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SEMILLAS DE ECONOMÍA ALTERNATIVA
¿CONSTRUYENDO OTRO MUNDO?*
José Ángel Moreno
Economistas sin Fronteras
Resumen
Abstract
En los países desarrollados se da un fenómeno protagonizado por sectores minoritarios, pero muy dinámicos, de la
sociedad civil: un fenómeno expansivo, pero quizás no suficientemente percibido todavía por la corriente principal del
análisis socioeconómico académico. Una realidad que crece
revelando cada mañana nuevos brotes, condensando paulatinamente gramos de masa crítica transformadora, con la
esperanza de contribuir por la vía de la actividad económica
práctica a la construcción de un nuevo mundo. Se trata de
una serie multiforme de actividades, iniciativas, entidades
que quieren hacer de la actividad económica una vía de ayuda para la transformación social. Hablamos, por tanto, de
prácticas pequeñas, probablemente marginales, pero de una
ambición desbordante. Un conjunto fuertemente heterogéneo del que solo se intentará apuntar algunas modalidades,
sin otro objetivo que la descripción.
In developed countries, a phenomenon is occurring led by minority but very dynamic sectors of civil society. It is an expanding phenomenon, but it is perhaps not yet sufficiently perceived
by the mainstream of academic socioeconomic analysis. It is a
growing situation, revealing new shoots every day and gradually condensing grams of transforming critical mass, with the
hope of contributing to building a new world through practical
economic activity. It is a multiform series of activities, initiatives and organisations intended to make economic activity a
way of assisting social transformation. We are therefore talking
about small and probably marginal practices but overwhelming
ambition. It is a strongly heterogeneous group for which I will
merely attempt to note some forms by way of simple description.
1. Introducción
Sirva como comienzo de estas páginas la advertencia de su carácter puramente descriptivo. Pretenden solo dar cuenta –y a trazos muy gruesos– de un fenómeno protagonizado por
sectores minoritarios, pero muy dinámicos, de la sociedad civil en los países relativamente
desarrollados1: un fenómeno expansivo, pero quizás no suficientemente percibido todavía por
la corriente principal del análisis socio económico académico. Una realidad que crece –al decir
del clásico– como la hierba en la noche: revelando cada mañana nuevos brotes, condensando
paulatinamente gramos de masa crítica transformadora, con la esperanza –quizás vana– de
contribuir por la vía de la actividad económica práctica a la construcción de un nuevo mundo.
Con la seguridad de que se trata de un camino lento, difícil y rutinariamente prosaico, lejos
de la seducción de atajos deslumbrantes, pero presidido por esa vieja utopía de preservar y
mejorar la vida, acrecentar la libertad, fortalecer la igualdad, impulsar la fraternidad…
Agradezco las sugerencias y opiniones de Lucía Rodríguez y Elena Novillo (técnicas de Economistas sin Fronteras), Carmen Valor (profesora de la Universidad
Pontificia de Comillas y socia de Economistas sin Fronteras) y Marcos de Castro (presidente de la Zona Centro de FIARE).
*
Por lo que no se tomarán en consideración iniciativas específicas de los países pobres o emergentes, aunque en algunos casos (sobre todo en América Latina),
muchas de las prácticas aquí referidas tienen una fuerte implantación.
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La responsabilidad ética de la sociedad civil
Se trata de una serie multiforme de actividades, iniciativas, entidades que –además de
contribuir a resolver problemas sociales muy tangibles– quieren hacer de la actividad económica
una vía de ayuda para la transformación social. Hablamos, por tanto, de prácticas pequeñas,
probablemente marginales, pero de una ambición desbordante. Un conjunto fuertemente
heterogéneo del que solo se intentará apuntar algunas modalidades, sin otro objetivo que la
descripción: como un rudimentario ensayo taxonómico de un entomólogo admirado por el
fragor entusiasta de un enjambre aparentemente tranquilo y uniforme en la distancia, pero
hiperactivo y lleno de variedad cuando se observa de cerca; movido por un extraño frenesí que
le hace especialmente atractivo a los ojos de quien se siente fascinado por la vida.
2. Sociedad civil y prácticas económicas alternativas
La involucración de la sociedad civil en actividades económicas situadas al margen de la
economía y de las empresas convencionales2 no es, desde luego, un fenómeno nuevo. Pueden
encontrarse sus orígenes más directos en las múltiples iniciativas cooperativas y mutualistas surgidas
a comienzos del siglo XIX en Europa y Estados Unidos, casi siempre de la mano del movimiento
obrero y con un carácter esencialmente defensivo frente al capital, pero también en muchos casos
con la voluntad de constituirse en bastiones de un sistema económico alternativo. Actuaciones
que, por encima de innumerables avatares, han ido creciendo, diversificándose y complejizándose
intensamente a lo largo del tiempo, extendiéndose fuera del ámbito obrero tradicional.
Cabe apreciar en esta evolución un punto de inflexión a partir de la década de 1980. Como
consecuencia de la crisis de los 70 y del intenso cambio en las políticas económicas y sociales y
en la práctica empresarial (la llamada «revolución neoliberal») aplicadas generalizadamente desde
finales de esa década, surge en muchas organizaciones y personas comprometidas socialmente
el convencimiento de que es necesario reorientar su trabajo hacia la búsqueda de actuaciones
directamente económicas que posibiliten la atención de las necesidades más urgentes de amplios
sectores de la población en situación de desempleo estructural y de creciente exclusión social.
Algo a lo que se añadieron razones como el desencanto que produce en esos años el descrédito
del sistema de economía de planificación centralizada, la creciente conciencia de las contradicciones ecológicas, sociales, económicas y humanas del sistema económico dominante o la
también creciente evidencia de la pérdida de capacidad de actuación de las administraciones
públicas frente a los condicionamientos de la globalización y frente a la imparable capacidad
de los grandes poderes económicos para colonizar el ámbito de la política y de la democracia
en beneficio de sus intereses.
