de escaramuzas contra los asentamientos ingleses en la bahía de Hudson y en otros lugares norteamericanos, con notable éxito (Monsipi, Kichichuana, Fort Nelson y Fort Pemkuit). En 1706, Iberville es puesto al frente de una flota con la misión de destruir todas las colonias británicas en América, comenzando por las antillanas para luego «expulsar a nuestros adversarios de Carolina ... , insultar a Nueva York, atacar Virginia, llevar ayuda a Acadia y Terranova». La primera parte del plan se cumple a la perfección con un ataque a las islas de Nevis y Saint Kitts, donde captura 30 navíos y hace 1.750 prisioneros tras la forzada rendición. Cuando se aprestaba a lanzarse sobre Carolina del Sur enferma de fiebre amarilla y muere en La Habana, al igual que gran parte de su tropa, el 6 de julio. Con el fallecimiento de Iberville termina también su deseo de ampliar, a costa de los ingleses, la extensión de Luisiana, que no obstante comprendía un vastísimo territorio (2.500.000 km2 ), limitado al Suroeste por la Nueva España; al Oeste, por las Montañas Rocosas; al Este, por los Apalaches, y al Norte, por el paralelo 40, límite de separación con la Nueva Francia para impedir problemas de gobernación. Con Iberville desaparecía, igualmente, el principal valedor de la colonia que con la guerra quedaba en precario estado. Ni finanCieros ni comerciantes franceses se aventuraban a arriesgar barcos o dinero en una travesía peligrosa y sin estar seguros del desenlace final del conflicto bélico. De este modo, los escasos colonos (en la zona del golfo, entre Mobile y el Mississipi, no había siquiera centenar y medio de personas) quedaron a sus expensas durante el desarrollo de la contienda, y ello no era nada halagüeño. Como todo asentamiento lejos de la metrópoli, Luisiana precisaba de un suministro regular de alimentos de primera necesidad hasta la consolidación ,de los emplazamientos, Sin un apoyo real efectivo, con unos resultados económicos .que de momento no se vislumbraban pese a la calidad de la tierra (unos inicios de plantaCiones azucareras fracasaron por carecerse de mano de obra adecuada), sin el número de cabezas de ganado necesario y con un clima cambiante (fuerte calor o lluvias torrenciales) que ayudaba bien poco al desarrollo de las cosechas, resultaba difícil mantener y fijar sobre el terreno a cualquier tipo de pobladores y menos aún La colonización francesa en Norteamérica, 1700-1763 251 a los coureurs des boís canadienses que huían de los lugares donde se les confinaba. De este modo, la colonia malvivió en los años de guerra, Francia apenas pudo enviar provisiones y sólo desde las Antillas, aunque no regularmente, se remitieron algunos productos alimenticios. . - En el ámbito gubernativo tampoco la situación fue mucho mejor, pues esta faceta se veía afectada por el escaso entusiasmo de Luis XIV por la región. El interés del ministro Pontchartrain, que vislumbraba las enormes posibilidades estratégicas de Luisiana, y la competencia de los gobernadores nada podían hacer en favor del fomento del territorio si al monarca le era indiferente. Contra estos imponderables luchó ]ean-Baptiste le Moyne, señor de Bierwille, continuador ele la obra de su herman~ Iberville, que, como máximo responsable de la colonia, tratará de consolidar el dominio sobre el territorio en un esfuerzo digno de destacar dirigido a la fundación de asentamientos, principalmente, y a la concertación de alianzas con las tribus indias. Pese a ser desplazado de la gobernación de Luisiana, en 1707, por un oficial procedente de la Nueva Francia, Bienville continuó desarrollando su obra (en 1702 había trasladado, por seguridad, la primitiva Biloxi a la bahía de Mobile) yen 1711 levanta una nueva ciudad, germen de la actual Mobile, que se convierte en la capital de la colonia hasta 1720. No faltaron las quejas sobre sus métodos autoritarios, en parte favorecidas por el lento y penoso desarrollo de la región; existen serias dudas respecto a la población asentada en la zona poco antes de la Paz de Utrecht, si bien algunos informes aseguran que habría poco más de veinte familias y diversos contingentes de soldados, que compondrían en su totalidad unos cuatrocientos individuos. En 1712, en un intento de Pontchartrain por implicar a la iniciativa privada en la explotación de los territorios ultramarinos, se concede la exclusividad del comercio, de la propiedad de la tierra y de los yacimientos mineros de la Luisiana, por un período de quince años, a Antoine Crozat, comerciante enriquecido en el tráfico marítimo. La Corona únicamente se reservaba el privilegio de designar gobernador y a tal efecto nombraba a un veterano militar, explorador y administrador en Canadá, Antoine de la Mothe, señor de Cadillac (el fundador de Detroit), quedando Bienville a sus órdenes. Ninguno de los cambios efectuados, sin embargo, surtieron los resultad0s apetecidos. El propio Cadillac, que había sido desplazado de la Nueva Francia merced a las intrigas de algunos rivales, pronto se hizo impopular en su reciente destino, hasta el punto de ser llamado a Francia en 1717 y confinado en la Bastilla. Por su parte, Crozat invirtió una considerable fortuna sin éxitos destacados, renunciando a sus derechos a los cinco años de obtener la concesión de las prerrogativas. El fracaso de la tentativa anterior se suma a la serie de decepciones padecidas por la colonia. Sólo Bienville alcanza algunos logros significativos, especialmente 252 Historia de las Américas pactos con las naciones indígenas que garantizaban la defensa de las fronteras de Luisiana de posibles incursiones de los colonos ingleses o de sus aliados indios. Estas alianzas suplían con efectividad la precaria y escasa ayuda militar que Francia prestaba y sirvieron para mantener invariable la situación territorial durante toda la guerra de la reina Ana. La unión con los choctaw permitió detener expediciones punitivas procedentes de Carolina, e incluso un considerable ataque conjunto de británicos, creeks y chickasaw, en 1712, que pudo ser contenido gracias a la habilidad de Bienville para atraer hacia la causa francesa a otras tribus aborígenes, como los alabamas, con quienes en tiempos pasados habían existido lazos amistosos. -Francia dispuso en Norteamérica de un gran dominio espacial, pero con el inconveniente de encontrarse deficientemente colonizado y escasamente poblado; ello malogró, en parte, el factor estratégico que hubiera podido obtenerse de tan vasta ocupación territorial. En estas circunstancias, la amistad con las poblaciones nativas era esencial para asegurar la posesión de esta zona del imperio ultramarino francés . Consciente de la importancia de acuerdos en dicho sentido, Bienville se mostró como un hábil diplomático por cuya mediación se consiguió la cooperación de determinados grupos tribales indígenas, bien fuera por la captación pacífica, o a través de campañas triunfadoras, como contra los natchez en cuyas tierras levantaría, en 1716, Fort Rosalie (la posterior ciudad de Natchez), edificado para la protección de algunos enclaves comerciales franceses a lo largo del.Mississipi. La buena correspondencia con determinados pueblos indios permitió la extensión de la labor evangelizadora del clero secular y regular. Desde el seminario de Quebec partieron muchos religiosos hacia territorio de Luisiana (catequizando a los tonicas, yazoo y natchez, entre otros) hasta confluir con los jesuitas que operaban en latitudes más bajas y dando lugar a roces jurisdiccionales resueltos por la Corona a favor de aquéllos con la concesión del Vicariato General para todo el valle del Mississipi. Aunque surgieron misiones y el celo de sacerdotes y frailes fue encomiable (algunos perdieron la vida de forma violenta en el desempeño de su cometido), las tareas de apostolado no lograron alcanzar tampoco cotas satisfactorias, debido, igualmente, a la precaria colonización del país que dificultaba cualquier empresa que se acometiera. Las negativas consecuencias que el Tratado ·de Utrecht tuvo para la América septentrional francesa no consiguió impulsar el desarrollo de Luisiana de manera adecuada. Si bien la pérdida de Acadia y Terranova sirvió para potenciar la línea de comunicación entre el río San Lorenzo y el golfo de México, tal explotación despertó el recelo de las colonias inglesas, que temieron quedar constreñidas para siempre en la estrecha franja ocupada entre los Apalaches y el Atlántico, impidiéndoles la expansión hacia el Oeste (la voz de alarma al respecto había partido de Carolina del Norte años antes, pero no había logrado convencer de su presentimiento al resto de posesiones británicas). El conflicto no tardaría en producirse con indudable La colonización francesa en Norteamérica, 1700-1763 253 ventaja para la causa de Inglaterra, entre varias razones por la superioridad numérica de sus colonos. Nueva Francia a principios del siglo XVIII Aparentemente, a principios del siglo XVIII, los franceses parecían sólidamente asentados en la región canadiense, pero se trataba de una realidad más bien ficticia que auténtica. Las pequeñas poblaciones carecían de una eficaz conexión entre sí para hacer frente a los problemas comunes; la extensión de los cultivos fuera del ámbito próximo a las ciudades hablaba de una colonización en desarrollo (perceptible desde el último cuarto del siglo XVII), pero también de una peligrosa dispersión dentro de un vastísimo territorio; era difícil el apoyo mutuo entre las distintas partes del imperio colonial (Acadia, Terranova, Quebec y Luisiana) y las comunicaciones con Francia dejaban bastante que desear, así como la preocupación de la metrópoli por la defensa y el bienestar de sus súbditos ultramarinos, quienes sólo podían expresar sus inquietudes a través de un gobernador nombrado por la Corona. No pudo evitarse, de tiempo en tiempo, el choque Iglesia-Gobierno colonial, que tuviera su máximo ejemplo en el enfrentamiento del obispo Laval con Frontenac. Concepciones e intereses distintos respecto al papel de los religiosos en la sociedad colonial, al trato con los indígenas, a la actividad comercial o a la política de ampliación de fronteras provocaron disensiones internas que en nada beneficiaban a la estabilidad del país. Incluso cuando hubo conjunción de objetivos, caso del obispo Saint-Vallier y del intendente Champigny, en orden a favorecer los asentamientos agrícolas en detrimento del comercio de pieles y del nomadismo de los coureurs des bois, no fue posible impedir las discrepancias de. quienes se sentían coartados en su libertad por la adopción de tales medidas. El problema de los ataques indígenas había quedado momentáneamente resuelto a través de alianzas o mediante la coacción militar. Desde 1701 reinó cierta tranquilidad y desapareció en parte el temor a las incursiones de los aborígenes, gracias a un tratado de paz, obra de Callieres (gobernador de 1699 a 1703 en sustitución del fallecido Frontenac), que garantizaba la no beligerancia de los iroqueses y su neutralidad en los conflictos franco-británicos. Esta situación pacífica permitió la fundación de puestos comerciales en la región comprendida entre los Grandes Lagos y el curso superior del Mississipi. Surgen así Kaskaskia y Cahokia (en el actual Estado de Illinois), y Vincennes (en Indiana) en 1705. Poco antes se había reforzado, con el envío de un contingente de tropas, el emplazamiento de Michilimackinac (hoy, Mackinaw City), la primitiva misión de San Ignacio fundada por el Padre Marquette en un lugar clave (en el borde sur del canal de comunicación 254 Historia de las Américas entre los lagos Míchigan y Hurón) de la ruta acuática que facilitaba la unión entre Nueva Francia y Luisiana, además de abrir el camino hacia regiones de especial interés para el tráfico de pieles. El primer comandante de la guarnición situada en Michilimackinac fue Antoine Laumet de la Mothe, señor de Cadillac, quien desde 1683 se encontraba en Canadá. y había participado de forma destacada en las luchas contra los iroqueses. Luego de vivir durante algún tiempo en Maine obtuvo la jefatura de la patrulla situada en Mackinac de 1694 a 1697 (hasta 1715 no se levantó un fuerte en este lugar), años que le sirvieron para explorar la región y constatar su estratégica ubicación. Esta experiencia le llevó a solicitar el permiso de Luis XIV para establecer un centro de comercio peletero y de control del territorio; nace así, en 1701, Fort Pontchartrain du Détroit (la actual Detroit) en el punto vital de unión de los lagos Hurón, Saint Clair y Erie, y en una excelente posición para