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UNIVERSIDAD CATOLICA ARGENTINA – UNIVERSIDAD DE NAVARRA
Terceras Jornadas Internacionales
De Iustitia et Iure en el Siglo de Oro
LEY, GUERRA Y PAZ EN FRANCISCO SUAREZ
Buenos Aires, 2, 3 y 4 de junio de 2008
SUAREZ ¿VERSUS? ROUSSEAU
La controversia sobre la legitimidad de una paternidad revolucionaria
Roberto Bosca
Universidad Austral
[email protected]
1
Durante su reciente viaje a los Estados Unidos, el papa Benedicto XVI
recordó que cuando se acuñó el concepto de soberanía nacional, Francisco de Vitoria,
considerado un precursor de la idea de las Naciones Unidas, vio en una razón natural
compartida por todas las naciones, el fundamento de una convivencia entre los
pueblos1.Por este motivo, como es sabido, se adjudica a Vitoria el carácter de padre del
derecho internacional2.
De otra parte, la reciente reedición actualizada de una mononografía de José
Carlos Chiaramonte sobre la Ilustración en el Río de la Plata3, introductoria de un
archivo documental que continúa su línea de investigación en esta materia, ha vuelto
una vez más sobre un tema ampliamente discutido a lo largo del siglo pasado: las
influencias ideológicas en la revolución americana, y más concretamente en la
Revolución de Mayo, sobre todo en sus momentos liminares del Cabildo Abierto donde
se definiría la autonomía de las llamadas desde ese entonces Provincias Unidas del Río
de la Plata.
1. Anatomía de una controversia
Este punto ha sido objeto de un pormenorizado tratamiento cuyo trámite
constituye básicamente el objeto de esta ponencia. El cometido de este trabajo consiste
por lo mismo estrictamente en lo dicho: el trámite, y no tanto entonces en explicar las
líneas fundamentales del proceso controversial sino sobre todo en identificar y analizar
resumidamente su significación en el escenario de las relaciones entre teología y política
o más ampliamente entre cultura y religión, en la perspectiva del marco histórico y
sobre todo historiográfico4.
Si bien la polémica en sí misma puede ser considerada hoy también ella un
dato histórico en cuanto que después de un largo periodo de varias décadas de vigencia
ella ha perdido actualidad e incluso ha sido considerada finalizada por las nuevas
generaciones de historiadores, la misma es susceptible de ser reconocida como un
testimonio de las tensiones atravesadas por la historiografía argentina en el siglo veinte,
con claros reflejos en el presente: la historia siempre mira para adelante. Al mismo
tiempo, el tema sirve como punto de referencia para pasar revista a algunas actitudes,
estilos y formas del pensamiento de los protagonistas que se expresan en la
controversia5.
Suárez representa en relación a Vitoria una más acabada formulación de
planteamientos esbozados por el teólogo dominico, sobre las relaciones entre lo
temporal y lo espiritual, y su obra constituye un corpus en el que se expresan elementos
1
Cfr. Discurso de Benedicto XVI ante las Naciones Unidas el 18 de abril de 2008 en www.vatican.va.
Cfr. M. FAZIO, Francisco de Vitoria. Cristianismo y modernidad, Ciudad Argentina, Bs.As., 1998, p.
145. Un análisis comparativo entre Suárez y Vitoria referido al tema de esta ponencia puede verse en T.
HALPERIN DONGHI, Tradición política española e ideología revolucionaria de mayo, Eudeba, Bs.As.,
1961, pp. 25-72.
3
Cfr. J.C CHIARAMONTE, La Ilustración en el Río de la Plata. Cultura eclesiástica y cultura laica
durante el Virreinato, ed. corregida con nuevo prólogo del autor, Sudamericana, Bs.As., 2007. La
edición original fue publicada por Punto Sur en Buenos Aires en el año 1989.
4
Consecuentemente, no sólo no se harán referencias a las causas de la revolución, un asunto desde luego
enormemente más complejo, sino que tampoco habrá aquí por lo dicho un tratamiento de su contenido, y
su referencia al mismo se ponderará solamente en la medida requerida por el objeto de la ponencia.
5
Cfr. C. A. LERTORA MENDOZA,”Iglesia y poder civil en el Río de la Plata. Documentos y
bibliografía para una controversia”, en Anuario de Historia de la Iglesia, año/vol XIII, Universidad de
Navarra, Pamplona, España, pp. 303-318.
2
2
conceptuales destinados a trazar un nuevo panorama de ambos órdenes de dilatadas
proyecciones hacia el futuro.
El nudo o la personificación de dicha controversia consiste en establecer si
fue el jesuita español o Jean-Jacques Rousseau el inspirador de la fundamentación del
hecho revolucionario. Se enfrentan de este modo dos grandes figuras históricas en su
proyección americana. Ambas constituyen cumbres del pensamiento en sus respectivas
concepciones del mundo y la controversia las expresa.
Ella refleja a su vez, en efecto, el enfrentamiento de dos líneas de
pensamiento, la una de matriz religiosa y la otra de matriz secularista, que con sus
respectivos matices representan dos modos muy diversos y aun opuestos de comprender
la realidad de la persona humana en sí misma considerada, pero sobre todo en su
dimensión o proyección social. ¿Es posible una conciliación entre ambas? En el curso
de este trabajo se tratará de aclarar este punto.
A pocos días de un nuevo aniversario y en vísperas del bicentenario de la
Revolución de Mayo, resulta oportuno preguntarnos por nuestros orígenes y realizar
nuestra propia reinterpretación generacional de su significado que se enmarca en la
relación entre religión y política.
Este panorama permitirá tener a la vista al mismo tiempo cómo ha sido
considerada la figura del teólogo jesuita Francisco Suárez por autores argentinos de
muy diversa pertenencia, teniendo en cuenta la importancia de Suárez en el
pensamiento filosófico y teológico no sólo católico sino también protestante6.
2. El nudo de la discusión
La tesis tradicionalmente desarrollada a partir del movimiento emancipador
y hasta las primeras décadas del siglo pasado subrayó la influencia de las ideas
ilustradas en las culturas locales y este dato no puede ser desmerecido. Ella fue
sustentada tanto por los primeros historiadores liberales tributarios de esa corriente de
pensamiento como por sus continuadores socialistas. Esta visión ha sido la doctrina
oficial de la enseñanza laica en nuestro país casi hasta nuestros días, incluso entre
docentes católicos.
La evolución de las ideas argentinas, de José Ingenieros, sintetiza esta
postura de un modo muy vivo en tanto paradigma tributario del pensamiento ilustrado
que en el caso incluye un acendrado anticlericalismo7. Para Ingenieros el
enciclopedismo constituye el hontanar del renacimiento espiritual que sacudió los
cimientos del Antiguo Régimen, que se expresaría en los nuevos rumbos emancipadores
tras el ideario liberal8. Resulta explicable así que para Ingenieros
6
Cfr. JUAN PABLO II, Fides et Ratio, 62.
El ensayo de Ingenieros, que el autor finalizaría en 1917, sería precedido por otros dos representativos
de la misma corriente: Noticias históricas sobre el origen y desarrollo de la enseñanza pública superior
en Buenos Aires, de Juan María Gutiérrez, aparecido en el año 1868, continuado por Influencias
filosóficas en la evolución nacional, de Alejandro Korn, publicada en 1936, pero cuyo capítulo
correspondiente a la escolástica fue dado a luz en 1912. Ingenieros publica en el mismo año 1917 “El
enciclopedismo y la Revolución de Mayo” en la Revista de Filosofía, 2, pp. 88-141.
