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MOMENTO DE ORACIÓN PARA SACERDOTES
PREVIO A LA MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS
POR LA CANONIZACIÓN DEL CURA BROCHERO
04.11.2016
(Plazoleta del Fundador. Lugar donde funcionó el Seminario Mayor)
Introducción:
Un día como hoy hace 150 años atrás desde este lugar donde estuvo el
Seminario Mayor el joven seminarista José Gabriel Brochero junto a su
compañero Martin Yañiz se dirigieron hacia el templo mayor de la ciudad para
ser ordenados presbíteros.
Por eso hoy los sacerdotes de Córdoba queremos agradecer aquel don
de la Ordenación Presbiteral del Santo Cura Brochero y a su vez encomendarle
nuestra vida y ministerio y también poner bajo su intercesión a nuestro querido
Seminario Mayor Nuestra Señora de Loreto para que nunca falten en la iglesia
de Córdoba jóvenes generosos para entregar su vida en el ministerio.
(Canto)
1. Sus primeros años
José Gabriel del Rosario Brochero, entró a los 16 años al Seminario
Mayor de Córdoba “Nuestra Señora de Loreto” en donde recibió su formación
sacerdotal y en las aulas de la Universidad de Córdoba cursó sus estudios
filosóficos y teológicos. Fue ordenado presbítero el 4 de noviembre de 1866 por
el Obispo José Vicente Ramírez de Arellano y preside su Primera Misa en la
Capilla del Seminario el 10 de diciembre, festividad de Nuestra Señora de
Loreto. Fue nombrado Prefecto de Estudios del Seminario y se inició en la vida
pastoral en la Catedral de Córdoba. En 1867, Brochero se destacó por su
entrega en la asistencia de los enfermos y moribundos de la epidemia
de cólera que azotó a la ciudad. En 1869 se recibió de Maestro en Filosofía por
la Universidad. Luego a al final de ese año sería destinado al Curato de San
Alberto en traslasierra.
San José Gabriel estuvo siempre fuertemente compenetrado con la
espiritualidad de San Ignacio de Loyola y su ideal de poner todo bajo la
Bandera de Cristo, luchando virilmente por la expansión de su Reino. Brochero
había experimentado desde su juventud la gracia que Dios derramaba a través
de los Ejercicios Espirituales:
"En 1886 había terminado sus estudios teológicos, y estaba resuelto a
recibir inmediatamente las órdenes mayores. Muchas veces le he oído referir,
que la contante preocupación de su juventud, fue el sacerdocio, que se le
presentaba como un esfuerzo de hombre superiores. No sabía qué estado
adoptar -si el seglar o el eclesiástico, cuyas puertas se le abrían. Su espíritu
fluctuaba y su corazón sufría con esta indecisión. Asistió un día a un sermón en
que se señalaron las exigencias y sacrificios de una y otra bandera, según su
propia expresión, y apenas concluyó de escucharlo, la duda ya no atormentaba
su alma, y ser sacerdote era para él una resolución inquebrantable…”
Poniéndonos bajo la mirada tierna de la Virgen de Loreto en esta tarde e
imaginando los ojos de Brochero mirando a la patrona del Seminario antes de ir
a ordenarse, volvamos a rezar:
Acuérdate santa Virgen María
que jamás se ha oído decir que alguno
haya pedido tu protección sin ser escuchado.
Animados de esta confianza y
evocando esta santa casa de Nazaret
te pedimos Madre que bendigas
cada día este Seminario que tiene la dicha
de estar bajo tu protección
que lo hagas crecer siempre mas
espiritual, intelectual y pastoralmente
que concedas las virtudes cristianas a
todos los que en el se forman
y des a los formadores el fervor apostólico,
la prudencia, y el corazón sacerdotal
necesarios para cumplir sus deberes
en conformidad con la voluntad
de tu Santísimo Hijo Nuestro Señor Jesucristo .
Amén
2. Su vida sacerdotal
Nos dijo el Papa Francisco con la ocasión de la beatificación del Santo
Cura:
“Me hace bien imaginar hoy a Brochero párroco en su mula malacara,
recorriendo los largos caminos áridos y desolados de los 200 kilóme tros
cuadrados de su parroquia (…) Conoció todos los rincones de su parroquia. No se
quedó en la sacristía a peinar ovejas. El Cura Brochero era una visita del
mismo Jesús a cada familia. Él llevaba la imagen de la Virgen, el libro de
oraciones con la Palabra de Dios, las cosas para celebrar la Misa diaria. Lo
invitaban con mate, charlaban y Brochero les hablaba de un modo que todos lo
entendían porque le salía del corazón, de la fe y el amor que él tenía a
Jesús. José Gabriel Brochero centró su acción pastoral en la oración. Apenas
llegó a su parroquia, comenzó a llevar a hombres y mujeres a Córdoba para
hacer los ejercicios espirituales con los padres jesuitas. ¡Con cuánto sacrificio
cruzaban primero las Sierras Grandes, nevadas en invierno, para rezar en
Córdoba capital! Después, ¡cuánto trabajo para hacer la Santa Casa de
Ejercicios en la sede parroquial! Allí, la oración larga ante el crucifijo para
conocer, sentir y gustar el amor tan grande del corazón de Jesús, y todo
culminaba con el perdón de Dios en la confesión, con un sacerdote lleno de
caridad y misericordia. ¡Muchísima misericordia! Este coraje apostólico de
Brochero lleno de celo misionero, esta valentía de su corazón compasivo como
el de Jesús que lo hacía decir: «¡Guay de que el diablo me robe un alma!», lo
movió a conquistar también para Dios a personas de mala vida y paisanos
difíciles. Se cuentan por miles los hombres y mujeres que, con el trabajo
sacerdotal de Brochero, dejaron el vicio y las peleas. Todos recibían los
sacramentos durante los ejercicios espirituales y, con ellos, la fuerza y la luz de
la fe para ser buenos hijos de Dios, buenos hermanos, buenos padres y
madres de familia, en una gran comunidad de amigos comprometidos con el
bien de todos, que se respetaban y ayudaban unos a otros”.
