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Adela Escartín, mi Maestra. Una vida
para el teatro
ANNE SERRANO
(Actriz, escritora, traductora, profesora de la Facultad
de Lenguas y Literaturas Extranjeras de la Università
degli Studi di Genova)
Aviso
Dada la cantidad de títulos que aparecen en el currículum vitae de Adela Escartín, me
he visto obligada a realizar una selección atendiendo al conocimiento que tengo de su
persona y trayectoria y a los esclarecedores comentarios de Roberto Gacio, quien
tuvo a bien repasar conmigo el recorrido profesional de mi Maestra. Por lo tanto, me
encomiendo a su paciencia y buena voluntad si he omitido algún dato relevante.
Antes de nada, su beso
Antes de comenzar deseo transmitirles simbólicamente el gran beso que Adela me
mandó a darles a todos ustedes cuando la llamé pocas horas antes de que yo cogiera
el avión en Italia para venir hacia aquí.
Trayectoria profesional de Adela Escarpín, con algunas notas personales
España
Nació en Canarias en 1913. El trabajo de su padre, militar y después comerciante,
hizo que la familia se trasladara de Canarias a la península y después a Francia. Adela
Escartín estudió el bachillerato en Madrid y París, en un internado para señoritas que
había creado la que fuera la última mujer de Luis XIV.
De 1943 a 1947 estudió Interpretación en el Real Conservatorio de Música y
Declamación de Madrid. Ya en esta época trabajaba como actriz profesional. En esta
misma institución nos conocimos en 1983, cuando yo empecé mis estudios de teatro,
la actual Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid.
En España son de destacar sus recitales de poesía y música, acompañada por un
violinista y una pianista. Comenzó a actuar en el Teatro Lara de Madrid con
importantes compañías a nivel nacional. Trabajó en la categoría de Damita Joven,
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después pasó a ser Dama Joven y posteriormente Primera Actriz Joven. Viajó por
España con estas compañías.
En este mismo período participó en las películas Aventura, de Antonio Marqueríe,
dirigida por J. Mihura, y en Altar Mayor, de Concha Espina, dirigida por F. Delgrás.
Aunque no figura en su currículum, también trabajó en Barcelona con Miguel
Prieto en un espectáculo de títeres, como manipuladora y bailarina. Debió ser
aproximadamente en 1939, porque ya estaba terminando la guerra civil y está en su
memoria la entrada de las tropas nacionales en la ciudad condal. Adela recuerda que
estas breves obras de títeres se representaban en las escenografías del teatro La
Barraca, de García Lorca, donde había unos preciosos decorados con un corsé a modo
de guirnalda, “muy de Lorca”, como ella misma señala.
Prieto colaboró con Lorca en La Barraca. Fue uno de los grandes escenográfos
españoles e importante ilustrador, entre muchos de los libros del poeta y dramaturgo.
Se exilió en México, y en este país realizó relevantes trabajos como pintor y
diseñador. Allí falleció.
Nueva York
En la decimonónica España de 1947, Adela Escartín cogió un barco y se fue a Nueva
York porque no le gustaba el teatro que se hacía en su país e intuía que “tenía que
haber algo distinto en otros lugares del mundo”.
Entre 1947 y 1950 estudió en el Dramatic Workshop que dirigía Erwin Piscator.
También con Piscator pasó un seminario de dramaturgia (March of Drama). Piscator
no tardó en darse cuenta del gran talento de Adela y para ella es un orgulo que la
comparara (creo que) con Hanna Rovina, mítica actriz del Hábima de Tel Aviv.
Estudió dirección teatral con Lee Strasberg y actuación con los profesores Kurt
Cerf y Ben-Ari (ex miembro del Teatro de Arte de Moscú). También con Stella Adler
en el Stella Adler’s Theatrer Studio, así como con Movimiento para Actores con
Gertrud Sur, y diseño de vestuario para teatro en Hunter College.
En su estancia en Nueva York participó en diversas obras teatrales, entre ellas El
proceso, de Kafka, dirigida por Piscator en el President Theatre.
