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Capitulo II: NARCOTERRORISMO EN AMERICA LATINA.
En este capítulo central del trabajo de Tesis, detallaré en primer lugar los antecedentes
históricos del fenómeno, para demostrar cómo a través de la protección de uno o varios
Estados comenzó el tráfico ilegal de estupefacientes, en distintos lugares del globo; sus
implicancias estratégicas y sus conexiones, a través de los años, con la situación actual.
A continuación explicaré cómo funciona el narcotráfico a nivel internacional y,
particularmente, como se estructura el mercado de la cocaína en Colombia. Cómo funciona
el llamado “lavado de dinero” y, por último, la simbiosis estratégica entre el comercio
ilegal de narcóticos y los grupos revolucionarios latinoamericanos remanentes en la postguerra fría, en el continente.
II.a. Narcotráfico.
II. a. 1. Antecedentes históricos
“Del exterior llega al país una avalancha de estupefacientes, importados por un grupo
de contrabandistas eficientes y bien organizados. La quinta parte de la población se
torna drogadicta, epidemia que supera a cualquiera que se conozca desde la época de las
grandes plagas. No sólo sucumben los pobres, sino los ricos también, y los hijos de los
ricos. El hampa ostenta con cinismo los dividendos del narcotráfico, a más de dominar
muchos gobiernos regionales y amenazar aun la integridad del gobierno nacional.
Ninguno de sus adversarios está a salvo de sus sicarios; ni siquiera el jefe de Estado. Las
instituciones del orden están en ruinas. El deterioro de los cimientos morales de la
Nación es ya más que peligroso”
Por conocido y actual que esto suene, no es una descripción de algún país latinoamericano
de fines del siglo XX, sino de la China de 1838, en vísperas de la Primera Guerra del Opio,
cuando Gran Bretaña desembarcó tropas para obligarla a ingerir el veneno que distribuían
los mercaderes británicos.
Así lo describe a sus superiores en el exterior, uno de los principales narcotraficantes:
“Mientras China siga siendo una Nación de opiómanos, no hay el menor motivo para
temer que se convierta en potencia militar de importancia alguna, ya que el vicio agota
las energías y la vitalidad de la Nación”1
En el transcurso del siglo pasado las finanzas británicas, al amparo de los cañones reales,
dominaban el tráfico mundial de estupefacientes. Envenenar a China y posteriormente a
EEUU, recién salidos de la guerra civil, no conducía a la prisión sino a la nobleza.
Grandes sectores del Lejano Oriente se dedicaron al cultivo de la adormidera, a expensas de
la producción de alimentos, al grado de que decenas de millones de individuos dependían
totalmente del cultivo, la distribución y el consumo de estupefacientes.
1
Citado en: Jack Beeching, “The Chinese Opium Wars”, Nueva York, Harvest Books, 1975.
He aquí los hechos:
En 1715 la Compañía de la Indias Orientales británica inauguró en la ciudad portuaria de
Cantón su primera oficina del Lejano Oriente y empezó a comerciar con opio. Desde
entonces hasta 1840, cuando de desató la Primera Guerra del Opio contra China, Gran
Bretaña no se apoderó del comercio del opio, sino que el comercio del opio se apoderó de
Gran Bretaña. El medio fue el cuasi golpe de Estado que dio en 1783 lord Shelbourne (el
Primer Ministro británico que completó las negociaciones de paz con las colonias
americanas, tras la batalla de Yorktown), el mismo que llevó al poder en Londres a la
facción política y financiera que había manejado el tráfico del opio en Asia.
Los elementos principales de la coalición de gobierno de Shelbourne eran: la Compañía de
las Indias Orientales, un grupo de mercaderes escoceses y la alianza, en el continente
europeo, con la Orden de los Caballeros de San Juan de Jerusalén y la Compañía de Jesús.
Imposibilitado de gobernar a nombre propio (se lo conocía como el “jesuita de la Plaza
Berkeley”), Shelbourne detentaba el poder que mantuvo en el premierato, por veinte años, a
William Pitt, el Menor.
La Compañía de las Indias Orientales se inició en el negocio de los estupefacientes en
1715, pero no fue ella la primera en hacerlo. Desde que se fundó la primera misión jesuita
en Pekín, en 1601, la Compañía de Jesús poseía las llaves del comercio con el Lejano
Oriente, incluidos los estupefacientes. El primer informe que se conoce del cultivo de la
amapola en gran escala, proviene de la India, que hacia fines del siglo XVI estaba bajo el
imperio de los mongoles, cuando los jesuitas, siguiendo los pasos de los comerciantes
portugueses, alcanzaron posiciones de autoridad indisputada en la corte mongola.
Con los jesuitas, por enlace de éstos con los gobernantes manchúes de China y el Imperio
Mongol, primero los portugueses y luego los holandeses se apoderaron de las centenarias
rutas del comercio del opio que habían abierto mercaderes árabes e indios, entre ellas la del
comercio entre Cantón y la dependencia portuguesa de Macao. Los holandeses concertaron
luego un monopolio del opio en toda la parte norte del subcontinente indio, que incluía a
Bengala, Bihar, Udisa y Varanasi. Se autorizó a los comerciantes holandeses a que forzaran
a los campesinos indios a producir opio, a cambio del pago de impuestos a la corte
mongola. Para 1659, se comerciaba ya más opio que cualquier otro producto, salvo
especias, que también se pagaban con opio. Para 1750, los holandeses exportaban más de
100 toneladas de opio a Indonesia.
