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FACTORES DE ROMANIZACIÓN EN LA BÉTICA.
Pueblos de la Península Ibérica y primeros colonizadores
Los antiguos pobladores de la península componían una variada gama étnica y cultural,
resultado de un proceso de formación milenario.
Los pueblos mediterráneos más antiguos se asientan en el sur y en la costa levantina.
Desarrollan una cultura de tipo urbano debido a la influencia de colonos establecidos en la
zona. Su economía se basa en la agricultura (trigo, vino, aceite), ganadería y pesca (industria
de salazón en el sur); pero, sobre todo, adquieren especial relevancia la metalurgia y la
orfebrería y, a partir de ahí, el comercio.
Los pueblos indoeuropeos de la rama celta, llegan por los pasos del Pirineo al norte
peninsular, extendiéndose posteriormente hacia la Meseta y el oeste. Estos pueblos, más
aislados geográficamente, se caracterizan por su primitivismo. Organizados en tribus, se
dedican a la agricultura y al pastoreo y viven en poblados fortificados.
Los primeros colonizadores se asentaron en el sur (fenicios), en el nordeste (griegos) y en la
costa levantina (cartagineses), hecho que tuvo importantes consecuencias sociales y
económicas para la población indígena: surgen las primeras ciudades propiamente dichas, se
implantan nuevas técnicas de cultivo e industriales, se adopta el uso de la escritura y de un
sistema monetario de pesos y medidas y, en definitiva, se intensifica el comercio en la zona.
La conquista romana de Hispania
La presencia romana en Hispania se debe, en un principio, a la necesidad de contrarrestar las
fuerzas del ejército cartaginés cuyo dominio del Levante y sur peninsulares constituía una
clara amenaza para Roma. Sin embargo, una vez eliminado el peligro tras la victoria en la
Segunda Guerra Púnica, los romanos no quisieron renunciar a las ventajas que les podía
reportar el sometimiento de la península ibérica, fuente casi inagotable de recursos
económicos y militares
La conquista y la penetración posterior de la cultura y de las formas de vida romanas
estuvieron en gran parte condicionadas por la diversidad de la geografía y la población.
La conquista y romanización de las tierras orientales y meridionales fue la más fácil,
debido al superior desarrollo cultural de sus gentes y a una mayor permeabilidad hacia
influencias y contactos exteriores.
Los pueblos guerreros del centro y del oeste, con una economía casi exclusivamente
agrícola y ganadera, recibieron con hostilidad la presencia de las fuerzas romanas de
ocupación y sólo tras largas guerras terminaron por someterse a Roma.
Los pueblos del norte, los más pobres y alejados de influencias exteriores, sólo fueron un
objetivo para Roma a principios de la época imperial, cuando empezaron a constituir una
molestia para la seguridad de las fronteras del imperio.
El dominio cartaginés y el Tratado del Ebro
Como consecuencia de la Primera Guerra Púnica, Cartago pierde sus dominios de Sicilia,
Córcega y Cerdeña. Con Amílcar Barca y su yerno Asdrúbal al frente del ejército, encuentra
en Hispania nuevos rumbos que le permitan salir de la crisis política y económica.
Pero la extensión creciente del ámbito de influencia cartaginesa en la península comienza a
suscitar recelo en roma. Por ello, en el 226 a.C., el gobierno romano marca un límite
territorial a las aspiraciones púnicas mediante el Tratado del Ebro: Cartago no podrá extender
sus conquistas al norte del río.
Sin embargo, la situación empieza a complicarse cuando Aníbal, proclamado jefe del ejército
cartaginés, pone cerco a la ciudad ibérica de Sagunto (219 a. C.), que había entrado en
relaciones con roma. Tras ocho meses de Asedio, la ciudad fue destruida sin que llegara la
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ayuda solicitada a Roma.
Demasiado tarde ya para Sagunto, el Senado romano declara la guerra a Cartago e intenta
atraerse a su bando a los pueblos íberos. Pero éstos, temerosos del poder militar de Aníbal y
recelosos hacia Roma por el desamparo en que había dejado a Sagunto, deciden apoyar al
ejército cartaginés.