Son factores que no han hecho sino reforzarse con el estallido de la crisis actual, multiplicadora de los efectos y de las implicaciones políticas de la crisis anterior y que ha actuado
como claro mecanismo reactivador de este tipo de iniciativas, intensificándolas, pero también
radicalizando en muchos casos su perspectiva crítica3.
Las que, sea cual sea su forma jurídica, se caracterizan por la búsqueda de rentabilidad como finalidad prioritaria.
Víd. sobre esto Comín y Gervasoni (2011).
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En este contexto, se viene produciendo a lo largo del período señalado un patente crecimiento de iniciativas económicas de la sociedad civil, a instancias en muchos casos de una
convicción cada día mayor acerca de la necesidad de actuar en ese terreno para mitigar problemas que no encuentran solución ni en la esfera de la economía convencional ni en la de la
simple política. Una auténtica efervescencia que no ha dejado de crecer desde entonces y que
tiene un carácter cada vez más caleidoscópico.
Iniciativas de carácter práctico, pero que nacen al calor de una también creciente reacción
ante el modo de vida y la concepción del bienestar dominantes: modo y concepción en los
que la economía ocupa una posición desequilibradamente hegemónica y que hacen depender
unívocamente el bienestar y el progreso del crecimiento económico y de la producción mercantil. Por eso, en esta reacción ocupa un lugar central la redefinición del carácter, del peso y
de la posición de la dimensión económica en el conjunto de la sociedad y en la forma de vida4.
Así, las iniciativas que aquí se reseñan surgen en el marco de esta reacción general, muy
emparentadas con (y deudoras de) planteamientos teóricos de carácter más amplio que, desde la perspectiva crítica señalada, tratan de apuntar alternativas al modelo socioeconómico
y al estilo de vida dominantes5. Pero lo hacen con una perspectiva decididamente práctica,
buscando alternativas al paradigma civilizatorio a través de nuevos modelos de empresa, de
consumo y de inversión: modelos en los que la actividad económica pasa a desempeñar una
función radicalmente diferente y esencialmente instrumental.
Se trata, desde luego, de prácticas indudablemente minoritarias todavía y aún marginales
frente a la economía convencional, pero de importancia económica (y mucho más social)
en aumento y que de hecho parecen alcanzar ya unas cifras (de facturación, de empleo, de
personas y colectivos involucrados) que, aunque difícilmente precisables, no pueden considerarse despreciables.
De hecho, no lo son ya en muchos casos para las empresas convencionales, que cada
vez más penetran en sus campos de actuación característicos, buscando mejoras de imagen y
nuevos nichos de negocio, al tiempo que distorsionando sustancialmente su filosofía original
y sus efectos sociales. Es necesario, por ello, diferenciar claramente estas incursiones empresariales con las iniciativas aquí consideradas, que tienen tanta menos autonomía (y tanto menos
potencial transformador) cuanto mayor sea la influencia y el grado de control en ellas de las
empresas convencionales.
Desde esta perspectiva, y aunque el universo analizado está conformado por realidades
muy diferentes (entre las que se incluyen actividades que no cuestionan los fundamentos del
sistema imperante), se dedica la atención de estas páginas a aquellas prácticas que, además de
tratar de resolver problemas muy concretos, tienen una ambición más amplia: combatir las
causas sociales de los problemas y fundamentar sus actuaciones en base a principios alternativos
a los que guían la actividad económica «normal». Iniciativas voluntarias de la sociedad civil
Víd. a este respecto Fernández (2014).
Economía del buen vivir, democracia radical, economía ecológica, economía feminista, decrecimiento, soberanía alimentaria, economía del bien común…
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que encaran el orden establecido con una mirada crítica, que se caracterizan por una decidida
voluntad de contribuir en alguna medida a su transformación y que aspiran a ayudar a avanzar
hacia una sociedad más justa, equitativa y sostenible. Iniciativas que desarrollan su actividad
en el campo económico, pero introduciendo en su funcionamiento criterios sociales a los que
subordinan la lógica puramente económica, que, en consecuencia, no priorizan la rentabilidad
como finalidad última (aunque busquen la rentabilidad necesaria para la sostenibilidad) y que
se esfuerzan por actuar en el mercado combatiendo el determinismo económico, el absolutismo del beneficio y la mercantilización creciente de la sociedad y de la vida. Y que lo quieren
hacer desde la convicción de que los cambios efectivos requieren de un trabajo pragmático y
sostenible en la realidad económica, generando adhesiones a través de realizaciones concretas
y eficaces, en las que se resuelven problemas y necesidades esenciales, al tiempo que se comparten vivencias y se generan ilusiones colectivas. Con la ambición de contribuir a construir
una sociedad diferente a través de la generación de relaciones de producción, distribución,
consumo y financiación basadas en la justicia, la reciprocidad y la ayuda mutua: relaciones
caracterizadoras, en definitiva, de una economía al servicio de la persona y de la comunidad.
Prácticas, en esta perspectiva, que comparten un sustrato ideológico común, cimentador
de lo que cabe considerar en cierta medida un movimiento, que viene siendo caracterizado,
entre otras muchas menos generalizadas, por denominaciones como economía alternativa,
economía solidaria o –quizás la más habitual en la actualidad– economía social y solidaria: una
denominación que se acepta crecientemente por los analistas y los actores de estas prácticas
como «idea fuerza aglutinadora»6 de todas las iniciativas de este tipo.
Rasgos esenciales de esta base ideológica compartida son aspectos como los siguientes:
sistemas de decisión y organización democráticos, voluntad de transparencia y de equidad,
empoderamiento de las personas, orientación ética de la actividad, búsqueda de la cooperación
por encima de la competencia, preocupación preferente por las personas más necesitadas, respeto ambiental, focalización en la generación de empleo, atención destacada al entorno local
y vocación de trabajar al servicio del bien común7.
