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Margarita Kénefic y Roberto Díaz Gomar
El teatro en los años de la guerra, algunos recuerdos
20
L
a desastrosa caída del gobierno revolucionario de Jacobo Árbenz mediante la intervención armada de los Estados Unidos y el
Movimiento de Liberación Nacional puso fin a la
primavera de diez años en la que floreció el movimiento artístico Saker Ti, el Amanecer, y fueron
silenciadas –parcialmente– las voces de creadores de justicia y belleza. Más bien, fueron perseguidas y dispersadas; pero en el terruño quedó
indefectiblemente trabada una quijada amarga,
urna protectora de semillas imperecederas que
seguirían empeñándose en germinar aún en el
suelo ensangrentado.
Manuel Galich se encontraba fuera de Guatemala en misión diplomática cuando se dio el
terrible suceso, y no volvió al país. ¿Para qué? El
nefasto llamado de “¡muera la inteligencia!” se
había enraizado con toda propiedad en la sanguinaria e ignorante oligarquía guatemalteca, triunfante en su vergonzosa entrega, constituida en
fatal paradoja: al tiempo que se erguía como voz
y motor pensante de la nación, derrotaba el único
proyecto real de desarrollo. Tanto la historia como
el presente certifican este triste hecho. El enemigo
mismo, en la voz de uno de sus máximos estrategas, Henry Kissinger, reconoció años después que
derrocar a Árbenz había sido un error, hasta para
los propios intereses del imperio.
La generación que venía adolescente cuando
cayó la Revolución creció en silencio con los ojos
muy abiertos. Muchos creadores fueron encontrando y afinando sus voces. Entre las más
fecundas, felices y poderosas brillaron intensamente en su momento y alcanzaron condición
de inmortales las de Hugo Carrillo y Manuel José
Arce. Queremos recordar aquí, nosotros que fuimos honrados con su amistad y su enseñanza,
algo muy representativo del teatro de los años de
la guerra: El corazón del espantapájaros (1962), de
Hugo Carrillo (1962); y Delito, condena y ejecución
de una gallina (1968), de Manuel José Arce.
Roberto Díaz Gomar: Me toca hablar de
Manuel José porque fui uno de los que trabajamos más cerca de él, y me enseñó a dirigir y a
hacer teatro. Hijo de dos poetas excepcionales,
nació poeta, escritor, columnista, dramaturgo,
novelista, en fin, escribiente –se definía él. Recibió la benéfica influencia del movimiento Saker
Ti, en lo revolucionario y en la pintura. Tenía diecinueve años cuando fue el golpe de Estado de
1954, hecho que inició una época de represión
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y oscurantismo, y cayó preso, no sé los motivos
exactos. Creo que no hacían falta muchos motivos en aquella época.
Margarita Kénefic: Recuerdo a Hugo Carrillo
como un genio generoso, tan ansioso de enseñar
como nosotros de aprender. A su lado trepamos
por cada escaño del oficio teatral, desde la dramaturgia hasta la producción, pasando por los mil
aspectos de la creación de personaje y tantos más
vericuetos de la dirección escénica. Nos enseñó
también sobre la lealtad y el arte de vivir, sobre la
misión del teatro y la tarea del artista: Maestros
de la esperanza, nos mandaba a ser. Y luego nos
agregaba, socarrón, “hay que ser tierno, cabro”.
Roberto Díaz Gomar: Manuel José no estuvo
preso mucho tiempo, y al salir continuó en el
movimiento artístico creciente, escribiendo obras
de teatro del absurdo pero con una carga social
muy fuerte, como Diálogo del gordo y el flaco con
una rockola. Por esos tiempos, tuvo una columna
permanente en el diario El Gráfico titulada Diario
de un escribiente, que llegó a tener gran influencia en la sociedad guatemalteca. En comunidades
indígenas se reunían para leerlo y comentarlo los
fines de semana. Sus artículos en la prensa provocaron tanto conflicto que se vio obligado a salir del
país. Se trasladó a París con su segunda esposa,
lugar donde nació su segundo hijo, justo en medio
del movimiento de Mayo del 68. Allí trabajó junto
a Miguel Ángel Asturias, a quien acompañó a recibir el Premio Nobel de Literatura. Estando allá,
ocurrió el asesinato de Rogelia Cruz Martínez,1 y
en este hecho se inspiró para escribir su obra más
famosa, Delito, condena y ejecución de una gallina,
junto con otras dos piezas que formaron una trilogía muy popular.