El opio siempre ha sido un artículo extremadamente lucrativo, pero los holandeses se
apercibieron, además, de sus ventajas colaterales. Según la opinión de un historiador
norteamericano, “los holandeses descubrieron en el opio un medio útil para quebrantar
la resistencia moral de los indonesios que se oponían a la introducción de su sistema de
haciendas, semiservil pero cada vez más rentable. De los puertos, donde los mercaderes
árabes consumían opio, difundieron deliberadamente a la campiña la adicción a la
droga”1
1
Philip Woodruff, “The Men who Ruled India” , Londres, J. Cape, 1953.
La Compañía de las Indias Orientales no entró en grande en el negocio sino hasta las
victorias militares de 1757, que hicieron de Bengala una colonia británica. Pero la
beneficiaria de la incursión en el comercio del opio no fue Gran Bretaña, ni siquiera la
propia Compañía de las Indias Orientales. La Compañía había sufragado los costos de la
expedición militar de 1757, pero no obtuvo ganancia alguna, puesto que el lucro del
comercio del opio iba a dar a los bolsillos de los funcionarios de la Compañía que residían
en la India. Varias veces la Compañía tuvo que solicitar al Parlamento que la rescatara,
hasta que entró Shelbourne, reorganizó la Compañía y la convirtió en el instrumento central
de la explotación de estupefacientes para sustento del Imperio.
Lord Shelbourne tomó dos entidades en bancarrota, la Compañía de las Indias Orientales
y el Imperio Británico y las combinó, para hacer de ellas una empresa viable. Al concluir la
guerra revolucionaria con las colonias americanas, la deuda nacional británica alcanzaba la
abultada suma de 240 millones de libras, para ese entonces extraordinaria. Al igual de lo
que sucede con los países latinoamericanos en la actualidad, el servicio anual de la
deuda de Gran Bretaña absorbía más de la mitad de los ingresos del gobierno. Más
grave aún, merced a la Liga de la Neutralidad Armada, una alianza europea antibritánica
que se formó durante la guerra, Francia arrebató a Inglaterra la mayor parte del mercado
europeo en bienes tales como el lino, los textiles y la ferretería.
Para sortear la grave crisis, Shelbourne propuso una estrategia de doble filo:
ampliar el tráfico de opio y subvertir a los Estados Unidos, ambas cosas bajo la
consigna del libre cambio.
El primer objetivo se logró bastante bien, con la Guerra del Opio contra China; el segundo
tuvo que esperar hasta el siglo XX.
Shelbourne selló una alianza con la facción de la Compañía de las Indias Orientales que
encabezaban Laurence Sullivan, cuyo hijo era subcontratista a cargo del monopolio privado
del opio en Bengala y con Francis Baring, banquero anglo-holandés de mucho peso en el
comercio atlántico. Con el dinero del comercio del opio y el padrinazgo de la monarquía,
Shelbourne influenció totalmente a partir de 1783 al Parlamento británico y consolidó un
poder financiero que rebasaba absolutamente el de las familias terratenientes que en la
Revolución Gloriosa de 1688 tanto habían menoscabado la política oficial hacia las
colonias americanas de Gran Bretaña.
El principal propagandista de Shelbourne era Adam Smith, funcionario a sueldo de la
Comapañía de las Indias Orientales, cuyo libro de 1776, “La Riqueza de las Naciones”,
proclamó tanto la política británica de mantener a las colonias americanas en condición de
retrógradas productoras de materias primas, cuanto el imperativo de incrementar el
comercio del opio.
En 1787, el Secretario de Estado británico, Henry Dundas, había propuesto que Gran
Bretaña avasallara a China para crearle un mercado al opio. Mientras tanto, la Compañía de
las Indias Orientales organizó una red de subsidiarias que se encargaran de exportar el opio
de India a China, en representación secreta de la Compañía. Entre las primeras estuvo la
empresa Jardine Matheson, hoy todavía en funcionamiento.1
Ya con el patrocinio y la protección de la Corona, Jardine Matheson y otras firmas
fomentaron una fiebre de exportaciones de opio a China. Para 1830, el número de cajas de
opio importadas por China se cuadruplicó, llegando a 18.956 cajas. En 1836, fueron más de
30.000 cajas. En grandes números, las cifras publicadas por los gobiernos de China y Gran
Bretaña indican que entre 1829 y 1840 entraron a China un total de siete millones de
dólares de plata, mientras que con el ascenso meteórico del tráfico de opio salieron del país
56 millones de dólares de plata.2
De hecho, para 1830 el opio era el más importante artículo del comercio internacional.
En 1840, el Emperador chino, frente a la aguda drogadicción que destruía por igual a los
mandarines y a la Nación en su conjunto, intentó restringir las actividades de las compañías
británicas:
LA RESPUESTA DE GRAN BRETAÑA FUE LA GUERRA.