8
“Pueden simbolizarse en tres grandes obras del Siglo XVIII -sintetiza el pensador positivista- las fuentes
ideológicas de la revolución sudamericana. Como expresión del liberalismo político, el Contrato social,
de Rousseau, programa de la democracia, que tendía a dar a los gobernados una participación legítima en
su propio gobierno; como expresión del liberalismo económico, las Máximas generales del gobierno
económico, de Quesnay, comentadas para justificar los intereses comerciales de las colonias contra el
monopolio de la metrópoli; como expresión del liberalismo filosófico, el Tratado de las sensaciones, de
Condillac, asimilado en América de segunda mano por todos los que quisieron emancipar la educación de
7
3
el pensamiento de los revolucionarios fue decididamente irreligioso: si alguna parte del clero lo
compartió, fue sin duda herético o subrepticiamente libelático9.
Por lo demás, este enfoque resulta sustancialmente idéntico al predominante
en los mismos ambientes eclesiásticos hasta mediados del siglo pasado e incluso al
brindado por la sensibilidad integrista aún en nuestros días, que adjudica al liberalismo
representado paradigmáticamente por la Revolución Francesa una naturaleza
radicalmente anticristiana como matriz de las revoluciones que dieron origen a los
actuales estados nacionales del continente americano al menos de filiación hispánica.
La actitud existencial de Ingenieros, representativo de la sensibilidad
ilustrada y en clara oposición a esa tradición española a la que califica de una “teocracia
feudal” es especialmente visible en el último concepto citado, caracterizante de una
intrínseca identidad entre ilustración e irreligión en la revolución argentina, y en tal
sentido dicha sensibilidad resulta sumamente esclarecedora para comprender la
discusión Suárez versus Rousseau, puesto que de un modo que puede calificarse de casi
obsesivo su pensamiento tiende a mostrar esa oposición entre ambas concepciones
religiosa e ilustrada10.
Parece oportuno, antes de entrar en materia propiamente dicha, realizar
algunas precisiones conceptuales, en primer lugar distinguir el concepto de Iluminismo
de otro ordinariamente usado en sentido equivalente que es el de Ilustración. No
obstante su distinción serán empleados aquí como sinónimos11. La Ilustración designa
una categoría historiográfica que consiste en una expresión cultural del racionalismo y
con este nombre se conoce un movimiento o corriente de ideas que advienen a la escena
política con la Revolución Francesa12.
En el ámbito filosófico-teológico, la afirmación de la razón que constituye
el núcleo del pensamiento ilustrado como único criterio válido de verdad13 lleva a la
negación de cualquier religión revelada y a una emancipación del individuo respecto de
cualquier autoridad ajena a sí mismo. Sin embargo, en los hechos esto no se dio de una
manera lineal porque las realidades humanas son complejas, sobre todo cuando se trata
de la conciencia y de sus opciones últimas.
3. La tesis suarista
la escolástica peninsular”. Cfr. J. INGENIEROS, La evolución de las ideas argentinas, Futuro, Bs.As.,
1961, pp. 53-54 y 92-93.
9
Cfr. J. INGENIEROS, La evolución de las ideas argentinas, pp. 106-107.
10
“Ingenieros en presencia de un fraile se apresura a tocar fierro” señala expresivamente Alejandro Korn.
Cfr. A. KORN, Influencias filosóficas en la evolución nacional, Solar, Bs.As., 1983, p.278. Debe
reconocerse que las tesis unilaterales han quedado superadas y que el proceso revolucionario español y
el americano tienen una íntima trabazón que la historiografía tradicional no supo advertir. Cfr. FrancoisXavier GUERRA, Modernidad e independencias. Ensayo sobre las revoluciones hispánicas, MAPFREFondo de Cultura Económica, México, 2001.
11
El iluminismo, en lengua castellana, designa mas bien una difusa herejía consistente en una
degeneración o cáncer del misticismo. En otras palabras se denomina iluminados o alumbrados a una
corriente de religiosidad representada por falsos místicos que surgieron en algunos países europeos en la
modernidad y que en cierto modo han renacido en nuestros días mediante los llamados “estados alterados
de conciencia” en la nueva espiritualidad posmoderna de la New Age.
12
Cfr. F. LEOCATA, Del iluminismo a nuestros días. Síntesis de las ideas filosóficas en su relación con
el cristianismo, Ediciones Don Bosco Argentina, Bs.As., 1979.
13
Cfr. P. HAZARD, La crisis de la conciencia europea (1680-1715), trad. Julián Marías, 4 ed., Pegaso,
Madrid, 1988. y C. VALVERDE, Génesis, estructura y crisis de la modernidad, Biblioteca de Autores
Cristianos, Madrid, 1996, pp.185-238.
4
La primera crítica importante a la tesis tradicional sobre la hegemonía
ilustrada en el itinerario revolucionario americano fue la realizada por Manuel Giménez
Fernández en Las doctrinas populistas en la independencia de Hispano-América.
publicado en Sevilla en el tercer tomo del Anuario de Estudios Americanos, en el año
194714. Pero esta obra había sido precedida de algunos antecedentes ya en las primeras
décadas del siglo, como los de los norteamericanos James Bryce y Charles Lummis, el
inglés Cecil Jane y el francés Marius André.
La caracterización de Giménez en el prefacio de su obra resulta ilustrativa de
su enfoque de la cuestión cuando presenta la actitud laicista en el tema como una
“reducción de la guerra civil en los dominios indianos de España a una caricatura
mimetista de la anticlerical Revolución Francesa”.El corazón de su investigación finca,
como puede suponerse, en el concepto suarista de la soberanía popular y no en el clásico
argumento ilustrado del pacto social rousseauniano como el núcleo del proceso
independentista.
La obra está dividida en dos partes, en la segunda de las cuales se expone el
contenido medular del alegato. En la primera, el autor desarrolla el concepto de
soberanía en el derecho indiano fundada en los maestros salmantinos, subrayando las
desviaciones derivadas del advenimiento borbónico a la monarquía española. Según
Giménez, las obras de Molina, Mariana y Suárez siguieron figurando en las bibliotecas
colegiales y universitarias, y los sustitutos de los jesuitas expulsados de los dominios
virreinales fueron alumnos suyos
aún más aferrados a la doctrina tradicional de sus maestros ante la injusta persecución sufrida por éstos15.
En la segunda, el autor muestra cómo las tesis escolásticas sobre la
soberanía civil fueron la doctrina común profesada por quienes ejercieron un magisterio
en las cátedras, confesonarios y púlpitos. Giménez apunta a demostrar con una multitud
de datos que el pensamiento de Francisco Suárez, considerado la figura cumbre de la
alta escolástica16, no se había eclipsado del horizonte cultural colonial con la expulsión
y supresión de la Compañía de Jesús, sino que, al contrario continuaría fecundando las
mentes revolucionarias.
Casi simultáneamente con el autor español, Guillermo Furlong, un jesuita
argentino que llegó a ocupar un lugar de primer orden entre los historiadores del país,
inició la más formidable arremetida contra el primado rousseauniano, siguiendo la
huella abierta por Giménez, al encabezar un movimiento que se prolongó durante varias
décadas encaminado a sustituir a Jean Jacques Rousseau por Francisco Suárez en el
imaginario colectivo hasta ese momento sujeto a los dictados del panteón iluminista.