De Nueva York, Adela recuerda, entre otras muchas cosas, los conciertos de música
Gospel a los que acudía y en los que el público entraba en trance y había personal
médico en los estadios para asistir a la gente. Seguramente de aquí tomaría
inspiración para sus clases de “Mito y Ritual” que luego llevó a cabo en la Escuela de
Arte Dramático de Madrid como una disciplina de su método de formación de
actores. También me ha contado en innumerables ocasiones la actuación de Marlon
Brando en Un tranvía llamado deseo, de T. Williams, que vio varias veces. Me decía
que aunque en la escena había otros actores que estaban actuando, todas las miradas
iban para Brando, que abría una botella de cerveza en un lado de la escena. Tal era la
intensidad del actor incluso en sus más mínimos movimientos.
Entre 1951 y 1952 estudió Técnicas Cinematográficas (guión, dirección y
producción) y Cámara y Montaje Cinematográficos en la Universidad de California.
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Cuba. La Habana
En algún momento de este período que he descrito, conoció al director cubano
Andrés Castro, quien le propuso ir a trabajar como actriz a Cuba. Adela estaba
consciente de que con su acento español, en Nueva York no hubiera podido hacer una
gran carrera como actriz. Ella siempre me ha señalado que no habría pasado de hacer
personajes menores, como chicas sudamericas de vida alegre, “criaditas”, etc.
En 1949 llega a La Habana. Trabajó como primera actriz en los siguientes
espectáculos; destaco los más importantes: La Gioconda, de D’Annunzio (que no se
llegó a estrenar), Yerma, de Lorca, La dama de las Camelias, de Dumas. Estos tres
montajes fueron dirigidos por Andrés Castro.
Protagonizó Juana en la hoguera, de P. Claudel y Honnegger, dirigido por Thomas
Mayer, en la Plaza de la Catedral. En estas representaciones del Oratorio
intervinieron la Orquesta Sinfónica Nacional, los Coros de la Ópera, dirigidos por el
Maestro Cshonka, el Ballet de Alicia Alonso, primeras figuras de la ópera, primeras
figuras del teatro, Teatro Universitario, coros infantiles de las Escuelas Públicas.
Creo no equivocarme si afirmo que es el trabajo del que Adela Ercartín se siente más
orgullosa. Me lo ha descrito tantas veces y con tanto lujo de detalle, que me parece
haberlo visto. Destacaba de él que nunca pudieron ensayar todos juntos y que ella lo
hacía por separado con los distintos grupos que tomaban parte en el espectáculo. De
aquellas noches guarda el recuerdo feliz de su cuerpo atado a un palo durante toda la
representación. Toda la fuerza interpretativa estaba, por lo tanto, en la modulación de
su voz. Recuerda las puertas abiertas de La Catedral, el público en la plaza, las voces
de los coros infantiles, de los cantantes de ópera y la suya propia por encima de las
demás. Dice que cuando salía a saludar la tenían que llevar prácticamente en
volandas porque no se sostenía en pie del agotamiento.
Otros espectáculos de la misma época, y no menos importantes, son:
El tiempo y los Conway, de Priesley, dirigido por Mario Parajón, Calígula, de Camus,
dirigido por Francisco Morín, Los endemoniados (El luto le sienta bien a Electra), de
O’Neill, dirigido también por Francisco Morín, El caso de la mujer asesinadita, de
Mihura Laiglesia, codirigido por Adela Escartín y Carlos Piñeiro, La voz humana, de
Cocteau, dirigido por Vicente Revuelta.