Por eso hoy, le pidamos a nuestro Dios : Señor, regálanos un corazón
misericordioso como el de Brochero. (repitamos)
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Para que nos animemos a vencer nuestros miedos y tibiezas y
podamos salir a las periferias existenciales de nuestro tiempo.
Para que cada día nos renovemos en la experiencia de sentirnos
misericordiados por vos para salir al encuentro de los hermanos.
Para que siempre tengamos presentes a los más pequeños, pobres,
débiles y sufrientes como los preferidos de tu Reino.
Para que trabajemos incansablemente para que tu evangelio renueve
los corazones y se realice así una verdadera transformación social en
nuestra patria.
3. El final de sus días:
Como en todo hombre de Dios, hallamos la presencia del dolor
purificador en su vida sacerdotal. Brochero conoció el dolor de las "noches" en
su intensa vida apostólica: críticas e incomprensiones de algunos sacerdotes,
religiosas y fieles; indolencia de algunos gobernantes ante sus pedidos de
colaboración (particularmente su sueño irrealizado del ferrocarril) y finalmente,
su lepra que lo redujo a la inactividad y a la soledad. El misterio del dolor en la
vida de Brochero va gestando cada vez más un corazón humilde que busca
sólo la conformidad con la Voluntad de Dios. El, en otro tiempo, fuerte y brioso,
ahora se halla viejo y enfermo, reducido a la debilidad total, a la inactividad.
Ahora -físicamente ciego- ve con más claridad que está celebrando vitalmente
su "última Misa", que es la identificación con Cristo en la Pasión. Sus palabras
evocan la oración sacerdotal de Jesús, que intercede ante el Padre por todos
los hombres del mundo.
Carlos Di Fulvio con belleza poética dice en su canto Brocheriano:
Entre sus pocas cosas: un breviario de tapas incoloras, con hojas de
papel biblia ajadas, desteñidas, mostraba la insistente bondad de la lectura; un
luengo rosario de cuentas grandes y lustrosas, el mismo que llevara bajo el
poncho, enredado en su talero, había quedado entre sus dedos, aprisionado,
como único tesoro; mientras la cruz, la que pende entre el último misterio como
final de los tres puntos suspensivos, símbolo de la gloria, reposaba
esplendorosa sobre la pequeña y mansa pampa de su pecho. Había muerto
Brochero, cieguito y leproso, sobre su catre de tientos. Era el día 26 de enero
del año 1914.
Es la suerte del humano
nacer y morir un día
es un poquito de barro
con un soplito de vida.
Por eso, tener en cuenta
a quién lo dio, para darnos,
es una ley en vigencia
a quién se sabe cristiano
El padrecito Brochero
en ejercicio nos dijo:
"lindo es dentrar a la muerte
tan serenito y tranquilo".
"No le teman a la muerte
porque la han llevado encima
desde el día en que nacieron
como una vela encendida".
Hay de todo en esta vida
de esta tierra, y de este mundo:
quién pudo ser y no quiso,
quién quiso ser y no pudo.
Todos llegamos arriba
a dar cuentas de ese asunto,
castigos y recompensas
cada cuál tendrá lo suyo.
El padrecito Brochero
en ejercicio nos dijo:
"sólo vale la concencia
cuándo lleguemos al juicio".
La mentira no es propicia
sólo quedan las razones
Si son buenas, no se asusten
si son malas, no se asombren.
"Si se paran en el limbo del abismo
ven dos reinos: el de arriba, que es la gloria
y el de abajo que es el fuego.
Por eso, tengan cuidado con el vértigo, les pido.
Yo me voy ya de esta vida
tal y cuál como he vivido".
No se vaya don Brochero
que aquí lo necesitamos
en la casa de ejercicios
para bien de los serranos.
Dicen que ha muerto solito
sobre su catre de tiento,
con un rosario en la mano
y los ojitos abiertos.
Se fue a buscar su lucero
todo vestido de blanco.
Adelante iba un cordero
una paloma, y un santo.
Lo escoltaban San Ignacio
con su libro de ejercicios
y una tanda de paisanos
cabizbajos y ojos tristes.
Se fue camino del cielo
José Gabriel del Rosario
iba cieguito y leproso
con una palma en la mano.
San Ignacio de Loyola
tenga fuerte su bandera
que se nos fue don Brochero
cielo arriba de esta tierra.
Se fue camino del cielo
José Gabriel del Rosario
iba cieguito y leproso
con una palma en la mano.
San Ignacio de Loyola
tenga fuerte su bandera
José Gabriel del Rosario
el Padrecito Brochero
se fue, se fue.
(Tres Ave María y un gloria. ORACIÓN de la Estampa. CANTO FINAL)