14
El ensayo del historiador español que abrió un camino nuevo en la historiografía latinoamericana, se
origina en seis conferencias dictadas en el año anterior a la publicación por el autor en la Universidad de
La Rábida, fundada por Vicente Rodríguez Casado, a quien Giménez dedica el libro.
15
Cfr. M. GIMENEZ FERNANDEZ, Las doctrinas populistas en la independencia de HispanoAmericanos, Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, Sevilla, 1947, p.
547. Para un resumen de sus tesis, cfr. T. HALPERIN DONGHI, Tradición política española, p. 15 y ss.
16
Para una síntesis del pensamiento de Suárez en el panorama filosófico de la modernidad, cfr. C.
VALVERDE, Génesis, estructura y crisis de la modernidad, pp. 68-78. Una exposición de su filosofía
política puede encontrarse en J. M. GALLEGOS ROCAFULL, La doctrina política del P. Francisco
Suárez, Ius, México 1948. Esta obra no se refiere a la influencia latinoamericana de Suárez. Sobre la
recepción hispanoamericana de la filosofía suarista, cfr. C. LERTORA MENDOZA, “La difusión de
Suárez en las aulas coloniales. Notas para la historia de la escolástica americana”, en Filosofía hispánica
y diálogo intercultural, X Seminario de Historia de la Filosofía Española e Iberoamericana, Universidad
de Salamanca, Fundación Gustavo Bueno, Salamanca, 200, pp.161-179.
5
La labor de Furlong fue esforzada y se fundamentaría tanto en
investigaciones en archivos como en autores españoles y latinoamericanos, entre ellos
en primer lugar en el propio Giménez Fernández17. Esta operación intelectual, si bien
tenía como personificación al filósofo ginebrino y al jesuita español, revestía como
fácilmente puede comprenderse alcances mucho más amplios dirigidos a cambiar la
orientación ideológica que hasta ese momento se había atribuido al proceso
revolucionario.
En la visión de Furlong la revolución (si es que puede considerarse tal la
sensibilidad habida entre los criollos en ese momento histórico, negada por las
opiniones más hispanistas) no constituía algo exógeno o exótico al nuevo mundo, como
podía haberlo sido la célebre “Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano”, considerada las tablas de la ley del hombre ilustrado, sino que, por el
contrario, ella habría sido el producto de la propia cultura colonial de raíz netamente
hispánica.
Los autores locales invocados por Furlong fueron principalmente Enrique
Martínez Paz, Felipe Ferreiro y en primer lugar Ricardo Levene18, y su obra, publicada
en 1948, inmediatamente de aparecida la de Giménez, fue editada por la Fundación
Vitoria y Suárez. Levene había corregido unos años antes la dirección del foco
ideológico hasta entonces centrado en la Revolución Francesa, señalando que la fuente
auténtica debía buscarse en el mismo patrimonio tradicional hispánico19. También
previamente a Furlong, Rómulo Carbia había señalado el talante patriótico del clero e
incluso, aunque con términos menos enfáticos, la presencia de la doctrina jesuitica y del
mismo Francisco Suárez en el horizonte colonial americano20.
La tarea de Furlong ha sido profunda y su erudición reconocida y debe
adjudicársele el mérito de haber introducido en la historia argentina la figura de Suárez
junto a la de Rousseau, quien hasta entonces pasaba por ser el mentor ideológico o el
padre intelectual de la Revolución de Mayo. El aporte del historiador jesuita se inscribe
en la realización del proyecto de evangelización de la sociedad realizado con fuertes
acentos confesionales a partir de la tercera década del siglo pasado, que Loris Zanatta ha
bautizado como “la nación católica” presentándolo como el producto de una influencia
integrista en la Iglesia argentina.
Este proyecto político-religioso tuvo una fuerte raíz hispanista y de ese modo
la tarea de los revisionistas apuntaron a amalgamar valores políticos y religiosos en la
que se daban la mano autores españoles y argentinos en una comunidad de intereses no
sólo intelectuales y espirituales sino también políticos, que constituía el capítulo
histórico de un movimiento más amplio que tuvo su momento áureo en la época del
primer franquismo y del primer peronismo: la Hispanidad21.
De este modo, concluye Furlong, el jesuita granadino no sólo
17
Cfr. G. FURLONG, Nacimiento y Desarrollo de la Filosofía en el Río de la Plata, 1536-1810,
Guillermo Kraft Ltda., Bs. As., 1952, p. 597.
18
Cfr. G. FURLONG, Nacimiento y Desarrollo, p. 587.
19
R. LEVENE, Síntesis sobre la revolución de Mayo, Museo Histórico Nacional, II Conferencias Bs.As.,
1935, p. 7. Ver también: El mundo de las ideas y la revolución hispanoamericana de 1810, Editorial
Jurídica de Chile, Santiago de Chile, 1956, pp. 117-119 e Historia de la Nación Argentina (desde los
orígenes hasta la organización definitiva en 1862), Academia Nacional de la Historia, 3ª ed., Vol. V, El
Ateneo, Bs.As., 1957, pp.11-69.
20
Cfr. R. D. CARBIA, La Revolución de Mayo y la Iglesia, Huarpes, Bs.As., 1945, esp. p. 26.
21
Este proyecto cultural se conformó alrededor del concepto de “hispandad”, sobre el cual existe una
extensísima bibliografía. Cfr. E. ZULETA ALVAREZ, España en América. Estudios sobre la historia de
las ideas en Hispanoamérica. Bs.As., 2000, pp. 243-343.
6
fue el filósofo máximo de la semana de Mayo, el pensador sutil que ofreció a los próceres argentinos la
fórmula mágica y el solidísimo substrátum sobre que fundamentar jurídicamente y construir con toda
legitimidad, la obra magna de la nacionalidad argentina22
sino también la figura que influyó más intensamente y más extensamente en estas
regiones del Nuevo Mundo. Así lo afirma categóricamente:
Aquí queremos asentar el hecho de que fue Suárez el filósofo que ejerció una influencia más duradera,
más profunda y más trascendental en las mentes de las generaciones rioplatenses desde principios del
23
siglo XVII hasta principios del siglo XIX .
La tesis de Furlong es pues tan terminante a favor de Suárez como lo había
sido en sentido inverso a favor de Rousseau la de los historiadores liberales y
positivistas. Blanco y negro. Para ser más asertivo aún, y despejar toda sombra de duda
sobre su opinión, incluso en concreto sobre la figura de Rousseau, Furlong, siguiendo a
Ricardo Caillet-Bois, remata diciendo que
Escasísima o nula fue la influencia de la Revolución Francesa, como hecho histórico y nula y escasísima
fue la influencia que en el Río de la Plata ejercieron las doctrinas que dieron origen a esa revolución. El
que se suele señalar como decisivo es el Contrato Social de Rousseau, pero si esta obra del ideólogo
ginebrino influenció el movimiento de Francia, no influenció el acontecido en Buenos Aires24.
Furlong sostuvo que la Revolución de Mayo fue una revolución católica
inspirada en los teólogos tomistas y consecuentemente apuntó a desdibujar la impronta
anticatólica de corte laicista que habían presentado los historiadores en la cual la Iglesia
aparecía, con la Santa Sede a la cabeza, como una gran enemiga de la Revolución en
alianza reaccionaria con el absolutismo monárquico y por lo tanto como una enemiga de
la modernidad, y por lo tanto de las ideas de libertad y democracia que habían
constituido el sustento institucional de las nuevas repúblicas latinoamericanas,
incluyendo a la Argentina.
