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Universidad Central de Venezuela
Facultad de Humanidades y Educación
Escuela de Historia
Tesis de Grado
Japón y su participación en la Primera Guerra Mundial
Relaciones con Estados Unidos y Reino Unido (1914 – 1922)
Autor:
Br. José Gregorio Maita Ruiz
Tutor:
Prof. Dr. Julio López
Tesis para optar al título de Licenciado en Historia
Ciudad Universitaria de Caracas, Octubre de 2009
Dedicatoria
A mi padre por incentivar en mí, desde muy pequeño, el gusto por la historia y las
cuestiones intelectuales.
A mi hermana Roymar por ser siempre mi apoyo moral más firme en el largo
camino recorrido hasta este punto.
A mi madre por mostrarme desde muy temprano la importancia del espíritu
competitivo, de esforzarse por lograr la excelencia y que los sueños no se alcanzan
soñando, sino trabajando por ellos.
A ellos tres les dedico mi último trabajo como estudiante y mi primer trabajo como
profesional, pues este triunfo nunca lo hubiera alcanzado sin ellos. A ti mamá, a ti Roymar
y a ti papá, mi eterna gratitud.
Agradecimientos
Llegar tan lejos es imposible sin ayuda. Por eso, quiero expresarles un profundo
agradecimiento a todas aquellas personas que de una manera u otra hicieron posible que
este trabajo fuera completado. En especial a personas como el Prof. Dr. Julio López Saco,
de quien no tengo ninguna queja como tutor y a quien le agradezco mucho sus precisas
correcciones y su diligencia a la hora de leer y supervisar mi trabajo.
Le agradezco también a mi buen amigo Jesús Camejo, quién al aceptar delegar
conmigo representando a Japón ante la Conferencia de París del VI Modelo Venezolano de
Naciones Unidas, hizo posible que encontrara este significativo tema para la tesis y que
comenzara mi investigación. Todo esto, además, sin demérito de un inestimable ánimo
constante para avanzar. Debo agradecerle además a la Dra. Tomoko Asomura, quien con
gran amabilidad leyó buena parte de mis borradores aún estando en Japón, ofreciéndome
consejos importantes y apoyo moral.
Mis agradecimientos también para mi hermano Roy Maita, quien aún estando lejos
me apoyó mucho con la tesis, tanto moral como materialmente, de una forma decisiva. De
la misma manera, le agradezco a los profesores Dr. Ismael Cejas y Hernán Lucena de la
Universidad de Los Andes por sus opiniones y sugerencias, así como a todas las personas
del Centro de Estudios de África, Asia y Diásporas Latinoamericanas y Caribeñas “José
Manuel Briceño Mozillo”. De igual forma, le doy las gracias al Prof. Dr. Eduardo Camps
por su apoyo y buenos consejos para la investigación.
Al Sr. Máximo Taylhardat y la Sra. Yuko Murakoshi de Blanco, Asistentes del
Departamento Cultural de la Embajada de Japón y a la Srta. Maki Ashida, Agregada
Cultural, por su amable atención y valiosa colaboración durante mis visitas a la biblioteca
de la embajada y a las charlas de información sobre becas de postgrado.
Y finalmente, a mi amigo el Lic. Fulvio Scarcia, quien me regaló el tan oportuno y
productivo consejo de tomar esta investigación sobre Japón, que tanto me apasiona, como
tema de tesis de licenciatura.
Índice
Introducción……………………………………………………………………………...….5
I) Japón frente a la Primera Guerra Mundial. Una oportunidad para la expansión……..….11
I-A) Situación geopolítica de Asia oriental y el Océano Pacífico para 1914……………....11
I-A.1) La situación semi-colonial de China (desde la rebelión de los bóxers hasta
1914)………………………………………………………….………………………...….12
I-A.2) La presión europea y estadounidense en el área Asia-Pacífico………………..……16
I-A.3) La reciente expansión japonesa en la zona…………………………………..…..….23
I-B) Motivaciones japonesas para entrar en la Primera Guerra Mundial…………………..26
I-B.1) La alianza con Gran Bretaña y la entrada en la guerra, ¿compromiso con el aliado o
instrumento para la expansión?.............................................................................................26
I-B.2) Qingdao, una cuenta pendiente de Alemania…………………………...…………..31
I-B.3) El imperialismo del gobierno japonés………………………………………….…...33
I-C) Japón en la guerra. Las operaciones militares del Imperio del Sol Naciente
contra Alemania…………………………………………………………...…….......……..36
I-C.1) Asedio de Qingdao……………………………………………………….....…........38
I-C.2) Operaciones en el Pacífico…………………………………………………….....…42
I-C.3) Patrullaje en el Mediterráneo………………………………………………..........…44
II) Impacto en Gran Bretaña y Estados Unidos ante
la participación japonesa en la Primera Guerra Mundial……………………………...…...48
II-A) Relaciones Japón-Reino Unido desde la Restauración Meiji hasta la
Conferencia de París………………………………………………………….…………....48
II-A.1) Relaciones británico-japonesas desde la Restauración Meiji hasta
la Alianza Anglo-Japonesa de 1902…………………………………………......................49
II-A.2) La guerra ruso-japonesa y el enfriamiento de la alianza………………….……......60
II-A.3) La Exhibición Británico-Nipona de 1910. Gran Bretaña le abre
la “Puerta Grande” del club de potencias a Japón…………………………...……….……66
II-A.4) La anexión de Corea y la renovación de la alianza en 1911…………………...…..69
II-A.5) Relaciones británico-japonesas durante la Primera Guerra Mundial……………...75
II-A.6) Japón y Gran Bretaña de cara a la Conferencia de París………………..…………81
II-B) Relaciones Japón-Estados Unidos desde la Restauración Meiji
hasta la Conferencia de París……………………………………………………………....82
II-B.1) Relaciones Japón-Estados Unidos: 1868-1898……………………………………83
II-B.2) La coyuntura de la guerra ruso-japonesa.
El acuerdo Taft-Katsura y el Tratado de Portsmouth……………..…………………….…84
II-B.3) La coyuntura del Acuerdo de Caballeros…………………………………….…….91
II-B.4) Impacto en Estados Unidos por la entrada de Japón en la guerra y
relaciones norteamericano-japonesas durante la Primera Guerra Mundial………………...95
II-B.5) Japón y Estados Unidos de cara a la Conferencia de París……..………………...112
III) El expansionismo japonés frente al muro anglo-estadounidense………………….…113
III-A) La Conferencia de Versalles. Japón como uno de los “Cinco Grandes”………......114
III-A.1) La propuesta japonesa de igualdad racial,
primera gran colisión de Japón con el muro anglo-estadounidense……….…………..….129
III-A.2) El Mandato sobre las Islas del Pacífico. El triunfo de Japón
en la Conferencia……………………………………………………...………………..…149
III-A.3) El puesto permanente de Japón en el Consejo de la
Sociedad de Naciones, confirmación de Japón como potencia mundial………...……..…160
III-A.4) La disputa sino-japonesa en Shandong. El asunto no resuelto en
Versalles…………………………………………………………………...……….......…164
III-B) La Conferencia Naval de Washington. Maniobras de contención……...……….....172
III-B.1) El Tratado de las Cuatro Potencias, un instrumento para sustituir
la Alianza Anglo-Japonesa…………………………………...……………..………….....193
III-B.2) El Tratado de las Cinco Potencias, una “camisa de fuerza” para el
poderío naval japonés………………………................................................................…..198
III-B.3) El Tratado de las Nueve Potencias, el establecimiento oficial
de la “Puerta Abierta” en China…………………………….…………………………….209
Conclusiones…………………………………………………………..……………...…..218
Bibliografía…………………………………………………..………………………...…231
Anexos………………………………………………………………………….…….......241
Introducción
En occidente, y en particular en Venezuela, son conocidos los sucesos que marcaron
la participación de Japón en la Segunda Guerra Mundial, aunque sea de manera superficial.
En líneas generales, el gran público maneja la idea básica de que para la época Japón era
una especie de “versión asiática de la Alemania Nazi”, que agredió a Estados Unidos en el
famoso episodio de Pearl Harbor y que, aunque mostró un valor y una determinación
bastante heroicas en la contienda, debía ser detenido para que pudieran triunfar los ideales
democráticos de los Aliados. El episodio de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki
completa este cuadro, si bien las opiniones que suscita son menos homogéneas. Este cuadro
general se ve alimentado por los medios audiovisuales masivos. El gran público también
tiene una visión, creemos que superficial, de las primeras décadas del Japón moderno,
debido a la precariedad y divergencia de interpretaciones de los medios audiovisuales e
impresos, perdiendo de vista la historia japonesa antes de la guerra con China de 18941895.
Por otro lado, varios historiadores de Venezuela han tenido cierto dominio de la
historia moderna japonesa, manejando los rasgos generales de la Restauración Meiji y la
formación del imperialismo nipón, además de conocer con bastante acierto y buen criterio,
las consecuencias de la guerra ruso-japonesa de 1904-1905, quizá por sus efectos en el
imperio zarista y cómo facilitó la caída del Zar Nicolás II, el surgimiento de la URSS y el
avance del comunismo, un tema que parece despertar pasiones encontradas, francamente
periclitadas, en la Venezuela de principios del siglo XXI.
Sin embargo, cuando superponemos la visión del gran público con los datos
manejados por la gran mayoría de los historiadores y académicos venezolanos, observamos
que la historia japonesa tiene, en Venezuela, un inmenso agujero negro que, cubre más o
menos, desde 1905 hasta 1941, haciéndose menos oscuro en las cercanías de estos años. Es
por las razones expuestas más arriba, es decir, por el casi completo desconocimiento de este
episodio de la historia japonesa en nuestra Escuela de Historia y en nuestro país, que
consideramos necesaria y pertinente la realización del presente trabajo. Aunque el tema ya
ha sido plenamente estudiado por autores japoneses, estadounidenses y británicos, sus obras
no han tenido mayor impacto en Venezuela, por lo que consideramos nuestra investigación
5
un aporte necesario y útil para la Escuela de Historia de la UCV, la comunidad nacional de
historiadores y el gran público en general.
En lo que se refiere a la Primera Guerra Mundial, en Venezuela se maneja una
óptica demasiado centrada en Europa y un poco menos en la entrada de Estados Unidos en
la contienda en 1917 que, según la historiografía tradicional, le confirió un giro a la guerra,
si bien cada vez más estudios recientes difieren de esa tradicional idea. Para la comunidad
académica, y el gran público en general, son casi desconocidas las luchas en otros frentes
fuera de Europa, cómo África, el Imperio Otomano o el Lejano Oriente, así como la
participación de otros países, incluido nuestro vecino Brasil. Mucho menos se conoce la de
Japón, que fue bastante limitada en lo militar, pero muy importante por su peso político y
por el carácter global que le confirió a la contienda.
“La Gran Guerra europea se convertiría en mundial veinte días después de
iniciada. Fue cuando Japón, que contaba con una alianza con Gran Bretaña, declaró la
guerra a Alemania.”1
Pero la importancia de Japón en la Primera Guerra Mundial no se limitaría, como
veremos, a reforzar el carácter global de la misma al ser la primera nación extra europea
que entró en la contienda. El origen de esa entrada se remontaba a 1902, cuando Gran
Bretaña y Japón firmaron por primera vez un tratado de alianza, dirigido, en ese momento,
contra el expansionismo ruso en Asia central y el Lejano Oriente. La alianza se renovaría
en 1905, luego de la guerra entre Rusia y Japón y, finalmente, en 1911. Este pacto resultó
relevante en su momento, ya que además de romper el casi cuarto de siglo que Gran
Bretaña llevaba en su “Espléndido Aislamiento”, mostraba varias realidades: primero, que
el Imperio Británico ya no era capaz de dirigir al mundo en solitario de forma tan cómoda
como antes; segundo, que Europa ya estaba perdiendo fuerza como centro de poder ante
nuevas núcleos (como Estados Unidos y Japón), y tercero; que había una nueva potencia en
Asia, Japón, con la que los occidentales debían contar antes de tomar cualquier acción en el
Lejano Oriente.
1
Guerrero, J., “Cuatro años en el infierno” en Muy Historia, Número 17, 2008, pp. 43 - 47, en particular, p.
44.
6
Cuando la guerra estalló en Europa, los japoneses, en parte presionados por Gran
Bretaña, y en parte guiados por sus propias ambiciones, le declararon la guerra a Alemania,
pensando adueñarse de las posesiones germanas en China y el Pacífico. Aunque la guerra
en el Lejano Oriente no duró ni seis meses, cambió totalmente el equilibrio de fuerzas en la
región al causar la brusca desaparición de Alemania en la zona y al generar el
engrandecimiento de Japón, para desconfianza de Estados Unidos y Gran Bretaña.
Sin embargo, no todo sería tan fácil para los nipones, ya que al finalizar la Gran
Guerra, sus aliados británicos empezaron a temer grandemente su creciente poder,
empezando a aunar esfuerzos para contenerlos con el viejo rival de Japón: Estados Unidos.
Así, las dos potencias anglosajonas buscaron limitar las ganancias de Japón en la
Conferencia de Paz de París de 1919, restringiendo luego su poder e influencia regional en
la Conferencia Naval de Washington de 1922. Se formaría, así, un auténtico “muro angloestadounidense” en el ámbito político que buscó, y logró, contener el poder de Japón. Esto
a su vez, traería impredecibles consecuencias políticas dentro del país asiático, que lo
llevarían por el camino de la guerra hasta la invasión de China en 1937, al inicio de la
guerra en el Pacífico en 1941, y hacia la consiguiente catástrofe de las bombas atómicas en
1945. Es decir, en el período que estudiamos se encuentran buena parte de los orígenes de
los sucesos que marcarían la Segunda Guerra Mundial en aquella región del mundo. He
aquí, por tanto, la importancia de estudiar este período que, como antes comentábamos, es
un agujero negro historiográfico en Venezuela.
Es en dicho agujero negro historiográfico que esta investigación se centra. La
misma persigue, entre otros fines, dar a conocer, e interpretar, una parcela de la historia
japonesa, y mundial, no demasiado conocida. Ilustrar cómo fue la participación de Japón en
la Primera Guerra Mundial y responder interrogantes del siguiente tenor: ¿qué condujo a
Japón a entrar en dicho conflicto?; ¿qué papel jugaron en tal decisión las grandes potencias
de occidente?, o; ¿qué obtuvo Japón tras la guerra?
Pero si este fuera el único fin de la presente investigación, bastaría entonces con
revisar, con un poco de paciencia y detenimiento, varias obras de divulgación, además de
fuentes electrónicas. Tendríamos, de este modo, una mera repetición secuencial de un relato
rico en detalles y muy emocionante para un lector al que le gusten las guerras pero, en
realidad, poco trascendente para la historia del Asia-Pacífico. Este trabajo pretende ir algo
7
más allá. Busca descifrar y explicar las complejas relaciones de Japón con las grandes
potencias de occidente, específicamente el Imperio Británico y Estados Unidos, en los años
inmediatamente posteriores a la Primera Guerra Mundial, y mostrar cómo en esos
acontecimientos se encuentran buena parte de las claves de un proceso histórico que nos
conduce a Pearl Harbor, la gran guerra en el Pacífico de 1941-1945, el bombardeo atómico
de Hiroshima y Nagasaki y el encumbramiento de Estados Unidos como la mayor potencia
naval del Pacífico. En otras palabras, nuestra investigación pretende sumergirse en el punto
clave del, etiquetado así por nosotros, agujero negro historiográfico de Japón y encontrar la
raíz de los sucesos posteriores, mucho mejor conocidos e interpretados.
A lo largo de esta tesis de grado trataremos cuestiones relevantes que la opacidad
del cristal de la Segunda Guerra Mundial no ha dejado ver muy bien al ojo occidental, en
general, y al venezolano en particular. Estudiaremos como entre 1914 y 1922 Japón
atravesaba un período de profunda democratización, conocido como la Democracia Taisho,
demostrando ser un país no menos democrático, y no más imperialista, de lo que podía ser
cualquier monarquía europea del momento. Todo ello, en claro contraste con el Japón
fascista que ataca Pearl Harbor, en la típica visión que se extendió en la posguerra.
Estudiaremos también cómo fue que Gran Bretaña le abrió las puertas del club de
potencias a Japón hacia 1902, al firmar con ese país una alianza militar, al aprobar su
expansión a costa de Rusia en 1905, y al invitarlo a entrar en la Gran Guerra en su
desesperación por vencer a la poderosa flota alemana. Además analizaremos de qué manera
Gran Bretaña fue confiando cada vez menos en su aliado asiático, hasta unir esfuerzos con
Estados Unidos para contenerlo, de modo que su política exterior se convierte en clave en
un complejo juego triangular de poder. Finalmente, se estudiará la raíz de la rivalidad
americano-japonesa en el área del Pacífico, que se fue manifestando con fuerza con cada
paso de expansión en la región de las dos potencias, como la guerra chino-japonesa (18941895), la guerra hispano-norteamericana (1898), la guerra ruso-japonesa (1904-1905) y la
primera guerra mundial (1914-1918), para desembocar en el punto culminante tratado en
esta investigación: la Conferencia Naval de Washington de 1921-1922.
En general, cruzaremos datos, hechos y comentarios de fuentes bibliográficas, con
aquellos de fuentes de primera mano, para obtener una visión más clara de los
acontecimientos, aplicando útiles herramientas de análisis internacional. Se trata, en
8
consecuencia, de una metodología que mezcla el clásico método de la historia con el
análisis geopolítico. En relación así mismo, con los aspectos metodológicos, debemos
explicarle al lector que los nombres de los personajes históricos japoneses han sido
adaptados a la onomástica occidental, con la finalidad de estandarizar las listas de
delegaciones diplomáticas y demás, de ninguna manera como un irrespeto a la costumbre
nipona de anteponer el apellido al nombre de pila. Por otra parte, aclaramos que todas las
referencias web han sido fechadas al 10 de marzo de 2009. Aunque en realidad se
recopilaron días, semanas o meses antes, la última revisión se realizó en esa fecha, o en los
días inmediatamente anteriores o posteriores, por lo que resulta un punto de referencia útil
para referir y contrastar lo obtenido en la Red.
Antecedentes directos de nuestro trabajo debemos mencionar y resaltar varias obras
en inglés: Turbulence in the Pacific. Japanese-U.S. Relations During World War I, de
Noriko Kawamura; Japan, Race and Equality. The racial equality proposal of 1919, de
Naoko Shimazu; Japanese Foreign Policy in the Interwar Period y Alliance in Decline. A
Study in Anglo-Japanese Relations 1908-1923, de Ian Nish; Japan and the League of
Nations: Empire and World Order, 1914-1938, de Thomas W. Burkman; The Washington
Conference, 1921-22: Naval Rivalry, East Asian Stability and the Road to Pearl Harbor, de
Erik Goldstein; y Royal Navy Strategy in the Far East, 1919-1939, de Andrew Field. De
antecedentes indirectos podríamos catalogar varias obras en castellano, como el caso de:
Japón en la era Showa. 1926-1989, de Margarita Escobar, y La construcción de una
potencia. Un estudio histórico sobre la transformación del Japón propiciada por los
líderes del gobierno Meiji, 1868-1912, de Inri José Hernández ambas, tesis de la Escuela de
Historia de la Universidad Central de Venezuela. Otra obra de referencia en nuestro idioma
sería, esencialmente, Historia de Japón, 1450-1990, de Eduardo Camps. Aunque sea de un
modo un tanto anecdótico, consideramos oportuno mencionar como se produjo el primer
acercamiento del autor a este tema. Fue en el marco del V Modelo Venezolano de Naciones
Unidas (MOVENU 2008), en el que mi persona, junto a otro estudiante de la Escuela de
Historia de la UCV, representó a Japón ante una simulación de la Conferencia de Paz de
París de 1919, obteniendo, y vivenciando así, una primera experiencia bastante peculiar
para lo que usualmente es visto en la disciplina histórica. Tal simulacro ofreció a todos los
que participaron una experiencia vivencial única de un destacado episodio del siglo XX,
9
despertando en el autor de este trabajo la inspiración necesaria para la investigación, y
dándole una conexión empática que, según nuestro propio criterio, es absolutamente
imprescindible en el historiador a la hora de abordar cualquier tema y realizar determinada
investigación.
Las fuentes utilizadas para esta investigación de grado fueron bastante variadas.
Aunque predominan las bibliográficas, se pueden contar varias fuentes de primera mano,
tratados originales en inglés, traducidos por nosotros al castellano, como, por ejemplo, el
Tratado de Shimonoseki (1895), Alianza Anglo-Japonesa (1902, 1905 y 1911), Tratado de
Portsmouth (1905), el Ultimátum Japonés a Alemania (15 de agosto de 1914), las Veintiuna
Demandas a China (1915), el Acuerdo Lansing-Ishii (1917), el Discurso de los Catorce
Puntos de Woodrow Wilson (1918), el Tratado de Versalles (1919), el Tratado de las
Cuatro Potencias (1922), el Tratado de las Cinco Potencias (1922) y el Tratado de las
Nueve Potencias (1922). También fueron revisadas diferentes fuente hemerográficas, entre
ellas, varias noticias del archivo digital del New York Times. Entre los centros de
documentación, físicos y virtuales, consultados, podemos mencionar las Bibliotecas Central
y Miguel Acosta Saignes, de la Universidad Central de Venezuela, la Biblioteca Nacional,
la Biblioteca de la Facultad de Humanidades y Educación de la Universidad de los Andes,
la Biblioteca del Centro de Estudios de África, Asia y Diásporas Latinoamericanas y
Caribeñas, “José Manuel Briceño Mozillo”, de Mérida, los Archivos Digitales del
Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón y del Departamento de Estado de Estados
Unidos, la Colección Digital de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, la Colección
Digital del Proyecto Avalon, de la Universidad de Yale y la página especializada en la
Primera Guerra Mundial www.firstworldwar.com, entre otras páginas y foros web de
prestigio.
Finalmente, deseamos que el trabajo que se presenta sea un verdadero aporte para la
comunidad académica venezolana y que merezca la atención del gran público, que es a fin
de cuentas, el motivo final de cualquier investigación histórica.
10
I) Japón frente a la Primera Guerra Mundial. Una oportunidad para la expansión
El 4 de agosto de 1914 el Reino Unido rompió relaciones con Alemania por la
entrada de tropas alemanas en territorio belga. Para el 15 de ese mismo mes, los japoneses
hacían lo propio, enviándole un ultimátum a Alemania en el que le exigían la evacuación de
sus fuerzas de territorios y aguas japonesas, además de la entrega del territorio arrendado de
Jiaozhou:
“Ayuda del Cielo en la nueva era Taisho para la realización del destino de Japón”
Con estas palabras el gabinete de Okuma Shigenobu dio la bienvenida al rompimiento de
hostilidades en Europa en agosto de 1914.” 2
En efecto, el inicio de la guerra en Europa, así como la entrada de Gran Bretaña en
la misma contra Alemania, constituían una excelente oportunidad de expansión territorial y
económica para Japón, con un riesgo muy bajo. Para entender tal oportunidad, debemos
estudiar en detalle cómo era la situación geopolítica de la región en 1914, qué razones tuvo
Japón para entrar en la contienda y cómo fue su desenvolvimiento en ella.
I-A) Situación geopolítica de Asia oriental y el Océano Pacífico para 1914
En 1914, no sólo Asia, sino el mundo entero ya había sido completamente
colonizado por las grandes potencias imperialistas o estaba ocupado por Estados modernos,
capaces de imponer sus leyes y definir fronteras claras; es decir, para 1914 la repartición
colonial del planeta ya había llegado al límite, quedando fuera de las fronteras de algún
estado moderno sólo las regiones polares y ninguna región sin explorar.
Asia y el Océano Pacífico, en particular, no escapaban a esta situación, siendo muy
significativo que para esa fecha en el continente sólo existían China, Japón, Persia, Siam y
2
Burkman, T., Japan and League of Nations. Empire and World Order, 1914-1938, University of Hawaii
Press, Honolulu, 2007, p.1
11
Turquía como Estados independientes, mientras el resto de los pueblos asiáticos
permanecía en situación de colonias, protectorados o provincias de Rusia, Gran Bretaña,
Francia, Alemania, Países Bajos, Estados Unidos, Portugal, Japón o la misma Turquía.
Aunque en América aún subsistían varias colonias con mayor o menor grado de
autonomía, y en África sólo quedaban dos países realmente independientes (Liberia y
Etiopía), era en Asia donde las principales potencias obtenían el grueso de sus ganancias.
Mientras África era un continente inmenso y despoblado, sin antiguas civilizaciones, con
riquezas ocultas y una imperante necesidad de inversiones, Asia, en cambio, ofrecía a las
metrópolis inmensas riquezas de más fácil alcance y grandes poblaciones con milenios de
civilización que podían ser considerados como mercados ideales. El continente asiático era,
pues, en 1914 el área “periférica” (desde la visión europea) de mayor importancia mundial
debido a la rentabilidad de su dominio. Asia se conformaba como la mayor “área de
repartición” del mundo.
Para complicar aún más las cosas, en este continente no existía un equilibrio real de
potencias producto de una conferencia internacional, como la Conferencia de Berlín de
1884-1885 para África. Además, aquí dos nuevas potencias extra europeas, Estados Unidos
y Japón, tenían una presencia cada vez más marcada y no estaban para nada de acuerdo con
las reglas del juego geopolítico impuestas por las potencias más antiguas, tal y como
demostrarían la guerra hispano-estadounidense de 1898 y la ruso-japonesa de 1904-1905.
Como último ingrediente en esta fórmula debemos agregar la inexacta repartición de China
y el creciente nacionalismo del pueblo chino. Creemos que resulta bastante preciso afirmar
que en 1914, la región del Asia-Pacífico era un polvorín que podía estallar de un momento
a otro.
I-A.1) La situación semi-colonial de China (desde la rebelión de los bóxers hasta 1914)
En el año 1914 China pasaba por una particular situación política. Era, formalmente,
una república independiente y soberana, pero tenía una gran cantidad de poderes fácticos
que se repartían su territorio. En primer lugar, el gobierno “legítimo”, es decir el del primer
12
presidente de la República de China, Yuan Shikai, cuyo poder no se extendía en realidad
muy lejos de Pekín. Yuan Shikai había sido un alto general del ejército imperial que se unió
a la revolución republicana de 1911 y que terminó tomando el poder por la fuerza
intentando ser un nuevo emperador. Su autoridad no fue nunca respetada del todo por los
republicanos nacionalistas leales a Sun Yat Sen. En segundo lugar, no podemos olvidar la
presencia de los “Señores de la Guerra”, que no eran más que caudillos provinciales al
frente de ejércitos personales. Muchos de ellos habían sido generales del ejército de la
dinastía manchú (Qing), o funcionarios regionales. Estos caudillos sembraban la anarquía
por todo el país y facilitaban la penetración de las potencias al ser verdaderos gobiernos
paralelos.
A su vez, varias potencias extranjeras, como Gran Bretaña, Francia, Alemania,
Rusia, Japón o Portugal controlaban porciones del territorio chino, bien fuera como partes
integrales de sus imperios, como territorios arrendados o como simples esferas de
influencia económica reservadas únicamente a sus inversiones. Así pues, la República de
China aparecía configurada más como una ficción legal que como una realidad material.
Estas áreas de influencia eran zonas de dominio económico exclusivo de una sola
potencia. Los británicos controlaban la región más grande, que iba desde el Tíbet y la
frontera de la India Británica hasta la desembocadura del Yangze, partiendo en dos el
territorio chino e incluyendo sus áreas más ricas. Los franceses controlaban la zona más
meridional, dominando varios puertos de importancia y teniendo acceso a varias de las
zonas más fértiles y ricas del país. Los rusos controlaban, después de la guerra de 1905 con
Japón, la parte oeste y norte de Manchuria, toda Mongolia y el actual Xinjiang uigur, zonas
desérticas, con muy poca población y escasos recursos naturales. Los alemanes hacían lo
propio con la provincia de Shandong, que tenía gran importancia portuaria, mucha
población y abundantes recursos naturales; los alemanes, además, habían convertido su
sector en un lugar floreciente debido a sus inversiones y su buena administración. Japón,
por su parte, dominaba la parte sur y oeste de Manchuria y un sector de la costa sur frente a
Taiwán. Además de estas áreas de influencia, que eran de dominio indirecto, las potencias
extranjeras tenían posesiones muy pequeñas bajo dominio directo, algunas por
arrendamiento y otras cedidas a perpetuidad. He aquí una lista de ellas:
13
Año de ocupación
Año de entrega a China
o cesión a otra potencia
Hong Kong
1842
1997 (a China)
Weihai
1897
1922 (a China)
Francia
Zhanjiang
1897
1922 (a China)
Portugal
Macao
1557
1999 (a China)
Rusia
Port Arthur
1897
1905 (a Japón)
Alemania
Jiaozhou
1897
1914 (a Japón)
Taiwán
1895
1945 (a China)
Islas Pescadores
1895
1945 (a China)
Port Arthur
1905
1923 (a China)
Jiaozhou
1914
1922 (a China)
Potencia ocupante
Gran Bretaña
Japón
Territorio
14
Llegado a este punto, creemos necesario, en consecuencia, hacer un breve recuento
de cómo China pudo llegar a esta situación y efectuar un análisis de cómo influyeron tales
especiales circunstancias en el equilibrio internacional.
Desde el siglo XIX China se había visto sometida a la expansión militar y
económica de las potencias occidentales, que encontraron en el tráfico de opio la manera de
ajustar a su favor el comercio con el imperio Qing, que les era desventajoso. Luego de las
guerras del opio (1839-1842 y 1856-1857), la penetración occidental en China se hizo cada
vez mayor, imponiéndole al país la apertura de puertos, derechos de extraterritorialidad
para los bienes y súbditos occidentales y descomponiendo totalmente la estructura de poder
del Estado manchú. Intentos por cambiar la situación no faltaron, como la Rebelión
Taiping, que fue aplastada por el gobierno imperial con ayuda occidental, y la Rebelión
Bóxer, entre 1899 y 1900. Los bóxers se llamaron a sí mismos Yihequan o “puños rectos y
armoniosos”, pero fueron llamados bóxers por los británicos por sus rituales de artes
marciales que, supuestamente, les hacían inmunes a las balas. Sus actividades comenzaron
en 1898 en la provincia de Shandong y pronto se extendieron a la capital. Al principio, los
bóxers tuvieron fuertes encuentros con las fuerzas imperiales, pero a partir de 1900 la
emperatriz viuda Cixi decidió apoyarlos clandestinamente, esperando que pudieran liberar
China del yugo occidental. Libres de cualquier acción gubernamental en su contra, se
centraron en atacar a los occidentales y a los chinos conversos al cristianismo. En junio de
1900 los bóxers cercaron las embajadas occidentales en Pekín y las mantuvieron bajo
violento asedio hasta agosto, cuando una fuerza multinacional integrada por soldados de
Gran Bretaña, Japón, Francia, Alemania, Austria-Hungría, Rusia, Italia y Estados Unidos
liberó las delegaciones occidentales del cerco y ahogaron la rebelión en un baño de sangre.
