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El TLCAN,
20 años después.
Año 2014 - Enero 06 - No. 639
Se autoriza la reproducción total y/o parcial de su contenido siempre y
cuando se cite la fuente:
Consultores Internacionales, S.C. ® (CISC)
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El TLCAN se ha visto más como un fin que como
un medio.
La estrategia de apertura ha carecido de una
sólida política industrial.
Si bien se incrementaron las exportaciones,
éstas tienen bajo contenido nacional.
El TLCAN ha creado una dependencia sistémica
en relación del comercio exterior con el resto del
mundo.
El primero de diciembre de 1994 entró el vigor el
Tratado de libre Comercio de América del Norte, quizás
el más importante en su tiempo, entre México, los
Estados Unidos y Canadá. Lo que en su momento se
expresó fue que con su firma se alcanzarían los
resultados previstos por la teoría tradicional, pues el
acuerdo permitía que cada economía firmante se
especializara en los sectores con mayores ventajas
comparativas. De hecho Canadá ha obtenido
grandes beneficios no sólo económicos, ya que resolvió importantes problemas en su relación con
los Estados Unidos.
En aquella época, se preveía que el Tratado tendría repercusiones importantes en varios ámbitos. Se
esperaba que el Acuerdo produjera incrementos significativos en las exportaciones mexicanas a largo
plazo, sobre todo en aquellas dirigidas a los Estados Unidos, argumento basado en gran medida en los
efectos positivos y automáticos del libre comercio en el crecimiento. Así, si bien se buscaba que con el
tratado existieran sectores ganadores y perdedores, el común denominador era que las ganancias
superarían a las pérdidas, de tal suerte que los ganadores compensaran a los perdedores y
mejorara de ese modo la situación en el conjunto.
Sin embargo, para México los resultados no han sido contundentes en este sentido, debido a que el
propio Acuerdo fue considerado como un fin y no un medio, amén de que no se acompañó la apertura
de una política industrial clara y orientadora, sino que dejó a su suerte a los sectores productivos.
Cabe recordar el entorno que vivía el país previo a la firma del Tratado. A raíz de la crisis económica de
principios de la década de los ochentas, México inicia un proceso de reestructuración económica en
el que se replantea el modelo de crecimiento de sustitución de importaciones y se adoptan, en
breve tiempo, medidas tales como la apertura comercial, la liberalización de los mercados, la
privatización de empresas públicas, el fomento del sector exportador y la aplicación de políticas de
estabilización macroeconómica que le permitieran actuar conforme al naciente proceso de globalización
que se vivía en el entorno internacional.
A inicios de la década de los noventa, se iniciaron las consultas hacia un posible tratado de libre comercio
con Estados Unidos. Para entonces, México ya había accedido al GATT en 1986, en seguimiento a la hoja
de ruta marcada por el Consenso de Washington, pero este paso era mucho más ambicioso, aunado a
representar una herramienta para explotar el modelo exportador, combatir los niveles de inflación y
mostrar a México como una nación abierta y convencida de que el fenómeno globalizador era la vía
más rápida al desarrollo.
Sin embargo, la celeridad que se le dio a las negociaciones, pudo ocasionar que desde el lado mexicano, el
TLCAN se mostrara como una ventana única de oportunidad, una especie de ahora o nunca, situación que
propiciaría que quizás el análisis de impactos no fuese todo lo profundo que debía ser, y cuya visión
consistiese en resolver sólo los problemas en el corto y mediano plazo. Un acuerdo de esta naturaleza
debía ser visto en el horizonte de los próximos 20, 30 y 50 años, acompañado por análisis como:
¿es el modelo exportador la herramienta para el desarrollo además del crecimiento? ¿Tiene México
una base industrial sólida para capitalizar el potencial del acuerdo o se busca sólo impulsar el
modelo maquilador? ¿Qué políticas deben impulsarse para generar valor agregado en la industria
mexicana y ganar con ello competitividad?
Cierto es que la apertura comercial fue uno de los pasos más importantes dentro del cambio de estrategia
económica; con ello, se esperaba un proceso de transformación interna en el que las empresas y sectores
se verían obligadas a producir de manera competitiva para responder a las exigencias de calidad, precio y
servicios por parte de los demandantes tanto nacionales, pero sobre todo extranjeros. Si bien muchas
empresas se transformaron y lograron sobrevivir, muchas otras cerraron o quebraron al no poder
enfrentar la nueva competencia.
La realidad tras veinte años, ilustra que el TLCAN resolvió los problemas en el corto plazo y encajó
a la perfección dentro de la visión anti-inflacionista de los gobiernos posteriores a la década de los
ochenta pero no ha contribuido a generar valor agregado a la industria mexicana, ya que careció de
una política industrial, que detonara un proceso de articulación de las cadenas productivas. Por el
contrario, a pesar de que las exportaciones han aportado al crecimiento, los números pueden ser una
cortina de humo, toda vez que cerca de ¾ partes de lo que hoy México exporta es importado, porque el
principal sector exportador es la industria maquiladora.
