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Reseñas
de lecturas sobre
geopolítica y
economía global
The Rise of the Robots: Technology
and the Threat of Mass
Unemployment
Ford, Martin, (2015), Oneworld Book, Gran Bretaña.
“La alarmante realidad es que si no reconocemos las implicaciones
del avance de la tecnología y si no nos adaptamos, nos
enfrentamos a una “tormenta perfecta” en la que los efectos de la
desigualdad en alza, desempleo tecnológico, y cambio climático se
desarrollan en paralelo, y en cierto modo, se amplían y refuerzan
mutuamente. Sin embargo, si logramos que el avance de la
tecnología se convierta en una solución –sin dejar de reconocer y
adaptarse a sus consecuencias para el empleo y la distribución de
ingresos– es probable que el resultado sea mucho más optimista.
Negociar un camino a través de estas fuerzas enredadas y elaborar
un futuro que ofrezca seguridad y prosperidad generalizada puede
ser el mayor desafío de nuestro tiempo.”
Sinopsis
La llegada de los robots es cada vez más una realidad y tenemos que decidir, ahora, si
un futuro con ellos traerá prosperidad o catástrofe. Históricamente siempre ha habido
un escepticismo generalizado en considerar que el progreso tecnológico podría traer
catástrofe. Además, había argumentos para corroborarlo: en Occidente, sobre todo
durante el siglo XX, el desarrollo de la tecnología nos ha llevado hacia una sociedad más
próspera. A medida que mejoraban las máquinas utilizadas en el proceso de producción,
también lo hacía la productividad de los trabajadores que operaban dichas máquinas.
Esto les convertía en más valiosos y les permitía demandar mayores salarios. Sin
embargo, para el autor de The Rise of Robots (El auge de los robots), existen buenas
razones para pensar que esta espiral de progreso ya no es tal. A modo de ejemplo, en
2013 un empleado medio del sector de la producción en Estados Unidos ganaba un 13%
menos que en 1973, a pesar de que su productividad se haya incrementado un 107% y
los precios de la vivienda, educación y sanidad hayan aumentado exponencialmente. El
motivo, en opinión de Martin Ford, es el avance a pasos agigantados de la tecnología
computacional.
En su obra, Ford desafía la creencia generalizada según la cual las máquinas son
herramientas al servicio de los trabajadores, y que ayudarán a aumentar su
productividad. Más bien, las máquinas se están volviendo en contra de los trabajadores.
Los ordenadores son cada vez más eficientes en adquirir nuevas competencias, lo que
merma las posibilidades de los trabajadores de adaptarse a su ritmo y nivel. Esto, a su
vez, nos lleva hacia una economía mundial que requiere menos mano de obra. En un
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futuro cercano, médicos, periodistas, e irónicamente, incluso programadores
informáticos, todos pueden ser remplazados por robots. Si algo enfatiza Martin Ford
durante la obra, es la creciente amenaza que los algoritmos inteligentes representan –
no solo para los trabajos manuales tradicionales (que ya están desapareciendo), sino
también para los trabajos de cuello blanco–.
En Silicon Valley nadie duda de que la tecnología tiene el poder de devastar industrias
enteras y dominar sectores específicos de la economía y del mercado laboral. Pero Ford
va más allá: se pregunta hasta qué punto la aceleración en el progreso de la tecnología
no puede hacer peligrar todo nuestro sistema. Para ello, siempre con un foco en los
países desarrollados, analizará el impacto que el progreso y despliegue de la robótica
está generando en la economía, con un foco en sectores clave como el sanitario,
educativo y tecnológico. La visión que le aporta su doble formación en ingeniería
informática y administración de empresas lleva al autor a afirmar que estamos ante el
mayor cambio social desde la Revolución Industrial y que, a menos que cambiemos de
forma radical nuestras estructuras económicas y políticas, corremos el riesgo de una
implosión del sistema.
El autor
Martin Ford es el fundador de una empresa de desarrollo de software en Silicon Valey,
cuenta con más de 25 años de experiencia en diseño computacional y desarrollo de
software, y ha sido el primer escritor moderno en denunciar el desempleo originado por
el desarrollo tecnológico. Publicó su primer libro, The Lights in the Tunnel: Automation,
Accelerating Technology and the Economy of the Future, en 2009. Ford es licenciado en
ingeniería informática por la Universidad de Michigan y en administración de empresas
por la Anderson School of Management de la UCLA.