Después de esto, el gobierno imperial chino debió entregar más concesiones a los
occidentales, que se repartieron zonas de la propia Pekín y de Tianjin.
Esta fue la situación que heredó la República de China en 1911, cuando la
revolución derrocó a la dinastía manchú. En 1912, el líder nacionalista Sun Yat Sen regresó
de Estados Unidos para ponerse al frente de los revolucionarios y asumir el mando como
presidente provisional, pero Yuan Shikai tomó el control efectivo de la situación amparado
en sus tropas y controlando casi todo el norte del país. Antes de 1914, Sun Yat Sen tuvo
15
que volver al exilio, mientras Yuan Shikai intentaba deshacerse de los Señores de la Guerra
y proclamarse emperador. La particular situación de China tuvo efectos regionales e incluso
mundiales. China era un país gigantesco, lleno de recursos naturales y muy poblado, el
lugar ideal para que cualquier potencia obtuviera las materias primas requeridas por su
industria y consiguiera mercados para sus manufacturas. Tenía todo para ser una gran
potencia y, de hecho, lo fue hasta el siglo XIX, pero su desorden interno y la voracidad
occidental la habían convertido en un objeto pasivo de sus ambiciones, generándose así una
“zona de reparto” demasiado tentadora como para que cada una de las naciones más
poderosas del mundo se resignara a dejarla en manos de un solo competidor. El país
asiático era un área de vital importancia estratégica a comienzos del siglo XX, más que
África, y tan crucial como el Medio Oriente. Si China no se repartió y desmembró por
completo, fue por el temor de las grandes potencias a un enfrentamiento directo con una
inmensa población, difícil de someter y a medio mundo de distancia. Resultaba más
práctico, por lo tanto, mantener una ficción de gobierno en China que les otorgara
beneficios y que tuviera el peso específico de controlar la población.
Y en medio del área colonial mas apetecida del mundo se encontraba el joven
imperio japonés. Podría pensarse que si Japón hubiera estado en África, Asia Central o el
Medio Oriente, las desconfianzas y el choque posterior con Occidente no hubieran sido tan
profundos. Pero las apetencias de los europeos y norteamericanos sobre Asia Oriental eran
muy grandes, y Japón, a diferencia de los demás imperios coloniales, no tenía posesiones
más allá del Pacífico y su único mercado lo constituía China.
En resumen, la extrema debilidad militar de China creaba, en aquella época, una
situación de tensión y conflicto entre las grandes potencias al convertirse la región AsiaPacífico en la zona de reparto colonial más crítica del planeta.
I-A.2) La presión europea y estadounidense en el área Asia-Pacífico
Para 1914 Gran Bretaña, Francia, Países Bajos, Portugal, Alemania y Estados
Unidos tenían colonias propiamente dichas en Asia y el Océano Pacífico. Estas colonias se
diferenciaban de las áreas de influencia sobre China en que no eran concesiones, puertos
16
libres o zonas en arrendamiento, sino territorios plenamente incorporados a los respectivos
imperios coloniales. Estudiemos, con cierto detalle la presencia de cada potencia en la zona.
Gran Bretaña
El imperio británico era, con mucho, el imperio más extenso y poderoso de la zona
(y del mundo); sus posesiones más cercanas a Japón eran: Hong Kong, Singapur, Brunei,
Sarawak (parte de la actual Malaya), el Borneo Septentrional Británico (actual Borneo
malayo) y Malaya (la actual Malasia continental), a lo que se agregaban las posesiones en
el Pacífico Sur: los Dominios (entidades autónomas del imperio) de Australia y Nueva
Zelanda, la Nueva Guinea Británica (mitad sur de la actual Papúa-Nueva Guinea), las Islas
Ellice (actual Tuvalu), Fiji, las Islas Gilbert (actualmente parte de Kiribati), Nauru, Pitcairn,
las Islas Salomón, Tonga y Maraco. Además, en el continente contaba con la India
Británica (actuales Pakistán, India y Bangladesh), Birmania (actual Myanmar), Bután,
Adén (sur del actual Yemen), Kuwait, Omán, Qatar y los denominados Estados de la
Tregua (actuales Emiratos Árabes Unidos); finalmente contaba en el Océano Índico con
Ceilán (actual Sri Lanka) y las Islas Maldivas.
Con territorios tan extensos, y tan estratégicamente situados, Gran Bretaña
dominaba las rutas del Océano Indico, así como las rutas entre éste y el Pacífico, en
especial, casi todo el Pacífico Sur. Al controlar Sudáfrica, el Canal de Suez, el Golfo
Pérsico y el Estrecho de Malaca podía cerrar, si quería, las puertas de Asia a Occidente,
quedándole a este continente sólo las rutas terrestres, dominadas por Rusia, y las rutas del
Pacífico central hacia América, dominadas por Estados Unidos, para comunicarse a gran
escala con el resto del mundo.
Los británicos contaban con los inmensos recursos, naturales y humanos de India, a
la vez que con su mercado, detentando la supremacía en el comercio de especias.
Posesiones como las del Golfo Pérsico y las del Sudeste Asiático tenían un valor comercial
como puntos de distribución de manufacturas y de recolección de materias primas.
17
Birmania y las islas menores del Pacífico Sur servían para cubrir zonas más importantes,
como India y Australia, en tanto que los dominios de Australia y Nueva Zelanda tenían un
status muy peculiar dentro del imperio por ser colonias de alta población blanca y
autónomas; Australia y Nueva Zelanda tenían sus propias necesidades y particularidades
siendo competidoras de la economía metropolitana en varios rubros. Esta situación requería
de la metrópoli un gran esfuerzo para defenderlas.
La política exterior de Gran Bretaña en Asia tenía dos pilares fundamentales:
garantizar la defensa de India, que era la “Joya del Imperio”, y mantener el equilibrio de
poderes en China y el Pacífico. Estos principios determinarían, eventualmente, el
acercamiento de Gran Bretaña a Japón, así como también su posterior distanciamiento.
Francia
El imperio colonial francés en Asia era mucho más pequeño que el británico, pero
también era muy sólido. Contaba con la privilegiada situación de tener bajo su control una
puerta directa a China: la Indochina Francesa. Este territorio comprendía las actuales
Vietnam, Camboya y Laos, y ofrecía al país galo la plataforma para penetrar de forma
directa al rico sur de China y hacerles cierto peso económico en la zona a los británicos. La
Indochina Francesa estaba separada de los posesiones inglesas de Birmania y Malaya por el
Reino de Siam, que fue utilizado por ambas potencias como “Estado almohada” para evitar
ser vecinas. Este territorio, aunque ofrecía un inmenso mercado a la industria francesa y
gran cantidad de productos tropicales, fue poco explotado, y se usó más bien como base
para la penetración en China, esto, quizás, debido al estado de atraso político y tecnológico
de sus habitantes en relación a China, factor que requería una mayor inversión.
Además de la Indochina Francesa, esta metrópoli también contaba con muchas islas
en el Pacífico Sur, que constituían la Polinesia francesa; estas eran: las Islas de la Sociedad,
el Archipiélago de Tuamotú, las Islas Gambier, las Islas Australes y las Islas Marquesas.
Este conjunto territorial, por su ubicación remota y su reducida superficie y población, tenía
muy poca rentabilidad para Francia, pero permitía el control de las rutas entre Nueva
18
Zelanda y Chile, a la vez que constituía una base ideal para hostigar el comercio y las
posesiones de una potencia rival en caso de guerra.
La política francesa en la zona era un tanto vacilante. Se alió con Rusia en 1894
buscando un apoyo contra Alemania, luego lo hizo con Gran Bretaña y no apoyó a Rusia en
la guerra con Japón de 1904-1905. En términos generales, los franceses buscaban competir
con los británicos sin enemistarse totalmente con ellos, a la vez que siempre deseaban
mantener un apoyo firme contra Alemania.
El imperio francés representaba un escaso peligro para Japón; de hecho, las
relaciones franco-japonesas fueron cercanas, sobre todo en los años inmediatamente
posteriores a la Primera Guerra Mundial.
Países Bajos
Holanda contaba en el área con una única, pero inmensa colonia: las Indias
Orientales Holandesas (actual Indonesia). Comprendiendo las islas de Java y Sumatra, la
mitad occidental de Nueva Guinea, la mayor parte de Borneo e innumerables islas menores,
las Indias Orientales Holandesas conformaban una colonia de enorme importancia en la
zona. Sólo como una referencia útil podemos tomar en consideración el poder económico
de la actual Indonesia.
La enorme colonia holandesa contaba con grandes yacimientos petroleros, gran
variedad de productos tropicales y una gran población organizada, que constituía un
excelente mercado para su metrópoli. A todo eso debemos añadir que era fronteriza con
posesiones de Estados Unidos, Gran Bretaña y Alemania, lo que suponía una posición
estratégica de primer orden. Buena parte del poder económico del que Holanda gozaba aún
en 1914 se debía a la minuciosa explotación de este conjunto territorial.
Sin embargo, para los Países Bajos, un país pequeño y poco poblado, era muy difícil
mantener el control de una colonia tan extensa. El mantenimiento de la actual Indonesia
bajo control holandés hasta la Segunda Guerra Mundial, podría explicarse también por la
19
inteligente política de neutralidad llevada a cabo por ese país desde las guerras
napoleónicas, lo que le ganó el apoyo británico y luego francés. Aunque no debemos
olvidar, del mismo modo, la estrecha amistad que unía al Káiser Guillermo II con la Reina
Guillermina.
En resumen, se trataba de un conjunto territorial rico, muy poblado, unido por la
religión islámica y cuyo dominio era incontestado gracias a la hábil diplomacia holandesa.
Los holandeses no representaban ninguna amenaza para Japón, pero a medida que este país
fue extendiéndose hacia el sur, fue mostrando cada vez más interés por los recursos del
archipiélago indonesio, hasta convertirse, a finales de los años 30, en su principal objetivo
imperialista después de China.
Portugal
Las posesiones portuguesas en Asia eran auténticas “reliquias” de la época de gloria
del país luso en el siglo XVI. Portugal contaba en la zona con las colonias de Macao y
Timor (actual Timor Oriental).
Macao consistía en una península y las islas de Coloane y Taipa, en el estuario del
Zhu Jiang, frente a la costa sur de China, no lejos de Hong Kong. Macao fue conquistado
por los portugueses en 1557, y su conquista fue reconocida por China en 1887. Macao era
la colonia europea más antigua en Asia y, por mucho tiempo, fue un gran centro mercantil,
hasta que el activo comercio británico en Hong Kong lo eclipsó, convirtiéndose en un
puerto secundario.
El Timor portugués comprendía la parte oriental de dicha isla, situada entre Papúa,
Java y Australia. Los portugueses la tomaron en el siglo XVI. Luego, portugueses y
holandeses sostuvieron una larga disputa por la isla, que terminó en 1859 con la división de
la misma, tocándole a Portugal el lado oriental. Timor era un puesto colonial de muy poca
importancia, rodeado por las ricas Indias Orientales Holandesas y Australia.
Ni la presencia portuguesa en Macao, ni mucho menos en Timor, representaron
nunca un peligro para los japoneses, que tampoco mostraron en esta época ambición alguna
20
por los dominios portugueses. Es digno de mención que Gran Bretaña era la principal
garante de la integridad del imperio colonial portugués.
Estados Unidos
Si se puede hablar de un “imperio colonial norteamericano” en el Pacífico, debemos
esperar al año 1898. En dicho año Estados Unido anexó las Hawái (12 de agosto) y, según
el Tratado de París (10 de diciembre), recibió de España el archipiélago de Filipinas y la
isla de Guam, además de Puerto Rico, por haberla vencido en la guerra hispanoestadounidense, que también selló, como bien se sabe, el fin del dominio español en Cuba.
Ya en 1867 Estados Unidos había ocupado el atolón de Midway, pero no fue hasta
1898 que el país anglosajón pudo realmente considerarse una potencia colonial. La entrada
de los norteamericanos en la carrera colonial, además de señalar la grave decadencia
española, implicó el surgimiento de un nuevo imperio en el área del Asia-Pacífico y, por lo
tanto, un nuevo competidor para los europeos en el mercado chino. De hecho, Hawái,
Midway, Guam y Filipinas no fueron al principio más que bases navales para proteger la
ruta comercial hacia China.
Mientras que Gran Bretaña era un aliado, Francia y Portugal no constituían
amenazas, y las posesiones holandesas sólo fueron de interés mucho después. Sin embargo,
Estados Unidos y sus recién conquistadas posesiones fueron una seria amenaza para Japón
desde el principio. En efecto, Tomoko Asomura nos dice que Japón protestó a nivel
internacional por la anexión de Hawái y luego se alarmó bastante por Filipinas.
“…en Hawái vivían unos sesenta mil inmigrantes japoneses bajo contrato, quienes
representaban cerca de un 40% del total de la población. El gobierno de Japón protestó la
anexión del territorio de Hawái por Estados Unidos sobre la base de que los derechos de
dichos inmigrantes, en relación con su residencia, comercio e industria, serían afectados
21
negativamente. Japón invitó a Gran Bretaña, Francia y Alemania a protestar
conjuntamente, aunque sin ningún éxito.” 3
El imperio de los norteamericanos en la zona, aún sin ser tan rico como el de los
británicos o el de los holandeses, era el más amenazador para Japón por varias razones.
Primero, porque Estados Unidos era una nación emergente igual que la suya, y un serio
competidor por el mercado coreano (antes de las guerras chino-japonesa y ruso-japonesa) y
el chino; segundo, porque los japoneses habían tenido serias aspiraciones de anexar Hawái
y les preocupaba el trato que recibirían sus inmigrantes en el territorio bajo la
administración norteamericana, pues ya en California venían presentándose problemas con
sus nacionales; tercero, porque al ocupar las Filipinas, los norteamericanos podrían
amenazar muy de cerca la recién adquirida isla de Taiwán y la propia metrópoli japonesa.
El conjunto insular dominado por Estados Unidos tenía, en consecuencia, una gran
importancia estratégica, y constituía una importante cadena que conectaba, sin
interrupciones, al continente americano con el Lejano Oriente, a través de una ruta muy
difícil de bloquear. Cuando en 1914 entró en funcionamiento el Canal de Panamá, las
posiciones norteamericanas se vieron reforzadas, y no faltaron opiniones a nivel
internacional que afirmaban que se había construido no tanto para incentivar el comercio
entre las dos costas de Norteamérica (pues ya existía el ferrocarril de la Unión Pacific), sino
pensando en reforzar a la flota del Pacífico ante una eventual guerra con Japón.
Alemania
Se pudiera sugerir que el advenimiento de la presencia colonial alemana en el
Pacífico se vio facilitada por la victoria norteamericana de 1898. Ya en 1884 los alemanes
habían tomado el Archipiélago de Bismarck y la parte norte de Nueva Guinea (la Nueva
3
Asomura, T., Historia política y diplomática del Japón moderno, Monte Ávila Editores, Caracas, 1997, pp.
116-117.
22
Guinea Alemana); para el siguiente año habían adquirido parte de las Islas Salomón y, en
1899, le compraron a España las Islas Marianas, Marshall, Carolinas y Palau, país que
decidió venderlas a la nación germana al no poder mantenerlas y para evitar que cayeran en
manos de Estados Unidos. Así, de esta manera, se formó el “imperio” alemán en el
Pacífico.
Este conjunto territorial no tenía gran importancia económica, pero sí una relevancia
militar de la que Alemania era muy consciente: permitiría, en caso de guerra con Gran
Bretaña (la rival naval del Reich), aislar a Australia y Nueva Zelanda de las principales
rutas comerciales del imperio británico, pues dichos territorios constituían una auténtica
cuña entre las posesiones estadounidenses, holandesas y británicas, a la vez que permitían
tener un punto de apoyo para los buques comerciales en ruta a China. Esta importancia
estratégica no pasó desapercibida para Japón ni para Estados Unidos. El imperio alemán en
Asia y el Pacífico era, además, el menos defendible debido a la inmensa distancia con la
metrópoli, la debilidad de la Marina Imperial Alemana (Kaiserliche Marine) frente a sus
contrincantes y lo disperso de las posesiones alemanas.
I-A.3) La reciente expansión japonesa en la zona
El otro imperio en la región, el que nos ocupa, es el japonés. Fue, por fechas
formales, el más reciente. Japón ocupó las Islas Ryukyu (Okinawa) en 1874, las Islas
Kuriles en 1875; por la guerra con China obtuvo, en 1895, Taiwán, y a través de la guerra
con Rusia, la mitad sur de la isla de Sajalín, en 1905. En 1910 anexó formalmente Corea.
Adicionalmente, contaba con la base naval de Port Arthur, cedida por Rusia en 1905, que le
permitía controlar el Mar Amarillo y la entrada naval a Pekín. Estudiemos parte por parte la
expansión del imperio japonés en la zona.
Las Islas Ryukyu eran, para 1868, un reino primitivo y semi independiente que tenía
una doble dependencia tributaria hacia Japón y China. En 1874, Japón envió una
expedición naval que ocupó el archipiélago y terminó con la indefinición políticoadministrativa de las islas. Esta acción no causó demasiadas inquietudes en las potencias
23
europeas, pero sí en China y en Estados Unidos. Las Ryukyu eran una posición excelente
para dominar la costa china desde Nanking hasta la altura de Taiwán, en tanto que Estados
Unidos ya tenía proyectada la instalación de una base naval en el archipiélago. Por su parte,
China protestó la ocupación, que le amputaba otro territorio, pero no tuvo capacidad para
eliminarla. Esta primera expansión de Japón no tuvo un carácter colonialista, se trataba,
más bien, de una operación de seguridad nacional, pues al dominar las Ryukyu, el gobierno
Meijí podía proteger más eficazmente el sur del país.
El siguiente paso fueron las Kuriles. Su incorporación no se llevó a cabo mediante
la fuerza sino de la diplomacia. Ya desde el siglo XVIII los barcos rusos rondaban el
archipiélago y todas las aguas al norte de Japón, ante la indiferencia del shogunato
Tokugawa, que ni siquiera podía controlar totalmente la septentrional isla de Hokkaido.
Pero esta situación cambió con el impulso modernizador del gobierno Meijí, que necesitaba
fronteras claras y reconocidas para su Estado. Así, sin demasiada tensión, rusos y japoneses
se sentaron a negociar la delimitación de sus países. Japón también aspiraba a parte de la
isla de Sajalín, pero debió ceder en ese territorio para asegurarse el control de todas las
Kuriles. Este acuerdo fronterizo se cerró en 1875.
Hasta el momento, Japón sólo estaba buscando delimitar de manera firme sus
fronteras y garantizar su seguridad. Pero ya para la década de 1880, la situación sería otra.
Es necesario explicar que desde tiempos antiguos, Corea era un estado vasallo de
China, y que desde la invasión a la península coreana de Hideyoshi en el siglo XVI, Japón
nunca volvió a intentar cambiar esa situación. Pero una vez más el gobierno Meijí y su
proyecto modernizador trastocaron el equilibrio de la región. En 1869 los japoneses
intentaron establecer relaciones comerciales y diplomáticas de tipo moderno con Corea,
pero el gobierno coreano del Taewon-gun (Rey Padre) se opuso firmemente.
El gobierno Meijí esperaría a consolidarse y lo volvió a intentar; tras enviar seis
barcos de guerra al puerto de Seúl e intimidar a los coreanos, lograron la firma de un
tratado acorde a las leyes internacionales en 1876. Es relevante que Japón lograra la
apertura de Corea antes que alguna potencia occidental, ya que Francia y Estados Unidos
habían tenido intentos fallidos en 1866 y 1871.
24
El tratado firmado con Corea en Kanghwa, proclamaba que Corea al ser un Estado
independiente, disfrutaría de los mismos derechos que Japón. En los demás artículos Japón
obtuvo las clásicas ventajas de una potencia intervencionista en un país atrasado: apertura
de puertos, extraterritorialidad judicial para sus súbditos e intereses, derechos de
navegación establecimiento de una representación diplomática permanente, ventajas
fiscales y derechos de circulación de la moneda japonesa en Corea.
Esta acción le mostró al mundo lo rápido que Japón aprendía de las estrategias
occidentales de dominación, pues le hizo a Corea lo mismo que Estados Unidos le había
hecho, solo dos décadas antes. Además de eso, marco el inicio del apoderamiento japonés
de Corea, lo que enfrentó pronto al país insular con el imperio chino que aún consideraba la
península como su vasallo. A partir de aquí las convulsiones dentro de la propia Corea
fueron en aumento junto con las tensiones entre China y Japón, lo que llevaría a la guerra
chino-japonesa de 1894-1895, que puso en manos japonesas la isla de Taiwán y las islas
Pescadores, además de consolidar la teórica independencia coreana.
Luego vendría el enfrentamiento con Rusia, que puede considerarse el segundo
episodio de la misma campaña de expansión japonesa sobre Corea y Manchuria. Ya en
1895, cuando la guerra con China finalizaba, Rusia intervino junto con Francia y Alemania
para limitar las ganancias japonesas y establecer un equilibrio favorable a Occidente en el
norte de China. Rusia y Alemania cohersionaron a Japón para que devolviera la península
de Liaotung a China a cambio de una indemnización mayor. Rusia por su parte reclamó
para sí dicha península y estableció una base naval en Port Arthur.
Las tensiones entre Rusia y Japón siguieron creciendo, pues los rusos no reconocían
los intereses especiales de Japón en Corea y constantemente intentaban desestabilizar el
país a través de sus misioneros. Las negociaciones se vieron estancadas y para 1904 Japón
estaba de nuevo en pie de guerra, en un año logró una aplastante victoria sobre Rusia y
obtuvo por el Tratado de Portsmouth la base de Port Arthur, el ferrocarril de Mukden, la
mitad sur de la isla de Sajalín y el reconocimiento de su influencia sobre Corea.
25
Con el camino libre, la península coreana fue anexada formalmente a Japón en
1910. Este era pues, el imperio japonés para 1914; la potencia de más reciente surgimiento
en la zona y también la que parecía crecer más rápidamente.
I-B) Motivaciones japonesas para entrar en la Primera Guerra Mundial
Antes de abordar estas motivaciones, sería necesario preguntarnos ¿qué razones
impulsan, en la gran mayoría de los casos, a una potencia industrial a entrar en guerra? La
respuesta más extendida es que descienden al campo de batalla cuando sus intereses
geopolíticos, en general, se encuentran amenazados, o cuando su aparato económico
necesita más recursos o mercados. Es decir, podríamos responder en una frase la
interrogante de por qué Japón entró en la Primera Guerra Mundial; tal frase sería: por
intereses económicos.
Sin embargo, el asunto no es tan simple. Debemos responder otros interrogantes
subordinados al mencionado arriba. Preguntas como, ¿Gran Bretaña llamó a Japón al
conflicto, o Japón entró solo?; ¿qué intereses tenía Japón sobre las posesiones alemanas en
Asia?; y ¿cómo vieron los líderes japoneses el estallido de la guerra en Europa?
Respondamos estas preguntas una a una, y tendremos una respuesta mucho más completa
del motivo por el que Japón entró en la Primera Guerra Mundial.
I-B.1) La alianza con Gran Bretaña y la entrada en la guerra, ¿compromiso con el
aliado o instrumento para la expansión?
De acuerdo a los procedimientos diplomáticos de principios del siglo XX, cada
nación beligerante de la Gran Guerra tuvo su motivo, su excusa legal, su “casus belli” para
entrar en la contienda. Austria-Hungría, por la negativa serbia a su ultimátum; Alemania,
por la movilización rusa que consideró una amenaza; Gran Bretaña por la violación
alemana a la neutralidad de Bélgica, y así en cada caso. La excusa japonesa fue ayudar a su
aliado según los términos de la alianza anglo-japonesa. Aquí comienza una verdadera
controversia entre los expertos que se mantiene hasta el día presente. Los sucesos de la
26
Segunda Guerra Mundial, de alguna manera, han condicionado la visión de los expertos
sobre esta época de la historia japonesa. Existe un consenso en que fue, precisamente, en el
período estudiado en esta investigación cuando el imperialismo de Japón despegó y se hizo
imparable.
Como ya hemos mencionado en la introducción, la imagen japonesa de la Segunda
Guerra Mundial está bastante deteriorada ante los estudiosos de la época, lo que hace que se
busquen culpables de “la liberación del monstruo”. Es de esta manera como un juicio
bastante sesgado de Japón sobre la Segunda Guerra Mundial, conduce a que el análisis de la
Alianza anglo-japonesa como factor clave de la entrada de Japón a la Primera Guerra
Mundial se termine convirtiendo en un tribunal para los diplomáticos británicos de
comienzos del siglo XX que, según la visión occidental más radicalmente anti-japonesa, no
supieron ponerle freno a las ambiciones imperiales niponas, sino que más bien las
alimentaron y le abrieron al país asiático las puertas del “club de potencias”.
Surgieron, así, dos corrientes: una, en la que los británicos aparecen absueltos de
toda culpa y que nos presenta a los japoneses como “aves de rapiña oportunistas” que,
valiéndose de la alianza con Gran Bretaña, se apoderaron de un gran botín. En la otra, se
reconoce que Gran Bretaña, empeñada en vencer a Alemania a toda costa, solicitó la ayuda
de Japón, y que este país aprovechó la ocasión sin más oportunismo o deseos de expansión
que las demás potencias aliadas. De este debate emerge la interrogante que abre este
cuestionamiento. Examinemos algunas opiniones destacadas:
“Japón afirmó haber participado en la guerra de conformidad con el espíritu de la
alianza de anglo - japonesa, aunque no era su letra escrita;”4
“El 23 de agosto de 1914, Japón declaró la guerra a Alemania, a pesar de la
oposición de Gran Bretaña.”5
“Al principio, Gran Bretaña confiaba en mantener a Japón alejado de la guerra,
pero el 7 de agosto de 1914 se vio obligada a invocar la ayuda japonesa, según las
condiciones de la alianza, contra las incursiones comerciales alemanas en las aguas de
4
Nish, I., Japanese Foreign Policy in the Interwar Period, Praeger Publishers, Londres, 2002, p. 17
5
Escobar, M., Japón en la era Showa. 1926-1989 (Trabajo de Licenciatura Inédito), Universidad Central de
Venezuela, Caracas, 1994, p. 47
27
Extremo Oriente. El ministro de Asuntos Exteriores, Kato, puso de relieve ante el consejo
de ministros que aunque no se daban las condiciones para que Japón tomara parte en la
guerra, sería un gesto de amistad respecto a Gran Bretaña y una oportunidad para
apoderarse de las posesiones alemanas en China y el Pacífico. El gobierno japonés decidió
ir a la guerra, pero fue retenido por Gran Bretaña que puntualizó que sólo esperaba
protección del comercio en el mar y pidió a Japón que dejara en suspenso la declaración
de guerra. Los japoneses rechazaron esta propuesta y enviaron un ultimátum el 15 de
agosto”6
Es evidente que son muchas las posturas sobre la polémica entrada de Japón en la
guerra. Pero dejemos que una voz oficial japonesa de la época nos ofrezca su versión. Se
trata de la explicación ofrecida a la Dieta por el Ministro de Relaciones Exteriores de
Japón, Barón Takaaki Kato. He aquí algunos fragmentos de su alocución:
“A comienzos de agosto el Gobierno británico le pidió ayuda al Gobierno Imperial
según las condiciones de la alianza anglo-japonesa. Las tropas y buques de guerra
alemanes estaban rondando alrededor de los mares de Asia Oriental, amenazando nuestro
comercio y el de nuestro aliado, mientras en Jiaozhou se estaban llevando a cabo
operaciones, al parecer, con propósitos bélicos en Asia Oriental. Una grave preocupación
se sentía así por el mantenimiento de la paz en el Lejano Oriente…
…ya que nuestra ayuda fue solicitada por nuestro aliado en un momento en que el
comercio en Asia Oriental, que Japón y Gran Bretaña consideran por igual uno de sus
intereses especiales, está sujeto a una amenaza constante, y considerando Japón la alianza
como un principio guía de su política extranjera, no pudo sino cumplir la solicitud hecha.
La posesión de Alemania de una base para actividades bélicas en un rincón del
Lejano Oriente no sólo era un obstáculo serio al mantenimiento de la paz permanente sino
también una amenaza a los intereses inmediatos del imperio japonés.
Japón no tenía ningún deseo o inclinación a involucrarse en el conflicto presente,
sólo creyó que debía ser fiel a la alianza y fortalecer su fundamento asegurando la paz
permanente en el Oriente y proteger los intereses especiales de las dos potencias
aliadas.”7
Las palabras de Kato resumen muy bien la postura de Japón al respecto. Ellos
acudieron en ayuda de su aliado según los términos de la alianza. Veamos, en
6
Allen, L., Japón en los años de triunfo: apogeo del sol naciente 1853 – 1930, Ediciones Nauta, BarcelonaEspaña, 1970, p. 68
7
Sin autor, “Explicación del Ministro Japonés de Relaciones Exteriores sobre la declaración de guerra”,
www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line.
28
consecuencia, algunos fragmentos relevantes de la alianza que pudieron aplicar a la
coyuntura de 1914:
“Los Gobiernos de Gran Bretaña y Japón, estando deseosos de reemplazar el
Acuerdo que concluyeron entre ellos el 30 de enero de 1902, por estipulaciones frescas,
han estado de acuerdo en los siguientes artículos que tienen para su objeto:
a) La consolidación y mantenimiento de la paz general en las regiones de Asia Oriental e
India;
b) La preservación de los intereses comunes de todas las potencias en China asegurando la
independencia e integridad del imperio chino y el principio de oportunidades iguales para
el comercio e industria de todas las naciones en China;
c) El mantenimiento de los derechos territoriales de las altas partes contratantes [viz.,
Gran Bretaña y Japón] en las regiones de Asia Oriental y de India, y la defensa de sus
intereses especiales en dichas regiones:
Artículo 2
Si, por causa de un ataque no provocado o acción agresiva, siempre que surja, por
parte de cualquier otra potencia o potencias, cualquiera parte contratante debe ser
involucrada en la guerra de defensa de sus derechos territoriales o intereses especiales
mencionada en el preámbulo de este acuerdo, la otra parte contratante vendrá en seguida
a la ayuda de su aliado, y dirigirá la guerra en común, y hará la paz en acuerdo mutuo con
ella.”8
El resto del documento se centra en los intereses de Japón y Gran Bretaña en Asia,
sin abrir ni cerrar la posibilidad de que Japón interviniese en un conflicto puramente
europeo, quedando el artículo 2 subordinado a la libre interpretación de su contenido. Sin
embargo, el hecho de que Alemania poseyera colonias en Asia y el Pacífico le daba
argumentos a Japón para intervenir hasta ciertos límites, los cuales no eran intervenir
8
Sin autor, “Alianza Anglo-Japonesa”, www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line
29
directamente en Europa, cosa que jamás se planteó el gobierno japonés, cuyo discurso
siempre estuvo enmarcado en su política de mantener la paz en Asia oriental, en
concordancia con la alianza. Las operaciones en el Mediterráneo fueron algo posteriores, y
se realizaron por la brutalidad de la guerra submarina alemana. Para el gobierno japonés
estas maniobras fueron sólo una moneda de cambio con que comprar garantías a Occidente
para sus planes de expansión en Asia.