Seguro de su poder en territorio hispano, Aníbal cruza los Pirineos. Alarmado, el Senado
envía a Publio Cornelio Escipión y a su hermano Cneo a Hispania para neutralizar al ejército
cartaginés de reserva. En el 218 a.C. las legiones romanas desembarcan en Ampurias
Hispania, escenario de la Segunda Guerra Púnica
Tras establecer su base de operaciones en Tarraco, Cneo Cornelio Escipión somete la zona
costera desde los Pirineos hasta el Ebro y, posteriormente, las legiones romanas llegan al
Guadalquivir: la única razón de su presencia, aseguraban los Escipiones a los habitantes de
Hispania, era expulsar a los cartagineses y liberar los territorios sometidos. De esta forma la
población indígena comenzó a rebelarse contra Cartago. Pero la reacción de los cartagineses
no se hizo esperar: lograron arrinconar y vencer por separado a Publio y Cneo, que cayeron
en el campo de batalla.
Ante el peligro inminente, es enviado a Hispania el joven Publio Cornelio Escipión ( hijo de
Publio) quien, sin dudarlo, decide atacar la principal base púnica, Carthago Nova, privando a
los cartagineses del puerto mejor comunicado con África y de las minas de plata de la cercana
Castulo (Linares), necesarias para financiar la guerra. Las ciudades vecinas, ante la previsible
caída del dominio cartaginés, se someten al poder de Roma. Primero en Baecula (Bailén) y
después en Ilipa (Alcalá del Río) el ejército cartaginés es derrotado. La entrega de Gades
señala el fin de su presencia en la península.
La estrategia romana da un giro radical
Roma preparaba una invasión de la costa africana (batalla de Zama, 202) y la permanencia en
Hispania era vital para sus planes, no sólo por el valor estratégico de la península sino
también por la necesidad de explotar sus valiosos recursos con vistas a la financiación de la
guerra.
Los indígenas comienzan a sospechar, no sin motivos, que se encuentran, pura y
simplemente, ante un cambio de amo y Roma vuelve entonces las armas contra sus antiguos
aliados: el ejército de liberación se ha convertido en un auténtico ejército de ocupación.
Una vez sometido el territorio, el Senado romano procede a su provincialización (197 a.C.)
nombrando a dos pretores encargados del gobierno de cada provincia (Hispania Citerior e
Hispania Ulterior) y obligando a la población al pago de tributo.
Durante algunos años reina una paz efímera, pues las ansias de rebelión seguían latentes: en el
154 a.C. estallan las revueltas de lusitanos y celtiberos. El Senado, convencido de que sólo
con el aniquilamiento de las tribus rebeldes se lograría la pacificación de las provincias,
decidió iniciar una guerra que resultó más dura de lo que cabría esperar: la lejanía de Italia,
las extremas condiciones atmosféricas y, sobre todo, la feroz resistencia del enemigo fueron
factores determinantes.
Hispania Ulterior: la guerra de los lusitanos
La pobreza de sus tierras obligaba a los lusitanos a realizar actos de bandidaje por el rico valle
del Baetis. Si bien en un principio Roma no concedió demasiada importancia a estos pillajes,
acabó considerándolos como ataques a sus aliados y, por tanto, motivo de guerra.
En el 147 a.C., los lusitanos invaden la Turdetania con Viriato a la cabeza. Tras varias
expediciones victoriosas, el desgaste producido por las continuas campañas bélicas comienza
a hacer mella en su ejército. Consciente de su inferioridad ante las legiones romanas, Viriato
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emprende negociaciones con el entonces gobernador de la Ulterior, Q. Servilio Cepión, quien
consigue sobornar a tres miembros del consejo del caudillo lusitano. Víctima de la
conspiración, Viriato es asesinado y los lusitanos se declaran, finalmente, súbditos de Roma.
Una vez en posesión de la Lusitania, las armas romanas penetraron en el noroeste alcanzando
el valle del Miño.
Hispania Citerior: las guerras celtíberas
En el 143 a. C. se sublevan las tribus celtíberas. La ciudad de Numancia, bastión de la
resistencia, llevaba ya cuatro imbatida. El Senado romano decidió poner fin a tan prolongada
situación y envió a Publio Cornelio Escipión Emiliano, que se había hecho famoso como
autor de la destrucción de Cartago.
Durante el invierno, Escipión entrenó duramente al ejército acampado cerca de Tarraco. Al
llegar el verano, se trasladó a la Celtiberia, saqueando las mieses recién cosechadas y
privando así a los numantinos de sus recursos de aprovisionamiento. Escipión se dispuso a
sitiar la ciudad y rendirla por hambre: la rodeó de un foso y una valla de unos 9 km. De
perímetro y organizó una severa vigilancia día y noche. Numancia resistió quince largos
meses al cabo de los cuales tuvo que aceptar la rendición. Las fronteras romanas quedaron
fijadas en la línea del Duero.