conectar con el Míchigan y con el río Mississipi (tiempo atrás, desde New York se había instado al gobierno inglés, sin éxito, a construir un fuerte en la zona alegando su importancia crucial). Cadillac gobernó el fuerte hasta 1710, año en que marchó a Luisiana, tras dar un buen impulso a la consolidación de la cadena de fortines que enlazará el San Lorenzo con el golfo de México. Hay que valorar en su justa medida, omitiendo cualquier referencia al carácter difícil, la visión política de determinados personajes (Frontenac, Callieres, Cadillac, entre ellos) que comprendieron la necesidad de asegurar los límites de Nueva Francia si quería mantenerse la colonia. Como sucediera en Luisiana, el rey francés no quiso comprometerse en exceso en tierras canadienses, contentándose con el dominio sobre la franja que iba desde Quebec hasta Montreal y dejando, en todo caso, el avance de la frontera a la iniciativa de los misioneros en un claro apoyo a la labor pastoral en detrimento del negocio peletero. Mediante la persuasión logró se vencer, en algunas ocasiones, el desinterés real y fundar varios puestos fundamentales para la defensa de Canadá, mantener el comercio de pieles y establecer contacto con tribus indígenas. El triple objetivo funcionó eficazmente, al menos consiguió no aumentar el malestar reinante entre los comerciantes de corambres, satisfizo el ansia de aventura de parte de la población y permitió estrechar la amistad con naciones indias de Ohio, Indiana, Míchigan o Illinois, esencial para conservar el equilibrio de fuerzas con los ingleses en la.pugna que se intuía próxima. La guerra de la reina Ana en Canadá La concordia con los indígenas, precisamente, facilitaría los ataques a las colonias inglesas durante la guerra de la reina Ana, aunque no a todas les afectó por igual. La colonización francesa en Norteamérica, 1700-1763 255 Desde Nueva Francia, el gobernador marqués de Vaudreuil prefirió evitar las incursiones por tierras de New York por temor a incomodar a los iroqueses y romper su neutralidad, aparte de que los comerciantes peleteros de Albany no tenían mayor interés en una guerra que podía obstaculizar el contrabando que efectuaban con Canadá. El vórtice de la acción, en consecuencia, se desplazó hacia la frontera con Nueva Inglaterra en una reproducción casi fiel a los sucesos del conflicto anterior (guerra del rey Guillermo en América, o de la Liga de Augsburgo en Europa). Si catorce años antes los franceses destruyeron Schenectady, el 29 de febrero de 1704 hicieron lo propio con Deerfield, en el noroeste de Massachusetts, causando la muerte a cincuenta personas y haciendo prisioneras a cerca de un centenar. Aparte de diversas correrías por las zonas limítrofes de Maine y New Hampshire, con sus secuelas de muerte y destrucción, en agosto de 1708 un grupo de indios abnakis, conducidos por oficiales galos, se lanzaron sobre Haverhill, a sólo 55 kilómetros de Boston, donde llevaron a cabo una matanza indiscriminada. Las frecuentes escaramuzas obligaron a las colonias inglesas a plantearse diversas estrategias que oscilaron desde la vigilancia fronteriza a las represalias contra las tribus aborígenes, los intentos por la firma de un armisticio con Quebec al margen de los acontecimientos europeos o los deseos de destruir para siempre el Canadá francés. Las patrullas inglesas, bien pertrechadas con raquetas y mocasines para ejercer su función incluso en invierno, junto a la crianza de perros de caza «para desalentar y apartar a los indios que recorrían y merodeaban por los bosques», fueron eficaces durante cierto tiempo, pero resultaron remedios insuficientes. Vaudreuil y Joseph Dudley, gobernador real de Massachusetts, no alcanzaron acuerdo alguno respecto a una tregua, sobre todo porque las condiciones exigidas por cada uno eran inaceptables para la parte contraria. En definitiva, la única solución viable parecía el desalojo de los franceses de sus colonias, idea que circulaba hacía tiempo entre la población de Nueva Inglaterra con particular énfasis (<<Nunca tendremos paz hasta no poseer Canadá»), aunque para ello sería necesaria la ayuda de la metrópoli. Las tentativas en solitario de los colonos británicos sólo causaron estragos aislados en algunas poblaciones francesas del litoral atlántico (1704) y provocaron la reacción de los ofendidos que pasaron a la ofensiva sobre Terranova (en 1706, el gobernador de Acadia, Auger de Subercase, condujo a tropas galas e indios abnakis contra Saint John's y arrasó parte del territorio; las incursiones se repitieron en años sucesivos). Un ataque contra Port Royal en 1707, que trataba de emular la expedición victoriosa de William Phipps de 1690, fue un auténtico fracaso pese a la evidente superioridad de los ingleses sobre la menguada guarnición de la población acadiana excelentemente defendida por Subercase y sus indígenas. Ante esta situación de debacle se hizo preciso requerir el apoyo de Inglaterra y hacia allí marchó, comisionado por Dudley, el general Francis Nicholson y el comandante Pe ter 256 Historia de las Américas Schuyler (de Albany). En la comitiva marchaban, entre otros, cuatro guerreros sachems (tribu de la confederación iroquesa) que, ataviados a su estilo, fueron paseados por todo Londres, con la natural sorpresa general, y llevados ante la reina Ana a quien solicitaron hombres, armas y naves para expulsar de América a los enemigos franceses. La presión de la opinión pública, sensibilizada por la visión de los indígenas, obligó al gobierno inglés a preparar una gran operación contra Canadá. Esta vez, tras casi dos meses de asedio, e! 16 de octubre de 1710, Port Royal era tomado por los británicos que cambiaron su nombre por e! de Annapolis Royal, en honor de su soberana, que aún hoy conserva. La victoria contribuyó a la planificación de un ataque conjunto de fuerzas terrestres y marítimas contra Quebec. En 1711 cerca de 70 navíos y más de 5.000 hombres partían de Bastan rumbo· al San Lorenzo, mientras que por tierra avanzaba una columna de 2.000 soldados, camino de Montreal, al mando de Nicholson. Diversas circunstancias se aunaron, por suerte para los franceses, e hicieron fracasar esta acometida. Desde un primer momento surgieron desavenencias entre las tropas coloniales y las metropolitanas, fruto de las tensiones existentes entre Londres y Bastan; el almirante de la flota , sir Hovenden Walker, y e! general de la tropa embarcada, John Hill, resultaron unos incompetentes, y la expedición naval careció de pilotos expertos que salvaran los obstáculos en la desembocadura de! San Lorenzo. Justo en e! estuario de este río encallaron siete embarcaciones y murieron 800 hombres, provocando e! desaliento en e! resto; tras una rápida reunión de jefes y oficiales se decidió e! abandono de la empresa y e! regreso a los puertos de origen para evitar «morir de frío y hambre entre los caníbales». Nicholson esperó inútilmente en e! lago Champlain para desencadenar al unísono su ofensiva sobre Montreal, hasta que e! conocimiento del desastre anterior le obligó también a desistir de sus pretensiones. El fracaso de la toma de Quebec causó no pocas frustraciones en las colonias inglesas de! norte, que veían de nuevo (en 1690, Frontenac había rechazado a una potente fuerza comandada por Phipps) desbaratados sus planes de dominar Canadá. Todas las gestiones encaminadas a una repetición de la campaña resultaron fallidas, así como los deseos de prolongar la guerra por algún tiempo más. El 11 de abril de 1713 se firmaba e! Tratado de Utrecht, que para la Nueva Francia suponía un duro golpe a su integridad: Terranova era reconocida como territorio inglés y Acadiase cedía a Inglaterra, que la llamaría Nueva Escocia; además de ello, se permitía a la Compañía de la Bahía de Hudson realizar comercio de pieles en las costas septentrionales de dicha ensenada (tierras en litigio desde que, en 1670, se fundara la compañía, en clara competencia con los intereses peleteros franceses) y e! dominio sobre los fortines galos de la zona. Francia no podía sentirse de! todo insatisfecha por e! acuerdo de paz. Los La colonización francesa en Norteamérica, 1700-1763 257 imprecisos límites de la Acadia quedaban a la determinación de una comisión franco-británica que tardó catorce años en reunirse; los pescadores franceses pudieron seguir utilizando los caladeros occidentales de Terranova; se fortificó, alzando Louisbourg, Cabo Bretón, que vigilaba una de las entradas al golfo de San Lorenzo, y las pérdidas en vidas humanas de las colonias inglesas y de sus aliados indígenas habían sido cuantiosas. Canadá, sin embargo, había quedado desmembrado y aprisionado por varios frentes: al Norte y Noroeste por la Compañía de la Bahía de Hudson, al Sur y al Este por New York, Nueva Inglaterra y Nueva Escocia. Las únicas posibilidades de expansión se abrían al Oeste, por la ruta de los Grandes Lagos, y al Suroeste en dirección ·al Mississipi para la conexión con Luisiana. Ambos itinerarios serán recorridos profusamente por los francocanadienses, pero mientras el primero dará lugar a la aparición de exploradores destacados, el segundo provocará, como ya dijimos, el recelo de los colonos británicos hasta desembocar en un nuevo conflicto bélico cuatro décadas más tarde. Luisiana y el «Proyecto del Mississiph>. Bienville En 1717, tras ceder Crozat a la Corona sus derechos sobre el territorio, Luisiana presentaba un aspecto de gran dispersión poblacional, justo el problema que Iberville había tratado de evitar desde que se interesó por la región. Los escasos enclaves y fuertes existentes eran la única señal de la pertenencia de tan inmensa zona al dominio francés. Esta situación tenía sus ventajas e inconvenientes a partes iguales; por un lado, el comercio de pieles continuó pujante, se controlaron las principales vías fluviales y se levantaron fortalezas en los lugares claves; por otro, fue difícil atraer, con estas circunstancias, a colonos, ni desarrollar industria alguna, y la gran llanura desierta ofrecía muchas tierras vírgenes al alcance de los osados habitantes de las posesiones británicas. No faltaron tampoco, en los años sucesivos, diversas tentativas encaminadas a potenciar el territorio de Luisiana. El propio Crozat aconsejó, como solución más idónea, traspasar toda la comarca al financiero John Law. Era Law un escocés, natural de Edimburgo, que luego de recorrer gran parte de Europa tratando de interesar, infructuosamente, a los monarcas reinantes en sus ideas económicohacendísticas (el famoso «sistema», basado en la creación de un banco estatal y una compañía de comercio, además de la especulación con diversas operaciones monetarias) acabó recalando en Francia. A la muerte de Luis XIV, la Hacienda francesa se encontraba en estado calamitoso y los impuestos oprimían de tal manera a la población que, en frase de la época, a ésta «no le quedab1 ya más que ojos para lloran>; el regente, el duque de Orleáns, creyó ver la salida a la crisis en la adopción de los principios expuestos por Law pese a la oposición de gran parte del gobierno. 