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Cómo separar los hechos de la imaginación astuta en el proceso de la sucesión papal
*
Posibilidades en la elección del sucesor de Juan Pablo II
*
¿Cómo funciona el Vaticano?
*
¿La historia papal es tan tétrica como santa?
*
Los huesos de san Pedro, ¿realmente están sepultados bajo el Vaticano?
*
Cómo ha cambiado y cómo no ha cambiado la actitud de la Iglesia
hacia la ciencia desde la época de Galileo hasta el presente
CÓNCLAVE 101: EL PASADO, PRESENTE Y FUTURO DE LAS ELECCIONES PAPALES
por GREG TOBIN*
En su bestseller acerca de la muerte y la elección del papa, Ángeles y demonios, Dan Brown
escribe con brío acerca de ideas e instituciones que han sido temas fascinantes para personas de
todo el mundo. La novela es una mezcla de hechos y ficción que plantea importantes cuestiones
acerca de la estructura y el manejo interno de la Iglesia católica romana y las influencias a las
que se enfrenta en los primeros años del siglo XXI. Brown se toma las licencias imaginativas de
cualquier novelista popular. Pero los lectores informados querrán saber hasta qué punto
corresponde su vívida descripción del Vaticano a la realidad de los papas y el papado de hoy.
El papado tiene casi dos mil años de antigüedad y 261 hombres han ocupado oficialmente el
cargo de obispo de Roma. Comenzó con la misión del apóstol san Pedro a la capital del imperio
a fines de la década del 50 o comienzos de la del 60 del primer siglo del cristianismo y ha
continuado sin interrupciones significativas hasta el actual pontificado del papa Juan Pablo II.
No existe evidencia concluyente de que Pedro haya estado nunca en Roma. Sin embargo, el
conjunto de la tradición, la evidencia circunstancial (incluyendo sus supuestos tumba y restos) y
la ausencia de cualquier versión que afirme que estaba en otro lugar, indican la posibilidad, casi
la certeza, de que Pedro ejerció su ministerio entre los cristianos de Roma (como san Pablo) y
que fue martirizado allí, en el circo de Nerón, en torno a los años 64-67 d. C. (más o menos al
mismo tiempo que Pablo). La Iglesia católica denomina a Roma su sede apostólica como
reconocimiento a los «cofundadores» de la fe cristiana y de su posición como jefes principales
entre los primitivos padres de la Iglesia de la llamada época apostólica (es decir, el lapso que
media entre la muerte de Cristo y el fin del siglo I, cuando el último de los doce apóstoles
originales presumiblemente abandonó la escena).
Desde los primeros días, los cristianos y sus jefes (los episkopoi o «supervisores», quienes luego
serían llamados obispos) intentaron resolver el tema de la autoridad en materia de doctrina y
moral. Surgían disputas teológicas en medio de un clima de persecuciones romanas a los
cristianos intermitentes aunque severas. Muchas Iglesias (por ejemplo, la africana) recurrían a
Roma para mediar en los conflictos locales. En torno al año 150 d. C. el obispo de Roma era el
más influyente de los jefes de la Iglesia en el mundo mediterráneo.
Desde el comienzo, tras el martirio de Pedro, los jefes de la Iglesia de Roma fueron elegidos de
entre el clero local. Pasaron muchos cientos de años antes de que un obispo de otra diócesis fuera
elegido a la Sede Romana: Marino I (en 882) era, cuando lo eligieron, obispo de Caere, y, varios
años después fue seguido por Formosus (891), obispo de Porto, el segundo obispo ajeno a Roma
en ser elegido en la historia de la Iglesia. Esto evolucionó hasta el punto en que hoy es casi un
requisito obligatorio haber sido obispo residente de una diócesis importante.
Durante la Edad Media —el período que medió entre la caída del Imperio Romano de Occidente
en 476 hasta la época del Renacimiento (en los siglos XV y XVI)— las elecciones papales eran
el espectáculo deportivo favorito de los europeos, y en ellas había en juego fuertes apuestas: para
esa época los papas habían adquirido poder temporal además de espiritual. A partir de una
concesión hecha por el padre de Carlomagno (en 754), el pontífice romano regía una
considerable parte de Italia, conocida como los Estados Pontificios. Familias rivales romanas e
italianas literalmente se mataban por colocar a sus candidatos. Emperadores y reyes intentaban (y
a menudo lograban) controlar las elecciones papales por medio del dinero, la fuerza militar y la
persuasión política. Tales maquinaciones políticas resuenan hasta hoy, en que cardenales de
países poderosos (como los Estados Unidos) no son considerados candidatos adecuados por
miedo a que consideraciones políticas globales puedan sobrepasar o contaminar la capacidad del
papa de gobernar la Iglesia universal.