Es una voluntad de identidad y de movimiento compartido que tiene una manifestación
muy clara en las múltiples plataformas, redes o espacios sociales comunes que ya desde hace
años –aunque de forma todavía incipiente y con diferente fortuna– muchas de estas experiencias están tratando de conformar a todos los niveles (sectorial, local, regional, nacional e
internacional)8. Algo en lo que puede radicar en no escasa medida el potencial transformador
de estas iniciativas, inevitablemente dependiente de su facilidad de colaboración con otras
inspiradas por el mismo espíritu, de su capacidad de integración en espacios económicos de
mayor amplitud que puedan compensar los problemas derivados de la escasa dimensión de
La expresión es de Pérez de Mendiguren et al. (2009).
Víd., por ejemplo, la Carta de Principios de la Economía Solidaria de REAS (www.economiasolidaria.org) para aceptar a una entidad en su seno: equidad,
trabajo, cooperación e intercooperación, sostenibilidad ambiental, ausencia de fin de lucro y compromiso con el entorno. Víd. sobre esto Askunze (2007) (http://
www.economiasolidaria.org/files/ecosol_dic_ed.pdf ), Askunze (2013) y del Río et al. (2014).
8
En el caso español, la red más importante es REAS (Red de Redes de Economía Alternativa y Solidaria), que agrupa a muchas de las redes españolas de este
movimiento. En su web (www.economiasolidaria.org) puede encontrarse abundante información sobre redes nacionales e internacionales de este tipo. En REAS
se integran 15 redes territoriales y sectoriales que aglutinan a más de 300 entidades, involucrando a más de 14.000 personas y generando ingresos anuales de
más de 220 millones de euros (Askunze, 2013).
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casi todas ellas y puedan generar así las sinergias adecuadas para fortalecerlas y para posibilitar
su crecimiento, la expansión de la base social que atienden y, en definitiva, el incremento de
su significación económica y social.
3. Cuatro formas de actuación
Debe advertirse, ante todo, que por razones de espacio se centrará la atención en las prácticas económicas desarrolladas por la sociedad civil desde el lado de la oferta, dejándose de lado
algunas modalidades de indudable importancia, pero ya suficientemente conocidas, como las
que constituyen la economía social9 o la actividad económica tradicional de las entidades no
mercantiles (ONG, asociaciones, fundaciones…). Con esta drástica reducción, se limita el
campo de observación a cuatro formas de intervención en la economía que están registrando
una especial expansión a lo largo de las dos últimas décadas: las empresas sociales o solidarias,
la economía colaborativa, las finanzas alternativas y los mercados sociales. Campos con delimitaciones todavía imprecisas, en los que se producen frecuentes solapamientos y sobre cuyo
conocimiento constituye un obstáculo determinante la carencia de cifras integradas.
3.1. Empresas sociales o solidarias
Se trata de un nuevo modelo de empresa que viene consolidándose en algunos países de
Europa y Estados Unidos desde la década de 1990: son las llamadas, entre otras denominaciones,
«empresas sociales» «empresas solidarias» o «empresas de emprendimiento social». Dotadas en
algunos países de figura mercantil específica10, frecuentemente adoptan la forma jurídica de
cooperativas o asociaciones no mercantiles, pero siendo habitual también que tomen la forma
de fundaciones, sociedades limitadas y aún anónimas. En el caso español, algunas modalidades
de este tipo de empresas se solapan con las recogidas dentro de la economía social, como las
empresas de inserción11.
Sea como fuere, en general, son entidades que desarrollan su actividad económica asumiendo el compromiso con principios como la promoción de la igualdad, la creación de empleo
(especialmente para aquellas personas en situación o riesgo de exclusión social), el comercio
justo y responsable, el respeto con el medio ambiente o el compromiso con el entorno, tratando
de fortalecer el capital social, mejorar la cobertura de necesidades básicas insuficientemente
cubiertas y potenciar el desarrollo personal de las personas implicadas y el desarrollo local.
Empresas, en este sentido, presididas ante todo por objetivos sociales y por una visión fuer Categoría de reconocimiento legal en muchos países y que en España (Ley 5/2011 de 29 de marzo) incluye las diferentes modalidades de cooperativismo,
mutualidades, cofradías de pescadores, sociedades laborales, centros especiales de empleo, empresas de inserción social y determinadas asociaciones y fundaciones.
Víd. www.cepes.es.
10
Es el caso de las benefit corporations en Estados Unidos (http://www.benefitcorp.net/), las community interest companies en el Reino Unido, las sociétés coopératives
d’interêt collectif en Francia, las sociétés à finalité sociale en Bélgica o las cooperative sociali en Italia. Víd. sobre esto Defourny y Nyssens (2006).
11
Empresas que tienen como fin la incorporación al mercado laboral de colectivos en situación de desventaja social o exclusión, desarrollando para ello proyectos
personales de inserción mediante una formación dirigida mejorar sus condiciones de empleabilidad. En 2012 existían en España 167 empresas de este tipo, con
una facturación total de casi 63 millones de euros, 2.435 trabajadores en inserción y 2.128 trabajadores asalariados (www.cepes.es).
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temente comprometida con ellos, en las que la orientación al mercado es un instrumento y
en las que la innovación y la habilidad para movilizar capacidades y recursos y para convertir
obstáculos intrínsecos en ventajas competitivas constituyen un requisito imprescindible para
la viabilidad12. Algo para cuyo éxito parece esencial también la cooperación con entidades
semejantes, el trabajo en red y el esfuerzo en la construcción de un ecosistema favorable13.