El Tratado ha mostrado luces y sombras. El comercio exterior con Estados Unidos y Canadá ha
crecido de manera considerable. En 1993, México exportaba hacia ambos países 44,420 millones de
dólares e importaba 46,470 millones, lo que le representó un déficit comercial de 2,050 millones de dólares.
Actualmente, se tiene un superávit comercial de 103,762 millones de dólares, gracias a que en el 2012
exportó 298,763 millones de dólares y únicamente importó 195,000 millones. Dentro del TLCAN, México
realiza el 96.3 % de su comercio con Estados Unidos y el restante 3.7 % con Canadá. Sin embargo, los
flujos de Inversión Extranjera Directa (IED) de Estados Unidos y Canadá hacia México no han mostrado un
crecimiento sustancioso, si bien ha sido constante. En 1999 la IED de ambos países fue de 8,246 millones
de dólares y en el año 2012 se reportaron 8,781 millones.
En lo que respecta al PIB, se tiene que mientras que en el año 1993, el País tenía un tamaño de 8.1
billones de pesos, para el año 2013 el PIB equivalió a 13.2 billones de pesos, aunque con un ritmo
de crecimiento decreciente. En el período 1995-2000, México creció 3.3 % en promedio anual, entre
2001-2006 el crecimiento fue de 2.2%, y en los últimos seis años 2007-2012 la economía creció 2.1 %, muy
lejos de los niveles esperados.
Ahora bien, si las exportaciones mexicanas han mostrado un crecimiento sostenido a partir de la firma del
TLCAN y desde 1993 en términos reales la contribución de las exportaciones al PIB pasó de 9 % a
representar el 18 % en 2012, ¿cómo es que el producto no ha crecido en respuesta de una manera
más contundente?
Una de las respuestas más destacadas, es el bajo valor agregado de las exportaciones
manufactureras mexicanas, lo que ha conducido a que no se esté generando una sinergia
productiva entre dinamismo exportador y efectos multiplicadores en el resto de los sectores
productivos. Este fenómeno descansa fundamentalmente en el alto contenido importado de las
exportaciones, derivado de la naturaleza de nuestro aparato exportador manufacturero, que se sustenta en
el modelo de manufactura de ensamble.
El impacto más directo que ha tenido el TLCAN en el aparato productivo, es la desarticulación de las
cadenas productivas internas; fenómeno que vino a la par de la apertura comercial. En efecto, a
mediados de los ochenta nos abrimos al mundo, sin que nuestro sector productivo estuviera preparado, y
fue fácilmente desplazado por las importaciones. Hoy en día somos un país altamente exportador, pero de
importaciones. La ausencia de una política industrial que acompañara el reto que significó el TLCAN,
representa un factor de gran peso en el tipo de modelo de industrialización que hoy tenemos.
El sector exportador mexicano ha experimentado un dinamismo y una transformación extraordinarios donde
dominan las exportaciones manufactureras. Sin embargo, ha crecido la brecha entre exportaciones y
producto, lo que indica la debilidad del sector exportador para impulsar el crecimiento económico.
En este contexto, la capacidad de las exportaciones de dinamizar la economía se refuerza si estas amplían
el mercado interno. Ello depende del valor agregado nacional contenido en las exportaciones, el cual ha
venido disminuyendo conforme se desarticulan cadenas productivas vía la importación de insumos
intermedios.
La ausencia de política industrial en nuestro país, ha beneficiado la importación de insumos y
bienes finales, a través de una política de desregulación y desprotección arancelaria indiscriminada,
y el uso del tipo de cambio como ancla antiinflacionaria y no como válvula reguladora de los
desequilibrios externos.
Se requiere pues una política de estado con una visión integral, que a su vez distinga las principales
capacidades y potencialidades de las regiones económicas, particularizando los proyectos y políticas de
fomento, dado que cada región tiene sus propias dotaciones, condiciones, ventajas y desventajas.
El TLCAN ha cumplido sus primeros 20 años y no ha mostrado plenamente los impactos y beneficios; se le
tomó como un fin y no como una herramienta de desarrollo. Por si nos ha creado una suerte de
dependencia sistémica ya que hoy la relación comercial con el resto del mundo está ligada al
TLCAN, China por ejemplo nos vende insumos para luego venderlos a EE. UU. Ahora, estamos por
entrar a un nuevo reto que es el TPP y, cabe preguntarnos si se han hecho los estudios y evaluaciones
sobre los impactos sectoriales. También vale la pena preguntarnos si nuestro sector industrial está
preparado para esta nueva aventura. La respuesta, sin un Política Industrial de largo plazo, es que
no, y las consecuencias pueden ser desastrosas.
Comercio Exterior de México con EE. UU. y Canadá 1993-2012
(Millones de dólares)
Fuente: Elaborado por Consultores Internacionales con información de INEGI
CISComentario D.R. es una publicación semanal de: Consultores Internacionales, S. C. ®
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