258 Historia de las Américas En agosto de 1717 se creaba la Compañía de Occidente, continuadora de los privilegios otorgados a Crozat sobre Luisiana, que un año más tarde obtenía e! monopolio de! comercio de tabacos. En 1719 le fueron agregadas la Compañía de las Indias Orientales y la de la China, y al poco tiempo la Compañía de África, la de Saint Domingue y e! tráfico de negros. Durante unos meses, Law fue e! controlador absoluto del mercado colonial francés, hasta que toda su estructura financiera, más ficticia que real, cayó por su propia base, a finales de 1720, de manera estrepitosa y provocando una nueva quiebra económica de la que sólo pudo salvarse, sin gran depreciación, la propiedad territorial. Respecto a los dominios americanos, Law fue también e! creador de! llamado «Proyecto del Mississipi», que a través de la Compañía de Occidente trataría de favorecer el desarrollo de las tierras pertenecientes al valle de! citado río como una de las múltiples inversiones ideadas para sostener su banco real y consolidar la aplicación del «sistema» en Francia. En este sentido, e! principal objetivo estuvo dirigido a extender la colonización mediante el envío de emigrantes alemanes y alsacianos, asentados en los ríos Kansas y Red, el traslado forzado de presidiarios franceses y la remisión de esclavos africanos. El momentáneo interés por Luisiana supuso e! regreso al primer plano de la escena de la persona que mejor podía conocer el terreno y sus circunstancias: Jean Baptiste le Moyne, que fue nombrado gobernador. Fiel a su línea de actuación, Bienville aprovechó la corriente migratoria para fundar, en 1718, a unos 115 kilómetros de la~esembocadura del Mississipi, la actual ciudad de Nueva Orleáns (que tOmó su nombre del regente francés), cuyo rápido crecimiento y auge la convirtieron, cuatro años más tarde, en la capital de' la región. La creación de Nueva Orleáns obedeció a la necesidad de la compañía, dentro de sus planes, de disponer de un puerto de depósito o de un centro de transbordo de los productos que deberían cultivarse en las tierras de! curso superior del río para su almacenamiento y posterior reexpedición a Francia. No pocas dificultades hubo que vencer hasta conseguir levantar la villa de manera definitiva: problemas con la mano de obra convicta reacia a los trabajos, escasez de suministros, dos fuertes tormentas y las pésimas condiciones físicas del entorno dominado por ciénagas plagadas de mosquitos. Los primeros habitantes de la ciudad fueron una mezcla de coureurs des bois canadienses, artesanos, presidiarios y mujeres de·dudosa moralidad franceses, indigentes y esclavos. En sus alrededores florecieron las plantaciones de tabaco e índigo para la exportación y el arroz y las legumbres para el consumo interno; también se fabricaron diversos pertrechos navales. El alto precio alcanzado por estas mercancías, sin embargo, no favoreció la llegada de embarcacIones. Las vicisitudes sufridas por Law, en Francia, repercutieron negativamente en todos los planes ideados para Luisiana. Hubo una política económica errática por La colonización francesa en Norteamérica, 1700-1763 259 parte de la compañía que, unida a las frecuentes disputas entre sus representantes, crearon un clima poco propicio para el desarrollo. Los esfuerzos de Bienville encaminados a consolidar y expander la colonización sólo encontraban obstáculos. Por el Oeste, los españoles habían situado presidios y misiones entre los ríos Sabine y Trinity a fin de impedir cualquier penetración -era la lógica reacción hispana al intento del capitán Louis ]uchereau, en 1714, de infiltrarse en tierras texanas para comerciar-, y las fronteras fueron reforzadas luego de la guerra de 1719 entre España y la Cuádruple Alianza en Europa. A consecuencia de este conflicto, Bienville tuvo una actuación destacada con el envío de un destacamento militar a Texas para ocupar tierras y la toma de Pensacola, si bien fueron éxitos efímeros, pues restablecida la paz todo volvió a la situación originaria. En 1724, Bienville presentaba en la región el «Code Noir», que trataba de regular el comportamiento de los esclavos negros y que ejercería una gran influencia en la vida de las poblaciones de la zona. Con la debacle de la Compañía de Occidente (o de las Indias, como también pasó a llamarse), los afectados por la crisis y los descontentos por la gestión de Bienville no tardaron en levantar falsos cargos contra él hasta provocar su destitución como gobernador y el requerimiento de su regreso a Francia para responder de las acusaciones ante la corte. Declarado inocente, en 1733 volvería otra vez a Luisiana, con la colonia ya bajo el control real, para ejercer como gobernador durante una década. En estos diez años su principal preocupación fue tratar de captar para la causa francesa a las tribus indígenas, enemistándolas con los ingleses, o, en su defecto, contener los posibles ataques indios a las posesiones francesas. En 1743 renunciaría voluntariamente al cargo retirándose a París, donde moriría el 7 de marzo de 1768. La guerra de los franceses y los indios Todas las expectativas depositadas en Luisiana se vieron defraudadas por una u otra causa. Salvo su posición estratégica, el resto de intentos por convertirla en una colonia próspera estuvo abocado al fracaso. Era un territorio excesivamente grande, desconectado de la metrópoli, separado del Canadá por muchos cientos de kilómetros y unas barreras acuáticas de difícil superación, con una sensible escasez de población pese a los impulsos dados a la emigración (según cálculos estimativos, de 1720 a 1731, los habitantes habrían ascendido de 1.000 a 8.000 individuos, incluidos los esclavos), rodeado de enemigos hostiles (aborígenes, españoles y británicos) y necesitado de unas inversiones de capital extraordinarias para hacer frente a tantos imponderables. La cuestión india, por ejemplo, era siempre un problema recurrente. Con los natchez hubo tres enfrentamientos (1716, 1723 Y 1729), el último de ellos por el 260 Historia de las Américas degollamiento de los moradores de Fort Rosalie. La alternancia de períodos de amistad y guerra finalizó con la destrucción, con la ayuda de los choctaw, del poblado indígena y la venta de unos cuatrocientos nativos como esclavos, pero los que consiguieron huir buscaron refugio entre los chickasaw, upper creeks y cherokees, tribus contrarias a los franceses, donde contribuyeron a mantener viva la enemistad. La movilización de tropas, el dinero gastado en las represalias y el conocimiento de las matanzas en uno u otro bando no ayudaban precisamente al interés por la región en el viejo continente. Parecía, además, que los ingleses iban ganando ascendiente sobre las naciones autóctonas al ofrecerles mejores mercancías (calderas, tejidos y aguardiente ). A estas circunstancias expuestas vinieron a sumarse las derivadas del propio crecimiento de las colonias de Inglaterra (entre 1715 y 1750 aumentaron de cuatrocientos mil a un millón y cuarto de habitantes, alcanzando los dos millones en 1763), con una población ambiciosa, deseosa de traspasar la barrera de los Apalaches y expanderse hacia el Oeste. El peligro ahora para los franceses procedía, pues, del frente Este; en junio de 1732 se otorgaba a James Charles Oglethorpe la autorización para fundar al sur de Carolina del Sur, entre los ríos Savannah y Altamaha, otra colonia que se llamaría Georgia, en honor del soberano inglés Jorge II. La diplomacia de Francia vio en la creación de este nuevo emplazamiento la pretensión de Inglaterra de disputarle la posesióilde las tierras de la baja Luisiana, circunstancia que unida a la presencia, cada vez más patente, de comerciantes de Pensilvania operando en el valle del Ohio presagiaban una ofensiva sobre la región del Mississipi. El territorio de Illinois había ido adquiriendo una importancia cada vez mayor en su calidad de bisagra que enlazaba los dos cuerpos fundamentales del imperio norteamericano francés: Canadá y Luisiana. No sólo era, además, un redistribuidor del comercio procedente de los Grandes Lagos, sino que en su porción oeste, entre las cuencas de los ríos Wabash y Ohio, contenía unos terrenos de gran riqueza agrícola donde vivían, también, tribus indígenas (miamis, shawnee y los propios iroqueses, entre otros) con quienes podía intercambiarse pieles o utilizarlas como ayuda militar. Será en esta zona donde surjan las disputas que desembocarán en la llamada guerra de los franceses y de los indios, cuyo final, en 1763, pone término al dominio galo sobre las regiones continentales de América del Norte. Luisiana estuvo exenta, salvo el temor de las matanzas de los aborígenes, de los inconvenientes provocados por las guerras intermitentes que enfrentaban a las potencias europeas (Oreja de Jenkins, en 1739, y de Sucesión de Austria -del rey Jorge en las colonias-, en 1744). Esta situación de tranquilidad no podía durar mucho, pues desde Pensilvania, Virginia y Carolina del Norte hacía algún tiempo que se reivindicaban los valles allende los montes Allegheny. Los imprecisos límites dificultaban aún más los posibles acuerdos de paz donde cada nación, Francia e Inglaterra, alegaba derechos inalienables. En el fondo, ni los colonos de ésta querían La colonización francesa en Norteamérica, 1700-1763 261 verse limitados entre e! Atlántico y la cadena montañosa, ni los de aquélla deseaban ceder una milla a unos enemigos seculares. La «conquista de! Oeste» fue calando cada vez más entre los dirigentes de las colonias británicas. Las autoridades coloniales francesas no eran ajenas al interés despertado en los dominios ingleses y por ello incrementaron e! número de puestos militares que conectaban e! río San Lorenzo con e! Mississipi. A mediados de! siglo· XVIII habría más de sesenta fuertes entre Montreal y Nueva Orleáns, se fortificaron algunos centros comerciales (como Vincennes en 1732), se fundó Crown Point en tierras de New York y se levantaron fortines en los ríos Allegheny y Ohio. Esta demostración de pujanza compensaba la creciente pérdida de influencia gala sobre algunas tribus indígenas atraídas hacia los ingleses por e! señuelo de una mayor calidad y cantidad de sus productos. A fin de reforzar aún más las posiciones, en 1749, e! gobernador de Canadá, La Galissoniere, enviaba un destacamento de canadienses e indios auxiliares al mando de Céléron de Bienville con la misión de dejar patente que e! valle de! Ohio pertenecía a Francia. La expedición fue depositando en diversos lugares, preferentemente en las uniones de los afluentes con e! curso principal de! río, unas placas señalizadoras. En 1752, los franceses, con ayuda de los chippewas y ottawas, atacaban a los miamis y destruían un puesto comercial establecido allí desde Pensilvania. Un año más tarde, e! entonces gobernador de Nueva Francia, marqués de Duquesne, hacía construir tres fuertes (Presque Isle, Le Boeuf y Venango) en cadena y antes de que los ingleses pudieran reaccionar, en 1754, levantaba el poderoso Fort Duquesne (la actual ciudad de Pittsburgh). Re!acionada con estas últimas fortificaciones se encuentra la figura de George Washington, e! primer presidente de los Estados Unidos. Con veintiún años fue enviado por e! gobernador de Virginia a Fort Le Boeuf para instar a los franceses que se retirasen de aquel lugar reivindicado como virginiano. Su misión, por supuesto, no tuvo el menor éxito, pues sólo e! empleo de la fuerza podría dar la carta de propiedad de los terrenos en litigio. En 1754 era de nuevo comisionado para fundar una plaza fuerte en un punto estratégico, la confluencia de los ríos Monongahe!a y Allegheny, pero grande sería su sorpresa al comprobar que justo allí, meses antes, había sido construido Fort Duquesne. Washington hubo de conformarse con establecer un campamento, llamado Fort Necessity, en unas tierras cenagosas a 70 kilómetros de! objetivo inicial, desde donde esperaba controlar los movimientos de los franceses. En un día de patrulla, Washington y sus hombres encontraron en Great Meadows a un destacamento galo. Por sorpresa, sin mediar provocación y existiendo paz entre las metrópolis respectivas, e! futuro presidente ordenó e! ataque en el cual perecerían el comandante galo (Mr. de Jumonville) y diez soldados, mientras que e! resto fue hecho prisionero. La represalia no podía tardar y desde Fort Duquesne 262 Historia de las Américas ~~"",oo",mr:~ ~~. ~ FT. MICHIPICTON STE. MARIE.~ ~~~~~ ¡o ~ - - UEBEC _ __ '""'"" ~~~~~~!~~~~~~E~~~~i~T~R;O'~SRi'V~'t~RE~S'11634i~ ~ FT. RICHELlEU, 1642- FT. D' HUILlIER~FT. BEAUHARNAIS, 1727 CROWN POINT, 1731 \ FT. SToNICOLAS, 1685 ; ~ ~t; MONTREAL, 1642 FT. TICONDEROGA, 1755 ~~~~~~~~~ FT. PONTCHARTRAIN, 1701 Fl. Sl. JOSEPH, 1697 Fl. DES MIAMIS FT. CREVECOEUR, 1680 FT SToLOUIS 1s82~ ~ " . '~~ MIAMI, 1764 .'