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Reflexiones sobre la historia. Hacia una comprensión objetiva del Islam hispano.
Publicado en ALASBARRICADAS.ORG
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La reciente publicación de “Las campañas de Almanzor, 977-1002”, de Rubén Sáez,
libro que se propone ser fidedigno e imparcial, permite realizar un nuevo avance en
nuestro conocimiento de lo que fue el Islam andalusí, más allá de las sesgadas
concepciones habituales en los ambientes del progresismo y la izquierda institucional,
que suelen ser mera propaganda con propósitos políticos, no siempre confesables.
Por ello, aquél ha de situarse junto a otras obras de notable significación, que se han
publicado en castellano en los últimos decenios, entre las que destacan la anónima
“Crónica mozárabe de 754”, crucial para inteligir la sañuda naturaleza concreta de la
irrupción islámica a partir del año 711; la magnífica “Crónica del califa Abderramán III
an-Nasir entre los años 912 y 942 (al-Muqtabis V)”, del historiador hispano-musulmán,
del siglo X, Ibn Hayyan, que pone al descubierto las atrocidades de aquel déspota en
todo comparable a Felipe II y a Franco, o “Municipalidades de Castilla y León”, de
Antonio Sacristán y Martínez, cuya primera edición es de 1877.
Frente a una literatura ditirámbica y adulatoria, que apenas nada tiene que ver con
las fuentes documentales y arqueológicas, esos textos (a los que es posible añadir
“Compendio de derecho islámico” de Ibn Abi Zayd Al-Qayrawani, así mismo obra
hispana del siglo X) exponen la verdad posible sobre un régimen político, económico,
ético y social funesto en grado superlativo.
El antedicho libro de Rubén Sáez narra con voluntad de objetividad las 56
campañas, o aceifas, que realizó Almanzor contra los pueblos libres del norte en el
citado lapso de tiempo. En primer lugar, se centra en la figura de Almanzor, un gran
terrateniente de origen yemení cuya familia se había asentado, como oligarquía
resultante de la conquista, realizada con una crueldad que estremece, en lo que es hoy la
provincia de Cádiz. Describe a continuación su ascenso en el hipertrofiado aparato
estatal islámico, hasta convertirse, por medio de diversas conjuras resueltas con
derramamiento de sangre, en primer ministro del apocado califa Hisham II, provisto de
poderes omnímodos.
No se tienen datos de todas las 56 incursiones militares, pero de las que sí se poseen
permite hacerse una idea bastante exacta del conjunto. En la primera de ellas, la del año
977, dirigida contra lo que es ahora Cáceres y Salamanca, el caudillo islámico consigue
2.000 cautivas, que luego vende o subasta en los activos mercados de seres humanos de
al-Andalus, destinadas a los harenes de los potentados del área mediterránea. En el 983,
en el área de Valladolid, se apodera de 17.000 mujeres jóvenes, generalmente
adolescentes, mientras el resto de la población de la zona es, al parecer, exterminada.
Más tremenda es su acción contra Cataluña, en el año 985, donde además de arrasar
numerosas poblaciones y tomar Barcelona, se hace con 70.000 mujeres y niñas, lo que
tuvo que reportarle beneficios descomunales, dado el elevadísimo precio que aquéllas
alcanzaban en el mercado.
Un año después razió la zona de León, con 19.000 cautivos, aunque en esta ocasión
las crónicas no especifican sexo. En el 988 arremetió contra Zamora, volviendo con
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nada menos que 40.000 cautivas. La campaña del 991-992 contra Euskal Herria le
proporcionó “sólo” 5.000 muchachas, quizá por la desesperada resistencia de los vascos.
En 994 tomó Pamplona, aunque no se conoce el número de cautivas, si bien en el año
1001 volvió de nuevo a arrasar esa ciudad, haciéndose con 18.000 jovencitas. Al año
siguiente muere, por causas naturales, Almanzor, siempre imbatido.
Es imposible, por falta de espacio, entrar en las complejidades de tales
acontecimientos, que el libro comentado evita así mismo, para mantenerse en el ámbito
de la historia empírica e imparcial. Pero sí es necesario resaltar que los entes estatales
embrionarios que existían en ese tiempo en los territorios del norte cooperaron
solapadamente con Almanzor, al que utilizaron para triturar los elementos más radicales
de aquella formación social, el subsistente monacato revolucionario. Ello explica los
numerosos contingentes de mercenarios cristianos que se integraron en las filas del
caudillo cordobés, lo que muestra que el conflicto, más que religioso, era político y
social. Una excepción épica fue el conde de Castilla, Garci Fernández, que se opuso con
las armas, resultando muerto en combate en el año 995, al sur de la actual provincia de
Soria.
Lo que el autor del libro examinado enfatiza es el carácter esclavista del régimen
islámico hispano, que tenía en la captura de mujeres una de sus fundamentales fuentes
de ingresos. Pero no sólo mujeres, también los varones jóvenes y sanos eran cazados y
transportados hacia el sur, para evitar el desplome demográfico de las megalópolis
superpobladas (Córdoba, con 600.000 habitantes, era una muestra) que la expansión en
flecha del Estado islámico estaba creando, así como para trabajar en los latifundios de
los oligarcas musulmanes, o en las tierras propiedad de las mezquitas. Ello era práctica
habitual de dicha formación social desde la sangrienta invasión comenzada el año 711.