Idea básica y opinión
Muchos economistas y políticos tienden a desestimar el problema que implica el rápido
desarrollo y penetración de la tecnología en casi todos los sectores de la economía.
Después de todo, subraya Martin Ford, los empleos monótonos, de bajo sueldo y baja
cualificación que se pierden con la automatización tienden a ser vistos como
indeseables. Muchos economistas incluso utilizan el verbo “liberar”, como si a los
trabajadores que pierden sus empleos de escasa cualificación se les diera la oportunidad
de obtener una formación superior y mejores oportunidades. La suposición parte de la
base de que Occidente siempre será capaz de generar empleos que precisen de mayor
cualificación y ofrezcan salarios cada vez más competitivos como para absorber a
todos los nuevos trabajadores “liberados”, que habrán logrado adquirir la formación
necesaria. Sin embargo, esta asunción se sustenta en premisas dudosas. Para Ford, el
aumento de la educación y formación no son la respuesta a los desafíos que la
automatización plantea para salvaguardar el empleo. Porque, según el autor, la
automatización viene a por los trabajos de cuello blanco.
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La evidencia más clara está en la propia industria de las tecnologías de la información.
En 2012, por ejemplo, Google generó un beneficio de casi $12 mil millones mientras
que empleaba a menos de 38.000 trabajadores. Esta cifra contrasta con la industria del
automóvil. En su momento más álgido, en 1979, General Motors tenía una plantilla de
840.000 trabajadores y unos ingresos de $11 mil millones. El sector, además, creaba
millones de trabajos periféricos en áreas como la conducción, reparación, seguro y
alquiler de automóviles. Cierto es que el sector de Internet también genera trabajos
periféricos. Pero las pruebas nos enseñan que aunque Internet puede tener una función
ecualizadora (todo el mundo puede escribir un blog, vender productos en eBay o
desarrollar una aplicación móvil), las oportunidades y sueldos que generan son
completamente diferentes a los trabajos de clase media que generaban industrias como
la automovilística. Ford destaca que los ingresos obtenidos por actividades en Internet
tienden a seguir una lógica de “todo para el ganador”. Las ventas de libros y música,
publicidad clasificada y alquiler de películas, por ejemplo, están cada vez más dominadas
por un número reducido de centros de distribución online. El resultado obvio ha sido la
eliminación de muchos puestos de trabajo.
A medida que aumenta el número de personas que pierde la fuente de ingresos que les
ancla en la clase media, también es mayor el número de personas que intenta su suerte
en la economía digital. Solo unos pocos, según Ford, serán los afortunados que puedan
contar anecdóticas historias de éxito. Pero la gran mayoría tendrá dificultades para
mantener un estilo de vida considerado de clase media. En las economías desarrolladas
siempre ha existido una población que trabajaba en los márgenes de la economía. No
obstante, hasta cierto punto eran capaces de ir por libre, gracias a la riqueza generada
por una masa crítica de población de clase media. Para Ford, la presencia de una clase
media sólida es uno de los factores principales que diferencia a las naciones
desarrolladas de las empobrecidas. Y actualmente, su erosión es cada vez más evidente
en Europa, pero sobre todo en Estados Unidos.
Según Ford, el sector de la enseñanza superior y el sector sanitario son los dos sectores
críticos en los que el avance de la tecnología también está transformando el empleo.
En el primero, el principal ejemplo ofrecido por Martin Ford para explorar el impacto de
la automatización son los cursos en línea masivos y abiertos (MOOCs, por sus siglas en
inglés). La evolución y mejora de este nuevo fenómeno representará una revolución
global que podrá finalmente traer educación de alta calidad a cientos de millones de
pobres en el mundo. Sin embargo, a medio plazo, destaca el autor, la evidencia sugiere
que estos cursos atraen principalmente a estudiantes que buscan ampliar sus estudios.