Las investigaciones del historiador jesuita fueron difundidas por una profusa
bibliografía en las décadas siguientes como La Iglesia y la Revolución de Mayo,
publicado por el Círculo Militar25, Francisco Suárez fue el filósofo de la Revolución
Argentina de 1810, publicado en una obra colectiva26 (a la que enseguida me voy a
referir) y varios trabajos en la revista Archivum, de la Junta de Historia Eclesiástica
Argentina como Clero Patriótico y clero apatriótico (nótese la ausencia de la categoría
antipatriótico27) y Monseñor Lué antes y después de 181028.
Aunque no se privó de formular críticas a sus compañeros de escuela
cuando vio en ellos actitudes extremosas, posiblemente impulsado por un excesivo celo
confesional, en estos trabajos Furlong presenta una visión un tanto exagerada del fervor
22
Cfr. G. FURLONG, Nacimiento y Desarrollo, p. 588.
Cfr. G. FURLONG, Nacimiento y Desarrollo, pp. 588-589.
24
Cfr. G. FURLONG, Nacimiento y Desarrollo, p. 590.
25
Cfr. G. FURLONG, “La Iglesia y la Revolución de Mayo”, en Círculo Militar Argentino, La historia
patria y la acción de las armas, en Revista Militar, 656, vol. 186/7/8, 1810, 25 de mayo, 1960, pp. 91-95.
26
Cfr. AAVV, Presencia y sugestión del filósofo Francisco Suárez. Su influencia en la Revolución de
Mayo, Guillermo Kraft, Bs.As., 1959, pp. 75-112.
27
A la luz de lo dicho -asevera Furlong- ni hubo ciudadanos algunos, menos aún hubo sacerdotes o
religiosos, entre los años 1810 y 1816, de quienes se puede razonablemente decir que eran reaccionarios o
antipatriotas. Lo más que se podrá decir de ellos es que eran apatrióticos. Cfr. G. FURLONG,”Clero
patriótico y clero apatriótico entre 1810 y 1816”, Archivum, julio-diciembre 1960, pp. 569-612.
28
Cfr. G. FURLONG, “Monseñor Lué antes y después de 1810”, Archivum, julio-diciembre 1960, pp.
489-516.
23
7
patriótico del clero como si fuera un todo unitario al desmerecer otras actitudes ante el
proceso político, considerando las deserciones clericales al bando patriota -o
inversamente a Ingenieros- como disidencias marginales en carácter de verdaderas
excepciones, mas aún, en ocasiones parece atribuirle la primacía y casi el monopolio
insurreccional como cuando supone que los patriotas se reunían más en los conventos
que en la jabonería de Vieytes o en la quinta de Rodríguez Peña29.
El afán antirousseauniano de su ardor polémico quizás lleva al historiador a
negar la propia evidencia de la existencia misma incluso de sus contradictores, entre los
que destaca una figura de la talla de Enrique de Gandía, por no citar sino un nombre
significativo de nuestra historiografía, cuando dice que
Hoy es una realidad, aceptada por todos (sic) los historiadores, que el “Contrato Social” de Rousseau no
gravitó para nada en el génesis y en la realización de los sucesos de Mayo; en cambio, el “Contrato
Político” del gran pensador español Francisco Suárez, sacerdote y jesuita, lo fue todo, ya que ofreció a los
patriotas, no sólo el fundamento de la Revolución, sino también su justificación30.
4. Un proyecto cultural
La obra de Furlong fue acompañada de una cantidad de trabajos promovidos
en la misma dirección que estuvieron a cargo de distinguidas personalidades católicas
como Ludovico García de Loydi31 y Gustavo Franceschi32, algunos de ellos
difundidos en ambientes más amplios que los especializados mediante la prestigiosa
revista Criterio, que dirigía este último, y que reunía lo mejor de la intelectualidad de
inspiración cristiana del momento. Allí fueron publicados artículos de una reconocible
factura apologética como los de los juristas y publicistas Ambrosio Romero Carranza33
y Federico Videla Escalada34, entre muchos más.
Otros historiadores de prestigio como Ricardo Zorraquín Becú35, Vicente
Dante Sierra36 y Roberto Marfany37, siempre en la misma línea y aunque con matices
personales enriquecieron con aportes propios sobre todo en la década del sesenta la
nueva orientación suareciana. Héctor Tanzi sostuvo en años posteriores en El poder
político y la independencia argentina y en otros trabajos que el sistema juntista creado a
imitación del español y entronizado con el movimiento revolucionario no pretendió la
independencia sino que fue un recurso propio del patrimonio tradicional hispánico,
29
Cfr. G. FURLONG, La Iglesia y la Revolución de Mayo, p.93. La crítica de las tesis de Furlong no
impide reconocer el apoyo mayoritario del clero secular y regular al proceso. Cfr. R. DI STEFANO, El
púlpito y la Plaza. Clero, sociedad y política de la monarquía católica a la república rosista, Siglo XXI
Editores Argentina, Bs.As., 2004, p. 93 y ss. y C. BRUNO, La Argentina nació católica, T.I, Energeia,
Bs.As., 1992, pp. 47-101.
30
Cfr. G. FURLONG, La Iglesia y la Revolución de Mayo, p. 92. Gandía era liberal y católico.
31
Cfr. L. GARCIA DE LOYDI,”El clero porteño en el Cabildo Abierto del 22 de mayo”, en Archivum,
julio-diciembre 1960, pp.518-539.
32
Cfr. G. FRANCESCHI,”Francisco Suárez y el origen del poder civil”, en Presencia y sugestión del
filósofo Francisco Suárez en la Revolución de Mayo, Guillermo Kraft, Bs.As., 1959, pp. 51-73.
33
Cfr. A. ROMERO CARRANZA, “El cristianismo de los hombres de Mayo”, en Criterio, 1360, 28-VII60, pp. 490-494.
34
Cfr. F.VIDELA ESCALADA, “La Revolución de Mayo y el Contrato Social”, en Criterio, 1360, 28VII-60, pp. 530-536.
35
R. ZORRAQUIN BECU, “Algo más sobre la doctrina jurídica de la Revolución de Mayo”, Facultad de
Derecho y Ciencias. Sociales, Universidad de Buenos Aires, Revista del Instituto de Historia del
Derecho, Nº 13, 1962, p. 158.
36
Cfr. V. D. SIERRA, Historia de la Argentina, Garriga, Bs. As., 1973
37
Cfr. R MARFANY,”La Primera Junta de Gobierno de Buenos Aires”, en Revista de Estudios HispanoAmericanos, Sevilla, junio, 1960, Vísperas de Mayo, Theoría, Bs.As., 1960 y Episodios de la Revolución
de Mayo, Theoría, Bs. As., 1966.
8
inspirado en un pacto político, el pactum subietionis de Francisco Suárez y no en el
pacto social de Rousseau38. Esta tesis ya había sido sostenida por Marius André en
192239 y adoptada por prácticamente la totalidad de los autores de la corriente. Es que el
carácter de la ruptura ha sido uno de los puntos más controversiales de la historia
argentina.
Finalmente, e identificadas en una tercera posición, no han faltado opiniones
que han negado tanto la influencia de Juan Jacobo Rousseau como la de Francisco
Suárez40. Merece puntualizarse que quienes niegan a Rousseau como primigenio factor
revolucionario o en todo caso le asignan una importancia menor, ordinariamente le
reconocen sin embargo una posterior influencia en la segunda década del siglo.