El año anterior, el Emperador había nombrado a Lin Tse-hsu comisionado de Cantón para
librar la guerra contra el opio. Lin emprendió una recia ofensiva contra las pandillas de las
Tríadas, patrocinadas por las compañías comerciales británicas para llevar las drogas del
distrito portuario a las calles vecinales. La Sociedad de las Tríadas, conocida también como
la “Sociedad del Cielo y de la Tierra”, era una centenaria secta religiosa feudal que había
sido suprimida por la disnastía Manchú por su oposición, frecuentemente violenta, a los
programas de reforma del gobierno. Los misioneros jesuitas y de la Iglesia Anglicana
habían estudiado y cultivado al grupo de las Tríadas en Cantón, al cual reclutaron luego, a
principio del siglo XIX, para el comercio del opio de la Compañía de las Indias Orientales.
Cuando Lin se disponía a a apresar a uno de los súbditos británicos empleados por las
casas traficantes de opio, el capitán Charles Elliot, comisionado de la Corona, ésta intervino
para proteger con la flota de Su Majestad al narcotraficante. Y cuando Lin respondió,
sitiando las bodegas portuarias donde estaban almacenados los envíos de té a Gran Bretaña,
hasta que los comerciantes entregaran sus reservas de opio, Elliot le garantizó a los
mercaderes del opio que la Corona se haría cargo de cubrirles todas sus pérdidas.
La Corona británica tenía ya su casus belli
Matheson, de la firma comerciante de opio Jardine Matheson, le escribió a su socio
Jardine, que se encontraba en Londres negociando con el Primer Ministro Palmerston,
sobre cómo llevar a cabo la guerra contra China que, tenían pendiente:
“Los chinos han caído en la trampa de enfrentarse directamente a la Corona. A un
observador atento podría parecerle que toda la carrera de Elliot estuvo dirigida
1
2
Beeching, “Chinese Opium Wars”. COMPLETAR
Beeching, “Chinese Opium Wars”, pag. 43.
expresamente a inducir a los chinos a comprometerse y producir el choque. Supongo que
el próximo paso será la guerra con China”1
Efectivamente, el 12 de octubre de 1839, Palmerston le envió un despacho secreto a
Elliot, en Cantón, para informarle que para marzo de 1840 debería llegar allá una fuerza
expedicionaria proveniente de la India. En un despacho secreto subsiguiente, fechado el 23
de noviembre, Palmerston daba instrucciones detalladas de cómo debería proceder Elliot en
sus negociaciones con los chinos, tan pronto como los hubiera derrotado la flota británica.
De hecho, el segundo despacho de Palmerston se basaba en un memorándum de Jardine,
fechado el 26 de octubre, en el que el traficante de opio demandaba:
Plena legalización del comercio de opio en China.
Compensación por las reservas de opio confiscadas por Lin, por valor de 2 millones
de libras.
Soberanía territorial de la Corona británica en ciertas islas cercanas a la costa.
En otro memorándum enviado simultáneamente al Primer Ministro, Jardine ponía a
disposición de la Corona toda la flota de opio de Jardine Matheson para librar la guerra
contra China.2
Las fuerzas chinas, debilitadas por diez años de opiomanía en el Ejército Imperial, no
estuvieron a la altura de la embestida británica. En 1840 la flota y el ejército inglés atacaron
Cantón y la provincia de Che-Kiang, ocuparon Ting-hai, bloquearon el puerto de Ning-po,
operaron en el golfo de Chi-li y entraron el el puerto de Ta-ku.1
Aunque en Cantón los chinos ofrecieron resistencia, la ventaja de los británicos,
especialmente en Nanquín, obligó al Emperador a ajustarse a sus condiciones. Penosamente
consciente de que la prolongación del conflicto sólo fortalecería la posición negociadora de
los británicos, pidió un tratado para ponerle fin a la guerra.
Cuando Elliot le remitió a Palmerston, en 1841, el borrador del Tratado de Cheunpi, el
Primer Ministro lo rechazó de inmediato, replicando que “Después de todo, nuestro
poderío naval es tan grande que le podemos decir al Emperador los que nos proponemos
retener nosotros, en lugar de que él diga lo que nos concederá”. Palmerston le ordenó a
Elliot exigir la “admisión del opio en China como artículo de comercio legítimo, mayores
pagos de indemnización, y acceso británico a varios puertos chinos”.2
El Tratado de Nanquín, firmado el 29 de agosto de 1842, con trece puntos, en lo sustancial
disponía:
Beeching, “Chinese Opium Wars”, pag. 80 COMPLETAR
Beeching, “Chinese Opium Wars”, pag. 98 “
1
Historia de China Contemporánea, Academia Político-militar de Tung-pei, traducción del italiano de Atilio
Dabbini, Ed. Platina, Bs. As., 1959.
2
Beeching, “Chinese Opium Wars”, pag. 127.
1
2
El pago de una indemnización a Inglaterra de 21 millones de “yuangs”. Este
equivalía a 37,301 gramos de plata u oro y constituía la principal unidad monetaria de
China.
