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Cátedras Bolivarianas
Universidad Popular de Madres de Plaza de Mayo
Curso: Historia de los procesos
políticos Latinoamericanos
Módulo: Proceso Emancipatorio
Docente: Daniel Ezcurra
Textos:
Antecedentes de las Independencias Hispanoamericanas (apunte de la Cátedra)
Historia contemporánea de América Latina (Por Tulio Halperin Donghi)
La política contrarrevolucionaria del Virrey Abascal, Perú (1806-1816) (Por Brian R. Hamnett)
Nuestroamericanos, la dimensión regional de la identidad política de la revolución (Por Daniel Ezcurra)
La Revolución de Mayo (Por Norberto Galasso)
Simón Bolívar y el nacionalismo del Tercer Mundo (Por Vivian Trías)
Pág.01
Pág.06
Pág.10
Pág.15
Pág.22
Pág.41
Antecedentes de las
Independencias
Hispanoamericanas
(1780-1880)*
Si bien el ciclo de independencia resultó repentino,
violento y general en toda el área hispanoamericana, no
fue el resultado de un movimiento concertado. La
América hispánica abarcaba un espacio extenso desde
California hasta el Cabo de Hornos, dividido
administrativamente en cuatro virreinatos, capitanías
generales y presidencias y contaba con una población
aproximada de diecisiete millones de personas. Luego de
las luchas independentistas, España sólo mantendría Cuba
y Puerto Rico.
Aunque la independencia fue precipitada por un hecho
externo (el colapso de la monarquía española en 1808),
éste era la culminación de un largo proceso de sucesivas
rupturas por las cuales Hispanoamérica tomó conciencia
de su identidad, cultura y recursos.
Antes de 1808, los criollos no negaban sus vínculos con
España, pero tenían ciertas críticas hacia la metrópoli,
pues si bien se encontraba en el ocaso de su poderío,
aumentaba su codicia imperialista, a través de las
reformas borbónicas. La Corona intentó imponer una
nueva administración, reorganizar la defensa y reavivar el
comercio. La nueva política era esencialmente una
aplicación de control sobre las colonias. La dureza de las
reformas fue lo que las hizo fracasar porque realizaron un
ataque directo a los intereses locales y perturbaron el
frágil equilibrio de poder de la sociedad colonial,
compuesta por la administración, la Iglesia y la élite local.
En efecto, la política borbónica alteró la relación existente
entre los principales grupos de poder.
La revolución fue una reacción criolla contra esta nueva
conquista, un freno al monopolio español en el comercio
y en los cargos oficiales. La nueva administración
reformista no admitía americanos en los cargos de
responsabilidad política. Los criollos sintieron la presión
porque la mayoría vivía de una renta moderada; los
cargos eran una necesidad más que un lujo y la nueva
política sólo los confinaba a cargos menores y en
parroquias apartadas.
Sin duda esto aumentó el descontento y resaltó su
situación subordinada; gradualmente los americanos
lucharon por obtener cargos relevantes y por la exclusión
de los españoles.
El tradicional antagonismo de los dos grupos se agravó.
El retroceso de los criollos fue duro pero irreal; la
inferioridad demográfica (a principios del siglo XIX
había 3,2 millones de blancos de los cuales sólo 150.000
eran peninsulares) de la minoría peninsular no mantendría
el poder indefinidamente.
Cuando en 1808 se dio el colapso de la monarquía
española, los criollos actuaron rápidamente para evitar el
vacío político y por miedo a la rebelión popular. Su
dilema era real: estaban atrapados entre el gobierno
imperial y las masas populares.
La invasión de los ejércitos napoleónicos a España fue el
golpe final, pero la estrategia de los Borbones ya había
sido atacada desde adentro y cayó víctima de sus propias
contradicciones; pues los reformadores no previeron que
la nueva legislación social y laboral ponía en su contra al
sector del cual dependían para gobernar América. La
política borbónica era un error de cálculo, sin relación con
el tiempo, la gente y el lugar pues provocaba a los
privilegiados sin proteger a los pobres. Esto produjo un
antagonismo hacia los sectores bajos (indios, negros,
pardos) que perduró tiempo después.
El Poder político y el mantenimiento del orden social eran
las exigencias criollas. Si bien estas aspiraciones eran
generales en toda Hispanoamérica, no se plasmaron en un
movimiento concertado; por el contrario, todos los
movimientos plantearon la separación de España pero
también negaron la unidad americana y la integración.
Incluso antes del inicio de las luchas independentistas, las
distintas colonias rivalizaban entre sí por sus recursos y
pretensiones. No existía una sola América española sino
áreas fragmentadas -que generalmente respetaban la
división administrativa colonial. En cada una de ellas,
surgió un fervor nacionalista o regionalismo (que no
necesariamente implicaba un americanismo) como
reacción a las reformas borbónicas.
Sociedad colonial (antes de las reformas)
A fines del siglo XVII Hispanoamérica estaba
prácticamente emancipada de España. Era una especie de
independencia informal ya que España mantenía el
control burocrático; los hispanoamericanos tenían poca
necesidad de declarar la emancipación formal porque
gozaban de un considerable grado de libertad de facto.
Incluso la sociedad colonial tenía costumbres diferentes,
producto de la mestización propia de América; hasta el
rol de las mujeres era distinto.
La riqueza mineral (que había consolidado la conquista)
engendraba nuevas actividades y nuevos sectores
sociales. Las distintas áreas ampliaron las relaciones
económicas entre sí y el comercio intercolonial se
desarrolló independientemente del comercio trasatlántico.
Así, se formó una élite criolla, terratenientes y otros. El
criollo era el español nacido en América que aunque
excluido del poder político, tenía la fuerza suficiente
como para que los burócratas coloniales (funcionarios)
ejercieran un equilibrio entre la soberanía imperial y los
intereses de los colonos.
El nuevo equilibrio de poder se reflejaba en la notable
disminución del tesoro enviado a España. Esto se debía
no sólo a la recesión de la minería sino también a la
redistribución de la riqueza dentro del mundo hispánico.
Ahora las colonias se apropiaban de una mayor
proporción de sus productos y lo reinvertían en
administración, defensa y economía (para mejorar su
economía de subsistencia de alimentos, vinos, textiles y
otros artículos de consumo). Más aún, desarrollaron sus
propias industrias (astilleros en Cuba, Cartagena y
Guayaquil y plantaciones caribeñas de azúcar) y vendían
su producción directamente a extranjeros o a otras
colonias.
Así, el declive de la minería no era causa de una recesión
económica sino de crecimiento y transformación de las
áreas coloniales.
Transformaciones en los dos virreinatos
Antes de las reformas borbónicas del siglo XVIII, el
virreinato de Nueva España (México), tras la decadencia
del ciclo minero, reorientó su economía hacia la
agricultura y la ganadería, cubriendo las necesidades de
productos manufacturados: gastaba más en su
administración, defensa naval y militar, y en obras
públicas. El virreinato del Perú siempre fue más
"colonial" que el de Nueva España y su minería
sobrevivió más tiempo; no obstante esto, creó una
economía agrícola para abastecer a los campamentos
mineros. Aunque en manufacturas no se autoabastecía,
los numerosos talleres u obrajes que empleaban mano de
obra forzada y eran propiedad del Estado o de empresas
privadas, producían para el mercado de las clases bajas o
para necesidades particulares. Pero no dependía de las
importaciones de España, tenía capital para comprar a
otras colonias o a Asia y una marina mercante propia.
También aquí las remesas enviadas a España
disminuyeron espectacularmente. Entre 1651 y 1739, el
30% del ingreso del tesoro en Lima era invertido en
defensa, otro 49,4 % era gastado en administración
virreinal, salarios, pensiones, subvenciones, y compras y
sólo el 20,4 % se mandaba a la metrópoli. Las colonias se
habían convertido en sus propias metrópolis.
Funcionarios
En la época de inercia la corona quería gobernar América
sin gastos. A principios del siglo XVII por crisis
económica, la corona había dejado de pagar los sueldos a
los principales funcionarios de distrito: alcaldes mayores
y corregidores. A cambio, les permitió conseguir sus
ingresos convirtiéndose en mercaderes (esto vulneraba la
ley): comerciaban con los indios de su jurisdicción, les
adelantaban capital y créditos, para bienes y equipos, y
ejercían el monopolio económico en sus distritos. Cuando
no poseían capital, firmaban contratos con mercaderes
capitalistas y entraban en asociación comercial con estos
"aviadores". Los mercaderes les garantizaban gastos y
salarios y los funcionarios obligaban a los indios a aceptar
adelantos en dinero y equipos para extraer productos
agrícolas destinados a la exportación o simplemente a
consumir excedentes de mercancías. Este ardid llamado
repartimiento forzaba a los indios a la dependencia
financiera y al peonaje por deudas, y los obligaba a
producir y consumir. Así, los funcionarios reales recibían
un ingreso, los mercaderes conseguían productos
agrícolas para exportar y la corona ahorraba el dinero de
los salarios. Pero como contraparte, disminuía el control
imperial sobre los intereses locales ya que el imperio
estaba administrado por funcionarios que dependían del
comercio y sus financiadores (y no de la corona); y
reducía a los indios a servidumbre. El sistema estaba muy
extendido en México, Oaxaca, Zacatecas y Yucatán; en
Perú donde se practicaba con particular violencia, fue una
de las causas de la rebelión de Túpac Amaru en 1780.
Para hacer una administración más humana y racional se
abolió el sistema por decreto real a fines del Siglo XVIII.
Reformas Borbónicas
Las reformas borbónicas del siglo XVIII se nutrieron de
varias corrientes de pensamiento. De los fisiócratas
franceses tomaron la importancia del desarrollo de la
agricultura y el papel del Estado; del mercantilismo, la
justificación para explotar más eficazmente los recursos
de las colonias; del liberalismo económico, las medidas
para erradicar las restricciones comerciales e industriales.
La idea era reformar las estructuras existentes y el
principal objetivo residía más en mejorar la agricultura
que en promover la industria.
Luego de 1765, la administración española percibió la
autosuficiencia de las colonias. Las medidas de Carlos III
y de sus ministros ilustrados, intentaron detener la
emancipación de América; un virrey del Perú, Gil de
Taboada decía en 1778 que si las colonias tenían todo lo
necesario, su dependencia de España sería voluntaria. El
objetivo de reconquistar las colonias tomó fuerza como
consecuencia de la desastrosa derrota en manos de los
ingleses en la guerra de los Siete Años, y desde 1763, el
esfuerzo de España para recuperar el control de las
colonias fue titánico.
Adoptaron medidas en España y en América. Los
liberales reformistas españoles no eran populares en
América. Los intereses coloniales encontraban inhibitoria
la nueva política y se oponían a la presión de la metrópoli.
En España
Se emprendió una revalorización nacional: la élite
dirigente ilustrada quería impuestos igualitarios,
industrialización, expansión comercial ultramarina,
mejora de las comunicaciones, un programa de
colonización interna, proyectos de parcelar los latifundios
y las propiedades de la iglesia, liquidación de los
privilegios de pastos de los poderosos ganaderos en favor
de los cultivos y propuestas de modernización y
desarrollo económico. No todos los planes se realizaron,
pero durante su reinado (1759-1788), Carlos III dirigió
España en un renacer político, económico y cultural y
dejó a la nación más poderosa que antes. El gobierno fue
centralizado, la administración reformada; aumentaron el
rendimiento agrícola y la producción industrial y se
promovió y protegió el comercio ultramarino. La mayoría
de las exportaciones españolas eran productos agrícolas:
aceite de oliva, harina, frutas secas, vino y aguardiente.
Por esa razón, más que complementar los productos
hispanoamericanos compitieron con ellos. En Cataluña se
había desarrollado una moderna industria algodonera y
lanera que exportaba a América (vía Cádiz) y estaba
buscando puntos de salida más directos.
En América
En un sentido las reformas fueron una segunda conquista
de América, ya que si bien España estaba preocupada por
el equilibrio del poder colonial, por la penetración y
expansión británica y por la preponderancia de los
extranjeros en el comercio hispanoamericano, la nueva
legislación apuntaba más a los propios súbditos: el
principal objetivo era controlar a los criollos. Las
reformas apuntaron en varias direcciones: la
administración, las corporaciones, la economía, la
inmigración y los cambios sociales.
I. Faceta administrativa
Esta segunda conquista fue ante todo burocrática: creó
dos nuevos virreinatos (el de Nueva Granada y el del Río
de la Plata) y otras unidades administrativas. También
nombró nuevos funcionarios: los intendentes. Éstos no
eran simples cambios fiscales y administrativos sino que
suponían una supervisión más eficiente de la población.
Los intendentes eran instrumentos de control social,
enviados por el gobierno imperial para recuperar
América.
2
La ordenanza de Intendentes del 4 de diciembre de 1786
terminó con los repartimientos y reemplazó a los
corregidores y alcaldes mayores por intendentes asistidos
por subdelegados en los pueblos de indios. La nueva
legislación introdujo la paga a los funcionarios, y
garantizó a los indios el derecho a comerciar libremente
con quienes quisieran. Los terratenientes y financistas
vieron restringida la utilización de mano de obra pues la
Corona interponía su soberanía entre la empresa privada y
el sector indio. Los nuevos funcionarios rápidamente
fueron persuadidos de volver al antiguo método y el
experimento resultó breve porque estas medidas fueron
saboteadas dentro de las colonias.
II. Aspectos anticorporativos
La política borbónica también se oponía a las
corporaciones, que gozaban de una situación y privilegios
especiales. Las más importantes eran la Iglesia y el
Ejército. Los liberales reformistas debilitaron a la Iglesia.
El primer choque fue en 1767 con la expulsión de los
Jesuitas: 2.500 en total y la mayoría de ellos, criollos que
quedaron sin misiones y sin patria. No se dieron razones
para la expulsión pero fue un ataque a la
semiindependencia de la orden jesuítica y una
reafirmación del control imperial.
La Iglesia era una corporación cuya misión religiosa
estaba sostenida por dos fundamentos poderosos: sus
fueros y sus riquezas. Los fueros le daban inmunidad
clerical y la excluían de la jurisdicción civil. Su riqueza
estaba formada no sólo por el diezmo y las propiedades
sino también por un enorme capital amasado con los
legados de los fieles, con lo cual cumplía funciones de
banco, de gran sociedad mobiliaria y de principal deudor
hipotecario.
Los reformadores intentaron colocar al clero bajo
jurisdicción de tribunales seculares y reducir la
inmunidad clerical. Luego pensaban atacar sus
propiedades pero la Iglesia reaccionó enérgicamente y
resistió, apoyada por criollos. El fuero era el único
patrimonio material del bajo clero; al ser enajenado para
siempre, muchos de ellos quedaron en la pobreza y luego
se hicieron insurgentes y revolucionarios. Los Jesuitas
tenían gran libertad y eran económicamente poderosos.
Poseían haciendas y otras formas de propiedad y
actividades empresariales prósperas.
Los criollos consideraron la expulsión como un acto de
despotismo (de los 600 expulsados en México, 450
aproximadamente eran nacidos allí). Su exilio a
perpetuidad fue causa de gran resentimiento entre los
familiares y simpatizantes de la orden.
Su destierro dio origen a un americanismo cultural y
colaboró con las tendencias nacionalistas o regionalistas.
Otro centro de poder y privilegio era el Ejército. Como
España no mandaba ejércitos ni los podía mantener,
dependía de las milicias coloniales, que a mediados del
XVIII fueron ampliadas y reorganizadas. Las reformas
permitieron a los pardos acceder a las milicias y comprar
la blancura legal que sea tenido por blanco, mediante la
adquisición de las Cédulas de gracias al sacar. Nueva
España, por ejemplo, creó un ejército colonial formado
por criollos y mestizos y (para fomentar el alistamiento),
éstos fueron admitidos en el fuero militar que extendía los
derechos e inmunidades que ya tenían los militares
españoles, es decir, la protección de la ley militar con el
consiguiente detrimento de la jurisdicción civil. Este gran
ejército modelado por España luego fue utilizado en su
contra.