Destaca Adela en su currículum que promocionó el teatro cubano en su sala de
Prado 260, algo inusual en la época porque se consideraba no comercial. El Instituto
Nacional de Cultura pide con frecuencia los montajes que ella encabeza para
presentarlos en el Teatro del Museo de Bellas Artes. Los títulos más importantes son:
Donde está la luz, de Ramón Ferreira, codirigido por Adela Escartín y Carlos Piñeiro,
Desviadero 23, de J. E. Montoro Agüero, dirigido por Ramón Antonio Crusellas, Un
color para este miedo, de Ramón Ferreira, codirigido por Carlos Piñeiro y Adela
Escarpín, La rebelión de las canas, de Rafael Suárez Solís, codirigido por Adela
Escartín y Carlos Piñeiro, Tembladera, de José Antonio Ramos, dirigido por Adela
Escartín.
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En agosto de 1958 fue invitada por la Dirección de Bellas Artes de México para
participar con su compañía en el Primer Festival Panamericano de Teatro, con la obra
Un color para este miedo, de Ramón Ferreira.
Cuando desaparecieron las iniciativas privadas en Cuba, fue contratada como
primera figura para el Teatro Nacional de nueva creación. Reestrenó Yerma, dirigido
por ella misma. También se puso en escena, entre otras obras, La casa de Bernarda
Alba, dirigido por Ugo Ulive, y Electra Garrigó, de Virgilio Piñera, dirigido por
Francisco Morín.
Cuando el Teatro Nacional pasa a convertirse en el Conjunto Dramático Nacional
(CDN), Adela permaneció con categoría de directora y primera actriz. De este tiempo
son los espectáculos La Madre, de Gorki, dirigido por Nestor Raimondi, Luciana y el
carnicero, de Aymé, adaptado por Nicolás Dorr y dirigido por su hermano Nelson
Dorr, Vassa Yelieznova, de Gorki, dirigido por Nestor Raimondi, director que había
colaborado con el Berliner Ensamble, y Un tranvía llamado deseo, de T. Williams,
dirigido por Modesto Centeno.
Cuando se disuelve en CDN, es nombrada miembro del Consejo de Dirección del
Conjunto Rita Montaner, en calidad de directora y primera actriz. De esta época es
Orfeo desciende, de T. Willians, dirigido por M. Montesco.
Entre 1952 y 1969 fue contratada como primera figura en exclusiva por CMQTV.
Protagoniza la primera novela en televisión durante un año. Participó en diversos
espacios de esta cadena, como Gran Hotel, Estudio 15, El humo del recuerdo y otros
muchos, y también en seriales, como Testigo de misterio. Participó en Tele-teatro y
Teatro de los Lunes, con diversas obras. Dirigió con cierta frecuencia estos espacios
cuando no participaba como actriz. Realizó algunas adaptaciones para televisión en
los seriales Cuento universal y Testigo de misterio.
Protagoniza o forma parte en novelas de radio como actriz, aunque no con la
sistematicidad de su trabajo en televisión.
Dirigió y codirigió numerosas obras, algunas ya nombradas, tanto en la sala Prado
260, como en el teatro del Museo de Bellas Artes, Anfiteatro de Marianao, teatro El
Sótano, teatro Hubert de Blanck, teatro Mella, teatro Miramar, etc. Entre estas se
destacan: La gallina de Guinea, espectáculo creado sobre leyendas afrocubanas, con
música y danza del mismo origen, Casa de muñecas, de Ibsen, Raíces y La cocina, de
Wesker, esta última codirigida con Wesker. Trabajó como ayudante de dirección en
Romeo y Julieta, dirigida por Otomar Krejca.
Participó como actriz en las películas Crónicas cubanas, realizada por Ugo Ulive, y
en La decisión, de José Massip.
También en Cuba continuó su formación incorporándose a seminarios impartidos
por el Conjunto Dramático Nacional con prestigiosos profesores de pantomima,
expresión corporal, máscaras, danza, sonido como elemento expresivo, diseño
escenográfico.
Como docente inauguró la Escuela de Arte Dramático, anexo a la Escuela de Danza
del Ballet Nacional, dirigido por Alberto Alonso. Desde el año 1952 se dedica a
formar actores en su propia escuela, Sala Teatro Prado 260. Toma parte en la labor
desarrollada por el Consejo Nacional de Cultura, enseñando en las Escuelas de
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Instructores de Teatro. Lleva a cabo seminarios para actores profesionales y colabora
en el Departamento de Teatro de la Escuela Nacional de Arte.