La entrega del “puerto libre” extraterritorial de Hong Kong, aún hoy la capital del
narcotráfico en Lejano Oriente.
La admisión del opio en China como un artículo de comercio legítimo (introducción
y consumo).
La apertura de los puertos de Cantón, Amoy, Fu-chow, Ning-po y Shangai, para el
comercio inglés.
El permiso para los ingleses para residir y abrir consulados en China.
Las tarifas aduaneras por acuerdos “mutuos y equitativos” para mercaderías de
origen inglés.
La primera Guerra del Opio fue la piedra angular de la política imperial británica. Ella
permitió difundir el consumo de drogas destructoras de la mente, socavar las instituciones
soberanas de los Estados y, además, lucrar por ello. Si queda alguna duda de ello sólo
tenemos que leer la siguiente declaración programática de lord Palmerston, de un
comunicado que envió en enero de 1841 a lord Auckland, entonces gobernador general de
la India:
“La rivalidad de las manufacturas europeas excluye rápidamente de los mercados
europeos nuestras producciones y debemos esforzarnos incesantemente por encontrar
en otras partes del mundo nuevas avenidas para nuestra industria (el opio)....Si
tenemos éxito en nuestra expedición a China, Abisinia, Arabia, los países del Indo, nos
darán en un futuro no muy distante, una importante extensión de nuestro comercio
exterior”.3
Pero el Tratado de Nankin acarreó otras consecuencias inmediatas. Estados Unidos y
Francia, dada la debilidad en que se hallaba sumido el “Celeste Imperio”, quisieron gozar
de iguales privilegios que los otorgados a Inglaterra y los lograron en los Acuerdos de Tientsin, en 1844.
La India canalizó el Opio, por medio de Gran Bretaña, en la siguiente progresión:
En 1815................ 174.000 Kilogramos
En 1836............... 3.008.000 Kilogramos
En 1858............... 3.900.000 Kilogramos
En 1880............... 6.752.000 Kilogramos
Además, al legalizarse el consumo, se inicia en China el cultivo intensivo de la amapola,
que no se detuvo a pesar del Convenio de Shangai de 1909, que lo prohibió. Con su propia
producción, los chinos ya compiten con el opio importado; luego se extiende a Hong Kong
(colonia británica desde 1842 hasta 1997), Malasia, Singapur, llegando a Tailandia y de allí
a los Estados Unidos, que más adelante debió dictar la Opium Exclusión Act, para intentar
contener el flagelo.
3
Beeching, “Chinese Opium Wars”, pag. 95.COMPLETAR
El día 10 de junio de 1841, en la aldea de San-yuan-li, los soldados ingleses saquearon las
casas y destruyeron sembradíos. Este acto sería el germen que daría nacimiento al
movimiento de los campesinos revolucionarios “taipings”, desarrollado durante años, hasta
que en 1853 ocuparon Nankin, a la que denominaron Tien-tsin (Capital Celeste). La
revolución “taiping” recién culminó en 1865, cuando fueron derrotados en la batalla de
Nankín y más de cien mil de sus soldados murieron. Los británicos no tomaron
prisioneros.1
Dentro de ese clima, la avanzada de una fuerza expedicionaria franco-británica, en junio
de 1856, en Taku, fue capturada por los chinos precipitando la Segunda Guerra del Opio
(1856-1858), otra vez con consecuencias desastrosas para los chinos y otra vez con
rendimientos monumentales para los narcopromotores de Londres. Como consecuencia de
este enfrentamiento, los bancos mercantiles y las casas de comercio británicas fundaron la
Hong Kong and Shangai Corporation, que hasta hoy en día sirve de banco central de
liquidaciones para todas las transacciones financieras del Lejano Oriente relacionadas
con el mercado negro del opio y su derivado la heroína. El 25 de octubre de 1860 se
firmó el Tratado de Tien-tsin, en el que se acordaron nuevas indemnizaciones a pagar por
los chinos, mayores ventajas inglesas para la introducción del opio y legalización del
tráfico, que en 1858 alcanzó las 70.000 cajas.
Más aún, con el sitio conjunto que franceses y británicos le impusieron a Pekín en octubre
de 1860, los británicos abrieron por completo las puertas de China. Lord Palmerston, el
sumo sacerdote del Rito Escocés de la masonería, había vuelto al cargo de Primer Ministro
en junio de 1859, para lanzar la segunda guerra y llevar a cabo la política de “apertura de
China”, que había sido elaborada veinte años antes.
Como la invasión de Cantón en 1840, la segunda guerra fue un acto de agresión imperial
británica lanzada con el primer pretexto baladí que se les presentó. Poco antes de ordenar la
campaña del norte, contra Pekín (que permitió a los británicos mantener el tráfico
ininterrumpido de opio, aún durante el estado de guerra), lord Palmerston le escribió a su
cirineo, lord John Russel, Secretario de Exterior: “De un modo u otro debemos hacer que
los chinos se arrepientan del ultraje”. Palmerston se refería a la derrota que sufrió la fuerza
expedicionaria franco-británica en los Fuertes de Taku, (la cual mencioné en la página
anterior) en junio de 1859. Esta fuerza, con órdenes de sitiar los fuertes, había encallado en
el fangoso puerto y varios cientos de marinos que intentaron vadear el fango hasta la playa
habían sido muertos o capturados. “Debemos enviar una fuerza naval para atacar y ocupar
Pekín”, agregaba Palmerston.1
The Times de Londres se hizo eco de Palmerston con una activa campaña
propagandística:
1
1
Historia de China Contemporánea, Academia Político-militar de Tung-pei, Ed. Platina, Bs. As., 1959.