Hispania, escenario de las guerras civiles
En el siglo I a. C. se abre un periodo de grave crisis política marcado por las guerras civiles.
Hispania es uno de los escenarios en los que se desarrollan estas guerras.
En el año 83, Q. Sertorio, miembro del “partido popular”, es nombrado gobernador de la
Hispania Citerior. Poco después, al aristócrata Sila, tras vencer a su enemigo Mario, establece
la dictadura en Roma mediante un golpe de Estado.
Sertorio decide atrincherarse en Hispania para luchar contra el dictador y crear un estado
independiente de Roma; con este fin organiza un ejército y constituye un Senado con
exiliados romanos.
El Senado romano se alerta ante tal situación; el plan de Sertorio no puede, bajo ningún
concepto prosperar. Por ello dos ejércitos, el de Cneo Pompeyo desde la Hispania Citerior y
el de Q. Cecilio Metelo desde la Ulterior, emprenden una acción conjunta que permite ganar
terreno en la Celtiberia y en Lusitania. Ante las dificultades y la fortuna adversa, Sertorio se
vuelve cruel y es asesinado víctima de una conjura.
Desde entonces, la resistencia indígena va a ser escasa. Pero Hispania sufrirá de nuevo las
consecuencias de las luchas políticas romanas, esta vez entre Pompeyo y César.
El 61 a.C. Julio César es nombrado pretor de la Hispania Ulterior. Tras una serie de brillantes
campañas contra los lusitanos, consigue adentrarse en territorio galaico y alcanzar Brigantium
(La Coruña). Elegido cónsul en el 60 a. C. pacta un compromiso político con Craso, uno de
los hombres más ricos de Roma, y con Pompeyo. Marcha después a la Galia como
gobernador; a Pompeyo le corresponde el gobierno de Hispania.
Pero la alianza entre César y Pompeyo se rompe, iniciándose así una nueva guerra civil (4945 a.C.). César emprende la marcha desde las Galias para enfrentarse a las legiones
pompeyanas en Hispania: en Ilerda (Lérida), cerca al ejército enemigo obligándolo a
capitular. Esta victoria le dio el dominio de la Citerior. El último foco de resistencia en la
Ulterior fue aniquilado en la batalla de Munda (Montilla).
El final de la conquista: las guerras cántabro-astures
Los graves problemas políticos vividos en Roma a lo largo del s. I a. C. impedían mantener
un ejército de ocupación en la zona. Sin embargo, con el nuevo régimen imperial, su fundador
Octavio Augusto pretendía instaurar la paz mediante un sólido sistema de defensa. Para ello
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era preciso someter los territorios hostiles o simplemente independientes, y la cornisa
cantábrica era uno de estos territorios.
El general Agripa consiguió vencer la resistencia de cántabros y astures y asegurar la paz (19
a.C.). El ejército de ocupación quedó instalado y se dio comienzo a la organización del
territorio y a la explotación de sus riquezas.
Y así, después de dos siglos (del 218 al 19 a.C.) de continuos enfrentamientos, toda Hispania
quedó sometida al poder de Roma y, como provincia ya pacificada, se integró en el mundo
romano participando de su destino hasta el fin de la Antigüedad.
La romanización
Roma no era, en efecto, un pueblo de soldados en busca de botín. Si bien en un principio
imponía su dominio por la fuerza de las armas, su papel no terminaba con la mera conquista,
sino que iba mucho más allá. Los romanos, se mostraron siempre muy hábiles a la hora de
persuadir a los pueblos sometidos para que hicieran suyas las costumbres típicamente
romanas. Los principales factores que determinaron la asimilación, por parte de la población
indígena, de los modos de vida romanos fueron: el ejército, la organización políticoadministrativa, la red de comunicaciones y el proceso de urbanización.
El ejército
Obviamente, el primer contacto de la población indígena con el mundo romano tenía lugar a
través de los ejércitos de ocupación. Una vez sometido un territorio, quedaba establecida en él
una guarnición con el objeto de vigilar y supervisar el espacio recién conquistado. Pero,
cuando dicho territorio se encontraba ya organizado política y administrativamente, estos
ejércitos permanentes perdían su primordial función militar; entonces podían dar lugar a
núcleos de población integrados por los soldados licenciados (que recibían casa y tierras para
establecerse como colonos con sus familias) y, por supuesto, también por toda clase de
personas necesarias para el desarrollo de la infraestructura urbana.
Pero este ejército no estaba constituido solamente por los legionarios romanos. Cuando un
territorio era conquistado, su población quedaba obligada al alistamiento en las tropas
auxiliares, de modo que acababa formando parte de un ejército al cual antes había combatido.
