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del desconcierto que les produjo este
grave e inesperado (¡y luego dicen
que los ilusos somos los socialistas!)
descalabro al com probar que los m ili­
tares, en su despiste ante el extraño
funcionam iento del cuerpo social por­
tugués, persistían en su error de
considerar que la disciplina m ilitar
tiene que ser aplicable tam bién a la
sociedad, y en consecuencia protegían
al único partido que exige también
acatamiento ciego de las órdenes: el
comunista. Así fue posible que los
com unistas consiguieran una pre­
ponderancia de hecho que en modo
alguno correspondía a su efectivo
apoyo popular. Y envalentonado por
este hecho, al últim o estalinista de
Europa, Alvaro Cunhal, ya no le pare­
ció necesario invocar la legitim ación
dem ocrática ni nada parecido, y se le
escapó la fatídica frase de que „el
electoralism o no encaja en el proceso
revolucionario".
los problem as no se resuelven pro­
hibiendo los partidos, ya es dema­
siado tarde. Los m ilitares han apren­
dido una profesión cuyo eje rcicio les
impone una gran responsabilidad. En
el eje rcicio de esa profesión tienen
la oportunidad de rendir un im portan­
tísimo servicio a la sociedad a la
que están obligados. Pero si adulte­
ran su función y vuelven contra la
sociedad los instrum entos que ésta
les ha facilitado para el e je rcicio de
su profesión, se cubren personal y
corporativam ente de ignom inia. Lo
mismo que un abogado que aprovecha
los conocim ientos juríd ico s que ha
adquirido con ayuda de la sociedad
y del contribuyente para enriquecerse
engañando con trucos de leguleyo a
sus conciudadanos, en vez de servir
a la justicia.
No hay democracia sin
pluralismo
Si la form a de aplicación de las leyes
que rigen la sociedad fuese siem pre
buena, los m ilitares no sentirían nun­
ca la tentación de salir de sus cuarte­
les, que es donde pueden cum plir con
honradez su función dentro de dicha
sociedad. Pero si alguna vez se creen
obligados a salir de ellos, lo ideal (y
ya sabemos que el ideal es siem pre
inalcanzable) sería que lo hicieran
únicam ente para restablecer el buen
funcionam iento de aquellas leyes y
regresaran luego a su puesto, es de­
cir, a los cuarteles. Era justam ente lo
que cabía esperar de los m ilitares
portugueses. Pero no sólo no lo han
hecho, sino que tam poco han restable­
cido las leyes de la sociedad, sino
que las han m utilado. Porque la so cie ­
dad es plural, tiene gran variedad de
intereses, unos legítim os y otros me­
nos, pero que en todo caso deben
prevalecer por su propio peso espe­
cífico y no por coacciones.
Los socialistas (y hay quien por ello
nos considera ilusos) creemos que
el hombre es un ser dotado de razón,
al que a lo sumo se ha im posibilitado
para hacer uso de ella, pero que no la
ha perdido. En consecuencia, vemos
nuestro objetivo en enseñarle, en en­
señarnos todos mutuamente, a usar
de la razón como medio de que poda­
mos reconocer qué intereses son legí­
tim os y cuáles son bastardos, conven­
cidos de que, si lo reconocem os, se
im pondrán por ley natural los que
son legítim os. Y este juego diálectico
es el único que puede llevar al hombre
a su realización como persona hu­
mana, y es por tanto el que en todo
EXPRÉS ESPAÑOL / Julio 1975
momento debe estar garantizado.
Pero no está garantizado cuando al­
guien, por decreto, decide que deter­
m inados intereses son bastardos, sin
p erm itir que sean los mismos ciuda­
danos quienes lleguen a esa con­
vicción. Y eso es lo que ha sucedido
en Portugal, donde fueron suprim idas
del juego d ialéctico todas las o pcio ­
nes a p artir del centro hacia la dere­
cha. Se pretendió reservar el cotarro
a la izquierda, y con ello se dio la
gran oportunidad a los ízquierdosos.
El cinismo comunista
Como todo tiene sus ventajas, ello ha
perm itido poner nuevamente de m ani­
fiesto la hipocresía de los comunistas,
que se llenan la boca hablando de
la legitim ación dem ocrática, el res­
paldo popular y la defensa de la
clase trabajadora hasta que se dan
cuenta de que ello no basta para
oculta r la grave discrepancia que exis­
te entre sus palabras y sus hechos. A
los únicos que engañan son a muchos
de sus partidarios, que creen real­
mente y de buena fe en lo que les
dicen sus dirigentes y son los prim e­
ros arrinconados cuando ya no hace
falta disim ular. Pero entre los con­
vencidos y los engañados no alcanzan
nunca ni siquiera la mayoría relativa
de la población. Y así, los com unistas
portugueses han hecho el ridículo
consiguiendo tan sólo algo más del
12 por ciento de los votos en unas
elecciones en que únicam ente se
planteaban opciones de izquierdas.
Pero los com unistas han salido pronto
Su opinión
El electoralism o habría encajado en
lo que Cunhal entiende por proceso
revolucionario si el partido com unista
hubiese conseguido el 40 por ciento
de votos. Pero como el pueblo portu­
gués ha reducido a los com unistas a
su verdadera dim ensión, lo que ahora
im porta a Cunhal es mantener, en con­
tra de la voluntad m anifiesta del pue­
blo, las posiciones de poder que ha
ocupado utilizando los trucos de le­
guleyo. Lo que le im porta no es res­
petar la voluntad popular, sino defen­
der a todo trance esas posiciones,
aunque esté totalm ente desprovisto de
legitim ación para ello.
De esta manera ya sabemos quién
causará la muerte de la revolución
portuguesa: Los m ilitares, por su in­
capacidad de entender que para de­
fender los intereses del pueblo lo que
hace falta es crear las condiciones
que permitan un auténtico diálogo
pluralista. Los com unistas, por su in­
capacidad de respetar la voluntad po­
pular y acatar la legitim ación demo­
crática cuando son otros los que la
consiguen. Y los Ízquierdosos, por su
incapacidad de entender que la autén­
tica misión de las izquierdas es im pe­
d ir cualquier falsificación del diálogo
pluralista, sea abusando del poder
que dan las bayonetas, sea abusando
del poder que da el capital. Esos tres
elem entos unidos son mucho más
peligrosos para el pueblo y para la
auténtica dem ocracia que los capita­
listas cavernícolas y la derecha reac­
cionaria.
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José Moll Marqués
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