Entre 1305 y 1375 los papas (todos franceses) vivían en Aviñón, en espléndido exilio de Roma,
y todos respondían a la influencia del rey de Francia. A continuación, entre 1378 y 1417 hubo un
período de cisma. Durante buena parte de ese lapso, tres papas se adjudicaban en forma
simultánea el trono de Pedro. La situación fue resuelta por el Concilio de Constanza (14171418), pero no antes de que la Reforma protestante fuese fundada con éxito. Durante la era
barroca, en que la gran basílica de San Pedro fue completada en la forma que conocemos hoy, y
en las eras del iluminismo y la revolución, los papas eran elegidos por su capacidad intelectual y
flexibilidad política, y a veces por cuán maleables eran ante el Colegio de Cardenales. El papa
Pío VII, elegido en 1799 después de que su predecesor fuera obligado a exiliarse por Napoleón,
puso al papado en su senda moderna, resistiéndose a los poderes seculares y concentrándose en
el gobierno interno de la Iglesia.
Los sucesores de Pío VII, que incluyen a los pontífices de gestión más larga de la historia (Pío
IX se desempeñó como papa durante casi treinta años) han sido todos considerados válidos desde
el punto de vista teológico e intachables en lo moral, y fueron elegidos mediante reglas de
cónclave bien reguladas que hacían que los fieles, y los cardenales que los elegían, los
consideraran ante todo como guías espirituales —o, mejor dicho, como el guía espiritual— de la
cristiandad.
En los últimos cuatro cónclaves papales, tres de los «ganadores» resultaron sorpresas por una u
otra razón. En 1958, los cardenales eligieron al ex diplomático y veterano de la Primera Guerra
Mundial Angelo Roncalli, hasta entonces a cargo de la cathedra («silla» episcopal) en Venecia.
Se difundió la creencia de que había sido elegido como mero papa de transición, cuyo papel no
iría más allá de cuidarle el lugar a quien lo sucediera. Como el papa Juan XXIII, sorprendió a
toda la Iglesia al convocar el Segundo Concilio Ecuménico Vaticano (1962-1965), que tuvo
como resultado una arrolladora marea de reforma administrativa y renovación espiritual.
Su sucesor, Giovanni Battista Montini, llamado Pablo VI (1963-1978), no fue una sorpresa. Un
auténtico hombre del Vaticano, Montini había recibido algunos votos en el cónclave de 1958,
aunque sólo era arzobispo y aún no había llegado a cardenal (fue la última vez en la historia que
un prelado que no fuese cardenal obtuvo votos). Fue la principal figura progresista del concilio y,
tras varias votaciones, fue elegido en 1963.
El 26 de agosto de 1978, los cardenales eligieron a un pastor amable e intelectual, que no estaba
en las previsiones de nadie, en el cónclave más breve de que haya quedado registro: Albino
Luciani, de Venecia. El sorprendente elegido, a su vez sorprendió a todos eligiendo el nombre
doble Juan Pablo por primera vez en la historia. Desgraciadamente, sólo vivió treinta y tres días.
Los cardenales habían regresado a sus diócesis, felicitándose unos a otros —y agradeciendo al
Espíritu Santo— por hacer tan buena elección... sólo para regresar a Roma dos meses después a
seleccionar un tercer papa.
En un cónclave que resultó realmente impactante, un «desconocido de un país distante» fue
elegido el 16 de octubre de 1978: el cardenal Karol Wojtyla, de cincuenta y ocho años de edad,
arzobispo de Cracovia, en Polonia. Por primera vez en 455 años (desde el holandés Adriano VI,
papa entre 1522 y 1523), un no italiano ocupó el trono de San Pedro. Y la Iglesia —y el
mundo— no volvieron a ser los mismos.
En lo que muy probablemente sea el futuro cercano, los aproximadamente 120 cardenales del
cónclave (casi todos los cuales recibieron su capelo rojo del papa Juan Pablo II) casi con certeza
sorprendan a los observadores —y tal vez a sí mismos— una vez más.
¿Quién es el papa?
