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CELEBRACION JUBILAR
EN EL AÑO DE LA MISERICORDIA
SANTA IGLESIA CATEDRAL
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Esta celebración está pensada para celebrarse sin misa, pero igualmente
puede adaptarse si se celebra la Eucaristía.
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Esta primera parte se puede tener delante de la puerta santa o, una vez hayan
entrado todos los miembros del grupo en la iglesia, junto a ella.
Monición inicial:
Hermanos: El Señor en este Año Jubilar, nos abre las puertas de su casa,
la casa de la misericordia, para que también la puerta de nuestro corazón se
abran a Él, y de este modo pueda permanecer abierta para poder acoger en él a
todos los que necesitan nuestro amor y nuestra ayuda concreta.
Según el Papa, “atravesar la Puerta Santa es el signo de nuestra
confianza en el Señor Jesús que no ha venido para juzgar sino para salvar”.
“Como la Puerta Santa permanece abierta, porque es el signo de la acogida
que Dios mismo nos reserva, así también, que nuestra puerta esté siempre
abierta para no excluir a nadie de nuestro amor.
A través de esta Puerta Santa, que es Cristo crucificado y resucitado,
cualquiera que se decida a entrar podrá experimentar el Amor misericordioso de
Dios que perdona, consuela y ofrece esperanza. “Yo soy la puerta, el que entre
por Mí, se salvará, nos dice Jesús en el evangelio de San Juan.
. Se inicia la procesión hacia el interior de la iglesia, o de la capilla donde se va a tener
la celebración. Convendría que cada grupo trajera una cruz que presida la procesión.
Mientras se puede cantar: “Hacia ti, morada Santa”; “Qué alegría cuando me dijeron”,
u otro apropiado.
Al llegar al altar y una vez que todos están colocados en sus sitios, el sacerdote que
preside, dice la oración con las manos extendidas:
Oh, Dios, que muestras tu poder
especialmente con el perdón y la misericordia,
derrama incesantemente sobre nosotros tu gracia,
para que, deseando lo que nos prometes,
lleguemos a poseer los bienes del cielo.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo,
y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
Todos se sientan para escuchar.
Lectura de la Bula de convocación de Jubileo de la Misericordia,
del Papa Francisco.
Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre. Quien lo ve a Él ve al Padre
(cfr Jn 14,9). Jesús de Nazaret con su palabra, con sus gestos y con toda su
persona[1] revela la misericordia de Dios.
Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es
fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación.
Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad.
Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro
encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada
persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de
la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a
la esperanza de ser amados no obstante el límite de nuestro pecado. (MV 1 y 2)
En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios
como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el
pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia. Conocemos
estas parábolas; tres en particular: la de la oveja perdida y de la moneda
extraviada, y la del padre y los dos hijos (cfr Lc 15,1-32). En estas parábolas, Dios
es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas
encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se
muestra como la fuerza que todo lo vence, que llena de amor el corazón y que
consuela con el perdón. (MV 9, 1)
Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino que ella se
convierte en el criterio para saber quiénes son realmente sus hijos. Así entonces,
estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se
nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas llega a ser la expresión
más evidente del amor misericordioso y para nosotros cristianos es un imperativo
del que no podemos prescindir. ¡Cómo nos cuesta muchas veces perdonar! Y, sin
embargo, el perdón es el instrumento puesto en nuestras frágiles manos para
alcanzar la serenidad y la paz del corazón. Dejar caer el rencor, la rabia, la
violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices. Acojamos
entonces la exhortación del Apóstol: «No permitáis que la noche os sorprenda
enemistados» (Ef 4,26). Y sobre todo escuchemos la palabra de Jesús que ha
señalado la misericordia como ideal de vida y como criterio de credibilidad de
nuestra fe. «Dichosos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia»
(Mt 5,7) es la bienaventuranza en la que hay que inspirarse durante este Año
Santo. (MV 9,3)
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O bien:
La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón
palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de
toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios
que sale a encontrar a todos, sin excluir ninguno. En nuestro tiempo, en el que la
Iglesia está comprometida en la nueva evangelización, el tema de la misericordia
exige ser propuesto una vez más con nuevo entusiasmo y con una renovada
acción pastoral. Es determinante para la Iglesia y para la credibilidad de su
anuncio que ella viva y testimonie en primera persona la misericordia. Su lenguaje
y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las
personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre.