1
Quién es Rogelia Cruz y por qué Manuel José Arce escribió
Delito, condena y ejecución de una gallina en su memoria: Rogelia Cruz estudiaba arquitectura en la Universidad
de San Carlos, y allí conoció y se adhirió al ideario de
las fuerzas revolucionarias. Fue la compañera de vida de
Leonardo Castillo Johnson, combatiente del frente urbano
de las Fuerzas Armadas Rebeldes, y ese hecho la marcó
como objetivo de las estructuras secretas de represión enquistadas en las altas esferas del Estado. Fue secuestrada
y torturada con saña inaudita, violada y mutilada; luego
descuartizaron su cuerpo y esparcieron los pedazos sobre
una carretera. Tenía 27 años y estaba embarazada.
Este crimen impactó a la sociedad guatemalteca, porque Rogelia había sido reina nacional de belleza unos años
antes, de manera que era muy conocida. La gente quedó
atónita por la exagerada crueldad, la cual, años después,
llegaría a ser táctica común durante las campañas de tierra arrasada contrainsurgente. En la actualidad, se pretende debatir si estas campañas fueron o no genocidio.
Margarita Kénefic: Estando en Francia, le
comenzaron a hablar los fantasmas a Carrillo.
Un espantapájaros se le atravesó entre tantas
inquietudes e incertidumbres sobre el rumbo
que llevaba la lejana y amada patria, y no tuvo
más remedio que darle vida y vuelo en El corazón
del espantapájaros, obra fundamental que retrata
la tradición represiva de las tiranías en nuestra
tierra. Cuenta en un tiempo “actual” –finales de
los años 50, inicios de los 60– una historia de un
tiempo “anterior” –Estrada Cabrera, 1898-1920–
que en realidad viene a ser una visión del tiempo
“venidero” a corto plazo: la guerra del Estado
guatemalteco contra su pueblo. Aunque lo más
preciso que registra El corazón… es la implacable
represión a cualquier expresión popular, no deja
de ser un aviso del inevitable surgimiento de una
lucha armada. Retrata también la feroz división
social que yace en el fondo de nuestra nación multiétnica, sobre la cual se levantó desde el inicio
y se mantiene hasta el presente: una estructura
de injusticia que nos hace figurar de manera muy
triste en todos los índices de medición social.
Roberto Díaz Gomar: A su regreso a Guatemala, decidió montar La gallina en el Festival de
Teatro Guatemalteco, con el apoyo de la Dirección
de Bellas Artes. Me presenté al casting, fui seleccionado y trabajé por primera vez con él. A partir
de allí la amistad fue creciendo y trabajamos, ya
sea juntos o por separado. Él me dio a conocer las
categorías del teatro popular de Augusto Boal, que
tanto me inspiraron en los montajes que posteriormente realicé con el Teatro de Humanidades y con
el grupo Equis-Equis de la Facultad de Derecho.
Margarita Kénefic: Unos años después escribió
y montó La calle del sexo verde, en la que pone en
escena la crudeza de las relaciones humanas que
hacen encuentro en la calle de un barrio urbano
de la época. Luego vino su trilogía de teatro del
absurdo: Sueño profundo y vacío, El ruedo de la
mortaja, y Autopsia para un teléfono, presentadas
juntas bajo el título de Sueño, mortaja y autopsia.
Al igual que el teatro del absurdo de Manuel José
Arce, estas obras llevaban una fuerte carga de
comentario político al margen de sus personajes
y estructuras en apariencia abstractas. Después
vino El Señor Presidente.
Roberto Díaz Gomar: En 1979, para salvar la
vida ante amenazas insistentes, se vio obligado a
dejar el país. Inició así un difícil exilio en el que
siempre mantuvo presente a su patria y por la que
trabajó hasta el último momento, escribiendo sin
parar mientras tuvo aliento. Sus dos últimas obras,
de corte poético y revolucionario, fueron Rituales
y El coronel de la primavera, esta última montada
en Albi, Toulouse, Francia, en 1985, el mismo año
en que falleció, a consecuencia de un tremendo
cáncer, a sus cincuenta años. Sus obras teatrales y
literarias siguen siendo de actualidad, y es uno de
los autores más montados en nuestro país.
