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LA TEORIA FIGURATIVA DEL LENGUAJE DE L. WITTGENSTEIN
Guillermo Moreno M. FILÓSOFO PROFESOR CENDA
ABSTRACT
Qué puede y qué no puede decirse con sentido, cómo es que tal cosa puede suceder, qué
relación guarda con la verdad, son todas las cuestiones que obligan a pensar a fondo, el
problema del lenguaje y en las que además, se juegan las concepciones del saber, la
filosofía y la propia vida. La teoría figurativa del lenguaje de Wittgeinstein, es una
respuesta, que no por ser sustituida más tarde por otra en la obra de este pensador, deja
de ser profundamente ingeniosa e inquietante, en tanto lleva a su máxima tensión la
relación que puede establecerse entre el lenguaje, la lógica y la realidad. Presentar una
interpretación de algunos aspectos centrales de esta teoría, es el propósito principal del
presente artículo.
Palabras clave: lenguaje, teoría figurativa, lógica, verdad, hechos, figuras, nombres,
modelo, objeto, pensamiento.
I
La teoría del lenguaje de Ludwig Wittgenstein en el Tractatus Logico-Philosophicus no es,
hablando estrictamente y según el propio autor, una teoría sino un quehacer, quehacer
que constituye la única filosofía posible. Actividad cuyo único sentido parece ser el de
realizarse ‘mostrándose’ como algo ‘sin sentido’ (4.112)1. Repitamos, pues, uno de estos
ejercicios (de) sinsentido.
Bertrand Russell dice en la Introducción que escribió para el Tractatus de Wittgenstein
que “la función esencial del lenguaje es afirmar o negar los hechos”2. Aunque esto
pudiese ser equivalente a decir que el lenguaje ‘da cuenta’ de los hechos, lo que importa
retener por ahora es que hay hechos y que los mismos pueden ser afirmados o negados.
Esta es, por tanto, una premisa que hay que aceptar para intentar comprender la teoría
figurativa del lenguaje. En esta perspectiva, el problema que Wittgenstein intenta resolver
es el de cómo acontece ese dar cuenta de los hechos en el lenguaje, o lo que para este
caso es lo mismo, el de elucidar cómo es éste para que pueda hacerlo.
Para abordar el asunto hay que retener dos o tres aspectos concernientes a los hechos.
En primer lugar, que el hecho mínimo irreductible o ‘hecho atómico’ “es una combinación
1
Tractatus Logico-Philosophicus, Alianza, Madrid, 1980. Colocaremos siempre entre paréntesis la
numeración propia del texto, identificable fácilmente.
2
Ed. Cit., p. 13.
de objetos”(2.01); que dicha combinación se realiza según un “modo determinado”(2.031),
determinación que constituye la “estructura del hecho”(2.032).
Ahora bien, Wittgenstein afirma que “nosotros nos hacemos figuras de los hechos”(2.1) y
realiza a continuación un análisis del concepto de figura. Este concepto lo primero que
nos sugiere es seguramente la idea de una cierta disposición de un conjunto de
elementos, los cuales refiriéndose unos a otros conforman una unidad. Unidad cuya
identificación es a la par identificación de la relación que mantienen sus elementos
constitutivos. Esto es expresado parcialmente por Wittgenstein cuando afirma que “la
figura consiste en esto: en que sus elementos están combinados unos respecto a otros de
un modo determinado”(2.14). Mas, como se ve, esta afirmación se corresponde con la ya
citada 2.031 referente a los hechos, por lo cual podemos concluir, por ahora, que hechos
y figuras tienen una estructura análoga, opinión que se refuerza con estas otras dos
consideraciones: “A los objetos corresponden en la figura los elementos de la
figura”(2.13), y “Los elementos de la figura están en la figura en lugar de los
objetos”(2.131). Podemos expresar esta analogía en forma de columna para mejor
comprensión:
Hechos
Figuras
Componentes: objetos
Componentes: elementos
Estructura: combinación ‘determinada’ de
objetos
Estructura: combinación ‘determinada’ de
elementos
Así, dado que los elementos de la figura corresponden a los objetos de los hechos y
también se combinan ‘determinadamente’, Wittgenstein puede concluir que “la figura es
un hecho”(2.14). Mas si la figura es un hecho, no debe concluirse muy apresuradamente
que un hecho se reduce a ser figura (al menos mientras no se haya esclarecido
completamente el concepto de ‘figura’), pues aun cuando los ‘objetos’ del hecho y los
‘elementos’ de la figura se corresponden, no son, sin embargo, idénticos: los elementos
de la figura son modelos (reemplazos) de los objetos, los representan pero son distintos;
es pensando en esta diferencia que Wittgenstein puede decir que “la figura es un modelo
de la realidad”(2.12), sin que ésta constituya una afirmación vacía. De otra parte, empero,
el hecho y la figura sí son idénticos en cuanto a su estructura, o, dicho de otra manera,
hecho y figura poseen una estructura común; dicha estructura, a su vez, depende de que
pueda formarse o no; si se forma es porque puede formarse, porque es posible, si no, es
por que, simplemente, es imposible; y si la figura es posible y puede formarse esto
acontece porque posee lo que Wittgenstein llama una “forma de figuración”(2.15). Pues
bien, en la medida en que esta ‘forma de figuración’ es la posibilidad de la estructura de la
figura, es decir, de la combinación determinada de los elementos constituyentes de la
misma y dado que, como ya dijimos, la estructura es común a la figura y al hecho, tal
‘forma de figuración’ es también la posibilidad de que los objetos de un hecho se
combinen entre sí para constituirlo; esto está dicho claramente en el Tractatus: “La forma
de figuración es la posibilidad de que las cosas se combinen unas respecto de otras como
los elementos de la figura”(2.151).