Después de contrastar algunas visiones referentes a la entrada de Japón en la
Primera Guerra Mundial por causa de la Alianza anglo-japonesa, y de revisar el propio
texto de la misma, podemos decir que el país asiático cumplió a cabalidad lo establecido
por el acuerdo, sin ir más lejos de lo que establecía. Sin embargo, existen ciertas
subjetividades que debemos tomar en cuenta en el caso de Japón, y que marcan un contraste
con la entrada al conflicto de otros países como Italia, Rumania, Portugal, Grecia o Brasil,
que también se unieron al bando aliado con claras ambiciones territoriales o económicas.
Quizá el caso italiano sea el más destacado, pues para 1914 Italia formaba, junto
con Alemania y Austria-Hungría, la Triple Alianza, pero el país peninsular se negó a
ayudar a sus aliados alegando el carácter defensivo del pacto, de modo que en 1915 entró
en la contienda con los aliados. ¿Fue criticada Italia en Europa o fue tildada de oportunista
con la misma intensidad que Japón? Realmente no, ni fue criticada y ni fue llamada
oportunista; el pacto de los italianos con Gran Bretaña en 1915 pareció borrar de la mente
europea que Italia había sido aliada de Alemania y Austria-Hungría hasta hacía solo unos
meses atrás. Sin embargo, el caso italiano es más controvertido que el japonés, pues Italia
cambió de bando en pleno conflicto, mientras que Japón tenía una sólida relación con la
mayor potencia de la Entente desde 1902. Podríamos entonces pensar que la corriente
historiográfica que condena la ambición y el oportunismo de Japón es un eco del
pensamiento eurocentrista de principios del siglo XX que, en realidad, vio al Imperio del
Sol Naciente como un intruso amarillo y asiático en una guerra de blancos y europeos,
como un país periférico involucrándose en las disputas del centro del mundo; en resumen,
como un advenedizo en un duelo de nobles de rancio abolengo.
De tantas versiones y corrientes historiográficas, sólo queda considerar una postura
equilibrada que tome en cuenta los intereses y las mentalidades de los actores involucrados
30
en los sucesos. Así, podemos señalar que Japón sí recibió una petición de ayuda británica,
pero que esta se dio más por las presiones del Almirantazgo que por decisión del gabinete o
el Parlamento, y que Japón actuó, lógicamente, en función de sus intereses, sin desvirtuar la
alianza con Gran Bretaña, obteniendo el máximo beneficio de una situación favorable.
Todo esto en una dinámica política para nada distinta de la que movió los hilos de la
diplomacia europea durante la guerra.
I-B.2) Qingdao, una cuenta pendiente de Alemania
Anteriormente, se explicó que la Alianza anglo-japonesa fue la excusa legal, el
casus belli, para que Japón entrara en la Primera Guerra Mundial, y que esto respondió a
sus intereses como potencia; ahora bien ¿cuáles eran esos intereses?; ¿desde cuándo estaban
presentes en la política exterior japonesa? y, ¿qué tan importantes eran para Japón?
Intentemos responder una por una estas interrogantes.
Si repasamos el equilibrio de fuerzas en la región Asia-Pacífico desde 1905 a 1914,
observaremos que Rusia ha sido prácticamente sacada del tablero por Japón; que Francia,
Holanda y Portugal no tuvieron fricciones con los nipones, y que sus posesiones no fueron
del interés de Tokio; que Estados Unidos desempeñó un papel cada vez más activo en la
zona, mientras que Gran Bretaña siguió como la potencia más fuerte de la región y el
mundo. Sólo quedaba, por consiguiente, Alemania como un próximo rival real para la
expansión japonesa. Alemania, como antes explicamos, poseía una cierta presencia colonial
en China que, si bien no era muy grande en extensión, poseía un importante valor
estratégico. En efecto, el territorio arrendado alemán de Jiaozhou se encontraba a poca
distancia de la recién anexada Corea, del otro lado del Mar Amarillo, siendo la única base
naval no aliada en la zona. Si Japón tomaba Qingdao, el Mar Amarillo quedaría bajo su
completo control, reforzando la seguridad de Corea y de las meridionales islas de Kyushu y
Shikoku. Además de eso, las islas en poder de Alemania al norte del Ecuador (Islas
Marianas, Marshall, Carolinas y Palau) eran vecinas casi inmediatas de Taiwán y la
metrópoli japonesa. Ciertamente, las posesiones alemanas en el área eran una presa muy
apetecible y codiciada por el expansionismo japonés. Pero el interés de Japón no sólo era el
de una simple expansión territorial, sino también económico. Alemania era un fuerte
31
competidor en el mercado chino, tenía amplios derechos económicos especiales en
Shandong y un importante parque industrial instalado en Qingdao, mientras que Japón
únicamente contaba con la árida y pobre Manchuria. Es decir, el imperio colonial alemán
en Asia tenía no sólo importancia cuantitativa sino cualitativa para Japón.
Creemos que es relevante destacar cómo Alemania obtuvo el territorio arrendado de
Jiaozhou y desde cuando Japón tuvo ambiciones sobre el mismo. Tras la aplastante victoria
japonesa en la guerra contra China de 1894-1895, Rusia, Francia y Alemania presionaron al
gobierno japonés para que moderara sus exigencias y le devolviera a su rival la península
de Liaodong. A esta situación se la conoció como Intervención Tripartita, y fue sentida en
Japón como una gran humillación, pues tanto el gobierno como el pueblo sentían que las
potencias occidentales les robaban lo que se habían ganado con sangre, reforzando con ello
los sentimientos anti-occidentales que ya venían desarrollándose a causa de los Tratados
Desiguales firmados por el país décadas atrás. Alemania, Francia y Rusia no sólo se
limitaron a frenar de golpe a los japoneses, sino que aprovecharon la coyuntura para
exigirle al gobierno chino la entrega de bases navales y, así, con diferentes excusas (en el
caso de Alemania fue la compensación por la muerte de dos clérigos), recibieron Qingdao,
Zhanjiang y Port Arthur respectivamente, a lo que se agregó la petición de una base por
parte de Gran Bretaña en Wei Hai Wei, que tenía como finalidad vigilar a rusos y alemanes
en el Mar Amarillo. No olvidemos que en 1895, cuando el imparable avance de las tropas
japonesas fue detenido por la presión occidental, el gobierno japonés estaba preparando un
desembarco en Qingdao con el fin de reclamar su ocupación definitiva tras la guerra, junto
con Port Arthur, y de este modo, controlar la vía marítima hacia Pekín.
Para 1914, los japoneses habían logrado vengarse de los rusos y tomar el control de
Port Arthur, mientras que la presencia británica en Wei Hai Wei no era una amenaza por la
Alianza anglo-japonesa; sin embargo, en la mente de los líderes nipones seguía fresco el
recuerdo de la Intervención Tripartita y la ambición de tomar Qingdao no había sido en
absoluto abandonada. Por todo lo que hemos expuesto, podemos decir que, desde el punto
de vista japonés, Qingdao era una cuenta pendiente de Alemania con su país, que debía ser
saldada, tal como se había saldado la de Port Arthur con Rusia diez años después de la
guerra chino-japonesa. De hecho, si estudiamos los planes estratégicos y los movimientos
de Japón en la guerra con Rusia y en la campaña asiática de la Primera Guerra Mundial,
32
vemos que no fueron más que la completación del plan estratégico planteado desde la
guerra chino-japonesa de 1894-1895.
Fueron, en consecuencia, las ambiciones de Qingdao las que motivaron a Japón a
entrar en la Gran Guerra, quedando las demás posesiones alemanas en el Pacífico como
objetivos secundarios, y siendo el compromiso de la Alianza Anglo-Japonesa una mera
excusa que, de no haber estado soportada por tales ambiciones, hubiera podido quedar en
letra muerta, tal como lo hizo el compromiso de la Triple Alianza para Italia al tener ésta
intereses opuestos a los de Austria-Hungría.
I-B.3) El imperialismo del gobierno japonés
Explicar la entrada de Japón a la Primera Guerra Mundial no estaría completo sin
tomar en cuenta el factor ideológico. Comúnmente, se ve este período a través del cristal de
la Segunda Guerra Mundial, como se ha mencionado con anterioridad; sin embargo, en un
nivel ideológico podríamos dividir la historia japonesa de 1868 a 1945 en varias etapas. La
primera abarcaría toda la Era Meiji (1868-1912); la segunda, ocuparía la Era Taisho y parte
de la Era Showa (1912-1931), mientras que la última se desarrollaría desde el conflicto de
Manchuria hasta el final de la Segunda Guerra Mundial (1931-1945). Cada período, tuvo
sus propias características al respecto de las ideologías políticas; en cada etapa el programa
para el desarrollo de Japón respondió a diferentes motivaciones, encontrándose en todas el
factor imperialista aunque con matices distintos. Mientras en la Era Meijí el principal
objetivo del desarrollo era conseguir cierta paridad con las potencias occidentales y
eliminar los Tratados Desiguales, en la época posterior a 1931 el programa político de la
élite gobernante respondió a un plan militarista y ultranacionalista para dominar Asia a la
vez que liberarla de la opresión colonial occidental. En el período que nosotros estudiamos
la situación se hace un tanto más compleja.
En la Era Taisho, sobre todo después de 1918, Japón vive un extraordinario
florecimiento de diversas ideologías políticas que proponen distintos proyectos nacionales
para el país. Por aquellos años, el pueblo japonés cobró consciencia de sí mismo, entrando
en escena los movimientos sindicales y feministas. Sin embargo, en 1914 en Japón,
33
gobernaba una segunda generación de líderes políticos que, aunque en líneas generales
seguían los lineamientos de sus antecesores de la Era Meiji, apartaron del poder lo que
quedaba del liderazgo de la época anterior. Los líderes de la temprana Era Taisho ya no
buscaban el fin de los Tratados Desiguales, algo que ya se había obtenido, sino satisfacer
los intereses de la élite empresarial que había tomado el poder efectivo a través de partidos
políticos que respondían a sus intereses. Por otra parte, ya los militares en esos años hacían
cierta presión al gobierno para conseguir los presupuestos deseados para la Armada o el
Ejército, así como también para imponer sus ideas sobre cómo conducir el país.
También en 1914 una nueva ideología, que venía desarrollándose desde el siglo
XIX, comenzó a tomar forma definitiva: el panasianismo. Esta corriente ideológica buscaba
liberar el continente de la presencia colonial de Europa y Estados Unidos, manifestándose
con fuerza en el Japón de los años 10 del pasado siglo XX. Muchos círculos de
intelectuales y de políticos mostraron su solidaridad con los movimientos nacionalistas e
independentistas de la actual Indonesia, India, Vietnam o la misma China. Recordemos que
Sun Yat Sen pasó varios años en Japón, donde encontró varios amigos y apoyos a su causa.
El panasianismo en Japón contó con destacados representantes, como Tenshin Okakura, el
cual, en su libro Los Ideales del Oriente, divulgaba la idea de que Asia era una sola y tenía
un destino común. No debemos confundir, no obstante, este panasianismo de comienzos del
siglo XX con la doctrina de la época de la Segunda Guerra Mundial, aunque le brindó un
sentido imperialista a estas ideas para formar el concepto de la Gran Esfera de
Coprosperidad de Asia Oriental. Este pensamiento panasianista estaba en franca
contradicción con los intereses de la élite empresarial que ya dominaba Japón por aquella
época, aunque la misma usaba ya un discurso levemente panasiático para justificar su
expansión, pues el gobierno japonés no podía declararse paladín de las independencias en
Asia siendo aliado “formal” del Imperio Británico.
En resumen, para 1914, Japón presentaba un cuadro político-ideológico realmente
complejo, con un gobierno dirigido por las élites empresariales y los restos del liderazgo
Meiji que, en general, tenían una visión moderada o liberal, aunque no precisamente
pacifista o no imperialista, de las relaciones internacionales, que ya empezaba a verse
presionado por los militares en relación al tema de la expansión territorial y comenzaba a
34
recurrir de forma vaga al panasianismo como soporte a su expansión. Todo esto, además,
unido a un sentimiento de superioridad de la identidad japonesa en Asia que demandaba la
total igualdad política y militar con las grandes potencias del momento.
“En poco tiempo se fue incubando en el japonés el sentimiento de superioridad que
estaba asociado a su nuevo orgullo nacionalista, el gran progreso económico que
evidenciaba su éxito en la modernización del país, y, su adhesión profundamente sentida a
los valores tradicionales.”9
Creemos que sólo así, analizando los factores estratégicos, las ideologías presentes
en Japón y las relaciones internacionales para la época, podremos responder de forma más
clara a nuestra interrogante inicial, referida a por qué Japón entró en la Primera Guerra
Mundial. Una respuesta equilibrada sería afirmar que Japón decidió unirse a la Entente por
los beneficios económicos, estratégicos e incluso ideológicos que le reportaría eliminar por
completo de la región Asia-Pacífico a una potencia europea (en este caso Alemania),
adquiriendo sus territorios y derechos comerciales; una decisión tomada a raíz de una
petición de ayuda británica considerada esencialmente por presión del Almirantazgo, todo
esto, además, en plena y absoluta concordancia sobre el papel con lo estipulado en la
Alianza anglo-japonesa.
9
Escobar, M., Ob. cit., p. 37.
35
I-C) Japón en la guerra. Las operaciones militares del Imperio del Sol Naciente contra
Alemania
El 15 de agosto de 1914, con la decisión de entrar en guerra, Japón envió un
ultimátum a Alemania. Este ultimátum fue redactado por el conde Okuma, Primer Ministro
de Japón, y por su contenido era evidente que los alemanes jamás lo aceptarían. El
ultimátum decía lo siguiente:
“Nosotros consideramos altamente importante y necesario en la presente situación
tomar medidas para eliminar las causas de toda perturbación a la paz en el Lejano
Oriente, y salvaguardar los intereses generales como se contempla en el Acuerdo de
Alianza entre Japón y Gran Bretaña.
En orden de asegurar una paz firme y duradera en Asia Oriental, la cual es el
objetivo del establecimiento de dicho acuerdo, el Gobierno Imperial Japonés cree
sinceramente que es su deber aconsejar al Gobierno Imperial Alemán llevar a cabo las
siguientes dos proposiciones:
(1) Retirar inmediatamente de aguas japonesas y chinas las tropas alemanas y los buques
armados de todos los tipos, y desarmar aquéllos que no puedan retirarse en seguida.
(2) Entregar en una fecha no posterior al 15 de septiembre, a las autoridades imperiales
japonesas, sin condición o compensación, el territorio arrendado entero de Jiaozhou, con
miras a la restauración eventual del mismo a China.
El Gobierno Imperial Japonés anuncia al mismo tiempo que en caso de no recibir,
para el mediodía del 23 de agosto, una respuesta del Gobierno Imperial Alemán que
signifique la aceptación incondicional del consejo anteriormente ofrecido por el Gobierno
36
Imperial Japonés, Japón se verá forzado a tomar tal acción como pueda estimarlo
necesario para afrontar la situación.”10
El día 16 de agosto, el gobernador general de Jiaozhou, Alfred Meyer-Waldeck,
telegrafió a Alemania diciendo:
“Confirmo ultimátum. Cumpliré mi deber hasta lo último.”11
Este documento, en el que Japón “aconseja” a Alemania, causó gran indignación,
tanta, que según un sitio web especializado, el Káiser Guillermo II expresó,
"Me avergonzaría más rendir Qingdao a los japoneses que Berlín a los rusos"12
Las palabras de Meyer-Waldeck y de Guillermo II también nos indican la
determinación de Alemania de defender su imperio asiático. Los japoneses tendrían más
complicaciones de las que imaginaban.
Como era de esperarse, llegó el 23 de agosto y Alemania no respondió al ultimátum
japonés. Japón declaró la guerra al Reich ese mismo día. Dos días después también le
declaraba la guerra a Austria-Hungría por negarse a desarmar el crucero Kaiserin Elizabeth
que se encontraba en Qingdao.
10
Sin autor, “Ultimátum enviado por Japón a Alemania el 15 de agosto de 1914”, www.firstworldwar.com
(Revisado el 10 de marzo de 2009) On line
11
Sin autor, “Japón y la Primera Guerra Mundial”, http://www.elgrancapitan.org/foro/viewtopic.php?t=4497
(Revisado el 10 de marzo de 2009) On line
12
Sin autor, “Campañas desconocidas de la Primera Guerra Mundial”,
http://www.armchairgeneral.com/backwater-battles-unknown-campaigns-of-the-first-world-war.htm/3,
(Revisado el 10 de marzo de 2009) On line
37
Las operaciones militares de Japón contra los Imperios Centrales pueden dividirse
en tres campañas bien diferenciadas: la campaña de Qingdao, la del Pacífico, y la campaña
del Mediterráneo. Estudiemos cada una de ellas por separado.
I-C.1) Asedio de Qingdao
Acaso por eurocentrismo, quizá por desconocimiento, las fuentes bibliográficas
disponibles en Venezuela apenas mencionan el largo combate que enfrentó a los japoneses,
y sus refuerzos británicos, con los alemanes en la provincia china de Shandong. Sin
embargo, esta fue la batalla moderna más grande de Asia hasta ese momento, puesto que
incluyó operaciones navales, la participación de grupos comando y barcos de guerra
equipados con hidroaviones.
Para 1914 el ejército japonés contaba con 250.000 hombres y 1.500.000 en caso de
movilización general. Por su parte, la Armada Imperial Japonesa (Dai-Nippon Teikoku
Kaigun) sumaba un total de 460.000 T.m. siendo una de las primeras cinco del mundo. En
general, las fuerzas japonesas carecían de armamento de última generación, pues faltaba
artillería pesada.
Concretamente para la batalla en Shandong los japoneses dispusieron de una fuerza
naval muy poderosa en la que destacaban 5 acorazados y un portaaeronaves equipado con
hidroaviones. A eso se sumaba una importante dotación de artillería, infantería y caballería.
Los británicos añadieron a la fuerza atacante el acorazado Triumph, movilizado
desde Hong Kong, y 4 destructores desde Wei Hai Wei. El Reino Unido apoyó también a
Japón con unos 1.500 hombres. Esta ayuda inglesa se debió más al deseo del Almirantazgo
de quedarse con los buques alemanes capturados y evitar que Japón tuviera todo el crédito
de la victoria, que a una genuina solidaridad. Las fuerzas japonesas y sus refuerzos
británicos estaban bajo el mando del general Mitsuomi Kamio.
38
Los alemanes, por su parte, contaban con fuerzas eficientes pero reducidas, en claro
contraste con sus poderosos y gigantescos ejércitos en Europa. La situación alemana en el
Lejano Oriente era muy delicada, sus colonias estaban muy dispersas, eran muy pequeñas y
la Marina Imperial Alemana (Kaiserliche Marine) no estaba a la altura de la Royal Navy, de
manera que no podía defenderlas. Las fuerzas navales alemanas estacionadas en Qingdao
estaban constituidas por 2 cruceros pesados, 3 cruceros ligeros, 6 cañoneras y un destructor.
En tierra, la base tenía imponentes baterías y la guarnición defensora se componía de cerca
de 4.000 hombres.
Es digno de destacar que la Escuadra de Asia Oriental de la Kaiserliche Marine, al
mando de Maximilian von Spee, salió de Qingdao justo antes de la batalla, intentando
salvar la mayor parte de su flota del cerco anglo-japonés, a la vez que pretendió proteger las
Islas Marianas de un ataque británico. El 14 de noviembre von Spee se enfrentó a la flota
británica frente a las costas de Chile en la batalla de Coronel. En el combate fueron
hundidos 2 acorazados británicos, pero la flota de von Spee sería derrotada en las Islas
Malvinas, y él mismo moriría, el 8 de diciembre de 1914.
Al inicio de la guerra, el gobernador Meyer-Waldeck tomó una estrategia defensiva,
concentrando la mayor cantidad de hombres y armas en Qingdao. Meyer-Waldeck desarmó
todos sus barcos disponibles, y bajó su munición y tripulaciones a tierra, incluida la del
crucero austro-húngaro Kaiserin Elizabeth. Los alemanes, además, minaron toda la rada del
puerto.
La batalla se inicio formalmente el 30 de agosto, cuando los japoneses bloquearon
Qingdao. Desde ese momento hasta finales de septiembre, la lucha se caracterizó por una
tenaz, aunque poco efectiva, defensa alemana que no pudo contener el ordenado avance
japonés a pesar de las complicaciones que varios tifones les ocasionaron a los atacantes;
como la pérdida de un destructor. Para el 21 de septiembre llegaron los refuerzos terrestres
británicos al mando del Brigadier-General Nathaniel Walter Barnardiston.
En la noche del 27 al 28 de septiembre ocurre el episodio más violento de todo el
asedio: la batalla de la Colina Prinz Heinrich. Esta colina era mucho más alta que su
entorno y ofrecía un punto de vigilancia excelente para coordinar el disparo de la artillería,
por lo que Meyer-Waldeck dispuso en ella un puesto de observación muy bien defendido.
39
Esa madrugada el clima volvió a empeorar, y los japoneses aprovecharon la oscuridad y el
ruido del tifón para cavar muy silenciosamente escalones en una ladera de la colina.
Gracias a esto, a la mañana siguiente la infantería japonesa estaba lista para el ataque al
abrigo de una cornisa.
El asalto japonés fue muy virulento ya que se valió del factor sorpresa; aún así, el
combate duró todo el día, hasta que el oficial alemán al mando decidió negociar la
rendición. Para su sorpresa, los japoneses ignoraron la bandera blanca y continuaron el
asalto. Al obtener el emplazamiento, la artillería japonesa obtuvo una ventaja decisiva.
Durante el mes de octubre, los japoneses e ingleses estrecharon el cerco sobre
Qingdao y continuaron su avance pese a más complicaciones causadas por tifones, como la
muerte de 25 japoneses al inundarse la vía férrea.
En la primera semana de noviembre el avance japonés se hizo imparable, aún así,
Meyer-Waldeck estaba decidido a resistir hasta el final. El 5 de noviembre la flota
combinada destruyó las últimas baterías costeras, y para el 6 los japoneses y británicos
asaltaban la última línea de defensa alemana con suerte diversa en cada sector. Aquí se
produjo un evento, digamos, curioso,
“Un teniente alemán que dirigía a una compañía de infantería espada en mano se
encontró con un capitán japonés que atacaba también con la espada de samurái en sus
manos; como si fuera un combate de otra época ambos hombres iniciaron un duelo a
espada ante la atónita mirada de los soldados de ambos bandos. Finalmente, el japonés
mató al oficial alemán, lo que hizo que la tropa se rindiera”13
Esta anécdota nos muestra la determinación de ambos ejércitos por alzarse con la
victoria, además de indicar qué tipo de valores caballerescos se observaban aún en el
mundo industrial. Muy acorde con esta mentalidad, Alfred Meyer-Waldeck salió de un
reducto y rindió Qingdao la mañana del 7 de noviembre de 1914.
13
Sin autor, “Japón y la Pri…” (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line
40
Los alemanes padecieron 493 bajas (199 muertos) y 3600 soldados fueron hechos
prisioneros; los japoneses, por su parte, sufrieron 2300 bajas (715 muertos) y perdieron un
crucero ligero, un destructor, una lancha torpedera y 2 minadores; finalmente, los británicos
contaron 83 bajas (16 muertos).
Es curioso lo que la propaganda de guerra mostró de esta batalla; mientras que en
Alemania se sostuvo que Qingdao cayó al precio de 12000 muertos para los aliados, en
Gran Bretaña se presentó como una gran victoria producto de la estrecha colaboración de
Japón, al tiempo que en el país asiático se mostró como una prueba de que el espíritu
superior del combatiente nipón era invencible y que por eso se había ganado, sin tomar en
cuenta la abrumadora ventaja material y humana con que había contado Japón. Pero esta
propaganda estaba muy lejos de la realidad. Resulta muy revelador que ya en el propio
campo de batalla Gran Bretaña y Japón comenzaran a tener asperezas. Hacia el 2 de octubre
las siguientes noticias se muestran elocuentes:
“En este momento se produjeron incidentes entre las fuerzas japonesas y
británicas, en primer lugar motivados por diferencia de criterios: los británicos
demandaban que la artillería japonesa respondiera al fuego alemán, mientras que Kamio
estaba reservando la artillería para la fase final del asedio. Por otro lado, los soldados en
las trincheras no llegaban a diferenciar el alemán del inglés y se produjeron incidentes
armados entre las tropas (lo que se solventó obligando a los soldados ingleses a llevar
puestos abrigos japoneses). Junto a ello, la diferencia en procedimientos (incluso
sanitarios), alimentación, y la típica arrogancia británica estuvo a punto de causar un
serio revés en la moral de las tropas. Curiosamente, la Royal Navy no experimentó este
tipo de problemas y sus fuerzas se integraron a la perfección con sus homólogos
japoneses.”14
Estos hechos se unieron a otros, como las excesivas bajas británicas y que la Royal
Navy reclamara para sí todos los barcos capturados, dejándole sólo a Japón la base naval.
Estos factores nos muestran lo incómodo de las relaciones anglo-japonesas por debajo de la
alianza formal, y cómo ambas naciones se tenían desconfianza. La armónica convivencia de
14
Ídem
41
la Marina Real Británica y la Armada Imperial Japonesa fue sólo una pequeña excepción
provocada por la formación totalmente inglesa de la fuerza naval nipona.
La tensión anglo-japonesa se incrementó en los meses siguientes, cuando el Reino
Unido le pidió a Japón que le vendiera el crucero de batalla Kongo, lo cual fue tomado
como un insulto por el gobierno japonés.
“El orgullo nacional japonés fue insultado por las peticiones británicas de 1916
para comprar su moderno crucero de batalla clase Kongo, con el fin de tener equipos
británicos que desplegar con la Gran Flota para reemplazar sus pérdidas de guerra. En la
Armada Imperial Japonesa no sólo vieron la asignación de personal de barcos japoneses
para equipos británicos como un insulto a la nación y la eficiencia de su propia flota, sino
que también pensaron que la pérdidas de buques, incluso temporalmente, eran un revés a
la expansión naval japonesa, fundamentada en el plan 8:8, destinado a proveer una flota
de guerra poderosa que igualara la fuerza naval de Estados Unidos.”15
En resumidas cuentas, esta batalla puso en manos japonesas casi todo el imperio
colonial alemán de Asia y el Pacífico, demostró, de nuevo, a las naciones occidentales la
fuerza militar de Japón y también inquietó tremendamente a sus aliados británicos.
I-C.2) Operaciones en el Pacífico
Paralelamente a la huida de la flota de Maximilian von Spee y al asedio de Qingdao,
las fuerzas navales de Australia, Nueva Zelanda y Japón convergieron sobre las posesiones
alemanas del Pacífico occidental. Los australianos y neozelandeses concentraron sus
ataques sobre la Nueva Guinea Alemana, el Archipiélago de Bismarck, Nauru, la Samoa
Alemana y las Islas Salomón, también alemanas. Por su parte, los japoneses atacaron las
Islas Marshall, Marianas, Carolinas y Palau que estaban más cercanas a su territorio
15
Field, A., Royal Navy Strategy in the Far East, Frank Cass edit., Londres, 2004, p.19
42
metropolitano y a Taiwán. Esta campaña naval de Japón se hizo extremadamente sencilla
una vez que la escuadra de von Spee se alejó hacia Sudamérica, y que la escuadra anglojaponesa bloqueara Qingdao. Sin patrullas navales alemanas en la zona, los japoneses
ocuparon rápidamente una isla tras otra, sin encontrar resistencia real. Para el 6 de octubre
ya todas las posesiones alemanas al norte del Ecuador estaban en manos niponas. Esta
maniobra militar quizá sea la menos documentada de toda la Primera Guerra Mundial,
aunque terminó transformando totalmente todo el equilibrio estratégico en el Pacífico.
Como señalamos más arriba, las posesiones alemanas, al encontrarse tan lejos de su
metrópoli, eran difíciles de defender, y tenían poca importancia económica; pero con una
metrópoli más cercana y con mayor fuerza naval, se volvían excelentes bases para controlar
el comercio entre Asia, América y Australia, además de ser mercados suplementarios de
Corea, China y Taiwán para la industria japonesa. Evidentemente, la campaña del Pacífico
contra las colonias japonesas le daba sentido al ataque contra Qingdao.
Resulta interesante que ya en ese momento, Australia y Nueva Zelanda empezaron a
presionar a Gran Bretaña para que contuviera a Japón.
“Sin embargo, el empleo de barcos japoneses había provocado una respuesta mixta
en Australia y Nueva Zelanda. Aunque agradecidos por la contribución japonesa, los
gobiernos de los Dominios eran temerosos de la expansión japonesa hacia sus territorios y
desaprobaban la ocupación de las posesiones alemanas de las islas Marshall, Marianas y
Gilbert, y especialmente la importante estación de cables de la isla de Yap.”16
La Armada Imperial Japonesa seguiría activa en aguas del Pacífico y el Índico hasta
el final de la guerra. Ayudó a trasladar tropas ANZAC (Australian and New Zelandian
Army Corps) a Mesopotamia, participó en la caza del crucero ligero alemán Emden, y hasta
ayudó al ejército británico a reprimir un motín en Singapur, en febrero de 1915.
16
Ibídem., p.19
43
I-C.3) Patrullaje en el Mediterráneo
La alianza anglo-japonesa no obligaba al país asiático a entrar en una guerra
europea, ni siquiera en su apéndice colonial, mucho menos a enviar fuerzas a Europa.