La organización político administrativa
Era preciso dotar a los territorios recién conquistados de una infraestructura que posibilitase
un gobierno eficaz y una óptima explotación de los recursos al tiempo que facilitase la
romanización de sus pobladores. El método utilizado fue la división en provincias, división
que fue modificándose conforme avanzaba la conquista o bien por necesidades burocráticas.
Cada provincia era gobernada por un pretor que disponía de una legión y un número variable
de tropas auxiliares. El quaestor se encargaba de la administración económica y los oficiales
(legati y tribuni militares), de la dirección del ejército. Acompañaban al gobernador un grupo
de subalternos y un consejo de civiles (cohors amicorum).
El gobernador tenía poder absoluto, pues no estaba mediatizado por un colega del mismo
rango ni por un tribuno de la plebe que interpusiera su veto. Los provinciales poco podían
hacer ante los frecuentes abusos de los gobernadores, salvo apelar al tribunal permanente
creado en Roma para frenar estos abusos de autoridad.
El proceso de urbanización
La ciudad era, para los romanos, el principal vehículo de transmisión de sus formas de vida,
sistema de administración, lengua , creencias religiosas, etc.. En efecto, la fundación de
ciudades nuevas y la reorganización de las ya existentes tuvieron especial incidencia en el
proceso de transformación que experimentó la Hispania romana.
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En el sur y este de la península, con una larga tradición urbana, las ciudades ya existentes
fueron reorganizadas al estilo romano. En el interior y en el norte, donde los habitantes se
hallaban dispersos e tribus, se tendió a trasladar a estas gentes a centros urbanos creados para
ejercer un mejor y más eficaz control sobre la población.
Junto a las ciudades indígenas pronto se fundaron ciudades romanas o colonias (
poblaciones de nueva creación habitadas por ciudadanos romanos o itálicos cuya
constitución política imitaba la de Roma). La colonización se estableció preferentemente en
las zonas ya pacificadas y más ricas: el valle del Guadalquivir y el valle del Ebro.
Algunas ciudades indígenas, las más romanizadas, adoptaron el régimen políticoadministrativo romano, convirtiéndose en municipios. Estaban sujetas al pago de un tributo
(munus) y obligadas a prestar ayuda militar.
La municipalización implicaba la concesión del derecho de ciudadanía romana sólo a aquellos
que hubieran ejercido una magistratura municipal ( de esta forma se conseguía atraer a las
aristocracias locales al sistema romano); en algunos casos, se concedía a todos los habitantes
por los servicios prestados al Estado romano.
Las ciudades provinciales con derecho privilegiado (colonias y municipios) funcionaban
como entes administrativos autónomos, con sus propias leyes e instituciones políticas: el
equivalente al Senado era una asamblea de cien miembros, ordo decurionum, en la que
quedaban integrados los magistrados anuales(los duumviri, que representaban la máxima
autoridad, dos ediles y dos cuestores). Aunque todos los ciudadanos eran elegibles, sólo una
minoría selecta y acomodada podía aceptar estos puestos dirigentes.
La red de comunicaciones
Todo este esfuerzo por organizar los territorios conquistados tomando como unidad
administrativa la civitas hubiera resultado inútil si los romanos no se hubieran preocupado de
construir una red viaria que permitiera la comunicación entre las ciudades. Si bien en un
principio la construcción de las calzadas respondía exclusivamente a fines bélicos (penetrar
en territorio enemigo y controlar el ya conquistado), pronto se hizo necesario ampliar la red
viaria para facilitar la administración del territorio y asegurar el transporte de las materias
primas procedentes de los grandes centros mineros y agrícolas hasta la costa.
Asimismo era preciso mantener la comunicación con Italia y, por ello, se emprendió la
adecuación de los puertos marítimos y la construcción de faros en los lugares más peligrosos
para la navegación.
Gracias a esta red de comunicaciones pudo desarrollarse una intensa actividad comercial.
Siguiendo el trazado de las calzadas romanas, los más variados productos (aceite de la Bética,
lana y caballos de Celtiberia, oro de las minas del Bierzo, plata de Castulo, salazones de
Gades…) llegaban a la costa y, una vez embarcados en las pesadas naves de carga, ponían
rumbo a Italia. De regreso a Hispania, esas mismas naves transportaban mercancías más
refinadas (obras de arte, cerámica, joyas, vinos, perfumes …)que, sin duda, hacían las delicias
no sólo de los colonos sino también de los hispanos deseosos de vivir al más puro estilo
romano.
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