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La Iglesia de la Pascua
Segundo domingo de Pascua
Parroquia de la Resurrección
Colonia Miramonte
17 de abril de 1977
Hechos de los Apóstoles 5, 12-16
Apocalipsis 1,9-11a.12-13.17-19
Juan 20, 19-31
Queridos hermanos, sacerdotes, fieles:
En esta fiesta patronal de la parroquia de la Resurrección,
quiero tener el gusto, atendiendo una amable invitación del
padre Navarro, de hacer de este ambón parroquial, la cátedra del
obispo, la cátedra de la diócesis. En este momento, sentimos,
pues, que esta Iglesia es la catedral de la arquidiócesis; y en esta
fiesta de la Pascua que se clausura, quiero entregar a la diócesis,
por medio de esta parroquia, mi primera carta pastoral, que
precisamente habla de la Iglesia de la Pascua 1. No les voy a cansar con la lectura, quisiera más bien invitarles a que cada uno la
estudiara. Al final, yo les recomiendo a todos los que trabajan en
nuestra pastoral que dediquemos toda esta temporada de Pascua
—que va desde la Resurrección hasta Pentecostés, cincuenta
días, la fiesta más grande de la liturgia, porque celebra el centro
de la vida de la Iglesia: Cristo muerto y resucitado—, aprovechemos esta temporada para ahondar en nuestra fe, precisamente ese misterio pascual que ha inspirado este humilde
1 Iglesia de la Pascua, Primera carta pastoral de monseñor Óscar A. Romero,
arzobispo de San Salvador (10 de abril de 1977). El texto íntegro fue publicado
en Orientación, 17 de abril de 1977.
‡ Ciclo C, 1977 ‡
Ap 1, 9
documento que, con todo cariño, como Juan acaba de decir hoy,
y un sucesor de los apóstoles lo dice con más razón: “Yo, hermano vuestro”. Así como hermano, como amigo, como quiero
ser considerado en mi ministerio, es como yo he hablado en esta
carta, para alegrarme precisamente de que Dios me ha preparado
un pórtico inesperado para entrar en mi nuevo ministerio jerárquico. Elogio la herencia maravillosa que nos deja monseñor
Luis Chávez y González, al dejar, con sus beneméritas y cansadas manos, esos treinta y ocho años en nuestra agitada historia.
Supo regir la nave de la Iglesia con tanto acierto.
Una hora pascual
Y si yo quisiera darle a esta hora de relevo, en que vienen a desembocar en mis manos todo ese trabajo pastoral, de 1842,
cuando nació, como diócesis sufragánea de Guatemala, la República de El Salvador, una sola diócesis, hasta 1913 en que fue
elevada a categoría de arquidiócesis, independizándose ya de
Guatemala como provincia eclesiástica; nacieron las diócesis de
San Miguel y de Santa Ana, y San Salvador como metropolitana;
comenzó la serie de arzobispos: monseñor Pérez y Aguilar,
monseñor Belloso y Sánchez y monseñor Chávez y González.
Llega esta hora de relevo, digo yo, y si quisiera llamarla con un
calificativo, la llamaría: una hora pascual. Sí, estamos pasando
por una bellísima hora de Pascua, que coincide con la Pascua de
nuestro año litúrgico. Y en esta parroquia, que lleva el nombre
de la Pascua de la Resurrección, quiero confesar esta alegría y
darle gracias al Señor, porque solo el Espíritu de un Cristo resucitado, que vive y construye la Iglesia a través del tiempo, puede
explicar esa fecunda herencia que nos entrega el venerado
arzobispo antecesor. Solo el impulso divino del Espíritu de la
Pascua puede ser la explicación de este inesperado comienzo.
Y la reflexión que luego sigue, hermanos, nos remonta a la
Pascua que desemboca también en Cristo, confesado nuestra
Pascua, porque toda aquella fuerza liberadora que traía el Viejo
Testamento con maravillas que Dios iba haciendo para expresar
su deseo de liberar siempre a los pueblos, de dar su salvación
precisamente en la historia de los pueblos, en Cristo nuestro
Señor se hace realidad, no solo para Israel, sino para todos los
pueblos que vayan creyendo en Él. De tal manera que podemos
52
‡ Homilías de Monseñor Romero ‡
decir: Cristo salva a la República de El Salvador en su propia
historia, y todas aquellas maravillas del Antiguo Testamento se
hacen presentes en esta Pascua salvadoreña, nuestra.