De esta manera, lo que en verdad tienen de común el hecho y la figura es la ‘forma de
figuración’(2.17), por lo que en lugar de decir que los objetos de un hecho o los elementos
de una figura se combinan según una estructura determinada, ahora podemos decir que
se combinan según una ‘forma de figuración’. Al pertenecer a ambos, hecho y figura, la
‘forma de figuración’ liga al uno con la otra, los relaciona mutuamente. Hecho y figura,
pues, se tocan, dice Wittgenstein, por medio de la ‘forma de figuración’.
Como se comprenderá, todo este análisis de Wittgenstein tiene un objetivo preciso:
indicarnos que la mejor, única y real manera de saber de los hechos del mundo es a
través de las figuras, que nosotros podemos saber de ese mundo porque poseemos la
capacidad de hacernos figuras del mismo (recordar 2.1), es decir, la capacidad de
reproducir su estructura.
Ahora bien, si es cierto que, como se dijo al comienzo, el lenguaje ‘da cuenta’ del mundo
(representándolo), pues entonces el mismo no podrá ser distinto de lo único que parece
tener las condiciones para dar cuenta de él: la figura. Más exactamente, el lenguaje
deberá ser una figura del mundo, o de lo contrario no tendrá nada en común con él. Sin
embargo, antes de ocuparnos de este aspecto debemos considerar otras características
importantes de la figura, que son precisamente las que fundamentan el vínculo de ésta
con el lenguaje.
Señalemos a título de ejemplo que si comparamos un edificio y una maqueta del mismo,
lo que ellos tienen en común no son, por lo general, ciertamente los materiales (ladrillo γ
cartón), posiblemente lo sea el color pero esto no es lo decisivo, lo que importa realmente
son sus relaciones espaciales proporcionales. De este modo si la maqueta ‘da cuenta’,
informa, del edificio válidamente es porque posee en común con él una forma figurativa
espacial, y, adicionalmente, –para que la representación sea más exacta– una similar
distribución de los colores en la misma. De manera distinta pero sin embargo análoga,
una partitura puede ser considerada como la representación gráfica de una pieza musical:
la disposición espacial de las notas representa la disposición temporal de los sonidos.
Esto nos indica hay distintas clases de formas figurativas, pero –y he aquí lo importante
para lo que nos interesa– todas las formas de figuración (y por ello todas las figuras) son
lógicas. Y esto es así pues de lo contrario ninguna figura sería comprensible como figura,
ya que una figura es lógica o no es absolutamente nada: simplemente no hay figuras
ilógicas. Esto se comprende mejor si recordamos que Wittgenstein ha definido (en 2.0121)
la lógica como el conjunto de posibilidades, al decir que todas las posibilidades son los
hechos de la lógica. De esta manera una figura es posible porque es lógica y como se
comprenderá no hay figuras imposibles, vale decir nuevamente, ilógicas.