\ ( FT. QUIATANON &2 ~ _FT. ORLEÁNS CAHOKIA, 1698 : FT. PICKAWILLANY FT. VINCENNES, 1731 KASKASKIA, 1700 J ........1' Fl. MASSAC • Fl. CHISWELL FT. PRUOHOMME ' l. ARKANSAS ' • FT. PRINCE GEORGE -'NATCHITOCHES FT. ROSAlIE BATON ROUGE = FT. CONDE ~FT. MAUREPAS...........Jt;CJIt' ~:-e;. ~NU~A ORLEÁNS '1 • FT. KING GEORGE ~ Territorio controlado ~ por las poblaciones francesas E3 CoI,)túzacitÍn }Tal/CfSa fll X",ceamérica ftl el siglo XVIII. Fl<fllce: Atlas Histórico-Cultural de América , [¡' //lO 11, p. 456. Las Palmas, 1988, de Morales Padrón, Francisco. tropas regulares e indígenas se abalanzaron sobre Fort Necessity que capitulaba el 4 de julio. Washington fue obligado a reconocer por escrito su responsabilidad directa en la muerte (l'assassinat, según los franceses) de Jumonville y luego liberado. Se saldaba así, aparentemente, este incidente; sin embargo, con él se había iniciado la guerra de los franceses y los indios, que dos años después se uniría a la de los Siete Años nacida en Europa. La disputa por los territorios de Luisiana ya no podía ser ocultada por más tiempo. Las contundentes respuestas de los franceses a las agresiones inglesas comenzó La colonización francesa en Norteamérica, 1700-1763 263 a atraer hacia su causa a algunas tribus indias indecisas; incluso la confederación iroquesa se planteó la posibilidad de romper su neutralidad, lo cual hubiera inclinado decisivamente la balanza a favor de Francia. Este temor llevó al gobierno inglés a financiar, en parte, una expedición al mando del general Edward Braddock, que, con ayuda de la milicia de las colonias, debería tomar Fort Duquesne. La campaña, en la que también participó Washington, fue un verdadero desastre: el 9 de julio de 1755, las fuerzas expedicionarias británico-virginianas cayeron en una emboscada mortal donde unos pocos franceses y varios cientos de indígenas aliados dieron buena cuenta de ellas. El propio Braddock encontró la muerte a consecuencia de las heridas recibidas en el combate. Esta victoria más otros golpes de éxito (como la toma de Fort Oswego en 1756) atrajo alIado francés a todos los indios del noroeste americano, hizo retroceder las fronteras de las colonias inglesas y obligó al abandono de muchas poblaciones limítrofes por miedo a las incursiones sangrientas de los aborígenes (costó verdaderos esfuerzos, por ejemplo, detenerlos en el valle de Shenandoah por las milicias virginianas). La situación cambiaría con el inicio y desarrollo de la guerra de los Siete Años y con la estrategia del primer ministro inglés, William Pitt, de desplazar a América gran parte del conflicto bélico para lo cual la superioridad naval era decisiva, y en ello Inglaterra tenía más ventajas. Los acontecimientos se sucedieron con suma rapidez. En 1758, tropas británicas tomaban primero Fort Frontenac en el Ontario y, en noviembre, Fort Duquesne ,( que pasaría a llamarse Fort Pitt en honor del canciller). Con ello quedaba rota la unión de Luisiana con Canadá, que junto al bloqueo de la marina inglesa provocaron la escasez de suministros para la población colonial francesa y la falta de artículos de trueque para ma~tener la alianza con las tribus indígenas, tan decisiva en los enfrentamientos anteriores. La Paz de París de 1763 ponía fin al conflicto: Francia entregaba a Inglaterra la Luisiana oriental -territorios al este del Mississipi- y cedía a España, en compensación por la pérdida de la Florida, la Luisiana occidental -la región situada al oeste del citado río. Desde su retiro en suelo francés, Bienville aún acertó a ver cómo los sueños de La Salle y de su propio hermano quedaban truncados para siempre en una tierra a la que todos -él mismo, inclusodedicaron tantos esfuerzos y años de vida. La expansión al oeste de la Nueva Francia En 1671, el francés Daumont de Saint-Lusson, representante del gobernador de Canadá, tomaba posesión en nombre de Luis XIV de todos los territorios situados al oeste de Sault Sainte-Marie (en el canal de comunicación entre los lagos Superior y Hurón). Es probable que los asistentes al protocolario acto, comisionados de la autoridad colonial y jefes de 14 tribus indias, no fueran conscientes de los miles 264 Historia de las Américas de kilómetros cuadrados que tal ceremonia ponía en manos, al menos en teoría, de Francia. El problema para esta nación surgiría cuando otros países, caso de Inglaterra, le discutiesen la validez del dominio, hecho que sucedió casi de inmediato (la pugna sería un pleito heredado, posteriormente, por los Estados Unidos y el Canadá británico, no resuelto hasta la mitad del siglo XIX) , Así, los ingleses crearon la Compañía de la Bahía de Hudson con una triple intención: reclamar las tierras descubiertas por este marino en 1610, cuando buscaba el paso del Noroeste; contener la expansión del imperio francés, y participar en el pingüe comercio de pieles. En muchas ocasiones, el interés por fortificar determinados puntos claves favorecía las exploraciones encaminadas ala búsqueda de un mejor control del territorio. A veces, los propios soldados de las guarniciones que se extendían a lo largo de los Grandes Lagos contribuían a los descubrimientos cuando desertaban de sus puestos para adquirir la manera de vida de los coureurs des bois, o cuando abandonaban momentáneamente los fuertes en busca de provisiones para hacer frente al invierno. También los ataques a los enclaves ingleses de la bahía de Hudson desde 1686 y, en especial, durante las guerras del rey Guillermo y de la reina Ana sirvieron para conocer m<;jor esta zona. En Nueva Francia coincidieron una gama única de personajes que favorecerán las expediciones por tierras desconocidas: los delegados de las compañias de comercio ansiosos por encontrar nuevas fuentes de abastecimiento de pieles; jóvenes nobles ávidos de aventuras; misioneros deseosos de llevar la palabra de Dios a todas las tribus salvajes y trotamundos de todas las clases sociales (hijos de oficiales, campesinos y vagabundos). Cada uno de ellos hallaba en esta experiencia la forma de dar salida a sus deseos de libertad e independencia, de rechazo a la vida metódica y asfixiante de la colonia. El placer del riesgo, .el celo religioso, la obtención de mayores beneficios comerciales y la curiosidad científica (la pretensión del hallazgo de una ruta hasta el océano Pacífico) fueron los móviles fundamentales que contribuyeron a dilatar los límites de la Nueva Francia y favorecieron las grandes empresas descubridoras. La penetración hacia el corazón del continente suponía la entrada en contacto con una gran variedad de tribus autóctonas. Los franceses se mostraron, en todo momento, proclives a la tolerancia de las costumbres de los indios y al conocimiento de las lenguas nativas, permitiéndole ello una mejor aceptación por parte de los aborígenes. No desdeñaron tampoco los casamientos mixtos y así fue frecuente encontrar poblados habitados por estos matrimonios dedicados al comercio peletero y a la agricultura. Nada mejor para la expansión de la Nueva Francia que esta política de enlaces y de convivencia con los aborígenes, sólo interrumpida con la llegada del q,bispo Laval, para quien las incursiones civiles -en especial de los coureurs des boís-:- únicamente servían para corromper a los indígenas vendiéndoles licor o enseñándoles los malos hábitos occidentales. La colonización francesa en Norteamérica, 1700-1763 265 Los viajes exploratorios estuvieron, por esta causa, interrumpidos durante años, salvo casos esporádicos. En 1688, Jacques de Noyon llega hasta el lago La Pltiie y establece las primeras relaciones comerciales con los assiniboines. Importante es también la labor realizada por Nicolás Perrot, que, emigrado a Canadá, estuvo al servicio de los jesuitas y los sulpicianos hasta convertirse en comerciante de pieles operando en la región de los Grandes Lagos (Green Bay). Su conocimiento de los territorios del oeste y de las lenguas nativas fueron aprovechados por los gobernadores canadienses (Frontenac y Le Fevre La Barre) para encomendarle diversas misiones: reconocimiento del curso alto del Mississipi, amistad con las tribus occidentales para combatir a los iroqueses y construcción de Fort Saint Nicolas. En 1686, Perrot levanta Fort Saint Antoine, en el lago Pepin, e inicia contactos con los sioux y otros pueblos comarcanos, empresa ésta que continuó hasta 1696. Sus últimos años transcurrieron como intérprete al servicio de la milicia, empleo que alternó con la redacción de sus memorias. Los primeros años del siglo XVIlI contemplan realizaciones parciales, tales como el establecimiento de un puesto con guarnición militar en el lago Nipigon o el avance por pequeños grupos hacia el río Winnipeg hasta alcanzar el lago del mismo nombre en 1731. En este mismo tiempo comienza sus andanzas uno de los grandes exploradores del oeste canadiense: Pierre Gaultier de Varennes, sieur de La Vérendrye (nacido en Trois-Rivieres, 1685, y muerto en Montreal, 1749). Luego de intervenir en la Guerra de Sucesión Española, regresa a Canadá y toma parte en expediciones por el norte del lago Superior. El ministro de marina francés le faculta para tratar de descubrir una ruta fluvial que, según los indígenas, conduciría hasta el Pacífico y así el contacto con China sería más fácil. Entre 1731 y 1738, La Vérendrye, sus hijos y el grupo de hombres que le acompañan establecen una cadena de centros comerciales entre Rainy Lake (Ontario) y Winnipeg (Manitoba), donde los obibuas, creeks y assiniboines poseían pieles y mapas rudimentarios con «caminos de agua» que conducían hasta el Mar del Oeste. Más que en una empresa descubridora, La Vérendrye convierte su misión en una actividad mercantil y, en cierto modo, colonizadora, aparte de contribuir a asegurar para Francia la posesión de los nuevos territorios vislumbrados. Con los emplazamientos bien situados y un buen ascendiente sobre las tribus indígenas, el tráfico peletero alcanzó cifras fabulosas: anualmente se enviaron a Quebec unas treinta mil pieles de castor, que de esta manera fueron detraídas a la inglesa Compañía de la Bahía de Hudson. El mantenimiento de esta situación, sin embargo, suponía la necesidad de conservar la amistad del mayor número posible de pueblos nativos, hecho de difícil realización. Con frecuencia, La Vérendrye intervino en los asuntos internos de estas naciones aborígenes, tratando de ampliar el ámbito de influencia; con ello pretendía aumentar los beneficios y compensar así la falta de apoyo financiero real. Esta política le obligó, muy a su pesar, a la toma de 266 Historia de las Américas partido por algún grupo en las continuas guerras que los enfrentaba, ganándose la gratitud de unos, pero, también, la enemistad de otros. La represalia de estos últimos no tardó mucho en llegar: en 1736, junto al lago de The Woods, el Padre Aulneau, el hijo mayor de La Vérendrye y 21 de sus hombres perecían a manos de los sioux . Pese a las dificultades, La Vérendrye continuó con su plan de establecer puestos de comercio en toda la llanura del Oeste utilizando los cauces fluviales para sus fines expansivos: hacia el Norte, por el río Winnipeg; hacia el Sur, por el Red River of the North, y hacia Occidente, por el Assiniboine; al fin, erige Fort Bourbon justo en el lugar donde el Saskatchewan penetra en el Cedar Lake. Sobre un mapa, la situación de estos enclaves estaba perfectamente estudiada y suponía una visión estratégica insuperable, pues se levantaban en los lugares precisos por donde los indígenas del interior acostumbraban a transitar, transportando sus pieles, con rumbo a la bahía de Hudson. Así, toda esta peletería pasó a poder de los franceses en vez de a los ingleses que sufrieron un sensible quebranto económico. Un avance lento, pero eficaz, permitió a La Vérendrye penetrar, en dirección Sur, en territorio de los indios mandan, hasta alcanzar (1738) sus poblados situados en la actual Dakota del Norte , a orillas del río Missouri. El año de 1742, dos de sus hijos, Pedro y Francisco, se internaron hacia Occidente, probablemente anduvieron por tierras de los Estados de Nebraska, Wyoming y Montana, y verían las primeras estribaciones de las Montañas Rocosas (enero de 1743); en su camino de regreso hicieron alto en un lugar próximo a la hoy ciudad de Pierre (Dakota del Sur), donde el 30 de marzo de 1743 situaron una placa de plomo reivindicando para Francia toda la región recorrida. Nunca antes hombre blanco alguno había llegado tan al Oeste , asumiendo, además, el coste total de una empresa que jamás dispuso de ayuda oficial (la Corona tenía absorbidos sus recursos por la guerra contra Inglaterra). No obstante los logros relatados, La Vérendrye tuvo que soportar las críticas de las autoridades francesas que le hacían responsable directo de las muertes ocurridas en el lago The Woods y le censuraban su fracaso en el descubrimiento de una ruta hacia el océano Pacífico. Enfermo y achacoso, aún le quedaron fuerzas para intentar una nueva penetración más allá de las tierras exploradas por poniente; sin embargo, la muerte le sorprendería cuando comenzaba su periplo, en Montreal, el 5 de diciembre de 1749. Los hijos de La Vérendrye continuaron con el plan trazado por su padre remontando el Saskatchewan hasta el punto en que el río se divide en dos brazos, si bien no continuaron adelante. La fundación de Fort Paskoyac (la actual The Pas)1 que aseguraba el dominio francés sobre el curso inferior del cauce fluvial, fue la única realidad constatable de la última expedición de esta gran familia canadiense de audaces pioneros. No parece que las exploraciones francesas, hasta el fin de la presencia gala en La colonización francesa en Norteamérica, 1700-1763 2h7 Canadá, se prolongaran allende los lugares transitados por La Vérendrye y sus hijos. En estos límites imprecisos, coincidentes con los confines del territorio dominado