Teniendo Japón ambiciones de una hegemonía regional, resultaba muy poco creíble que los
japoneses enviaran tropas a occidente para continuar la lucha con Alemania. El mismo
Barón Kato, Ministro de Asuntos Exteriores de Japón, expresó el 19 de noviembre de 1914
lo siguiente:
“Si nos hemos visto obligados al combate con Alemania, es porque deseamos el
mantenimiento de la paz en Oriente. Pero ¿qué necesidad hay de enviar tropas japonesas a
Europa si allí no tenemos intereses directos desde el punto de vista de la seguridad de
nuestro país y de la paz en Oriente? Por estas razones, me opongo al envío de tropas a
Europa”17
Sin embargo, hacia 1916-1917, la guerra submarina llegó a extremos de brutalidad
nunca vistos, y el Almirantazgo británico requirió a su gobierno que le solicitara
formalmente su ayuda a Japón. Los japoneses no aceptaron movilizar a las primeras de
cambio una parte de su flota, ni disminuir la capacidad defensiva de su nación. Llegaron,
incluso, a enviar oficiales a Europa para verificar el desgaste alemán y, sólo así, el gobierno
nipón aceptó enviar ayuda, pues aún a comienzos de 1917 no había seguridad de que
Alemania pudiera ser, finalmente, vencida. Evidentemente, la decisión de enviar fuerzas a
occidente fue meramente política, puesto que, aunque Alemania hubiera vencido en
Europa, la destrucción de su flota después de la batalla de Jutlandia (1916), le hubiera
hecho casi imposible lanzar una contraofensiva en el Lejano Oriente contra Japón. Es
lógico pensar, en consecuencia, que Japón decidió enviar parte de su armada al
Mediterráneo para poder tener un mayor peso en la futura repartición del mundo tras el
conflicto. No es casualidad que los acuerdos secretos con Reino Unido y Francia, que le
17
Sin autor, “Japón y la Pri…” (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line
44
aseguraban sus ocupaciones en el Pacífico y la transferencia de todos los territorios y
privilegios alemanes en China, daten de los primeros meses de 1917:
“Sumamente deseoso de asegurar los antiguos derechos económicos alemanes y sus
empresas en Shandong y anexionar formalmente las antiguas islas alemanas al norte del
Ecuador, Japón lanzó audaces maniobras diplomáticas para asegurarse el éxito en la
conferencia de paz posterior a la guerra. Los amargos recuerdos de la Intervención
Tripartita de 1895 aún estaban grabados en los corazones de los funcionarios del
Ministerio de Relaciones Exteriores cuando una coalición de imperialismos europeos
después de la guerra había forzado a Japón a devolver territorios tomados en la guerra
chino-japonesa. A comienzos de 1917, Japón aceptó escoltar a los convoyes aliados en el
Océano Indico y el Mediterráneo a cambio de confidenciales garantías de Gran Bretaña,
Francia, Rusia e Italia que respaldaran las demandas de Tokio sobre Shandong y las islas
del Pacífico.”18
La flota japonesa destinada a Europa salió de Singapur el 11 de marzo de 1917.
Estaba a su mando el Almirante Sato, y se componía del crucero Akashi y 8 destructores.
En su camino por el Océano Indico los japoneses tuvieron varios encuentros con corsarios
alemanes hasta que, al fin, alcanzaron el Canal de Suez. El 10 de abril Sato recibió una
solicitud de escolta para el barco de transporte HMS Saxon, en ruta desde Port Said a
Malta. La escolta fue encargada a dos destructores, mientras el resto de la flota se dedicó a
la caza de submarinos alemanes en la zona. Los barcos japoneses fueron de gran ayuda para
Francia, país que por aquellos meses había sufrido las batallas de Arras, Chemin des Dames
y Champagne. El crucero y los 8 destructores permitieron el traslado directo de tropas
desde Egipto hasta Francia sin escalas en Malta.
El 4 de mayo, el buque de transporte HMS Transilvania fue torpedeado por un
submarino alemán frente a la costa francesa. Los destructores Sakaki y Matsu acudieron al
rescate, salvando a unos 2500 marineros británicos. De los 3000 hombres a bordo solo
perecieron 413, siendo el resto rescatado por otros barcos japoneses, así como franceses e
italianos. Ese mismo día, el Almirantazgo telegrafió a Sato, agradeciéndole formalmente el
18
Burkman, T., Ob. cit., p. 6
45
rescate. Es de suponer el enorme peso político que el rescate del Transilvania tendría en las
negociaciones venideras. En junio, el Akashi fue relevado por el crucero Izumo y se
enviaron a la zona otros destructores para reforzar al grupo de combate. Por esa fecha, los
alemanes incrementaron sus ataques submarinos, lo que ocasionó que la Royal Navy le
cediera dos cañoneras y dos destructores a la Armada Imperial Japonesa, lo que elevó el
número de buques con bandera japonesa en la zona a 17.
Para 1918, varios combates decisivos se estaban llevando a cabo en el norte de
Francia, lo que requirió un traslado masivo de soldados desde el Medio Oriente a Europa
(pues ya el Imperio Otomano estaba siendo vencido). Las unidades japonesas escoltaron a
los transportes, realizando innumerables misiones entre abril y mayo. Después, prestaron
escolta a los traslados británicos de Egipto a Grecia. La escuadra japonesa permaneció en
aguas europeas hasta 1919. Después de que se firmara el armisticio, los barcos japoneses
supervisaron la rendición de la flota alemana, trasladándose 2 destructores y el crucero
Izumo a la base naval británica de Scapa Flow para vigilar los barcos alemanes. En Scapa
Flow también prepararon el regreso a Japón junto a 7 submarinos alemanes entregados
como botín de guerra. Por otra parte, cuatro destructores partieron a Brindisi para
supervisar la rendición de la flota mediterránea de Alemania y Austria-Hungría, mientras
que el crucero Nisshin y el resto de los destructores fueron hacia Estambul. A fines de
marzo, la flota de Sato con los submarinos navegó hasta Malta. Desde esta isla el transporte
Kwanto, el Nisshin y varios destructores iniciaron el regreso a Japón, a donde llegaron el
18 de junio de 1919. El resto de la flota zarpó el 5 de mayo, llegando a Yokosuka el 2 de
julio de ese mismo año. Para el final de la guerra, los japoneses habían escoltado 788
barcos, se habían enfrentado a los submarinos austriacos y alemanes 34 veces y habían
sufrido daños únicamente en dos destructores.
En resumen pues, como bien sintetiza Margarita Escobar:
“Con esas operaciones militares, Japón reforzaba su presencia en el Pacífico en
menoscabo del imperialismo occidental.”19
19
Escobar, M., Ob.cit, p. 47
46
Estas acciones tuvieron su recompensa para Japón, como comenta el historiador
Eduardo Camps,
“La participación japonesa en el patrullaje del Mediterráneo, también durante la
Primera Guerra Mundial, le había dado acceso a los más importantes tratados firmados
después del conflicto y un puesto importante en la recién creada Liga de las Naciones.”20
Sin importar en que teatro de operaciones combatieran las fuerzas japonesas, cada
una de sus acciones tenía un solo objetivo: aumentar y consolidar su imperialismo en Asia
y el Pacífico en detrimento de los occidentales. Sus ambiciones no quedaron ocultas ante
las potencias de Occidente, que pronto tomarían acciones para restablecer el equilibrio
resquebrajado en la región.
20
Eduardo Camps, Historia de Japón, 1450-1990 en “Historia de Japón” en http://www.eduardocamps.com
(Revisado el 10 de marzo de 2009) On line
47
II) Impacto en Gran Bretaña y Estados Unidos ante la participación japonesa en la
Primera Guerra Mundial.
Tras el ultimátum japonés a Alemania, en agosto de 1914, se produjeron diversas
reacciones entre las grandes potencias del mundo. De todas ellas nos interesan
particularmente las del Reino Unido y Estados Unidos. Para entender mejor las reacciones
de británicos y estadounidenses ante la entrada de Japón en la contienda, debemos revisar
cómo fueron los contactos de estos dos países con Japón desde un tiempo antes.
II-A) Relaciones Japón-Reino Unido desde la Restauración Meiji hasta la Conferencia
de París
Desde los mismos comienzos de la Restauración Meiji en 1868, las relaciones
británico-japonesas fueron un caso aparte en el marco de la interacción de Japón con las
potencias occidentales. Gran Bretaña fue la potencia que más ayudó en el proceso de
industrialización de Japón; fue el sistema parlamentario inglés el que tomaron como
ejemplo los líderes del gobierno Meiji para organizar su país; fueron también los británicos
los que construyeron los barcos de la Armada Imperial Japonesa y entrenaron a sus
marinos; fue, así mismo, Gran Bretaña la primera potencia que eliminó su tratado desigual
de comercio con Japón; y, más importante aún, fue Reino Unido el primer país occidental
que firmó una alianza militar con Japón. Podemos decir, entonces, que el Reino Unido fue
para Japón un verdadero puente hacia el concierto de las grandes potencias en la segunda
mitad del siglo XIX y los primeros años del XX. Pero las relaciones entre ambos países, de
1868 a 1919, supusieron un largo y complejo proceso que se divide en varias etapas, con
características propias que deben ser estudiadas por separado. Con este, entendemos
necesario, recuento de la historia diplomática, comprenderemos mejor la situación con la
que se encontraron los diplomáticos japoneses en la Conferencia de Versalles de 1919 y la
Conferencia de Washington de 1922.
48
II-A.1) Relaciones británico-japonesas desde la Restauración Meiji hasta la Alianza
Anglo-Japonesa de 1902
Las relaciones entre Gran Bretaña y Japón de 1868 a 1902 se caracterizaron por un
continuo acercamiento de los dos países, quizá estimulado por la admiración hacia el Reino
Unido de los líderes Meiji, que tomaron ejemplo de la organización política y naval inglesa.
Por su parte, el Reino Unido vio con creciente simpatía cómo aquel lejano país asiático
imitaba su cultura, se modernizaba y progresaba; es decir, se “civilizaba” desde el
particular punto de vista inglés. Este período está marcado por varios acontecimientos que
debemos tomar en cuenta. La Misión Iwakura visitó el Reino Unido en 1872 como parte de
su largo viaje por Estados Unidos y Europa. Está misión se compuso de relevantes líderes
políticos japoneses que recorrieron los países más poderosos de ese entonces para aprender
todo lo que fuera útil para la nación asiática. Fue esta avanzadilla diplomática la que trajo al
Japón Meiji los conocimientos y herramientas teórico-políticas para transformar al país. La
Misión Iwakura fue determinante para la adopción del sistema parlamentario inglés en la
década siguiente, así como un derecho civil al estilo francés y una constitución muy
beneficiosa para el emperador, en este caso siguiendo el estilo prusiano. Los efectos de la
Misión Iwakura no tardaron demasiado en verse. Para el año siguiente observamos otro
acontecimiento destacado: la apertura del Colegio Imperial de Ingeniería, con el inglés
Henry Dyer como director. Este hecho representa sólo una muestra de cómo por aquella
época Japón se llenó de asesores y técnicos occidentales, siendo los ingleses los más
numerosos. En 1891 otro suceso se hizo relevante, la fundación de la Japan Society of
London por parte de Arthur Diosy, que se dedicó a fomentar las relaciones culturales entre
Japón y Gran Bretaña, llegando a desempeñar un papel muy importante durante los años de
la alianza anglo-japonesa.
En 1894 se firmó el Tratado Anglo-Japonés de Comercio y Navegación que abolía
la extraterritorialidad en Japón para los súbditos británicos. Este tratado fue el principio del
fin de los “Tratados Desiguales” de comercio entre Japón y las potencias de occidente.
Como los últimos factores destacados de este período antes de la alianza anglo-japonesa
debemos reseñar la negativa británica a participar en la intervención de potencias que limitó
las ganancias japonesas tras la guerra con China (la Intervención Tripartita de Alemania,
Francia y Rusia) y la participación de grandes fuerzas japonesas, junto a los occidentales,
49
en el sofocamiento de la rebelión Bóxer en China (1900). Estos tres últimos
acontecimientos acercaron mucho a Gran Bretaña y Japón, y sentaron las bases para la
posterior alianza. Creemos imprescindible, en consecuencia, analizarlos detenidamente.
En el capítulo anterior mencionábamos la Intervención Tripartita que limitó la
expansión japonesa tras la guerra chino-japonesa de 1894-1895. Podemos decir que en
1895 Japón obtuvo una aplastante victoria militar sobre China, y que con el Tratado de
Shimonoseki obtuvo de aquella el reconocimiento de la independencia de Corea, la cesión
de Taiwán, la península de Liaodong, una cuantiosa indemnización y varias ventajas
comerciales. Sin embargo, esta victoria inesperada no agradó para nada a Rusia, que tenía
intereses vitales en el área, en virtud de que Manchuria, Corea y la península de Liaodong
constituían salidas naturales para Rusia hacia mares cálidos libres de hielo, lo cual
complementaba sus escasas ventanas hacia el mar en Europa. Fueron esos intereses
especiales de Rusia los que atrajeron a Alemania y Francia. Alemania animó a Rusia a
“poner en su lugar” a Japón en función de esos intereses primordiales: canalizar el
expansionismo ruso hacia el Lejano Oriente, suavizando así las relaciones ruso-alemanas y
austro-rusas en los Balcanes; buscar un acercamiento con Rusia que disminuyera la
amenaza de un cerco franco-ruso, e intentar arrancarle alguna concesión territorial a China
al quitarle de encima a este último país la amenaza japonesa. Por su parte, Francia se vio
arrastrada a intervenir por la simple razón de apoyar a su aliado ruso y no dejarle toda la
iniciativa a los alemanes pero, obviamente, también buscaba ventajas en China.
De forma concisa, podemos decir que la Intervención Tripartita hizo que Japón se
llevara un “botín incompleto”, el primero de varios, tras una completa victoria militar.
Renunció a ocupaciones de cualquier tipo en el continente chino, teniendo que conformarse
con la anexión de Taiwán, las Islas Pescadores y una indemnización aumentada. Por su
parte, las tres potencias, como dijimos en el capítulo anterior, aprovecharon para obtener de
China, en 1897, los enclaves de Port Arthur (para Rusia), Jiaozhou (para Alemania) y
Zhanjiang (para Francia). El impacto de la Intervención Tripartita en Japón fue inmenso. La
clase gobernante y el pueblo en general se resintieron con las potencias occidentales y el
país entero llegó a la conclusión de que la modernización de su sociedad no era suficiente
para alcanzar la igualdad con las potencias occidentales. Pensaron que sólo el lenguaje de la
fuerza era el que sus enemigos entenderían, y por ello se determinaron a superar el poder
50
militar de los europeos y norteamericanos. Es de destacar que los japoneses le agradecieron
mucho a Gran Bretaña el hecho de haberse mantenido al margen de la intervención en su
contra. Ahora bien, ¿por qué los británicos no participaron en la intervención? Por azares de
la geopolítica, y para fortuna de los japoneses, Reino Unido tenía los mismos enemigos que
Japón. Analicémoslos brevemente uno a uno. Francia era, desde al menos el siglo XVIII, el
mayor rival de Londres en la carrera colonial; sus avances desde 1871 eran causa de una
gran preocupación para los británicos. Las más recientes adquisiciones de Francia en Asia
amenazaban la rentabilidad del comercio británico y la estabilidad del imperio en esa zona
del mundo. Era entendible, por tanto, que Gran Bretaña vigilara muy de cerca los pasos de
Francia y que desconfiara de cada uno de sus movimientos. Por otra parte, Rusia era el
mayor imperio terrestre de Eurasia y del mundo. Su extenso territorio y sus puntos de
presión imperialista afectaban los intereses británicos en lugares tan distantes entre sí como
los Balcanes, Persia, Asia Central, Tíbet y el norte de China. Además, para complicar más
las cosas, Rusia era aliada de Francia desde 1871, constituyéndose así un binomio
marítimo-terrestre capaz de poner en serias dificultades al Imperio Británico en caso de
guerra. Por último, quizá la más amenazante de las tres potencias en cuestión, era
Alemania. Esta nación, desde su unificación en 1871, se había convertido en el mayor rival
comercial y naval del Imperio Británico lo que, unido a las manifiestas ambiciones de
dominación mundial del Káiser Guillermo II, creó gran alarma entre los políticos
británicos. Era evidente, pues, que Gran Bretaña jamás apoyaría una repartición de China
tramada por sus tres mayores competidores. A tal circunstancia debemos añadir la simpatía
que Japón despertaba ya por esos años entre la clase gobernante británica. Fue esta
coincidencia de intereses estratégicos entre japoneses y británicos lo que condujo a la
alianza de 1902, pero aún faltaba otro punto de coincidencia, la colaboración de Japón con
occidente durante la rebelión Bóxer.
En 1899 estalló en China la rebelión Bóxer, que buscaba la liberación de ese país
del yugo económico y político de occidente. En junio de 1900 los bóxers y algunas tropas
imperiales atacaron y pusieron bajo asedio a las legaciones occidentales en Tianjin y Pekín.
Es de destacar la masacre del personal diplomático alemán, incluido el propio embajador.
Hasta agosto de ese mismo año, las embajadas de Austria-Hungría, Gran Bretaña, Japón,
Estados Unidos, Francia, Países Bajos y Rusia estuvieron cercadas. Ese mes, una fuerza
51
multinacional integrada por japoneses, rusos, británicos, franceses, estadounidenses,
alemanes, italianos y austro-húngaros, además de 5000 chinos contrarios a los bóxers,
ocupó las ciudades afectadas, liberó las legaciones asediadas y terminó ahogando en sangre
la rebelión nacionalista y xenófoba en China. A esta coalición se le llamó “Alianza de las
Ocho Naciones”. Es de destacar la estrecha cooperación de Japón hacia las potencias
occidentales, en especial con Gran Bretaña, al enviar el contingente más numeroso, que
funcionó a la perfección bajo el mando del general británico Alfred Gaselee. Además de
eso, Japón fue la potencia que se mostró más moderada en sus exigencias a China después
de aplastar la rebelión. Esto quizás les haya otorgado confianza a los diplomáticos
británicos de que las ambiciones japonesas eran canalizables y de que Japón podía ser un
aliado útil contra sus competidores. En el cierre de este período hay que señalar el punto
cumbre de las relaciones anglo-japonesas: la firma de la alianza anglo-japonesa de 1902.
Para empezar, es importante explicar que lo que llamamos en bloque “Alianza
Anglo-Japonesa” no fue un único tratado, sino tres, que datan de fechas distintas, 1902,
1905 y 1911, y que respondieron a situaciones geopolíticas diferentes. Aunque los tratados
firmados en 1905 y 1911 fueron formalmente renovaciones revisadas de la alianza original,
los cambios en el escenario internacional y la actitud entre los firmantes fueron tan
relevantes que bien podríamos hablar de “las alianzas anglo-japonesas”. En una primera
parte, nos centraremos en la de 1902, pues las de 1905 y 1911 constituyen episodios aparte
en la historia de las relaciones entre Japón y el Reino Unido.
La Alianza Anglo-Japonesa fue firmada originalmente el 30 de noviembre de 1902
en Londres, y contenía los siguientes puntos principales:
“Artículo 1
Las altas partes contratantes, habiendo reconocido mutuamente la independencia
de China y Corea, declaran estar completamente libres de la influencia de tendencias
agresivas en cualquier país, teniendo en miras, sin embargo, sus intereses especiales, de
los cuales de Gran Bretaña se relacionan principalmente a China, aunque Japón, además
de los intereses que posee en China, está interesado en un grado peculiar, políticamente
así como comercial e industrialmente en Corea, las altas partes contratantes reconocen
que será admisible para ambos tomar ciertas medidas indispensables para salvaguardar
esos intereses si son amenazados por la acción agresiva de cualquier otra potencia, o por
52
perturbaciones que se levanten en China o Corea, haciendo necesaria la intervención de
ambas altas partes contratantes para la protección de las vidas y propiedades de sus
súbditos.
Artículo 2
Declaración de neutralidad si cualquier signatario se involucra en la guerra a
través del Artículo 1.
Artículo 3
Promesa de apoyo si cualquier signatario se involucra en la guerra con más de una
potencia.
Artículo 4
Los signatarios prometen no entrar en acuerdos separados con otros poderes en
perjuicio de esta alianza.
Artículo 5
Los signatarios se comprometen a comunicarse franca y totalmente entre sí cuando
cualquiera de los intereses afectados por este tratado esté en riesgo.
Artículo 6
El tratado permanecerá en vigor por cinco años y entonces a un año se avisará
para su renegociación, a menos que se notifique el final del mismo durante el cuarto
año.”21
21
Sin autor, Ob. Cit., (Revisado el 10 de marzo de 2009). On line.
53
En resumen, el documento contenía un reconocimiento mutuo de los intereses
imperialistas de Gran Bretaña y Japón en China y de Japón en Corea, además de crear un
mecanismo de defensa contra alguna coalición enemiga, aunque no así para una guerra de
uno contra uno. Es necesario que veamos la alianza desde la perspectiva de cada potencia
firmante. Desde la óptica inglesa podemos observar que Gran Bretaña tenía serías
preocupaciones por la expansión de potencias rivales europeas alrededor del mundo y que
se estaba empezando a sentir amenazada en el Lejano Oriente por más de un competidor.
Es muy probable que la Intervención Tripartita contra Japón en 1895 causara grandes
desconfianzas en el gobierno británico. No debemos olvidar, por otra parte, y en este
mismo contexto, el sistema de alianzas en Europa para aquel entonces: como ya
mencionamos, desde 1871 Rusia y Francia estaban aliadas, constituyendo un binomio
terrestre-naval muy amenazador para el Imperio Británico; además de eso, desde 1882 la
Triple Alianza agrupaba a Alemania, Austria-Hungría e Italia, otorgándole a los alemanes
un importante respaldo en Europa, lo que les permitía tener más libertad de acción en
escenarios coloniales. Esta situación se hacía aún mas comprometedora porque Gran
Bretaña se encontraba sin ningún aliado en el continente europeo o fuera de él, siendo
Estados Unidos, para ese momento, únicamente un importante socio comercial, cuya
política aislacionista y de no compromiso hacía desconfiar a los líderes británicos.
“Había habido un crecimiento inmenso de las armadas del mundo: Rusia, los Estados
Unidos, Francia y Alemania ahora tenían formidables fuerzas navales y Gran Bretaña no
podía más permitirse el segundo lugar de construcción contra las próximas dos flotas más
fuertes. Además estaba el aspecto político: Rusia y Francia eran aliados; y Rusia estaba
enviando gran parte de su flota a aguas de Asia Oriental. Esto presentó un problema para la
escuadra de China de Gran Bretaña, la unidad más costosa que tuvo que operar.”22
Podemos considerar que Gran Bretaña era la mayor potencia colonialista del
mundo, que la base de su poder era el dominio del comercio transoceánico, amparado en la
mejor armada existente, pero en los últimos treinta años del siglo XIX la ventaja sobre sus
competidores se había acortado tremendamente. Además, el Imperio Británico poseía las
22
Ian Nish, “The First Anglo-Japanese Alliance Treaty”, Simposio conmemorativo del Centenario de la
Alianza Anglo-Japonesa, Londres 22 de febrero de 2002, p. 3, en “Anglo-Japanese Alliance”, en
“International Studies”, en “Publications”, en http://sticerd.lse.ac.uk/ (Revisado el 10 de marzo de 2009) On
line
54
fuerzas terrestres más reducidas de las grandes potencias. En definitiva, el “Espléndido
Aislamiento” y su política de darle la espalda a Europa para concentrarse en el escenario
colonial, se había vuelto peligrosa e insostenible. Ahora bien, si Gran Bretaña necesitaba un
aliado, ¿por qué elegir Japón? Podríamos pensar que sería más coherente que los ingleses
buscaran un aliado occidental. Veamos, en este sentido, qué clase de aliado necesitaba el
Reino Unido entre 1895 y 1902.
Como se mencionó en el capítulo anterior, en África reinaba una cierta tranquilidad
entre las potencias coloniales desde la Conferencia de Berlín de 1884-1885, que había
repartido el continente; en América, los británicos habían ido aceptando poco a poco la
Doctrina Monroe y le habían cedido el Caribe y Centroamérica a Estados Unidos, llegando
Washington y Londres a cierto entendimiento (no exento, en cualquier caso, de roces como
los de 1899 y 1902 por Venezuela); en el Medio Oriente la situación con el Imperio
Otomano estaba controlada, restando únicamente como áreas de preocupación y disputa
para los británicos el Lejano Oriente y la frontera norte de India. Ambas zonas estaban
recibiendo presión por parte del Imperio Ruso desde mediados del siglo XIX (recordemos
el llamado “Gran Juego” entre Gran Bretaña y Rusia por Asia Central), hecho que causaba
gran preocupación en Londres. En el caso de la disputa por Asia central la preocupación se
debía a la posibilidad muy clara de amenazar India, territorio que obtendrían los rusos si
toda la región caía en sus manos. Por esta razón Afganistán quedó consolidado como otro
“Estado Almohada” más en el mundo de aquel entonces. Por su parte, en China Gran
Bretaña venía disfrutando de una posición dominante desde las guerras del opio, si bien en
las últimas décadas la competencia del resto de Europa la amenazaba, particularmente la de
Rusia. Hasta 1895 el resto de las potencias había mantenido una actitud más o menos
prudente, pero la Intervención Tripartita lo cambió todo, mostrándose una voracidad en
Rusia, Alemania y Francia no vista anteriormente. Es muy posible que en Londres vieran el
fantasma de la formación de un “gran eje terrestre” París-Berlín-San Petersburgo. Si Gran
Bretaña tenía en Asia sus mayores preocupaciones, en Rusia su mayor amenaza, y si en
Europa no podía contar con Francia, por ser su mayor competidor histórico y por ser ella
misma aliada de Rusia, ni con Alemania (por la agresividad manifestada por Guillermo II y
porque este país buscaba aislar a Francia y no enemistarse con Rusia), ni fuera de Europa
con Estados Unidos, debido al aislacionismo de los gobiernos republicanos y su rotunda
55
negativa a involucrarse en los sistemas de alianzas de Europa, entonces Londres debía
buscar un aliado con una sólida presencia en Asia, con un gran poder marítimo y que fuera
enemigo de Rusia. Sólo Japón cubría esos precisos requerimientos.
En este orden de cosas, debemos observar ahora la óptica japonesa de la situación, y
de qué manera llegó Japón a la alianza. Para Japón fue un golpe muy duro que Francia,
Alemania y Rusia limitaran sus ganancias tras la guerra con China; sus líderes obtuvieron la
convicción de que sólo fortaleciendo sus fuerzas armadas obtendrían el respeto de
occidente. No olvidemos, en este sentido, que casi un 63% de la indemnización pagada por
China fue usada para comprar armas. Los líderes Meiji estaban resueltos a convertir Japón
en una potencia y lograr el respeto de Occidente, por lo cual necesitaban a un aliado
formidable, con gran poder naval, que complementara las carencias de una Armada
Imperial Japonesa aún en desarrollo, y que tuviera un gran prestigio mundial, para que, de
esta manera, su alianza fuera un disuasivo para sus enemigos, como Rusia y, en menor,
medida Estados Unidos y que, finalmente, fuera también un serio enemigo de Rusia. En
este caso, únicamente Gran Bretaña cumplía tales especificaciones. Más allá de la
“simpatía” que existiera entre japoneses y británicos, no puede afirmarse, sin embargo, que
la alianza se forjara sólo por emociones encontradas entre los pueblos y los líderes. Resulta
más racional, e histórico, atribuir el surgimiento de la alianza anglo-japonesa a la
coincidencia de intereses estratégicos entre los dos países.
“No había ninguna fatalidad sobre la alianza. Gran Bretaña y Japón no eran socios
naturales. Los estadistas involucrados no se precipitaron en esta nueva política; opciones y
alternativas fueron consideradas por ambos lados. Efectivamente había grupos de presión a
favor y en contra en cada país; y había pruebas de renuencia y precaución. Pero el consenso
fue alcanzado al final.”23
A pesar de lo que nos dice Nish en el fragmento arriba presentado, aunque Gran
Bretaña y Japón no fueran “socios naturales” desde el punto de vista cultural, sus armadas
sí lo eran. Esta circunstancia es reconocida por el propio autor:
“Japón había construido sustancialmente desde 1895 usando la indemnización de
China y ahora tenía en construcción en el extranjero una flota de seis acorazados de
23
Ibídem, p. 1
56
primera clase. El Mikasa, el último de éstos, estaba a punto de ser lanzado de astilleros
británicos - quizás la nave más poderosa a flote en su clase. Pero Japón había llegado al
final de su programa de construcción y no tenía las finanzas para continuar, mientras que
los rusos podían supuestamente seguir con el suyo. Así que había una presunción en Gran
Bretaña de que Japón podía estar buscando un socio naval. Selborne hizo hincapié en el
valor para Gran Bretaña de una suerte alianza con Japón y llegó a la conclusión de su
que su política de espléndido aislamiento no era ya más posible.”24
A comienzos del siglo XX, la carrera armamentista entre las grandes potencias se
estaba volviendo insostenible desde el punto de vista económico, por lo que una alianza con
Japón le ahorraría una gran cantidad de dinero a Gran Bretaña, le permitiría formar una
dupla naval que contrarrestara el poder unificado de Francia y Rusia, y le facilitaría la
defensa de la parte más oriental del Imperio. Así pues, por muy diferentes que fueran
culturalmente hablando Japón y Reino Unido, la Armada Imperial Japonesa (Dai-Nippon
Teikoku Kaigun) y la Armada Real Británica (Royal Navy), estaban destinadas a colaborar
y complementarse en la región en virtud de los intereses y enemigos comunes que tenían
sus respectivos países.
Podría pensarse, entonces, que la alianza fue únicamente ideada por los líderes
militares de cada país, pero como nos explica Ian Nish esta afirmación tan extendida no es
del todo cierta.
“Es a menudo dicho que del lado británico la alianza fue una iniciativa del
Almirantazgo. Esto no es completamente verdadero. Para estar seguro, había interés en
algún arreglo naval con Japón para razones presupuestarias y políticas. Pero también
había razones estratégicas relacionadas con las preocupaciones sobre la expansión rusa
en Asia, particularmente Afganistán, y la amenaza que planteaba a la defensa de India.
Políticos británicos como un todo y el ejército en particular estaban conscientes de la
dificultad máxima de arreglárselas con una Rusia expansiva sobre las fronteras del norte
de India. Para ellos, Manchuria y Corea eran asuntos menores, aunque eran, por supuesto,
el principal origen de las preocupaciones de Japón.”25
Todo esto nos sirve para entender mejor las razones de cada país para suscribir la
alianza, sin embargo, el análisis no estaría completo sin evaluar el impacto que la alianza
24
25
Ibídem, p. 3
Ibídem, p. 4
57
tuvo en el equilibrio mundial y su importancia para Japón como un gran logro diplomático.