El emprendimiento revisionista adquiriría desde el comienzo una cierta
prestancia internacional en el deseo de recrear una comunidad hispanoamericana de
naciones, no ya con el antiguo sentido imperial, pero sí presididas por la natural tutela
maternal de la Madre Patria, aspiración postergada por la situación internacional y la
opción europeísta que culminaría con el ingreso en la Unión Europea.
La “Institución Cultural Española” creó en 1946 la “Fundación Vitoria y
Suárez” destinada a estudiar la formidable obra teológica realizada por España durante
los siglos XVI y XVII, invitando a participar de sus actividades, al año siguiente, a
Enrique Gómez Arboleya, profesor de la Universidad de Granada, y a Antonio de
Luna, Director del «Instituto Francisco de Vitoria» y profesor de Derecho Internacional
de la Universidad Central de Madrid41. También sería de la partida el distinguido
internacionalista Camilo Barcia Trelles.
La Fundación promovió estudios que fueron presentados en diversas
reuniones científicas en el país y en el extranjero, incluido el célebre Congreso de
Filosofía de Mendoza del año 1949, y durante la presidencia de Atilio Dell’Oro Maini
editó una obra colectiva titulada Presencia y sugestión del filósofo Francisco Suárez en
la Revolución de Mayo, con aportes del mencionado Franceschi, Faustino Legón42, y de
otros estudiosos menos conocidos como Doncel Menossi43 amén de varios más del
mismo calificado nivel intelectual. Eran los años de la Argentina católica. Esta es la
dirección que recoge Cayetano Bruno en su monumental obra Historia de la Iglesia en
la Argentina44, convirtiéndose en la tesis canónica de la educación católica en la
segunda mitad del siglo XX en la Argentina45.
Esta fuerte corriente encontró un sólido sustento en nuevas investigaciones
de una pléyade de publicistas, en general latinoamericanos y también europeos, en
primer lugar españoles, pero también ingleses, franceses y alemanes e incluso
38
Cfr. H. J. TANZI, El poder político y la independencia argentina, Cervantes, Bs.As., 1975. Cfr.
También: “Fuentes ideológicas de las Juntas de Gobierno americanas”, en Boletín Histórico, 31-I.1973,
Fundación John Boulton, Caracas, 1973, pp. 25-42 y “El pensamiento europeo y su influencia en la
emancipación americana”, en Revista de Historia de América, 92, julio-diciembre 1981, pp. 99-126.
39
Cfr. M. ANDRE, El fin del imperio español en América, Cultura Española, s/l, 1939.
40
Cfr. http://meneghini.blogia.com/temas/independencia-argentina.php(1-VI-08)
41
Cfr. A. BERENGUER CARISOMO, España en la Argentina, (Ensayo sobre una contribución a la
cultura nacional), Bs.As., 1953, en http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=10985 (30-V08).
42
Cfr. F. LEGON, “Suárez, orientador político: presencia y sugestión”, en AAAVV, Presencia y
sugestión del filósofo Francisco Suárez en la Revolución de Mayo, pp.125-133.
43
Cfr. D. MENOSSI, “Dios en el orden de la potestad temporal según Suárez”, en Presencia y sugestión
del filósofo Francisco Suárez en la Revolución de Mayo, pp. 136-152.
44
Cfr. C. BRUNO, Historia de la Iglesia en la Argentina, Vol. VII (1800-1812), Don Bosco, Bs.As.,
1971, pp. 219-231 y 240-259.
45
Sobre el tratamiento de esta temática en La enseñanza, cfr. L. A. ROMERO (Coord.), La Argentina en
la escuela. La idea de nación en los textos escolares, Siglo XXI, Bs. As., 2004, pp. 39-78.
9
norteamericanos. Este es el caso de Otto Carlos Stoetzer, que constituye un punto de
referencia fundamental en esta materia.
Stoetzer, quien llegó a ser director de Cultura de la Organización de los
Estados Americanos en los noventa, inició sus investigaciones del periodo en la
Universidad de Georgia en 1950. Once años más tarde presentó su resultado en una tesis
doctoral en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Georgetown con la
que obtuvo un doctorado en filosofía bajo el título The influence of European Political
Thought in Spanish America: Scholasticism ant the Period of Enlightment, 1789-1825.
El estudio fue publicado con una adaptación al ámbito español en 1966 en
dos tomos bajo el título El pensamiento político de la América Española durante el
periodo de la emancipación (1789-1825) Subtítulo: Las bases hispánicas y las
corrientes europeas. Allí Stoetzer estudia el influjo de Suárez antes de la Revolución en
Perú, Chile y sobre todo en el Río de la Plata46 y amplía la tesis de Furlong en el sentido
de que el pacto aplicado el 22 de mayo en Buenos Aires fue el pactum translationis y no
el contrato social de estirpe rousseauniana47.
De otra parte, ya en los años veinte Heinrich Rommen había refutado la
identificación erróneamente incurrida por Otto Von Gierke entre ambos pactos.
Finalmente, con cierta audacia, Stoetzer arremete contra otro valor impuesto por la
historiografía liberal apuntando a probar que la ideología de Moreno contiene más
elementos suarecianos de los que originalmente se le habían adjudicado48, no obstante
su reconocimiento de que
En América española, Rousseau ejerció particular influencia sobre hombres tales como Francisco de
Miranda, Simón Rodríguez y Simón Bolívar en Venezuela; Antonio Nariño, en Nueva Granada; Antonio
Rojas y Camilo Enríquez, en Chile, y José Baquíjano, en Perú49.
En una profundización de esta afirmación, pero en un sentido mucho más
matizado y exacto que Furlong, Stoetzer precisa en una obra posterior que
El influjo de Rousseau fue importante en toda la América española, pero se manifestó en los distintos
países en forma muy variada y comprendiendo en el periodo español de gobierno tres esferas: la esfera
política, la educacional y la literaria. De los remotos proyectos para una constitución chilena de 1871 a
través de una gran parte del siglo XIX, el Contract social inspiró a muchos caudillos de la América
española, especialmente a Francisco de Miranda, Simón Bolívar y Bernardo de Monteagudo; sin
embargo, no fue la auténtica fuerza intelectual de la América española. El influjo de Rousseau se
manifestó más en el campo literario y pedagógico; en el político propiamente dicho, estuvo un poco al
margen aun al principio del movimiento emancipador, pero ganando terreno a medida que la
independencia estaba llegando a su conclusión, y más todavía por la influencia indirecta del movimiento
liberal español de los doceañistas50.
46
Cfr. O. C. STOETZER, El pensamiento político de la América Española durante el periodo de la
emancipación (1789-1825) (las bases hispánicas y las corrientes europeas), Vol. I, Instituto de Estudios
Políticos, Madrid, 1966, p. 72 y ss.
47
Cfr. O. C. STOETZER, El pensamiento político de la América Española, p. 111 y ss.
48
Cfr.O. C. STOETZER, El pensamiento político de la América Española, p.115-124.
49
Cfr. O. C. STOETZER, La influencia del pensamiento político europeo en la América española: el
escolasticismo y el periodo de la Ilustración 1789-1825, resumen del discurso pronunciado ante la
“Faculty of the Graduate School” de la Universidad de Georgetown, en cumplimiento parcial de los
requisitos exigidos para la obtención del título de Doctor en Filosofía en dicha universidad. Cfr.
http://www.cepc.es/rap/Publicaciones/Revistas/2/REP_123_257.pdf (1-VI-08) publicado en Revista de
Estudios Políticos, 123, mayo-junio 1962, pp. 257-266.