por los indios assiniboines, es posible que se levantaran dos fuertes de los que se tienen algunas noticias: Fort La Jonquiére (1751) y Fort La Come o SaintLouis (1753); ellos marcaban la frontera oeste de un inmenso imperio que se extendía por todo el subcontinente norte. Precisamente, esta grandiosidad provocará los choques jurisdiccionales con Inglaterra que se concretaron en una serie de enfrentamientos continuos hasta 1763. El final de la Nueva Francia Distintas circunstancias coincidirán en Norteamérica para poner fin al dominio francés sobre Canadá. La rivalidad entre las respectivas metrópolis empujará a los colonos de uno y otro país a sucesivas contiendas donde afloraban las diferentes concepciones religiosas, costumbres e intereses. Ni Francia podía cerrar todas las vías de penetración hacia los territorios por ella reivindicados en virtud del derecho de primer ocupante, ni Inglaterra estaba dispuesta a renunciar a la posibilidad de diseminarse por las vastas llanuras del otro lado de los Apalaches. Sólo en el interior del continente gozaba la población canadiense de una clara ventaja sobre la inglesa, en cuanto a la guerra se refiere. Allí, el conocimiento de una geografía accidentada, la ayuda de las tribus indígenas amigas y el empleo de los métodos de combate de éstas, más Optimos para la abrupta topografía que los clásicos europeos, le conferían una superioridad inigualable. Se explica así la precariedad de las posiciones británicas en las bahías de James y Hudson (Fort Charles, Fort Moose, Fort Albany y Fort Prince ofWales) separadas del resto del imperio y, por tantQ, cercadas, expuestas a caer en manos de los franceses (ya las tomó Chevalier de Troyes en 1686), constreñidas al litoral marítimo (salvo los tímidos intentos de avance protagonizados por Henry Kelsey en 1690-1692, que llega al país de los pies negros, y Anthony Hendey en 1754-1760) e incapaces de impedir que los canadienses se adueñaran de todas las pieles destinadas, en principio, a sus factorías. En la región del San Lorenzo y en la Acadia, la situación era muy distinta. La cercanía de las colonias inglesas, fuertemente pobladas (un millón y cuarto en 1756 y casi dos millones en 1763), el peligro de la confederación iroquesa y la supremacía naval británica que le permitía bloquear las vías marítimas o transportar rápidamente todo tipo de suministros, suponían unos serios inconvenientes para la supervivencia de Canadá. Los intentos de potenciar Nueva Francia no dieron resultados positivos: la emigración fue siempre muy tenue; la importación de esclavos negros tuvo en su contra el bajo poder adquisitivo de gran parte de los canadienses; ni la industria ni 268 Historia de las Américas la agricultura alcanzaron un desarrollo significativo, y el comercio de pieles, aparte oscilaciones, favorecía la dispersión de la población a consecuencia de la necesidad de buscar nuevas fuentes de abastecimiento en el interior del continente. Ante estas circunstancias, la estrategia de las autoridades de la Nueva Francia consistió en el fortalecimiento de todos sus posibles sistemas defensivos. En Cabo Bretón se levantó la ciudadela de Louisbourg; al gran número de franceses que quedaron en Acadia después de Utrecht se les incitó, con enviados civiles y religiosos, a mantener la lengua, las costumbres y la religión frente a la posible influencia inglesa, e igual se hizo con los micmac, los indígenas de la zona; los jesuitas, como el Padre Sebastián Rftle desde su misión de Norridgewock, instigaron a los abnakis en contra de los protestantes británicos de Maine; en Crown Point, junto al lago Champlain, se edificó un fuerte -así como Fort Niágara, junto a las cataratasque intentaba controlar el tráfico peletero con las tribus del Oeste arrebatándoselo al puesto comercial de Oswego, al otro extremo del lago Ontario, levantado un año antes (1725) por los tratantes de Albany y que ofrecía por las pieles precios más elevados y mayor cantidad de aguardiente; también sobre el río Wabash se construyeron dos fortines. Durante algún tiempo pudo mantenerse la estabilidad de la situación porque había muchos intereses en juego. Un conflicto bélico generalizado hubiera supuesto un contratiempo grave: para los indígenas, porque una guerra entre franceses e ingleses les hubiera privado de los productos europeos que recibían de ellos; para británicos y galos, porque un enfrentamiento entre los respectivos grupos aborígenes amigos habría interrumpido la circulación de pieles con las consiguientes pérdidas econ6micas de tan pingüe negocio. Además, en diversas zonas fronterizas, los colonos de Francia e Inglaterra mantenían unos activos intercambios mutuos para cuyo sostenimiento era necesaria la neutralidad, la independencia respecto de los conflictos que las metrópolis sostuvieran en otros ámbitos y lugares. Esta circunstanda se hizo más patente desde la guerra ,de la reina Ana y así los comerciantes de Albany pudieron seguir canjeando sus mercancías por el excelente castor canadiense, o bien se suministraban alimentos y utillaje a Louisbourg recibiendo en pago el fruto de la abundante pesca de la zona. La situación de equilibrio pacífico y de relaciones amistosas entre los colonos no era del agrado de las autoridades de Quebec ni de los gobernadores de New York, pero nada pudieron hacer en su contra durante algunas décadas. Sólo al final de la guerra del rey Jorge (de Sucesión Austríaca, en Europa) se desencadenaron las escaramuzas: desde Louisbourg, los franceses atacaron a los pescadores de Massachusetts y saquearon Annapolis Royal. Era la ocasión esperada por los grupos coloniales ingleses más radicales para tratar de poner fin a la presencia canadiense. Desde Connecticut, Rhode Island, New Hampshire y New York se enviaron hombres y pertrechos al gobernador en Boston, William Shirley, para la constitución La colonización francesa en Norteamérica, 1700-1763 269 de una expedición que fue puesta bajo el mando de William Pepperrell, un comerciante de Maine con cierta experiencia militar. El 24 de marzo de 1745 cerca de cuatro mil hombres embarcaban rumbo al Norte en la escuadra colonial inglesa a la que pronto se agregaron tres navíos de la armada británica. La tropa puso sitio a Louisbourg durante varias sell1anas hasta conseguir que el 17 de junio la guarnición de la plaza se rindiera ante la imposibilidad de recibir refuerzos y suministros debido al bloqueo impuesto por las naves de Inglaterra. La caída de la que se suponía inexpugnable fortaleza significaba una clara muestra de la precariedad de la Nueva Francia; para borrar esta sensación se organizó una flota (1746) con el objeto de recuperarla, pero las tormentas y las epidemias diezmaron a los buques y la misión fue un auténtico fracaso. La guerra continuó aún tres años, si bien las únicas acciones bélicas se limitaron a incursiones indias y a choques fronterizos que en nada cambiaron la situación anterior. El18 de octubre de 1748 se firmaba el Tratado de Aquisgrán que ponía término a la guerra del rey Jorge. Inglaterra se avino a la devolución de Louisbourg a cambio de que Francia hiciese lo propio con Madrás en la India; en este caso, Gran Bretaña valoró más sus intereses en el Lejano Oriente que en la América del Norte, con la consiguiente frustración de sus colonos americanos. Éstos pudieron comprender que en la política internacional de la metrópoli determinadas acciones quedaban supeditadas a otras conveniencias; era una lección que no olvidarían con facilidad. La decisión inglesa favoreció claramente a los franceses, que de no haber recuperado la plaza hubieran visto peligrar su presencia en Canadá; bien pronto, en consecuencia, trataron de asegurar sus posiciones con la reparación de los desperfectos de Louisbourg, la construcción de Fort Beauséjour en el istmo de Acadia y la intensificación de las exhortaciones a los acadianos para que se mantuvieran fieles a su patria. La población francesa de Acadia, precisamente, suponía un serio inconveniente para Inglaterra dada su oposición a admitir la soberanía británica. Al objeto de un mejor control de la península, en junio de 1749 se enviaron 1.400 colonos ingleses bajo el mando del gobernador Cornwallis para fundar Halifax, ciudad que creció con rapidez debido a la llegada de nuevos contingentes de pobladores. Los indios micmac y los acadianos franceses se mostraron hostiles hacia este intento de colonización anglosajona, forzando a las autoridades de Gran Bretaña a adoptar una resolución drástica: la deportación. A partir de octubre de 1755 comenzó la expulsión: entre 6.000 y 8.000 fueron distribuidos en las poblaciones que se extendían desde New Haven a Georgia; algunos regresaron a Francia; otros se aventuraron a marchar por selvas y montes con destino incierto, y un buen número, por último, consiguieron establecerse en Luisiana, en las costas del golfo, donde sus descendientes (conocidos como cajuns) forman aún hoy día unas compactas comunidades con unas costumbres y lengua propias. La dureza del destierro (recogida por H. W. Longfelow en su poema Evangelina) 270 Historia de las Américas -acto que no se hizo, por ejemplo, con los neerlandeses de Nueva Holanda- se vio atemperada en el transcurso del tiempo con la autorización a determinados acadianos de retornar a Nueva Escocia. Las relaciones anglo-francesas, sin embargo, iban volviéndose más tensas por instantes; en el valle del Ohio, los conOictos entre los colonos de ambas naciones habían desembocado, en 1754, en la guerra de los franceses y los indios; a la fracasada campaña de Braddock contra Fort Duquesne, se unió también un intento fallido del gobernador Shirley, de Massachusetts, de conquistar Fort Niágara; sobre Crown Point avanzó el general William Johnson (llamado el «jefe Mohawks» por sus estrechas relaciones con los indígenas) que, tras unos reveses iniciales, consiguió vencer a las tropas canadienses en la Batalla del lago George (8-IX-1755), al sur del lago Champlain, pero no logró la capitulación de la fortaleza, contentándose con la fundación de Fort Edward y Fort William Henry para asegurar dicha zona (en contrapartida, los franceses construyeron Fort Ticonderoga, al Norte de los dos anteriores); sólo el fúerte Beauséjour pudo ser tomado por el coronel John Winslow. La Guerra de los Siete Años y sus repercusiones en Norteamérica _ Así las cosas, en la primavera de 1756 estallaba la Guerra de los Siete Años en Europa, que de nuevo enfrentaba, a nivel mundial, a Inglaterra y Francia. Como comandante militar de Canadá fue designado el marqués de Montcalm, un excelente soldado con experiencia en los enfrentamientos bélicos europeos, hecho que contrastaba con la incapacidad de lord Loudon, el general en jefe de las tropas coloniales inglesas. Bien pronto se hicieron presentes estas diferencias y, en agosto, Montcalm se apoderaba de Fort Oswego, en la costa meridional del lago Ontario, acción que servía para desalojar a los británicos de las cercanías de los Grandes Lagos y 'asegurar para los franceses la lealtad de las tribus indias occidentales. Los británicos, por su parte, sólo pudieron destruir el poblado indígena de Kittanning, junto al río Allegheny y próximo a Fort Duquesne, y fracasaban humillantemente en su pretensión de ;ttacar Louisbourg debido a diversas causas (condiciones climatológicas adversas, falta de decisión, escaso apoyo y miedo a la derrota). Dado que gran parte de las fuerzas inglesas habían ido con Loudon a la frustrada campaña contra Louisbourg, Montcalm aprovechó la ocasión para planear un golpe audaz: la toma de Fort William Henry. En agosto de 1757 con 6.000 soldados y 1.500 indios puso sitio a la fortificación, que no tardó en rendirse. Así conseguía Montcalm contrarrestar los efectos de la victoria de Johnson de dos años antes en el lago George, aunque no pudo evitar la matanza indiscriminada de sus aliados indios sobre heridos, mujeres, niños y prisioneros en general (el suceso está recogido en la novela El último mohicano, de J. Fenimore Cooper). La colonización francesa en Norteamérica, 1700-1763 271 Esta situación favorable para Nueva Francia comenzó a variar con el nombramiento de William Pitt como ministro de la guerra inglés. Decidido a cambiar el curso de los acontecimientos, Pitt volcará todos su esfuerzos en la expulsión de los franceses de Norteamérica convirtiendo a este continente en el principal escenario de la guerra. Como primera medida planeó un triple ataque a las posesiones canadienses, a la vez que ordenaba a la marina real el bloqueo de Canadá, cuya población