Beeching, Chinesse Opium Wars., pag. 260.COMPLETAR
“Inglaterra con Francia, o Inglaterra sin Francia si es necesario...debe darle lección a
esas pérfidas hordas, que de aquí en adelante el nombre de Europa sea motivo de temor, si
no puede ser de amor, por todas sus tierras”.2
En octubre de 1860 la fuerza expedicionaria franco-británica sitió Pekín. La ciudad cayó
prácticamente sin resistencia alguna. A pesar de las protestas francesas, el comandante
británico, lord Elgin, ordenó que, en señal de desprecio británico por los chinos, se
saquearan y quemaran los templos y santuarios de la ciudad.
A los cuatro años de la firma del Tratado de Tien-tsin, 25 de octubre de 1860, Gran
Bretaña tenía en sus manos 7/8 del comercio con China, que había crecido una enormidad y
en 1864 sumó ya 20 millones de libras. En los siguientes veinte años, el total de
exportaciones de opio de la India, la mayor parte se enviaba a China, creció de 58.681 cajas
en 1860 a 105.508 en 1880.3
Con su Guerra del Opio contra China, Gran Bretaña fijó su método para
dominar el comercio internacional de opio:
Patrocinar la adicción masiva del opio entre los pueblos coloniales y
neocoloniales “para minar la vitalidad de las Naciones”.
Estar lista para desplegar sus fuerzas militares nacionales para proteger el
tráfico de opio.
Costear, en la Nación que se trate, con parte de las gigantescas ganancias del
narcotráfico, el aparato de organización terrorista y hampones a sueldo (mafias)
que realizan el trabajo sucio, además del comercio y sirven de quinta columna de
los intereses británicos.
En 1872 se introdujeron en China 85.000 cajas de opio. En 1879, la cantidad alcanzó las
100.000 cajas y los fumadores de opio superaban los dos millones. Como consecuencia de
esto se abandonada la siembra de arrozales para cultivas “amapolas”. A iniciarse el siglo
XX los opiómanos alcanzaban los cuarenta millones de personas.
Hacia finales del siglo XIX el Imperio Chino se hallaba desmembrado, ya que ora por la
diplomacia, ora por la fuerza, se había visto obligado a ceder los siguientes territorios:
Las islas Ryukyu, ocupadas por Japón desde 1874.
Annam, en poder de Francia desde 1885.
Birmania, apoderada por Inglaterra desde 1886.
Macao, dominio de Portugal desde 1887.
Sikkim, dependiente de Inglaterra desde 1890.
2
3
Beeching, Chinesse Opium Wars, pag. 272.COMPLETAR
Beeching, Chinesse Opium Wars, pag.264.
En julio de 1894 Japón invadió Corea, que hasta entonces dependía de China. El ejército
chino fue derrotado cerca de Pyongyang y la flota, hundida. La guerra culminó en abril de
1895 y China debió reconocer la independencia de Corea, ceder al Japón la península de
Liao-tung, las islas de Formosa y las Pescadoras, además de pagar una importante
indemnización.
En 1900, la rebelión de los “boxers” (i-hotuans) fue ahogada por Alemania, Japón,
Inglaterra, Estados Unidos, Rusia, Italia y el entonces Imperio Austro-húngaro. A raíz de
ello los extranjeros, entre otras concesiones obtuvieron:
Jurisdicción consular: todos los juicios civiles y penales en los que estuviesen
involucrados deberían ser tratados y resueltos por jueces extranjeros, por medio de un
“tribunal mixto”.
Privilegios zonales: en determinadas áreas como Shangai, Tien-tsin, Hankow,
Kiukiang, Amoy y Cantón, se delimitaron regiones no sometidas al gobierno chino,
sino a sus concesionarios.
Derecho a convenir el monto de los impuestos aduaneros y a controlar los
mismos: esta prerrogativa significaba la pérdida de la independencia aduanera.
Derecho a la navegación en aguas internas, derecho de movimiento y anclaje
para buques de guerra: la defensa marítima china había dejado de existir..
En 1912, en La Haya, se realizó la Primera Reunión Internacional para Controlar el
Opio (para “sujetar su producción”), de la cual participaron una docena de países, incluidos
los EEUU, Inglaterra y China.
Los concurrentes estuvieron de acuerdo en regular el comercio de estupefacientes, con la
idea de terminar por suprimirlo totalmente. La conferencia fue un gran paso adelante; en los
primeros días del tráfico de drogas, ni el opio ni la morfina se consideraban drogas ilegales
y la heroína se prescribió como medicamento recién en 1924. Pero esa conferencia y los
intentos subsecuentes de poner alto a la plaga del opio, se estrellaron con la abierta
actitud de los diplomáticos británicos en pro de la obtención de ganancias ilimitadas de
una mercancía que bien se sabe que destruye a quien la consume.