Como expone Rubén Sáez “la captura de esclavos era básica para sostener el sistema
económico del califato cordobés”, si bien el verdadero negocio era la caza de mujeres
jóvenes, sobre todo destinadas a la exportación. Hasta tal punto era así que las fuentes
musulmanas cuentan que nada más terminar la conquista de la península Ibérica, los
nuevos dominadores enviaron al califa de Damasco, como presente, 100.000 esclavos y
sobre todo esclavas, lo que sin duda fue expresión particular de una práctica habitual,
que despobló diversos territorios.
Mientras ello sucedía, en los territorios del norte la esclavitud estaba prácticamente
extinguida. Para comprender la significación de tan magnífico logro se puede leer, por
ejemplo, la carta-puebla de Cardona (Barcelona), del siglo IX, que es una afirmación de
la libertad, frente al despotismo esclavista y misógino andalusí. Así mismo, la mujer
había alcanzado, en el norte, un grado de libertades notable, como lo prueba su
presencia en los órganos locales de autogobierno popular en igualdad con los varones, el
concejo abierto municipal (hay referencias documentales de ello en el siglo X, en la
actual provincia de Álava), mientras que bajo el Islam era un mero “objeto”
mercantilizado. Es apropiado conocer que Abderramán III, reinante en la primera mitad
del siglo X, llegó a tener en su harén más de 3.000 mujeres, la mayoría de ellas
adquiridas en el mercado, y a las que, según cuenta Ibn Hayyan, daba un tratamiento
muy cruel, dado que dicho califa era un racista y sexista convencido. En contraposición
a ello tenemos documentos jurídicos que exaltan la dignidad de la mujer en los pueblos
libres del norte, como el fuero de Medinaceli (Soria), plasmación escrita, quizá en el
siglo XI, del derecho consuetudinario de elaboración popular estatuido en la revolución
civilizatoria hispana de la Alta Edad Media, conforme a la obra escrita de es gran
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cántabro que fue Beato de Liébana, sin olvidar su presencia, constante y sin
inhibiciones, en el denominado románico erótico.
Bajo la dictadura islámica no existía ninguna de las instituciones que caracterizaban
el orden social de las gentes del norte, el concejo abierto, la autonomía municipal, las
milicias concejiles como forma concreta de pueblo en armas, los bienes comunales, que
en ese tiempo eran decisivos, o los sistemas de ayuda y cooperación mutua, muchos y
muy complejos. Bajo el régimen andalusí, extraordinariamente jerarquizado,
centralizado y militarizado, sólo había propiedad privada, de los clérigos islámicos o del
Estado, y un sistema político en el que el califa nombraba a todas las autoridades,
mientras que la gente común quedaba excluida de la participación en el gobierno de la
sociedad. Además, el ejército profesional, constituido sobre todo por esclavos del Este,
bereberes o negros, así como por mercenarios occidentales y fanáticos religiosos, era
quien en realidad ejercía el poder político, con el califa al frente, o con sus validos,
como Almanzor.
Un asunto que el libro examinado no trata, pero que se debe señalar por mor de una
comprensión más exacta del conjunto, es la suerte del campesinado bajo el Estado
islámico hispano. De sus espantosas condiciones de vida, así como de la sangrienta
represión que padecía, da fe algún escritor islámico de ese tiempo, pero basta con
conocer la multitudinaria rebelión de base agraria encabezada por Umar Ibn Hafsun
contra el califato, que se mantuvo desde el año 880 hasta el 928, cuando fue tomado el
último reducto de los insurgentes, Bobastro (Málaga), para comprender cuál era la
realidad del mundo rural entonces, más allá de la propaganda. Por lo demás, el mito de
un Islam hispánico ducho en regadíos y horticultura, mantenido contra toda evidencia y,
también, contra los testimonios de los historiadores más competentes, que ya en el siglo
XIX advirtieron que ello era un embeleco, ha sufrido una nueva refutación con la
publicación, no hace tanto, de “Historia de los regadíos en España (... aC-1931)”, por el
colectivo al-Mudaina.
Con lo expuesto, una concepción mitológica, politicista y manipulativa de nuestra
historia, urdida en el siglo XIX sobre todo, para justificar con ejemplos históricos
perversos la dictadura parlamentaria, estatal y burguesa establecida con la constitución
liberal de 1812, se viene abajo, en todos los ambientes menos en los del progresismo y
el izquierdismo, siempre retardatarios y reaccionarios, en esto y en todo.
Los datos mencionados, probablemente, y otros muchos han servido para que Gary
Brecher realice un juicio tal vez en exceso tajante, que aunque rebasa los límites
temporales de que se ocupa “Las campañas de Almanzor, 977-1002”, quizá sea de
interés traer, para que el lector o lectora tenga más elementos de juicio sobre este
asunto, “yo diría que todas las religiones son pura basura, pero el Islam es, con mucho,
la más perversa y violenta de todas”.
Félix Rodrigo Mora
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