III. Control económico
Desde el control económico, intentaron sacarle poder a
los extranjeros y destruir la autosuficiencia de los criollos
haciendo que la economía colonial trabajara directamente
para España, enviándole el excedente de producción que
antes retenían. Desde 1750 la corona hizo esfuerzos para
aumentar el ingreso imperial. Se amplió el monopolio
estatal del tabaco y la administración directa de la
alcabala (impuesto que anteriormente había sido cedido a
contratistas privados). Los planificadores reformistas
intentaron aplicar una nueva presión fiscal a una
economía expansiva y controlada.
Entre 1765 y 1776 cambiaron las reglas del comercio
colonial: redujeron tarifas, abolieron el monopolio de
Cádiz y de Sevilla, abrieron libres comunicaciones entre
los puertos de la península con los del Caribe y del
continente y autorizaron el comercio intercolonial. Este
libre comercio entre España y América para 1778 se
había ampliado hacia Perú, Buenos Aires y Chile y, en
1789, hasta Venezuela y México. Combinado con la
ampliación de la libre trata de esclavos de 1789, el
permiso para comerciar con colonias extranjeras de 1795
y en navíos neutrales desde 1797 (renovado
periódicamente), amplió enormemente el comercio y la
navegación entre América y Europa.
Las medidas dieron sus frutos: en 1778 se enviaron 74,5
millones de reales y en 1784 aumentaron a 1.212,9.
Mientras que España no pudo utilizar su monopolio con
eficacia (por las guerras napoleónicas y el bloqueo
británico), los comerciantes extranjeros penetraron en
América. Cargados de manufacturas, sólo sacaron metales
preciosos que tenían demanda constante en el mercado
mundial; la minería mexicana, por ejemplo, encontraba
compradores pero la producción textil de Querétaro y
Puebla, florecientes en el siglo XVIII, ahora estaban en
retroceso. Al continuar excluida del acceso directo a los
mercados internacionales (aquí seguía habiendo
monopolio español), quedaba claro que América debía
exportar únicamente materias primas y comerciar sólo
con España.
Los intereses económicos americanos no eran
homogéneos; había conflictos entre las distintas colonias
y en el seno de las mismas. Pero todos deseaban tener un
gobierno que cuidara sus intereses aunque se limitara a
proteger la libertad y la propiedad. Los americanos eran
cada vez más escépticos sobre la posibilidad de que
España pudiera hacerlo.
Presión fiscal
La alcabala era el impuesto clásico, con las reformas
aumentó del 4 al 6 % y su cobro se exigía rigurosamente.
Este aumento de los impuestos, serviría para pagar las
guerras de España en Europa. A partir de 1765, la
resistencia a la tributación fue constante y en algunos
casos violenta; más aún cuando en 1779 la metrópoli
aumentó la presión debido a una nueva guerra con
Inglaterra. En Perú, los motines de los criollos sólo fueron
superados por la rebelión indígena de Túpac Amaru y, en
1781, los contribuyentes mestizos (los comuneros de
Nueva Granada) sorprendieron a las autoridades por la
3
violencia de su protesta. También los cabildos (única
institución donde estaban representados los intereses
criollos) se opusieron implacablemente. Con las reformas
los funcionarios reales sujetaban a los cabildos a una
supervisión cada vez más estrecha. Desde 1790 los
concejales se opusieron al control y exigieron el derecho
no sólo a cobrar impuestos sino también a controlar los
gastos.
El libre comercio es uno de los grandes equívocos de la
historia. Para los americanos no fue ni comercio ni libre;
ya que luego de 1765 tuvieron menos libertad y
continuaron sujetos a un monopolio más eficiente que los
excluía específicamente de los beneficios de los que
gozaban los españoles. Si bien el decreto de 1765
permitió a los cubanos comerciar con España en los
mismos términos que los españoles, esta concesión no se
extendió a todo el continente. Los españoles continuaron
monopolizando el comercio y la navegación transatlántica
mientras que los americanos estaban confinados al
comercio intercolonial. Esto recién se modificó en 1796
cuando ya era tarde. Además el comercio libre tenía un
defecto básico: suponía la ruina de las incipientes
economías coloniales porque las diferentes regiones
americanas no podían responder con suficiente rapidez a
la apertura de las importaciones. En 1786 Lima recibió 22
millones de pesos de importaciones (antes importaba un
promedio anual de 5 millones). De este modo, los
mercados de Perú, Chile y Río de la Plata quedaron
saturados y si bien bajaban los precios a los
consumidores, arruinaban a muchos mercaderes locales y
drenaban el dinero de las colonias. Peor aún, resultaban la
muerte de las industrias locales: los obrajes de textiles de
Quito, el Cuzco y Tucumán, las herramientas de Chile y
la vinicultura de Mendoza.
El problema crucial de la invasión de manufacturas
europeas es que agravó la situación colonial de América e
intensificó su subdesarrollo, porque las colonias eran
incapaces de absorber las importaciones mediante el
incremento de la producción y exportación. La
dependencia económica tuvo sus orígenes en esta nueva
etapa puesto que no protegieron los propios productos; los
americanos pedían en vano que frenaran las manufacturas
importadas porque las pocas industrias existentes se
hallaban en grave peligro.
IV. Nuevos inmigrantes
La segunda conquista se reforzó con las continuas oleadas
de inmigrantes procedentes de la península. Los
burócratas y comerciantes que llegaban, eran preferidos
para la alta administración y el comercio. El decreto de
1778 fue la señal de una inmigración renovada y de un
nuevo proceso de control. Durante el período 1780-1790
el nivel de inmigración desde España a América fue cinco
veces más alto que en 1710-1730.
Los americanos los llamaron gachupines o chapetones
despectivamente. Eran un nuevo tipo de inmigrantes,
jóvenes de origen humilde venidos de la región cantábrica
que buscaban hacer la América. Estos recién llegados
entraban como aprendiz en un negocio; por un tiempo el
patrón les retenía sus ganancias, luego les entregaba todo
junto (los salarios e intereses) para que pudieran poner en
marcha su propio negocio. Con este sistema, rápidamente
los recién llegados formaron una próspera clase
empresarial activa en el comercio y la minería.
V. Cambios sociales
robusteciéndolos porque los blancos reaccionaron contra
esta reforma social. Obviamente las regiones con mayor
cantidad de pardos realizaron el rechazo más fuerte.
Ejemplos de rechazo a los cambios sociales fue
Venezuela, con su economía de plantaciones, mano de
obra esclava y numerosos pardos (entre ambos grupos,
61% de la población); quien inició el rechazo de la
política social fue la aristocracia venezolana
(terratenientes y comerciantes blancos) resistieron el
avance de la gente de color, rechazaron la nueva ley de
esclavos, protestaron contra las Cédulas de gracias al
sacar y se opusieron a la educación popular.
La situación llegó a una crisis en 1796 cuando se
garantizó un nivel social mejor a un pardo, el doctor
Diego Mejías Bejarano, dispensado de la calidad de pardo
y se le permitió a sus hijos vestir como blancos, casarse
con blancas, obtener cargos públicos y entrar en el
sacerdocio. El cabildo de Caracas protestó argumentando
que esta política conduciría a la subversión del orden
social, la anarquía y la ruina del Estado.
Las sociedades coloniales estaban compuestas por una
gran masa de indígenas, negros y mestizos, los blancos
eran minoría.
La corona repudió esos argumentos y ordenó a sus
funcionarios jurídicos aplicar la Cédula, pero cuando en
1803 el hijo de Mejías intentó entrar a la Universidad de
Caracas, ésta lo rechazó.
La base india era amplia en Perú, México y Guatemala,
menor en Chile y en el Río de la Plata. Los indígenas
estaban obligados a vivir en una situación social inferior,
sujetos a tributos y a servicios personales y públicos.
México tenía situaciones similares y cuando en 1810 se
levantaron las masas con Hidalgo, los criollos
descubrieron que ellos eran los únicos guardianes del
orden social y de la herencia colonial.
Los esclavos negros ubicados en el norte de Sudamérica y
en el Perú eran numerosos. De estos descendían los
negros libres y mulatos (llamados pardos o castas).
La ley del 10 de febrero de 1795 anuló la denominación
de infames a los pardos y les permitió acceder a
educación, casarse con blancos, tener cargos públicos y
recibir órdenes sagradas. Por un lado, con la venta de
blancura la Corona conseguía dinero pero también
reconocía el hecho de que los pardos crecían
numéricamente y era necesario aliviar la situación frente a
las injusticias. Además, la movilidad social afectó a los
hacendados por la pérdida de la fuerza de trabajo en un
período de expansión de la hacienda y de crecimiento.
Este liberal ataque contra los valores señoriales terminó
Áreas fragmentadas
Ya en la colonia, había unidades regionales distintas con
sus respectivas divisiones administrativas (virreinatos,
capitanías generales, presidencias y audiencias). Luego de
1810 las unidades regionales fueron adaptadas como
armazón territorial de los nuevos estados según el
principio de uti possidetis (base del derecho público
reconocido en América). Esto implica que los gobiernos
republicanos se fundaron entre los límites de los antiguos
virreinatos, capitanías generales o presidencias.
La dificultad de las comunicaciones separaba aún más a
las colonias; los obstáculos naturales (ríos, cadenas
4
montañosas y selvas) y el aislamiento regional ayudaron a
debilitar la unidad americana y a promover el
particularismo. El regionalismo se reforzó debido a las
divisiones económicas: algunas tenían excedentes
agrícolas y/o mineros y otras no.
Cuando en 1765 España estimuló el comercio
interamericano, no se pudo realizar la integración
económica. Las rivalidades afloraron: Chile contra Perú,
único comprador de su trigo; Buenos Aires contra Lima
por el mercado del Alto Perú (Lima se perjudicó mucho
con la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776,
porque perdió la rica Potosí, aunque le tuvo que seguir
enviando indios mitayos); Buenos Aires contra la Banda
Oriental y Paraguay por el control de las comunicaciones
fluviales. Los funcionarios asumieron la posición
regionalista de cada colonia y la apoyaron contra sus
rivales. Las colonias sabían que sus intereses en contra de
los otros no encontrarían en España un juez imparcial, por
eso luego de la independencia cada uno buscó su solución
individual.
Nacionalismo o regionalismo
En realidad, el fervor nacionalista sólo perteneció a los
criollos hasta el proceso emancipatorio, en el que los
negros y los indios fueron incorporados a un proyecto de
Nación. (Para el indio la opresión era de la hacienda y del
tributo, y para el negro, la esclavitud.)
Este incipiente nacionalismo era una expresión política
que luchaba por conseguir la exclusividad de derecho a
los cargos públicos y por mantener los privilegios de los
grupos locales de la sociedad colonial. También tenía su
raíz en las rivalidades económicas de las distintas
colonias. Al éxito de la difusión del nacionalismo también
contribuyó la propia España, porque frente a la presión o
a la invasión británica (en el caso del Río de la Plata), las
colonias tuvieron que defenderse por sí solas ya que la
corona no estaba en condiciones de ayudarlas.
Una situación similar sucedió con los distintos
levantamientos que alteraron el orden social, como la
rebelión de Túpac Amaru o los comuneros de Nueva
Granada. En ambas situaciones los funcionarios del
imperio no pudieron hacer nada sin la ayuda de los
sectores criollos. Los criollos se convencieron de que los
únicos con poder real eran ellos recién en 1808.
Tal vez en donde rindió sus mejores frutos fue en lo
cultural, en tanto permaneció más ligado a una visión
americana que regional. El surgimiento de periódicos y
libros así lo atestiguan. Si bien no toda la población leía,
se comentaban públicamente las noticias y sucesos (de la
metrópoli y de América) y fueron formadores de la
opinión pública.
Americanismo
Los jesuitas fueron los primeros en hablar de
americanismo y luego de la expulsión de 1767 se
convirtieron en sus precursores literarios. Los desterrados
jesuitas escribieron literatura de nostalgia, pues tenían
conciencia del pasado histórico de su patria americana.
Su literatura era también didáctica, ya que escribían para
esclarecer a los prejuiciosos europeos y para destruir el
mito de la inferioridad y de la degeneración de hombres,
animales y vegetales del Nuevo Mundo. En efecto, en el
siglo XVIII hubo obras antiamericanas escritas por
autores europeos que no conocían América; Buffon, por
ejemplo, sostenía que la inmadurez americana se
observaba en el puma que era más cobarde que el león; y
De Pauw alegaba que los indios mexicanos sólo podían
contar hasta tres. Los exiliados jesuitas replicaron con
erudición: el chileno Juan Ignacio Molina escribió un
tratado de geografía, recursos naturales e historia de
Chile, exaltando al indígena pero con gran rigor
científico.
Asimismo, los jesuitas fueron intérpretes de sentimientos
regionalistas (o nacionalistas) ya arraigados en el espíritu
criollo. El mexicano Juan Luis Maneiro, en sus escritos
imploraba al rey que lo deje morir en su suelo patrio.
Toda una literatura hiperbólica sirvió para glorificar sus
países, riquezas y gentes; era una reacción natural contra
los prejuicios europeos. El Telégrafo mercantil de Buenos
Aires, exaltaba al Río de la Plata como el país más rico
del mundo; Manuel de Salas describía a Chile como el
más fértil de América, y el más adecuado para la humana
felicidad. Primicias de la Cultura de Quito, editada por
Francisco Javier Espejo, hablaba de la nación americana
y, el médico mulato Dávalos sostenía que en Piura (Perú)
la sífilis desaparecía sólo con la influencia salubre del
clima. La Sociedad Académica de Lima fue fundada para
estudiar y promover los intereses del Perú (aunque su
patriotismo era confuso) y para editar el nuevo periódico
Mercurio Peruano. En 1788 la Gaceta de Literatura de
México utilizó por primera vez, la frase nuestra nación
hispanoamericana. Pero el fervor nacionalista y
americanista era más cultural que político. También hubo
agudos observadores extranjeros como Alexander Von
Humboldt que a través de sus obras científicas y políticas
como su Ensayo Político sobre la Nueva España hicieron
conocer México a la misma España y a los propios
mexicanos.
Las sociedades económicas (como los Consulados) fueron
otro vehículo de americanismo. Extendidas por América a
partir de 1780, su función era estimular la agricultura, el
comercio y la industria mediante el estudio y la
experimentación; además buscaban sus propias
soluciones para problemas regionales y expresaban la
frustración ante los obstáculos que frenaban el desarrollo
y su insatisfacción por el monopolio comercial español.
Colapso de la monarquía española
Sorprendida por la Revolución Francesa de 1789 e
impotente ante el poder de su vecina, España cayó en
crisis luego de dos décadas de depresión y guerra. La
crisis agraria de 1803 provocó hambre, escasez y
mortalidad. La improvisación del gobierno de Carlos IV y
su favorito Manuel Godoy hizo que a partir de 1796
España fuera arrastrada a las guerras de Francia en
calidad de satélite. Forzada a subvencionar a su vecina
imperial presentaba un espectáculo de división,
desorientación y desesperación cuando en 1807-8
Napoleón decidió invadirla. España no tenía recursos para
defenderse.
En marzo, Carlos IV abdicó en favor de su hijo Fernando.
Los franceses luego ocuparon Madrid y Napoleón indujo
a Carlos y a Fernando a ir a Bayona para conversar. Allí,
el 5 de mayo de 1808 forzó a ambos a abdicar y al mes
siguiente José Bonaparte, el hermano del Napoleón, era
proclamado rey de España y de las Indias.