Encaja mi pensamiento de la pastoral con las lecturas que
acaban de escuchar hoy, porque es esta dominica llamada antiguamente in albis, de las túnicas blancas, cuando los bautizados
en la Pascua, el Sábado Santo en la noche, después de recorrer
toda la semana con sus túnicas blancas para afianzar más sus
compromisos bautismales, este día renovaban ese compromiso
y dejando sus túnicas blancas, vistiéndose los trajes ordinarios
de la vida, del trabajo, de la sociedad en que vivían, sabían que
aunque vivieran en medio de los hombres comunes del mundo,
ellos llevaban por dentro una fe y una esperanza que los hacía
sentirse sal de la tierra, luz del mundo. Y eso fue siempre el
cristianismo. Por eso, en esta hora pascual de nuestra patria, de
nuestra arquidiócesis, yo me alegro, queridos hermanos, de ver
que en muchos ha renacido este sentido auténtico del ser
bautizado, y quisiera que esta fuera la acogida que ustedes dan a
mi humilde documento, un propósito de vivir lo que debe ser
una comunidad.
Cristo sigue salvando ahora al mundo por su Iglesia
Oyeron, en la primera lectura de hoy, cómo los primeros cristianos se presentaron al mundo como una comunidad testimonio;
y era tanto el amor que se tenían entre sí, y era tanta la autenticidad cristiana que vivían en medio de un ambiente pagano,
que eran admirados por todos. Era verdaderamente la luz puesta
en alto. Y muchos se iban agregando y creían en el Señor. Creían
en el Señor, porque la comunidad no es simplemente una sociedad humana; la parroquia, la diócesis, es una comunidad que
lleva en sí ese soplo que Cristo exhaló precisamente en la misma
noche de la resurrección. Exhalando el aliento sobre aquella
comunidad naciente, les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”.
Y en ese momento, hermanos, que me parece tan semejante
a aquel otro en que en el paraíso el Creador insufló el soplo de
vida en el hombre y lo hizo inteligente, capaz de amar, maravilla
de la creación; igual la redención que venía a restaurar la destrucción que el pecado hizo en la creación y a elevar esa creación
a un ambiente divino, a darle a la amistad humana un sentido de
53
Jn 20, 22
Gn 2, 7
‡ Ciclo C, 1977 ‡
filiación y de familia divina, a darle a los grupos humanos un
sentido de comunidad que va a continuar en el mundo la divina
historia de Cristo. Cristo sigue salvando ahora al mundo por su
Iglesia. La parroquia es su Iglesia, y la parroquia unida con su
obispo es la diócesis, y el obispo unido con el Papa es la gran comunidad internacional católica. De allí, pues, vivimos en este
momento ese hálito de Cristo.
Yo quiero felicitarles, queridos sacerdotes de la vicaría, querido párroco de la parroquia de la Resurrección, queridos colaboradores, comisión parroquial y todas las fuerzas vivas que aquí
trabajan y todos ustedes, amigos que han venido a esta misa del
encuentro de la parroquia con su obispo, los felicito y les agradezco por estar construyendo esta Iglesia, no tanto la material,
sino sobre todo esta comunidad, que sigue haciendo crecer en el
mundo ese soplo de Jesús, ese soplo que le dio la presencia del
Espíritu divino, la presencia de la fuerza redentora. Esta es la
Pascua. La Pascua que la Iglesia continúa viviendo como una
comunidad en la que debe reinar esa transformación que Cristo
nos exhaló con su suspiro profundo de crear la Iglesia. Le transmitía toda su fuerza pascual, o sea, ese tránsito, ese paso de
muerte a vida, con todo lo que esas dos palabras implican.
Muerte, que es pecado, que es mediocridad, que es injusticia, que es desorden, que es atropello de los derechos, que es
desorden en todas las cosas humanas; todo eso tiene que quedar
sepultado en la tumba del Señor y resucitar: pasar de la muerte a
la vida. Vida quiere decir justicia. Vida quiere decir respeto al
hombre. Vida quiere decir santidad, quiere decir todo ese
esfuerzo por ser cada día mejor, porque cada hombre y cada
mujer, cada joven, cada niño, vaya sintiendo que su vida es una
vocación que Dios le ha dado para hacer presente en el mundo
no solo la maravilla de la creación, que es imagen de Dios, sino
la maravilla de la redención, que es elevación de la naturaleza,
elevación de la sociedad, elevación de la amistad. Esa es la Pascua; y una parroquia que lleva el nombre pascual de la Resurrección tiene que vivir intensamente este sentido comunitario
del paso de la muerte a la vida, de la imperfección a lo perfecto,
a la santidad cada vez más elevada.