En conjunto, se trata de un conjunto con límites todavía muy borrosos y con acepciones
sensiblemente diferentes según las distintas corrientes de análisis14. En Europa predomina la
aproximación de EMES15, que las define como empresas creadas por un colectivo de personas
con la finalidad prioritaria de generar beneficio para la sociedad16 y en las que el interés económico de los inversores (y la distribución de beneficios) está sujeto a determinados límites.
Una modalidad de empresa, por tanto, en la que la misión consiste ante todo, más que en
la consecución de beneficios, en la satisfacción de necesidades sociales sustanciales y que no
supedita los objetivos sociales y/o ambientales a los económicos, si bien no desprecie estos
últimos, que constituyen la garantía de su sostenibilidad. Pero rechaza la maximización del
beneficio (en muchos casos, con renuncia explícita al carácter lucrativo), dedicando la mayor
parte posible de los excedentes a la consolidación de la propia empresa, a nuevos proyectos o
incluso a causas u organizaciones externas de interés social. De otro lado, y aunque no es una
condición general, suelen ser empresas en las que el poder de decisión no reside totalmente en
los propietarios del capital, sino que se comparte en alguna medida con las partes interesadas
más significativas (comunidad, trabajadores, clientes…).
3.2. Economía colaborativa
Es este un fenómeno muy reciente y todavía insuficientemente delimitado, que está
experimentando un intenso crecimiento y que se materializa en buena medida fuera de los
circuitos mercantiles convencionales: se trata de lo que se viene llamando economía colaborativa o economía en/de colaboración, economía de acceso, consumo colaborativo o consumo
conectado, entre otras denominaciones17.
En esencia, consiste en un tipo de intercambio directo (y frecuentemente no monetario) entre pares o iguales (productor y consumidor o propietarios/productores de productos
o servicios que se desean intercambiar) orientado más a la utilización y a la colaboración (a
compartir usos) que a la propiedad y que teóricamente permite a los participantes –además de
establecer relaciones sociales– conseguir ingresos y acceder a bienes y servicios, aunque no se
tenga disponibilidad económica para ello o a precios inferiores a los del mercado convencional.
Víd. sobre esto Chliova et al. (2012).
Vernis e Iglesias (2010).
14
Sobre las diferencias en los enfoques dominantes en EEUU y en Europa, puede verse Economistas sin Fronteras (2013b) y Kerlin (2006).
15
EMES es una red europea de investigación sobre economía social y solidaria. Puede verse información en www.emes.net
16
Lo que constituye una diferencia básica con la economía social.
17
Sobre su importancia, no es posible contar con datos mínimamente objetivos, pero hay bastantes estimaciones que permiten intuirla: la revista Forbes estimaba
que a finales de 2013 alcanzaba en EEUU una cifra de 3,5 billones (americanos) de dólares, con un crecimiento en ese año del 25 %. Cañigueral (2012) cita
otra estimación que cifra el volumen global en 2012 en 4,9 billones (americanos) de dólares, además de diferentes datos de iniciativas puntuales en España.
Datos de interés sobre España se pueden encontrar también en http://www.slideshare.net/acanyi/pay-as-you-live-estudio-avancar-enero-2014.
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Nada nuevo en sí mismo: algo tan viejo como el comercio en especie y la ayuda mutua, pero
que se ha visto radicalmente transformado y potenciado por Internet, que permite relaciones
de intercambio entre personas que no se conocen y que pueden vivir muy alejadas entre sí,
pero que también facilita la consolidación de prácticas de intercambio de proximidad, espacios
comunitarios de intercambio que fortalecen las relaciones de vecindad y los lazos sociales. En
este sentido, la nueva economía colaborativa se desarrolla en buena medida con la ayuda de
plataformas digitales, a través de las que se lanzan convocatorias abiertas para la realización de
tareas, la consecución de financiación o el intercambio de bienes y servicios.
Sin duda, la crisis (con sus efectos de desempleo y empeoramiento de condiciones económicas) parece haber sido un factor claro de impulso de este tipo de iniciativas. Pero laten
también tras muchas de ellas razones no solo económicas: cuestionamiento de los valores materialistas, desconfianza de la mitología del crecimiento, desencanto frente al Estado provisor,
preocupación por la sostenibilidad ambiental y por el desarrollo personal, necesidad de sentido
y de pertenencia a una comunidad, voluntad de defensa y de desarrollo del entorno local…
Todas esas razones que –como recuerda Lucía del Moral-reflejan rupturas fundamentales con
el orden establecido, que están en la base de la crisis sistémica de nuestro tiempo y que son las
que prestan toda su significación social a estas prácticas18.
Como es normal en un campo emergente y tan poliédrico, se han planteado diferentes
intentos clasificatorios. Para Juliet Schor19, hay cuatro grandes modalidades de consumo colaborativo: intercambio de bienes o servicios (donde cabe encuadrar la modalidad de los bancos
de tiempo20), recirculación (de bienes ya usados), optimización de activos21 y consecución de
recursos prescindiendo de intermediarios (por ejemplo, recursos financieros22, recursos de
cuidado o recursos formativos –los denominados sistemas de «conocimiento abierto»–).
También en todo este panorama coexisten prácticas económicas de muy diferente carácter: desde las que tienen únicamente una finalidad económica, de abaratamiento, incluso en
ocasiones con fin de lucro explícito (y a veces impulsadas por –o convertidas en– empresas
convencionales en busca de nuevos nichos de mercado)23, hasta las presididas por objetivos de
construir tejido cívico, regidas por valores solidarios, cooperativos, democráticos y respetuosos
del medio ambiente: prácticas que aspiran a consolidar pautas de intercambio y producción
no mercantilizadas, dirigidas al empoderamiento y al desarrollo de personas y comunidades.
Del Moral (2014).
Schor (2014). Cañigueral (2014) plantea una clasificación diferente y no ceñida solo al campo del consumo: consumo colaborativo, producción contributiva,
finanzas participativas y conocimiento abierto.