Ahora bien, dentro de los distintos tipos de figuras hay una cuya forma de figuración es
precisamente la forma lógica, es decir, las forma de las posibilidades de figuración: tal
figura es el pensamiento. Dicho de otro modo: el pensamiento es una figura que tiene en
común con los hechos (y entre éstos las demás figuras) una forma de figuración lógica (no
espacial, no temporal, etc.). Este aspecto y lo demás que hemos venido comentando
están recogidos por Wittgenstein en las siguientes proposiciones:
“La figura lógica de los hechos es el pensamiento”(3);
“‘Un hecho atómico es pensable’, significa: Nosotros podemos figurárnoslo”(3.001);
“El pensamiento contiene la posibilidad del estado de cosas que piensa. Lo que es
pensable es también posible”(3.02);
“Nosotros no podemos pensar nada ilógico, porque, de otro modo, tendríamos que pensar
ilógicamente”(3.03)
Establecidas entonces las características decisivas de la figura, y entendida la condición
de tal que posee el pensamiento, el paso siguiente consiste en el análisis de la expresión
del pensamiento, i.e., del lenguaje, a través de la proposición, manifestación sensible de
éste: “En la proposición, el pensamiento se expresa perceptiblemente por los
sentidos”(3.1).
De acuerdo con lo dicho hasta ahora, la proposición será entonces la presentación
sensible de la forma de figuración lógica, o lo que es lo mismo, esta forma de figuración
lógica expresada materialmente, por medio de signos. Esta clase de manifestación es
llamada por Wittgenstein “signo proposicional”(3.12). Ahora, un análisis del mismo
muestra que, en primer lugar, sus elementos, es decir, las palabras, no están mezcladas
indiscriminadamente, sino de un modo determinado (3.14 y 3.141), lo que quiere decir que
“el signo proposicional es un hecho”(3.14) y, por tanto, también una figura. El ser una
figura implica, como ya sabemos, que posee una estructura, que en el caso de la
proposición se llama articulación y sus elementos nombres o ‘signos simples’ (3.141 y
3.202).
Como se ve, la analogía de las proposiciones con los hechos y las figuras es patente.
Pero ahora hay que hacer explícita una diferencia decisiva que se encuentra implícita
cuando tomamos como punto de partida el pensamiento para pasar a referirnos a la
proposición: aun cuando la proposición reviste la forma de una figura material, espacial o
temporal, ella representa fundamentalmente (¿únicamente?) la forma lógica de figuración,
es decir, al igual que el pensamiento, las condiciones de posibilidad de toda figura y/o de
todo hecho, y por lo mismo, no la realidad de éstos. En otras palabras, no es un retrato,
una copia del mundo –que por fuerza tendría también que ser figura– sino la actividad de
bosquejarlo y diseñarlo lógicamente. Esto es lo que Wittgenstein dice al parecer cuando
afirma que “a la proposición pertenece todo aquello que pertenece a la proyección, pero
no lo proyectado. O sea, la posibilidad de lo proyectado pero no lo proyectado
mismo”(3.13). Ese bosquejar y diseñar que se realiza en la proposición, constituye el
sentido de la misma, i.e., su conformidad con las posibilidades de la lógica. Lo anterior
quiere entonces decir que la proposición es una figura cuya característica fundamental y
distintiva es la de poseer sentido (cf. 3.3: “sólo la proposición tiene sentido”).
Como es de suponer, esta característica central tiene implicaciones importantes en otros
aspectos de la figura ‘proposición’. En primera instancia, al adscribir el sentido a toda la
proposición, lo está eliminando de las partes constitutivas de ésta: los nombres entonces
no tienen sentido por sí solos pues lo único que tiene sentido es la articulación de los
mismos; recíprocamente, los hechos tampoco pueden nombrarse pues como ‘nombres’
serían solamente ‘elementos’ de la figura ‘proposición’, sin una estructura que los dotase
de un sentido; éstos, los hechos, sólo pueden, por tanto, ser descritos (3.144). Estas
consideraciones prueban, adicionalmente, que la proposición no es reductible a un
conjunto de nombres y que por ello su manera esencial de ‘dar cuenta’ del mundo no
consiste, en rigor, en decirnos o nombrarnos lo que es éste sino en mostrarnos lo que
puede suceder en ese mundo y, en ocasiones muy determinadas, lo que efectivamente
sucede.
