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CARTA A ZEUS
Zeus era el padre de los dioses y los hombres. Los dioses griegos, como todos los demás
habidos y por haber, fueron inventados y creados a conveniencia. En Egipto los faraones eran
los máximos sacerdotes. En Grecia los jefes de gobierno se proclamaban máximos sacerdotes.
El patriotismo de los griegos estaba estrechamente unido a la religión. Tanto es así que cuando
los dioses fueron destruidos por la filosofía, los griegos, no sabiendo por quien morir, cesaron
de combatir y se dejaron subyugar por los romanos, que todavía creían en los dioses. Los
dioses griegos eran humanos al principio y celestes poco más tarde. Zeus, como buen dios, era
dueño del tiempo. Apasionado por Alcmena, mujer de Anfitrión, hizo durar veinticuatro horas
la noche que fue a visitarla. Realismo mágico. Necesitaba más horas para enamorar a su presa.
Su cuerpo de perra brava era una morena grande, de huesos sólidos, de caderas de yegua y
tetas como melones vivos o una ninfa bien maciza de ojos verdes. Cubrió el suelo pelado de su
alcoba con mosaicos llenos de ámbar dorado y más colores, que dentro aprisionaban semillas,
insectos y fragancias; expandió sin compasión hiervas de alivio, hojas de orquídeas blancas y
de colores, camelias y alas de mariposas; colocó surtidores de agua, capiteles, luces y sombras,
sonó flautas de pan y liras en la puesta de sol con todos reflejos de mar. Todo le salía gratis.
Astilló el tiempo y aquella buena noche duró veinticuatro horas en aquella estancia. Le ofreció
aceitunas y miel, leche, buen queso y mejor vino. De estas maneras Zeus tuvo innumerables
hijos y fue padre de las musas. Un dios como dios manda. Pero los dioses griegos murieron con
la filosofía.
Los tiempos cambian y ahora el gran dios es el dinero, el becerro de oro. El pueblo llano lo
mantiene con sus votos no por un impulso de supervivencia, sino por la costumbre del miedo.
Hay que conseguir que el miedo cambie de bando. Un millón de dólares o euros, qué más da,
es lo más miedoso del universo. El pensamiento libre laminará el becerro en miles de millones
de hojas y el tiempo se detendrá para que se repartan los trozos entre todos y entonces será el
final de las castas sacerdotales y políticas.
Amén. Que así sea.
Daniel Ezpeleta.
http://danielezpeleta.wordpress.com.