5
El pueblo español siempre vio a José como un usurpador
y combatió por su independencia. Las juntas provinciales
organizaron la resistencia y en septiembre de 1808
formaron la Junta central (invocando el nombre del rey
preso) y desde Sevilla en enero de 1809 se promulgó un
decreto diciendo que los dominios americanos no eran
colonias sino parte integrante de la monarquía con
derechos de representación. Cuando las fuerzas francesas
entraron en Andalucía en enero de 1810, la Junta se
disolvió dejando un Consejo de Regencia de cinco
personas con mandato para convocar a Cortes donde
estuvieran representadas España y América.
Las Cortes de Cádiz promulgaron la Constitución de 1812
que declaraba a España y América una sola nación. Sin
embargo, los liberales constitucionalistas españoles, en
los asuntos referidos a las colonias, eran tan
conservadores como los Borbones. La Constitución de
1812 proponía una representación desigual, y negaba a
los americanos la libertad de comercio. En América
provocó una crisis de legitimidad política y de poder. No
había metrópoli, por ende no eran colonia; no había rey,
tampoco monarquía. Los criollos como clase dominante
local tenían que decidir cuál era el mejor medio para
preservar su herencia y mantener su control.
* Apunte de la Cátedra
H i s t o r i a
C o n t e m p o r á n e a
d e
A m é r i c a
L a t i n a *
Primera Parte: Del orden colonial al neocolonial
Capítulo 2: La crisis de independencia
La estructura o edificio colonial entró en rápida
disolución a principios del siglo XIX, tanto que para
1825, Portugal había perdido todas sus posesiones y
España solo conservaba Cuba y Puerto Rico. Las causas
de esta rápida caída son muy diversas, pero apuntan a los
comienzos de la conquista, y a las reformas coloniales a
partir de 1750.
Para el caso español, se han subrayado las consecuencias
económicas de la reformulación del pacto colonial: (ver
Reformas
Borbónicas
en
aspecto
económicoadministrativo) un nuevo concepto para el trabajo con
indios, altos impuestos, y acaparamiento de recursos
coloniales que permitieron que España se adentrara en la
nueva Europa Industrial. La lucha por la independencia
de las colonias, buscaba en parte, un nuevo pacto colonial
que beneficiara a los productores locales y les permitiera
participar de la economía de ultramar, sin necesidad de
pagar elevados impuestos y regalías a la Metrópoli.
Para el aspecto político-administrativo, el reclutamiento
de funcionarios públicos leales a la Corona en contra de
los intereses de las ligas locales, aseguró una
administración eficaz de los asuntos coloniales. Según J.
H. Parry, esto fue el otro motivo del descontento de los
colonos, pues ellos preferían tener una administración
ineficaz y menos temible. Por todo esto, el rey prefirió
contar con funcionarios metropolitanos o peninsulares.
Esta parcialidad o predilección se debía al temor de dar
poder a figuras aliadas con poderosas fuerzas locales, que
lentamente iban luchando en contra del gobierno español.
Los peninsulares ocuparon también cargos militares y
eclesiásticos, y participaron activamente en comercio
(inundaron el mercado de ultramar a partir de 1750),
tanto, que se ganaron el odio de los criollos.
Estos conflictos, sin embargo, anuncian una cercana
catástrofe y una etapa de transición necesariamente larga,
previa a la emancipación definitiva.
Otro aspecto que se toma como causa posible, es la
renovación ideológica traída de Europa. Pero esa
renovación no tenía un contenido precisamente
revolucionario: en una primera etapa se mantuvo en el
marco de la Corona. Lo importante es reconocer que fue
una de las más poderosas fuerzas que actuó en
Hispanoamérica. Era necesaria debido a las críticas que
hacía de los asuntos económicos, sociales y jurídicoinstitucionales, pero no siempre implicaba una discusión
sobre el orden monárquico: la Ilustración iberoamericana
(y la metropolitana) se basaban en una fe donde el rey era
la cabeza del cuerpo místico. A fines del siglo XVIII, esa
fe antigua y nueva, tenía sus descreídos. Esto se
comprueba en la aparición de movimientos sediciosos a
partir de 1750, pero no se toman como revoluciones, ni
están atados a la renovación de las ideologías políticas;
pues desde Nueva Granada hasta Alto Perú no se ve
ninguna opción homogénea, ni nueva. El episodio que
clarifica esta idea es el de la guerra de castas en Perú,
guerra de indios contra blancos y mestizos (Bajo Perú), y
de indios y mestizos contra blancos (Alto Perú). Los
blancos permanecerán fieles al rey, no por la fidelidad
ciega, sino por mantener su hegemonía en contra de las
otras castas indias y mestizas que le amenazaban.
Si bien existieron otros episodios con apoyo más unánime
(como el alzamiento comunero del Socorro, Nueva
Granada), no eran más que fenómenos locales de protesta,
que venían desde la conquista. Sin embargo, estos
movimientos anunciaron las debilidades estructurales del
sistema colonial.
Los signos de descontento de círculos sociales secretos de
algunas ciudades latinoamericanas, si están más ligados a
las revoluciones (movimientos emancipadores), que a las
sediciones, a partir de 1790. Estos signos fueron
magnificados por los españoles, y luego exagerados por
los historiadores de las futuras naciones. Van apareciendo
varias figuras y hechos dentro del nuevo escenario
rebelde:
•
Desde México a Bogotá: Antonio Nariño, que en
1794 traduce la Declaración de los Derechos del
Hombre.
•
... a Santiago de Chile, donde se descubre una
“conspiración de franceses” en 1790.
6
•
... a Buenos Aires, donde también los
“franceses” despiertan un proyecto republicano.
•
... a Brasil, donde el movimiento republicano de
Minas Gerais es descubierto y reprimido, en
1789.
Todos ellos, y otros tantos más, produjeron varios
mártires y desterrados: Tiradentes (líder del movimiento
de Minas Gerais) primero, Francisco de Miranda (líder
venezolano, amigo de Thomas Jefferson, agente de Pitt, y
uno de los tantos que recomendó a las potencias ajenas a
España, las relaciones con América) segundo. Otros
desterrados se pueden ver en África, prisioneros de la
Metrópoli, o exiliados en Inglaterra y Francia, cobrando
pensiones allí. Pero algunos de ellos se mantienen en
reserva hasta el momento oportuno, como Bolívar, rico
criollo efectuando continuos viajes por Europa; o
Gregorio Funes, eclesiástico cordobés que estudió en
Madrid (en la Universidad de Alcalá de Henares) y trajo
consigo ideas liberales para Buenos Aires. Cualquiera sea
el caso, no es irrazonable que de pronto le invaden todo el
fruto del avance de nuevas ideas políticas que
advertiremos luego de la revolución: burócratas
modestos, mostrarán de inmediato una seguridad en el
manejo del nuevo vocabulario político. Este avance es
consecuencia de un proceso amplio a partir de 1776 y
1789: una América republicana y una Francia
revolucionaria, respectivamente. Esto hace que esa
novedad interese cada vez más a Latinoamérica (pues
Portugal se mantiene neutra, y España está ocupada con
Napoleón y la revolución), tanto que hasta fieles
funcionarios metropolitanos ven la posibilidad de la
desaparición de la Corona. En el caso español en
América, la crisis de independencia, no es más que la
degradación del poder español, que a partir de 1795, se
hace más rápida.
El primer aspecto de esa crisis: ese poder se hace más
lejano. La guerra con una Gran Bretaña que domina el
Atlántico, separa progresivamente a España de sus Indias.
Hace más difícil mandar soldados, gobernantes, e
imposible mantener un monopolio comercial. Luego de
las reformas comerciales de Carlos III, un conjunto de
medidas de emergencia autoriza la apertura del mercado
colonial con otras regiones (otras colonias y países
neutrales); a la vez que conceden a los colonos libertad
para participar en la navegación sobre las rutas internas
del Imperio. Esta nueva política, es recibida con
entusiasmo en las colonias: todo el frente atlántico aprecia
sus ventajas y las conserva. Alejada la presión
metropolitana, se sienten enfrentadas con posibilidades
inesperadas. (En el caso de Buenos Aires, aparece un
economista ilustrado que la considera capaz de ser un
centro del mundo comercial, por tener los recursos
suficientes para ocupar ese rol. Y en efecto, el horizonte
comercial se amplió a Hamburgo, Baltimore, Estambul, y
el Índico; lugares desaparecidos de la realidad europea
que estaba en guerra.) De allí una conciencia más viva de
la divergencia de destinos entre España y sus Indias, y
una confianza en las fuerzas económicas de estas últimas,
que se creen capaces de valerse solas.
La transformación es paulatina: solo Trafalgar, en 1805,
da el golpe de gracia a las comunicaciones atlánticas de
España. Por otra parte, si el desorden comercial
prerrevolucionario benefició a mercaderes-especuladores
de los puertos coloniales, no lo hizo en la economía
colonial en conjunto:
•
En Buenos Aires: Se apilan cueros sin vender, y
en el litoral se sacrifica ganado, ante la
imposibilidad de realizar exportación. Lo mismo
pasa en Montevideo.
•
En Cuba: después de un dichoso período de
demanda del azúcar (1790 a 1796), sigue una
racha negra de especulación, pues hay menos
compradores.
Así, tanto los especuladores como los productores a los
que las vicisitudes de la política metropolitana privan de
sus mercados, tienden a ver cada vez más el lazo colonial
como una pura desventaja; la libertad derivaría en una
política comercial elaborada por las mismas colonias. El
resultado es una metrópoli que no puede gobernar la
economía de sus colonias.
En lo administrativo, el agostamiento de los vínculos
entre metrópoli y colonias comenzará a darse más
tardíamente que en lo comercial, pero si tendrá un ritmo
más rápido: de 1795 a 1810, se borran en ambos aspectos
los resultados de la reconquista de la España Borbónica.
En medio de las tormentas posrevolucionarias (luego de
1825), esa hazaña revela su fragilidad, pero al mismo
tiempo ha logrado cambiar profundamente a las Indias,
con lo que hace difícil que esta vuelva al pasado. Por otra
parte, la Europa de las guerras napoleónicas (ávido de
productos tropicales y de una Inglaterra necesitada de
mercados que reemplacen su agotado espacio) no está
dispuesta a asistir a una marginalización de las Indias
dispuestas (como el siglo XVII) al contrabando. Si este
relativo aislamiento europeo de quince años de guerra
pudo parecer una ruptura del lazo colonial hacia una
economía auténtica, este desenlace en los hechos era
extremadamente improbable.
Pero para otros, la independencia política no debe ser a la
vez económica: debe establecerse con nuevas metrópolis
económicas un lazo de igualdad. He aquí algunas de las
alternativas que la disolución del lazo colonial plantea
antes de producirse: en 1806, primer golpe grave a las
Indias, y en 1810 otra, revoluciones desde México a
Buenos Aires. En 1806 la capital de virreinato del Río de
la Plata es conquistada por sorpresa por una fuerza
británica, y la guarnición rioplatense (a pesar de ser uno
de los centros militares más importantes) fracasa en una
tentativa de defensa. Los nuevos conquistadores son bien
recibidos por los funcionarios y los sacerdotes. Sin
embargo, las conspiraciones se suceden, y un oficial
francés al servicio español conquista Buenos Aires con
tropas organizadas en Montevideo. Al año siguiente, una
nueva expedición inglesa conquista Montevideo, pero
fracasa en Buenos Aires frente a una coalición de
peninsulares y americanos. Ante la huida del virrey, la
Audiencia nombra a este oficial francés (Linniers) como
sucesor: el régimen colonial está, pero son las milicias las
que hacen la ley.
Este anticipo del futuro es seguido pronto de una crisis
general, que comienza en la Península: un conjunto de
hechos dramáticos (exagerados por la historia
événementielle) donde Napoleón Bonaparte utiliza a los
Borbones para provocar un cambio de dinastía. Pero son
incomprensibles fuera de un marco histórico más vasto: la
Guerra de Independencia Española es parte de un
conflicto mundial donde los franceses son expulsados
gracias a un ejército expedicionario británico, en
combinación del apoyo popular que buscaba la
7
restauración de la monarquía, es decir, un movimiento
antirrevolucionario, y que a pesar de eso la forma de
guerrear era parecida a una revolución. Esta guerra
significaba que nuevamente la metrópoli puede entrar en
contacto con sus Indias, y con Inglaterra como aliada.
Significaba también que su aliada, de un modo u otro, se
abre paso en el comercio indiano. Pero esta España
antinapoleónica, cada vez abatida por las victorias
francesas (y en transición a un gobierno liberal), tiene
menos recursos para influir en América. Como
consecuencia, las elites peninsulares y criollas desconfían
unas de otras. Para los primeros, los americanos solo
esperan la ruina militar de España para concretar la
independencia. Para los segundos, los peninsulares se
anticipan a esa ruina, preparándose para entregar las
colonias a una futura metrópoli integrada en el sistema
francés. Son los peninsulares los que darán los primeros
golpes:
•
En México: reaccionan frente al virrey
Iturrigaray al apoyarse en el cabildo de la capital
(predominantemente criollo), para organizar una
junta de gobierno, similar a la sevillana, para
gobernar en nombre del rey cautivo Fernando
VII. En 1808, el virrey es capturado y
reemplazado
por
la
Audiencia
(predominantemente peninsular).
•
En el Virreinato del Río de la Plata: el cambio de
alianzas, genera impopularidad de Linniers, ante
los ojos de los peninsulares. Una tentativa del
Cabildo por destruirlo, fracasa, debido a la
superioridad de las milicias criollas fieles al
virrey. Pero en Montevideo, las fuerzas
peninsulares desconocen al virrey y forman una
junta disidente.
Son ahora fuerzas de raíz local las que se contraponen, los
grandes cuerpos administrativos (cabildos, audiencias,
etc.) ingresan en el conflicto para conferir legitimidad
bastante dudosa a las soluciones que esas fuerzas han
impuesto. Los movimientos criollos reiterarán el mismo
esquema de los dirigidos por peninsulares:
•
En Chile: en 1808, al morir el gobernador
Guzmán, apoyan al jefe de la guarnición, el
coronel Carrasco, en contra de la Audiencia y
con el título de gobernador interino, apoyado por
el jefe intelectual de los criollos: Juan Martínez
de Rosas (luego confinado al sur, por Carrasco).
Suceden luego, numerosos choques entre
gobernador, Cabildo y Audiencia; y en reformas
para favorecer mayor voto de criollos,
derrumbándose así, el marco institucional
colonial.
•
En Buenos Aires: las milicias criollas de
Linniers acaparan más poder en el Cabildo, y
confinan a peninsulares al sur, como Martín de
Alzaga (organizador de la defensa de la ciudad
en 1807).
Estos movimientos criollos se habían mantenido en los
límites de la legalidad, otros a partir de 1809, se iban a
avanzar hasta la rebelión abierta: en el Alto Perú, las
luchas internas entre los integrantes de la Audiencia de
Charcas, adquirió carácter político ante la acción de la
Infanta Carlota Joaquina (hermana de Fernando VII, y
esposa del regente de Portugal) que desde Río de Janeiro
se autoproclamó soberana interina, dispuesta a beneficiar
a peninsulares y criollos (en apariencia, claro está) por
igual. Había encontrado en 1809 infinidad de
catecúmenos (seguidores), como Martín Alzaga (futuro
jefe revolucionario), que explicando su situación, logró
convencerla para incentivar a las tropas de Montevideo
que tomen acciones contra Linniers. En Perú, la infanta
facilitó el gobierno de criollos blancos en Charcas, y de
mestizos en la Paz; ambos rápidamente reprimidos por
virreyes de Perú y del Río de la Plata. En Quito, un
Senado de aristócratas criollos se hace al poder, pero es
derrocado por el virrey de Nueva Granada.