Margarita Kénefic: Miguel Ángel Asturias visitó
Guatemala por última vez en 1966, y para esa ocasión la Compañía Nacional de Teatro presentó,
bajo la dirección de Hugo Carrillo, El mundo mágico
de Miguel Ángel Asturias, collage escénico de textos de la obra del Gran Lengua, tanto teatro como
poesía y escenas de su narrativa. Iban dos cuadros
de El Señor Presidente: escenas de los mendigos
del Portal del Señor y los presos en las tenebrosas
cárceles del régimen. De tal manera impactaron a
Asturias estas escenas, que tanto en público como
en privado le pidió a Hugo Carrillo que completara
la versión teatral de su novela. Así fue hecho, y en
1974 se estrenó la obra en la Universidad Popular,
hoy Sala Manuel Galich, bajo la dirección de Rubén
Morales Monroy. Fue un enorme éxito: llegó a realizar más de trescientas representaciones, un hito
en el teatro de aquellos tiempos.
Roberto Díaz Gomar: Después de ese tiempo
con Manuel José, quien me traspasó al nuevo
Grupo de Teatro de Humanidades de la USAC y
me heredó un montaje a medias de su obra Compermiso, el cual sacamos adelante, permanecí
con ese grupo y continuamos preparando obras
de teatro popular de corte cómico para llevar
por los pueblos. Salíamos los fines de semana a
cambio de hospedaje, alimentación y pasaje de
camioneta. Estas experiencias nos dieron mucha
cohesión como grupo.
Margarita Kénefic: Después de Carrillo formamos con Luis mi esposo el Grupo La Vasija, al
que llevamos la escuela que era nuestro legado
del Maestro de cuando estuvimos en su grupo,
Teatro Club. Montamos una obra en homenaje a
Manuel José Arce, quien había muerto lejos de su
patria el año anterior, para rabia y dolor nuestro.
La obra, collage a la manera que le aprendimos
a Carrillo, llevaba por nombre Las palabras dulces del Poeta; era, en parte, amargo reclamo y,
en parte, revelación de la grandeza de sus letras
y de su humanidad. La llevamos itinerante como
teatro para estudiantes de secundaria, tanto en la
capital como en los departamentos.
Roberto Díaz Gomar: Años más tarde, con el
grupo de teatro Equis-Equis, hicimos un periódico
mural llamado “Denuncia” y decidimos montar
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obras jocosas pero que concientizaran. En El charlatán poníamos a los candidatos presidenciales de
turno en un ring de boxeo, tirándose discursos de
frases huecas sobre una falsa democracia, disfrazada, en la que sólo participaban militares de la
misma calaña.
Margarita Kénefic: A raíz de causarle buena
impresión Las palabras dulces del Poeta al Dr. Celso
Lara, el insigne historiador y amigo de Manuel
José Arce nos encomendó la creación de una obra
de teatro sobre la tradición oral popular de Guatemala, basándonos en el vasto cuerpo transcrito
de las recopilaciones que había hecho a lo largo
de su carrera. El resultado fue Los cuentacuentos,
en donde la manía de chismosos y relatores que
permea nuestra nacionalidad va hilando cuentos,
ya cercanos, ya remotos, entre lo cotidiano y lo
fantástico. Más que el comentario meramente
político, ahondamos en el escrutinio de lo que
yace en la trastienda de la imaginería popular
llevada a la oralidad. Presentamos esta obra a
centros educativos urbanos y rurales, además de
realizar funciones populares. Ulteriormente, nos
acompañó al exilio.
Roberto Díaz Gomar: Quincho barrilete, de Carlos Mejía Godoy, era una canción nicaragüense
muy popular, y a pedido de unos chicos de un
asentamiento creamos una obra basada en juegos
populares que contaría la historia del niño héroe.