Regreso a España
Regresa a Madrid en 1970 para atender a su madre, quien estaba gravemente
enferma.
Trabajó en numerosos novelas de televisión con renombrados realizadores: Miguel
Picazo, Josefina Molina, Luis Enciso, Pilar Miró y Adolfo Marsillach, entre otros.
Fue integrante de espacios que han marcado un hito en la televisión española, como
Estudio 1. Algunos otros en los que también participó fueron: Meridiano 71, Teatro
de siempre, Hora 11.
Actuó en las películas Flor de santidad, de Valle Inclán, dirigida por Marsillach, El
libro de buen amor, del Arcipreste de Hita, dirigida por T. Aznar y El hombre que
supo amar, de Miguel Picazo.
Dirigió y protagonizó Te juro, Juana, que tengo ganas, de Emilio Carballido.
Participó en Las arrecogías del Beaterio de Santa María Egipciaca, de Marsillach, y
en Bodas que fueron famosas del Pingajo y la Fandanga.
De 1978 a 1983, se convierte en profesora de Interpretación en la Real Escuela
Superior de Arte Dramático. En 1982 ganó las oposiciones a Cátedra en dicha
Escuela. En el año académico 1983-1984 se vio forzada a jubilarse porque ya había
alcanzado los 70 años de edad. Fue este un duro golpe para ella que, sin embargo, no
le impidió seguir formando actores en otras escuelas privadas, como por ejemplo la
sala El Mirador.
Dirige varios montajes en la Real Escuela Superior de Arte Dramático con sus
propios alumnos: Una corista, de A. Chejov, Antes del desayuno, de E. O’Neill,
Viento en las ramas del sasafrás, de René de Obaldía, Esquina peligrosa, de J. B.
Priestley.
Es miembro de la Asociación de Directores de Escena de España.
En este país continuó su formación participando en diversos cursillos de
interpretación (con Roy Hart), gimnasia consciente para actores, teatro kathakali, tai
chi chuan y voz.
En 2003 recibió la Medalla de la Asociación de Directores de Escena de España
(ADE) “por su dilatada dedicación al teatro, como actriz, directora de escena y
pedagoga”.
Creo que cabe destacar dentro del historial profesional de Adela Escartín, además
de su versatilidad, de su indudable talento para la interpretación, la dirección y la
formación de actores, un hecho insólito en una primera figura de las tablas como fue
ella. Sólo un personaje verdaderamente excepcional habría tenido la suficiente
capacidad de adaptación y la humildad necesaria para empezar de nuevo su carrera
profesional cuando regresó a España. Contaba entonces con 56 años y no tuvo
inconveniente alguno. Ni el orgullo o la soberbia le impidieron volver a comenzar
otra vez como actriz, directora y pedagoga en la España franquista, donde, sin lugar a
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dudas, no era recibido con los brazos abiertos alguien que llegaba de un régimen
como el de Cuba.
El teatro español tiene una deuda con Adela Escartín. Espero que sus ex alumnos y
amigos podamos contribuir de alguna manera a paliar esta falta. Suele decir Adela
que el teatro es un mundo de recelos y envidias. El terreno del arte es difícil, lo
sabemos todos, porque el material del que parte el trabajo del creador es su más
íntima esencia. Esto le obliga a excavar en las propias profundidades, dejando que
aflore los mejor de sí, pero también en los aspectos más complejos y contradictorios
de su ser. A pesar de ello, quiero pensar que pueda haber justicia en el teatro español
para Adela. Algo que vaya más allá de dedicarle un aula en la Escuela de Arte
Dramático, como sucedió hace algunos años. No me cabe duda de que Adela Escartín
ha hecho todo lo posible por hacer más hermoso este mundo, utilizando el
instrumento que mejor conoce y al que ha entregado toda su vida, el teatro.
Génova, 21 de abril de 2010
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