Estos episodios prepararon la revolución. Mostraban en
primer término, el agotamiento de la organización
colonial: en más de una región crisis abiertas, en otras,
debilitamiento y vacilaciones de las autoridades ante
posibles crisis. Esto último es el caso del virrey de nueva
Granada, que en 1809, debe ser limitado por una junta
consultiva. Pero los puntos reales de disidencia eran las
relaciones metrópoli-Indias y el lugar de los peninsulares
en estas últimas. En estas condiciones, las fuerzas
cohesivas que en España eran tan fuertes (sentimiento de
nación luego de la guerra) contaban en Hispanoamérica
bastante poco (ni la veneración por el rey cautivo, ni la
confianza en un nuevo orden, tenían adeptos fervorosos),
entregados a tensiones internas cada vez más
insoportables.
De estos puntos de disidencia, todo llevaba a poner
énfasis en el primero: La metrópoli estaba siendo
conquistada por los franceses, y si bien tenía como aliada
a Inglaterra, la esfera de influencia de la España
Antinapoleónica eran las juntas liberales de Andalucía y
Cádiz, copias de los parlamentos de sus vecinos. En el
plano económico, la alianza inglesa aseguraba que el
viejo monopolio estaba muerto. En cambio, en el
segundo, se hacía más agudo: las revoluciones
comenzaron como tentativas de sectores criollos
oligarcas, que buscaban desplazar a los peninsulares. La
administración colonial puso todo su peso a favor de estos
últimos: basta comprobar las represiones en Quito y Alto
Perú, y el reemplazo violento de Linniers (virrey liberal)
por Cisneros (virrey peninsular) quien se ganó la amistad
de la guarnición de Montevideo. Eso simplificó
enormemente el sentido de los primeros episodios
revolucionarios en América del Sur. En cambio, en
México y las Antillas otras tensiones gravitaban más que
criollos y peninsulares: en las islas, la liquidación de los
plantadores franceses de Haití, proporcionaba una lección
para la elite blanca. En México fue la protesta india y
mestiza la que dominó la primera etapa revolucionaria, y
la condujo al fracaso, al enfrentarla con la oposición
conjunta de peninsulares y criollos.
En 1810 se dio otra etapa en que parecía ser irrefrenable
el derrumbe de la España antinapoleónica: la pérdida de
Andalucía reducía el territorio leal a rey a Cádiz, y alguna
isla de su bahía. La Junta Suprema de Sevilla era
derrocada por el mismo pueblo, en busca de responsables.
Así, surgía la Junta de Cádiz como reemplazante, donde
el cuerpo dirigente se había elegido a sí mismo. Este
episodio proporcionaba a América Hispana la
oportunidad de definirse nuevamente frente a la crisis del
poder metropolitano: los ensayos prerrevolucionarios
(peninsulares y criollos) por definir de un modo nuevo las
relaciones con la revolucionaria metrópoli (la España
antinapoleónica) parecían anticipar una respuesta más
matizada, y ahora aspiraban a seguir haciéndolo, de
gobernar en nombre de Cádiz.
8
Esas precauciones no logran su propósito: la caída de
Sevilla es seguida por todas partes por la revolución
colonial, que ha aprendido a presentarse como pacífica y
legítima, pero ¿hasta qué punto era sincera esta imagen
que la revolución daba de sí misma? Sin duda había
razones para que un ideario independentista maduro
prefiriese ocultarse a exhibirse: junto a la tradición de
lealismo monárquico entre las masas populares
(rápidamente borrado con los movimientos sediciosos)
pesaba la coyuntura internacional que implicaba la
benevolencia inglesa. Pero en medio de la crisis, el
pensamiento revolucionario podía ser más fluctuante que
la tesis del fingimiento: los revolucionarios no se sienten
rebeldes, sino herederos de un poder caído: no hay razón
para que marquen disidencias frente a ese patrimonio
político-administrativo que ahora consideran suyo y al
que entienden hacer servir para sus fines.
Estas consideraciones parecen necesarias para preciar el
problema del tradicionalismo y la novedad ideológica del
movimiento emancipador: más que las ideas políticas de
la antigua España, son sus instituciones jurídicas las que
convocan en su apoyo unos insurgentes que no quieren
serlo. Las revoluciones, que se dan sin violencia, tienen
por centro al Cabildo: esta institución municipal tiene la
ventaja de no ser delegada de la autoridad central en
derrumbe (caso contrario, las audiencias), pero en el caso
de un Cabildo Abierto (reunión de notables, convocados
por municipales, en caso de emergencia) asegura en todos
los casos (aun en Buenos Aires, donde es peninsular) la
supremacía en el voto de las elites criollas. Son estos
cabildos especiales los que establecen juntas de gobierno
que reemplazan a los funcionarios metropolitanos (19/04
Caracas, 25/05 Buenos Aires, 20/07 Bogotá, 18/09
Santiago de Chile) Esos nuevos gobernantes se inclinan al
curso de los acontecimientos:
•
Buenos Aires: la junta pide la renuncia del virrey
(dudosamente espontánea).
•
Caracas: el Capitán General renuncia y legitima
a su sucesor criollo.
•
Nueva Granada y Chile: reemplazan a todos los
funcionarios reales por criollos, disuelven las
audiencias, y en caso de Bogotá, eligen
gobernador interino al
(sentimiento de legitimidad)
antiguo
virrey
El cuidado de la legitimidad responde al perfil de los jefes
del movimiento: abogados, funcionarios, comerciantes, y
militares.
Por ahora la revolución es un drama que se representa en
un escenario muy limitado: las elites criollas de las
capitales toman su venganza, reemplazando a los
metropolitanos del poder, pero una de las razones de su
triunfo es su condición de americanos (no discutido por
los que lo eran antes que ellos: los aborígenes), por lo que
necesariamente dejan participar del poder a sectores
menores, pero no demasiado: aunque están influidos por
las ideas liberales, no apoyan cambios profundos en la
estructura del poder político. No tienen conciencia de que
han destruido el orden colonial y que lo seguirán
haciendo más adelante, solo se sienten herederos, y saben
que esa elección implica la victoria o la muerte (como les
pasó a muchos ejecutados peninsulares y criollos en
1809). Por otro lado, saben que la legalidad podrá
ponerlos en mejor situación frente a sus adversarios
internos, pero no doblegará la resistencia de éstos. Los
peninsulares identifican (sin equivocarse) su defensa por
su lugar en las Indias con la del dominio español. Hay así
una guerra civil que surge en los sectores dirigentes, cada
uno de los bandos procurará extenderla buscando
adhesiones externas que les otorguen la supremacía.
Las primeras formas de expansión de la lucha siguen
cauces nada innovadores: requieren la adhesión de
sectores subordinados. En Nueva Granada y Chile, no
encuentran todavía oposiciones importantes. En el Río de
la Plata y en Venezuela sí las hallan. Por otra parte, la
revolución no ha tocado el Virreinato del Perú, donde su
virrey Abascal, organiza la contrarrevolución. De la
revolución surge la guerra: hasta 1814, España no puede
enviar tropas a sus posesiones sublevadas, y aun entonces
sólo actúan de forma eficaz en Venezuela y Nueva
Granada.
*Tulio Halperín Dongui
La política
contrarrevolucionaria
del virrey Abascal: Perú, 18061816*
9
Un sumario de este trabajo fue presentado en el Congreso
Internacional “Los Procesos de la Independencia en
América Española”. Morelia, Michoacán, México, 21-24
de Julio de 1999.
La literatura histórica generalmente pasa por alto el
régimen virreinal de José Fernando Abascal (1743-1821)
en el Perú durante el período de la Independencia
hispanoamericana. Es verdad que en 1944, se publicó en
Sevilla su Memoria de Gobierno, (ed. de Vicente
Rodríguez Casado y José Antonio Calderón Quijano, 2
volúmenes
(Sevilla:
Escuela
de
Estudios
Hispanoamericanos, 1944), y el libro de Fernando Díaz
Venteo, Las campañas militares del virrey Abascal,
(Sevilla: EEHA 1948), pero estos volúmenes apenas
llamaron la atención del mundo historiográfico. Una de
las pocas excepciones de esta indiferencia general fue el
estudio de Timothy E. Anna, The Fall of the Royal
Government in Perú, que salió a la luz en 1978. Al juicio
de Anna: en la historia de la independencia de la
América del Sur, Abascal es una figura central, porque su
administración impidió la expansión de la causa de la
independencia en la mayor parte del continente. Más aún,
En medio de esa aguda crisis de dirección que en 1808
precipitó a los peruanos en una confusión terrible,
Abascal se destaca por su alta rectitud, honestidad,
claridad de pensamiento, y capacidad como dirigente (…)
en realidad, era un sirviente real completamente
profesional, que admiró la eficiencia, no estaba dispuesto
a tolerar la incapacidad, y tenía aversión a la ceremonia,
pero, al mismo tiempo, le gustaba manejar el poder. Yo
también, en una obra que se publicó en ese mismo año,
hice hincapié en el papel crucial que jugaba este mismo
virrey. Desgraciadamente, esos esfuerzos no han tenido
casi ninguna resonancia. Todavía no existe (que sepa yo)
ningún estudio de la actuación de Abascal durante el
período de la Independencia.
Por consiguiente, es importante explicar las razones de
esa indiferencia. Existen varias: (1) En primer lugar, el
nacionalismo influenció la historiografía peruana desde
1968. La interpretación nacionalista pinta la rebelión de
Túpac Amaru en 1780-1781 como el verdadero comienzo
de la emancipación hispanoamericana, es decir, que el
proceso emancipador realmente comenzó con él. De esta
manera, el Perú no estuvo de ninguna manera marginado
del proceso. Inevitablemente Abascal aparece dentro de
esta interpretación como un factor negativo.
(2) La historiografía constitucional pone el énfasis en la
introducción del sistema representativo gaditano, y pinta a
Abascal como un recalcitrante, que no mostraba simpatía
con el primer experimento constitucional en el mundo
hispánico. Jaime Rodríguez dice, por ejemplo: algunos
oficiales reales, entre los cuales el virrey Abascal del
Perú era el más destacado, estaban resueltos a impedir lo
que ellos erróneamente consideraron como la
fragmentación del mundo hispánico. Por consiguiente,
los realistas crearon las condiciones que finalmente
destruyeron la monarquía española, debido a que
interrumpieron una reconstrucción que pudiera haber
resultado en una monarquía federativa. Sin embargo, la
Constitución de 1812 tuvo muchas imperfecciones;
cualquier autoridad encargada del manejo del Estado en
los territorios americanos, y la garantía de la seguridad, se
hubiera opuesto a ellas. Dentro del campo reformista,
también, surgieron críticas serias de la Constitución.
Gaspar Melchor de Jovellanos, por ejemplo, criticó la
forma unicameral de las Cortes que se reunieron en 1810
como un factor de inestabilidad.
(3) La tendencia historiográfica a enfocar la experiencia
de las provincias contrapuestas al centralismo de Lima,
también ve a Abascal como un factor negativo. La
oposición al predominio de Lima fue un sentimiento
evidente en la rebelión del Cuzco de 1814-1815. La
investigación de Alberto Flores-Galindo, Manuel Burga,
y Jan Szeminski sobre la visión alternativa andina y el
desarrollo del mito de inkarri durante el siglo XVIII,
demuestra la oposición a Lima desde la provincia. A fin
de cuentas, la supresión de la rebelión del Cuzco en 1815
por el gobierno virreinal destruyó la perspectiva de una
solución provincial y multi-étnica para los problemas
políticos del Perú. De esta manera, Abascal, actuando en
acuerdo con los comandantes del Ejército del Alto Perú,
puso fin a un ideal que había generado una serie de
insurrecciones en la zona andina desde la década de 1740.
Otra vez, Abascal era el culpable.
A pesar de que Abascal actuaba como la figura principal
en el Perú durante los ocho años de la crisis del antiguo
régimen y la independencia, ha sido marginado por la
historiografía. En esta ponencia no presentó nuevos datos;
me limitó a apelar por una reconsideración de ese
personaje clave. Sin embargo, no se podría comprender su
actuación, si no la pusiéramos en su contexto histórico. El
largo período desde 1770 hasta 1840 incluye las llamadas
reformas borbónicas, el derrumbe de la monarquía
borbónica y la crisis del antiguo régimen, las luchas por la
independencia, y la formación de nuevos estados
soberanos en el territorio del antiguo imperio continental
español. Tres temas principales afectaron al Perú de una
manera dramática durante esa época: Vamos a considerar
cada uno a su turno.
(1) El primer problema fue: ¿de qué territorios debería
constituirse el Perú? Guillermo Céspedes del Castillo
inició el estudio de esa cuestión geopolítica en 1946,
enfocando la división de los dos Perús en 1776 por el
gobierno metropolitano con el propósito de establecer el
nuevo virreinato del Río de La Plata. Varias décadas
antes, la formación del virreinato de la Nueva Granada en
1739 y la separación de la Audiencia de Quito de la
autoridad de Lima ya habían debilitado al Perú.
(2) ¿Qué fuerzas políticas deberían predominar en el Perú
y cómo sería la estructura política del virreinato? Los
estudios publicados por Guillermo Lohmann Villena en
Perú y por varios autores en Estados Unidos como Mark
A. Burkholder, por ejemplo, mostraron cómo los
americanos predominaban en la Audiencia de Lima desde
1690. La política borbónica durante el reinado de Carlos
III (1759-1788) intentaba terminar con eso. La política
del Visitador General del Perú, José Antonio Areche,
puso de nuevo en la minoría a los americanos. La elite
limeña se sentía agraviada por esa política neo-centralista.
El abogado y pretendiente peruano, José Baquíjano y
Carrillo, por su parte, viajó a España en 1793, con el
propósito de conseguir un puesto en la Audiencia de
Lima. Baquíjano consideraba que el ambiente político de
la corte de Carlos IV (1788-1808) sería más favorable que
durante la época de Gálvez. En su temporada anterior en
España en 1774-1776, Baquíjano no había conseguido
nada. Esta vez el rey lo nombró alcalde del crimen en
febrero de 1797, y diez años más tarde lo ascendió al
puesto de oidor. Sin embargo, Baquíjano era el único
oidor limeño en la audiencia en esa época. El
Ayuntamiento de Lima se había opuesto a la política de
10
Gálvez y Areche, argumentando en favor de la igualdad
de representación entre americanos y peninsulares en la
audiencia. El establecimiento del sistema constitucional a
partir de 1810 abrió de nuevo esta cuestión todavía no
resuelta.
(3) ¿De qué recursos dependería el Perú? Desde 1740, los
registros sueltos por Buenos Aires y el Cabo de Hornos
empezaron a minar el monopolio comercial de los
galeones destinadas a Portobelo y Callao, establecido en
el reinado de Felipe II. La separación del Alto Perú, con
sus recursos minerales, en 1776, y la introducción del
Comercio Libre entre una serie de puertos habilitados del
imperio, en 1778, disminuyeron aún más la antigua
posición hegemónica del poderoso Consulado de Lima.
La política metropolitana debilitó y humilló seriamente al
Perú a lo largo de todo el siglo XVIII. Además, los
cambios comerciales de esa misma época contribuyeron a
los problemas económicos del virreinato. Abascal,
respondiendo a las quejas de los comerciantes limeños,
escribió en su Memoria de Gobierno de 1816: las
manufacturas del reino tuvieron una época mas
floreciente antes de expedirse la Real Orden de octubre
de 1778, o de Libre Comercio. Después de esa fecha,
empezaron a decaerse los de la lana por la mejor calidad
y baratura de los paños ordinarios españoles, y
últimamente los de algodón por el contrabando: de suerte
que no teniendo salida, han venido a arruinarse a un
tiempo las estancias y obrajes que cosechaban las
primeras materias y disponían los textiles (tomo 1, pp.