20
Espacios sociales (no necesariamente físicos) y sin fin de lucro en los que los miembros «intercambian servicios que se valoran de forma igualitaria (una hora
por una hora), independientemente del tipo de servicio prestado» (Schor, 2014). En esta perspectiva, son esencialmente sistemas de intercambio de productos,
servicios, habilidades y conocimiento por tiempo, en los que el tiempo de cada participante se valora igual. Para facilitar los intercambios, muchos bancos de
tiempo han desarrollado monedas sociales: unidades de cambio inicialmente válidas exclusivamente para el banco de tiempo en cuestión, pero que se pueden
compartir con otros bancos y con otras redes de intercambio. Muy próximos a esta figura son los denominados LETS (Local Exchange Trading Systems), que
para algunos autores engloban también a los bancos de tiempo: sistemas de trueque que utilizan monedas sociales no necesariamente basadas en el tiempo de
trabajo y que construyen gracias a ellas mecanismos de crédito mutuo (Gisbert, 2014). Sobre el concepto de las monedas sociales puede verse Oliver (2014),
así como las webs http://www.vivirsinempleo.org y http://www.consumocolaborativo.com, muy útiles también sobre todo lo aquí señalado.
21
Sistemas para compartir el uso de activos (coches, espacios físicos, herramientas, electrodomésticos…). Una variante es el coworking: compartir espacio (o
utensilios) de trabajo.
22
Entre los que destaca el cada vez más extendido sistema de crowdfunding.
23
Por ejemplo, las numerosas empresas convencionales (algunas de volumen muy importante) que trabajan en el ámbito del consumo de segunda mano, en el
intercambio de activos e incluso en el crowdfunding. Víd. al respecto Blázquez (2014) y Martín (2014a y b).
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La responsabilidad ética de la sociedad civil
No parece probable que las primeras, por ingeniosas que resulten, puedan abrir camino
hacia alternativas al paradigma económico dominante, pero sí las segundas, que pueden conducir hacia la expansión de una economía que opera sin dinero y al margen de los circuitos
oficiales, con peligros indudables (ocultación fiscal, barreras relacionales, informáticas y culturales, adecuada remuneración del trabajo, problemas de gestión y de gobierno –sobre todo
cuando aumenta la escala–, reducción del potencial productivo y de generación de empleo…)24,
pero también con un potencial transformador que, aunque difícilmente predecible, puede no
ser en absoluto despreciable. El potencial que deriva del fomento de una economía orientada
no solo por criterios económicos, consciente de la importancia de los contenidos relacionales
y afectivos que pueden subyacer a los intercambios, gestionada de forma muy participativa,
basada en la reciprocidad, en la solidaridad, en la cooperación y en la paridad (es decir, en el
valor prioritario de las personas), defensora de la sobriedad, de la cercanía y del entorno local,
generadora de cohesión social y de sentido de comunidad y que quiere contribuir, más que a
objetivos económicos, a construir nuevas formas de organización social y vital.
3.3. Finanzas alternativas
También en el ámbito financiero se viene registrando una verdadera explosión de iniciativas
alineadas con la tónica general que se está describiendo. Iniciativas que tratan de recuperar
el sentido social de la actividad financiera y del propio dinero, para ponerlos al servicio de la
sociedad a través del apoyo a proyectos de especial utilidad social (y ambiental) y del emprendimiento de personas desfavorecidas normalmente excluidas del sector financiero convencional.
Introduciendo, por ello, criterios éticos, sociales y ambientales en su filosofía. Algo, por otra
parte, esencial para posibilitar el éxito de las restantes iniciativas aquí comentadasLas formas
de actuación que vienen desarrollándose son muy variadas. Obligado es señalar que también
aquí conviven experiencias de muy diferente carácter: desde las claramente lucrativas o las de
carácter filantrópico y reputacional impulsadas por entidades financieras tradicionales hasta las
presididas por objetivos sociales y por una voluntad decidida de fomentar prácticas económicas
alternativas renunciando al beneficio (o a su prioridad)25.
a) Entidades de inversión social
Se incluyen en esta categoría múltiples iniciativas de inversión colectiva o grupal
en proyectos sociales, habitualmente con la denominación de «fondos sociales» o
«fondos de capital riesgo social», en general de desarrollo muy reciente y, por tanto,
en fase todavía de consolidación y con carencias regulatorias acusadas. Normalmente,
adquieren la forma de fondos de capital riesgo26, y si no es así (pueden ser fondos de
Víd. al respecto Valor (2014).
No se incluyen en esta reseña las cajas rurales y restantes cooperativas de crédito tradicionales ni las entidades microfinancieras. Las primeras, de considerable
importancia en muchos países, porque forman parte del conjunto de la «economía social» y porque por su propio crecimiento (y los procesos de integración en
que están inmersas en muchos países) están experimentando en muchos casos un progresivo alejamiento de su misión inicial y un paulatino alineamiento con
el sector financiero convencional. En cuanto a las muy relevantes entidades microfinancieras (y pese a su creciente extensión a países desarrollados), constituyen
un fenómeno prioritariamente centrado en los países pobres y menos desarrollados, por lo que caen fuera del foco de atención de este trabajo. Tampoco se hace
referencia al ya mencionado crowdfunding.
26
En esencia, fondos que invierten en empresas no cotizadas o en proyectos económicos de entidades no empresariales.
24
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inversión, empresas mercantiles, empresas sociales, fundaciones o asociaciones), suelen
actuar de forma similar, complementando frecuentemente la financiación (normalmente, inversión en capital o en deuda, pero también préstamos y donaciones) con
asesoramiento y, en ocasiones, apoyo en la gestión. Aunque mayoritariamente buscan
algún tipo de rentabilidad económica, no priorizan totalmente a ella sus decisiones
e incluso en ocasiones la rechazan por principio: es el caso de los llamados «fondos
filantrópicos» y, en general, la denominada «inversión de impacto», modalidades
ambas que priorizan el rendimiento social, reinvirtiendo los posibles excedentes o
dedicándolos a otros proyectos, causas o entidades de interés social27.