Si suponemos que los empresarios acaban otorgando el mismo valor a los títulos
universitarios clásicos y los obtenidos a través de MOOCs, el resultado puede ser una
dramática perturbación de todo el sector de la enseñanza superior –y los MOOCs
pueden convertirse en un arma de doble filo–. Por un lado, puede abaratarse el coste
de obtener un título universitario. Por ejemplo, el Georgia Institute of Technology se
asoció con la organización educativa sin ánimo de lucro Udacity para ofrecer el primer
máster MOOC en informática por $6.600, un 80% menos de lo que cuestan las tasas de
ese máster en el campus. Pero por otro lado, la tecnología puede devastar una
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industria que es en sí misma una gran generadora de empleo. Incluso, según Ford,
puede haber una sinergia natural entre el aumento de MOOCs y la práctica de
deslocalizar trabajos cualificados. Si los cursos online masivos acaban permitiendo la
obtención de títulos universitarios, parece inevitable que del amplio número de nuevos
estudiantes, muchos de los que obtengan excelentes resultados se sitúen en países en
desarrollo. Esto, junto con nuevos sistemas automatizados de puntuación y sistemas de
aprendizaje adaptativo, ofrecen un camino prometedor hacia el trastorno del sector
educativo.
Otro de los sectores clave que se verá afectado por esta automatización es el sector
sanitario. Por el momento, subraya Ford, el impacto ha sido limitado. Pero en
determinadas áreas de la medicina, sobre todo en aquellas que no requieren contacto
directo con pacientes, los avances en inteligencia artificial aumentarán
significativamente la productividad y puede que lleven incluso a una completa
automatización. Por ejemplo, los radiólogos se forman para interpretar las imágenes
que producen los escáneres médicos. El procesamiento de imagen y el reconocimiento
tecnológico están avanzando a tal ritmo que puede que pronto usurpen el rol tradicional
de los radiólogos. De hecho, en 2012, la Administración de Alimentos y
Medicamentos de EEUU (FDA, por sus siglas en inglés) aprobó un sistema ultrasonido
automatizado para la fase inicial de detección de cáncer de pecho. Los sistemas
automatizados también permiten eliminar casi por completo la posibilidad de error
humano. En la farmacia de la University of California Medical Center en San Francisco,
se preparan unas 10.000 dosis diarias de medicación sin que ningún farmacéutico toque
nunca una pastilla. En 2010, el Camino Hospital en Mountain View, California, adquirió
19 robots para llevar a cabo labores de suministro a un coste de $350.000. Según un
administrador del hospital, pagar a personal para realizar el mismo trabajo que
realizarían los robots hubiera costado millones de dólares al año.
Estos ejemplos son una clara muestra de la forma en la que la aceleración de la
tecnología de la información y la comunicación pueden convertir los esfuerzos de un
número reducido de trabajadores en gran valor y fuente de ingresos. Ofrecen, además,
datos convincentes sobre el cambio que ha experimentado la relación entre tecnología
y empleo. Existe la creencia generalizada, basada en datos históricos que se remontan
hasta la revolución industrial, según la cual la tecnología puede destruir algunos
empleos, negocios e incluso industrias enteras, pero también creará nuevas
ocupaciones. En un proceso de “destrucción creativa” surgirán nuevas industrias y
empleos. Sin embargo, enfatiza Ford, la realidad muestra que la tecnología de la
información ha alcanzado el punto en el que puede considerarse un servicio, como la
electricidad. Parece casi inconcebible pensar que una nueva industria no se sirva de este
servicio tan poderoso y de las máquinas inteligentes que lo acompañan. Por lo tanto,
subraya el autor, las industrias que emerjan (casi) nunca requerirán mucha mano de
obra. A esto se añade, además, el estancamiento salarial, ya que el aumento de la
productividad que se ha experimentado no se ha visto reflejado en los salarios. En
Reino Unido, entre 2000 y 2007, cada libra de productividad generada implicó solo 43
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peniques de aumento de crecimiento en el salario medio. En Estados Unidos la relación
es similar.