50
Cfr. O. C. STOETZER, Las raíces escolásticas de la emancipación de la América Española, Centro
de Estudios Constitucionales, Madrid, 1982, p. 156.
10
Con este volumen que recoge muchos años de investigación, The Scholastic
Roots of the Spanish American Revolution, publicado originalmente en New York por
Fordham University Press en el año 1979, y tres años después por el Centro de
Estudios Constitucionales, que sucedió al antiguo Instituto de Estudios Políticos, la
madurez de Stoetzer alcanza su punto de sazón.
Uno de los méritos de Stoetzer consiste en haber señalado junto al chileno
Mario Góngora, al español Vicente Rodríguez Casado y al alemán Karl Otmar Freiherr
Von Aretin a quienes se suma entre nosotros el argentino José Carlos Chiaramonte, la
existencia de un punto inadvertido pero enormemente importante que será objeto de la
parte final de esta ponencia y es la hipótesis de la llamada “Ilustración católica”. Este
concepto está siendo admitido en la literatura histórica de los últimos años51.
5. La Ilustración católica
Para abordar este punto tan preñado de dificultades conviene trazar unos
presupuestos conceptuales previos que atienden a establecer un panorama más claro en
las siempre ambiguas, sinuosas y a menudo inextricables relaciones entre religión y
política, extendiendo el campo analítico a un escenario más amplio que el tradicional de
las relaciones entre la Iglesia y el Estado.
Aunque la modernidad excede al iluminismo, su advenimiento se cultiva
esencialmente en la matriz ilustrada, que revela contornos decididamente ambiguos.
Esa ambigüedad también se expresa en sus relaciones con la religión. De ese modo,
puede decirse que el espíritu moderno no es intrínsecamente anticristiano, al menos
pudo no haberlo sido. Pero ateniéndonos al dato histórico, en los hechos ella se
configuraría como una sacralización de la razón que intenta sustituir las creencias
religiosas tradicionales de la cristiandad con una nueva religión civil.
Por un instinto reactivo, la jerarquía eclesiástica, en una lógica actitud
defensiva, y en respuesta a la actitud ilustrada hostil a la Iglesia, se vería impulsada a
negar toda la modernidad en su conjunto. Los cristianos habían identificado su fe y su
cultura como una unidad indisoluble tal cual había quedado conformada -al menos
desde el momento en que el cristianismo fue declarado religión oficial del imperio
romano-, sin discernir al calor de los hechos históricos su distinta naturaleza.
Olvidaban que la fe no se identifica con ninguna cultura, sino que la trasciende.
El error sustancial de ese esquema sobre el cual se había construido todo el
edificio de la respublica christiana fue identificar el orden sobrenatural con el
estamento clerical y éste con la Iglesia, por una parte, y por la otra al estamento laical
con el ámbito de lo temporal52. En este punto reside el nudo de la confusión, que tendría
una decisiva importancia a la hora de encarar las relaciones entre los cristianos y el
pensamiento ilustrado y su cuestionamiento de un orden tradicional.
De una manera inadvertida, lo cierto es que la confusión entre lo
eclesiástico y lo temporal condujo a desdibujar la propia enseñanza evangélica que
había distinguido entre Dios y el César, según el célebre pasaje escriturístico. De tal
suerte, la propia estructura cultural de la cristiandad medieval contribuiría así por su
propia e intrínseca conformación a inhibir ese adecuado discernimiento. Este vicio se
51
Cfr. N. GOLDMAN, “Crisis imperial, revolución y guerra (1806-1820)”en Noemí GOLDMAN, (Dir),
Nueva Historia Argentina, III, Revolución, Guerra, Confederación (1806-1852), Sudamericana, Bs.As.,
1998, pp. 44-45 y R. DI STEFANO-L. ZANATTA, Historia de la Iglesia Argentina. Desde la Conquista
hasta fines del siglo XX, Grijalbo-Mondadori, Bs.As., 2000, p. 145 y ss.
52
Cfr. P. J. VILADRICH, Compromiso político – mesianismo – cristiandad medieval, Pamplona, 1973,
p. 34 y ss. y especialmente p. 52 y ss.
11
prolongaría en los siglos siguientes ocasionando injerencias políticas en la vida de la
Iglesia tan lamentables como sus correlativas injerencias eclesiásticas en la vida
política.
Este esquema encuentra su continuidad en la alianza entre el Trono y el
Altar. En el siglo XVI surge como una lectura exagerada de la afirmación paulina sobre
el origen divino del poder la teoría del “derecho divino de los reyes”53 , a la que se
enfrentaría el jesuita Francisco Suárez, por la cual los titulares del poder político fueron
considerados los “lugartenientes de Dios”, constituyendo así la fundamentación
teológica del absolutismo monárquico54.
Las restricciones a la libertas Ecclesiae que irrumpen con el galicanismo
encuentran nuevas expresiones en el josefismo y el febronianismo que continúan
perviviendo -incluso instituciones tan lamentables como el derecho de veto de los
príncipes cristianos en las elecciones papales- hasta bien entrado el siglo XX, también
en las nuevas naciones americanas.
La mayor embestida contra la fe en la modernidad surge en los siglos XVII
y sobre todo XVIII con la Ilustración, un movimiento cultural que encarna una nueva
forma de ver el mundo bajo la primacía de la razón. La identificación católica con el
Antiguo Régimen determinó que los legítimos cuestionamientos ilustrados contra la
monarquía absoluta, la desigualdad social fundada en las diferencias de sangre y en
general la aspiración de una organización más justa de la sociedad, involucraran
inevitablemente a la Iglesia55. En este trágico equívoco los ilustrados no alcanzaron a
percibir que el ideario que ellos sostenían representaba una suerte de secularización del
cristianismo y que el mismo expresaba una herencia de los valores genuinamente
cristianos, en primer lugar libertad, igualdad y fraternidad56.
La creciente sensibilidad acerca de las exigencias de la dignidad de la
persona, que late en las ideas ilustradas, no deja de reconocerse en un humus cristiano
que sirve de base a la modernidad, no obstante hallarse subsumido en un concepto
absoluto de la autonomía de lo temporal negatorio de las enseñanzas morales de la
Iglesia. De este modo, la visión de la fe cristiana que muchos de ellos poseyeron fue el
motivo por cual la Iglesia católica fuera considerada, de la mano de Voltaire y los
enciclopedistas, como un obstáculo para la plena realización humana. En este contexto,
Rousseau y su “Contrato social” aparece como el gran referente político de la
Ilustración57.
Pero la Ilustración constituiría un fenómeno enormemente complejo y en
tal sentido parece poco sensato trazar un juicio único y desprovisto de matices.
Ciertamente la modernidad no representó en sí misma una pretensión de suprimir la fe
y sus direcciones radicalmente ateístas surgen en un estadio relativamente tardío de su
desarrollo. El espíritu iluminista en sus mejores expresiones consideró la fe en Dios
como condición indispensable para la virtud y la felicidad58, aunque se rechazara la
53
Cfr. J. NEVILLE FIGGIS, El derecho divino de los reyes y tres ensayos adicionales, Fondo de Cultura
Económica, 1ª ed. en español, 1ª reimpr., México, 1982.