218-19).
En varios estudios que salieron desde 1977, John R.
Fisher ha mostrado que la recesión económica del Perú en
las últimas décadas del siglo XVIII y primeros del XIX,
tan comentada en la literatura, no representaba el cuadro
total. Fisher argumentaba el resurgimiento de la industria
minera bajoperuana entre la década de 1770 y 1812, sobre
todo en Cerro de Pasco y Hualgoyoc. Por consiguiente, el
gobierno virreinal del Perú truncado de la época posterior
a 1776, podía contar con nuevos recursos significativos.
Durante la década de 1790, por ejemplo, la Tesorería
Principal de Lima recibió un promedio anual de 4.6
millones (de pesos), de que resultó un sobrante anual de
más de un millón de pesos. La cantidad de plata
registrada en 1777 fue 246,000 marcos, pero aumentó a
637,000 marcos en 1799, y permaneció alta hasta 18081809. Aún después de 1812, el promedio anual registrado
era de 300,000 marcos, Sin embargo, el problema
continuaba siendo la relación entre el sector minero y el
resto de la economía peruana, que permanecía en
recesión.
Las exportaciones de productos agrícolas no llegaron a un
promedio anual de un millón de pesos; el Comercio Libre
había arruinado la industria textil en el Bajo Perú y
terminado con su mercado tradicional en el Alto Perú.
Además, el impacto del desarrollo de la minería tenía
factores negativos significativos. Entre 1801 y 1805, el
producto de la Real Casa de Moneda de Lima llegó a
$23,082,525, y entre 1809 y 1813 a $23,416,082. Sin
embargo, la mayor parte fue exportada y no permaneció
en el virreinato. Como resultado, el Perú experimentó una
carestía de circulante y le faltaba la inversión necesaria
para estimular la producción. A pesar de la apariencia de
riqueza, la realidad económica era muy precaria. La
situación colonial del Perú se expresaba precisamente en
esa manera.
Durante la crisis de 1808-1810, el Perú no sucumbió a la
subversión política. El contraste con los otros dos
virreinatos sudamericanos y las capitanías generales como
Quito, Venezuela, y Chile fue claro. El gobierno virreinal
peruano tampoco tenía que lidiar con una insurrección
doméstica, el contraste con la Nueva España a partir de
setiembre de 1810. A pesar de esto, el debate trilateral
entre el unitarismo, la autonomía, y el separatismo
continuaba en Perú como en el resto de Iberoamérica.
Efectivamente, el gobierno virreinal peruano se
encontraba en una posición relativamente favorable en
1808-1810 (pero no sin peligros, y eran principalmente
externos). No podía recibir ninguna ayuda de la
metrópoli. España, que experimentaba su propia crisis
dependió de los recursos americanos y los subsidios de su
aliado principal. Tampoco pudo el Perú recibir ningún
sostenimiento moral o político de España, debido a la
confusión política que prevalecía en la península, por lo
menos hasta setiembre de 1810, cuando las Cortes
abrieron sus sesiones en la Isla de León. Efectivamente, el
gobierno de Abascal tomó la decisión de actuar por su
propia cuenta (en realidad, no había otro remedio).
La conexión con España quedaba intacta en términos
morales y jurídicos, y la adhesión a la dinastía Borbón y a
la persona de Fernando VII desde el verano de 1808 no
estaba cuestionada dentro los círculos gobernantes
peruanos, a pesar de las proposiciones dudosas de Carlota
Joaquina, Princesa de Brasil, la hermana del Deseado. La
estrategia de Abascal fue de mantener unido el Perú
mismo como baluarte efectivo de la autoridad
metropolitana en América del Sur y, desde una posición
de fuerza, esperar los mejores tiempos. En términos
tácticos, la política cambiaba según las circunstancias.
Con este objetivo, Abascal adoptó una política de
conciliación y acercamiento a las elites americanas, sobre
todo a los intereses donados por la política borbónica del
siglo anterior. Esta política comenzó con el Consulado de
Lima, el cuerpo mercantil íntimamente ligado con el
Estado virreinal. Vargas Ugarte explicó la actuación de
Abascal de esta manera: Estaba convencido de que la
única manera de asegurar estos dominios para España
era consolidar la unión entre los españoles y americanos,
borrando en cuanto fuese posible las diferencias que
pudieran desunirlos. De otro modo, en su concepto, la
pérdida de las colonias era segura. Manuel Lorenzo de
Vidaurre (n. Lima 1773), partidario de Fernando VII en
1808, constitucionalista en 1810-1814, y proponente de
una serie de reformas gubernamentales en su Plan del
Perú de 1810, compartió en la época esa visión
retrospectiva. Aunque la historiografía pinta al virrey
como absolutista, su política de concordia lo revela más
bien como un conservador pragmático. Abascal, además,
no llegó al Perú en 1806 como un novicio en las artes
políticas americanas; por el contrario, este nuevo virrey
había servido en el ejército en Puerto Rico en 1767, en
Montevideo en 1776, en Santo Domingo en 1781, y como
lugarteniente del Gobernador de Cuba en 1797. Fue
Presidente de la Audiencia de Guadalajara (Nueva
España) desde 1799, cuando la política carolina de la
época de José de Gálvez estaba seriamente cuestionada
por los americanos. Su política en Perú no fue
innovadora, ni menos abrupta, sino continuaba un proceso
de acercamiento entre el gobierno virreinal y las elites
limeñas, que ya había comenzado. Efectivamente,
Abascal cerró el capítulo que el Visitador Areche abrió
tres décadas antes. Aunque la política de concordia puso
al revés muchos aspectos fundamentales de la política de
11
Gálvez y Areche, Abascal no terminó con el predominio
peninsular en las instituciones gobernantes. Cuando
estalló la crisis imperial en 1808, la política de Abascal
fue vindicada. La elite limeña estaba efectivamente
neutralizada, por lo menos durante los cuatro años
cruciales de 1808 a 1812. Por consiguiente, Abascal no
encontró en Lima la presión por la autonomía que el
virrey José de Iturrigaray (1803-1808) experimentaba al
mismo tiempo en la capital de México.
La habilidad política de Abascal le permitió sobrevivir en
una situación potencialmente peligrosa, en la cual la elite
limeña, sinuosa e intrigante como siempre, estaba
buscando maneras para promover sus propios intereses.
Según el juicio de Anna: La sociedad limeña se
caracterizaba por la desconfianza y la calumnia, de
conflictos atrincherados entre personajes poderosos, y de
ambiciones desencadenadas. La recriminación y la
codicia envenenaba el ambiente. Abascal tenía que
funcionar diariamente en ese contexto. De todas sus
hazañas, la mayor fue sin duda la de mantener en ese
ambiente al gobierno real como el más poderoso y eficaz
en todo el imperio hispánico durante la época
revolucionaria.
Sus colaboradores principales fueron americanos o
peninsulares de larga residencia en la América; es decir,
el virrey eligió como colaboradores hombres de una
coloración política o experiencia diferente a los de la
estirpe de Gálvez o Areche. Cuando, por ejemplo,
Abascal el 13 de julio de 1810, creó el Ejército del Alto
Perú, nombró a José Manuel de Goyeneche como su
comandante. Goyeneche, hijo de un navarro casado con
una arequipeña, llegó a ser la figura clave en la política
externa del régimen entre 1809 y 1813. Un hermano
mayor fue nombrado Oidor del Cuzco en 1806, y de Lima
en 1813, y otro hermano menor fue Obispo de Arequipa a
partir de 1816. Goyeneche, que nació en 1776, pasó a
España por razón de sus estudios. Carlos IV lo nombró
Caballero de Santiago, y Goyeneche regresó al Perú en
diciembre de 1808 como Comisionado de la Junta Central
y Brigadier del ejército. Abascal lo envió al Cuzco como
Presidente interino el primero de setiembre de 1809, en la
época de la primera intervención militar limeña en los
asuntos del Alto Perú. Este resultó un nombramiento
controvertido, porque de esa manera el virrey lo puso
encima del Regente, el gallego, Manuel Pardo y
Ribadeneira. En Cuzco, Goyeneche reclutaba los soldados
del Ejército del Alto Perú para combatir a los
independentistas de Buenos Aires. Otro colaborador fue
Juan Pío de Tristán y Moscoso (n. 1773), que perteneció a
dos familias notables de Arequipa. Su padre era
corregidor de Larecaja es el momento de la rebelión de
Túpac Amaru. Pío Tristán y su hermano también
recibieron su primera experiencia militar en España, y
regresaron con Goyeneche. La carrera de Tristán revela
las continuidades en la historia peruana en esa época, a
pesar de la eventual ruptura con España y la formación de
la República del Perú. En 1815, Tristán era Intendente de
Arequipa, en 1816 presidente interino del Cuzco, en 1824
virrey, y luego Prefecto de Arequipa en el sistema
republicano, y finalmente Presidente del Estado SudPeruano en 1836-1839.
El 30 de mayo de 1811, el virrey formó un regimiento de
tres batallones con el título de Voluntarios Distinguidos
de la Concordia Española del Perú. Abascal intentaba
simbolizar la unión de sentimientos entre el gobierno y
los notables peruanos en contra de la revolución de
Buenos Aires. El Marqués de Torre Tagle y muchos otros
nobles ocuparon los altos puestos de mando. El Consejo
de Regencia en España aprobó la iniciativa del virrey.
Abascal aplicó en el Perú el sistema representativo
introducido en España en setiembre de 1810 por las
Cortes Extraordinarias, a pesar de sus propias
inclinaciones, y a pesar de que el nuevo régimen limitaría
su poder. Obviamente, el virrey no fue un
constitucionalista convencido. Actuaba de esa manera
para no debilitar aún más la posición metropolitana, y
para no entregar a los revolucionarios una arma con que
pudieran ganar al gobierno virreinal. Él además, sabía
aprovecharse del experimento constitucional, para
emplearlo como una medida táctica en la lucha contra los
independentistas.
La Constitución de Cádiz llegó a Lima en setiembre de
1812. El virrey juró observarla para garantizar la
legitimidad imperial, y para mantener la continuidad
política mientras pudiera; es decir, de no haber actuado
así, habría cometido un acto de rebelión contra la
Regencia y las Cortes. Esos cuerpos, funcionando en el
nombre del rey ausente, representaron en esa coyuntura
las autoridades legítimas (de facto) en la metrópoli.
En realidad, la nueva definición de la soberanía por las
Cortes, y el establecimiento de un sistema representativo
popular, chocaron con las convicciones políticas
conservadoras de Abascal. La Constitución de 1812,
además, fue criticada, como hemos dicho, en su época por
sus imperfecciones intrínsecas. Blanco White, por
ejemplo: apuntó en El Español (1812) siete defectos
serios; entre ellos la disposición de que la Constitución no
se podría reformar sino hasta que hubiera transcurrido un
período de ocho años desde su promulgación.
La Constitución dejó imprecisa la relación de los poderes
del Estado, como también la del rey y el parlamento.
Efectivamente, el virrey (convertido en jefe político
superior) en realidad no sabía qué poderes y atribuciones
le quedaban. En el territorio de la Audiencia de Lima, el
virrey compartió la autoridad con la Diputación
Provincial, establecida en 1813, que tenía siete diputados
de las siete provincias bajo su propia presidencia. Al
mismo tiempo, los diputados americanos presionaban al
gobierno en España, dominado por la facción liberal, para
hacer concesiones particulares, y el gobierno virreinal,
por su parte, estaba presionado por los notables limeños
para compartir los puestos políticos con ellos. El pequeño
grupo de liberales en Lima, como Toribio Rodríguez de
Mendoza (el Rector del Convictorio Carolina) y el fiscal
de crimen Eyzaguirre (de origen chileno), le presionaron
para cumplir debidamente con los decretos de las Cortes.
Lohmann Villena describe a Eyzaguirre de esta manera:
en las elecciones municipales de 1812 fue uno de los
principales corifeos de la conmoción popular que trajo el
retortero del virrey Abascal.
De ambos lados, el gobierno virreinal estaba presionado
para poner en práctica la Constitución de una manera
convincente. La actuación política de Abascal trataba de
neutralizar todas esas presiones. Él demoró hasta junio la
publicación del decreto de las Cortes sobre la libertad de
la imprenta, que llegó a Lima el 19 de abril de 1811. El
virrey estableció la Junta Provincial de Censura para
contener la crítica a su régimen en la prensa
constitucional. Se opuso a la tendencia de los diputados
peruanos en las Cortes a corresponder directamente con
los ayuntamientos de su patria. Los cinco diputados
12
suplentes en las Cortes Extraordinarias, entre ellos
Vicente Morales Duárez (n. 1755, Lima, hijo de un
peninsular) y Mariano Rivero (Arequipa), criticaron la
política de Abascal, sobre todo la presión gubernamental
para conseguir la elección de peninsulares. Ellos
argumentaron que el virrey estaba obstaculizando las
reformas que beneficiaban a los americanos, y lo pintaron
como un absolutista atrincherado. No hubo ninguna
elección en que Abascal no interviniera, desde las
elecciones para los veinticinco electores de parroquia el 9
de diciembre de 1812 para el ayuntamiento constitucional
de Lima, hasta el derrumbe del sistema constitucional en
1814. Sin embargo, al virrey no le gustaron los veinte
miembros del ayuntamiento elegidos el 13 de diciembre
de 1812; esa elección mostró que Abascal, a pesar de la
presión gubernamental, no siempre tuvo éxito en su
propósito de conseguir que se eligieran partidarios suyos.
En las elecciones para los ayuntamientos constitucionales
en diciembre de 1812 y enero de 1813, había pocas
señales de discordia. La controversia vendría con las
elecciones para los diputados a las Cortes Ordinarias.
La rebelión del Cuzco de 1814-1815 se remontó a una
previa disputa local entre el Ayuntamiento y la Audiencia
acerca de la aplicación de las provisiones electorales de la
Constitución. Los rebeldes explotaron esa disputa para
exacerbar la tensión en la ciudad. Después de agosto de
1814, cuando los hermanos Angulo capturaron el poder,
el objetivo llegó a ser la independencia de la monarquía
española y la colaboración con las fuerzas separatistas de
Buenos Aires. La adhesión del Brigadier Mateo García
Pumacahua, cacique de Chincheros, dio a ese movimiento
urbano un nuevo carácter rural y étnico. Al mismo tiempo
dividió, como la rebelión anterior de 1780, la nobleza
indígena de la zona surandina. Jorge Basadre considera la
rebelión del Cuzco como un buen ejemplo del desafío al
régimen virreinal desde la provincia.
Debido a la estabilidad política en Lima, el gobierno de
Abascal respondió de una manera decisiva a los
movimientos revolucionarios que estallaron desde 1809
en los territorios circundantes. El gobierno virreinal tuvo
éxito en sus dos primeras campañas en Charcas y Quito.
Por consiguiente, Lima se encontró en una posición
favorable, que unos años antes no podría haber tenido:
esta abría la posibilidad de reincorporar esos territorios al
virreinato del Perú. Abascal podía contar con un ejército
regular, que aumentó de 1,500 soldados en 1809 a 8,000
efectivos en febrero de 1813, con una milicia de unos
40,000 hombres, y finalmente con la supremacía naval
peruana en el Pacífico hasta la toma de Talcahuano por
los independentistas en 1818. El mismo decreto del 13 de
julio de 1810, que anunció la formación del Ejército del
Alto Perú proclamó la reincorporación de Charcas al
virreinato de Lima hasta terminar la guerra. Entre 1810 y
1813, el virrey puso en práctica una política de anexión
que dio por resultado la extraordinaria expansión
territorial del Perú. Quito, Charcas y Chile fueron
anexados por la iniciativa del virrey, más bien que como
resultado de la política metropolitana, España no se
encontraba en posición de contrarrestar la anulación de la
política borbónica aplicada desde 1739. El gobierno
limeño, que en esa época se había opuesto a esta política,
ahora estaba devolviendo los golpes.