El papado, o cargo que ocupa el papa, es un concepto que ha evolucionado hasta su forma
contemporánea a lo largo de veinte tumultuosos siglos, a partir de la tradición referida a la vida
del apóstol Pedro, su ministerio y su martirio en Roma. Se considera que 261 hombres fueron
sucesores de san Pedro legítimamente elegidos como obispos de Roma. Una forma de entender
qué son el papa y el papado es examinando los varios títulos que se le adjudican a aquél. Los
títulos del papa son muchos, significativos desde el punto de vista histórico y teológico, y
ligeramente desconcertantes para el observador contemporáneo (especialmente si no es católico).
Ésta es una breve descripción de sus títulos oficiales:
ß Obispo de Roma: en primer lugar y siempre, la principal tarea del papa es supervisar la «Santa
Sede» o «Sede Apostólica», nombres que designan la Iglesia local de Roma. El vicario general
de la diócesis, por lo general un cardenal, sirve como principal oficial operativo del papa.
ß Vicario de Jesucristo: este título suplantó al término anterior «Vicario de Pedro», adoptado por
el papa san León I Magno (440-461) en el siglo V. Se puede argumentar que vicario de Cristo es
aplicable a cualquier sacerdote u obispo, no sólo al papa. El papa Inocencio III (1198-1216)
afirmó que él era «Vicarius Christi (Vicario de Cristo), sucesor de Pedro, ungido del Señor... por
debajo de Dios, pero por encima del hombre, menos que Dios, pero más que el hombre».
ß Sucesor del Jefe de los Apóstoles: Hay otros obispos y arzobispos, pero sólo se reconoce a un
sucesor del propio san Pedro: «Eres Pedro... te daré las llaves del reino de los cielos», dijo Jesús
en el Evangelio de Mateo, capítulo 16. Se cree que el altar mayor de la basílica de San Pedro está
construido sobre la tumba del apóstol.
ß Supremo Pontífice de la Iglesia Universal: el título es una adaptación de Pontifex Maximus
(Alto o Supremo Sacerdote). Pontifex significa «constructor de puentes». Al papa se lo llama a
veces pontífice romano.
ß Patriarca de Occidente: el papa es uno de los varios patriarcas o «padres» de las diócesis que
remontan sus orígenes directamente a los apóstoles y a los centros del gobierno imperial romano.
Otros patriarcas presiden Constantinopla, Jerusalén, Antioquía, Alejandría, Venecia y Lisboa.
ß Primado de Italia: por tradición, muchas naciones europeas y de América Latina tienen un
obispo principal o primado.
ß Arzobispo y Metropolitano de la Provincia Romana: este título refleja diversos factores. Un
metropolitano ejerce jurisdicción eclesiástica sobre los otros obispos de su provincia (área
geográfica definida). Como metropolitano, el arzobispo viste el palio (una estola de lana, no una
«faja», como dice Ángeles y demonios, y que no está reservada exclusivamente a los cardenales)
que simboliza tal jurisdicción, que sólo es universal en el caso del papa.
ß Soberano de la Ciudad Estado del Vaticano: el papa es el regente político de un Estado
independiente. Este título fue formalizado en el Tratado Laterano de 1929 entre el papa Pío XI
(1922-1939) y Mussolini. Desde el siglo VIII y hasta 1870, el papa gobernó los llamados Estados
Pontificios en Italia.
ß Sirviente de los Sirvientes de Dios: el papa san Gregorio I, Magno (590-604), adoptó el título
espiritual Servus Servorum Dei para significar que un obispo es aquel que busca «dominarse a sí
mismo antes que dominar a sus hermanos» y ser «ministro, no amo».
¿Quiénes son los cardenales?
Tal vez más misterioso, tanto para católicos como para no católicos, es el concepto de cardenal.
Estas criaturas ligeramente exóticas son conocidas como príncipes de la Iglesia, en parte porque
forman parte de la «corte» del papa en su función de colaboradores más estrechos y de sirvientes,
y en parte porque antiguamente muchos de ellos eran elegidos de entre familias nobles y aun
principescas. Para decirlo en forma sencilla, los cardenales constituyen el «gabinete» de
consejeros y ejecutivos del Santo Padre, tanto si viven en Roma y están a cargo de agencias de la
Curia romana como si son arzobispos residentes en capitales de distintas partes del mundo. Los
primeros cardenales eran ante todo diáconos que ayudaban al papa a gobernar las casas
parroquiales locales (también llamadas tituli o «iglesias titulares») y distritos dentro de Roma
(desde fecha tan temprana como el siglo III d. C.). Como en el caso de cualquier otra institución,
aquellos que estaban más cerca del poder se volvían poderosos a su vez, y los cardenales de la
antigüedad tardía y de la época medieval eran inmensamente ricos e influyentes, llegando a
veces a competir con el propio papa por la autoridad para regir la Iglesia. Pero a medida que el
Colegio de Cardenales crecía en tamaño y se dispersaba por el mundo —y a medida que los
cardenales italianos perdían poco a poco su predominio numérico— se volvió un poco menos
aislado y centrado en sí mismo.