El éxito de la Convención de la Haya, como se la denominó, dependía de que se
cumpliera estrictamente el acuerdo anglo-chino de 1905. Según este acuerdo, los chinos
reducirían la producción nacional de opio, mientras que los británicos reducirían sus
exportaciones de opio de India a China, en forma proporcional.
Los chinos, que suscribieron con entusiasmo los protocolos de 1905 y de 1911, pronto
descubrieron que los británicos no cumplían su parte y que enviaban opio a sus bases
extraterritoriales, Hong Kong y Shangai. De 87 fumaderos de opio autorizados que había en
el Asentamiento Internacional de Shangai en 1911, la cifra saltó a 663 en 1914. Además del
tráfico interno a Shangai, las Tríadas y demás redes del hampa, auspiciadas por los
británicos, redoblaron sus operaciones de contrabando, cómodamente dirigidas desde los
almacenes de Shangai.
En otro acto de menosprecio por la Convención de La Haya, Gran Bretaña le hizo un gran
préstamo a Persia, en 1911. La garantía del préstamo eran las ganancias que sacaba
Persia del opio.
Aún con la creación de la Liga de las Naciones, Gran Bretaña hizo gala de su narcotráfico
ante la comunidad mundial. En esa época, el comercio de opio de Su Majestad era tan
ampliamente conocido que hasta el semanario estadounidense anglófilo The Nation publicó
una serie de reportajes documentales en los que criticaba con dureza el papel británico.
En la Quinta Sesión del Comité sobre el Opio de la Liga de las Naciones, un delegado
exigió al gobierno británico que explicara por que había grandes discrepancias entre las
cifras oficiales de cargamentos de opio a Japón, publicadas por los gobiernos japonés y
británico. Estos sólo reconocían cargamentos insignificantes durante el período 1916-1920,
todos destinados al uso médico; mientras que las cifras de los japoneses mostraban un
floreciente tráfico británico. Enfrentando a esta prueba clarísima de que Gran Bretaña
contrabandeaba opio a Japón, el delegado británico argumentó que la existencia del
mercado negro sólo probaba la necesidad de crear un monopolio estatal del opio.
Todavía en 1927, las estadísticas oficiales británicas mostraban que los ingresos del
gobierno por el opio –no el total, mucho mayor, de ganancias del mercado negro- daban
cuenta de un importante porcentaje del total de los ingresos de todas las colonias grandes de
la Corona en el Lejano Oriente.
También en la India la política oficial de la Corona se concentró en proteger el mercado
del opio. Cuando Gandhi comenzó la campaña en contra del opio, en 1921, sus seguidores
fueron encarcelados por “socavar el ingreso del erario”. A los británicos les importaba tan
poco lo que pensara la Liga de las Naciones, que después de que una comisión encabezada
por Lord Inchcape investigó la hacienda de la India en 1923, su informe, aunque juzgaba
necesario reducir la producción de opio si los precios caían, advertía en contra de la
disminución del área cultivada, por la necesidad de salvaguardar “ésta importantísima
fuente de ingresos”. Mientras el gobierno británico decía tomar medidas para reducir el
consumo de opio y marihuana, de hecho sus agentes en la India se ocupaban de impulsar
las ventas para incrementar los ingresos del erario de la Corona.
En 1923, el mercado negro del opio dirigido por los británicos, se consideraba un
problema internacional tan serio que el diputado Sthepen Porter, presidente del Comité de
Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, presentó un
proyecto de ley para tratar de fijar cuotas de producción e importación de opio país por
país, para reducir el consumo a aproximadamente al 10 % del volumen de entonces. Este
porcentaje sería la cantidad aceptable de opio para cubrir necesidades médicas.
La propuesta de Porter se llevó ante el Comité sobre el Opio de la Liga de las Naciones,
donde el representante británico la combatió públicamente. El delegado británico redactó
una enmienda al plan de Porter, en la que pedía que se aumentaran las cuotas para tomar en
cuenta el “consumo legítimo” de opio aparte del uso medicinal. Se refería a la gran
drogadicción de la población de las colonias y esferas de influencias británicas
(mayormente en Asia), donde no había reglamentos que restringiesen el uso del opio. Las
encolerizadas delegaciones chinas y norteamericanas abandonaron la sesión
plenipotenciaria; los británicos hicieron aprobar la creación de un Consejo Central de
Narcóticos, facultado para reunir información y nada más. Los periodistas que estuvieron
en Ginebra en ese entonces, se referían a lo que quedó de ese comité como “la junta de los
contrabandistas”.
Otro antecedente histórico de trascendencia fue la nueva “Guerra del Opio”,
declarada por Gran Bretaña ya no contra el lejano país de oriente, sino contra los
EEUU:
Los norteamericanos la conocieron como “La Prohibición”.