54
Cfr. M. FAZIO, Historia de las ideas contemporáneas. Una lectura del proceso de secularización,
Rialp, Madrid, 2006, pp. 58-59.
55
Cfr. M. FAZIO, Ideología de la emancipación guayaquileña (18201822), Banco Central del EcuadorArchivo Histórico del Guayas, Guayaquil, 1987, p.22 y ss.
56
Cfr. JUAN PABLO II, Memoria e identidad, Bs.As., 2000.
57
Cfr. M. FAZIO, Historia de las ideas contemporáneas, pp.70-111.Sobre Rousseau puede verse
especialmente pp.91-94 y, del mismo autor, Del buen salvaje al ciudadano. Introducción a la filosofía
política de Jean-Jacques Rousseau, Ciudad Argentina, Buenos Aires-Madrid, 2003.
58
Cfr. F. VALJAVEC, Historia de la Ilustración en Occidente, Rialp, Madrid, 1964, pp.102-103. Sobre
Rousseau,, cfr. 132-136.
12
posibilidad de una verdad revelada y sus criterios morales tal como eran presentados por
la Iglesia de su tiempo. La consideración de éstas y otras categorías ilustradas permite
comprender también ciertas actitudes que se dieron entre los cristianos y concretamente
entre los católicos argentinos durante el proceso revolucionario.
Una de los manuales más clásicos y tradicionales de Historia de la Iglesia,
seguramente uno de los más leídos del siglo al menos en lengua castellana, editado en
España, presenta en los comienzos de la década del cincuenta una visión tan
monolítica como uniforme tanto de la Ilustración como del movimiento emancipador
americano al señalar que
59
el nuevo Estado mostró desde un principio marcada hostilidad a la Iglesia católica .
La nuda y concreta realidad parece desmentir ese aserto tan erróneo como
seguramente lleno de buena voluntad. Los datos son elocuentes, aunque su significación
pueda pasar inadvertida tanto a los historiadores eclesiásticos como a la prejuiciosa
mirada de José Ingenieros: las constituciones profesan el catolicismo como religión del
Estado, los congresos que las elaboran y que declaran las independencias comienzan
con un tedéum, con la asistencia de las asambleas en pleno, (y no hace falta aclarar que
en ese entonces tales presencias no eran un acto meramente protocolar), los juramentos
eran rubricados con sincero fervor religioso, y las vírgenes eran colocadas en las
banderas y nombradas generalas de los ejércitos patriotas.
Estos sencillos ejemplos
donde se hace difícil imaginar mayores
expresiones de identidad con una fe religiosa, muestran la acendrada tradición católica
del pueblo americano y no solamente una concesión política de las élites ilustradas
gobernantes, y ellos sirven tal vez para situarnos en un contexto bastante alejado de
una persecución o siquiera hostilidad hacia la Iglesia, comenzando porque esos mismos
gobernantes y legisladores constitucionales y ordinarios eran frecuentemente clérigos y
frailes, cuando no eran terciarios o miembros de asociaciones piadosas que en raras
ocasiones mostraron un sentido opuesto a las creencias y valores genuinamente
cristianos. Esta situación fue revirtiendo a lo largo del siglo XIX60.
Si los nuevos titulares del poder político profesaron un pronunciado
regalismo y buscaron intervenir en asuntos propios de la jurisdicción espiritual, en más
de una ocasión lo hicieron en rechazo de un ilegítimo clericalismo y enfrentando una
defectuosa concepción de la autonomía de lo temporal que aún no había sido terminada
de reconocer en plenitud por parte de la autoridad eclesiástica61, y si ellos se mostraron
celosos en reivindicar supuestos derechos patronales, desde luego no lo fueron más que
sus antecesores los cristianísimos reyes españoles que hasta se adornaron con el
calificativo expreso de católicos y defensores de la fe cristiana, aunque sea prudente
distinguir entre el regio vicariato indiano y el regalismo borbónico.
Esta realidad no pretende desconocer la influencia de concepciones que
representaron valores hostiles al mensaje evangélico. Es verdad que las medidas de
gobierno que los nuevos gobiernos revolucionarios implementaron estuvieron
ocasionalmente inspiradas en criterios opuestos al magisterio eclesiástico de la época,
pero no lo estarían en los hechos con planteamientos que son hoy una doctrina común
59
Cfr. B. LLORCA-R. GARCIA VILLOSLADA-P. DE LETURIA-F. J. MONTALBAN, Historia de la
Iglesia Católica, IV, BAC, Madrid, 1951, p.658.
60
Todavía al sancionarse la Constitución en el año 1853, según el constitucionalista Arturo Sampay, la
influencia iluminista podía considerarse atemperada por la tradición hispana. Cfr. A. E. SAMPAY, La
filosofía del Iluminismo y la Constitución argentina de 1853, Depalma, Bs.As., 1944, p.7.
61
Por ejemplo en el caso del matrimonio civil.
13
de las enseñanzas de la Iglesia en materia moral sobre la sociedad política. Es preciso
reconocer que si ellos hubieran vivido en nuestros días muy posiblemente que distinta
hubiera sido su historia. Pero el hecho histórico debe ser comprendido con los cánones
de su respectiva época. En este dato se sitúa un verdadero punto de dolor aún no
suficientemente valorado.
Es también verdad que ellos fueron hijos del siglo y en tal sentido no dejaron
de asumir las ideas ilustradas en diverso grado, pero en la mayor parte de los casos
buscaron su conciliación con las enseñanzas de la Iglesia y raramente significaron una
apostasía de la fe, como ocurrió en la Revolución Francesa. En esta dirección es que ha
comenzado a difundirse de un modo aún un tanto precario una expresión no exenta de
cierta ambigüedad, dada la naturaleza compleja del fenómeno, bajo la categoría de
“Ilustración católica”, para designar una realidad propia del proceso revolucionario
latinoamericano62.
Esta corriente se continúa en el antiguamente llamado “catolicismo
liberal”63, fenómeno proteico y multiforme, inorgánico y a menudo contradictorio,
históricamente heredado en cierto modo por la llamada “democracia cristiana”64. Una
considerable porción de fieles profesantes de sinceras convicciones cristianas,
contrariamente a los llamados “ultramontanos”, se vieron inclinados a asumir elementos
de la nueva ideología, por ejemplo la libertad de expresión o la libertad religiosa, sin
que ello significara en su conciencia suscribir necesariamente sus presupuestos
incompatibles con esa misma fe65. Otras veces, sin querer abandonar de un modo
expreso su pertenencia a la Iglesia, terminaron haciendo concesiones a corrientes
jansenistas, galicanas y episcopalistas que comprometían la libertas Ecclesiae o incluso
desmerecían la coherencia de una concepción cristiana de la vida. En todos los casos se
trataba de fieles cristianos66.
En los ambientes eclesiásticos y en general en las sensibilidades más
conservadoras los católicos liberales han sido mirados de un modo monolítico como el
hijo tonto o enfermo o como una quintacolumna o “el caballo de Troya en la Ciudad de
Dios”. Sin embargo, esos juicios severos pueden haber adolecido de cierta injusticia.
Hemos de reconocer que algunos de ellos pagaron un precio por su discernimiento de lo
que Juan XXIII y el Concilio Vaticano II llamaran “los signos de los tiempos”, y por su
amor a la libertad que les permitió anticiparse en ciertos aspectos en un siglo y medio al
magisterio de la Iglesia de nuestros días.