Íbamos los sábados y los domingos a ver jugar a los
niños, a aprender a jugar con ellos, y luego empezamos a jugar entre nosotros, hasta creérnoslos
por completo. Un día dos actores llegaron a las
manos por un juego, y consideramos que estábamos listos. Los juegos se convirtieron en actos, que
al mismo tiempo eran estrofas de la canción. En el
estreno, en un pequeño asentamiento, el público
participó entusiasta, cantando y jugando con
nosotros. Sin usar tarima, empezábamos con un
juego de canicas en el suelo hasta terminar en una
huelga general construyendo un barrilete popular
de campesinos, obreros, pobladores, estudiantes,
y lo hacíamos remontar hasta el cielo.
Margarita Kénefic: La multitud de personajes de Los cuentacuentos podían ser interpretados
por tres, cuatro o cinco actores si hubiera más,
pero idealmente deberían ser interpretados cada
uno por un actor/a. Resultaba impensable que
un grupo reducido y desterrado pudiera aspirar
a ello, pero lo que liga, liga: en el DF de México
nos encontramos con un grupo de teatro de
jóvenes guatemaltecos hijos e hijas de cuadros
y militantes de las Fuerzas Armadas Rebeldes y
de organizaciones afines. Nos invitaron a echarles una manita con su montaje autodirigido de
El Señor Presidente, lo que resultó en una alianza
que fue más allá de lo político y entró al terreno
de las amistades más profundas. Al año siguiente
nos pidieron ayudarlos con otra obra; leímos con
ellos Los cuentacuentos. Los jóvenes se identificaron mucho con la obra y la montaron con esmero.
El trabajo quedó truncado tras una sola presentación, debido a diferencias de visión y concepto
entre los responsables políticos de los jóvenes y
los asesores artísticos; aun así, quedamos con el
buen sabor y una gran satisfacción.
Roberto Díaz Gomar: Equis-Equis y su teatro militante continuaba haciéndose presente en
conflictos de obreros, campesinos y pobladores,
como en San Idelfonso Ixtahuacán, y creció a la
par del movimiento popular durante el conflicto
armado. El Barrilete se elevaba enorme y con
gran fuerza cuando me vi obligado a salir de Guatemala. Y continuó creciendo mucho después de
1978, hasta terminar el 31 de enero de 1980 calcinado en la Embajada de España.
Margarita Kénefic: Recordando 1972, gobernaba Arana y sin embargo el teatro gozaba de un
marco de tolerancia y promoción por parte de la
Directora de Bellas Artes, la célebre Lic. Eunice
Lima. Apareció ella un día con un director de teatro
que había causado furor en Portugal por su montaje de Hamlet, y convocó a la Compañía Nacional
de Teatro2* para poner en manos de Juan Carlos
Ubiedo un elenco que alcanzara para recrear los
círculos del Infierno de La Divina Comedia, pieza
que constituiría el plato fuerte del V Festival de
Arte y Cultura de Antigua Guatemala. Acudimos
más de cien artistas, de teatro, de danza, algunos
músicos, una o dos de la plástica; nos desnudamos emocionalmente y nos lanzamos de cabeza
a los pecaminosos actos que, según Dante, llevaban a las almas al padecimiento eterno.
Roberto Díaz Gomar: Por los tiempos del General Carlos Manuel Arana Osorio desaparecieron
a Juan Luis Molina Loza, estudiante y hombre de
teatro con quien habíamos fundado un grupo en
la Universidad Rafael Landívar. No tuvieron éxito
2
La Compañía Nacional de Teatro no era una agrupación fija y
presupuestada del Estado como lo eran el Ballet Guatemala o la
Orquesta Sinfónica Nacional; era una entidad virtual compuesta
por el universo de actores y actrices de diversos orígenes y escuelas que hacían lo que querían o podían y que respondían al
llamado de Bellas Artes cuando ésta se disponía a producir una
obra multitudinaria.
los recursos de exhibición personal, por lo que su
madre, también actriz, se plantó frente al Palacio
Nacional con un rótulo que exigía la aparición de su
hijo, y se declaró en huelga de hambre. La reacción
del Presidente fue mandarla al manicomio, cargada
en vilo por miembros de las fuerzas de seguridad.
Margarita Kénefic: A los pocos meses, habíamos recreado los primeros cuatro círculos por los
que Virgilio conduce a Dante, y estábamos poseídos no tanto de las almas condenadas que encarnábamos cuanto de la genial furia de Ubiedo; la
cual estaba, por demás, bastante cuestionada
entre la inteligencia teatral de la época. Para sus
actores Ubiedo era intocable. No se equivocaba,
todo lo sabía, era ungido del propio Grotowski.