La Prohibición trajo a los Estados Unidos el narcotráfico, los narcotraficantes y el
hampa en gran escala. Las bebidas alcohólicas ilegales eran dos líneas de producción
diferentes, de la misma multinacional. Los abastecedores eran los británicos, con sus
destilerías de Escocia y Canadá y sus refinerías de opio de Shangai y Hong Kong. Los
del dinero eran los británicos, con sus bancos canadienses y el Caribe. Los británicos,
merced a sus nexos políticos en los EEUU, crearon la maniobra estratégica a largo
plazo, para la destrucción cultural de los norteamericanos.
La epidemia de las drogas se difundió en los EEUU a partir de dos focos de infección: el
Lejano Oriente y Canadá. Contra el clamor de la Liga de las Naciones y de casi todo el
mundo civilizado, los británicos pelearon tercamente para mantener la producción de opio
en el Lejano Oriente y ampliaron el abastecimiento de heroína en el mismo momento, 1924,
en que la droga fue declarada ilegal en los EEUU. Canadá por su parte, que tuvo su propia
prohibición, volvió a legalizar las bebidas alcohólicas un mes antes de que los EEUU las
proscribiesen.
Funcionarios de la DEA en EEUU han subrayado la similitud que existe entre el modus
operandi del alcohol y el de los estupefacientes. Cuando los agentes mafiosos a cargo de
Arnold Rothstein y Meyer Lansky hicieron sus primeros viajes al Lejano Oriente en los
20’, adquirieron heroína de los británicos con toda legalidad. Lo que los hampones
estadounidenses hicieran con la droga era asunto suyo; los mercaderes de opio británicos
simplemente se atenían a la “libertad de empresa”. Cuando las grandes destilerías de Gran
Bretaña le vendieron torrentes de alcohol a Arnold Rothstein y Joseph Kennedy –puesto en
las Bahamas o a tres millas de las aguas territoriales de los EEUU-, ellas nada tenían que
ver con lo que se hiciera con el aguardiente una vez que llegara a las costas
norteamericanas. Idéntica explicación dio un funcionario del Bank of the Middle East,
británico, que sirve al narcotráfico en Lejano Oriente por medio del mercado de
contrabandistas de oro en lingotes de Dubai, en el Golfo Pérsico: “Mira viejo, nosotros
simplemente vendemos el oro. Lo que los amigos hagan con él una vez que lo obtienen, es
cosa suya”.
A los traficantes británicos los tenía sin cuidado cuál de los sindicatos estadounidenses se
ganaba la concesión del mes para distribuir las drogas o el alcohol. Mientras mayor fuera la
matanza entre las pandillas, mejor ocultaban aquellos su propio papel. En realidad, con
retener parte de los pedidos de alcohol de contrabando, las destilerías británicas provocaban
a su antojo la guerra de pandillas.
Esta “maniobra estratégica” estaba encaminada a degradar al pueblo estadounidense,
haciéndolo “violar la ley” y volverse cómplice de las bandas dirigidas por los bancos de
“Nuestra Gente”, la sucursal del Wall Street de la red bancaria de los Rothshild de Londres
y, por supuesto, de la inteligencia británica.
Con este agrupamiento del bajo Manhattan y Canadá al mando político, a principios de la
década de 1910 se puso en marcha el proyecto de La Prohibición, so pretexto de la entrada
de los EEUU a la Primera Guerra Mundial.
La Unión de Mujeres por la Templanza Cristiana (WCTU) y su Liga contra la Cantinas,
disfrutaron del respaldo financiero de los Astor, los Vanderbildt, los Warburg y los
Rockefeller.1 Entonces, como ahora, los dineros se entregaron principalmente por medio de
fundaciones exentas de impuestos, en especial la Russell Sage Foundation y la Rockefeller
Foundation. El ex Primer Ministro canadiense MacKenzie King, indujo a John D.
Rockefeller I, no sólo a financiar a la WCTU, sino a poner a su servicio todo el equipo de
investigadores privados de la Fundación.
Una rama del Movimiento Pro-Templanza lo dirigía Jane Adams, quien estudió en
Londres en el orfelitano y casa de caridad que la Sociedad Fabiana puso en el Toynbee Hall
y regresó a los EEUU a emprender una proyecto paralelo, del cual surgió posteriormente la
Universidad de Chicago.
Estas tres sectas británicas agitaron en todo el país a favor de la Prohibición. Mientras la
WCTU y la Liga Contra las Cantinas escenificaban ataques por sorpresa contra éstas, que
gozaban, por supuesto, de gran publicidad. Los trabajadores sociales de la casa de caridad
fabiana de Jane Adams, con mayor finura, se valían de la coyuntura única que se acababa
de aprobar, la Enmienda Diecisiete, que concedió el voto a las mujeres en las elecciones
nacionales y de que la mayoría de los hombres se encontraban en Europa, destinados en el
servicio de guerra, para hacer aprobar la Enmienda Dieciocho, que convertía la Prohibición
en Ley. Para 1917, la enmienda quedó ratificada; pero la Ley Volstead, que fijaba los
procedimientos federales para hacerla cumplir, no entró en vigor hasta el 6 de enero de
1920.