En 1900, Gran Bretaña llevaba ya un cuarto de siglo, aproximadamente, con su famosa
política de “Esplendido Aislamiento”, impulsada por grandes personalidades como
Salisbury o Disraeli. Tal política consistió, de forma resumida, en aislarse de los conflictos
europeos, siempre y cuando el equilibrio continental no estuviera en peligro, para centrarse
en el mantenimiento de la supremacía naval y colonial del Reino Unido. Este mecanismo
de acción no se cambió ante situaciones tan impactantes como las guerras de unificación
alemana e italiana o los conflictos entre rusos y turcos en los Balcanes; incluso el gobierno
de Londres le cedió, de algún modo, a Alemania el papel de árbitro de los litigios en
Europa. Si tomamos en cuenta lo anterior, podemos encuadrar en su justa medida el
particular “logro” japonés: había conseguido que la mayor potencia colonial del mundo
dejará de lado unos 30 años de aislamiento para aliarse con un poder emergente que no era
ni europeo, ni blanco, ni cristiano, sino asiático.
Más allá de las negociaciones formales de la alianza, tuvo una importancia
fundamental la gira por Europa de Hirobumi Ito. Ito visitó San Petersburgo para medir el
calibre de la amenaza rusa y hacer un último intento de negociación, tras lo cual se dirigió a
Londres e influyó en destacados políticos ingleses para que firmaran la alianza con Japón.
Así habla Ian Nish de esa gira:
“Así terminó uno de los episodios más interesante de la historia diplomática. Como
alguien que ha gastado su carrera en estudiar la astucia de Bismarck y Talleyrand, para no
mencionar a Disraeli, Lloyd George y Henry Kissinger, tengo que admitir que éste fue uno de
los eventos más extraordinarios. Ito sujetó el curso de la historia por un mes y más. Estaba,
por supuesto, en la cima de su carrera y tenía un poder de indefinible en Japón como el más
influyente del Genro. Gran Bretaña, de la misma manera que otros gobiernos extranjeros, no
pudo saber qué influencia todavía llevaba, pero estaba evidentemente poco clara con respecto
al resultado de su presencia en Europa.”26
En cuanto al impacto internacional de la alianza, Margarita Escobar señala lo
siguiente:
26
Ibídem, p. 8
58
“Esa alianza fue un golpe maestro de la diplomacia japonesa y un hecho por el
cual entraban en la Historia Universal.”27
“Inglaterra al unirse con Japón, daba fe de la existencia de un nuevo interlocutor
diplomático y mostraba en la práctica, la imposibilidad para las potencias europeas de
seguir rigiendo la suerte y los destinos del mundo frente a las energías nuevas de otros
países, destacándose entre ellos, Japón y Estados Unidos, fuerzas que gravitaban
directamente en el Océano Pacífico, y lograron en poco años desplazar el centro de
gravedad del poder internacional.”28
En efecto, son muchos los autores que afirman que “la entrada al club de potencias”
por parte de Japón se produjo con la guerra ruso-japonesa, pero al estudiar de cerca el
impacto de la alianza con Gran Bretaña, podemos decir que el conflicto con Rusia más bien
vino a confirmar el nuevo estatus adquirido por el país asiático con el acuerdo. No es de
extrañar la alegre acogida que tuvo entre los líderes japoneses y el pueblo. El avance
diplomático de 1902 parecía ser la recompensa al largo trabajo del gobierno Meiji y un
símbolo del reconocimiento internacional de que Japón ya no era más aquella nación
atrasada que visitara el comodoro Perry.
“Al final, el 12 de febrero el acuerdo fue anunciado al parlamento y la prensa en
ambos países. La reacción en Japón fue de júbilo desenfrenado. El gobierno de Katsura estaba
en medio de una sesión de la Dieta en la cual estaba siendo atacado extensamente por la
oposición del Seiyukai, decidió maximizar su publicidad sobre la alianza. Los miembros del
Seiyukai, ante la ausencia de su líder, Ito, se reservaron su opinión. El Jiji Shimpo, el
periódico que había estado más a favor constantemente de un enlace con Gran Bretaña, le dio
la bienvenida. Kato Takaaki que podía en muchos sentidos ser descrito como el padre de la
alianza lo describió como muy ventajoso para Japón. En un artículo detallado y bien
informado, lo definió como una alianza ofensiva - defensiva (koshu domei) de la misma manera
que la alianza franco-rusa y la triple alianza de Alemania, Austria e Italia, excepto que su
alcance era ilimitado. Mientras su interpretación era sospechosa, parecía dar la bienvenida a
la posibilidad de que soldados japoneses pudieran tener que ir a la ayuda de Gran Bretaña en
Sudáfrica. Fue para él un reconocimiento de que Japón después de su éxito en la guerra chino
- japonesa y la revisión de sus tratados era digno de una alianza.”29
27
Escobar, M., Op.cit., p.40
Ibídem, pp. 40 – 41
29
Ian Nish, “The First…”, p. 10
28
59
II-A.2) La guerra ruso-japonesa y el enfriamiento de la alianza
En 1902 Japón y el Reino Unido alcanzaron la cima de sus relaciones. El equilibrio
de fuerzas en Asia Oriental se mantuvo hasta 1904, cuando la guerra entre Rusia y Japón lo
trastocó, influyendo rápidamente en las relaciones de poder en Europa.
Con mucha celeridad, hacia 1904 las tensiones entre el imperio zarista y Japón
aumentaron como nunca antes, haciendo imposible un entendimiento sobre la base de una
demarcación de las áreas de influencia en Manchuria y Corea. Los japoneses aspiraban a
que los rusos reconocieran su supremacía en Corea; a cambio, ellos reconocerían la
supremacía rusa en Manchuria, pero el gobierno del Zar se negó en redondo. El gobierno
japonés, por su parte, se cansó de esperar, lo que motivó el ataque a la base naval rusa de
Port Arthur de forma sorpresiva el 8 de febrero de 1904. Tras la campaña en la península de
Liaodong, que terminó con la caída de la base rusa en enero del siguiente año, se desarrolló
otra mucho más larga y sangrienta en Manchuria, cuyo episodio más destacado fue la
batalla de Mukden (21 de febrero-10 de marzo de 1905), y que terminó con gran número de
bajas por ambos lados. El episodio final de la contienda lo representa la batalla de
Tsushima (27 de mayo de 1905) en la que la flota japonesa aplastó a la rusa. Finalmente,
ambos países, agotados militarmente, y con grandes desórdenes internos uno (Rusia) y al
límite de sus capacidades financieras el otro (Japón) aceptaron la mediación de Estados
Unidos y se firmó el Tratado de Portsmouth.
Esta introducción debe servirnos para estudiar el impacto de la guerra en Japón y en
Asia, así como la forma en que cambiaron las relaciones entre las grandes potencias,
afectando a la alianza entre Gran Bretaña y el país nipón. En Japón, y en toda Asia, la
guerra tuvo gran impacto en un nivel ideológico y psicológico sin precedentes que es
necesario analizar. La guerra ruso-japonesa fue la primera en la historia moderna en la que
un país asiático derrotaba a uno occidental, echando por tierra el mito de la superioridad del
“hombre blanco”.
“En aquel momento las victorias bélicas, y especialmente la de Japón sobre Rusia,
fueron consideradas no sólo por los japoneses sino también por los pueblos que se
encontraban bajo la opresión de las grandes potencias, un acontecimiento de notable éxito.
60
Especialmente para aquellos asiáticos que estaban bajo la dominación colonialista de
Occidente, esta victoria de un pequeño país asiático generaba una gran expectativa. Por
primera vez en la historia moderna, una nación asiática había derrotado en guerra a una
potencia europea. Alentados por los sucesos en el Este, algunos movimientos patrióticos
lanzaron campañas anticolonialistas en la India, Indochina, las Filipinas y las Indias
Holandesas (Indonesia de hoy).”30
Para Gran Bretaña y las demás potencias, la guerra ruso-japonesa fue una
demostración del poder que había alcanzado Japón, hecho fundamental que ocasionó que el
país asiático obtuviera cierto respeto de Occidente y que su aliado británico le tuviera más
confianza en cuanto a su capacidad militar. Gran Bretaña cumplió con su deber durante las
hostilidades y, aun manteniendo la neutralidad, apoyó de forma indirecta a Japón.
“Con respecto a la guerra en el mar, Gran Bretaña mientras permanecía dentro de
los límites de la neutralidad, tuvo un papel seguro y provechoso. Antes de que las
hostilidades comenzaran, Gran Bretaña impidió que Rusia comprara dos buques de
guerra, disponibles de Chile debido a una orden cancelada... De nuevo, Gran Bretaña
actuó como un agente para Japón al comprar dos lanchas, desarrolladas en Italia, y
dirigidas a Argentina originalmente... Gran Bretaña hizo el todo lo posible para obstruir y
retrasar el viaje de la flota de Rozhdestvensky del Báltico al Lejano Oriente... Gran
Bretaña no puede tener ningún crédito directo por Tsushima, pero puede reclamar un poco
de crédito por el hecho de que retardó la llegada de los rusos al Pacífico… Había un poco
de observación de los movimientos navales rusos durante la guerra, y la información fue
pasada a los japoneses.”31
Gran Bretaña y Japón estrecharon sus contactos durante la contienda y firmaron una
renovación de la alianza en 1905. Esta nueva alianza establecía principalmente que.
“Los Gobiernos de Gran Bretaña y Japón, estando deseosos de reemplazar el Acuerdo
que concluyeron entre ellos el 30 de enero de 1902, por estipulaciones frescas, han estado
de acuerdo en los siguientes artículos que tienen para su objeto:
30
Asomura, T., Ob. cit., p. 120.
31
David Steeds, “The Second Anglo-Japanese Alliance and the Russo-Japanese War”, Simposio
conmemorativo del Centenario de la Alianza Anglo-Japonesa, Londres 22 de febrero de 2002, p. 5, en
“Anglo-Japanese Alliance”, en “International Studies”, en “Publications”, en http://sticerd.lse.ac.uk/
(Revisado el 10 de marzo de 2009) On line
61
a) La consolidación y mantenimiento de la paz general en las regiones de Asia
Oriental e India;
b) La preservación de los intereses comunes de todas las potencias en China
asegurando la independencia e integridad del imperio chino y el principio de
oportunidades iguales para el comercio e industria de todas las naciones en China;
c) El mantenimiento de los derechos territoriales de las altas partes contratantes [viz.,
Gran Bretaña y Japón] en las regiones de Asia Oriental y de India, y la defensa de
sus intereses especiales en dichas regiones:
Artículo 3
Japón, poseyendo superiores intereses políticos, militares y económicos en Corea,
Gran Bretaña reconoce el derecho de Japón para tomar medidas de guía, control y
protección en Corea cuando pueda juzgarlo apropiado y necesario para salvaguardar y
adelantar esos intereses, cuidando siempre que tales medidas no sean contrarias al
principio de oportunidades iguales para el comercio e industria de todas las naciones.
Artículo 4
En vista de que Gran Bretaña tiene un interés especial en todo lo que concierna a
la seguridad de la frontera india, Japón reconoce su derecho para tomar medidas en la
proximidad de esa frontera cuando pueda encontrarlo necesario para salvaguardar sus
posesiones indias.
Artículo 6
Con respecto a la guerra presente entre Japón y Rusia, Gran Bretaña continuará
manteniendo estricta neutralidad a menos que alguna otra potencia o potencias se unan en
hostilidades contra Japón, caso en el cual Gran Bretaña vendrá a la ayuda de Japón y
dirigirá la guerra en común, y hará la paz en acuerdo mutuo con Japón.”32
32
Sin autor, “Alianza Anglo-Japonesa”, en www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo de 2009). On
line.
62
Como explica David Steeds, la alianza de 1905 contenía significativas diferencias
con la de 1902:
“No puede ser enfatizado suficientemente que la alianza de 1905, la segunda
alianza, era una nueva alianza, no sólo una renovación de la de 1902. Los términos eran
diferentes, y la idea central fue muy diferente:
La nueva alianza era ofensiva en el tono. Éste no era acuerdo de "Mantener el anillo". El
artículo III proveía que cualquier ataque sobre el territorio o intereses cubiertos en el
tratado de cualquier signatario obligaba al otro signatario inmediatamente para hacer la
guerra al lado de su aliado.
El alcance geográfico de la nueva alianza era mucho más amplio con la inclusión de India.
La nueva alianza aceptó la postura japonesa sobre Corea. No había ninguna referencia a
la independencia de Corea, mejor dicho había reconocimiento de los "Intereses políticos,
militares y económicos primordiales" en ese país de Japón.
La nueva alianza duraría diez años.”33
Con todo esto, podríamos pensar que la guerra con Rusia sólo trajo beneficios para
Japón en sus relaciones con Gran Bretaña pero, en realidad, únicamente a muy corto plazo.
La guerra terminó trastocando el equilibrio en la región y enfriando la alianza.
Primeramente, debemos analizar como reaccionaron ante la guerra las potencias que
no tenían una implicación directa en la misma.
“Las potencias más importantes estaban ansiosas de llevar el conflicto a un final.
Francia, el aliado de Rusia, estaba temerosa de que un fracaso ruso la dejaría sola en
Europa, y también el conflicto estaba poniendo una tirantez muy importante en su sistema
bancario. Alemania, también, estaba a favor de la paz. Temía que una fuerte derrota rusa
podría resultar en la revolución, y que esto podía ser contagioso. Los Estados Unidos no
querían que ningún bando obtuviera una victoria decisiva.”34
Sin embargo, la hábil negociación de Estados Unidos produjo un tratado de paz en
el que ninguno de los contendores obtenía esa temida victoria total, pues Rusia quedaba al
borde de la revolución, aunque con sus fuerzas militares destruidas, mientras que Japón
33
34
David Steeds, Ob. cit., p. 6
Ibídem, p. 3.
63
quedaba sin la necesaria indemnización y, de momento, su máquina de guerra estaría
paralizada hasta que solventara su delicada situación financiera. Fue esa misma paz
equilibrada, negociada por el gobierno de Theodore Roosevelt, la que terminó cambiando el
balance de fuerzas en Asia Oriental y haciendo que Rusia dejara de ser el principal enemigo
común de Japón y Gran Bretaña. En efecto, desde la mitad del siglo XIX, el Imperio Ruso
había sido el mayor temor de Gran Bretaña en el continente asiático, pues se pensaba que
su avanzada en Asia Central buscaba llegar hasta la India Británica. Esta espiral de temores
y desconfianzas mutuas entre Londres y San Petersburgo, originó lo que más tarde se llamó
“El Gran Juego”, una gran contienda geopolítica por Afganistán y sus regiones vecinas.
Pero este miedo de los británicos a la “amenaza rusa” se reveló infundado, de manera
repentina, con la indiscutible victoria japonesa. Cabría resaltar que los analistas
occidentales han manifestado, desde al menos el siglo XVIII, un considerable temor hacia
las grandes capacidades bélicas de Rusia, llegando, no obstante, a sobreestimarlas. En este
sentido, podríamos comparar el desengaño de 1905 con el de la guerra de Crimea (18531856), cuando el imperio zarista quedó como un gigante con pies de barro ante las fuerzas
franco-británicas, o el de 1991 cuando colapsó la Unión Soviética y la OTAN observó que
su archienemigo no era tan fuerte y poderoso como temía. En definitiva, no descartamos
que este constante “miedo al ruso” de la mente del occidental estuviera presente, hasta
cierto punto, detrás de la alianza anglo-japonesa, pero al desmoronarse el poderío ruso en
1905, tanto este sentimiento como la alianza quedaron debilitados.
“El resultado fue un grupo de contratos en 1907, que se puede decir fueron
resultado de la alianza de 1905: en junio, un tratado franco-japonés; en julio, un tratado
ruso-japonés; y en agosto, una convención anglo-rusa. Ha sido dicho que un examen de los
textos de los tres contratos "Muestra el mejor y más sofisticado imperialismo". Fue
posiblemente la marca de marea alta del proceso imperialista pre-1914. Había
reconocimiento mutuo y soporte de cada uno de los intereses de los otros, un trato
confidencial sobre Manchuria, y el arreglo de problemas destacados que se relacionaban
con Afganistán, Persia y Tíbet.”35
Es importante reseñar un poco estos tratados y sus razones de ser. Al ser derrotada
Rusia, el binomio marítimo-terrestre franco-ruso quedaba seriamente debilitado, lo que
ponía a Francia en un doble aprieto: su respaldo anti-alemán en Europa estaba ahora
35
Ibídem, p. 8.
64
seriamente disminuido, y ella misma aparecía señalada casi como enemiga de Gran
Bretaña. Tal situación motivó una serie de cambios en la diplomacia gala que terminaron
redibujando el sistema de alianzas en Europa y en ultramar, llevando a París a la búsqueda
del entendimiento con Tokio. Gran Bretaña, por su parte, buscó aprovechar la debilidad de
Rusia para llegar a un cierto entendimiento y obtener garantías para sus áreas de influencia.
Esta situación provocó la delimitación de áreas de influencia en el corazón de Asia. Rusia y
Japón, en consecuencia, buscaron un equilibrio posbélico que perdurara y les permitiera
atender sus asuntos internos. Los cambios se evidenciaron en Europa con la formación de la
Entente Cordial, en abril de 1904, entre Gran Bretaña y Francia, que indirectamente aliaba
a Rusia con el Reino Unido. ¿Tenía sentido, entonces, una alianza con Japón si ya Rusia no
era un enemigo a temer? Realmente lo tenía, ya no el mismo sentido que en 1902, pero lo
mantenía. Ahora, cada signatario tenía nuevos intereses y enemigos, pero la
complementariedad estratégica entre la Armada Real Británica y la Armada Imperial
Japonesa seguía siendo fundamental para ambas potencias, al igual que el poder de
disuasión de las dos juntas. Sin embargo, la nueva situación mundial que se fue dibujando
después de Portsmouth, y que se evidenció con la Entente Cordial, afectó a otros países y
tuvo más implicaciones de las que originalmente se podría esperar.
“Las alianzas pueden tener una vida propia. La meta principal de la alianza de
1905 era Rusia; la alianza se centraba en el Lejano Oriente o el Asia Central, en disuadir
cualquier clase de ataque de venganza de los rusos. Sin embargo, al final de 1907, en parte
debido a la alianza, una revolución diplomática había ocurrido, y Rusia, junto con
Francia, estaba ahora en el mismo bando. Pero la alianza continuó, y los estados ahora
más adversamente afectados por ella eran Alemania, los Estados Unidos y China.”36
Precisamente, eran estas nuevas potencias, Alemania y Estados Unidos, los nuevos
enemigos principales de los signatarios.
“Para Gran Bretaña, después de 1907, el contexto principal para la alianza era la
amenaza de Alemania; para Japón, el contexto era cada vez más el desafío de los Estados
Unidos.”37
36
37
Ibídem, p. 2
Ibídem, p. 8
65
Como anteriormente comentamos, para comienzos del siglo XX, Gran Bretaña tenía
tres grandes competidores: Francia, como tradicional rival en la carrera colonial; Rusia
como gran adversario terrestre en Asia, y Alemania, que había surgido como un nuevo
poder comercial, industrial y colonial, amenazando el liderazgo de Londres, tanto en
Europa como en ultramar. Pero hacia 1910, con el “oso ruso” enjaulado e incluido en su
bando junto a Francia, sólo quedaba Alemania como una seria amenaza para los ingleses.
Por su parte, Japón, habiendo derrotado a Rusia y asegurado el dominio de Corea, volteaba
su rostro hacia el este, donde las posesiones estadounidenses se acercaban peligrosamente a
las suyas, creándose, de este modo, una fricción en ascenso, alimentada además por el
problema migratorio de los japoneses en Hawai y California. En resumen, pues, podemos
decir que la coyuntura de la guerra ruso-japonesa produjo un acercamiento entre Londres y
Tokio, además de una ampliación del marco y los compromisos de la alianza, pero terminó
eliminando a Rusia como enemigo común de ambos países, convirtiéndola, más bien, en
aliado indirecto. Esta circunstancia, a su vez, mostraba una divergencia de objetivos
estratégicos entre Gran Bretaña y Japón, que se manifestó en sus diferentes políticas hacia
China, así como en relación a las naciones que ambos países catalogaron como sus mayores
enemigos potenciales de ahí en adelante. Este factor hizo que la alianza anglo-japonesa
perdiera gran parte de su sentido original, lo que, al final, la debilitó.
“Las alianzas trabajarán si los signatarios coinciden en el programa. Los socios no
tienen que tener los mismos objetivos, pero, para usar el estereotipo, deben estar cantando
de la misma partitura. Esto ocurrió con las alianzas de 1902 y1905. Antes de 1911, los
programas estaban empezando a bifurcarse: sobre China, sobre la relación con los
Estados Unidos, y sobre los problemas imperiales británicos.”38
II-A.3) La Exhibición Británico-Nipona de 1910. Gran Bretaña le abre la “Puerta
Grande” del club de potencias a Japón.
Un capítulo breve, pero relevante, de las relaciones anglo-japonesas lo constituye la
Exhibición Japonesa-Británica de 1910. Recordemos que por aquella época las grandes
ferias, exhibiciones y exposiciones causaban gran sensación, tanto entre la gente común
como entre las élites gobernantes. Se destacaron la famosa Exposición Universal de París
38
Ibídem, p. 2
66
de 1878, y la siguiente en 1889, que brilló ante el mundo gracias a la torre construida por el
ingeniero Gustave Eiffel. En aquellos años finales del siglo XIX e iniciales del XX, una
exposición como la de París constituía la oportunidad ideal para que un país mostrara su
progreso, prosperidad y poderío, de modo análogo a como lo facilitan los Juegos Olímpicos
hoy en día al país anfitrión.
Tal como explicamos en el capítulo anterior, después de 1905 la Alianza AngloJaponesa se había debilitado por las inquietudes que causaban las ansias expansionistas de
Japón en Occidente, además del comienzo de algunas divergencias de intereses entre el país
asiático y Gran Bretaña. Cinco años después, Japón deseaba asegurarse la continuidad de la
alianza, mientras que los sentimientos anti-orientales crecían en el Reino Unido y el pueblo
entendía cada vez menos la razón de ser de la alianza, sobre todo, si desde 1907 el país
estaba aliado con Francia y Rusia. Estas particularidades condujeron a que se pensara,
especialmente del lado japonés, que era necesario promocionar la sociedad ante el pueblo
británico. En el gobierno japonés, personas como el ministro del exterior, Komura, creían
que los sentimientos anti-orientales se debían a la ignorancia sobre Asia que había en
Europa, y que si le mostraban a los ingleses en concreto, y a los europeos en general, los
avances de su nación, la actitud hacia su país cambiaría.
La Exhibición Británico-Nipona se llevó a cabo en White City, Gran Bretaña, desde
el 14 de mayo al 29 de octubre de 1910. Fue la exposición universal más grande en la que
Japón había participado hasta ese momento. El despliegue de la misma incluyó dos
gigantescos jardines japoneses, que se agregaban a los 22,550 m2 del resto de la exhibición,
lo que convirtió sus dimensiones en más de tres veces las de la Exhibición de París de
1900. Hubo 2271 expositores japoneses; se montaron exposiciones de las posesiones
coloniales de Japón (Corea, Taiwán y el área de influencia en Manchuria), en una sección
llamada “Palacio del Oriente”; se le dedicaron stands especiales a cada departamento del
gobierno japonés y a la Cruz Roja Japonesa; se presentaron varios miembros de la etnia
Ainu de Hokkaido y también nativos de Taiwán, y casi 500 compañías enviaron productos
a Londres, cuidándose de mostrar únicamente lo de mejor calidad para combatir la idea
popular de que los productos japoneses eran baratos y de mala calidad. La Armada Imperial
Japonesa envió al Reino Unido el primer crucero hecho totalmente en Japón, el Ikoma, con
800 marineros a bordo. El mismo fue anclado en Gravesend; tal despliegue buscaba
67
enfatizar el carácter naval de la alianza y mostrar el poderío militar japonés. La exposición
fue visitada por la propia familia real inglesa, lo que disparó su popularidad. Su relevancia
fue de tal magnitud que propició los comentarios de Ayako Hotta-Lister, que le dedicó una
obra entera al evento:
“El 15 de marzo de 1910, The Daily Telegraph informó la visita de la Reina al sitio
del "Jardín de Paz", actualmente bajo la restauración, uno de los jardines japoneses que se
construyó bajo la vigilancia del diseñador japonés de jardines, Izawa Hannosuke, en
Shepherd Bush:
Se le dio a la Reina la gratificante noticia de las excelentes relaciones que existían entre
los artesanos japoneses y británicos que trabajaron juntos con la mayor amigabilidad y
buena voluntad. Cuando dijo a sus camaradas británicos más fornidos que la Reina de
Inglaterra estaba viniendo hacia ellos, los obreros japoneses mostraron un deleite
ilimitado, y cuando Su Majestad pasó, ellos estaban de pie rígidamente en saludo, con la
gorra del obrero inglés asegurada en su mano suelta… También provocó que el gobierno
japonés hiciera hincapié en que Japón era una nación formidable y civilizada que era
respetable como un aliado británico, presentando los modernos sistemas asumidos por
todos los departamentos gubernamentales, incluidos los ministerios del ejército y la
armada, el servicio postal y la Cruz Roja… podemos suponer que el público británico que
visitó la exposición en masa en 1910, totalizando más de 8 millones, desde todas partes del
país, abandonó la misma sabiendo algo nuevo sobre Japón.”39
En 1902 y 1905, fueron las élites asociadas al gobierno las que estuvieron
informadas de las negociaciones y firmas de los tratados de alianza, pero el pueblo llano
seguía siendo, en gran medida, ignorante de la relación Londres-Tokio. En un nivel popular
el impacto de la exhibición fue, en consecuencia, muy grande. Sin embargo, más allá de la
descripción de la monumental Exhibición de 1910, nos interesa su trasfondo político. La
exposición en cuestión ratificó a Japón como potencia mundial mediante un cuidado
despliegue mediático.
39
Ayako Hotta-Lister, “The Anglo-Japanese Alliance of 1911” (Simposio conmemorativo del Centenario de
la Alianza Anglo-Japonesa, Londres 22 de febrero de 2002), pp. 2 y 3, en “Anglo-Japanese Alliance”, en
“International Studies”, en “Publications”, en http://sticerd.lse.ac.uk/ (Revisado el 10 de marzo de 2009) On
line
68
“La exhibición fue organizada como una celebración de la Alianza AngloJaponesa, enfatizándola como una alianza de pueblos… Uno de los objetivos principales
de la exposición era educar al público británico sobre Japón corrigiendo la falsa idea de
occidente de que Japón era un nuevo país que había aparecido repentinamente y en poco
tiempo.”40
El hecho de que el gobierno británico se coordinara con el japonés para organizar un
evento aún más fastuoso que las célebres exposiciones de París, nos dice mucho. Nos indica
cómo Gran Bretaña quería demostrar a su pueblo, y a los demás países de Europa, que tenía
un aliado digno de su historia y poder. Por su parte, Japón buscaba ser reconocido como
igual a su aliado y mostrarle al mundo sus progresos. La exhibición fue, en este sentido, la
mejor oportunidad para que los dos aliados reforzaran sus vínculos, que desde hacía
algunos años venían perdiendo fuerza. Preparó, en definitiva, el escenario para la
renovación de la alianza al año siguiente.
II-A.4) La anexión de Corea y la renovación de la alianza en 1911
Antes de que la Exhibición Británico-Nipona de Londres cerrara el 29 de octubre de
1910, los japoneses anexaron formalmente Corea, el 22 de agosto, creando con ello nuevas
desconfianzas en el gobierno británico y afectando las negociaciones para la renovación de
la alianza. En efecto, hacia 1910-1911 la desconfianza de Gran Bretaña y, sobre todo, de
sus Dominios, hacia Japón, había vuelto a aumentar en vista del expansionismo mostrado
por el país asiático. Esta situación terminaría por producir el más débil de los acuerdos
entre Londres y Tokio, limitado por numerosas cláusulas, destinadas más a contener a los
japoneses que a socorrerlos en caso de guerra contra otra potencia, como Estados Unidos.
La alianza de 1911 contuvo varios puntos de diferencia con respecto a las de 1902 y 1905.
Una de ellas es que fue iniciativa de Japón; otra, que fue movido a presentarla ante el temor
de que los ingleses la dejaran vencer sin renovarla. Además, el acuerdo no se renovó por
aprobación directa del gobierno de Londres, sino que el asunto fue sometido a consulta con
los Dominios en una conferencia imperial. Esta decisión respondió a las preocupaciones
que ya en 1908 Australia y Nueva Zelanda habían mostrado hacia la expansión nipona.
40
Ibídem, p. 3
69
“La preocupación de los Dominios fue revelada evidentemente cuando la flota
estadounidense viajó por el Pacífico visitando Australia y Nueva Zelanda en agosto de
1908. El público mostró un enorme entusiasmo de como Estados Unidos fue visto en
círculos políticos como un potencial aliado contra las ambiciones del “Sol Naciente”…
Otro punto importante es que el Ministerio de Asuntos Exteriores británico, que no había
involucrado a los Dominios en las negociaciones para la alianza, consultó a los Dominios
por primera vez en 1911. Después de la guerra ruso-japonesa, mientras el Ministerio de
Exteriores fue alertado por las actividades japonesas en el Lejano Oriente, no era
indiferente a las preocupaciones que afligían a los Dominios en el Pacífico, los problemas
de la inmigración japonesa y la amenaza de la expansión naval de Japón”41
Aunque desde 1905 la victoria japonesa frente a Rusia, en conjunción con el
memorándum Taft-Katsura y otros acuerdos entre Japón y las grandes potencias, le habían
asegurado a los nipones el dominio casi exclusivo de Corea, la anexión tuvo un gran
impacto para Occidente, aunque tampoco se puede decir que fuese sorpresiva. Al anexar
Corea, Japón mostraba a las grandes potencias que sus ambiciones imperiales eran serias,
que su determinación por posicionarse entre los grandes del mundo era muy fuerte.