En la escena financiera mundial hay muchos fondos de este tipo28 (aunque es
difícil comprobar la medida en que invierten realmente en economía social y solidaria y no en proyectos convencionales), e incluso varias redes internacionales para
facilitar la colaboración29. En España (y al margen de las iniciativas desarrolladas por
entidades financieras tradicionales, en muchos casos con criterios de acción social),
merecen destacarse los casos del Fondo Social CREAS30, del Fondo Capital Riesgo
ISIS España31 y del proyecto de Fondo de Inversión ISR de empresas de economía
social de CEPES Andalucía32.
b) Entidades financieras éticas
Ante la dificultad de muchos colectivos (y particularmente entidades y proyectos
alineados con la economía social y solidaria) para acceder en condiciones razonables a
la financiación bancaria, y en el contexto también del creciente rechazo que en muchos
sectores esta última viene despertando, han ido surgiendo desde en las últimas décadas
numerosas iniciativas ciudadanas que quieren desarrollar la actividad financiera con
un carácter integralmente ético y primando los criterios sociales y ambientales sobre
el rendimiento económico de los proyectos financiados.
Las más relevantes son las que asumen plenamente la condición de bancos, pero
también deben mencionarse todas aquellas que no han pretendido o podido alcanzar
ese carácter, limitándose a la función de entidades suministradoras de financiación
(sin poder captar ahorro de los clientes). En este último caso, y al margen de las entidades microfinancieras no bancarias, se trata, en general, de entidades de dimensión
muy modesta, que toman la forma jurídica de asociaciones, fundaciones, sociedades
limitadas, mutuas o cooperativas y que captan sus (reducidos) recursos a través de
donaciones privadas, subvenciones públicas o aportaciones de socios y simpatizantes.
Tienen una voluntad explícita de contribuir a la construcción de una economía más
Sobre los fondos filantrópicos, víd. Economistas sin Fronteras (2013b). Sobre la inversión de impacto, que en gran parte se solapa con la categoría anterior,
víd. Ruiz y Martín (2012).
28
Se estima que a finales de 2013 existían en el mundo alrededor de 100 fondos de este tipo. Víd Economistas sin Fronteras (2013b).
29
Pueden encontrase referencias en Economistas sin Fronteras (2011a).
30
http://www.creas.org.es/creas-fondo-social/creas_fondo-social/.
31
http://www.fundacionisis.es/index.htm.
32
Para este proyecto y para los fondos anteriormente citados, víd. Economistas sin Fronteras (2011a).
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justa, sostenible y solidaria y focalizan su actuación en la financiación de organizaciones y proyectos normalmente excluidos de la financiación bancaria, procurando la
máxima transparencia en sus operaciones. Algunas de las entidades más significativas
de este tipo en el caso español son el proyecto FIARE (Fundación para la Inversión y
el Ahorro Responsables, nacida en 2001, pero desde 2005 convertida en cooperativa),
la cooperativa Coop57, FETS (Finanzas Éticas y Solidarias), Oikocredit España (delegación española de una importante cooperativa internacional de origen holandés),
Rufas (Red de Útiles Financieros y Alternativos Solidarios), GAP (Grupo de Apoyo
a Proyectos, integrado en Rufas), Enclau, las CAF (Comunidades Autofinanciadas)
o la red de finanzas alternativas que impulsa REAS33.
Pero, ciertamente, las entidades más relevantes de esta categoría son las que, en
términos rigurosos, constituyen la «banca ética»: entidades con orígenes diversos,
que comparten los principios indicados anteriormente y que asumen normalmente
la forma de sociedades limitadas, cooperativas o fundaciones, pero que disponen de
licencia bancaria oficial (con condiciones diferentes en cada país) y que, en consecuencia, pueden desarrollar toda la operativa bancaria (aunque voluntariamente rechacen
realizar muchas operaciones habituales en la banca normal).
Son entidades que, desde el convencimiento de la importancia del papel del sector financiero en la construcción de una sociedad más justa y sostenible, pretenden
impulsar la transformación social a través de un modelo de banca económicamente
viable, pero guiada por valores éticos que no pueden subordinarse a la rentabilidad.
Una banca, además, muy vinculada casi siempre a organizaciones sociales y cuyo
desarrollo depende decisivamente de la existencia de una masa crítica de ahorradores
responsables que quiera canalizar a través de ella sus ahorros.
Como en casi todas las prácticas examinadas en estas páginas, no hay un consenso absoluto en torno a la acepción de banca ética: en los países pobres y en vías de desarrollo se utiliza
para aquellos bancos especializados en luchar contra la pobreza y la exclusión financiera, cuya
modalidad dominante son las entidades bancarias microfinancieras (que en ciertas condiciones pueden considerarse un tipo de bancos éticos especializados), en tanto que en los países
desarrollados, suele utilizarse la acepción con un sentido más exigente para bancos generalistas
(aunque también existen bancos especializados en determinados campos o colectivos).
Desde esta perspectiva, se considera que la banca ética debe cumplir con los siguientes
principios de funcionamiento:
• Ausencia de ánimo de beneficio o fuertes restricciones al reparto de beneficios y reinversión total o muy mayoritaria de los excedentes (lo que no obsta para que deban
aspirar a la eficiencia, garantía de su viabilidad y de su sostenibilidad).
Puede verse sobre ellas, respectivamente: www.proyectofiare.com; www.coop57.coop; www.fets.org/es-es; www.oikocredit.es; www.consumoresponsable.org/
criterios/rufas; www.gap.org.es; www.enclau.org; www.economiasolidaria.org/category/temas/caf; http://www.economiasolidaria.org/finanzasalternativas.