Este fenómeno político, que se debe comprender dentro
del contexto de la historia imperial hispánica,
desgraciadamente no ha recibido suficiente atención en la
literatura. La actuación de Abascal reflejó la escala de
oposición que existía en Lima en contra de la política
borbónica dieciochesca; evidentemente Abascal podía
formar un consenso de opinión peruana que trascendiera
las distinciones entre peninsulares y americanos,
comerciantes y constitucionalistas. Esta política de
revancha representó la respuesta peruana a la geopolítica
del Despotismo Ilustrado. La derrota de los movimientos
revolucionarios en varias partes de América del Sur hizo
posible el éxito de esa política. Se destaca la capacidad
del gobierno limeño para realizarla. Abascal, sin
embargo, no estaba actuando en un vacío: en otras zonas
del imperio, grupos fidelistas continuaban resistiendo a
los independentistas, como en Maracaibo, Coro y
Cumana, en Santa Marta y Panamá, en Popayán y Pasto,
en Cuenca, Riobamba y Guayaquil, y en Montevideo; sin
mencionar la lucha contrarrevolucionaria en el virreinato
de la Nueva España.
La cuestión de la reconstitución del antiguo territorio del
virreinato del Perú no fue de ninguna manera la
preocupación momentánea de un virrey que sabía
aprovecharse de algunas circunstancias militares
favorables. Por el contrario, los gobiernos independientes
del Perú y Bolivia se preocupaban por el mismo
problema. La actuación de Abascal en 1809-1816 anticipó
la política de los Presidentes Agustín Gamarra y Andrés
Santa Cruz durante el período de 1826 hasta 1841, cuando
la Confederación Perú-Boliviana fracasó definitivamente.
Como en el caso de los años de 1817 a 1821, la reunión
de los dos Perús provocó la intervención armada de Chile.
Los revolucionarios tuvieron que intervenir dos veces, en
1820-1821 y 1823-1826, para destruir la política
territorial de Abascal. La consecuencia de estas
intervenciones chilena-rioplatense y colombiana fue la
formación de nueve estados soberanos e independientes
en el territorio del antiguo imperio español de América
del Sur, en vez de los tres grandes virreinatos, a pesar de
los objetivos geopolíticos de Simón Bolívar. Cada uno de
esos débiles estados tendría que elaborar su propia
relación con las grandes potencias de la época.
La historiografía tradicional analizaba el proceso de la
Independencia desde una perspectiva ex post facto. Según
esta interpretación, la Independencia fue la consecuencia
lógica de la crisis del antiguo régimen y las guerras
internacionales, y constituyó el elemento necesario para la
formación de las nuevas naciones y los estados soberanos.
La historiografía nacionalista considera que la formación
de la nación representa el triunfo de la identidad de un
pueblo. Por consiguiente, el historiador nacionalista busca
los orígenes de la Independencia y describe su
desenvolvimiento como si fuera un proceso ineludible. En
realidad, este proceso no era de ninguna manera claro, y
la gente que vivía en esa época estaba llena de dudas y
temores, tenía perspectivas e intereses particulares, y
cambiaba de mente y de bando. La historiografía reciente
hace hincapié en la presión por la autonomía dentro del
imperio y en el sistema monárquico, o por el
constitucionalismo gaditano que intentaba mantener la
unidad del imperio. Quizás el representante más
destacado de esta última posición fue Vidaurre, quien se
opuso a la Revolución del Cuzco de 1814-1815 y se
refugió en Lima para no comprometerse con el régimen
separatista.
Ambas tradiciones historiográficas pasan por alto el
proceso de recuperación territorial intentada por el Perú
durante la época de Abascal Al mismo tiempo, no ofrecen
ninguna explicación de la alta política virreinal, tal vez
13
bajo la suposición errónea de que no hay nada más que
decir en la historia política del período de la
Independencia. Tampoco analizan la formación y
actuación del Ejército del Alto Perú. Este ejército ganó
una serie de batallas impresionantes: Huaqui (20 de junio
de 1811), Sipe Sipe (12 de agosto de 1811), Vi1capujio (1
de octubre de 1813), Ayohuma (14 de noviembre de
1813), la derrota de la rebelión del Cuzco y la derrota de
Pumacahua y los hermanos Angulo en Humachiri (11 de
marzo de 1815), y la segunda batalla de Sipe Sipe (29
noviembre de 1815). Hay que mencionar también la
victoria de las fuerzas del Coronel Mariano Osorio en
Rancagua el octubre de 1814, que hizo posible la anexión
de Chile. Abascal quería preservar lo que los
revolucionarios intentaban destruir.
El colapso fiscal y el debilitamiento del comercio del
Pacífico aceleraron el derrumbe del virreinato del Perú en
los años de 1818 a 1824. Cuando Abascal dejó al
gobierno del Perú en 1816, la deuda gubernamental
alcanzaba los once millones de pesos. Sin embargo, la
lucha contrarrevolucionaria no pareció acercarse a su fin.
Los comerciantes limeños comenzaron a mostrarse
reacios a sacrificar aún más sus intereses materiales para
sostener los objetivos geopolíticos del gobierno virreinal.
El nuevo virrey, el General Joaquín de la Pezuela, antiguo
comandante del Ejército del Alto Perú y sucesor de
Goyeneche, encontró un déficit de 883,825 pesos en la
Real Hacienda de Lima. Por esa época, los ingresos
anuales sólo alcanzaron 1,800,000 pesos, mientras que los
egresos sumaron 2,683,825 pesos. Las Cortes el 13 de
mayo de 1811 abolieron el tributo indígena que
tradicionalmente representaba la tercera parte de los
ingresos del gobierno virreinal. De setiembre de 1810 a
setiembre de 1811, los ingresos totales del virreinato
sumaron 3,659,000 pesos; de los cuales el tributo rindió
1,235,781 pesos. A pesar de su oposición a ese decreto,
Abascal lo puso en práctica, otra vez por lealtad a los
órganos gobernantes en la España metropolitana. Los
legisladores tenían buenas intenciones pero, en realidad,
debilitaron al gobierno virreinal en medio de una lucha
encarnizada en contra de los enemigos del sistema
imperial. Anna comenta: No hay ninguna indicación de
que las Cortes estaban conscientes de la importancia
fiscal del tributo para el Perú. Baquíjano, que sí lo
comprendió, presionaba a las Cortes para la restauración
del tributo en el Perú. Vidaurre, por su parte, también se
opuso a la abolición del tributo y argumentó que el
gobierno virreinal perdería un ingreso de 1.25 millones de
pesos. El gobierno de Abascal logró aumentar los
ingresos por medio de nuevos impuestos o aumentos de
los actuales, pero la manera principal fue por medio del
aumento de la deuda anterior.
Los cabildos peruanos vieron en el experimento gaditano
la oportunidad de recuperar la influencia perdida desde
1770, y de esta manera evitar la ruta separatista adoptada
en Buenos Aires, Santa Fé de Bogotá, y Caracas. Aunque
el régimen de Abascal mantuvo la supremacía peninsular
en los órganos gubernamentales del Perú, intentaba
responder a las aspiraciones políticas de la elite limeña.
Esta elite prefirió la continuidad al cambio. Su
motivación no fue realmente la lealtad a la corona
española, sino más bien el deseo de impedir un trastorno
social que pudiera resultar en la pérdida de su
predominio. Abascal lograba desarrollar una política
conservadora eficaz. La mayoría de los peruanos
ilustrados creyeron que una conciencia americana o de
peruanidad compatible con la supervivencia de la
monarquía borbónica y del imperio español. Solo querían
la reforma política; es decir, el establecimiento del
principio de la igualdad entre los peninsulares y los
americanos en las instituciones gubernamentales, y mayor
influencia en los cabildos. No vieron el separatismo como
la manera más apropiada para conseguir este objetivo. De
estos sentimientos resultó el fidelismo limeño, notado por
varios historiadores. La resistencia al colonialismo
español como también al predominio interno de la elite
limeña fidelista vino de las provincias, como lo mostró la
rebelión separatista del Cuzco de 1814-1815. Basadre
comentó que en el caso de haber logrado ella sus
objetivos máximos, habría surgido un Perú nacional sin
interferencias desde afuera y con una base mestiza,
indígena y criolla y provinciana.
*Brian R. Hamnett
El autor es Reseach Professor en el
Departamento de Historia
de la Universidad de Essex Colchester,
Reino Unido.
Nuestroamericanos:
14
La dimensión regional en la identidad
política de la revolución*
se enfrentan las clases, bajo condiciones objetivas
ciertamente dadas, pero no sólo como intérpretes sino
también como autores de un complejo drama.
siguientes pondrían de manifiesto la debilidad estructural
del proyecto frente a movimientos político-económicos
sobre los que no se tenía mayor incidencia.
1- El Ángel de la Historia.
Agustín Cueva: El desarrollo del capitalismo en América
Latina.
Huelga decir que a ese modelo de Nación, le correspondió
una determinada organización del pasado histórico, una
institucionalidad, un paradigma de futuro, una
racionalidad económica, y una huella cultural,
naturalizados y convertidos en patrimonio común y
organizadores de sentido de la sociedad toda.
2- El escenario de la emancipación.
3- La identidad continental: los españoles americanos.
4- El pasado interpela al presente.
El Ángel de la Historia
El ángel de la historia contempla, impotente, la
acumulación de ruinas y de sufrimiento a sus pies. Le
gustaría quedarse, echar raíces en la catástrofe para, a
partir de ella, despertar a los muertos y reunir a los
vencidos, pero la fuerza de la voluntad cede frente a la
fuerza que lo obliga a escoger el futuro, al cual da la
espalda. Su exceso de lucidez se combina con la falta de
eficacia. Aquello que conoce bien y que podía
transformar se le vuelve algo extraño y, por el contrario,
se entrega sin condiciones a lo desconocido. Las raíces
no tienen sustento y las alternativas son ciegas.
Así el pasado es un relato y nunca un recurso, una fuerza
capaz de irrumpir en un momento de peligro para
auxiliar a los vencidos. Lo mismo dice Benjamín en otra
tesis sobre la filosofía de la historia: “Articular el pasado
históricamente no significa reconocerlo ‘como fue en
realidad’. Significa apoderarnos de una memoria tal
como ella relampaguea en un momento de peligro”. La
capacidad de redención del pasado radica en la
posibilidad de surgir inesperadamente en un momento de
peligro, como fuente de inconformismo.
Según Benjamín, el inconformismo de los vivos no existe
sin el inconformismo de los muertos, ya que “ni estos
estarán a salvo del enemigo, si es éste el vencedor”.
Boaventura De Sousa Santos: La caída del “Angelus
Novus”.
La historia no es un movimiento teleológico, con un
camino trazado de antemano, sino un escenario en el que
La constitución de la Nación como ejercicio colectivo
presupone, y esto es más visible en los momentos donde
las crisis se manifiestan, un aliento de reelaboración
permanente. Y el acto mismo de esa reinvención enlaza
necesariamente el presente con el pasado y el futuro.
Así, para cada generación se hace inevitable contemplar
la casa común a la vez como un devenir y una certeza, tal
como lo expresara lúcidamente Leopoldo Marechal en
uno de sus poemas:
¿Con qué derecho yo definía la Patria, bajo un cielo en
pañales y un sol que todavía no ha entrado en la
leyenda?1
Hoy, ante la lacerante realidad de exclusión social,
desintegración territorial, concentración económica y
degradación institucional, la transformación de las reglas
de juego que forman el nosotros, se nos presenta como un
imperativo ético a la vez que como una necesidad vital.
Pero como en todas las manifestaciones humanas, la
forma concreta que asuma el mapa de la
organización de la sociedad en su conjunto será el
reflejo de consensos y hegemonías fundados en los
intereses de determinadas alianzas y grupos sociales.
Como ejemplo de lo anterior y cercanos a la celebración
de nuestros primeros 200 años de existencia, es
interesante recordar que en 1910, el centenario significó
la autocelebración de una clase dominante que moldeó el
país (pareciendo encaminarse hacia el progreso
indefinido) integrándolo al mercado mundial bajo la
lógica de una división internacional del trabajo dictada
unilateralmente desde el centro a la periferia. Las décadas
1
MARECHAL, L.: “Descubrimiento de la Patria” en
Heptamerón II, Poemas de Marechal, EUDEBA (1966).
Entrando al siglo XXI cuando no hemos salido aún de la
tremenda crisis estructural que nos ha traído hasta éste
presente, no serán pocas las voces que añoren aquella
Argentina y la propongan como el canon del que nunca
debimos habernos alejado, convidándonos, en un ejercicio
que aúna conservadurismo y fatalismo frente a la
globalización en curso, a no resistir la lógica del mercado
global para aprovechar las oportunidades que ésta brinda,
siguiendo el ejemplo de la clase dominante que dirigiera
el país entre finales del siglo XIX y la década del ’30.
Ante esta perspectiva, no es ocioso recordar que ese
proceso iniciado hacia la década de 1860, significó la
resolución de una larga confrontación entre dos
posibilidades de estructuración de la Nación, y que la
hegemonía resultante se erigió sobre una violenta derrota
del heterogéneo proyecto de las mayorías, como pasara
también en el ciclo abierto por la dictadura de 1976.
La pérdida de consenso del neoliberalismo y su crisis
estructural abre la posibilidad de una nueva etapa en la
vida del país, en la cual entendemos imprescindible sentar
las bases de un nuevo proyecto de integración nacional y
regional desde la perspectiva de los intereses de las
mayorías. Concebimos esa acción refundacional como un
esfuerzo a la vez político, económico, cultural e
institucional, asentado en la conformación de una
coalición social capaz de constituirse en identidad y
voluntad que nos lleve de la Argentina que somos a la que
queremos ser.
La memoria histórica constituye, en tanto matriz
simbólica, un campo de disputa vital en el proceso de
construcción de una determinada hegemonía. Así lo
entendieron siempre las clases dominantes, quienes han
procurado guardar bajo siete llaves las claves de su
interpretación; reservando a sus demiurgos el patrón de
15
medida del discurso histórico, extendiendo y sellando su
victoria desde el plano material hacia el campo de las
ideas. Nuestros muertos son de esta forma nuevamente
derrotados, tal como lo plantea desgarradora y bellamente
Benjamín.
Por ello, cada vez que los sectores populares comienzan a
tejer la trama de un camino propio, se plantea alrededor
de la memoria una, tal vez velada, pero estratégica
confrontación que para las mayorías, como dirá Adolfo
Colombres para explicar su concepto de etnogénesis,
implica la organización de una cultura autónoma que
opere como tal, o sea, como una matriz simbólica que
permita la apropiación cultural y sea capaz de reelaborar
su imaginario para ir dando respuestas alternativas a las
diversas situaciones que se le planteen. 2
Y aquí es donde debe irrumpir el Ángel de la historia en
tanto construcción que aporte raíces al necesario
inconformismo del que nos habla De Sousa Santos.
El escenario de la emancipación
La edificación de los Estados nacionales de Nuestra
América iniciada hacia fines del siglo XVIII, no fue
realizada en el vacío ni a partir de una mágica madurez
política dada previamente, sino sobre la base de una
estructura económico-social históricamente existente
dentro de un determinado contexto internacional.