Roberto Díaz Gomar: Queríamos hacer algo
porque apareciera el compañero, y de esta angustia nace Collage, pieza compuesta de trozos del
discurso oficial que se difundía en la radio y la
tele, y de hechos que iban sucediendo. Utilizamos
maquillaje estilizado para ocultar las identidades
de los artistas. Nos presentamos en toda la Usac,
y la obra fue creciendo en la medida que la represión castigaba. Surgió, entonces, Secuencias, y de
ambas hicimos una sola obra: Collage y secuencias.
Margarita Kénefic: Un día, ya iniciado el trabajo de búsqueda para el quinto círculo infernal,
habitado por iracundos y displicentes, Ubiedo
convocó a una reunión de urgencia a la hora del
ensayo. Denunció la injusta clasificación de actores en categorías A, B y C, con la consiguiente disparidad salarial, y llamó a la rebeldía y al boicot
del Festival. Se sembró fulminante la discordia y
el trabajo de ensayo fue abandonado, pasando
más bien a conspirar y buscar la adhesión de la
Orquesta Sinfónica, el Ballet Guatemala, el Coro
Nacional y otras instituciones del arte programadas en el V Festival. Ubiedo y sus más allegados
pasaron a una especie de clandestinidad y al
tiempo salieron del país, el Festival fue suspendido
y el ciento de actores quedamos con un palmo de
narices. El caso se comentó hasta la catarsis y el
hartazgo, los incondicionales escarmentados fueron abriendo los ojos, y no faltó quien asegurara
que Ubiedo era un agente de la CIA con la misión
de acabar con el Festival de Arte y Cultura.
Roberto Díaz Gomar: Seguíamos presentándonos en espacios estudiantiles y magisteriales.
Tuvimos que salir corriendo del Colegio Belga porque nos llegaron a buscar. Estando así las cosas,
surgió un festival internacional de teatro y nos presentamos a la eliminatoria con la obra Cuadros de
nuevas costumbres, de Leonel Méndez Dávila. Fuimos seleccionados entre los grupos universitarios,
y viajamos a Costa Rica. Estuvimos nominados
como mejor grupo y mejor obra, y logramos por
unanimidad el premio a la mejor dirección.
Margarita Kénefic: Lo cierto es que el llamado
a la huelga se dio cuando faltaba tres semanas
para el Festival, y difícilmente hubiera sido posible montar en ese tiempo los restantes círculos
del Infierno, en cuenta los más terribles, complejos
y comprometidos: el séptimo con tres anillos, el
octavo con diez fosas, y el noveno con cuatro rondas concéntricas. Cabe sospechar que jamás hubo
el intento de realizar semejante proyecto, pero las
razones precisas quizás queden por siempre en las
sombras de aquellos tiempos de chacales.
Roberto Díaz Gomar: Presentamos la obra
una sola vez en Guatemala antes de ir al festival.
Fue una tarde de domingo en el Aula Magna de la
USAC, también llamada el Iglú, ante un público de
estudiantes y autoridades universitarias. A nuestro
retorno seguimos mostrando las obras de nuestro
repertorio en los conflictos que iban surgiendo.
Participamos en el Festival de Teatro Guatemalteco con El canciller cadejo, de Manuel Galich. El
grupo dejó de trabajar cuando se quemó el Teatro
Carpa de la Municipalidad de Guatemala y yo me
retiré a preparar el privado de mi graduación.
Margarita Kénefic: Del descalabro renacieron
nuevos trabajos, obras originales como La última
profecía, de Manuel José Arce; y montajes de piezas vitales como Las manos de Dios, de Carlos
Solórzano. El V Festival fue calendarizado nuevamente para noviembre de ese año, fueron rescatados los espectáculos truncados y fortalecido
el programa con Fuenteovejuna bajo la inspirada
dirección de otro equipo de maestros invitados. A
la distancia de los años podemos apreciar que los
fuegos encendidos en esa época, en cuenta por
el señalado, ardieron por encima de la mentira y
la muerte; y las cenizas que quedaron, abonaron
la lucha del frente social y crítico constituido por
el arte escénico, que con todo y contradicciones
camina, ha caminado y seguirá caminando. m
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