Más allá de la cuestión moral de lo que implica que una élite reducida capture la mayor
parte del capital tecnológico de la sociedad, también existen implicaciones prácticas
para la salud de una economía en la que la desigualdad de ingresos se convierte en
demasiado extrema. A medida que se vayan reduciendo el empleo y los ingresos como
consecuencia de la automatización, puede que en un momento la mayoría de los
consumidores no cuenten con el poder adquisitivo necesario para sostener el
crecimiento económico. Casi todas las industrias principales que constituyen la columna
vertebral de las economías occidentales están orientadas hacia mercados que consisten
en muchos millones de consumidores (automóviles, servicios financieros, productos
electrónicos, telecomunicaciones, servicios sanitarios, etc.). El autor observa que una
persona muy rica puede comprar un coche magnífico, e incluso una docena de ellos,
pero no realizará la compra de miles de ellos. Incluso almacenes como Walmart en
Estados Unidos, o Tesco y Sainsbury en Reino Unido han experimentado una pérdida de
ingresos en los últimos diez años frente a otros competidores como Aldi y Lidl, que
ofrecen mayores descuentos y precios rebajados. Otro aspecto que debe tenerse en
cuenta de este fenómeno de reducción de empleo es la actitud del consumidor.
Históricamente el desempleo siempre se ha visto como algo temporal. Si se perdía el
puesto de trabajo, existía la confianza de encontrar otro con un sueldo similar en un
periodo de tiempo relativamente corto, por lo que por lo general se recurría a los
ahorros o a la tarjeta de crédito para continuar el gasto casi al mismo nivel. Obviamente
esta situación es bastante diferente hoy en día.
Incluso si la tecnología logra reducir los precios, existe un gran problema con este
escenario. Martin Ford explica que el camino hacia la prosperidad tradicionalmente se
ha construido gracias a que los salarios aumentaban más rápido que los precios. Si
imaginamos la situación contraria (los ingresos se reducen, pero los precios se reducen
aún más rápido), estamos ante una situación nada halagüeña. El primer problema es la
dificultad de romper un ciclo deflacionario. Si sabes que los precios se reducirán
mañana, ¿para qué comprar hoy? En segundo lugar, para las empresas es difícil reducir
sueldos. Es más probable que recurran más bien a reducir puestos de trabajo. Por ese
motivo la deflación se asocia con aumento del desempleo (y, de nuevo, con más
consumidores sin ingresos). Y, en tercer lugar, en una economía deflacionaria puede que
los precios se reduzcan, pero no la hipoteca y prestamos ya contraídos.
Puede parecer razonable pensar que los consumidores de los países en desarrollo que
están experimentando un rápido crecimiento contribuirán a suplir esta falta de
demanda que la desigualdad y la demografía están ocasionando en las economías
avanzadas. Estas esperanzas se centran sobre todo en China. Sin embargo, destaca Ford,
la falta de red de protección social en el país es uno de los principales motivos detrás de
las elevadas tasas de ahorro, que se estiman en torno al 40% del salario. Otro factor
importante es el alto precio de la vivienda. En total el consumo personal solo representa
el 35%, casi la mitad que en Estados Unidos. La necesidad de reestructurar la economía
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del país para fomentar el consumo doméstico es algo que lleva discutiendo desde hace
varios años el gobierno de China. El problema es que para que esto suceda, es necesario
aumentar los salarios y resolver las deficiencias que conducen a un alto índice de
ahorro, como las pensiones o el sistema sanitario. Los desafíos que afronta China son
más complicados aún para países más pobres, para los que el avance de la
automatización puede implicar que se evapore el camino hacia la prosperidad que
brindaba el desarrollo del sector manufacturero. Entre 1995 y 2002, unos 22 millones
de empleos desaparecieron en el mundo a causa de la automatización. Durante ese
mismo periodo de tiempo, el rendimiento de la industria aumentó un 30%.
Estas tendencias son, para el autor, una visión muy realista, e incluso conservadora, de
la evolución que seguirá la tecnología. Pero existe, según Ford, una posibilidad aún más
extrema, que puede llevar a escenarios aún más dantescos: el progreso de la
inteligencia artificial hacia inteligencia artificial fuerte (IA). Esto permitiría desarrollar
sistemas que destinaran sus esfuerzos a mejorar su propio diseño y reprogramar su
software. Si ocurriese tal explosión de inteligencia, remarca Ford, tendría implicaciones
dramáticas para la humanidad. En palabras del inventor futurista Ray Kurzweil,
“rompería la fábrica de la historia” y daría comienzo a lo que denomina singularity. En
la astrofísica, singularity se refiere al punto en un agujero negro en el que las leyes de la
física no se cumplen. Kurzweil, como apunta Ford, ha fundado exitosas compañías para
vender sus productos en áreas como el reconocimiento óptico de caracteres, discursos
generadores por ordenadores y síntesis musical. Su trabajo en torno a singularity, sin
embargo, es más bien una mezcla de una narrativa coherente y fundada sobre la
aceleración tecnológica con ideas que parecen tan especuladoras que rozan lo
absurdo, como, por ejemplo, la convicción de que los humanos se fundirán con las
máquinas. Una de las predicciones más aclamadas de Kurzweil es que los humanos
tendremos implantes que aumentarán exponencialmente nuestra inteligencia. Y,
quizás, el aspecto más controvertido es la creencia de que llegaremos a ser inmortales.