En Canadá, por órdenes del Consejo de Su Majestad, se dictó una breve Prohibición
(1915-1919), principalmente para crear las reservas de dinero y el circuito del contrabando
para la futura prohibición en los EEUU. En esa época, la familia Bronfam entabló
relaciones con el hampa de los EEUU y selló sus acuerdos contractuales con la Real
Comisión del Licor en Londres.
En Nueva York, las brigadas de la Russel Sage Foundation, cuyo centro principal de
operaciones estaba en Brooklin, dirigieron la reorganización y el reclutamiento de las redes
de hampones ya más o menos organizadas por medio del engranaje del Partido Demócrata
1
John Kobler, Ardent Spirits (Nueva York: G.P. Putnam’s Sons, 1973)COMPLETAR
de la ciudad de Nueva York. Se fundaron negocios de fachada “legítima” para reemplazar a
las casas de préstamos usurarios de las barriadas y, en los doce meses inmediatamente
anteriores a la Ley Volstead, se envió desde Brooklin a las grandes ciudades del Medio
Oeste, principalmente a Chicago, Detroit y San Luis, a individuos especialmente escogidos,
muchos de ellos salidos de la “mafia” de Mazzini, trasplantada a alos EEUU durante las
últimas migraciones italianas de 1800. Uno de esos reclutas de Brooklin fue Al Capone.
La oligarquía británica no se limitó a surtir los pedidos de los peores elementos del hampa
del bajo mundo. En medida asombrosa, la porción anglófila de la alta sociedad de los
EEUU entró en la danza. Es de mencionarse el caso de Joseph Kennedy, quien obtuvo sus
contratos británicos de venta de licor al mayoreo gracias al Duque de Devonshire y casó
luego a su hija con un miembro de dicha familia real.
El experimento de catorce años de la Prohibición en los EEUU, colmó los propositos de
los británicos que lo idearon. El autor Ralhp Salerno, historiador del hampa y experto de
autoridad internacional en la materia, consultor jurídico y ex miembro de la División de
Inteligencia del Departamento de Policía de Nueva York, en su libro The Crime
Confederation, da un resumen sucinto de las consecuencias de la jugada británica de la
Prohibición:
“El acontecimiento definitivo en la historia de la confederación del hampa, fue el auxilio
legal denominado Prohibición....Esta ayudó a nutrir a la delincuencia de varias maneras.
Fue su primera fuente de cantidades de dinero verdaderamente grandes. Hasta entonces,
la prostitución, el juego, la extorsión y otras actividades, aún en su mayor escala, no
habías generado mucho capital. Pero el licor ilegal fue una industria multimillonaria. Dio
el dinero que la organización aplicó luego para ampliar otras actividades ilegales, como
las drogas y penetrar los negocios legítimos. La Prohibición también abrió las puertas a la
corrupción de políticos y funcionarios policiales, en gran escala. Inició la intervención del
hampa y los sindicatos del crimen en la política y desmoralizó a ciertas entidades
policíacas a un extremo del que nunca se han recuperado de verdad.......La manufactura y
distribución nacional del licor ilegal y la importación del licor elaborado en el exterior, le
dio a los individuos que dirigían el asunto experiencia en la administración y dirección de
negocios multimillonarios, con miles de empleados y largas nóminas de pago. Hombres
que nunca antes habían manejado más que una granja familiar o una pandilla local
,adquirieron instrucción práctica que los convirtió en jefes con cualidades ejecutivas....La
población en masa violó la Ley Volstead; el ciudadano del común se puso en contacto con
delincuentes y, por ende, los toleró y , a la larga, los vio hasta con simpatía. Ello socavó de
modo permanente el respeto a la ley y a los encargados de hacerla cumplir. A partir de la
Prohibición, la gente aceptó la idea de que se puede sobornar al policía, por supuesto con
buenos resultados..”1
La coincidencia o paralelismo de esta situación con la que se experimenta en la
actualidad en cualquier ciudad latinoamericana, no es “pura casualidad”.
1
Ralph Salerno y John S. Tompkins, The Crime Confederation, Nueva York, Doubleday and Company, 1969,
pag. 275 a 279.
Juntas, las entradas que produjeron el tráfico ilegal de alcohol y drogas durante La
Prohibición, constituyeron un botín multimillonario del mercado negro. Aunque familias
como los Kennedy y los Bronfman medraron como bandidos a principios de los treinta, con
la transición al comercio “legítimo” de bebidas alcohólicas, todo el andamiaje financiero
que hacía falta para mantener la infraestructura del hampa exigió diversificar el mercado
negro y ampliarlo en áreas que anteriormente casi no se habían aprovechado. El mercado de
drogas ilícitas en los EEUU, por más que creció significativamente como resultado de la
prohibición, sólo vino a representar un negocio multimillonario pasadas varias décadas. En
los 30’ y 40’, al invertir los fenomenales dividendos de la Prohibición en garitos, estadios
deportivos e hipódromos, el hampa echó los cimientos del narcotráfico que se iniciaría a
mediados de los 50’, una vez que se creó el ambiente cultural propicio de la
drogadicción.