La estructura económico-social heredada del período
colonial se caracterizó por el bajísimo nivel de desarrollo
de las fuerzas productivas y por relaciones sociales de
producción basadas en la esclavitud y la servidumbre
sintetizará Agustín Cueva, lo cual no significa negar la
conexión evidente de las formaciones esclavistas o
feudales de América latina con el desarrollo del
capitalismo en escala mundial.3 Esta última aseveración,
aun tomando como beneficio de inventario la
caracterización feudal de la economía, pone de manifiesto
la determinante injerencia de las potencias europeas en
2
COLUMBRES, Adolfo: América como civilización emergente,
Sudamericana (2004).
3
CUEVA, Agustín: El desarrollo del capitalismo en América
latina, Siglo XXI (1977).
nuestro continente, en su largo proceso de transición
hacia el capitalismo.
Como lo expresa Luís Vitale: La colonización americana
fue un eslabón importante del proceso histórico de
gestación del mercado mundial; promovida por las
necesidades expansionistas del mercantilismo, estimuló
cambios significativos en la economía europea. Los
metales preciosos de América contribuyeron al desarrollo
de las empresas manufactureras y bancarias, provocando
una “revolución de los precios”, un aumento del
circulante y del tráfico comercial que, en definitiva,
aceleraron el período de transición al capitalismo4.
Como sabemos no fue España la beneficiaria final de esa
formidable masa de recursos, sino los países en los que la
burguesía absoluta estuvo en condiciones de hacer del
Estado-Nación el espacio económico más acabado para la
consolidación de las relaciones sociales capitalistas de
producción.
Hacia finales del siglo XVIII el edificio colonial español
que durante tres siglos resistió los apetitos de las
potencias marítimas que desde el siglo XVI hostigaban
sus dominios, comenzaba a mostrar fisuras y
convulsiones internas. Las reformas introducidas por el
Borbón ilustrado Carlos III y sus funcionarios como
Grimaldi, Arana, Campomanes, Floridablanca o José de
Gálvez, basadas en la combinación del incremento de la
presión fiscal, la reactivación comercial en beneficio de la
península y el control de la producción de materias
primas en franca expansión debido a las necesidades del
desarrollo capitalista, buscaron refundar el pacto colonial
para sostener su posición de potencia en una Europa
convulsionada por el trabajo de parto de la sociedad
burguesa en lucha con el antiguo régimen.
La introducción de la lógica administrativa que
comprendió desde el reordenamiento territorial (a través
de la implementación de las Intendencias) hasta el
Reglamento de Comercio Libre entre España y América
de 1778 visibilizó los conflictos y transformaciones que
anidaban en la sociedad colonial, y que hacían imposible
compatibilizar los intereses de la corona (organizar las
colonias como mercado de las manufacturas
4
VITALE, Luis: Historia social comparada de los pueblos de
América latina, Atalí (1997).
metropolitanas y proveedoras de materias primas) con las
demandas de la capa de productores y comerciantes
criollos en franca consolidación, dada la imposibilidad
por parte de España de avanzar en su expansión
industrial; es decir en su capacidad de abastecer sus
dominios americanos: Desde 1778 un mercado mejor
abastecido modificaba las reglas de juego entre
productores y consumidores. Los terratenientes
americanos, a su vez, demandaban la aplicación de la
apertura en la libertad comercial, porque aspiraban a
colocar en el mercado internacional un volumen más alto
de la producción de sus plantaciones y estancias
ganaderas y obtener mejores precios.
A partir de 1805, las numerosas reclamaciones a favor de
la libertad de comercio con otras potencias, están
marcando, con claridad, el punto de no retorno en las
ambiciones de los criollos5.
El imaginario de la identidad de los españoles
americanos
en el proceso independentista
Estás contradicciones se expresaron en todo el siglo
XVIII a través de levantamientos y rebeliones dirigidas
contra unas autoridades que (además de mantener la
política de opresión a las mayorías originarias), como
resultado de las reformas centralizadoras acentuaban la
presión fiscal a la vez que cerraban la posibilidad de
participación en los mejores lugares del aparato del
Estado a la élite criolla: tempranamente en 1725 se dio la
rebelión de José de Antequera al frente de los comuneros
del Paraguay; En 1740-41 un levantamiento surgido en
Perú que aspiraba a reemplazar al rey de España por el
Inca Felipe, la rebelión contra el monopolio de la
Compañía Guipuzcoana de Caracas, El alzamiento en
Quito de Eugenio Espejo contra los gravámenes y el mal
gobierno en 1765, la revuelta de José Gran Kispe Tito
Inca en 1776, la rebelión del oficial del ejército apodado
Tiradentes en Minas Gerais que estremeció a Brasil en
1789, Los alzamientos en 1780 de los tres Antonios en
Chile, la Conjuración de los Plateros liderada en Cuzco
5
MARTÍNEZ
DÍAZ,
Nelson:
Hispanoamericana, Historia 16 (1989).
La
independencia
16
por el criollo Lorenzo Farfán contra el incremento de
impuestos, y la profunda insurrección del curaca Tupac
Amaru contra los abusos a su comunidad serán seguidas
un año después por la revuelta antifiscal de los comuneros
del Socorro en Nueva Granada y en Bolivia otro líder
indígena, Julián Apasa o Túpac Catari, puso sitio a La Paz
el 13 de marzo de 1781 con su ejército de 40.000
indígenas. En Venezuela, uno de los movimientos más
relevantes fue encabezado en 1797 por Picornell, Gual y
España con un programa que planteaba la revolución
democrática-burguesa, la igualdad social y una clara
posición en defensa de los indígenas y negros.
Sustancial impacto causó en este convulsionado último
cuarto de siglo la sublevación de las trece colonias
norteamericanas de 1776: La independencia de los
Estados Unidos en 1776 fue uno de los hechos más
relevantes, al contribuir (sin proponérselo) a la
formación de una conciencia de cambio anticolonial en la
vanguardia política de los criollos latinoamericanos6.
Esta lucha anticolonial en Nuestra América fue impulsada
por un heterogéneo conglomerado de clases sociales cuyo
punto de sutura fue la oposición a las consecuencias de la
dominación española. Productores terratenientes y
mineros descontentos, comerciantes no monopolistas, la
pequeña burguesía urbana y rural con sus caminos de
superación coartados, llegando hasta las mayorías
sojuzgadas; conformarán un bloque que opondrá a la
sujeción colonial la visión englobadora de los españoles
americanos, es decir de los criollos.
Los intereses de los criollos eran contrapuestos a los del
Imperio. Mientras aquellos necesitaban encontrar nuevos
mercados, la corona restringía exportaciones de acuerdo
a las necesidades exclusivas del comercio peninsular.
Mientras la clase criolla acomodada aspiraba a comprar
manufacturas a menor precio, el imperio imponía la
obligación de consumir mercaderías que los
comerciantes ibéricos vendían caras. Mientras los
nativos exigían rebajas de impuestos, la monarquía les
imponía nuevos tributos. Mientras los criollos aspiraban
a que el excedente económico y el capital acumulado
6
Historia social… Ob. Cit..
quedaran en América Latina, el imperio se llevaba gran
parte del excedente y del capital circulante.
sembraron incertidumbre sobre la continuidad de la
relación colonial.
La clase privilegiada criolla ambicionaba tomar el poder
porque el control del aparato del estado significaba el
dominio de la aduana, del estanco, de las rentas fiscales,
de los altos cargos públicos, del ejército…. El control del
Estado significaba poder para redistribuir la renta global
en beneficio de los criollos en vías de convertirse en clase
dominante. Estas motivaciones reales se encubrirán en su
oportunidad bajo el manto de la lucha por la libertad7.
Norberto Galasso en su excelente trabajo sobre San
Martín nos recuerda que la revolución española de 1808
desencadena la eclosión de fuerzas democráticas
transformadoras en América, no signadas por un color
nacional sino por reclamos semejantes a los que enarbola
el pueblo español en calles y aldeas de la península (las
juntas por la soberanía popular, los derechos del hombre,
la liquidación de los privilegios nobiliarios). Así, la
revolución democrática se expande, en pocos meses, por
las principales ciudades de la América española, a través
de Juntas y en nombre de Fernando VII8. Juan bautista
Alberdi había anticipado que la revolución de Mayo es un
capítulo de la revolución hispanoamericana, así como
ésta lo es de la española y ésta, a su vez, de la revolución
europea que tenía por fecha liminar el 14 de julio de
1789, en Francia9. Así expresará un historiador español la
emergencia del conflicto en el cuerpo social
metropolitano: España busca para su monarquía sin rey
una legitimidad de carácter democrático: éste es el
significado político de las Cortes de Cádiz, de la
constitución que elaborarán en 1812… A partir de ese
momento, en efecto, se hace posible hablar con propiedad
de las dos Españas. Los españoles lucharán unidos
contra Napoleón durante los seis años de la guerra de
independencia, pero el germen de la discordia se ha
introducido entre ellos, los separa ideológicamente. De
una parte están los constitucionalistas, partidarios del
progreso, defensores a ultranza de los derechos del
hombre, de su libertad. De otra, los realistas, corifeos del
absolutismo más radical, portaestandartes de los caducos
poderes constituidos10. Esta crisis de la metrópoli, detonó
las contradicciones del pacto colonial y fue la antesala de
su ruptura.
Desde esta perspectiva se entiende que si bien desde
finales del siglo XVIII, tanto España como América
bebieron el impulso reformador de las fuentes de la
ilustración y la tradición hispánica, su utilización para
desentrañar la compleja realidad americana fue
divergente. La Corona privilegió los íconos del
despotismo ilustrado, es decir el centralismo de la
monarquía, la racionalización y la eficiencia para el
crecimiento económico. Los criollos por su parte se
aferraron a las aristas democráticas y liberales junto a la
tradición filosófica de España para fundamentar la
legitimidad jurídica de la búsqueda de la autonomía.
Si bien como vimos la rebelión por motivos sociales y
fiscales fue una constante del siglo XVIII en América y la
maduración de una conciencia nacional criolla enfrentada
con la dominación política española comenzó a hacerse
visible en algunos de los movimientos de finales de siglo
y principios del XIX (la independencia de la República
negra de Haití en 1804; y el intento de Francisco de
Miranda en 1806 en Venezuela serán los más explícitos);
la coyuntura de la guerra de independencia española
actuará de catalizador del proceso emancipador.
El aislamiento de las colonias respecto de su metrópoli
debido a las constantes guerras (cuya consecuencia fue la
amplificaron de la relación comercial de los productores
criollos con otras potencias en detrimento de la
dominación española), junto a la invasión napoleónica de
1808 que descabezó la monarquía y propició el magnífico
alzamiento nacional contra el invasor, a la vez que
traspasaba la soberanía al pueblo a través de las Juntas,
7
Historia social… Ob. Cit..
En una primera instancia, las fuerzas sociales americanas
envueltas en el proceso emancipador tuvieron un
8
GALASSO, Norberto: “Seamos libres y lo demás no importa
nada” Biografía de San Martín, Colihue (2000).
9
ALBERDI, Juan Bautista: Grandes y pequeños hombres del
Plata, Fernández Blanco (1962).
10
ZARAGOZA, Cristóbal: ¡Vivan las cadenas! Los últimos
años del absolutismo español, Bruguera (1977).
17
horizonte en el que la defensa de sus intereses no
necesariamente imponía la ruptura con España sino que
propugnaba una mayor autonomía que salvaguardara su
vinculación con el mercado mundial en expansión. El
memorial de agravios y discriminación signó la
maduración de una conciencia de diferenciación que
afirmó el sentimiento de ser americano frente al
peninsular. Como quiera que la conciencia nacional de
cada clase de este bloque insurgente está directamente
relacionada con la conciencia social del españolamericano, la patria no es percibida, en primer término,
en los estrechos límites de cada audiencia, presidencia,
capitanía general o virreinato, sino en los más amplios
del continente hispanoamericano11.
Este es el sustrato de la permanente aparición, a lo largo
de la geografía americana, de la ideas de la patria
Americana o de Nuestra América como expresara
Francisco Miranda ya en 1783: Con estos auxilios
podemos seguramente decir que llegó el día por fin en
que recobrando Nuestra América su soberana
independencia, podrán sus hijos libremente manifestar
sus ánimos generosos12.
Pero esta diferenciación enarbolada por los criollos no
excluía la utilización de la abstracta igualdad para sus
súbditos que la misma corona se esforzaba por implantar
a través de lo ideológico y lo jurídico (contradiciendo la
realidad de las relaciones desiguales entre metrópoli y
colonias, la explotación social y la coerción cultural), para
formular concretas reivindicaciones en lo económico,
político y social. Y es que la Europa que en el momento
glorioso del ascenso de la burguesía revolucionaria
enfrentando al viejo régimen, había afirmado la necesidad
absoluta de la igualdad y la libertad para hombres y
naciones, también fue quien impuso al resto del mundo
una servidumbre económica y cultural sin precedentes. Es
la Europa que, en nombre de su civilización, había
justificado y practicado la negación de sus mismos
valores en los demás. Pues bien, la revolución americana
puso esas dos Europas en contradicción: se realizó con el
apoyo de una al tiempo que combatió frontalmente a la
otra13.
La sustancia de Nuestra América debemos buscarla en la
defensa de los derechos americanos negados por los
españoles metropolitanos. Nuestra América toma y hace
suya la defensa de los derechos del hombre
nuestroamericano conculcados por el despotismo
monárquico. Seguimos a Filippi cuando analiza el
pensamiento bolivariano la concepción política… la
afirmación, convencida y firme, de las peculiaridades y
de la identidad americanas, no se realiza contra Europa,
sino, por el contrario, extendiendo y haciendo valer (con
todas las adaptaciones e innovaciones del caso) también
para América –volviéndolos así universales- todos
aquellos valores y derechos (de libertad, igualdad,
legalidad, fraternidad, etc.) que, si bien el europeo los
había concebido para sí, simultáneamente se los había
denegado a los otros pueblos14.
Si se coincide que el período colonial, como define
Enrique Semo para México, es un período de
desacumulación originaria en el que la matriz colonial
será el pesado lastre a partir del cual tendrá que
reorganizarse la vida de nuestras futuras naciones, se
comprenderá mejor que el bloque anticolonial debió
actuar en un difícil contexto signado por condiciones
materiales que limitaban objetivamente sus posibilidades
de elaborar un sustento político sólido. La extraordinaria
coyuntura de la ocupación francesa abre el interrogante
sobre el camino a seguir en medio de la conmoción que
significara la caída de Fernando VII. A partir de 1810,
derrotados los intentos continuistas de los administradores
coloniales, las juntas americanas fueron virando, en un
proceso para nada lineal, del autonomismo inicial a la
búsqueda de la independencia. Como lo sintetiza el
venezolano Carlos Villanueva: Existió, en el fondo de
todo, un propósito de autonomía absoluta para obtener
de la corona, vuelto el monarca al trono, las reformas a
que aspiraban los criollos, o de emancipación absoluta,
si se efectuaba de manera radical la conquista de España
11
SOLER, Ricaurte: Idea y cuestión nacional latinoamericanas,
Siglo XXI (1980).
12
BIGGS, James: Historia del intento de don Francisco
Miranda para efectuar una revolución en Sur América,
Academia Nacional de Historia (1950).
13
FILIPPI, Alberto: Instituciones e ideología
independencia hispanoamericana, Alianza (1988).
14
Instituciones… Ob. Cit..
en
la
por Napoleón. Pero no fue la Revolución en el primer
acto, un movimiento de emancipación, sino de autonomía,
para no caer bajo el dominio de los franceses, siguiendo
el ejemplo dado por las provincias españolas. La
emancipación la fijaron los sucesos15.