La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega
hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los
hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la
misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las
asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera
debería poder encontrar un oasis de misericordia. (MV 12)
Queremos vivir este Año Jubilar a la luz de la palabra del Señor: Misericordiosos
como el Padre. El evangelista refiere la enseñanza de Jesús: «Sed misericordiosos,
como el Padre vuestro es misericordioso» (Lc 6,36). Es un programa de vida tan
comprometedor como rico de alegría y de paz. El imperativo de Jesús se dirige a
cuantos escuchan su voz (cfr Lc 6,27). Para ser capaces de misericordia, entonces,
debemos en primer lugar colocarnos a la escucha de la Palabra de Dios. Esto
significa recuperar el valor del silencio para meditar la Palabra que se nos dirige.
De este modo es posible contemplar la misericordia de Dios y asumirla como
propio estilo de vida. (MV 13)
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O bien
La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su
acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los
creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer
de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor
misericordioso y compasivo. Es triste constatar cómo la experiencia del perdón en
nuestra cultura se desvanece cada vez más. Incluso la palabra misma en algunos
momentos parece evaporarse. Sin el testimonio del perdón, sin embargo, queda
solo una vida infecunda y estéril, como si se viviese en un desierto desolado. Ha
llegado de nuevo para la Iglesia el tiempo de encargarse del anuncio alegre del
perdón. Es el tiempo de retornar a lo esencial para hacernos cargo de las
debilidades y dificultades de nuestros hermanos. El perdón es una fuerza que
resucita a una vida nueva e infunde el valor para mirar el futuro con esperanza.
(MV 10)
En este Año Santo, podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a
cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con
frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea. ¡Cuántas situaciones de
precariedad y sufrimiento existen en el mundo hoy! Cuántas heridas sellan la
carne de muchos que no tienen voz porque su grito se ha debilitado y silenciado a
causa de la indiferencia de los pueblos ricos. En este Jubileo la Iglesia será
llamada a curar aún más estas heridas, a aliviarlas con el óleo de la consolación, a
vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad y la debida atención.
No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el
ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos
nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos
y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito
de auxilio. (MV 15)
Salmo que se recita por todos los asistentes:
Salmo 102
¡BENDICE, ALMA MÍA, AL SEÑOR!
Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios.
El perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
el rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura;
el sacia de bienes tus anhelos,
y como un águila
se renueva tu juventud.
El Señor hace justicia
y defiende a todos los oprimidos;
enseñó sus caminos a Moisés
y sus hazañas a los hijos de Israel.
El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen
nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas.
Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre sus fieles;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos.
Como un padre
siente ternura por sus hijos,
siente el Señor ternura por sus fieles;
porque él conoce nuestra masa,
se acuerda de que somos barro.
Los días del hombre
duran lo que la hierba,
florecen como flor del campo,
que el viento la roza, y ya no existe,
su terreno no volverá a verla.
Pero la misericordia del Señor
dura siempre,
su justicia pasa de hijos a nietos:
para los que guardan la alianza
y recitan y cumplen sus mandatos.
El Señor puso en el cielo su trono,
su soberanía gobierna el universo.
bendecid al Señor, ángeles suyos,
poderosos ejecutores de sus órdenes,
prontos a la voz de su palabra.
Bendecid al Señor, ejércitos suyos,
servidores que cumplís sus deseos.
Bendecid al Señor, todas sus obras,
en todo lugar de su imperio.
¡Bendice, alma mía, al Señor!
Canto: “Misericordiosos como el Padre...”
+ Lectura del Evangelio de San Lucas. 19, 1-10
Jesús entró en Jericó y cruzaba la ciudad. Había un hombre
llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de
ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío,
porque era pequeño de estatura. Se adelantó corriendo y se
subió a una higuera para verle, porque tenía que pasar por
allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le
dijo: «Zaqueo, date prisa y baja; porque es necesario que hoy
me quede yo en tu casa.» Él se dio prisa en bajar y lo recibió
muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo: «Ha
ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.» Pero Zaqueo,
puesto en pie, dijo al Señor: «Mira, Señor, la mitad de mis
bienes se la doy a los pobres; y si he defraudado a alguno, le
devolveré cuatro veces más.» Jesús le dijo: «Hoy ha sido la
salvación de esta casa, porque también éste es hijo de
Abrahán, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar
lo que estaba perdido.»