Sólo el papa puede «hacer» un cardenal: es una decisión personal que sólo le pertenece a él. Sólo
el papa fija las reglas de juego para tales designaciones en términos numéricos (en la actualidad,
no hay una cantidad máxima de integrantes del Colegio de Cardenales, aunque un máximo de
120 son elegibles para ser electores, según dictaminaron los papas Pablo VI y Juan Pablo II. En
el pasado, llegó a haber apenas tres o cuatro cardenales-electores, y la mayor cantidad que haya
participado nunca en un cónclave fue de 111 (en las dos ocasiones de 1978, aunque en cada
cónclave la composición fue ligeramente diferente debido a muertes y enfermedades).
Tradicionalmente, se supone que los arzobispos de ciudades importantes de los Estados Unidos,
América Latina, Europa, África y Asia (por ejemplo Boston, Viena, Río de Janeiro, Durban o
Bombay) obtienen el rojo capelo cardenalicio, signo de su alta jerarquía eclesiástica. El papa
también puede elegir no hacer esto: por ejemplo, el arzobispo Montini de Milán (quien más
adelante fue el papa Pablo VI) no fue elevado al cardenalato por su mentor el papa Pío XII, aun
después de ser el más cercano consejero del papa durante años. En cambio, cuando resultó
electo, Juan XXIII casi inmediatamente hizo cardenal a Montini —y lo favoreció para que lo
sucediera como papa.
La cantidad máxima de 120 cardenales-electores (los elegibles para votar por el nuevo papa) fue
fijada por primera vez por Pablo VI en un pronunciamiento hecho en un consistorio (una reunión
o encuentro de cardenales) el 5 de marzo de 1973, y posteriormente incluido en las reglas
formales para el Romano Pontifici Eligendo. Juan Pablo II mantuvo esa regla en Universi
Dominici Gregis (UDG), pero también ha «hecho» tantos cardenales que es teóricamente posible
que más de 120 estén vivos y elegibles para participar en el cónclave (¡contraviniendo así su
propia regla!).
Sin embargo, es altamente improbable que puedan existir 165 cardenales elegibles bajo las
actuales reglas y directivas, y menos aún que se les permita reunirse en cónclave (como ocurre
en Ángeles y demonios).
En este momento (al publicarse el presente libro) hay un total de unos 190 cardenales vivos,
incluyendo a aquellos que tienen ochenta años o más. El papa Juan Pablo II ha creado más
cardenales (231) que ningún otro papa de la historia, incluyendo la mayor cantidad creada en una
sola ocasión (cuarenta y dos el 21 de febrero de 2001). Sobresaltó a los observadores del
Vaticano al nombrar a treinta cardenales más el 21 de octubre de 2003, lo cual elevó la cantidad
total de integrantes del Colegio de Cardenales al actual nivel récord.
Qué está bien y qué está mal en Ángeles y demonios
1. EL PAPEL DEL CAMARLENGO
El personaje del padre Carlo Ventresca es el camarlengo o «chambelán papal» en Ángeles y
demonios. Se lo describe como «sólo hay un sacerdote aquí. Es el sirviente del finado papa». En
realidad, el camarlengo es un cardenal de la Iglesia y asume plenos poderes gubernativos, junto a
sus pares del Colegio de Cardenales, durante el período de sede vacante. Ingresa en el cónclave
para presidir la votación que allí se desarrolla y para participar también él como elector. A
diferencia de lo que afirma el libro, él también puede ser elegido papa, como ocurrió con el
cardenal Eugenio Pacelli en 1939, quien había sido camarlengo desde 1935 y que fue el papa Pío
XII.
En este momento (fines de 2004), el cardenal-camarlengo es Eduardo Martínez Somalo, un
español de setenta y siete años, quien fue hecho cardenal el 28 de julio de 1988 y ha sido
chambelán de la santa Iglesia romana desde el 15 de abril de 1993.