Después de todo, Corea les había costado dos grandes guerras en menos de 15 años. Pero
esta actitud alarmó al resto de las potencias con intereses en China, ya que con la anexión
de Corea, Japón obtenía una base territorial a las puertas de China, análoga a lo que suponía
Indochina para Francia, que le permitía extender su influencia sobre el Celeste Imperio, a la
vez que, prácticamente, sacaba a Rusia de la carrera colonial en esa región, dificultándole
las cosas a Estados Unidos en el área, amenazando la pequeña zona de influencia alemana
e, incluso, cuestionando la supremacía británica en la zona. Ahora bien, creemos que el
problema de los temores de los Dominios británicos hacia Japón debe ser analizado de una
manera un tanto distinta. Para 1910, el imperio británico se había convertido en un
conglomerado de territorios con administraciones muy diversas, según el caso. En tal
mosaico de tierras, pueblos, lenguas y culturas destacaban Canadá, Australia y Nueva
Zelanda por ser las colonias más antiguas, y por poseer una abrumadora mayoría de
población blanca y angloparlante, con un estado tan avanzado de autogobierno que, a veces,
parecían estados totalmente independientes, con intereses incluso contrarios a Gran
Bretaña. Mientras que en la élite gobernante inglesa se generó un sentimiento pro-japonés,
41
Ibídem, p. 2
70
que se mantuvo por casi una década, en Australia y Nueva Zelanda se fue desarrollando un
temor y una aversión cada vez más grandes hacia Japón. Quizá este sentimiento contaba
con poca base real, tal vez por el miedo a la inmigración japonesa, quizá por racismo. Entre
los australianos y neozelandeses se fue gestando la idea de que el japonés era un enemigo,
una amenaza al imperio británico, en general, y para la seguridad de ambos países en
particular, un concepto que implicaba que no se podía confiar en Japón, y que Estados
Unidos podía ser un aliado más confiable por la afinidad cultural, conformándose,
entonces, como un mejor protector de los intereses británicos en el Pacífico, en virtud de
que los intereses de ellos eran también los suyos. Es muy probable que la anexión de Corea
hiciera pensar a los líderes del imperio en Londres que sus colegas de Camberra y
Wellington tenían razón. Con este escenario de fondo arrancaron las negociaciones para
renovar por segunda vez la Alianza Anglo-Japonesa.
En Londres hubo, desde el inicio, voces a favor y en contra de la alianza con Japón,
predominando siempre aquellas del bando pro-japonés. Para defender el acuerdo, los
últimos esgrimían argumentos como el de los beneficios económicos para el Reino Unido si
la Royal Navy seguía siendo auxiliada por la Armada Imperial Japonesa; la seguridad
adicional que adquirían las colonias más lejanas del imperio al contar con el auxilio de
Japón; la disuasión al respecto de la sobre-expansión de otras potencia europeas en la
región Asia-Pacífico. Este sector pro-japonés, en el que se destacó propio ministro de
exteriores del Reino Unido, Sir Edward Grey, llegó incluso a emplear un nuevo argumento
a partir de esta época, cuando se vio que el imperialismo nipón era una cuestión seria y que
Japón ya no era una aliado dócil: mientras que el archipiélago oriental fuese aliado de Gran
Bretaña, el imperio británico no estaría amenazado, y el gobierno inglés podría utilizar la
tácita amenaza de no renovar la alianza para mantener a Japón dentro de ciertos límites, en
función de que el acuerdo se había vuelto un pilar esencial de la política exterior nipona. Se
pretendía, en consecuencia, usar la alianza como una camisa de fuerza, como un
mecanismo de control de la expansión japonesa.
Con esta sucesión de eventos, y otros que vamos a reseñar, podemos comprender
mejor como en 1911 la alianza estuvo cerca de desaparecer y se debilitó tremendamente,
marcando un punto de inflexión en las relaciones anglo-japonesas. Hacia 1910, Estados
Unidos le había propuesto a Gran Bretaña un tratado de arbitraje sobre la construcción de
71
líneas férreas en China. Esta iniciativa, que ya le había interesado al gobierno británico,
volvió a repetirse con fuerza, siendo uno de los puntos candentes que debilitó la alianza con
Japón, pues desde Londres se presionó bastante a Tokio para que aceptara una cláusula
muy especial, aquella que señalaba que la alianza no aplicaría a países con los que el Reino
Unido tuviera tratados de arbitraje. Gran Bretaña se desentendía, así, de cualquier ayuda a
Japón en caso de guerra contra Estados Unidos, pero sin nombrar de forma evidente a ese
país.
El margen de maniobra de Japón se iba reduciendo al pasar de los meses. Los más
anti-nipones del gobierno inglés hablaban de esperar incluso hasta 1912 o 1913 para
desesperar a los japoneses y hacerlos más dóciles ante los intereses y presiones británicas.
Al final, el gobierno del Reino Unido se decidió por una solución más flexible que, incluso,
podía liberarle de parte de la “responsabilidad” ante Japón, si la alianza no llegaba a ser
renovada: discutir el asunto de la renovación del acuerdo en una conferencia imperial.
“La importancia de esta consulta para la tercera alianza es que, en una magnitud
pequeña, Australia causó que Gran Bretaña "moderara su indeseada simpatía por Japón"
y "el interés que Australia tenía en el área del Pacífico hizo conveniente que el gobierno
Imperial consultara a sus ministros en la alianza". Sin embargo, parece que, de no haber
estado allí una conferencia imperial en 1911, los dominios no podrían haber sido
consultados. Durante esta reunión especial, el primer ministro canadiense declaró a los
otros países de dominio el 25 mayo que, hasta donde la inmigración japonesa estaba
interesada, en el gobierno japonés podría confiarse, y él se informó para haber animado
Grey incluso para proseguir con la firma de la alianza sin esperar por el tratado
americano. Convencido por Grey, y quizás, a un grado pequeño, por el primer ministro
canadiense, los dominios unánimemente aprobaron la renovación de la alianza.”42
Grey se basó, ante todo, en los beneficios económicos de la alianza, alegando que
sin el auxilio de la Armada Imperial Japonesa en el área Gran Bretaña tendría que duplicar
el presupuesto de su propia fuerza naval. Grey también lograba así desmontar la idea de que
Japón era el único beneficiario de la alianza. Su tesis de que el acuerdo funcionaba como
mecanismo de control para Japón fue menos apoyada, en tanto que revelaba, en realidad, su
propio miedo de tener que ir a la guerra con Japón en un futuro cercano, pues según él, al
42
Ibídem, p. 6
72
romperse la alianza, Japón pasaría de ser un aliado poderoso a ser un peligroso enemigo
potencial.
Analicemos ahora brevemente la manera en que procedió Japón. La tríada que
orquestó está alianza estuvo compuesta por Takaaki Kato, que era Embajador de Japón en
Londres, Jutaro Komura, Ministro de Asuntos Exteriores y Taro Katsura, Primer Ministro.
Los tres tuvieron una participación crucial en la negociación de los dos primeros acuerdos
con Japón. Además de tener una larga experiencia como diplomáticos, conformaban un
equipo de trabajo compacto y muy eficiente siendo, quizá, los mejores políticos del
momento en Japón. Con gran habilidad, además de mostrar un borrador de la nueva alianza,
el trío japonés presentó a los británicos la propuesta de un nuevo acuerdo comercial con
grandes ventajas arancelarias para el Reino Unido. Los japoneses habían aprendido, sin
duda, las sutilezas del capitalismo, y no veían obstáculo alguno en comprar voluntades si
era necesario. Este tratado comercial se firmó en abril de 1911. Aún con todas las
habilidades de Katsura, Kato y Komura, Japón trabajó considerablemente para obtener muy
poco: la nueva alianza no garantizaba seguridad contra Estados Unidos, fue condicionada a
la aprobación de los canadienses, australianos y neozelandeses (lo cual, ciertamente, podría
haber sido considerado casi un insulto), y buscaba contener la expansión del país, no
asegurarla como un disuasivo contra terceros.
“Las tres alianzas anglo-japonesas fueron entre potencias imperialistas. El Reino
Unido era la potencia mundial de la época, tanto en relación con el tamaño y la calidad de
su imperio. Estaba más allá del cenit de su poder, pero no había llegado al mejor momento
de la expansión territorial, que no llegó sino hasta 1919. Japón, en cambio, era un recién
llegado a la escena imperial, pensando entre 1902 y 1925 en términos regionales del
noreste de Asia, pero después de 1911, se fue moviendo a una perspectiva más amplia de
Asia Oriental y el Pacífico. El Reino Unido estaba interesado en proteger los frutos del
imperio; Japón estaba interesado en adquirir tales frutos. Todo estuvo bien mientras los
dos estados estaban interesados en frutos diferentes, pero ese no fue el caso después de
1912.”43
43
Ibídem, p. 2
73
No debemos olvidar que ya en 1910 Estados Unidos era considerado como el primer
rival de Japón, y desde 1908 se había incrementado el temor de una guerra entre ambos
países:
“Lo que no fue un factor en las alianzas de 1902 y 1905, pero que se hizo evidente
en la alianza de 1911 fue que Estados Unidos se volvió un asunto importante. La propuesta
de tratado de arbitraje anglo-americano inicialmente había sido hecha por Estados Unidos
en el otoño de 1910 y Grey respondió con entusiasmo para adelantar la negociación. En
vista del posible tratado, Japón hizo el favor a Gran Bretaña, después de muchos
intercambios diplomáticos, de incluir la cláusula que la alianza no aplicaría a un país que
tuviera un tratado de arbitraje con cualquiera de los dos países contratantes, aunque sin
mencionar específicamente a Estados Unidos en la tercera alianza. Gran Bretaña y
Estados Unidos le dieron la bienvenida a esta decisión. Japón había reconocido
plenamente que Gran Bretaña no lucharía contra Estados Unidos para ayudar a Japón en
caso de guerra entre los dos países.”44
El tono y naturaleza del tratado de alianza firmado puede sintetizarse en esta cita:
“La alianza de 1911 fue la más débil de los tres tratados y la naturaleza principal
de la alianza de 1911 cambió respecto a las dos alianzas previas. Mientras que el motivo
principal de las alianzas de 1902 y 1905 había sido la defensa contra Rusia, la tercera en
cambio respondió a la defensa del Imperio Británico en el Pacífico contra Japón. Era la
más débil de las tres en relación con los compromisos que ambos países fueron obligados a
tomar. Mientras que Japón ya no tenía que enviar sus soldados a defender la frontera
india, Gran Bretaña ya no tenía que ir a la guerra en ayuda de Japón en caso de una
guerra con Estados Unidos.”45
Si la alianza con Gran Bretaña no podía ofrecerle garantías a Japón contra su
principal rival, Estados Unidos, perdía gran parte de su sentido. Sin embargo, es probable
que los líderes japoneses aun valoraran el pacto como un paraguas contra las demás
potencias y como un mecanismo de mediación que disminuyera la posibilidad de una
guerra contra el nuevo poder angloparlante.
44
45
Ibídem, p. 5
Ibídem, p. 9
74
II-A.5) Relaciones británico-japonesas durante la Primera Guerra Mundial
Como hemos visto anteriormente, cuando estalló la Gran Guerra en Europa, Japón y
Gran Bretaña estaban asociados por la más débil de las tres alianzas firmadas desde 1902;
aún así, Japón entró en la guerra por sus propios intereses y ante una necesidad de ayuda
del imperio británico que sobrepasaba sus temores y/o prejuicios hacia el país asiático.
Aunque el período 1914-1919 pueda parecer corto, estuvo lleno de acontecimientos que
marcarían los años venideros en las relaciones anglo-japonesas. En esos años de conflicto
mundial podemos remarcar tres períodos con características propias, signados por sus
propios sucesos. El primer período abarcaría desde el envío del ultimátum japonés a
Alemania (15 de agosto de 1914) hasta las Veintiuna Demandas a China (18 de enero de
1915); el segundo, desde las Veintiuna Demandas hasta la salida de la flota japonesa rumbo
al Mediterráneo (11 de marzo de 1917) y, finalmente, el tercero, desde esa fecha hasta la
instalación de la Conferencia de París (18 de enero de 1919).
La primera y segunda etapas no duraron demasiado. Estuvieron marcadas por las
campañas militares de Japón en China y el Océano Pacífico contra Alemania y por la
imposición de las Veintiuna Demandas. Salvo fricciones menores en el nivel de los mandos
militares y los soldados, como los que ya mencionamos, en el asedio de Qingdao o las
desconfianzas de Australia y Nueva Zelanda por la captura de las posesiones alemanas en el
Pacífico al norte del Ecuador (llegando el gobierno australiano a exigir la entrega de las
islas ocupadas por Japón sin que los británicos le hicieran el menor caso), las relaciones
entre Gran Bretaña y Japón fueron, podríamos decir, excelentes; es evidente que el esfuerzo
de la guerra dejó en segundo la plano las diferencias entre los dos países y en un olvido
momentáneo el distanciamientos de los años inmediatamente anteriores. Entre agosto de
1914 y enero de 1915, Japón fue prácticamente dueño de la situación, ocupando territorios
alemanes desde Shandong hasta Yap sin que nadie pudiera cuestionarle, y obteniendo
inmensos beneficios a muy bajo costo y con poco riesgo. Pero el fuego de los cañones se
apagó, y el humo de la batalla se disipó muy rápidamente, dejando espacio de nuevo a las
desconfianzas de Occidente hacia el archipiélago. Pero sería, en realidad, el propio
gobierno nipón el que despertara de nuevo esas desconfianzas en 1915. En enero de ese
año, sintiéndose totalmente dueño de la situación en Asia Oriental, el gobierno japonés
75
extendió a China las Veintiuna Demandas. Este tratado impuesto no era muy diferente de
los que se le venían exigiendo a China desde las Guerras del Opio, salvo por unas cuantas
diferencias. Las Veintiuna Demandas trastocaban totalmente el equilibrio de fuerzas entre
las grandes potencias en China al conferirle poderes casi absolutos a Japón. Además de las
tradicionales clausulas impositivas, encaminadas a lograr grandes beneficios económicos
para la potencia agresora, las Veintiuna Demandas destacaron por el hecho de colocar bajo
control japonés la policía china y por abrir el país a la predicación de monjes sintoístas
japoneses.
“Grupo I
Artículo 1
El Gobierno chino se compromete a dar pleno consentimiento a todo lo que el
Gobierno japonés pueda acordar de ahora en adelante con el Gobierno alemán respecto a
la disposición de todos los derechos, intereses y concesiones que, en virtud de tratados o
por otra vía, Alemania posee respecto a China en la provincia de Shantung.
Grupo II
Artículo 1
Las dos partes firmantes están de acuerdo mutuamente que el término del arriendo
de Port Arthur y Dairen y el término respectivo de la Vía férrea de Manchuria del Sur y la
Vía férrea de Antung-Mukden se extenderán respectivamente a un período adicional de 99
años.
Grupo IV
El Gobierno japonés y el Gobierno chino, con el objeto de conservar la integridad
territorial de China eficazmente, aceptan el artículo siguiente: El Gobierno chino se
compromete a no ceder o arrendar a cualquier otra potencia cualquier puerto o bahía o
cualquier isla a lo largo de la costa de China.
Grupo V
Artículo 3
Ante el hecho las muchas disputas policiales que se han levantado hasta aquí entre
Japón y China, causando no ninguna molestia pequeña, la policía en localidades (en
China), dónde tal arreglo es necesario, será puesta bajo administración conjunta japonesa
y china, o japonesa para ser empleada en el oficio policiaco en tales localidades, y ayudar
a la vez a la mejora del Servicio Policiaco Chino;
Artículo 7
76
China le concede a los súbditos japoneses el derecho de predicar en China.”46
Este despliegue tan agresivo hacia China causó dificultades a Japón en el plano
meramente diplomático, pues puso en alerta a las demás potencias, aunque su capacidad de
reacción fuera casi nula por la guerra en Europa.
“Las 21 demandas con las que China fue amenazada en enero de 1915 afectaron
fuertemente la imagen de Japón en el extranjero”47
Aunque las Veintiuna Demandas fueron aceptadas por el gobierno del general
dictador Yuan Shikai, salvando algunas modificaciones en el Grupo V referidas al control
de la policía y la predicación en China, Japón no logró un control total del país, como había
esperado, por estas mismas modificaciones. Por su parte, las grandes potencias de
Occidente, en especial Reino Unido, se limitaron a vigilar al gobierno japonés y a tomar
nota, de cara a la futura reordenación del mundo tras la guerra. Para ello, sin embargo,
debían derrotar a Alemania, y la contienda apenas comenzaba. Una vez más, la brutalidad
de la guerra en Europa jugaba a favor de las ambiciones japonesas.
A pesar de la incomodidad causada a sus aliados por la Veintiuna Demandas, Japón
pudo realizar otro movimiento favorable en 1915, uno que sería decisivo. El 5 de
septiembre de 1914, Gran Bretaña, Francia y Rusia suscribieron la llamada Declaración de
Londres, en la que se comprometían a no acordar paces separadas con los Imperios
Centrales y a trabajar en solidaridad absoluta hasta la total derrota del enemigo. Este
documento sería el fundamento de la Entente y de la gran alianza mundial, que será
conocida cuatro años más tarde como “Potencias Aliadas y Asociadas”. El documento
establecía lo siguiente:
“DECLARACIÓN entre Gran Bretaña, Francia y Rusia, comprometiéndose a no
concluir la paz por separado durante la presente Guerra Europea.
Firmado en Londres, el 5 de septiembre de 1914
Los abajo firmantes, debidamente autorizados para esto por sus respectivos
Gobiernos, declaran por medio de la presente lo siguiente:
46
47
Sin autor, “Veintiuna Demandas”, en www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo de 2009). On line.
Nish, Ian, Japanese Foreign Policy in the Interwar Period, Praeger Publishers, Londres, 2002, p. 17.
77
Los Gobiernos británico, francés, y ruso se comprometen mutuamente a no concluir
la paz por separado durante la presente guerra.
Los tres Gobiernos aceptan que cuando los términos de la paz lleguen a ser
discutidos, ningún uno de los Aliados exigirá condiciones de la paz sin el acuerdo previo
de cada uno de los otros Aliados.
En fe de lo cual los abajo firmantes han firmado esta Declaración y ha puesto sus
sellos.
Hecho en Londres, en versión triplicada, este 5to día de septiembre de 1914” 48
Debido al enfriamiento evidente en las relaciones con Gran Bretaña, y con las
demás potencias occidentales, Japón inició la negociación de una serie de acuerdos secretos
encaminados al reconocimiento de su nueva posición en China. Pero para alcanzarlo, Japón
se vio obligado a involucrarse más en la contienda global, pues aún no había asegurado lo
que le interesaba en Asia. Parte de esa política de consolidación de su presencia en la
Entente incluyó la adhesión de Japón a la Declaración de Londres a finales de 1915, más o
menos en la misma fecha en que lo hizo Italia (9 de agosto de 1915), convirtiéndose así la
Triple Entente en una quíntuple alianza anglo-franco-ruso-ítalo-japonesa. Es de destacar
que la adhesión japonesa a la Declaración de Londres no se dio fácilmente, sino que ocurrió
después de muchas insistencias de Gran Bretaña, Francia y Rusia, y de la renuencia
gobierno japonés a verse involucrado más activamente en la guerra, aún siendo consciente
de los beneficios que le reportaría al país suscribir tal declaración. Desde 1914 Gran
Bretaña, Francia, e incluso Rusia, venían presionando a Japón para que enviara tropas a
Europa y una importante fuerza naval al Mediterráneo.
“En septiembre de 1914, Gran Bretaña le pidió a Japón despachar unidades de la
armada japonesa al área mediterránea, y, en noviembre, a los Dardanelos, con los fines
respectivos de apoyar las operaciones británicas en el Mar Báltico y bloquear las armadas
germano-turcas…
… Rusia pidió a Japón a través del Gobierno británico despachar tres cuerpos de
ejército de tropas japonesas al frente europeo.”49
48
Kajima, M. The Emergence of Japan as a World Power 1895 – 1925, Prentice-Hall International, Londres,
1968, p. 235.
49
Ibídem, pp. 233-234
78
A pesar de estas exigencias de las potencias europeas y de las reticencias de Japón a
enviar una gran cantidad de fuerzas a Europa, el gobierno nipón termino adhiriéndose a la
Declaración de Londres, eliminando de este modo buena parte de las desconfianzas de
Occidente tras las Veintiuna Demandas y asegurándose un lugar como uno de los grandes
en la venidera conferencia de paz. Así escribió en sus memorias el Vizconde Kikujiro Ishii,
Ministro de Relaciones Exteriores de Japón entre 1915 y 1916:
“Que Japón fuera capaz de tomar parte en las importantes deliberaciones de la
conferencia de paz de Versalles como uno de los miembros líderes de las Potencias Aliadas
y Asociadas y más aún, asegurar su posición y honor como una de las mayores potencias
del mundo fue principalmente debido a su adhesión a la Declaración de Londres”50
Esta acción estrechó los lazos entre los japoneses y sus aliados europeos,
asegurando su posición en Asia y llevándolos a una nueva campaña militar: Japón envió
parte de su flota al Mediterráneo en 1917 para escoltar a los convoyes aliados ante el
recrudecimiento de la guerra submarina de Alemania.
La tercera etapa, en medio del desenlace de la Primera Guerra Mundial, estuvo
marcada por dos hechos fundamentales: la participación de Japón en el combate contra las
fuerzas submarinas de los Imperios Centrales en el Mediterráneo, acontecimiento que fue
detallado en el capítulo anterior, y la intervención en Siberia, junto a Estados Unidos, Gran
Bretaña, Francia, Canadá e Italia, para ayudar al ejército blanco contra los bolcheviques en
la guerra civil rusa. Esta intervención japonesa en la guerra civil rusa, al lado de las grandes
potencias de la Entente, ha originado un gran número de opiniones diversas, que la juzgan
desde diferentes puntos de vista, todos ellos de relevancia. Una de esas opiniones afirma
que.
“Japón no se identificaba con este sistema y se adhiere en 1918, a la cruzada
mundial contra el bolchevismo. Aceptando la invitación de los aliados, envió soldados de
agosto de 1918 a Vladivostok, donde estaban acantonado desde diciembre de 1917 un
ejército integrado por soldados ingleses, franceses y estadounidenses, para apoyar los
50
Ibídem, p 232
79
ejércitos contrarrevolucionarios; pero los avances victoriosos de los bolcheviques hacen
que las tropas de los aliados se retiren, menos los japoneses.”51
La opinión de Margarita Escobar, arriba expresada, es la una de las más comunes
acerca de la participación de Japón en la intervención en Siberia. Pero creemos que esta
visión es un tanto simplista. Aunque el gobierno también observó desde el principio a la
revolución bolchevique y a sus ideales como una seria amenaza al orden político y
económico establecido en su país, debemos recordar que Japón era la única de las grandes
potencias con intereses geopolíticos en las cercanías del territorio del ex imperio zarista. A
diferencia de Gran Bretaña o Francia, que intervinieron en dicha guerra civil para reabrir el
frente oriental contra Alemania e impedir, así, el inicio de lo que se temía fuera una
revolución proletaria mundial, Japón buscaba claramente completar su proyecto de
expansión, que databa de la guerra ruso-japonesa. Desde 1905, cuando el Tratado de
Portsmouth limitó las ganancias territoriales japonesas tras la guerra con Rusia, el gobierno
japonés aspiraba poder controlar todo el sudeste de Siberia al este del lago Baikal como una
manera de garantizar la seguridad del norte de su territorio metropolitano y de sus intereses
en Corea y Manchuria. El sueño nipón de una gran posesión continental en la cuenca del río
Amur tuvo que ser, sin embargo, dejado a un lado en 1905, pero los desordenes internos en
Rusia ofrecían una nueva oportunidad de materialización de esas ambiciones. Es por eso
mismo que resulta curioso que Japón esperara tanto para unirse a la cruzada mundial antibolchevique, pues ya en 1917 Francia le había solicitado que desplegara tropas en
Vladivostok, petición que no fue aceptada. No fue hasta julio de 1918, por iniciativa del
presidente norteamericano Wilson, que el gobierno japonés aceptó enviar tropas (un
contingente verdaderamente voluminoso) a Vladivostok.
Aunque Japón buscaba mucho más que sofocar la primera revolución socialista de
la historia, en líneas generales las potencias occidentales vieron con buenos ojos que
colaborara en el esfuerzo mundial contra los bolcheviques, y hasta llegaron a pensar, un
tanto ingenuamente, que ese país compartía su visión del mundo y sus intereses. Es muy
probable que los líderes japoneses entendieran tal circunstancia, y por ello enviaran tropas,
pero su motivo primordial era, sin duda, crear un estado tapón en el Lejano Oriente Ruso
51
Escobar, M., Ob. cit., p. 48.
80
que le brindara seguridad al norte de su país y a la recién anexada Corea, cuando no
apropiarse directamente de todo el territorio ruso entre Vladivostok y el Lago Baikal. Es
irónico, pero fueron los bolcheviques quienes lograron crear en abril de 1920 ese estado
tapón que luego fue anexado a la URSS, en 1922: la República del Extremo Oriente.52
En general, por lo tanto, este período entre 1917 y 1919 de las relaciones entre Gran
Bretaña y Japón se caracterizaron por la presencia de una diplomacia mucho más astuta por
parte de los nipones, que supieron cómo comprometer a su aliado en los puntos que les
interesaban mediante el auxilio en el campo de batalla, logrando así importantes acuerdos
secretos, la mayoría en 1917, no sólo con Gran Bretaña, sino también con Francia, la Rusia
Imperial, Italia y hasta Estados Unidos, lo cual les garantizaban las conquistas y privilegios
obtenidos entre 1914 y 1915.
II-A.6) Japón y Gran Bretaña de cara a la Conferencia de París
Al producirse la instalación de la esperada conferencia de paz, Japón y Gran Bretaña
llegaban con posiciones, objetivos y estrategias bien diferenciadas y casi incompatibles,
aun siendo aliados. Mientras que Japón se presentaba como una potencia regional en auge,
que aspiraba tener proyección mundial y consolidarse en Asia, Gran Bretaña llegaba
desempeñando el rol de gran árbitro mundial, buscando poder maniobrar entre tantos
aliados y tantos compromisos adquiridos con la finalidad de que ninguna potencia obtuviera
una ventaja absoluta, tanto en Europa como fuera de ella, y que el imperio británico pudiera
seguir siendo amo y señor de los océanos del mundo.
No eran pocos los acuerdos suscritos por los británicos, ni eran escasos los que
tendrían que dejar atrás para poder prevalecer. Debían mantener a Francia dentro de ciertos
límites para evitar que se adueñara de Europa; con ese mismo país debían tener también, y
52
La República del Lejano Oriente, a veces llamada República de Chita, fue un estado nominalmente
independiente fundado en Blagovéshchensk el 6 de abril de 1920, que cubría el antiguo Lejano Oriente Ruso
y Siberia al este del Lago Baikal. Aunque teóricamente independiente, fue controlado en gran medida por la
República Socialista Federativa Soviética de Rusia, siendo uno de tantos gobiernos fantasmas surgidos en
medio de la Guerra Civil Rusa. Antes de octubre 1920, su capital era Verkhneudisnk (ahora Ulan-Ude), y
después de esa fecha fue Chita. Después de que los japoneses evacuaron Vladivostok, el 15 de noviembre de
1922, la República del Lejano Oriente fue unida con la RSFSR.
81
a la par, una delicada repartición colonial en África y el Medio Oriente, además de
controlar las ambiciones de Italia y los aliados balcánicos como Grecia, Serbia y Rumania.
Para Gran Bretaña resultaron, en este sentido, muy útiles los Catorce Puntos de Wilson.
Japón, por el contrario, tenía objetivos claros, pero reducidos, avalados por muchos
acuerdos previos, pero todos de carácter secreto que, fácilmente, podían ser considerados
letra muerta, sobre todo en virtud de la defensa de la diplomacia abierta de los Catorce
Puntos del presidente norteamericano. Japón debía entonces moverse con astucia, dejar que
las grandes potencias se ocuparan del reparto del botín europeo y africano, mientras que sus
delegados, de forma sigilosa, se llevaran lo que les interesaba en China y el Pacífico Sur.
La lucha por la igualdad racial en la futura Sociedad de Naciones se convertiría en un
objetivo secundario del gobierno japonés en la Conferencia, meta que se revelaría, más
tarde, como un auténtico quebradero de cabeza.
II-B) Relaciones Japón-Estados Unidos desde la Restauración Meiji hasta la
Conferencia de París
Desde que el comodoro Matthew Perry llegara a Japón en 1852, las relaciones entre
este país y Estados Unidos nunca fueron especialmente cordiales, cuando no claramente
agrias y tensas. Con posterioridad al Tratado de Kanagawa (1854), impuesto por Perry,
vinieron varios más de la misma naturaleza, humillante para la soberanía japonesa, tanto
con Estados Unidos como con otras potencias. Los compromisos de estos acuerdos fueron
heredados por el gobierno Meiji, y fueron llamados, en conjunto, “Tratados Desiguales”.
Una de las metas principales del nuevo gobierno imperial fue la derogación de estos pactos,
lo que desde el principio creó tensiones con Estados Unidos, que fue el país que abrió por la
fuerza a Japón al mundo exterior y que, de cierta manera, ejercía el liderazgo en la
penetración occidental en el archipiélago. Estos hechos marcaron la mentalidad japonesa y
crearon una pésima imagen de Estados Unidos entre el pueblo, una imagen que costaría
mucho cambiar, pues a diferencia de India o China, donde la típica representación del
imperialista occidental recaía en el inglés, en Japón ese papel le había tocado al
estadounidense.
82
Estudiaremos, de este modo, las relaciones entre los dos países, tomando en cuenta
las principales coyunturas del proceso, desde 1868 a 1919.
II-B.1) Relaciones Japón-Estados Unidos: 1868-1898
Desde la restauración Meiji hasta la guerra chino-japonesa, es ciertamente difícil
establecer un patrón claro en las relaciones norteamericano-japonesas, pues los “Tratados
Desiguales” datan de los últimos años de la era Tokugawa. Además, existen pocos
documentos de importancia. Esta falta de documentación se debe en gran parte a que antes
de 1898 no se habían dado grandes fricciones entre Estados Unidos y Japón, pues sus
imperialismos no habían convergido en la misma zona. Como únicos elementos indicadores
de un futuro roce podemos mencionar el Tratado de Kanghwa (1876), impuesto por Japón a
Corea, que se adelantó a todas las potencias occidentales. Este tratado fue respondido por
Estados Unidos en 1882 con el Tratado de Chemulpo y el Tratado Coreano-Americano de
Amistad y Comercio firmado en Incheon. Es necesario explicar que ya en los años 80 del
siglo XIX, Estados Unidos estaba intentando, aunque tímidamente, una penetración en
Corea como parte de su expansión por el Pacífico, pero ese intento de establecerse en ese
país se estrelló con las posiciones que Rusia y Japón habían tomado previamente. Estos
hechos, en particular la lucha sigilosa por Corea, pueden tomarse como la primera
desavenencia entre Estados Unidos y Japón.