De otra parte, dentro de una proposición, la unidad mínima de sentido es la expresión
(3.31), lo cual equivale a decir que la ‘expresión’ es el verdadero núcleo de la proposición,
la única constante en la misma (3.312), la ‘forma lógica de figuración pura’, junto a la cual,
o mejor, a partir de la cual, la proposición admite (o rechaza) distintas (variables)
configuraciones, que van desde las diferentes estructuras gramaticales que de hecho
asume, hasta la gran diversidad de nombres y palabras que se ‘instalan funcionalmente’
dentro de esas estructuras, elementos mínimos éstos cuya escogencia puede ser
arbitraria –pues se puede elegir tal o cual combinación de sonidos y de letras para
designar un objeto–, pero cuya configuración lógica –no gramatical– se encuentra
determinada de antemano por las posibilidades de combinación a que está sometido
dicho objeto una vez designado (3.342).
Creemos que lo dicho permite percibir la condición de figura lógica que constituye la
proposición y con ella el conjunto del lenguaje, pues, como dice Wittgenstein, “la totalidad
de las proposiciones es el lenguaje”(4.001). Admitido esto nos quedan dos aspectos por
señalar referentes a las dificultades para la comprensión de esta teoría: el primero hace
relación a que el lenguaje no presenta explícitamente su configuración lógica sino que, al
contrario, la oculta y la distorsiona, la ‘disfraza’ dice Wittgenstein (4.002), pues, por
ejemplo, utiliza las mismas palabras en configuraciones lógicas diferentes, es decir, con
distintos significados (cf. 3.323). Esta característica del lenguaje es la que hace posibles
construcciones gramaticales correctas –textos enteros– pero completamente sin sentido
como son, para Wittgenstein, la mayoría de las proposiciones que tienen que ver con la
filosofía (4.003).
El segundo aspecto de dificultad proviene de la constitución misma de la figura. Esta, en
efecto, no puede ser expresada en una proposición, es decir, mediante el lenguaje, ni
tampoco bajo ninguna clase de figura de cualquier tipo, pues cualquier clase de
representación es ya también figura, lo que equivale a decir que la condición de toda
representación es una figura, más exactamente, la ‘forma lógica de figuración’. Por esta
razón una figura simplemente muestra su forma de figuración (2.172), Y esto implica
entonces que el lenguaje, como figura que es, solamente muestra la “forma lógica de la
realidad”(4.121), pero no puede decir por ninguna forma qué es esa realidad (3.221),
pretensión central de la filosofía. Ahora bien, esto que parece ser una carencia del
lenguaje y que quizá sugiriese entonces la idea de buscar otra forma de saber con mejor
certeza del mundo, no deja de ser más que una mera apariencia pues en realidad al
determinar el lenguaje a la manera como Wittgenstein intenta hacerlo en el Tractatus, el
‘mundo’, en cuanto a su comprensión, queda encerrado dentro del lenguaje, su ‘esencia’
es la esencia de la proposición (5.4711) y sus límites son también los límites de ésta (5.6
y 5.61). Todo lo demás es hablar sin sentido.
II
Conocidas las características básicas de lo que Wittgenstein denomina ‘figura’,
consideramos ahora otros aspectos de la función que tal concepto cumple dentro de la
teoría del lenguaje que el autor sostiene en el Tractatus Logico–Philosophicus.
Decíamos al comienzo que dado que el lenguaje da cuenta del mundo, se trataba de ver
entonces cómo era que esto sucedía, y que la aceptación de tal premisa era el punto de
partida para comprender la teoría figurativa del lenguaje. Aunque esto sea, en general,
cierto, debemos precisar ahora que tal ‘dar cuenta de los hechos’ debe entenderse
exclusivamente como un representar los hechos. Así, el verdadero punto de partida de
esta teoría puede expresarse diciendo que ‘la función esencial del lenguaje es representar
el mundo’, lo cual es algo más definido que el mero ‘dar cuenta del mundo’ y también algo
distinto que el ‘afirmar o negar los hechos’ que señalaba B. Russell.
Partir de la premisa de que el lenguaje es representación del mundo implica, al mismo
tiempo, concebir al mundo de tal manera que pueda ser representado y al lenguaje como
capaz de representarlo. Lo primero conduce a la ontología del Tractatus y lo segundo a la
teoría figurativa del lenguaje propiamente dicha.
Recordemos que para sustentar esta última, el lenguaje se considera, en general, como
compuesto por proposiciones, más exactamente, que éste es “la totalidad de las
proposiciones”(4.001). Así, un estudio del lenguaje puede reducirse a un estudio de la
proposición (de hecho, el título original para el Tractatus era “Der Satz”, “La proposición”).