difícilmente podría subsistir sin suministros y refuerzos procedentes de la metrópoli. El primer objetivo, tras relevar del mando a Loudon, fue la captura de Louisbourg y para ello se despachó a una poderosa flota al mando del almirante Boscawen y 10.000 soldados a las órdenes del general Amherst. En siete semanas de combate, los británicos consiguieron la capitulación de la fortaleza el 26 de julio de 1758 y dar, con ello, un giro total a los acontecimientos. No fue ésta la única victoria inglesa, pues el coronel John Bradstreet, con unos tres mil hombres llegaba hasta el lago Ontario, lo cruzaba en una flotilla de pequeños botes, desembarcaba en la orilla canadiense y atacaba Fort Frontenac (hoy, Kingston). A los dos días de asedio, el fuerte se rendía y las comunicaciones entre Quebec y el valle del Ohio quedaban cortadas; era el 27 de agosto de 1758. Un mes antes, una expedición al mando del brigadier John Forbes, y con George Washington de oficial, había partido hacia el río Allegheny con la intención de capturar Fort Duquesne. Conocedores los franceses de esta incursión, abandonados por sus aliados indios y sin posibilidad de recibir ayuda, optaron por la destrucción del fuerte y su abandono. Cuando las tropas coloniales inglesas llegaron al lugar sólo encontraron ruinas, sobre las cuales erigieron Fort Pitt (actual Pittsburgh) en honor del ministro, y aseguraron el dominio sobre las tierras centrales norteamencanas. En el nefasto año de 1758, los franceses sólo habían conocido el éxito con ocasión del intento del general Abercrombie, paralelo en el tiempo al ataque contra Louisbourg, de tomar Fort Ticonderoga. En este fortín se encontraba Montcalm que con 4.000 hombres hizo frente a unas fuerzas cuatro veces superior, pero que operaban con esquemas muy anticuados. Los sucesivos asaltos al descubierto ordenados por Abercrombie fueron rechazados por los defensores de la ciudadela causando tal número de bajas que los supervivientes prefirieron retirarse. La victoria, sin embargo, no podía ocultar la irremediable pérdida de la Nueva Francia en cuestión de poco tiempo, dada su débil situación: la comunicación entre el San Lorenzo y el Mississipi había quedado rota con la caída de Fort Frontenac y Fort Duquesne (únicamente quedaba Fort Niágara que sería tomado el 25 de julio de 1759); el bloqueo británico estaba dando sus frutos impidiendo la llegada de navíos galos con provisiones (en Quebec se padecía escasez de alimentos debida a las malas cosechas, la comida estaba racionada y muchos animales eran un buen manjar sustitutorio); algunas tribus indígenas aliadas mostraban signos de defección ante el 272 Historia de las Américas ~~ ~04'~~ó' ~~~<?~ Cuartel General v)BEAUPORT Campa mento • Cuartel General de Lévis Cuartel General de Montcalm de Wolfe de Vaudreuil Cf>.MPf>.MEN10 FRA~ÉS Ataque del 31 de julio AMPAMENTO FRANCÉS --""""'Fortilicaclones .---J R. Sr. CHARLES ~ d:;~t¿S .~\r;,~ ~()~ SToPOCH"\. LLANOS DE ABRAHAM ~~\~ ~ •) QUEBEC Or- ~r-G OIJ~ LORENZO R. SAN PUNTA DE ORLEANS Ataque de Wolfe Campamento de Monckton Sitio de Quebec, 1759. Fuente: Historia del pueblo americano, tomo 1, p. 205, de Morison, S. E. cariz que tomaban los acontecimientos y por la interrupción de! suministro de artículos europeos; y entre Montcalm y Vaudreuil, e! gobernador general, surgieron rencillas; por resentimientos de éste sobre aquél, que en nada beneficiaban al territorio. El año de 1759, los franceses contemplaron un recrudecimiento de! asedio británico dirigido hacia tr~s frentes. La misma suerte que corriera Fort Niágara le sucedió a Fort Ticonderoga y poco después a Crown Point, abandonados ante e! acoso de las tropas mandadas por Amherst. Las trincheras canadienses hubieron de replegarse hasta la isla de las Nueces, en e! río Riche!ieu, pero la ofensiva sobre Quebec, e! tercer objetivo, era ya imparable. Una flota al mando de! almirante Saunders transportó, en junio, a unos nueve mil hombres a las órdenes del general James Wolfe aguas arriba del San Lorenzo hasta la isla de Orleáns. Montcalm era el encargado de la defensa de la ciudad y, aunque contaba con mayor número de fuerzas, rehuyó en principio el combate abierto decidiendo jugar con e! paso de! tiempo como baza estratégica (si el verano transcurría, la posición de los ingleses se haría insostenible durante el crudo invierno canadiense). Durante algún tiempo, los choques entre ambos ejércitos no inclinaban la contienda hacia un bando determinado. Wolfe consiguió pasar a sus tropas desde La colonización francesa en Norteamérica, 1700-1763 273 la isla de Orleáns, en la orilla sur, a la desembocadura del Montmorency, en la orilla norte del San Lorenzo. Los días transcurrían sin que los franceses dieran muestras de desaliento, pese a las malas noticias procedentes de Fort Niágara y del lago Champlain; los ingleses por su parte sufrían enfermedades, deserciones y temían que si las aguas del río se congelaban habrían perdido la ocasión. En septiembre, Wolfe aprovechó un descuido de la vigilancia francesa para llevar 5.000 hombres, en lanchas, hasta los llanos de Abraham, llanura situada al oeste de los muros que guardaban a Quebec. A Montcalm no le quedó otra opción que aceptar el enfrentamiento, que fue corto y decisivo para los británicos (a consecuencia de las heridas recibidas durante la lucha perecerían los jefes militares de ambos bandos). El gobernador Vaudreuil desistió de presentar resistencia y huyó a Montreal, permitiendo que, el 18 de septiembre, los ingleses entrasen en Quebec. Un penúltimo intento de Francia de resarcirse de este descalabro no tuvo éxito, pues la flota enviada en socorro de la ciudad fue destruida por la marina británica en la bahía de Quiberon en el mes de noviembre. No todo estaba aún perdido para Canadá si se empleaban bien las fuerzas acantonadas en Montreal, y parte de ellas fueron enviadas, en la primavera de 1760, hacia Quebec con el objetivo de recuperar la ciudad. El jefe de esta expedición, el caballero de Lévis, puso cerco a la ciudadela confiando en recibir refuerzos desde la metrópoli, pero las naves de Inglaterra impidieron que un convoy salido de Burdeos llegara a su destino. De nuevo se puso de manifiesto que el dominio de los mares había sido la baza determinante en el desarrollo de la Guerra de los Siete Años. Lévis desistió de su empeño y regresó a Montreal , donde iban a producirse los últimos acontecimientos. El 8 de septiembre de 1760,. Vaudreuil rendía la ciudad al general Amherst, ante la deserción de gran parte de franceses y canadienses. Detroit capitulaba el 29 de noviembre y, sucesivamente, todos los puestos y fuertes galos situados en la región de los Grandes Lagos. Durante las negociaciones previas a la Paz de París de 1763, que puso fin a la Guerra de los Siete Años, Inglaterra dudó si restituía a Francia los territorios canadienses o Guadalupe y Martinica. Al final se inclinó por la reintegración de éstas y la retención de aquéllos, debido, principalmente, al interés de los comerciantes de adueñarse por completo del tráfico de pieles y al temor de los plantadores de azúcar ingleses en el Caribe de que la incorporación al sistema colonial británico de las dos islas antillanas, muy fértiles en caña, pudiese inclinar a la baja el precio del producto y alterar la organización económica ultramarina. De esta manera, después de poco más de siglo y medio, la Nueva Francia había dejado de existir para siempre. El imperio forjado por Champlain, La Salle y tantos otros hombres quedó reducido a las islas de Saint Pierre y Miquelon e islotes adyacentes (unos 250 kilómetros cuadrados de superficie total), frente a la costa 274 Historia de las Américas meridional de Terranova, convertidas en bases para las flotas faenadoras, pues los derechos sobre la pesca en la zona fueron respetados. Eran los únicos vestigios de la otrora importante presencia francesa en los inmensos territorios de Norteamérica. Inglaterra: Bermudas Virgen SI. Kitts Nevis Montserrat Tobago Grenada Barbados Granadinas Barbuda Antigua Dominica S. Vicente, Guayana Holanda: Aruba S. Eustaquio Curayao, Guayana Francia: SI. Pierre-Miquelon Guadalupe Martinica Sta. Lucía Guyane El Nuevo Mundo en 1763. Fuente: Atlas Histórico-Cultural de América, tomo 11, p. 591. Las Palmas, 1988, de Morales Padrón, Francisco. La colonización francesa en Norteamérica, 1700-1763 275 La organización colonial de la Nueva Francia El desarrollo del Canadá francés tuvo su máximo apogeo durante el siglo XVIII, aunque el proceso se vio interrumpido por la cesión a Inglaterra en 1763. No deja de sorprender que la población pasase de 15.000 habitantes en 1700, a 50.000 en 1750, debido al crecimiento natural y a la inmigración, y que en el año de la firma del Tratado de París ascendiese ya a unas 65.000 almas. Con todo, apenas alcanzaba, en global, el mismo número de personas que vivían en la vecina provincia inglesa de New York. La falta de datos dificulta la realización de un estudio demográfico completo; aparte del trabajo de J. Henripin sobre La population canadienne au début du XVIII' siecle, únicamente encontramos referencias aisladas que no completan las series estadísticas mínimas. Población Sabemos que la población se extendía desde Montreal a Rimouski, los dos extremos, a lo largo de unos 400 kilómetros sobre las dos márgenes del río San Lorenzo. En 1721, los habitantes se agrupaban en 82 parroquias (48, en la ribera izquierda, y 34, én la derecha); de tal manera que la región presentaba el aspecto de una línea continua de señoríos, viviendas y haciendas, comprendidas entre los inicios del bosque y la orilla del cauce fluvial, mucho más evidente hacia 1763. Los dos centros principales eran Quebec y Montreal, los únicos que podían merecer el nombre de ciudades; la primera pasó de tener 1.800 personas, en 1713, a unas 8.000, en 1760, y su importancia le venía dada por ser la capital del país, sede del gobierno regional y disponer de un importante puerto para la comunicación con Francia; la segunda, también con un fondeadero, era la puerta hacia los territorios del Oeste y famosa por su mercado de pieles (hacia 1760 tendría unos mil vecinos). A medida que nos adentramos hacia el interior del territorio, las referencias se tornan más aleatorias. En 1748, con el comienzo de la colonización del valle del Ohio, Detroit alcanzaba los 1.000 habitantes cuando cuarenta años antes no llegaba a los 200. La explotación agrícola de las fértiles tierras centrales del interior favoreció el aumento de población; en los puestos comerciales fortificados de Chartres, Orleáns y Vincennes, en Illinois, se habían organizado unos seis poblados, donde, en 1750, vivían unos mil franceses casados con mujeres indias y dedicados al cultivo de cereales y al comercio. Del resto de fuertes, aldeas y lugares de trato del tráfico peletero, poco o nada conocemos; deberían ser sitios de guarnición reducida y población escasa, frecuentados continuamente por tramperos y coureurs des bois, y a expensas siempre de la ayuda de las tribus aborígenes con algunos de cuyos miembros femeninos establecerían lazos familiares. 