Es casi seguro que la pugna por Corea en la década de 1880 causó cierta inquietud
en Estados Unidos; en efecto, un país que hacía unos treinta años estaba aislado del mundo
y fue obligado a la apertura por una flota norteamericana, ahora amenazaba con volverse un
competidor de Estados Unidos en Asia Oriental tras un vertiginoso proceso de cambios. El
profundo impacto que causó en los occidentales la rápida modernización de Japón tras la
restauración Meiji es algo bastante conocido, pero debemos pensar que ese impacto fue aún
mayor en Estados Unidos, por dos razones esenciales. La primera, porque había sido
Estados Unidos quién había forzado a Japón a la apertura; desde el punto de vista de los
líderes norteamericanos, debió haberse dado el más usual proceso de colonización o
subordinación de Japón, no el inesperado proceso de que el país insular se modernizara y
fuera cada vez más dinámico en la zona. La segunda, debido a que para Estados Unidos, el
83
Océano Pacífico era el área natural de expansión colonial y comercial; había sido este
Océano la meta de su rápida expansión continental, la razón de las guerras con los
indígenas y los mexicanos, y ahora Japón se presentaba como un rival a corto plazo para las
ambiciones norteamericanas. Si bien la Rusia Imperial, que también tuvo una extensa
expansión terrestre para llegar hasta el Pacífico, podía ser calificada como un rival para
Estados Unidos, su falta de buenos puertos y poderío naval disminuían mucho sus
potencialidades, caso distinto al de Japón, que ya para 1885 tenía una flota en plena
modernización y contaba con una excelente posición geográfica para ser un serio
competidor de Estados Unidos.
En resumen, podemos decir que de 1868 a 1898, las relaciones norteamericanojaponesas estuvieron signadas por un distanciamiento y una tensión creciente a nivel de
ambos gobiernos, aunque con un inmenso incremento del comercio bilateral. Las tensiones
antes mencionadas llegaron a un punto de no retorno en 1898, con las adquisiciones de
Japón en la guerra con China (1894-1895) y de Estados Unidos en la guerra contra España
(1898).
II-B.2) La coyuntura de la guerra ruso-japonesa. El acuerdo Taft-Katsura y el
Tratado de Portsmouth
La primera gran interacción directa entre Japón y Estados Unidos llegó con la
guerra ruso japonesa de 1904-1905. Aunque el Tratado de Portsmouth, que le puso punto
final a la guerra y que fue posible gracias a la mediación estadounidense, podría ser una
referencia suficiente sobre la posición de Washington frente al conflicto ruso-japonés,
existen muchas posturas disímiles al respecto.
Una de ellas, la más extendida, es la que corresponde a autores como David Steeds,
que sostiene que ante todo Estados Unidos buscaba que ninguno de los dos contendores
obtuviera una ventaja total, visión también compartida, a medias, por la historiadora
Tomoko Asomura.
84
“para Estados Unidos, la Guerra Ruso-Japonesa no debía asegurarle el dominio en
el noreste de Asia a ninguna de las partes.”53
En esta opinión, se nos presenta un gobierno norteamericano muy frío y calculador,
que supo negociar muy bien entre los imperios en pugna, robándole al ganador buena parte
de su victoria. Esta fue por mucho tiempo la postura adoptada por grupos de presión en
Japón, que vieron en el gobierno norteamericano a un conjunto de hipócritas que les habían
robado al país unos beneficios ganados con sangre en el campo de batalla.
Sin embargo, una segunda óptica destaca, ante todo, cómo Japón recibió inmensos
préstamos desde Estados Unidos para financiar la guerra contra Rusia, y el particular
sentimiento pro-japonés de Theodore Roosevelt. La misma Tomoko Asomura nos dice al
respecto de esa relación entre Roosevelt y Japón.
“Otro elemento que alentó a Japón para entrar en guerra fue la toma de posesión
de la presidencia de Estados Unidos por parte de Theodoro Roosevelt, luego del asesinato
del anterior presidente W. MacKinley. Se dice que Roosevelt se interesó en los asuntos de
los japoneses al leer un libro sobre el “espíritu de los samurai” (título en japonés,
Hagakure) y otros libros del mismo género sobre Japón. De todas formas, un japonés que
había sido compañero de clases de Roosevelt, en la Escuela de Leyes de Harvard, fue
enviado como diplomático a Estados Unidos para mantener un buen contacto con el
Presidente y, a través de este personaje llamado Kentaro Kaneko, los líderes japoneses
pudieron obtener no sólo información sobre la posición de Estados Unidos frente a ellos,
sino también sobre la posibilidad de una mediación en algún crítico momento que
enfrentara el Japón.” 54
Louis Allen va aún más lejos al presentarnos a Theodore Roosevelt como alguien
plenamente parcializado por Japón:
“La intervención de las potencias europeas a favor de Rusia sería también vista con
hostilidad por EE.UU., cuyo presidente Theodore Roosevelt era un decidido pro japonés.
“Tan pronto como esta guerra comenzó”, dijo más tarde de la guerra ruso-japonesa,
“notifiqué a Alemania y Francia que en el caso de que se produjera una confabulación
53
54
Asomura, T., Ob. cit., p. 119
Ibídem, pp. 117-118.
85
contra Japón, me pondría inmediatamente al lado de este y actuaría a su favor en la
medida que fuera necesario” 55
Si Theodore Roosevelt era o no realmente pro-japonés, o si fue manejado por un
viejo compañero de la universidad o no, son datos intranscendentes frente a la dura realidad
de que en 1905 el gobierno estadounidense sólo deseaba un gran desgaste entre los
contendores. Debemos repasar la sucesión de eventos y analizarlos paso a paso.
Poco antes de desencadenarse la contienda con Rusia, y después de iniciadas las
hostilidades, el gobierno japonés recibió inmensos créditos por parte de banqueros
norteamericanos. Aunque estos préstamos no fueron otorgados por el gobierno
estadounidense, sino por el sector privado de ese país, resulta muy difícil pensar que
hubiesen podido ejecutarse sin, al menos, una leve aprobación de Washington. Es muy
probable que el gobierno de Estados Unidos, considerando mucho más fuerte a Rusia, igual
que todo Occidente, quisiera equilibrar un poco la balanza a fin de que ninguno de los
contendores obtuviera la temida victoria total. Esta hipótesis es mucho más realista que la
que aduce románticos sentimientos pro-japoneses por parte de Roosevelt.
El siguiente episodio de esta coyuntura lo encontramos en julio de 1905, cuando la
victoria japonesa ya se había completado con la batalla de Tsushima: el memorándum o
acuerdo Taft-Katsura. Este acuerdo no se materializó en un tratado formal y público, sino
que consistió en un arreglo informal basado en el canje de notas y en las conversaciones
entre el Secretario de Guerra de Estados Unidos, William Howard Taft y el Primer Ministro
de Japón, Taro Katsura. En el acuerdo, Japón reconoció plenamente la ocupación y
soberanía de Estados Unidos en Filipinas, en tanto que éste reconocía los intereses
especiales de Japón en Corea. Este acuerdo fue el primero que despejó el camino para la
futura anexión japonesa de Corea en 1910. Según los historiadores coreanos de hoy en día,
violó el tratado de amistad firmado entre Corea y Estados Unidos en 1882.
Sin embargo, el tono de la negociación no fue precisamente amistoso. Para ese
momento la guerra llegaba a un punto muerto por las contundentes derrotas rusas y el
agotamiento financiero de Japón. El país asiático necesitaba guardarse las espaldas ante el
que ya se había propuesto como mediador en el conflicto. Estados Unidos, por su parte,
55
Allen, L. Ob. Cit., p. 56.
86
buscaba cierto entendimiento con Japón para poder ser mediador, pero también para limitar
las ganancias de este y evitar que su expansión rebasara los límites tolerables. Los intereses
especiales de Japón en Corea fueron reconocidos porque sencillamente a Taft no le quedaba
otra alternativa y porque sabía que un dominio incontestado de Japón en Corea le traería
cierta estabilidad a Asia Oriental.
Con Corea garantizada, que fue el motor de la guerra, el gobierno japonés podía
acudir entonces más tranquilo a la mesa de negociaciones con Rusia. Pero antes de llegar al
acuerdo en Portsmouth, revisemos las palabras de Theodore Roosevelt presentadas por
Louis Allen. Según Allen, Roosevelt advirtió a Francia y Alemania que si había alguna
“confabulación” contra Japón, su país apoyaría a este último. Resulta muy interesante que
le hiciera esa advertencia, precisamente, a Francia y Alemania, las compañeras de Rusia en
la Triple Intervención de 1895-97, y que usara la palabra “confabulación”, lo que en efecto
fue la Triple Intervención. Es muy posible que Roosevelt observara que Japón y Estados
Unidos compartían algo en el escenario asiático y mundial: ser potencias nuevas y
emergentes, en gran manera marginadas por Europa, y que en virtud de eso pensara que si
permitía que Japón volviera a ser humillado por una coalición europea, abría la puerta para
que su propio país recibiera un trato semejante en un futuro cercano. Hacía sólo tres años
de la intervención de Gran Bretaña, Alemania e Italia en Venezuela. Es así lógico pensar
que por la mente de Roosevelt transitara la idea de que ayudar a Japón era ayudar a los
propios Estados Unidos, pues de momento, los enemigos de Tokio era los de Washington,
que sólo tres años antes habían puesto a prueba la doctrina Monroe al bloquear las costas
venezolanas.
Tras desentrañar parte de las bases de la peculiar postura de Theodore Roosevelt y
del Acuerdo Taft-Katsura, veamos ahora algunos artículos destacados del Tratado de
Portsmouth, firmado el 5 de septiembre de 1905, alrededor de seis meses después de la total
derrota rusa en Tsushima y el Acuerdo Taft-Katsura.
“ARTICULO II
El Gobierno Imperial Ruso, reconociendo que Japón posee en Corea superiores
intereses políticos, militares y económicos se compromete a no obstruir ni interferir con las
medidas para la guía, protección y mando que el Gobierno Imperial de Japón pueda
estimar necesarias tomar en Corea. Se entiende que se tratarán a los súbditos rusos en
Corea exactamente de la misma manera como los súbditos y ciudadanos de otras potencias
87
extranjeras; es decir, ellos estarán en la misma situación que los súbditos y ciudadanos de
la nación más favorecida. También es convenido que para evitar causas de malos
entendidos, las dos altas partes contratantes se abstengan de tomar cualquier medida
militar en la frontera ruso-coreana que pueda amenazar la seguridad del territorio ruso o
coreano.
ARTICULO III
Japón y Rusia se comprometen mutuamente a:
Primero. --Evacuar Manchuria completa y simultáneamente, exceptuando el territorio
afectado por el arriendo de la Península de Liaotung, en conformidad con las previsiones
del artículo adicional I anexado a este tratado, y,
Segundo.--Restaurar completamente a la administración exclusiva de China todas las
porciones de Manchuria que se encuentran bajo ocupación, o bajo el mando de las tropas
japonesas o rusas, con la excepción del territorio antedicho.
El Gobierno Imperial de Rusia declara que no tiene en Manchuria cualquier ventaja
territorial o concesiones preferenciales o exclusivas en detrimento de la soberanía china, o
en oposición al principio de igualdad de oportunidades.
ARTICULO V
El Gobierno Imperial Ruso transfiere y asigna al Gobierno Imperial de Japón, con el
consentimiento del Gobierno de China, el arriendo de Port Arthur, Dalien y las aguas
territoriales adyacentes, y todos los derechos, privilegios y concesiones conectadas con o
que formen parte de tal arriendo, y también transfiere y asigna al Gobierno Imperial de
Japón todos los trabajos públicos y propiedades en el territorio afectado por el arriendo
antedicho.
Las dos partes contratantes se comprometen mutuamente a obtener el consentimiento del
Gobierno chino mencionado en la estipulación anterior.
El Gobierno Imperial de Japón, por su parte, entiende que los derechos de propiedad de
los súbditos rusos en el territorio referido serán perfectamente respetados.
88
ARTICULO IX
El Gobierno Imperial Ruso cede a perpetuidad y plena soberanía al Gobierno Imperial de
Japón la porción del sur de la Isla de Sajalín y todas las islas adyacentes y las obras
públicas y propiedades. El quincuagésimo grado de latitud norte se adopta como el límite
septentrional del territorio cedido. La alineación exacta de tal territorio se determinará de
acuerdo con las previsiones del artículo adicional II anexado a este tratado.
Japón y Rusia están mutuamente de acuerdo en no construir en sus posesiones respectivas
en la Isla de Sajalín o las islas adyacentes cualquier fortificación u otras obras militares
similares. Se comprometen también a no tomar cualquier medida militar que pueda
impedir la libre navegación en el Estrecho de La Perouse y el Estrecho de Tartaria
respectivamente.
SUB-ARTICULO AL ARTÍCULO III
Los Gobiernos Imperiales de Japón y Rusia se comprometen mutuamente a comenzar el
retiro de sus fuerzas militares simultánea e inmediatamente del territorio de Manchuria
después de que el tratado de paz entre en vigor, y dentro de un período de dieciocho meses
después de esa fecha los ejércitos de los dos países serán completamente retirados de
Manchuria, exceptuando los del territorio arrendado de la Península de Liaotung. Se
retirarán primero las fuerzas de los dos países que ocupan las posiciones delanteras.
Las altas partes contratantes se reservan el derecho a mantener guardias para proteger
sus respectivas líneas ferrocarril en Manchuria. El número de tales guardias no excederá a
quince por kilómetro y dentro de ese número el máximo de los comandantes de los ejércitos
japoneses y rusos deberán fijarse por común acuerdo y el número de guardias a ser
desplegados será tan pequeño como sea posible teniendo presente los requisitos reales.
Los comandantes de las fuerzas japonesas y rusas en Manchuria estarán de acuerdo en los
detalles de la evacuación en conformidad con los principios anteriores y tomarán por
común acuerdo las medidas necesarias para llevar a cabo la evacuación lo más pronto
posible, y en cualquier caso no después del período de dieciocho meses.”56
56
Sin autor, “Tratado de Portsmouth”, en http://wwi.lib.byu.edu/index.php/Treaty_of_Portsmouth (Revisado
el 10 de marzo de 2009) On line.
89
Como podemos ver en estos artículos, que son los principales del tratado, Japón
obtuvo en Portsmouth una victoria apreciable en lo territorial, pero una total derrota en lo
económico.
“Para esta guerra, Japón había previsto una inversión de cuatrocientos cincuenta
millones de yenes por año; pero resulta que gastó mucho más de 1.900 millones de yenes
durante alrededor de dos años. Más de la mitad de este gasto había sido obtenido a través
de préstamos de Gran Bretaña y Estados Unidos. En realidad, el gobierno de Japón
necesitaba de la indemnización para recuperarse económicamente.”57
Esta situación la conocían a la perfección los líderes norteamericanos. Con el
recuerdo de que tras la guerra con China de 1894-1895, Japón utilizó un 62,8% de la
indemnización en adquirir armas, es evidente que vieron en el pago de indemnización por
parte de Rusia el punto clave para limitar a Japón tras su incuestionable victoria en el
campo de batalla. Los estadounidenses debieron pensar algo simple: si Rusia había perdido
rotundamente en el campo de batalla, y ya se habían comprometido con Japón a entregarle
Corea (mediante el Acuerdo Taft-Katsura), debían encontrar una manera de evitar que el
ganador se llevara el botín completo, lo que hubiera desequilibrado la relación de fuerzas
en Asia Oriental. Creyeron que si Japón no se llevaba una cuantiosa indemnización por
parte de Rusia, el imperio zarista podría atender mejor sus desórdenes internos y tardar
menos tiempo en recuperarse militarmente y así restablecer un poco el equilibrio en la
zona. Si no había indemnización, Japón, por el contrario, quedaría con su maquinaria
militar paralizada por varios años, evitando cualquier expansión nipona más allá de Corea
en los años inmediatamente posteriores. Como se puede observar, el hecho de que Japón
quedara sin indemnización era totalmente beneficioso para Estados Unidos.
Pero la victoria japonesa no sólo fue mutilada en lo económico, también lo fue en lo
territorial. Según lo establecido en el tratado, ninguno de los dos contendores podría
quedarse en Manchuria, a la vez que las ganancias territoriales japonesas se limitaban a la
zona arrendada rusa en la península de Liaodong y la mitad meridional de la isla de Sajalín.
Estas ganancias fueron vistas como una miseria por parte de los japoneses, pues la guerra
con Rusia les había costado mucho, tanto en dinero como en sangre. Los más extremistas
en Japón aspiraban a obtener todo el Lejano Oriente Ruso al este del Lago Baikal, y en
57
Asomura, T., Ob. Cit., p. 119.
90
cambio sólo habían conseguido la mitad de Sajalín, y con limitaciones militares que no le
impedían a la flota rusa seguir teniendo poder en la región. En efecto, el artículo IX fue uno
de los más hábilmente redactados y que más beneficiaba a Estados Unidos; con él ni la
armada de Japón ni la de Rusia, serían dueñas absolutas del Pacífico noroccidental.
Es un rasgo notable destacar que con el Tratado de Portsmouth, que le valió a
Theodore Roosevelt el Premio Nobel de la Paz, Japón se llevaba de nuevo un “botín
incompleto” tras una dura guerra. Es también interesante resaltar que la frustración nacional
causó disturbios en Japón y provocó la caída del gabinete de Taro Katsura. Ya no fue una
coalición europea la que le había quitado buena parte de sus ganancias, sino la otra gran
potencia emergente del Pacífico, la misma que había forzado al país a la apertura hacía
medio siglo. Tomando en cuenta que el resentimiento de los líderes japoneses hacia los
países de la Intervención Tripartita siguió vivo por muchos años, es fácil suponer que 1905
impuso un punto clave en la formación de un sentimiento anti-estadounidense en Japón.
II-B.3) La coyuntura del Acuerdo de Caballeros
El llamado “Acuerdo de Caballeros” o Gentlemen´s Agreement, fue un acuerdo
informal entre los gobiernos de Estados Unidos y Japón respecto a la inmigración desde
este último país al primero. Las negociaciones abarcaron los años 1907 y 1908, y el
acuerdo consistió en una serie de notas entre las cancillerías, no en un único documento
formal, de ahí su denominación “acuerdo de caballeros”; es decir, un pacto sustentado sólo
en el honor y la palabra. La negociación y cierre de este acuerdo marca otro hito de suma
importancia
en
las
relaciones
Washington-Tokio.
Revisemos
críticamente
los
acontecimientos anteriores.
En 1882 se aprobó en California la “Chinese Exclusion Act” o Ley de Exclusión
China, diseñada para limitar la inmigración de chinos, que ya para aquella fecha había
colmado la capacidad de absorción de California tras la construcción del ferrocarril hacia el
Pacífico y el declive de la extracción de oro, las dos grandes fuentes de empleo para los
inmigrantes chinos. Esta nueva ley fue una expresión de los sentimientos anti-orientales
que se habían desarrollado en California, entre otras causas porque los norteamericanos
sentían que los chinos les robaban oportunidades de empleo. A raíz de la Chinese Exclusion
91
Act, los niños chinos fueron obligados a asistir a escuelas separadas, además de sufrir otras
medidas de segregación que fueron tomadas.
Pero al margen de los sentimientos anti-orientales de los californianos, el estado
norteamericano seguía requiriendo una gran cantidad de trabajadores, y por ello los
empresarios estadounidenses pensaron en la inmigración de obreros desde Japón como una
solución alternativa. Así, en 1894 Japón y Estados Unidos llegaron a un primer acuerdo que
dejaba vía libre a la inmigración japonesa al país americano. Los nuevos inmigrantes
japoneses se adaptaron mejor y más rápido a la vida norteamericana que sus antecesores
chinos, llegando incluso a integrarse en iglesias protestantes. Por otra parte, su número
comenzó a ascender rápidamente, generando de nuevo en los californianos brotes de
xenofobia, alegando que los japoneses les robaban sus empleos. Esto no era del todo cierto,
pero sí se tienen datos de que los japoneses trabajaban por la mitad del sueldo de los
norteamericanos. Ahora bien, es realmente imposible saber si esto se debía a una astuta
maniobra de los japoneses, que consistía en aceptar menos paga con tal de asegurar los
puestos de trabajo, o si se debía a los intereses de los empleadores norteamericanos. Lo
cierto es que para 1905 encontramos en los diarios de San Francisco referencias a una tal
Liga de Exclusión Japonesa y Coreana, fundada el 7 de mayo de ese año, y que buscaba por
todos los medios la extensión de la Chinese Exclusion Act a japoneses y coreanos, así
como la separación de los niños japoneses de los “blancos” en las escuelas. Para lograr tales
objetivos, los miembros de la liga se comprometían a no ayudar de ninguna manera a
inmigrantes orientales, o a sus empleadores, y a presionar al Presidente y al Congreso para
que sus demandas fueran escuchadas. Despliegues de racismo como este también fueron
reportados en Hawái, donde la población de origen nipón era realmente alta. En general, el
racismo institucional fue algo tristemente común en Estados Unidos y Europa hasta bien
entrado el siglo XX.
Pero el punto culminante del sentimiento anti-japonés en California llegó con el
terremoto de San Francisco, el 18 de abril de 1906. Cuando la ciudad comenzó a ser
reconstruida, se vio que buena parte de los pobladores del Barrio Chino habían huído, y que
la Escuela Primaria China (la escuela segregada obligatoria para los niños chinos) tenía
muchos cupos vacíos. Ante esta situación, la Superintendencia de la Administración
Escolar, reorganizó esta escuela como “Escuela Pública Oriental”, ampliándola para los
92
coreanos y japoneses. Esto fue lo que llevó al límite la paciencia de los japoneses, que se
sintieron gravemente insultados, ya que valoraban altamente la educación y no podían
admitir que los niños japoneses recibieran una educación inferior. Les ofendía, además,
recibir el mismo trato que China, un país atrasado y semi colonizado, siendo Japón en
cambio una potencia emergente. Las quejas de los japoneses ante las autoridades
norteamericanas no se hicieron esperar; declaraban que la segregación escolar violaba el
acuerdo de 1894 que establecía un trato equitativo para los inmigrantes nipones. Las quejas
de los japoneses residenciados en California pronto también se hicieron sentir en los
medios de comunicación impresos de Japón, convirtiéndose así el asunto en un problema
diplomático para ambos países. El gobierno Meiji, obsesionado con el prestigio del país y
con lograr la igualdad con Occidente, estaba resuelto a evitar una humillación para sus
nacionales, en tanto que el gobierno de Theodore Roosevelt veía cómo los propios valores
de la identidad norteamericana, como la libertad y la democracia, se tambaleaban ante los
ojos del mundo. Veamos algunas opiniones sobre esta crisis.
“el súbito surgimiento del Imperio japonés, después de las guerras en Asia, atraía
no solamente la atención y la admiración de la opinión mundial sino que generaba, en la
mente de los euro-americanos, la sensación de que se trataba de una misteriosa e
inexplicable amenaza. El argumento del “peligro amarillo”, originario de Europa, se
había difundido ampliamente en Estados Unidos. Esta sensación se unía al ya existente
sentimiento antioriental. En el estado de California y en los otros estados de la costa del
Pacífico, tal sentimiento existía desde los años noventa del siglo XIX, y se convirtió en un
quebradero de cabeza diplomático entre Japón y Estados Unidos: los estadounidenses
rechazaron la naturalización de los orientales basándose en el racismo, y especialmente el
estado de California y otros estados del Pacífico rehusaron reconocer a los orientales el
derecho a la propiedad de la tierra. El estado de California además decidió, en 1906,
segregar a los niños japoneses de las escuelas normales y mandarlos a las que habían sido
originalmente destinadas para los niños chinos en décadas anteriores.”58
“Poco antes del estallido de la Primera Guerra [Mundial], Japón había tenido
conflictos con Australia y los EE.UU, debido a la política aplicada por esos países a la
inmigración japonesa. Si se detiene uno a pensar en las tácticas empleadas por esos países
58
Asomura, T., Ob. Cit., p. 147.
93
para disuadir la inmigración nipona sólo se puede concluir que eran injustos con
Japón.”59
Para hacer frente a esta crisis diplomática, los gobiernos de Estados Unidos y Japón
llegaron a un acuerdo que establecía lo siguiente: el gobierno japonés se comprometía a
impedir la inmigración de sus nacionales a los Estados Unidos continentales, limitándose al
entonces Territorio de Hawái y, por su parte, el gobierno estadounidense se comprometía a
dar un trato justo y equitativo a los residentes japoneses en el país. Roosevelt logró un
acuerdo mínimamente viable con Japón, y ya para 1907 los estudiantes japoneses volvían a
las escuelas públicas regulares norteamericanas, pero no pudo impedir que el sentimiento
anti-japonés siguiera creciendo en California y en todo el oeste del país. Tampoco logró
ponerle fin a la Liga de Exclusión Japonesa y Coreana, y mucho menos logró evitar que los
sentimientos anti-estadounidenses siguieran creciendo en el pueblo y el gobierno japoneses.
Como vemos, la coyuntura del Acuerdo de Caballeros fue otro episodio en la escalada de
tensión, resentimiento y desconfianza que marcaron las relaciones norteamericanojaponesas en la primera mitad del siglo XX. En este episodio, el gobierno japonés había
logrado salvar el honor de su país y sus nacionales en el escenario público, pero había
tenido que ceder a una condición amarga y humillante tras bastidores.
Otro pacto al que llegaron los estadounidenses y japoneses en 1908 fue el Acuerdo
Root-Takahira, firmado el 30 de noviembre, establecía un reconocimiento de la Política de
Puertas Abiertas por parte de Japón, así como también un reconocimiento japonés de las
anexiones de Filipinas y Hawái por parte de Estados Unidos y un compromiso del gobierno
nipón para limitar la emigración a California. En contra partida, los norteamericanos
reconocían implícitamente el derecho de Japón a anexar Corea y su posición oficial en
Manchuria.
Un detalle menor en apariencia, pero que no debe pasar inadvertido, fue el gran
periplo de la flota estadounidense por el Pacífico en 1908. Veamos lo que el historiador
Jean Baptiste Duroselle nos dice al respecto:
59
Eduardo Camps, Ob. Cit., (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line.
94
“El periplo de la gran flota norteamericana en el Pacífico, de 1907 a 1909,
destinado a inquietara los japoneses fue ordenado por Roosevelt con el acuerdo de
Mahan.”60
¿Pudo estar este periplo relacionado con las negociaciones del Acuerdo de
Caballeros?; ¿fue una maniobra de intimidación del gobierno estadounidense a Japón para
que disminuyera el énfasis de su reclamo con respecto a la discriminación de sus
nacionales? Es posible que nunca se pueda probar la relación entre un hecho y el otro, pero
la lógica del contexto nos lleva a pensar que sí; el solo hecho de esta navegación nos indica
cuán tensas eran las relaciones Tokio-Washington hacia 1908.
II-B.4) Impacto en Estados Unidos por la entrada de Japón en la guerra y relaciones
norteamericano-japonesas durante la Primera Guerra Mundial
Cuando en agosto de 1914 Japón dio el primer paso hacia el conflicto mundial, en
Estados Unidos hubo una verdadera explosión de opiniones diversas, algunas de ellas
manejadas por germanófilos y sectores del país que por diversas razones eran hostiles a
Japón, y otras dirigidas por sectores favorables a Gran Bretaña, pero que de momento
defendían la neutralidad norteamericana. Igual que en las relaciones anglo-japonesas
durante la guerra, en las norteamericano-japonesas se pueden distinguir varias etapas. La
primera, comprende entre agosto de 1914 y enero de 1915, aglutinando las operaciones
militares japonesas en China y el Pacífico; la segunda, se desarrolla desde las Veintiuna
Demandas, en enero de 1915, hasta la declaración de guerra de Estados Unidos a Alemania
en 1917, y la tercera y última, desde este suceso hasta la instalación de la conferencia de
paz.
Apenas Japón envió el ultimátum a Alemania, el 15 de agosto de 1914, podemos
decir que en Estados Unidos se despertó una gran inquietud, cuando no un claro temor,
sobre las ambiciones japonesas en el Pacífico y China. Las posesiones alemanas en China
tenían una posición clave al norte del país, no lejos de Pekín y junto al Mar Amarillo,
mientras que en el Pacífico, las posesiones del Káiser eran una cuña entre Filipinas y
60
Duroselle, J.B., Política Exterior de los Estados Unidos. De Wilson a Roosevelt (1913 – 1945), Fondo de
Cultura Económica, México, 1965, p. 19.
95
Hawái, compartiendo con Estados Unidos la soberanía sobre Samoa y las Marianas. Como
una muestra de esta desconfianza a la participación nipona en la guerra, presentamos varias
noticias del New York Times que datan del último trimestre de 1914. El 17 de agosto
encontramos: “Tratado Anglo-Japonés. Texto completo del acuerdo que hace a Japón
aliado de Inglaterra” y “Apelan a California. Germano-Americanos le dicen al Gob.
Johnson que Inglaterra nos pone en peligro”. Esta última noticia se refería a una carta
dirigida por el Presidente de la Cámara Germano-Americana de Comercio al gobernador de
California, destacando la amenaza de Japón y cómo Gran Bretaña buscaba la destrucción de
sus dos mayores rivales comerciales, Alemania y Estados Unidos. Finaliza diciendo que
Estados Unidos debería entrar en la contienda del lado del Káiser. La mencionada carta
inicia así:
“Llamamos su atención respetuosamente a la acción de Inglaterra de empujar a
Japón a la guerra actual. Ésta es la misma Inglaterra que durante la lucha de las colonias
americanas por la independencia excitó a los indios y los armó contra los patriotas
americanos. Inglaterra habiéndose negado a localizar los disturbios europeos a los
Balcanes, no se contentó con haber movilizado a los semi-bárbaros rusos contra la
civilización y cultura de Alemania, sino que arrastró al círculo de la guerra a los
mongoles, y a través de ellos al Océano Pacífico.”61
Resultan muy significativas varias cuestiones; la primera, que la carta fuera dirigida
al gobernador de California, el estado que más había hostilizado a los japoneses. Es muy
posible que la Cámara Germano-Americana de Comercio buscara influir en el gobierno
estadounidense a través de este personaje ante la resuelta declaración de neutralidad del
presidente Wilson. La segunda, que el New York Times publicara la carta completa y que
entrevistara, además, al presidente de la mencionada cámara de comercio, Hubert Cillis,
dándole la oportunidad de reafirmar aún más su mensaje manipulador, racista, anti japonés
y pro alemán.
El 18 de agosto encontramos una nota que parece replicar la del día anterior y
probablemente otras más; se titula “Movimiento de guerra de Japón. Hecho para preservar
la “Puerta Abierta” en China”. Esta nota fue una carta al editor que parece firmar un
61
Nota de Redacción, “Appeals to California. German-Americans Tell Gov. Johnson England Imperils Us”,
The New York Times, 17 de agosto de 1914, www.nytimes.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line.