Ahora bien, es la proposición la que, según Wittgenstein, es una figura del mundo (4.01),
lo cual equivale a decir que la proposición representa figurativamente al mundo. Por tanto,
una proposición determinada es la manera como nosotros representamos la
representación de un determinado hecho que acontece (o que puede acontecer, según
veremos luego) en el mundo. Y es que, en principio, “nosotros nos hacemos figuras de los
hechos”(2.1), lo cual quiere decir que reemplazamos un hecho de ese mundo, es decir,
sus elementos constituyentes por otros elementos de tal modo que estos últimos refieran,
proyecten, o sean ‘signos’ de aquellos del mundo y, además, guarden entre sí el mismo
tipo de relación o forma de figuración que aquellos mantienen, convirtiéndose así en una
‘figura’ de tal hecho, figura que puede revestir una variada ‘corporeidad sensible’, ya que
sus elementos bien pueden ser grafías, sonidos, colores, dibujos, modelos espaciales o
maquetas, etc. En el caso de la proposición estos elementos reemplazantes son los
nombres (3.202, 3.22), ‘signos simples’ (orales o escritos) que articulándose según un
número de posibilidades que les es propio (definido por su uso), constituyen la figura del
mundo que es la proposición.
La proposición entendida como figura puede entonces recibir la denominación de signo
proposicional (cf. 3.12) y su función es representar sensiblemente la contemplaciónproyección del mundo por el pensamiento. Además, es claro que al ser la proposición un
remplazo, un signo que significa o que ‘está por’ un hecho del mundo, ésta lo único que
puede hacer es decir cómo es ese hecho, describirlo, mas no decir qué es ese hecho al
margen de su representación como figura (3.221). El signo proposicional reproduce de
forma sensible los hechos, configurando sus elementos constituyentes –los ‘signos
simples’– del mismo modo como se configuran los objetos de un estado de cosas en el
mundo (3.21), precisamente el estado de cosas que describe (esto, claro está, en el caso
de una proposición ‘verdadera’). Ahora, estos ‘signos simples’ que están en la proposición
por los hechos, considerados en sí mismos, al margen de su empleo, no ‘significan’
absolutamente nada; adquieren su significado –i.e., se hacen propiamente ‘signos’– sólo
si se usan significando (3.328), es decir, remplazando, caso en el cual hacen parte (la
parte sensible, justamente (3.32)) del ‘símbolo’ (3.326). Esto quiere decir, además, que no
hay ninguna necesidad que determine el uso de un signo específico, pues ello implicaría
que el signo significara antes de significar; en otras palabras, no hay ‘signos naturales’:
los signos no indican, los signos reemplazan. En este sentido, todos son escogencia –
arbitraria– de los hombres, escogencia que por cierto no se realiza siempre de la manera
más adecuada ya que, tal como acontece en el lenguaje ordinario, un mismo signo se
utiliza, en ocasiones, con significado diferente, es decir, en dos símbolos distintos, así,
dice Wittgenstein, la palabra “es” (cf. 3.323). Esta práctica origina, entre otras, las
confusiones de la filosofía (3.324). Para evitar esas confusiones habría que, según él,
usar signos diferentes en símbolos diferentes y eludir el uso de aquellos signos que
normalmente designan de modo diferente, en fin, simbolizar siguiendo las reglas de una
gramática lógica, es decir, según una sintaxis que configure la proposición según el
conjunto de posibilidades de configuración que le sea inherente y no otras (cf. 3.325).
Este uso de los signos según reglas lógicas es lo que propiamente caracteriza la teoría
figurativa de la proposición frente, por ejemplo, a la posterior concepción del lenguaje que
Wittgenstein desarrolla en otras de sus obras3. Esto lo expresa muy bien H.O. Mounce
cuando dice:
“En el Tractatus la forma lógica es algo que, por así decir, está en la base de las
reglas del lenguaje y garantiza su uso inteligible. En las Investigaciones concibe la
forma lógica como un género de formalización de las reglas del lenguaje y éstas
dimanan del uso del mismo; no están en su base ni garantizan su inteligibilidad”4.