Palabra del Señor.
Canto: Tu Palabra, Señor, es la Verdad, y tu ley, nuestra libertad.
Se puede hacer un breve comentario.
Antes que nosotros pensemos en volver al Señor, Él ya ha pensado en nosotros: nos
busca con su mirada y nos acoge en su corazón. Nos invita a “hospedarle” en
nuestra casa, a abrirle las puertas.
Hasta entonces no sabremos lo que es la verdadera alegría. Con Jesús nos vienen
todos los bienes, nos libera de nuestros egoísmos, esos que nos tienen atados a
tantos desórdenes, como hay en nuestro interior. No hay fuerza que sea capaz de
transformar nuestro interior, como la que recibimos al acoger su misericordia.
Acoger a Jesús supone que las cosas se miran y se valoran en su justa medida. Haz
la prueba de este encuentro con Cristo, que también desea poder decirte a ti, como a
Zaqueo: “Hoy ha entrado la salvación en tu casa”.
Sigue la Profesión de Fe. Juntos rezan el CREDO.
Preces.
El que preside:
Oremos juntos al Señor y Padre y misericordia, en la confianza de que
Él escucha siempre a sus hijos.
1.- Pedimos por el papa Francisco, a quien Cristo ha encomendado la
tarea de confirmarnos en la verdadera Fe; por sus esfuerzos en la
tarea evangelizadora, sus trabajos a favor de la paz y de la
reconciliación entre todos los hombres, y su defensa valiente de los
derechos humanos. Que Dios Padre le sostenga en su gracia y le
ilumine con la luz de su Espíritu. Roguemos al Señor.
2.- Pedimos por nuestra Iglesia diocesana de Burgos, por nuestro
obispo Fidel, por los sacerdotes, los diáconos, los miembros de la vida
consagrada y por los laicos. Que todos, Pueblo santo de Dios,
escuchemos atentamente la llamada que el nos hace a renovar nuestra
vida según el Evangelio. Roguemos al Señor.
3.- Pedios por todos los que sufren: los enfermos, los pequeños y los
pobres, los excluidos de la sociedad y los que son víctimas de la
explotación y de la injusticia. Que el Señor nos dé un corazón sensible
a sus sufrimientos y generosos a la hora de ayudarlos. Roguemos al
Señor.
4.- Pedimos por las familias, verdadera célula imprescindible de la
sociedad. Que Dios les conceda amor verdadero y fidelidad, respeto
recíproco en los esposos, generosidad en la transmisión de la vida,
trabajo justo y estable, y entusiasmo a la horade testimoniar en el
hogar el sentido cristiano de la existencia y los valores del evangelio.
Roguemos al Señor.
5.- Pedimos por nosotros mismos, que hemos acudido a este templo
jubilar con deseo de experimentar en nuestra propia vida la ternura y
la misericordia de Dio, dejándonos tocar el corazón por su Amor. Para
que esta experiencia personal nos haga testigos creíbles en la práctica
de las obras de misericordia. Roguemos al Señor.
El que preside:
Oh, Dios, que nos amas como verdaderos hijos tuyos, escúchanos, y
haz la humanidad escuche la llamada a la misericordia que nos haces,
para que volvamos a Ti que eres la fuente de todo bien, y en Ti seamos
misericordiosos con nuestro prójimo. te lo pedimos a Ti que vives y
reinas, por los siglos de los siglos. Amén.
Unidos por una sola fe y con deseos de ser una verdadera fraternidad
en Cristo, oremos como el mismo Señor nos enseñó. (Podemos unir
nuestras manos en señal de comunión)
Padre nuestro.
Ahora podríamos tener un gesto que expresara nuestro deseo de
amarnos, (dándonos un abrazo) o de compartir con los pobres nuestros
bienes (haciendo una colecta), u otro que se nos ocurra.
Rezamos juntos la oración del papa Francisco, compuesta para este
Jubileo de la Misericordia.
Señor Jesucristo,
Tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del cielo,
y nos has dicho que quien te ve a Tí, lo ve también a Él.
Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.
Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero;
a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad
solamente en una creatura;
hizo llorar a Pedro después de la traición,
y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.
Haz que cada uno de nosotros escuche como dirigida a sí mismo
la palabra que dijiste a la samaritana: ¡Si conocieras el don de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre invisible,
del Dios que manifiesta su omnipotencia
sobre todo con el perdón y la misericordia:
haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti,
su Señor, resucitado y glorioso.
Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad
para que sientan sincera compasión
por los que se encuentran en la ignorancia o en el pecado:
haz que quien se acerque a uno de ellos
se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.
Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción
para que el Jubileo de la Misericordia
sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda,
con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres,
proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos,
y restituir la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia,
a Ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
Amén.
Terminamos invocando a la Virgen María, icono y Madre de la
Misericordia.
Se puede cantar la Salve, u otro canto apropiado.
Algunos cantos posibles
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¡QUE ALEGRIA CUANDO ME DIJIERON:
VAMOS A LA CASA DEL SEÑOR,
YA QUE ESTAN PISANDO
NUESTROS PIES TUS
UMBRALES
JERUSALEN!
JERUSALEN ESTA FUNDADA COMO CIUDAD
BIEN COMPACTA; ALLA SUBEN LAS
TRIBUS LAS TRIBUS DEL SEÑOR.
SEGUN LA COSTUMBRE DE ISRAEL A CELEBRAR
EL NOMBRE DEL SEÑOR, EN ELLA ESTAN
LOS TRIBUNALES DE JUSTICIA, EN
EL PALACIO DE DAVID
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SOMOS UN PUEBLO QUE CAMINA
Y JUNTOS CAMINANDO PODREMOS ALCANZAR
OTRA CIUDAD QUE NO SE ACABA,
SIN PENAS NI TRISTEZAS,
CIUDAD DE ETERNIDAD.
Somos un pueblo que camina,
que marcha por el mundo buscando otra ciudad;
somos errantes peregrinos
en busca de un destino, destino de unidad,
siempre seremos caminantes,
pues sólo caminando podremos alcanzar
otra ciudad que no se acaba,
sin penas ni tristezas, ciudad de eternidad.
ESTRIBILLO.
Danos valor siempre constante,
valor en las tristezas, valor en nuestro afán.
Danos la luz de tu Palabra
que guíe nuestros pasos en este caminar.
Marcha, Señor, junto a nosotros,
pues sólo en tu presencia podremos alcanzar
otra ciudad que no se acaba,
sin penas ni tristezas, ciudad de eternidad.
ESTRIBILLO.
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VASO NUEVO
Gracias quiero darte por amarme
gracias quiero darte yo a ti señor
hoy soy feliz porque te conocí
gracias por amarme a mi también
Yo quiero ser Señor amado
como el barro en manos del alfarero
toma mi vida hazla de nuevo
yo quiero ser un vaso nuevo
Te conocí y te amé
te pedí perdón y me escuchaste
si te ofendí perdóname señor
pues te amo y nunca te olvidare
Yo quiero ser señor amado
como el barro en manos del alfarero
toma mi vida
hazla de nuevo
yo quiero ser un vaso nuevo
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Cantaré eternamente las misericordias del Señor,
anunciaré tu fidelidad por todas las edades.
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SANTA MARIA DEL CAMINO
Mientras recorres la vida,
tu nunca solo estás;
contigo por el camino,.
Santa María va.
Ven con nosotros al caminar.
Santa María, ven. (bis)
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SANTA MARÍA DEL AMÉN
Madre de todos los hombres,
enséñanos a decir: "Amén."
Cuando la noche se acerca
y se oscurece la fe.
Cuando el dolor nos oprime
y la ilusión ya no brilla.
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Madre del Redentor, Virgen María,
unida siempre a Cristo y a la Iglesia.
1. Todo un Dios omnipotente
es un niño en tu regazo,
y el Amor más infinito
busca un poco de tu amor.
2. Surco abierto son tus brazos
una tarde en el Calvario.
La semilla es Cristo muerto.
Tú nos das la salvación.
3. Eres madre de los hombres
de la Iglesia peregrina.
De tu mano caminamos
en el gozo y el dolor.
4. A tu lado como niños
nos sentimos cobijados,
como hijos de la Iglesia
que nació en Pentecostés.