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• Solidaridad y compromiso social: generación de valor social como finalidad esencial.
• Actuación basada en una responsabilidad social corporativa exigente y en la política
ética específica de cada entidad.
• Voluntad de transparencia.
• Gobierno democrático y con limitaciones a las participaciones individuales, para
impedir posiciones de control.
• Consideración del crédito como un derecho.
• Orientación prioritaria a sectores, colectivos e iniciativas con difícil acceso a los
circuitos financieros tradicionales, con una especial atención a la lucha contra la
pobreza y el desempleo y a la financiación a entidades o proyectos con un impacto
social o ambiental claramente positivo, rechazando toda otra financiación, así como
la operativa en ámbitos de moralidad cuestionable (de acuerdo con el ideario ético
del banco), como es el caso de toda actividad de carácter especulativo. Se trata de un
rasgo rotundamente diferenciador frente a la banca convencional: los recursos financieros no pueden destinarse más que a finalidades de utilidad social nítida. En los
países desarrollados, este criterio de prioridad se centra (aunque no exclusivamente)
en entidades e iniciativas de carácter social, ambiental, cultural o solidario, soliendo
reservarse a empresas, organizaciones sociales y proyectos y descartándose en general
los créditos personales (aunque hay excepciones).
• Oferta de instrumentos para el ahorro y la inversión financiera responsable, en muchos
casos complementada con otras actuaciones de fomento (divulgativas y formativas,
básicamente) y frecuentemente también con la posibilidad de que los impositores
puedan decidir los destinos de su ahorro y de que puedan optar por renunciar total
o parcialmente a los rendimientos.
• Exigencia de garantías diferentes a las de la banca tradicional: la viabilidad del proyecto, la certeza de su compromiso ético/social/ambiental, grupos de solidaridad que
actúan como avalistas…
Aunque con orígenes en algún caso muy anteriores, el crecimiento significativo de la
banca ética es relativamente reciente, intensificándose su expansión desde la década de 1980.
Su desarrollo, por otra parte, ha sido hasta el momento muy desigual según los países, de
acuerdo con las facilidades regulatorias y los apoyos públicos, pero también con la cultura del
país y el nivel de conciencia social en los ahorradores. En la actualidad, y aún siendo todavía
un fenómeno marginal en el conjunto del sector financiero, se trata ya de una realidad significativa y de importancia creciente, con un número de entidades y clientes y un volumen de
negocio que rebasa lo simplemente testimonial34.
Sobre los principales bancos éticos europeos, puede verse Economistas sin Fronteras (2006).
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En España no opera todavía ningún banco plenamente nacional: sí lo hace el holandés
Triodos Bank35, a través de su filial española, y la ya mencionada FIARE36, que opera desde
2005 como agente de Banca Popolare Ética37 y en el marco en la actualidad de un proceso de
integración con dicha entidad que la convertirá (se espera que septiembre de este mismo año)
en sucursal bancaria española del banco italiano, con oficinas en Bilbao, Madrid y Barcelona.
3.4. Mercados sociales
Es obligado mencionar, finalmente, otro tipo de iniciativas que comparten muchas de
las características de las anteriores, pero que tienen un especial interés por su pretensión de
configurarse como sistemas de articulación de todas ellas. Son los denominados «mercados
sociales»: espacios económicos (normalmente no físicos, aunque puedan organizar puntualmente encuentros en forma de ferias o mercados de duración definida) que conforman
sistemas de producción e intercambio que no requieren necesariamente de dinero de curso
legal, pero que superan el trueque simple (a través de modalidades de dinero social) y en los
que prevalecen relaciones de equidad y solidaridad, posibilitando el intercambio entre bienes,
servicios y tiempo38. En este sentido, incluyen formas de economía colaborativa y bancos de
tiempo, pero con el objetivo de integrar prácticas de múltiple carácter (de producción, de
distribución, de consumo y de financiación), posibilitando en esa medida la construcción de
circuitos económicos alternativos de mayor dimensión y de mayor transversalidad. Espacios
que tratan de facilitar la intercooperación entre los colectivos y las personas que participan
–emprendedores, consumidores e inversores–, de forma que pueda fortalecerse y desarrollarse
con la mayor intensidad posible, abarcando así mayores ámbitos de la actividad económica,
compartiendo recursos y excedentes y posibilitando que sus participantes puedan cubrir en
ese espacio común una parte cada vez mayor de sus necesidades económicas.
Ese es su objetivo básico: conformar «una red de producción, distribución y consumo
de bienes y servicios y de aprendizaje común que funciona con criterios éticos, democráticos,
ecológicos y solidarios, en un territorio determinado, constituida tanto por empresas y entidades de la economía solidaria y social como por consumidores/as individuales y colectivos».
Y siempre «como medio –y no como fin– al servicio del desarrollo personal y comunitario»39.
Mercados, por tanto, con una base esencialmente local (en España funcionan ya bastantes:
Aragón, Euskadi, Navarra, Cataluña, Madrid…), que pueden utilizar (total o parcialmente)
monedas sociales específicas y que pueden ayudar sustancialmente a superar dos de las debilidades básicas de este tipo de iniciativas: la pequeña dimensión y el aislamiento. Algo esencial
para fortalecer su sin duda difícil viabilidad económica, en la medida en que posibilita el de www.triodos.com; www.triodos.es.
Desde 2005, una cooperativa que pretende constituirse como un ambicioso proyecto ciudadano, integrada en REAS, con 4,7 millones de euros de capital
social e incluyendo en su seno casi 5.000 socios cooperativistas, articulados por redes territoriales, tanto personas físicas como un amplio conjunto de 531
organizaciones sociales (entre las que figura Coop57) de apoyo (datos a fin de marzo de 2014) (www.proyectofiare.com).
37
www.bancaetica.it.
38
Cfr. Lowy (2000).