276 Historia de las Américas El comienzo del incremento de la población canadiense puede situarse en 1713, al final de la guerra de la reina Ana. A partir de este año parece que se estancan, aunque no desaparecen del todo, algunas de las causas que provocaban el descenso demográfico: enfermedades epidémicas, ataques indígenas o tendencia a la internación en las regiones deshabitadas del Oeste. Pese al período de bonanza, no faltaron determinados momentos críticos que de alguna manera repercutieron sobre los habitantes: en 1729, un riguroso invierno, seguido de una fuerte hambruna y una escasez de víveres, causó la muerte de numerosas personas, mientras gran parte de los supervivientes hubo de sustentarse de raíces; en 1732, las inundaciones y los temblores de tierra asolaron la región. Siempre hubo falta de pobladores en Canadá, y esta deficiencia se vio acentuada con la prohibición expresa de emigrar a algunos grupos concretos, como los hugonotes. De 1608 a 1663, tiempo en el que las compañías fueron las encargadas del transporte de colonos, sólo consta la llegada de 1.200 personas; de 1663 a 1671, ya con la colonia bajo el poder real, se produce el período de mayor inmigración con el envío de 2.500 individuos; de 1671 a 1740 arribarían una media de 50 sujetos por año; en los últimos veinte años, unos 3.500 franceses se desplazarían desde la metrópoli a tierras americanas. Ante la falta de respuesta para la partida a ultramar, el gobierno dictó una serie de medidas para favorecer el trasvase: la licencia y un año de paga a los soldados que se casaban y permanecían en el territorio canadiense; asignación de una subvención (50 libras) a las jóvenes casaderas que consentían en desplazarse a la colonia; traslado forzoso de condenados por delitos comunes (como se había hecho en las colonias inglesas y en la propia Luisiana), contrabandistas, falsos salineros y cazadores furtivos, a los cuales la expatriación evitaba el castigo de galeras (de este modo, de 1728 a 1749, fueron desterrados 1.000 reos, la mayor parte acusados de haber conculcado las disposiciones reales). Todas las providencias tendentes al fomento de la emigración a Canadá no crearon las expectativas deseadas, en parte porque se partía del principio de que había que poblar la colonia sin despoblar Francia, y ello limitaba las posibilidades, y en parte por la desfavorable imagen que se tenía en la metrópoli del territorio americano. Si en ciento cincuenta años sólo se trasladaron unos diez mil individuos, en buena medida fue debido a las condiciones reales del país (el sistema señorial imperante; la situación de guera casi continua; los ataques de los indígenas; el duro clima: nous passons tout d'un coup d'un gran froid el un gran chaud, et d'un grand chaud ti un gran froid, en palabras del gobernador Boucher, de Trois-Rivieres) y en buena medida a un cierto grado de desconocimiento metropolitano sobre la región canadiense que llevaba a la especulación acerca del canibalismo de los aborígenes; de las costumbres salvajes de su sociedad; de la imposibilidad del retorno o de los peligros de todo tipo que acechaban a quienes osaban desplazarse a tierras americanas. Los datos expuestos conducen a la conclusión de que el incremento demográfico La colonización francesa en Norteamérica, 1700-1763 277 de la Nueva Francia no procedía tanto del aporte humano de las distintas regiones francesas (Normandie, Ile-de-France, Poitou, Bretagne, Anjou, Champagne, Picardie, entre otras y por orden decreciente de importancia), como de una fuerte natalidad de la población asentada en Canadá. El estudio de Henripin señala una tasa de crecimiento anual superior al 30 por 1.000, cota altísima para una época donde sólo, excepcionalmente, algunas colonias inglesas alcanzaban el 20-25 por 1.000 y en Europa rara vez se llegaba al 10 por 1.000. Las causas que justifican esta tasa poco c~mún son varias: el arraigado catolicismo favorecedor de grandes familias y una prole abundante, la necesidad de disponer de numerosos hijos que colaborasen en las tareas domésticas y en la defensa contra los británicos y los indígenas, la abundancia de tierras por colonizar y la miscigenación. El gobierno, además, decretó una serie de disposiciones tendentes a la consolidación y aumento de la población canadiense: limitación de la proclividad de los colonos a diseminarse por el territorio, evitando que quedaran a merced de las matanzas de los aborígenes; rechazo de la forma de vida de los coureurs des bois castigados con penas severas por su actitud, pero amnistiados si consentían en asentarse y casarse; concesión de 20 libras a los jóvenes que contraían matrimonio antes de los veinte años y otro tanto a las jóvenes que lo hacían con menos de dieciséis; subvención de 300 libras por año al cabeza de familia con 10 hijos y 400 al que tenía 12; limitación para la participación en el comercio de pieles a los va/antaires que no desposaban con las filles du rai en los quince días siguientes a la llegada de éstas a Canadá. El propio Colbert hubiera deseado medidas más radicales para multiplicar rápidamente la población de la colonia: imposición del matrimonio obligatorio; multa a los padres culpables de no haber casado a sus hijos a las edades estipuladas; pretensión de reducir en dos años (dieciocho para los varones y catorce para las mujeres) la edad de nupcias. Esta política tendente a una potenciación del crecimiento vegetativo explica que si, en 1635, Nueva Francia contaba con 250 habitantes, en 1763 disponía ya de 65.000, si bien proporcionalmente a las dimensiones del territorio ocupado, esta cantidad era insignificante. Saciedad Las peculiaridades del poblamiento de Canadá configuraron una sociedad de unas características muy particulares. Se ha dicho que no existía, como en otras colonias y en naciones del Viejo Mundo, una estructura social piramidal. La forma de vida, el desarrollo del país, las actividades y ocupaciones fueron, durante mucho tiempo, similares para todos o casi todos. Antes de que se estableciera un ejército permanente, donde muchos jóvenes encontraron una nueva expansión a sus inquie- 278 Historia de las Américas tudes, los hijos de las familias más distinguidas trabajaban en el comercio o la agricultura igual que cualquier otro habitant. Incluso las mujeres pertenecientes a estos grupos destacados participaban de las mismas labores: las hijas del señor de Saint Ours, antiguo capitán del regimiento de Carignan-Salieres, tomaban el arado, labraban el campo y cortaban las mieses; la esposa y las hijas de Mr. Le Gardeur de Tilly, consejero del Consejo Superior de Quebec, «labourent la terre tous les jours comme les vignerons»; la marquesa de Denonville, cónyuge del gobernador general en Quebec, tenía en su castillo residencial un almacén donde vendía gran variedad de mercancías. Se podría negar la existencia de una nobleza en Canadá si la entendemos como una clase privilegiada, distinta y separada de las otras, pero no es éste el caso. Ni las costumbres, ni las instituciones favorecían la inmovilidad social de una población en continuo cambio. El segundo obispo de Quebec, Saint Vallier, se vanagloriaba de haber convertido, gracias a sus desvelos, a algunos hijos de criados del seminario en destacados escribanos del rey y notarios, situándoles así en una categoría muy superior a la de origen. El propio intendente Talon solicitaba, para estímulo de la colonización, una amplia concesión de marquesados, condados, cartas de nobleza y medallas para premiar a aquellos que realizaran grandes empresas o descubrieran nuevas tierras, minas o bosques, y a quienes la obtención de dinero no les satisfaría por completo. Incluso se pidió que todos los oficiales llegados con las tropas expedicionarias y cualquiera que hubiera contribuido de forma destacada a la consolidación del país recibieran su correspondiente título. Tanto el rey como Colbert se mostraron reticentes a estas peticiones y expidieron los despachos nobiliarios con parslmoma. La dilatoria actitud real y las características de la sociedad canadiense hicieron que un gran número de habitantes, en un momento determinado, se considerasen a sí mismos como hidalgos o ennoblecidos; bastaba luego tan sólo el reconocimiento de la opinión pública para que dicha calidad se mantuviera ya como incuestionable. De esta manera podría decirse que en Canadá podía ennoblecerse quien quería y cuando quería, siempre que los demás y el propio interesado lo creyeran. Es frecuente encontrar alusiones a las dificultades para la distinción de los nobles supuestos de los verdaderos, dado que «la plupart des canadiens se fesant gentilshommm. Aunque hubo algunas confirmaciones de estas noblezas figuradas, el resto se conformó con actuar como correspondía a un patricio en todos los actos en los que participaba hasta que al cabo de los años era admitido como tal; sus hijos recogían esta herencia, la iban transmitiendo de generación en generación y la convertían así en permanente. Aquellos que recibieron títulos legales o que llegaban a Nueva Francia con ellos, los hacían registrar ante el Consejo soberano o ante notario, pero no parece que, en términos generales, gozaran de una consideración superior a la de los «aristócratas» de la tierra. La colonización francesa en Norteamérica, 1700-1763 279 Suele afirmarse que esta situación social fue producto de la precariedad de la colonia, sujeta a ataques sorpresas de los indígenas y de los ingleses. El sentimiento de peligro hizo que militares, mercaderes, señores, colonos, pobres y ricos mantuvieran unas relaciones estrechas y fraternales, de tal manera que en todos germinó la idea de igualdad como único camino para preservar al país y a ellos mismos. Si en algunos lugares se mantuvieron las diferencias de clase, al poco tiempo, la mezcla de sangre puso fin a esta separación. Muchos segundones de familias señoriales, en una o dos generaciones, acababan identificándose con sus censitarios, tomaban esposa de entre ellos y se convertían en agricultores como cualquier otro habitant. Del mismo modo, un oficial militar metropolitano o un gentilhombre de nobleza reconocida no se sentían deshonrados por matrimoniar con la hija de un cultivador o de un mercader, aunque ésta no dispusiese de una gran dote que aportar al casamiento. De 1665 a 1760, Nueva Francia fue, ante todo, una colonia agrícola y peletera donde también ejercían otros profesionales: jueces, abogados, artesanos, comerciantes, servidores, militares, entre otros. Como todos los grupos tendían a mezclarse, y por ello es arriesgado hacer diferenciaciones, pero si consideramos que habitant equivale a agricultor, la mayor parte de los canadienses podían considerarse como habitants; existían además los engagés o volontaires, contratados para trabajar para los habitants y compañías del comercio de pieles. Algunos de estos engagés podían convertirse, al cabo de los años, en habitant (condición análoga a la naturalización) si cumplían alguno de los dos siguientes requisitos: primero, que su esposa se trasladase a Canadá, si se había casado en Francia, y que comprase una propiedad valorada en-1.000 ó 2.000 libras; segundo, contraer matrimonio con una canadiense y vivir más de dos años en el territorio. Así, en teoría había dos grupos de pobladores, pero en la práctica tendían a la unificación. El paso siguiente podía consistir en el intento de convertirse en hidalgos: desde 1636, los jesuitas reflejan en sus relaciones el hecho de que los engagés ou gens de travail llegados desde la metrópoli «Se disent ... gentilshornrnes.» Evidentemente, las pretensiones de capilaridad social se manifestaban en todos los grupos. La condición de habitant implicaba una serie de privilegios: sus armas y ganado no podían ser embargados; tenían el derecho de comerciar con los indígenas del interior para la obtención de pieles; gozaban de libertad para cazar y pescar, y no podían ser encarcelados o arrestados sin una orden expresa del gobernador general o una sentencia del Consejo Superior. El término habitant, por tanto, significaba ciudadano canadiense con plenas prerrogativas y, en este sentido, un comerciante, un magistrado, un artesano, un militar, un señor eran legalmente habitants si reunían las condiciones requeridas. En Canadá, sin embargo, la expresión habitant tenía también una doble acepción: el propietario de un dominio rural, que vivía en la tierra que explotaba, y el colono o censitario de un señor (hacendado). 