La guerra de la independencia fue el telón de fondo en el
que se movieron las distintas clases que compusieron el
heterogéneo bloque antimonárquico. La disputa inevitable
en toda alianza policlasista explica los pasos y medidas,
muchas veces contrapuestos, tomados en el intrincado
proceso de la emancipación. Interesadamente, la
historiografía dominante presenta esta contradicción
como caprichosos movimientos que responden al arbitrio
del caciquismo, caudillismo o militarismo devenidos en
explicación a-histórica y facilista de nuestro pasado,
convirtiendo la historia en materia surrealista de un
mundo que escapa a toda interpretación y sentido. Esta
deliberada operación cultural asentada en la premisa de
que lo que no se conoce no puede entenderse y lo que no
se entiende no puede ser transformado, tiene por objeto
convertirse en visión hegemónica del pasado,
apoderándose de la memoria para evitar que esta irrumpa
en apoyo de las mayorías.
En esta primer etapa, tanto las representaciones, como los
documentos, periódicos y requisitorias de los criollos se
elaboraban desde el mirador de la abarcadora identidad de
los españoles americanos: El peruano Vizcardo Guzmán
publicó en 1872 su famosa Carta a los españoles
americanos donde expresa que El nuevo mundo es
nuestra patria, y su historia es la nuestra y en ella es que
debemos examinar nuestra situación presente16. En 1797,
el altoperuano Victorián Villalba en su Apuntamientos
para la reforma del reino reclama la igualdad entre
peninsulares y americanos No se está ya en estado de
querer mantener este país en la ignorancia; de querer
sostener sus antiguas prácticas con sofisterías17. Ese
mismo año la conspiración encabezada por Gual y España
15
VILLANUEVA, Carlos: “Napoleón y la independencia de
América”, citado en Los tres grandes de la emancipación de
Sudamérica Hispana ROJAS Mery Eulogio, Neupert (1966).
16
Idea y cuestión… Ob. Cit..
17
ROMERO, J.L. & L.A.: Pensamiento político de la
emancipación, Biblioteca Ayacucho (1977).
18
en Venezuela interpela en principal proclama A los
habitantes libres de la América Española. En plena
emergencia revolucionaria el mexicano Fray Servando
Teresa de Mier discutiendo sobre la organización del país
en 1813 dirá lucidamente: Mucho se discurre sobre la
organización de gobierno que convendría adoptarse en
Nuestra América, caso de independencia absoluta. Un
gobierno general federativo parece imposible y al fin
sería débil y miserable. Republiquillas cortas serían
presa de Europa o de la más fuerte inmediata. 18 El
Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos
Elíseos (1809) de Bernardo de Monteagudo se apropia
por boca de Atahualpa de la historia de La amada patria
que no es otra que la América. El Catecismo político
cristiano que circuló en Chile en 1810, denuncia la
explotación de la América por parte de los españoles que
vienen a devorar nuestra sustancia y reclama la
formación de una representación nacional americana. El
peruano Juan Egaña lo acompaña escribiendo en 1813 La
revolución de América sólo puede organizarse bien en un
congreso, debemos promoverlo seguros de que la
necesidad lo hará fácil. También Camilo Henriquez
hablará en 1811 de un Congreso general de las regiones
meridionales de América al que reserva todo lo que tiene
de trascendencia al interés público de toda la América o
de los estados de ella que quieran confederarse19.
Cuando en 1814 la reacción monárquica derrote al
liberalismo democrático español y se apreste vanamente a
que vuelva todo a ser y al estado que tenía en 1808, como
puede leerse un decreto real del repuesto Fernando VII,
los españoles americanos se abocaron a consolidar la
emancipación luchando por la independencia contra el
despotismo español.
Los libertadores fueron quienes llevaron más lejos el
planteo y la ejecución de la concepción nacional
americana, apoyados en el profundo sentimiento libertario
de los pueblos. Bolivar, San Martín, O´Higgins, Artigas,
Camilo Henriquez, Hidalgo, Morelos, José Cecilio del
Valle, Rodríguez de Francia, Mariano Moreno, entre otros
tantos buscaron, en medio de la conmoción social y las
luchas anticoloniales, las bases más sólidas y visibles de
la organización nacional: las que desembocaban en la
confederación de las nacientes Repúblicas.
En tierras del Plata, ya en 1806-07 el pueblo en armas
comienza a recorrer el camino de la constitución de la
conciencia nacional en el rechazo de las invasiones
inglesas. Luego, figuras como Moreno: Reparad en la
gran importancia de la unión estrechísima de todas las
provincias de este continente, unidas impondrán respeto
al más pujante; divididas pueden ser presa de la
ambición20. Juan José Castelli: Toda America del Sur no
formará en adelante sino una numerosa familia que por
medio de la fraternidad pueda igualar a las respetadas
naciones del mundo21 y Bernardo de Monteagudo Yo no
renuncio a la esperanza de servir a mi país, que es toda
la extensión de América22; serán junto al general José de
San Martín los ejemplos más elocuentes, aunque no los
únicos, de la perseverancia de las miras integradoras.
José de San Martín comprendió cabalmente que la
independencia de nuestro país estaba atada a la de los
demás países del continente y por ello se declaraba
miembro del partido americano. Su visión de Nuestra
América era la de un solo cuerpo que era necesario
confederar estrechamente ante los peligros exteriores. El
sostenimiento de la emancipación fue su principal
objetivo entendiendo que la independencia de las
naciones americanas era la llave que aseguraría el éxito
de aquella empresa.
En ello coincidía con aquel otro hombre que Rodó definió
como El barro de América cruzado por el soplo del
genio: Simón Bolívar, quién tendrá el honor de ser el
representante/símbolo de una posibilidad que, aunque
derrotada, dejó su huella en el imaginario de la
transformación social del continente. Aquella que
impulsaba la unidad de nuestros países como medio para
asegurar la soberanía y potenciar el desarrollo: La
asociación de los cinco grandes Estados de América para
formar una nación de repúblicas, objetivo tan sublime en
sí mismo que no dudo vendrá a ser motivo de asombro
para Europa. La imaginación no puede concebir sin
pasmo la magnitud de un coloso que, semejante al Júpiter
de Homero, hará templar la tierra de una ojeada; quién
resistirá a la América reunida de corazón, sumisa a una
ley y guiada por la antorcha de la libertad23.
Titánica era la tarea de sostener la soberanía, potenciar el
desarrollo y democratizar la sociedad, en un medio social
donde la guerra había desestructurado por completo la
base económica y donde persistían relaciones sociales de
producción caracterizadas por el atraso, sumándose a ello
el apetito comercial y financiero de las grandes potencias,
en especial Inglaterra.
Liquidar la herencia colonial era, pues, una tarea
compleja, imperativa y contradictoria. Imperativa en la
medida en que sólo podía afirmarse la independencia
política promoviendo el crecimiento económico.
Contradictoria en la medida en que ese crecimiento
implicaba abolir las relaciones de producción existentes.
Y a corto plazo, el andamiaje institucional del estado
colonial. Pero esto último, en lo inmediato, no significaba
otra cosa que renunciar a existir. Como es sabido, la
posición conservadora frente a estas contradicciones fue
la de mantener el status quo24.
Iniciada esta etapa de construcción de la Nación, el
bloque independentista se desbordó (como en toda alianza
policlasista) en diversas posiciones que seguían, más
cerca o más lejos, determinados intereses de clase. La
confrontación se hizo inevitable. Los sectores
dominantes, la burguesía comercial y los productores
terratenientes agropecuarios y mineros se convirtieron en
socios menores de las potencias ultramarinas aceptando el
convite para desarrollarse como economías primarioexportadoras subordinadas.
Los caudillos de la emancipación, en especial Bolívar,
intentaron supeditar la disputa desatada utilizando su
poder arbitral, a la vez que buscaban infructuosamente las
bases de sustentación para las recientes naciones. Estos
hombres (se ha dicho) dan a ratos la impresión
20
18
TERESA DE MIER, Servando (Fray): Ideario político,
Biblioteca Ayacucho (1978).
19
Pensamiento político… Ob. Cit..
GALASSO, Norberto: Mariano Moreno y la revolución
nacional, Coyoacán (1963).
21
Seamos libres… Ob. Cit..
22
MONTEAGUDO, Bernardo: Escritos, H.C.S.N. (1989).
23
“Convocatoria al Tratado de Unión entregada por Bolívar a su
diplomático Mosquera” en Seamos libres… Ob. Cit..
24
Idea y cuestión… Ob. Cit..
19
pirandelliana de ser pensadores burgueses en busca de su
burguesía nacional25.
Derrotados los esfuerzos de unidad, nuestros países
tendrán menos contactos entre ellos que con la metrópoli
y se deslizarán por la pendiente de la monoproducción,
renovándose la dependencia y el atraso.
Los sectores populares no dejaron de resistir el camino de
estructuración de la Nación encarado por las elites. En el
caso del Río de la Plata, los más de 40 años de guerras
civiles posteriores a la obtención de la independencia dan
cuenta de la poderosa huella dejada en nuestra historia. A
la postre todas las tendencias progresistas fueron
derrotadas y la sociedad pos-independentista se
consolidó en la dirección reaccionaria… Aún así no es
menos cierto que las masas no dejaron de estar presentes
en el escenario de la lucha de clases a lo largo de todo el
siglo XX26.
El mismo autor pone de manifiesto la dinámica de las
reivindicaciones populares en el período: Las de entonces
no fueron desde luego bregas en pro del socialismo, ni
podían serlo en un contexto precapitalista… Se
enmarcaban, pues, en un horizonte cuyos límites
objetivos eran los de una revolución democráticoburguesa, perspectiva en la que hay que ubicarlas
evaluando la profundidad de cada movimiento en función
del predominio del elemento democrático (es decir
popular) sobre el elemento propiamente burgués, y sin
olvidar que su posterior derrota o desvirtuamiento no los
reduce a la condición de simple “astucia” de una vía
reaccionaria trazada de antemano.
El pasado interpela al presente
A casi dos siglos de aquel inconcluso proyecto de unidad
de Nuestra América encarnado por los caudillos de la
independencia, la realidad pone de manifiesto su absoluta
actualidad. Estamos en una nueva etapa histórica con sus
específicos desafíos, con sus rupturas y sus continuidades.
Decíamos en otro trabajo que en este siglo, como lo fue
25
FERNÁNDEZ RETAMAR, Roberto: Nuestra América y el
occidente, UNAM (1978).
26
El desarrollo del capitalismo… Ob. Cit..
en el siglo XIX, la pregunta que se hacen aquellos que
buscan cambiar la realidad es si existen condiciones para
la transformación de nuestras sociedades atendiendo a los
intereses de las mayorías populares.
El inconformismo de los muertos ha irrumpido para
acercarnos respuestas. Sus fantasmas y sus voces se dejan
escuchar y ver en las calles y los campos de todo el
continente.
La crisis del neoliberalismo que asoló nuestros países ha
abierto un período donde las fuerzas sociales y políticas,
expresión de las mayorías populares, no solamente
conmueven la hegemonía neoliberal con su resistencia
sino que también han empezado a ejercer experiencias de
gobierno. Estos procesos muestran similitud en sus
objetivos finales y variedad en sus prácticas e identidades,
lo que da la pauta de la necesidad de sentar las bases del
edificio de la integración de las fuerzas populares de
Nuestra América desde la unidad en la diversidad.
Pero ¿qué tiene para decir nuestra historia sobre nuestros
desafíos presentes? Intentando una respuesta es pertinente
recordar al joven Alberdi cuando en 1837 alertaba que no
hay verdadera emancipación mientras se está bajo el
dominio del ejemplo estraño, bajo la autoridad de las
formas exóticas. La ruptura de la dominación económica
y política tiene como prerrequisito la erradicación de la
dependencia cultural. Las fuerzas populares de Nuestra
América debemos recurrir a las enseñanzas que la historia
brinda, a lo mejor de nuestras corrientes ideológica y
autoafirmarnos en nuestras propias identidades. O como
lo expresa Adolfo Colombres: Un pueblo no alcanza el
estado de civilización sumándose al proyecto de otro
pueblo, sino tomando conciencia de su ser en el mundo,
de su identidad y su especificidad cultural.
De allí la necesidad de articular el pasado histórico para
apropiarse de la memoria y dar la disputa simbólica para
conocer, comprender y transformarnos en propuesta
civilizatoria. Nuevamente Alberdi: Un pueblo es
civilizado únicamente cuando se basta a si mismo,
cuando posee la teoría y la formula de su vida, la ley de
su desarrollo. Aquí está la historia de la lucha en la que
nacimos a la vida de las naciones para hacer su aporte y
quien mejor para ello que los caudillos de la
emancipación:
En primer lugar aparece como un legado irrenunciable la
firme decisión de enfrentar a quienes nuestra patria
americana. Los Estados Unidos parecen destinados por la
providencia a plagar de miserias la América en nombre
de la libertad alertó con mirada penetrante Simón Bolívar
y el general San Martín sostendrá: Soy del partido
americano, así que no puedo mirar sin el mayor
sentimiento los insultos que se hacen a la América, ahora
más que nunca siento que el estado de mi salud no me
permita ir a tomar una parte activa en defensa de los
sagrados derechos de nuestra patria, derechos que los
demás Estados americanos se arrepentirán de no haber
defendido contra toda intervención de los Estados
europeos.
En segundo lugar aparece, en nuestro presente signado
por la conformación de bloque regionales la vigente
necesidad de la unidad de Nuestra América: Afianzados
los primeros pasos de vuestra existencia política, un
Congreso central compuesto de los representantes de los
tres estados dará a su perspectiva organización una
nueva estabilidad; y la constitución de cada uno como así
como su alianza y federación perpetua se establecerán en
medio de las luces, de la concordia y la esperanza
universal definirá José de San Martín. Corresponderá sin
embargo a Bolívar la visión más acabada de la necesidad
de la unidad: El gran día de la América no ha llegado.
Hemos expulsado a nuestros opresores, roto la tabla de
sus leyes tiránicas y fundado instituciones legítimas; más
todavía nos falta poner el fundamento del pacto social,
que debe formar de este mundo una nación de repúblicas.
Tampoco escapaba a los libertadores la necesidad de
apoyarse en la más amplia unidad para enfrentar con éxito
al enemigo poderoso. San Martín escribirá al caudillo del
litoral argentino Estanislao López: Unámonos paisano
mío para batir a los que nos amenazan; divididos
seremos esclavos; unidos, estoy seguro que los batiremos.
Hagamos un esfuerzo de patriotismo, depongamos
resentimientos particulares y concluyamos nuestra obra
con honor: la sangre americana que se vierte es muy
preciosa y debería emplearse contra los enemigos que
quieren subyugarnos. Esta necesidad de conformar un
bloque que desafíe el poder hegemónico conlleva, como
parte misma de su afianzamiento, la tarea de señalar a
quienes al interior del mismo por un indigno espíritu de
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partido se unen al extranjero para humillar a su patria y
reducirla a una condición peor que la que sufríamos en
tiempos de la dominación española. Una felonía tal ni el
sepulcro puede hacer desaparecer. Así nos lo recuerda
San Martín.
Así, decisión inquebrantable de luchar por la liberación,
la unidad de Nuestra América como proyecto estratégico
y la consolidación al interior de nuestros países de un
bloque hegemónico capaz de enfrentar a las minorías que
detentan el poder para poner en pie un proyecto con
soberanía política, independencia económica, democracia
participativa y justicia social, son parte del legado de
nuestros libertadores convertido en programa de acción
para el siglo XXI.
*Daniel Ezcurra
Coordinador Cátedras Bolivarianas UPMPM
Director del CEPES
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