39
Ortega (2000). Una definición muy semejante es la de REAS, que puede verse en http://www.konsumoresponsable.coop/mercado-social/herramientas-de-mercado.
35
36
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sarrollo de las iniciativas integradas, su capacidad de acceso a capas más amplias de población,
la mejora de su calidad de gestión y de la propia eficacia de la red, a través de la posibilidad
de incorporar servicios auxiliares de todo tipo para las entidades integradas (representación
institucional, consultoría, auditoría socio-ambiental, logística de distribución y de aprovisionamiento, gestoría, formación, comunicación, bolsa de trabajo…). Pero algo fundamental
también desde la perspectiva de su potencial de transformación económica y social40, que –no
lo olvidemos– constituye un componente crucial en la finalidad en estos mercados, nacidos
no tanto por motivos estrictamente económicos como con la ambición de demostrar que es
posible desarrollar en la práctica alternativas de economía justa, participativa, sostenible y socialmente responsable frente a la economía dominante; alternativas que por su propio carácter
ejemplar pueden constituir instrumentos de cambio.
Desde este punto de vista, tienen un particular interés las diferentes fórmulas que en
muchos países se están ensayando para integrar diferentes mercados sociales en unidades económicas más amplias: redes o plataformas de mercados sociales locales que, si vencen las nada
despreciables dificultades de gestión, pueden multiplicar sus efectos económicos y sociales,
con el horizonte de consolidar verdaderos mercados sociales a nivel nacional e internacional.
En el caso español, es uno de los objetivos centrales de la ya mencionada REAS, que impulsa mercados sociales locales, así como un proyecto de coordinación de todos ellos a nivel
estatal41, siempre con la condición de que las unidades productivas, comercializadoras o financieras integradas en cada mercado cumplan con sus principios42 y con una especial atención
a la economía solidaria, a las empresas de inserción, a los productos o servicios de entidades
con compromiso social, al comercio justo y a los productos ecológicos.
4. Apunte final
Todas las anteriores son solo algunas facetas de una realidad seguramente todavía poco
significativa económicamente, pero que se expande continuamente, en paralelo (y como
reacción) al descrédito creciente de una economía convencional que parece ineludiblemente
abocada a generar, desigualdad, exclusión, injusticia y deterioro ambiental y espiritual.
Ciertamente, es una realidad que no debe magnificarse ni mitificarse: de momento, no
es más que un conjunto poco coordinado de prácticas pequeñas –muchas, minúsculas– con
no pocas debilidades y que no deja de presentar aspectos problemáticos: como sus ocasionales
complicidades con la economía informal e incluso con la economía oculta, las barreras de
Víd. sobre esto Comín y Gervasoni (2011).
Con el impulso de REAS, el 14 de febrero de 2014, se constituyó la Asociación de Redes de Mercado Social de ámbito estatal, como primer paso hacia la
constitución de una Cooperativa de Servicios del Mercado Social. Entre todas las organizaciones fundadoras, entre las que figura REAS, suman más de 50.000
personas socias, 10.000 trabajadores y más de 1.500 entidades. La web de referencia de la iniciativa es www.konsumoresponsable.coop, espacio de información,
formación, denuncia y catálogo de productos y servicios para facilitar la compra desde cualquier lugar a los oferentes integrados en la plataforma.
42
Aparte de criterios sociales, éticos y ambientales inherentes a la concepción de la economía social y solidaria, los tres siguientes: 1) Cada componente de la
red se compromete a consumir el máximo dentro de esta. 2) Cada componente de la red se compromete a producir el máximo para esta. 3) Cada componente
de la red contribuye a crear o desarrollar otras iniciativas vinculadas a esta, depositando sus ahorros en los instrumentos financieros alternativos de la red y
reinvirtiendo así una parte de los excedentes en el crecimiento de la propia red.
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entrada que presenta para personas de bajo nivel cultural, las dificultades que entraña su filosofía de gobierno democrático y participativo y sus frecuentes carencias de gestión, así como
su vulnerabilidad ante la penetración en sus confines de la empresa (y de la gran empresa)
convencional, la capacidad de instrumentalización por esta de su imagen o incluso su muchas
veces inadvertida funcionalidad para la estrategia de recortes sociales del Sector Público, que
a veces encuentra en entidades de este variopinto conjunto aliadas inconscientes para mitigar
los posibles costes sociales que podría generar la eliminación o reducción de labores públicas.
Sombras, sin duda, de un fenómeno todavía insuficientemente conocido y valorado, pero
que no deberían ocultar sus indudables luces: por una parte, las inocultables realizaciones
que en no pocos casos ha conseguido ya, pese a sus escasos recursos; pero también y sobre
todo su demostración de que no es imposible compatibilizar la actividad empresarial con una
responsabilidad social auténtica, su capacidad para movilizar recursos, esfuerzos, ilusiones y
solidaridad en colectivos o ámbitos para los que la despiadada economía convencional no
parece dejar oportunidades o, en definitiva, las posibilidades que abre para intuir que quizás sí
es posible otra forma de economía y, por tanto, otra forma de vida y otro modelo de sociedad.
¿Acabarán diluyéndose esas expectativas –probablemente desmedidas– ante la eventual
incapacidad de supervivencia de estas iniciativas en el feroz mercado en el que quieren desenvolverse o quizás al calor de una progresiva asimilación del sistema ante el que se revelan? No
faltan, desde luego, experiencias en la historia para que no cunda el optimismo. Pero no hay
que olvidar un factor diferencial frente a episodios anteriores: nunca como hasta ahora han
podido contar los proyectos alternativos con la potencia y la capacidad de sinergias que aporta
la tecnología. En todo caso, no deja de ser esperanzador el hálito de esperanza que traen a un
mundo en el que domina como nunca el desaliento y la falta de sentido. Posiblemente, solo
con eso han cumplido ya una misión histórica.
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