En cualquier caso, destaca Ford, existe una comunidad brillante que defiende las ideas
de Kurzweil. Existe incluso una institución académica, Singularity University, ubicada en
Silicon Valley, que ofrece programas de grado no acreditados para estudiar el impacto
potencial de la tecnología; cuenta con Google, Genentech, Cisco y Autodesk entre sus
sponsors.
La inteligencia artificial fuerte no constituye, sin embargo, para Ford, uno de los
principales argumentos que justifican la necesidad de alertarse y abordar con seriedad
los desafíos que el avance de la automatización plantea para nuestras sociedades. Se
trata, simplemente, de amplificadores de un serio problema que amenaza con seguir
aumentando la desigualdad y el desempleo. La solución del problema, como el autor ha
justificado en The Rise of Robots, no pasa por mayor educación y formación. Para Ford,
la solución más efectiva pasa por alguna forma de ingreso básico garantizado. Aunque
en el contexto político actual esta propuesta puede ser considerada de “socialista”,
apunta el autor, en su día un gran defensor de esta idea fue Friedrich Hayek, figura
icónica hoy entre los conservadores. En su obra Derecho, legislación y libertad,
publicada entre 1973 y 1979, Hayek sugirió que un ingreso garantizado sería una política
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legítima del gobierno para ofrecer un seguro contra la adversidad. Y que la creación de
este mecanismo de protección era el resultado directo de una transición hacia una
sociedad más abierta y móvil, en la que muchos individuos ya no pueden recurrir a
mecanismos de apoyo tradicionales. Para Hayek, por lo tanto, el ingreso básico nada
tenía que ver con la igualdad o la distribución justa (como esta propuesta sería
considerada hoy en día, tal y como apunta Ford), sino con un seguro contra la
adversidad que cumplía, además, una eficiente función económica y social. Este
mecanismo daría al individuo libertad de elección, evitando que el Estado se
entrometiese en decisiones económicas personales, y permitiría seguir pudiendo
participar en el mercado sin tener que adoptar medidas menos eficientes, según el
autor, como el aumento de los salarios.
En opinión de Ford, si se adopta el enfoque pragmático de Hayek y lo aplicamos a la
situación actual, parece bastante probable que en los próximos años y décadas el
gobierno deba llevar a cabo algún tipo de acción similar para hacer frente a los
crecientes riesgos socio-económicos que presenta el avance tecnológico. Según el autor,
la opción más eficiente –y con costes administrativos relativamente bajos– sería un
ingreso básico en esta línea que incluyese los incentivos adecuados para garantizar
que el número de individuos que prefiera no trabajar sea el mínimo posible. Aunque
Ford considera esta solución como la más idónea, también contempla otras soluciones
que pasan por enfocarse en la riqueza, y no en los ingresos, como crear participaciones
accionarias para los trabajadores. Asimismo, si aceptamos que las economías
occidentales requerirán cada vez menos mano de obra, también deberíamos transferir
la carga fiscal del trabajador al capital. Mientras los impuestos recaigan
desproporcionadamente sobre industrias y negocios que requieren mayor mano de
obra, existirá un gran incentivo para aumentar la automatización siempre que sea
posible –y llegará un momento que en el que el sistema sea insostenible–. Por ese
motivo, Ford propone que la carga fiscal sea mayor para las empresas muy
dependientes de tecnología y con plantilla reducida. En algún momento, no muy lejano
en el tiempo, deberemos abandonar la idea de que serán los trabajadores los que
pagarán las pensiones y programas sociales y adoptar la premisa de que es nuestra
economía en su conjunto la que ofrecerá el apoyo.
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