62
Cfr. el prólogo de Natalio Botana, en N. CALVO-R. DI STEFANO-K. GALLO, (Coord.), Los curas
de la Revolución. Vidas de eclesiásticos en los orígenes de la nación, Emecé, Bs.As., 2002, p.9. Sobre la
Ilustración española, matriz de la argentina, existe una numerosa bibliografía, de la que en sentido crítico
constituye una obra liminar M. MENENDEZ Y PELAYO, Historia de los heterodoxos españoles, T. III y
IV, Perlado, Bs.As., 1945. El planteo de ella no valora la opción ilustrada por un catolicismo atento a los
signos de los tiempos.
63
Cfr. G. REDONDO, La Iglesia en el mundo contemporáneo, I, De Pío VI a Pío IX (1775-1878),
Eunsa, Pamplona, 1979, p.146.
64
En un sentido diverso al de la actual denominación del partido político del mismo nombre.
65
Más aún, como el mismo Juan Pablo II ha expresado, “libertad, igualdad, fraternidad” que ha sido el
lema de la revolución francesa, en el fondo no son sino ideas cristianas. Cfr. JUAN PABLO II, Homilía
en La Bourget (1-VI-80),5: AAS 72 (1980) 720 y PONTIFICIO CONSEJO JUSTICIA Y PAZ,
Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, nota 195.
66
Se dieron algunas situaciones como la de los antiguos libeláticos, así llamados en los primeros siglos
los cristianos que se procuraron certificados de apostasía para liberarse de la persecución, sin mengua de
su fe: una vela a Dios y otra al diablo. Es una actitud que desde luego se vive en la Iglesia de nuestros
días. La intimidad de las conciencias esconde una verdad cuyo juicio solamente Dios sabrá juzgar y así se
evidenció en la prudencia con la que actuó la jerarquía eclesiástica.
14
6. Suárez y Rousseau
Esta situación permite concluir que resulta un tanto simplista buscar la
influencia excluyente de un Suárez o de un Rousseau en la Revolución de Mayo. Lo
único cierto es que -si bien las actas capitulares no han sido conservadas y hasta donde
se conoce- en el Cabildo Abierto del 22 de mayo no hubo votos fundados ni en Suárez
ni en Rousseau y que todo lo que se puede hacer al respecto es trazar especulaciones
con mayor o menor fundamento67. La densidad de la literatura que ha recogido la
controversia permite encontrar argumentaciones a favor de uno y de otro, pero en la
actualidad no puede elegirse a uno de ellos como exclusivo, y un intento de excluir a
cualquiera de ellos podría considerarse ciertamente temerario.
Las revoluciones constituyen un fenómeno complejo que incluye, entre otros
muchos elementos, una trama de ideologías, intereses, ideales y aspiraciones cuya
naturaleza es al mismo tiempo material y espiritual68. El eclecticismo debe ser valorado
como un factor fundamental en esta historia. Los actores del proceso revolucionario
recibieron, como resulta evidente, el influjo de una multitud de ideas y creencias
amalgamadas en la cultura de la época69. ¿Cuántas eran rousseaunianas y cuántas
suaristas? Parece una frivolidad afirmarlo, y la revisión de las bibliotecas de nuestros
próceres no parece un método demasiado certero para dilucidar el enigma planteado.
La controversia tuvo pues un sentido ideológico más que científico. No es
que faltara ciencia, pero sobraba la ideología70. Cabe entonces volver aquí a una
referencia del comienzo, la figura del pensador positivista José Ingenieros, para quien,
merece recordarse, el movimiento revolucionario local fue irreligioso. Cuando
Ingenieros caracteriza la personalidad y las ideas del deán Gregorio Funes, una de las
grandes figuras de la revolución, y seguramente uno de los hombres más influidos por
las heterodoxias ilustradas, y consiguientemente posiblemente uno de los
revolucionarios considerados supuestamente menos suaristas, y más identificados con
el llamado catolicismo liberal, las resume diciendo que
Ingenio le sobraba, ciertamente, y pocos le aventajaban por el abundante acopio de lecturas, muy poco
ortodoxas, aunque sus repetidas citas de Condillac, resultan simples gayaduras de un vestido cortado en la
sastrería espiritual de Suárez71.
67
Para un minucioso estudio de los votos del Cabildo Abierto, cfr. J.PEIRE, El taller de los espejos.
Iglesia e imaginario 1767-1815, Claridad, Bs.As., 2000, pp. 191-262 y 333-349.
68
Se han señalado incluso factores étnicos. Cfr. L. AYARRAGARAY, La Iglesia en América y la
dominación española, Lajouane, Bs.As., 1920, pp. 139-140.
69
Cfr. el excelente tratamiento del tema de F. LEOCATA, Las ideas filosóficas en Argentina. Desde los
orígenes hasta 1910, Centro Salesiano de Estudios, Bs.As., 1992, especialmente pp. 91-120. En sentido
similar, L.FARRE-C.A.LERTORA MENDOZA, La filosofía en la Argentina, Docencia, Bs.As., 1981,
pp. 37-40. Sobre la matriz cultural de las revoluciones, cfr. R.CHARLIER, Espacio público, crítica y
desacralización en el siglo XVIII. Los orígenes culturales de la Revolución Francesa, Gedisa, Madrid,
1995, pp.189-214.
70
Parece muy oportuno recordar a este respecto unas ajutadas expresiones del historiador Andrea
Riccardi con motivo de su doctorado honoris causa en la Universidad Católica Argentina: ” Por lo demás,
la historia justiciera es colega de la historia apologética, estimada por las instituciones, los protagonistas,
los vencedores y los miedosos. Pero la historia apologética no es historia. No desdeño la apologética. En
este tiempo nuestro en el que todo parece igual y gris, se necesitan convicciones fuertes; se necesita
también la apologética. Pero la apologética no es historia. Con frecuencia, la historia apologética favorece
que se responda con una historia justiciera y amante de intrigas”. Cfr. A.RICCARDI, La guerra y la paz,
en “Criterio”, 2318, agosto 2006.
71
Cfr. J. INGENIEROS, La evolución, p. 123. De otra parte, resulta inexacto tratar a la revolución
americana como un producto exclusivo de la tradición hispana y católica, como si la Ilustración no
hubiera existido. Cfr. Alberto Caturelli, El nuevo mundo. El Descubrimiento, la Conquista y la
15
¿Suárez versus Russeau? Suárez y Rousseau. Esa era la realidad de nuestros
patriotas, que celebraban misa y apreciaban el Contrato social72. Me parece una
expresión muy adecuada en boca de una personalidad tan anticlerical como la de
Ingenieros para sintetizar esta visión de una controversia intrínsecamente inconclusa.
Evangelización de América y la Cultura Occidental, Universidad Popular Autónoma del Estado de
Puebla-Edamex, México, 1991, p. 408 y ss.
72
Cfr, J.J. ROUSSEAU, El contrato social o principios de derecho politico, Estudio preliminar y
traducción de M.J.Villaverde, Tecnos, Madrid, 1992. De otra parte también se ha apreciado que parece
haberse magnificado la influencia de este libro incluso en la Revolución Francesa, puesto que era leído
por poca gente además de que es sabido que Rousseau y los enciclopedistas tuvieron fuertes divergencias
de pensamiento. Cfr. D. MORNET, Los orígenes intelectuales de la Revolución Francesa 1715-1787,
Paidos, Bs.As., 1969, p. 91 y ss.
16