La esencia de la proposición radica, pues, como ya señalamos atrás, en figurar
lógicamente el mundo, en representarlo según la lógica, en reproducirlo a partir y en su
forma lógica de figuración. Hacerlo según uno de los modos posibles (empíricamente
posibles) de configuración de un hecho del mundo es lo que constituye, como sabemos, el
sentido de la proposición; hacerlo según la configuración efectivamente real, existente y
constatable, de un hecho específico, la hace, además, verdadera. Toda proposición por la
sola razón de constituirse engloba consigo un conjunto de posibilidades, se abre campo,
por así decir, en el ámbito de la lógica y, como dice Wittgenstein, “determina un lugar en
el espacio lógico”(3.4), determinación que depende y se funda en la posibilidad de
configuración de las partes constituyentes de la proposición, en el ‘juego’ y ‘rango’ de
combinación de cada ‘signo simple’ de la misma. Mas no ha de pensarse, empero, que la
proposición sólo tiene que ver con el lugar lógico que determina, al contrario, la
determinación de ese lugar es a la par la constitución de todo el ámbito de la lógica; por
esto, en 3.42, Wittgenstein nos dice que
“Aunque la proposición pueda sólo determinar un lugar en el espacio lógico, todo
el espacio lógico debe estar dado por ella (...) El armazón lógico en torno a la
figura determina el espacio lógico. La proposición atraviesa a todo el espacio
lógico”.
Sin embargo, es evidente que esta aserción del Tractatus es más una sana intuición que
una verdadera consecuencia coherente con su concepción de la proposición como figura
del mundo. En efecto, antes (2.1512), había dicho que la figura “es como una escala
aplicada a la realidad” y (en 2.15121) que “sólo los puntos extremos de la línea graduada
tocan al objeto que ha de medirse”. La afirmación de 3.42 citada atrás desborda
ampliamente la concepción figurativa, pues ésta presupone que, como dijimos al principio,
el lenguaje sea desmembrado en proposiciones (es decir, que su carácter orgánico sea
una simple conexión de unas proposiciones con otras, tendencia, dicho sea de paso, de
todo ‘análisis’, la misma que lleva a ver una cadena como ‘compuesta’ por eslabones),
razón por la cual en la relación entre el lenguaje y el mundo sólo importan realmente los
‘límites’ de la proposición, los ‘puntos extremos’ que tocan la realidad. En cambio, la
mención de la totalidad del espacio lógico está indicando de algún modo que una
3
4
Por ejemplo, en las Investigaciones filosóficas y en los Cuadernos Azul y Marrón.
Mounce, H.O. Introducción al “Tractatus” de Wittgenstein, Tecnos, 1983, p.48.
proposición se relaciona antes que con el mundo, con un ámbito que la rodea, que no es
otro que el constituido por otras proposiciones, vale decir, con un sistema de las mismas y
no una simple agrupación de proposiciones independientes unas de otras. Wittgenstein
mismo nos da un testimonio de esta decisiva diferenciación cuando, años más tarde,
expresó:
“Escribí una vez: La proposición es como una regla aplicada a la realidad. Sólo los
puntos exteriores de la regla graduada tocan el objeto que se ha de medir. Ahora
diría más bien: Un sistema proposicional es como una regla aplicada a la realidad.
Con esto quiero indicar lo siguiente: Cuando aplico una escala a un objeto
espacial, aplico todas las divisiones al mismo tiempo.
8
9
10
11
12
No se aplican sólo las divisiones individualmente, sino toda la regla. Una vez que
sé que el objeto llega hasta la división 10, inmediatamente deduzco que no
alcanza hasta la 11, 12, etc. Las aserciones que me describen la longitud de un
objeto constituyen un sistema, un sistema proposicional. Tal sistema es el que
ahora se cotejará con la realidad y no una sola proposición”5
Para finalizar, recordemos que la concepción de la proposición como figura del mundo
permite creer que el mundo puede ser ‘descrito’ por completo mediante el conjunto de
todas las proposiciones verdaderas (4.26), labor ésta que corresponde no a la filosofía
sino a las ciencias naturales (4.11), empíricas por definición pues sólo están en posesión
de una proposición verdadera cuando la han constatado, por experiencia; la filosofía, en
cambio, solamente ‘elucida’ y sus ‘proposiciones’ son únicamente seudoproposiciones
pues no figuran nada que corresponda al mundo y nada tienen que ver, por tanto, con la
‘verdad’. Este es uno de los ‘extremos’ de su imposibilidad; el otro, es que tampoco puede
ocuparse de la razón de ser de la proposición, es decir, de la forma lógica de figuración,
pues ésta –que no es un hecho sino la posibilidad de todos los hechos y figuras y lo
común a unos y otras– no se puede figurar (4012), no puede ser dicha en una
proposición, no es objeto de remplazo o sustitución sino, precisamente, lo que permite el
remplazo.
5
Waismann, F. Ludwig Wittgenstein y el Círculo de Viena, F.C.E., 1975, p. 57. Los subrayados son de
Wittgenstein.