Porque solo así, queridos hermanos, podemos servirnos de
esta Pascua que Cristo nos regala. Y decían las lecturas de hoy
que se iban agregando a esa comunidad, porque la veían tan atra-
54
‡ Homilías de Monseñor Romero ‡
yente por el amor. Esta es la fuerza de la Iglesia, queridos hermanos, no la violencia, no el odio, no el resentimiento, no la calumnia. Se está calumniando a la Iglesia en estos momentos en
una forma tan burda, y eso no es Iglesia, aun cuando en nombre
de la Iglesia se quiera calumniar a la Iglesia, el absurdo de que la
Iglesia se destruyera a sí misma. La Iglesia ama, la Iglesia redime, haciéndose violencia a sí misma, hasta quedar como Cristo,
tal vez, sacrificado en la cruz pero salvando al mundo con la
fuerza del amor, que es entrega y es una fuerza misionera, atrae
al mundo.
Y ojalá que la comunidad parroquial en la cual estamos en
este momento sea cada vez una antorcha luminosa que atraiga,
que conglutine, que unifique todas las fuerzas maravillosas de la
colonia y de la parroquia; porque tenemos que llegar a eso,
queridos hermanos. No nos contentemos con una sociedad
simplemente humana, con una amistad simplemente de simpatía. Elevémonos al amor que Cristo nos ha inspirado. Por amor
a Dios amar a nuestro hermano, aun aquellos que son más difíciles, con quienes menos podemos comprendernos, perdonar,
comprenderse, esta es la fuerza que hace la comunidad de Cristo
resucitado.
El sentido escatológico de la misión de la Iglesia
Y finalmente, un sentido escatológico, es decir, un más allá de la
historia, un trabajar en el presente por un mundo mejor; pero
sin olvidar, como no lo olvidaban los israelitas cuando celebraban sus pascuas, que las pascuas de la historia son imperfectas,
que entre los aleluyas de la tierra hay muchos dolores y muchas
espinas, que la resurrección que se celebra en la tierra siempre
tiene en el centro la cruz del sufrimiento; pero que, a través de
esas imperfecciones, de esas espinas, de esos dolores, de esos
problemas, se abrían a unos horizontes; los israelitas pensaban
en una Pascua del banquete perfecto, la alegría con Dios, y Cristo mismo decía: ya no comeré con vosotros esta Pascua hasta
que juntos la comamos en el reino del Padre. Peregrinar con Él
para que esta fiesta pascual, que cada año se celebra en la parroquia, sea una invitación a trabajar por hacer este mundo más
humano, más cristiano; pero saber que no está el paraíso aquí en
la tierra, no dejarnos seducir por los redentores que ofrecen
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Mc 14, 25
‡ Ciclo C, 1977 ‡
paraísos en la tierra —no existen—, sino el más allá, con una esperanza muy firme en el corazón: trabajar el presente, sabiendo
que el premio de aquella Pascua será en la medida en que aquí
hayamos hecho más feliz también la tierra, la familia, lo terrenal.
Este es el equilibrio santo a que la Virgen misma nos invita,
y mi documento termina con esta invocación a María: “Nuestro
Divino Salvador no defraudará nuestra esperanza. Pongamos
por intercesora ante Él a la Reina de la Paz, patrona celestial de
nuestro pueblo. Madre del Resucitado, que ella ampare a nuestra
Iglesia, sacramento de la Pascua. Que como María, la Iglesia viva
ese feliz equilibrio de la Pascua de Jesús, que debe marcar el
destino de la verdadera salvación del hombre en Cristo: sentirse
glorificada ya en los cielos como imagen y principio de la vida
futura y, al mismo tiempo, ser aquí, en la tierra, luz del peregrinante pueblo de Dios, como signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor”.
Hermanos, queda, pues, en las manos de la parroquia de la
Resurrección, la entrega de mi pastoral para toda la diócesis; y
les suplico que ustedes que reciben esta primicia sepan asimilarla, no por ser mía, sino por ser la Pascua de Jesús que ha inspirado sus páginas y que es la que tiene que inspirar ese sentido
de parroquia, de conversión, de comunidad, para que seamos de
veras, en nuestra arquidiócesis, esa Iglesia viviente, con la que
soñamos cada vez más.
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