El camarlengo no encierra bajo llave a los demás y luego se retira a la «oficina del papa» (que
tampoco existe) a ocuparse del papeleo atrasado, como sugiere la novela. Es uno de los tres
cardenales a quienes no se les exige que resignen su cargo administrativo. Los otros son el
cardenal vicario de Roma, que administra la diócesis, y el cardenal prefecto de la Penitenciaría
Apostólica, quien debe mantenerse en capacidad de dirigir el tribunal que confiere la absolución
de pecados graves, las dispensas e indulgencias con calidad de «emergencia». (¡Sólo cabe
imaginar en qué consistirán tales emergencias!)
2. EL PAPEL DE LOS DEMÁS CARDENALES
Dan Brown no se adentró en los detalles acerca de los procedimientos y protocolos, que son
cruciales para aquellos que participan en ellos, es decir, los cardenales.
En cuanto muere el pontífice romano, los integrantes del Colegio de Cardenales de todo el
mundo comienzan a congregarse en Roma. Aunque llevan a cabo mucha actividad social (cenas
íntimas, recepciones nacionales y regionales, cócteles diplomáticos), también hay mucho trabajo
que hacer. Los cardenales se reúnen a diario para prepararse para velar y enterrar al finado papa.
Este período de nueve días de luto se llama el novemdiales, y comienza en cuanto el camarlengo
certifica que el papa ha muerto.
A partir del segundo día de la muerte del Santo Padre, comienzan a celebrarse encuentros,
llamados congregaciones. El decano del Colegio de Cardenales (en la actualidad, el cardenal
alemán Joseph Ratzinger, quien también ejerce una cantidad de otros importantes cargos
clericales y está muy cerca del papa Juan Pablo II) preside estos encuentros así como reuniones
de comité más reducidas con algunos cardenales designados para ese propósito.
Los cardenales son elegidos por sorteo para participar en estos comités de manejo durante el
período anterior al cónclave, usualmente para turnos rotativos de tres días en el cargo. Se insta a
quienes no están calificados como elegibles, los cardenales de más de ochenta años, a participar
en las congregaciones, aunque no es obligatorio, como para los cardenales-electores, que así lo
hagan. El papa Juan Pablo II se dirige a estos ancianos en su constitución:
Con la mayor insistencia y sentimiento recomiendo esta plegaria a los venerables cardenales que,
por razones de edad, ya no gozan del derecho de formar parte de la elección del Supremo
Pontífice. En virtud del singular vínculo con la Sede Apostólica que representa el cardenalato,
que conduzcan las plegarias del pueblo de Dios, tanto si está congregado en las basílicas
patriarcales de la ciudad de Roma como en lugares de culto de otras iglesias en particular [es
decir, de las diócesis de todo el mundo], implorando fervientemente que Dios Todopoderoso
asista y que el Espíritu Santo ilumine a los cardenales-electores, especialmente en el momento
mismo de la elección. De esa manera participarán de una forma real y efectiva en la difícil tarea
de proveer un pastor para la Iglesia universal. (UDG, nro. 85)
Los cardenales-electores tienen mucho que hacer antes del comienzo mismo del cónclave: el
Colegio de Cardenales puede llevar adelante las tareas ordinarias del Vaticano y de la Iglesia en
general —cualquier cosa que no pueda ser legítimamente pospuesta—. La congregación general,
que comprende a todos los cardenales presentes en Roma, funciona como un comité de todos
para ocuparse de tales asuntos. Las congregaciones generales se celebran a diario, y comienzan a
pocos días de la muerte del Santo Padre. La constitución apostólica que gobierna su conducta se
lee en voz alta y se discute. Los cardenales deben formular el primero de una serie de juramentos
de secreto. Entre los temas que se tratan, hay cuestiones financieras y diplomáticas.
Además, una congregación particular compuesta por el cardenal camarlengo y otros cardenales
escogidos por sorteo se ocupa de asuntos domésticos, como los preparativos del funeral y del
cónclave. Este grupo presenta a la congregación general la agenda de decisiones urgentes que
deben ser tomadas, tales como fijar el día y la hora en que el cadáver del papa se lleva a la
basílica de San Pedro para ser velado, ocuparse de los ritos funerarios y preparar los aposentos
para los cardenales-electores que van llegando, asignarles habitaciones por sorteo a los
cardenales, aprobar un presupuesto para los gastos en que se incurra durante el período de sede
vacante, o leer cualquier documento que el papa haya dejado para el Colegio de Cardenales.
Todos los temas se deciden por voto de la mayoría de los cardenales de la congregación general.