280 Historia de las Américas Aunque Richelieu quiso que Nueva Francia fuera una colonia feudal, no lo consiguió del todo. El señor era el encargado de poblar un territorio donado por el rey, pero no el jefe de la comunidad o parroquia; los colonos sólo reconocían como tal al capitán de milicias o capitán de parroquia, comisionado por el gobernador general, pero nombrado tras su designación por ellos mismos. La confianza mutua era necesaria dados los peligros que acechaban a las poblaciones canadienses. Las funciones del capitán consistían en el control de su compañía, compuesta,por todos los hombres, entre dieciséis y sesenta años, aptos para el servicio; era, además, el encargado de ejecutar las órdenes de los intendentes y gobernadores, con lo cual sus atribuciones sobrepasaban el ámbito puramente militar. Costumbres. Cultura Durante mucho tiempo, Canadá representó para los franceses el único lugar donde podían manifestarse libremente y-enriquecerse rápidamente . De ahí que en su suelo se dieran cita todo tipo de aventureros, jóvenes deseosos de prosperar con el tráfico de pieles, personas ansiosas de que la fortuna les librara del trabajo; ello, unido al envío de mujeres de dudosa moralidad y presidiarios, hizo que la imagen que se tenía en la metrópoli de la colonia no fuera muy positiva. Es cierto que la llegada de estos hombres, convertidos muchos de ellos en coureurs des bois, dio paso a unas costumbres poco recomendables, de las cuales la inclinación a la bebida y al juego fueron quizá las más perniciosas. Raro era el lugar donde no abundaban las casas dedicadas a la venta de alcohol, que causaba los estragos correspondientes. En Trois Rivieres, de 25 casas, 18 expedían vino, aguardiente o coñac, y la misma proporción podía señalarse para Quebec y Villemarie (1685); en Montreal, en 1694, una borrachera general finalizó con la destrucción de la misión de San Sulpicio de la Montaña; según el gobernador general, Mr. Denonville, en veinte años, el licor había exterminado al 95 por 100 de la población iroquesa cristianizada, cercana a los enclaves franceses. El mal, muy arraigado, fue difícil de erradicar. Los ejemplos expuestos, sin embargo, no son generalizables. En algunas informaciones recibidas desde Nueva Francia se nos habla de un comportamiento de la población muy alejado de las costumbres bárbaras reseñadas, de la existencia de tanta urbanidad como en la metrópoli, del gusto por el lujo y los placeres delicados, del interés por el arte y la literatura. En Canadá trabajaron artistas muy esmerados, alarifes, arquitectos y escultores de gran mérito (en obra sobre madera y piedra destacaron Noel y Pierre Levasseur, y Nicolás Bellin por sus grabados en planchas de cobre y plomo). A raíz de la polémica entre el gobernador Frontenac y el obispo Saint-Vallier por la representación del Tartufo, cesaron las escenificaciones teatrales; los habitantes canadienses debieron conformarse con la lectura de obras, que, por la falta de imprentas, eran importadas de Francia. Sólo los centros de la institución La colonización francesa en Norteamérica, 1700-1763 281 eclesiástica poseyeron bibliotecas dignas de tal nombre, pues las particulares fueron excepcionales (el hidrógrafo real Jean Deshayes poseía, en 1706, una de 40 volúmenes, conocida, precisamente, por su singularidad); no obstante, hubo afición a la lectura y los libros circularían de mano en mano. Educación. Iglesia La educación en Canadá estuvo en manos de las congregaciones religiosas: jesuitas, sulpicianos, recoletos y ursulinas, principalmente, la preocupación de los obispos Laval y Saint-Vallier, y algunas iniciativas particulares, generaron expectativas muy fructíferas. En Quebec había varias escuelas primarias, secundarias, de artes y oficios, el seminario menor y el colegio de los jesuitas de enseñanza media (con 130-140 alumnos); la escuela de Saint Joachim, que atendía la zona rural cercana a la ciudad, impartí,a estudios de hidrografía, matemáticas, marquetería y pintura. En Montreal existían dos escuelas, enseñanza de fortificación y navegación, y un instituto creado por los hermanos Charron. Otros centros de la misma índole podían encontrarse en Fort Frontenac, La Prairie, Lachine, Port Royal (en Acadia), Sainte-Famille (Ile d'Odeans) y en diversas poblaciones de la región. Suele destacarse el elevado nivel educativo de las mujeres canadienses, superior al de los hombres, gracias al desvelo de las monjas ursulinas y de las hermanas de la Congregación de Natre-Dame. La Iglesia también se ocupó de la asistencia sanitaria y de la ayuda a pobres y necesitados. En 1693, en Quebec se atendían enfermos y ancianos en el hospital general; en 1702, las ursulinas fundaban otro hospital en Trois Rivieres; y, en Montreal, Jean Fran¡;ois Charron disponía de un hogar para indigentes. Desde 1688, en las principales ciudades se habían establecido servicios de socorro a los desvalidos. La institución eclesiástica se preocupó en especial de fomentar la conveniencia de una vida familiar ejemplar y de la evangelización de los indígenas. En el primero de los casos debía tratar de evitar la penetración entre los pobladores de las costumbres perniciosas transportadas por algunos díscolos emigrantes, y enfrentarse a la degradación de las normas de convivencia producto de las duras condiciones de habitabilidad de la colonia. La labor evangélica entre los aborígenes fue ejemplar y causa de frecuentes conflictos con las autoridades civiles. Los intereses políticos, militares y comerciales impedían, a juicio de las órdenes religiosas, una adecuada conversión de los indígenas; de ahí su interés de preservarlos de todo contacto con los tramperos, coureurs des bois y agentes gubernamentales, perturbadores de las buenas costumbres e introductores de la nefasta afición por el aguardiente. No obstante, la interrupción de las comunicaciones con las tribus, desde el punto de vista oficial, cercenaba el lucrativo comercio de pieles y tenía el peligro de empujar hacia la órbita inglesa a las naciones 182 Historia de las Américas indias tan necesarias en caso de enfrentamiento armado. La pugna entre los dos grupos, el civil y el eclesiástico, no se resolvió satisfactoriamente para ninguno durante el tiempo de presencia francesa en Norteamérica, aunque la presión de los obispos de Quebec sobre el rey hiciera inclinar, a veces, la balanza a su favor. La expansión de la frontera fue posible, en cierto modo, a causa del celo evangelizador de los religiosos. Las misiones se extendieron por todo Canadá y multitud de pueblos salvajes fueron catequizados (abnakis, kennebeques, etchemines, iroqueses, oneidas, miamis, kaskaskias, cahokias, misouris o tamarúas, entre otros). Las pruebas de heroísmo, abnegación y sacrificio dadas por los misioneros en el desempeño de su tarea apostólica suplen, con creces, algunas muestras de relajación de determinados miembros del clero como, por ejemplo, el absentismo de ciertas altas jerarquías o la incitación alodio contra los británicos. El clero secular, ya en el siglo XVIII, consiguió una mejor organización de la vida religiosa de las parroquias y penetró en las zonas rurales más apartadas, aunque su escaso número (en palabras del coadjutor de Quebec, «no es fácil encontrar en Francia sacerdotes de una cierta reputación que quieran decidirse pasar al Canadá») y las dificultades de desplazamiento, por la ausencia de rutas o caminos, obstaculizaban sus objetivos. Gobierno colonial El gobierno de la colonia continuó con idénticas pautas a las existentes durante el siglo XVII. De 1703 a 1763, el país estuvo regido por un COllsejo Superior compuesto por el gobernador general, el obispo, el intendente, un procurador general, un escribano, doc~ consejeros y cuatro asesores; todos los cargos necesitaban de un · nombramiento real. El gobernador general era el primer dignatario, con jurisdicción exclusiva sobre los asuntos militares, relaciones exteriores con los dominios de otras naci~nes europeas en América y el trato con los indígenas; solía residir en Quebec y disponía de lugartenientes en Montreal, Trois Rivieres y Cabo Bretón. Según parece, en el siglo XVIII no se encontraban con facilidad cortesanos dispuestos a desempeñar este empleo que años antes hubiera provocado la envidia de muchos. El intendente controlaba todo lo referente a la administración interior: economía, orden, justicia civil y criminal. La parroquia era la división administrativa básica de la vida canadiense y, en general, contaba con un sacerdote, un juez y un capitán de milicias. . Economía La agricultura no consiguió el desarrollo esperado debido a diversas causas. El sistema señorial establecido fue poco eficaz y si bien durante el siglo XVIII se La colonización francesa en Norteamérica, 1700-1763 283 distribuyeron muchos señoríos entre oficiales y comerciantes (algunos se dedicaron a cultivar ellos mismos la tierra), la mayor parte acabó por la ocupación en otras actividades. A partir de 1711 se reguló que la falta de explotación de un terreno entrañaba la pérdida de la concesión, tanto si se tratara del señor, del habitant, como del seigneur-habitant, pero esta disposición no mejoró la economía agrícola. Había una gran carencia de medios en el campo; con unos rudimentarios arados y rastrillos se obtenía maíz, trigo, avena, cebada y, en menores proporciones, centeno, lino, cáñamo y tabaco, que con frutas y hortalizas apenas cubrían las necesidades básicas de la población. Con esta situación, quien pudo intentó alistarse en el ejército para asegurarse un sueldo fijo o se lanzó a la aventura de la búsqueda de pieles, verdadera causante del estado deplorable de la agricultura y de la industria. El incremento del éxodo rural, desde 1740, hacia las ciudades con la esperanza de encontrar otro tipo de trabajo obligó a la prohibición del abandono de la campiña (1749), que a todos sus problemas unía las negativas condiciones climáticas de la región. La actividad económica que suscitó mayor interés fue el comercio de pieles. Sucesivamente organizado y reorganizado, el negocio fue siempre objeto de privilegios y, por tanto, de disputas por su obtención. Las pieles eran suministradas por los indígenas que podían elegir entre venderlas a los francocanadienses o a los británicos; éstos ofrecían hasta dos y tres veces más productos europeos de trueque a fin de romper el monopolio que aquéllos tenían. La trata peletera producía altos beneficios, pues el precio de la venta superaba ampliamente al de compra; la diferencia entre uno y otro servía para pagar los gravámenes oficiales y para el enriquecimiento de quienes disfrutaban de la exclusiva. Si el tráfico hubiera sido libre, las posibilidades de financición del desarr~lIo de la colonia habrían sido más efectivas, pero sólo supuso la fortuna para un grupo concreto. En Trois Rivieres hubo minas de hierro que hacia 1750 producían lo imprescindible para las necesidades locales, aunque con pérdidas. La explotación forestal no fue rentable hasta que comenzaron las exportaciones a Francia; en Quebec llegaron a funcionar unos astilleros con mediana actividad. En Cabo Bretón y Terranova destacó la pesca de bacalao, ballena y marsopa. A la metrópoli y a otras colonias francesas se expidieron pieles de castor, nutria, marta y visón, trigo, madera y aceite de foca y marsopa (en 1722 se contabilizaban 22 pesquerías); a cambio se recibía vino, aguardiente, especias, tejidos y diversas manufacturas. Las exportaciones aumentaron de 100.000 escudos, en 1714, a 2.650.000 francos, en 1749. El Padre Charlevoix opinaba, en 1720, que había pocos habitantes ricos en la colonia y no parece que hubiera grandes fortunas antes de 1748. Los capitales significativos estaban en manos de los comerciantes que ·podían movilizar decenas de miles de libras; en los últimos años de la presencia francesa en Canadá, algunos disponían de hasta 100.000 libras. El circulante era, por lo general, papel-moneda, es decir, dinero fiduciario (la piel de castor llegó a utilizarse como elemento de 284 Historia de las Américas pago en determinadas transacciones económicas). A partir de 1685, el numerario metálico casi no existía y el papel era escaso; en este último (llamado monnaies de Carte) se efectuaron todas las operaciones de negocio relacionadas con el comercio peletero y en los primeros años del siglo XVIII perdió la mitad de su valor, porque la metrópoli, que lo había emitido, no estaba en condiciones de respaldarlo. En ciertos ambientes franceses circulaba la idea, defendida vigorosamente por el propio Voltaire, que Canadá costaba mucho y aportaba poco. En este sentido, la cesión de la colonia, en los preliminares de la Paz de París, parecía una decisión adecuada para poner fin a una sangría de hombres, dinero y medios. Esta opinión, sin embargo, no era general. Los comerciantes de La Rochelle, los mercaderes de Bordeaux, los centros manufactureros de tejidos del Languedoc, del Poitou y de Bretaña tenían la opinión contraria, pues se beneficiaban de un activo tráfico con la colonia. Cuando la entrega a los ingleses parecía inminente, trataron de presionar al gobierno a fin de evitarla, insinuándole la continuación de la guerra que ellos estarían dispuestos a sufragar. Pese a todo, no pudieron evitar la firma de los acuerdos donde sólo se conservaba, aparte de dos islas, los derechos sobre la pesca en el gran banco de Terranova y ello, como decía el ministro Choiseul, porque de no haber preservado las pesquerías, le habrían lapidado en las calles de París. La colonización francesa en Norteamérica, 1700-1763 285 Orientación bibliográfica BERNARD, Antoine: Histoire de la Louisiane dés ses origénes a nos jours. Quebec, 1953. BONNAULT, Claude de: «El Canadá y la opinión pública en la Francia del siglo XVIlI (17001763)). Anuario de Estudios Americanos, vol. XII, pp. 381-415. Sevilla, 1955. -: Histoire du Canada Franc;ais (1534-1763). París, 1950. -: «La Constitution social e du Canada». Revista de Historia de América, núms. 37-38, pp. 1-44. México, 1954. . GASGRAIN, H. 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