96
japonés residenciado en Estados Unidos, o quizá un nipón-estadounidense, apellidado
Shimatani, y que defiende a su país. La misiva decía:
“Haciendo referencia a su crítica a la propuesta de Japón a Alemania, diría que,
aunque las reivindicaciones japonesas nunca han olvidado la injusticia hecha por los
alemanes en 1895, las relaciones entre los dos países fueron siempre cordiales, y todos los
japoneses han sido agradecidos hacia la nación alemana. Japón tiene una deuda
incalculable con la civilización y ciencia de Alemania. Nuestra Constitución fue modelada
después de que la de Prusia, y no es exageración decir que todos los soldados y médicos
japoneses son discípulos del genio alemán. Creo, sinceramente, que la mayoría del pueblo
japonés nunca desearía ser llamado el enemigo de la nación alemana.
Japón no es ambicioso, y no desea ser arrastrado a la guerra, tan lejos como el
ultimátum está interesado. Su intención única es que la paz del Lejano Oriente no será
agitada por la guerra europea. A menos que la actividad alemana sea verificada, la paz
nunca estará a salvo, y puede ser solamente conseguida por la rendición de Kiau-chau.
Japón propone solamente que Kiao-chau deba ser devuelto a China, el propietario
legítimo, cuyo territorio fue robado como una indemnización en 1899, sólo porque uno o
dos misioneros fueron muertos por la muchedumbre. Ese territorio está situado en el
auténtico corazón de China. La integridad territorial de China nunca estará asegurada a
menos que sea recuperado. La presencia de la fuerza alemana es una amenaza constante a
la independencia china.
Los Estados Unidos fueron un campeón de la "Política de puertas abiertas" que
rescató China de la división. Habrá algún malentendido y sospecha sobre la intención
verdadera del gobierno japonés. Sin embargo es probable que la propuesta de que Kiauchau sea recuperado para China tenga la aprobación del pueblo americano, porque es la
conclusión natural del principio de la política de puertas abiertas
R. Shimatani”62
De esta carta podemos inferir que ya el New York Times venía adelantando una
campaña destinada a condicionar a la opinión pública contra Japón, tal y como se hizo
contra España antes de la guerra de 1898. El condicionamiento de la opinión pública contra
una amenaza externa era, y es aún, algo característico de la política interna estadounidense
62
Nota de Redacción, “Japan´s War Move. Made to Preserve the “Open Door” in China, The New York
Times, 18 de agosto de 1914, www.nytimes.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line.
97
(como la de otras potencias). Se puede suponer también que el mencionado Sr. Shimatani
era alguien muy preparado políticamente, quizá vinculado al gobierno japonés.
Para el 30 de agosto encontramos otra nota anti-japonesa, que se titula: “Si
Alemania debería ser golpeada”. Su parte más fuerte en cuanto a discurso contrario a Japón
dice:
“¿Si Japón, el aliado de Inglaterra, está ayudando ahora a la última con la armada
y posiblemente con el ejército contra Alemania en aguas chinas, no quiere decir esto que
en caso de una guerra en la que Japón podría estar involucrado esperaría una acción
recíproca por parte de Inglaterra?. La nación en guerra con Japón podría ser Estados
Unidos posiblemente”63
Aquí se manipula el temor de los norteamericanos hacia una posible combinación
entre Gran Bretaña y Japón en su contra. Muy sutilmente, se empuja a la nación a aliarse
con Alemania para romper la amenaza de este Eje Londres-Tokio.
En los meses siguientes, al verse que el temido ataque japonés sobre posesiones
norteamericanas en el Pacífico no ocurrió, los titulares y noticias del New York Times
suavizaron su tono y se limitaron a narrar, más que a opinar, sobre lo sucedido. El 8 de
octubre publicaron: “Japoneses toman las isla de Yap. Extienden sus operaciones en aguas
del Pacífico para tomar base alemana en las Carolinas”; el 19 de octubre apareció:
“Regulaciones japonesas. Relativas a la exención de captura de buques mercantes
alemanes”; el 9 de noviembre: “Japón celebra la caída de Tsing-tau”, y el 20 de diciembre,
“Vio caer Tsing-tau ante Japón. Corresponsal americano cuenta la primera historia
detallada de la caída de la ciudad”.
Así, al finalizar las operaciones militares de la Entente en el Pacífico, los temores de
Estados Unidos se fueron despejando; pero serían los mismos japoneses los que terminarían
confirmando buena parte del discurso anti-oriental de sectores de la sociedad
norteamericana al imponerle a China las Veintiuna Demandas.
Tras la Veintiuna Demandas los propios aliados de Japón desconfiaron de sus
ambiciones, más aún Estados Unidos que era garante de la integridad del gigante asiático y
rival natural de los nipones. El 21 de noviembre de 1915 apareció en el New York Times
63
Nota de Redacción, “If Germany Should Be Beaten”, The New York Times, 28 de agosto de 1914,
www.nytimes.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line.
98
este titular, que habla por sí mismo: “Japón es visto como la Alemania del Oriente.
Observador americano declara que China es gobernada ahora desde Tokio y que Japón
está desenmascarado con una nación puramente militar deseosa de poder”.
Este observador fue Jefferson Jones, un norteamericano con muchos años de
residencia en el Lejano Oriente, que vio la caída de Qingdao y escribió un libro sobre la
misma. El diario neoyorquino llega a informar qué editorial publicó el libro y qué precio
tenía. La noticia publicada hace un resumen de ese libro, que vende como la “Alemania del
Oriente” a Japón. Veamos algunas partes de la nota:
“Japón es meramente un poder militar, ambicioso y concienzudo; Japón es el
práctico señor de China, un dominio obtenido a través de hipócritas apariencias de
amistad: Japón, a través de su “bushido” o espíritu militar, es el oponente de Gran
Bretaña en una guerra dentro de quince años; Japón es un posible antagonista de campo
de los Estados Unidos, no debido a cualquier derecho genuino violado por las leyes de
exclusión de California, sino por la agresividad de la tierra del Mikado en su búsqueda de
la completa dominación del Oriente, Japón es un posible aliado de Rusia y Alemania en un
intento de sacar a Gran Bretaña del Lejano Oriente.”64
Aquí el Sr. Jones llega un poco lejos, intentando predecir futuras guerras en la
región y planteando la inverosímil existencia de una liga ruso-germano-nipona antibritánica. Pero la nota sigue en su discurso anti-japonés:
“El Sr. Jones, en pocas palabras, vio una Alemania del Oriente en el Japón de
1915, eficiente, fuerte, ambicioso, ingenioso, tranquilo. Listo para embargar y luchar y
sujetar, Japón puede obtener su lugar en el sol oriental hasta tal punto que las otras
naciones caerán en la sombra…
…La máscara japonesa se cayó, dice el Sr. Jones, y en sus famosas demandas de
hace algunos meses sobre China se reveló "Simplemente como una nación militar, sin regir
por ningún honor y guiada sólo por sus ambiciones egoístas…
…Y sólo hay un obstáculo serio a la marcha de los japoneses hacia la subyugación
completa de China y la dominación del Oriente, según el punto de vista del autor, ese
obstáculo son los Estados Unidos. Apunta que con Alemania eliminada del Pacífico, con
Rusia lista y deseosa para una partición de China, con Inglaterra forzada al silencio
actualmente por sus obligaciones como aliado de Japón bajo el acuerdo anglo-japonés,
64
Nota de Redacción, “Japan Is Seen as the Germany of the Orient”, The New York Times, 21 de noviembre
de 1915, www.nytimes.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line.
99
Japón podía hacerse un total autócrata del Lejano Oriente inmediatamente como desea si
no fuera por la sombra de los Estados Unidos. Más populoso y más adinerado que Japón,
aunque menos listo para entrar en la guerra, la amenaza americana se vislumbra ante los
ojos del Mikado y sus estadistas...
…Y en esta parte de su libro el Sr. Jones expresa otra idea poco común - que hay la
posibilidad de que Rusia y Alemania pueden hacerse socias de Japón en los próximos días
en una liga para sacar a Gran Bretaña del Oriente. Hay plenitud de señales, cree, de que
Rusia ha estado deseosa de llegar a un acuerdo con Japón mientras que el Sr. Jones en
Tsing-tao observó la manera tan generosa en la que los japoneses trataron a los alemanes
conquistados, y el espíritu de buena voluntad con la que ese trato fue recibido por los
alemanes durante algún tiempo. La actitud de los japoneses y los alemanes en Tsingtao
estaba en contraste sorprendente y casi asombroso, como el Sr. Jones personalmente vio y
escuchó, con la actitud de los alemanes y los británicos.”65
En relación con lo dicho por el Sr. Jones, en Estados Unidos se habló mucho por
esas fechas de una “inversión de las alianzas”, que pondría en breve a Japón del lado de
Alemania, y que luego los nipones arremeterían contra Estados Unidos. Estos temores,
aunque puedan pareces inverosímiles e injustificados (pues era casi imposible que Japón
sacrificara lo que ya le había arrancado fácilmente a Alemania, para lanzarse a una incierta
guerra contra Gran Bretaña y Estados Unidos), meses después mostrarían algo de cierto.
Este tema en sí es otro “agujero negro historiográfico”, si bien hoy en día sabemos que
Alemania intentó muchas veces llegar a una paz por separado con Japón, cuando no
atraerlo al bando de los Imperios Centrales, como se mostraría en 1917 con el Telegrama
Zimmermann. A todo esto debemos agregarle que Japón y Rusia concluyeron varios
acuerdos secretos entre 1915 y 1917 que proyectaban la práctica repartición de China y la
exclusión de otras potencias en el gigante asiático. Estos acuerdos fueron patrocinados al
principio por Gran Bretaña que, preocupada por la debilidad interna de Rusia, buscó un
entendimiento ruso-japonés que le permitiera al gobierno zarista contar con un apoyo
seguro en cuanto a armas y dinero, aunque pronto los rusos y los japoneses negociaron en
base a sus propios intereses. Estos pactos quedaron en el olvido tras la revolución
bolchevique de 1917 y han sido poco o nada estudiados.
Además de las opiniones reflejadas por el New York Times, es bueno examinar
algunos de los comentarios hechos por el historiador Noriko Kawamura en su libro
65
Ídem
100
Turbulence in the Pacific. Japanese-U.S. Relations During the World War I. Después de
darle su justo lugar a la rivalidad geopolítica entre Japón y Estados Unidos, Kawamura
agrega como explicación al distanciamiento nipón-norteamericano los constantes cambios
en el gabinete que sufrió el país asiático por estos años y que complicaron el entendimiento
con los norteamericanos, que muy por el contrario contaron con un liderazgo claro y firme.
Kawamura suministra además varios datos adicionales que es bueno traer a este
análisis como que se dio un buen número de intercambio de notas entre Estados Unidos y
Japón después del ultimátum a Alemania, que el Ferrocarril de Shandong fue tomado sin
base legal por el ejército japonés, pues no era parte del territorio arrendado a Alemania, que
Estados Unidos mantenía una estación carbonera para su flota en Fujian, la cual se veía
directamente amenazada por las Veintiuna Demandas. A parte de esto, este historiador
nipón reconstruye una larga y dramática negociación norteamericano-japonesa, en la que el
gobierno de Wilson presionó fuertemente a Japón para que moderara sus demandas a
China, a la vez que indica que a través del embajador ruso en Pekín, los japoneses pudieron
conocer que Estados Unidos claramente animó al gobierno chino a resistir todo lo que
pudiera la presión japonesa y nos informa que el gobierno japonés trató de ocultarle al resto
del mundo el polémico Grupo V de las Veintiuna Demandas, y que cuando sus detalles
fueron conocidos en Europa y Estados Unidos gracias a la prensa china y norteamericana,
el gobierno de Wilson trató, sin éxito, de acordar una acción política conjunta con la
potencias de la Entente para frenar a Japón. Al final, Kawamura sintetiza así la fricción
norteamericano-japonesa por las Veintiuna Demandas:
“La controversia sobre las Veintiuna Demandas se volvió el punto decisivo en las
relaciones norteamericano-japonesas. El incidente había grabado en la mente oficial
estadounidense una desconfianza irrevocable de las intenciones japonesas en China. El
Presidente Wilson llamó bajó los principios de la política de Puertas Abiertas e
independencia de China a anticiparse al intento de Japón de ampliar su influencia sobre
China. La evocación de los principios de política de Puertas Abiertas por el gobierno de
Wilson, sin embargo, sembró las semillas de la futura confrontación norteamericanojaponesa en Asia Oriental. Por consiguiente, las relaciones entre las dos potencias se
enfriaron rápidamente. Esta cadena de infelices circunstancias contribuyó a los
101
sentimientos amargos que Japón y los Estados Unidos sujetaban hacia sí durante toda la
Primera Guerra Mundial.”66
Ahora bien, con este clima de tensión, pero sin que ninguna acción drástica saliera
de ambos países, Japón y Estados Unidos pasaron con cierta tranquilidad los años 1915 y
1916. El siguiente año traería nuevos acontecimientos, como el escándalo del Telegrama
Zimmerman y la declaración final de guerra de Estados Unidos a Alemania, con lo que el
primer país se volvía aliado indirecto de Japón, haciéndose necesario entonces un
entendimiento norteamericano-japonés. Creemos que es imperante explicar, aun
brevemente, como fue que Estados Unidos entró en la contienda.
El presidente Wilson de Estados Unidos había venido haciendo grandes esfuerzos
por mediar en la contienda global e imponer la paz, una paz desde su punto de vista
idealista, que sustituyera y desmantelara la vieja diplomacia europea que había causado la
guerra. Sin embargo, la brutalidad de la lucha, los intereses de los beligerantes y la idea que
esta guerra era la última de las batallas, la que lo decidiría todo, la del “todo o nada”, le
pasaron por encima a las tentativas de mediación de los norteamericanos. Aunque
Woodrow Wilson intentó desde el inicio ser imparcial, además de neutral, la guerra
submarina de Alemania, que afectó tremendamente al comercio norteamericano, fue
empujando poco a poco al gobierno estadounidense hacia la causa de la Entente, con la que
tenía mayores lazos económicos, políticos y culturales.
El año 1917 comenzó con la amenaza de una guerra submarina sin restricción por
parte de Alemania, que finalmente se decidió el 9 de enero, y se comunicó a Estados
Unidos el día 19, causando gran inquietud en este último país. El día 3 de febrero el
gobierno norteamericano rompió relaciones con Alemania, sin esperar al hundimiento de
otro barco de su país, y dejando a ambas naciones al borde de la guerra. El 24 de febrero los
norteamericanos recibieron de los ingleses un informe de que el Servicio de Inteligencia
Naval había interceptado y descifrado un telegrama dirigido a la embajada alemana en
México por la Secretaría de Asuntos Exteriores de Alemania. El telegrama decía lo
siguiente:
66
Kawamura, Noriko. Turbulence in the Pacific. Japanese-U.S. Relation During the World War I, Londres,
Praeger Publishers, 2000, p. 58
102
“Nos proponemos comenzar el primero de febrero la guerra submarina, sin
restricción. No obstante, nos esforzaremos para mantener la neutralidad de los Estados
Unidos de América.
En caso de no tener éxito, proponemos a México una alianza sobre las siguientes
bases: hacer juntos la guerra, declarar juntos la paz; aportaremos abundante ayuda
financiera; y el entendimiento por nuestra parte de que México ha de reconquistar el
territorio perdido en Nuevo México, Texas y Arizona. Los detalles del acuerdo quedan a su
discreción [de Von Eckardt].
Queda usted encargado de informar al presidente [de México] de todo lo antedicho,
de la forma más secreta posible, tan pronto como el estallido de la guerra con los Estados
Unidos de América sea un hecho seguro. Debe además sugerirle que tome la iniciativa de
invitar a Japón a adherirse de forma inmediata a este plan, ofreciéndose al mismo tiempo
como mediador entre Japón y nosotros.
Haga notar al Presidente que el uso despiadado de nuestros submarinos ya hace
previsible que Inglaterra se vea obligada a pedir la paz en los próximos meses.”67
Este telegrama había sido enviado por el el Secretario de Asuntos Exteriores del
Imperio Alemán, Arthur Zimmermann, el 16 de Enero de 1917, al embajador alemán en
México, Heinrich von Eckardt. Los ingleses lo interceptaron en Estados Unidos, pero
dijeron haberlo hecho en México para ocultar su espionaje a la Secretaría de Estado
estadounidense. La diferencia de fechas entre el envío del telegrama y la notificación del
gobierno británico al norteamericano fue producto de las dudas que tuvo el primero sobre la
manera como debía informarle al segundo. Al final eso poco importó; los norteamericanos
se sintieron gravemente amenazados y los acontecimientos se sucedieron rápidamente: el
27 de febrero dos norteamericanos murieron al ser torpedeado un buque de pasajeros
inglés; el 4 de marzo el Congreso aprobó armar a los buques mercantes de Estados Unidos
contra la amenaza alemana; el 12, un carguero estadounidense fue hundido, y el 19 otros
tres. La presión del pueblo se hizo muy fuerte y, finalmente, el 6 de abril el Congreso
aprobó la declaración de guerra a Alemania.
No obstante, una minuciosa revisión del texto del telegrama alemán nos permite
vislumbrar algo inquietante: el gobierno alemán no sólo pretendía que México atacara a
67
Sin autor, “Telegrama Zimmermann”, www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line.
103
Estados Unidos y combatiera al lado de los Imperios Centrales, sino que pensaba que era
posible que México actuara de mediador entre Alemania y Japón para que este último
cambiara de bando. La idea de la “inversión de alianzas” volvía a aparecer, pero la reacción
japonesa no se hizo esperar:
“Declaración del Primer Ministro japonés Conde Terauchi sobre el asunto del Telegrama
Zimmermann
La revelación de la más reciente trama de Alemania, fijando la mira en una
combinación entre Japón y México contra los Estados Unidos, es interesante en muchos
sentidos.
Nosotros estamos sorprendidos no tanto por los persistentes esfuerzos de los
alemanes para causar un alejamiento entre Japón y los Estados Unidos como por su
completo fracaso al apreciar los objetivos e ideales de otras naciones.
Nada es más repugnante a nuestro sentido del honor y a la asistencia duradera de
este país que traicionar a nuestros aliados y amigos en un tiempo de sufrimiento y volverse
parte de una combinación dirigida contra los Estados Unidos, a quién nosotros estamos
unidos no sólo por los sentimientos de verdadera amistad, sino también por intereses
materiales de inmensa y trascendental importancia.
La propuesta que es reportada ahora ha sido planeada por el Ministerio de Asuntos
Exteriores alemán, no ha sido comunicada al Gobierno japonés hasta este momento,
oficial o extraoficialmente, pero una vez conociéndolo, no podemos concebir otra forma de
replicarlo sino rechazándolo de manera indignada y categórica.”68
Es muy seguro que esta declaración callaría muchos rumores, pero no las voces de
los más suspicaces de la administración norteamericana. La situación era complicada;
Estados Unidos y Japón se encontraban ahora en situación de aliados, luchando contra un
enemigo común en la misma coalición, pero con las relaciones bilaterales en su peor estado
hasta ese momento. Así describe Duroselle la situación:
“En relación con la guerra en Europa, el problema del Extremo Oriente tenía una
creciente importancia. Con el Japón, las relaciones empeoraban sin cesar. El hecho que
68
Sin autor, “Declaración del Primer Ministro japonés Conde Terauchi sobre el asunto del Telegrama
Zimmermann”, www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line.
104
hubiera conquistado las islas alemanas del Pacífico y Tsing-Tao en Chantung, en 1914, no
complacía en absoluto a los Estados Unidos. Por otra parte, Japón suministraba armas a
México; se sospechaba que fomentaba la agitación en Filipinas, a las que Wilson había
prometido la independencia. Las “21 demandas” hechas a China el 18 de enero de 1915,
tendientes a establecer un verdadero protectorado japonés en China habían molestado
profundamente a Washington. Lo mismo el tratado de alianza ruso-japonés del 3 de julio
de 1916, que de hecho excluía a los Estados Unidos de la China septentrional”69
Se hacía urgente, pues, que ambos países negociaran sus diferencias, pero antes de
que lo hicieran ocurrieron más acontecimientos: el 22 de julio, el Reino de Siam (actual
Tailandia), le declaró la guerra a Alemania y Austria-Hungría, buscando congraciarse con
Gran Bretaña y Francia y obtener así la cancelación de los “tratados desiguales” de los que
era víctima. Luego, el 14 de agosto, lo haría China, animada por la entrada de Estados
Unidos en la guerra, buscando tener el amparo de Wilson que, según la política de “Puertas
Abiertas”, debería apoyarla en su reclamo por la entrega de Qingdao.
Ante una situación tan compleja, para Estados Unidos también era vital un
entendimiento con Japón. Los norteamericanos habían elegido la indiferencia en 1915 para
no reconocer de ninguna manera los “intereses especiales” de Japón en China y mantenerse
firmes con la política de “Puertas Abiertas”, pero la nueva situación de beligerante de
Estados Unidos exigía un cambio. El acercamiento entre los dos países comenzó hacia el 12
de mayo de 1917, cuando el embajador japonés en Washington, Aimaro Sato, se comunicó
con el Secretario de Estado norteamericano, Robert Lansing, y este le hizo saber que su
país estaba dispuesto a un entendimiento si Japón enviaba una misión especial a Estados
Unidos. En comunicaciones posteriores, los estadounidenses propusieron un borrador de
agenda, que incluía temas como el suministro a las naciones Aliadas y la reducción de
costos superfluos, acciones comunes de patrullaje en el Océano Pacífico y la posterior
retirada de la Flota del Pacífico de los Estados Unidos hacia el Océano Atlántico. En
respuesta a la propuesta estadounidense, el gobierno japonés formó una misión especial con
el Vizconde Kikujiro Ishii al frente. En apariencia, el encuentro norteamericano-japonés
sería una simple reunión para discutir temas de rutina de dos países que están en la misma
coalición, pero las instrucciones recibidas por Ishii muestran la verdadera realidad, eso sin
dejar de lado el enorme despliegue de seguridad que fue necesario para el recibimiento del
69
Duroselle, J.B. Ob. cit., p. 99.
105
señor Ishii en San Francisco, un claro indicativo de los profundos sentimientos antijaponeses de los californianos por aquella época. Ishii fue instruido para aprovechar la
coyuntura y negociar con los estadounidenses cuestiones concernientes al estatus de los
japoneses en Estados Unidos y la definición de la posición especial de Japón en China,
además de ajustar los futuros movimientos de los dos países. En efecto, la reunión LansingIshii enfrentaría la política de “Puertas Abiertas” con la doctrina de “Intereses Especiales”
de Japón en China, no muy distinta a la Doctrina Monroe de Estados Unidos en América
Latina, por lo que los japoneses confiaban en poder lograr un acuerdo. Tras unas largas
negociaciones, que se prolongaron desde septiembre hasta noviembre de 1917, y que
incluyeron un receso de una semana ante el estancamiento de las mismas, Lansing e Ishii
pudieron alcanzar un acuerdo en forma de declaración conjunta binacional el 2 de
noviembre. La misma decía:
“Intercambio de notas que relacionadas con China
(Acuerdo de Lansing - Ishii)
Del Secretario de Estado al Vizconde Ishii.
Excelencia:
Tengo el honor de comunicar mi conocimiento del acuerdo alcanzado por nosotros
en nuestras conversaciones recientes tocantes a las cuestiones de interés mutuo para
nuestros Gobiernos que se relacionan con la República de China.
En orden de silenciar informes maliciosos que han sido hechos circular de vez en
cuando, nosotros creemos que es aconsejable un anuncio público una vez más de los
deseos y las intenciones compartidas por nuestros dos Gobiernos con respecto a China.
Los Gobiernos de los Estados Unidos y Japón reconocen que la proximidad
territorial crea relaciones especiales entre países, y, por consiguiente el gobierno de los
Estados Unidos reconoce que Japón tiene intereses especiales en China, particularmente
in la parte contigua a sus posesiones.
La soberanía territorial de China, sin embargo, queda intacta y el Gobierno de los
Estados Unidos tiene confianza en cada una de las repetidas garantías del Gobierno
Imperial Japonés de que mientras la posición geográfica da tales intereses especiales a
Japón no tienen ningún deseo de discriminar al comercio de otras naciones o ignorar los
106
derechos de comercia hasta ahora concedidos por China en tratados con las otras
potencias.
Los Gobiernos de los Estados Unidos y Japón niegan que ellos tengan algún
propósito de vulnerar de alguna manera la independencia o integridad territorial de China
y ellos declaran además que siempre se adherirán al principio de las llamadas “Puertas
Abiertas” o de igualdad de oportunidad para el comercio y la industria en China.
Además, ellos mutuamente declaran que están opuestos a la adquisición por algún
Gobierno de cualquier derecho especial o privilegio que pudiera afectar la independencia
o integridad territorial de China o que pudiera negar a los sujetos o ciudadanos de
cualquier país el completo disfrute de la igualdad de oportunidades en el comercio y la
industria en China.
Me alegraré de tener la confirmación de Su Excelencia de este entendimiento del
acuerdo alcanzado por nosotros
Robert Lansing
Del Vizconde Ishii al Secretario de Estado.
Señor:
Tengo el honor de reconocer el recibo de su nota de hoy, comunicándome su
entendimiento del acuerdo alcanzado por nosotros en nuestras recientes conversaciones
tocantes a las cuestiones de mutuos intereses de nuestros Gobiernos relacionadas a la
República de China.
Estoy feliz de ser capaz de confirmarle, bajo autorización de mi Gobierno, el
entendimiento en cuestiones partiendo de los siguientes términos:
En orden de silenciar informes maliciosos que han sido hechos circular de vez en
cuando, nosotros creemos que es aconsejable un anuncio público una vez más de los
deseos y las intenciones compartidas por nuestros dos Gobiernos con respecto a China.
Los Gobiernos de los Estados Unidos y Japón reconocen que la proximidad
territorial crea relaciones especiales entre países, y, por consiguiente el gobierno de los
Estados Unidos reconoce que Japón tiene intereses especiales en China, particularmente
in la parte contigua a sus posesiones.
La soberanía territorial de China, sin embargo, queda intacta y el Gobierno de los
Estados Unidos tiene confianza en cada una de las repetidas garantías del Gobierno
Imperial Japonés de que mientras la posición geográfica da tales intereses especiales a
107
Japón no tienen ningún deseo de discriminar al comercio de otras naciones o ignorar los
derechos de comercia hasta ahora concedidos por China en tratados con las otras
potencias.
Los Gobiernos de los Estados Unidos y Japón niegan que ellos tengan algún
propósito de vulnerar de alguna manera la independencia o integridad territorial de China
y ellos declaran además que siempre se adherirán al principio de las llamadas “Puertas
Abiertas” o de igualdad de oportunidad para el comercio y la industria en China.
Además, ellos mutuamente declaran que están opuestos a la adquisición por algún
Gobierno de cualquier derecho especial o privilegio que pudiera afectar la independencia
o integridad territorial de China o que pudiera negar a los sujetos o ciudadanos de
cualquier país el completo disfrute de la igualdad de oportunidades en el comercio y la
industria en China.
Yo acepto etc., etc., etc.
K. Ishii”70
Resulta, si se quiere, risible, la redacción del acuerdo. ¿Cómo pueden caber en el
mismo documento el reconocimiento de intereses especiales para Japón en China y el
respeto a la política de Puertas Abiertas, así como a la independencia e integridad territorial
de China? Más curioso se vuelve el análisis de este tratado cuando observamos
declaraciones posteriores del mismo, según las cuales cada lado se atribuye el éxito. Los
norteamericanos dicen haber logrado mantener la política de Puertas Abiertas, mientras que
los japoneses afirman haber conseguido el reconocimiento de sus intereses especiales en
China. El historiador Morinosuke Kajima nos ofrece varios comentarios interesantes.
“La importancia principal del acuerdo estaba tendida en el primer punto bajo el
que los Estados Unidos reconocieron los “intereses especiales” de Japón en China. Sin
embargo, las palabras “intereses especiales” dieron muchas interpretaciones
encontradas…
Respondiendo a una pregunta de un senador en la Comisión de Política Exterior
del Senado de Estados Unidos, el secretario Lansing dijo que los llamados “intereses
especiales” mencionados en el Acuerdo Lansing-Ishii no tenían significado político o de
otro tipo…
70
Kajima, M. Ob. cit., pp. 250-252.
108
Por otro lado, el Vizconde Ishii insistió en que el acuerdo era significativo en que
reconocía los “intereses especiales” tanto políticos como económicos de Japón”71
El debate entre Lansing e Ishii cae ya en el terreno netamente jurídico, pero
juzgando la nula trascendencia que tuvo el acuerdo, pues el tema volvió a debatirse
sonoramente en Versalles en 1919, es posible afirmar que el Acuerdo Lansing-Ishii fue
letra muerta desde el mismo instante se su redacción. Era un acuerdo incoherente y
contradictorio en su redacción, e imposible de cumplir en la práctica; si Japón defendía sus
“intereses especiales” rompía las “Puertas Abiertas”, y si respetaba las “Puertas Abiertas”
renunciaba a sus “intereses especiales”. Era de esperarse que un acuerdo así no condujera a
nada, como en efecto pasó, y es lógico pensar que tanto Japón como Estados Unidos lo
suscribieron para suavizar la tensión entre ellos y ganar tiempo hasta que la guerra
terminara, ya que para octubre - noviembre de 1917 la victoria de la Entente aún no era
algo seguro o cercano y la situación rusa se tornaba bastante inquietante.
En efecto, el 16 de diciembre el nuevo gobierno bolchevique de Rusia firmó un
armisticio separado con los Imperios Centrales. Más tarde, el 3 de marzo de 1918, Rusia
firmó el Tratado de Brest-Litovsk, abandonando de este modo la contienda. Poco después
estalló la guerra civil en ese país entre los bolcheviques y sus enemigos
contrarrevolucionarios. Este conflicto interno implicaba, de forma directa, a las naciones
Aliadas por varias razones. La primera era que Rusia había violado la Declaración de
Londres de 1915, que prohibía hacer la paz por separado con los Imperios Centrales, por lo
que se hacía necesario intervenir en la contienda interna rusa para ayudar a los enemigos de
los bolcheviques y así intentar restablecer el frente oriental. La segunda, era la presencia de
la llamada “Legión Checoslovaca” en Rusia, que debía ser rescatada; esta legión estaba
formada por voluntarios checos y eslovacos que lucharon contra Austria-Hungría, así como
desertores de estas nacionalidades del ejército austrohúngaro. La complicación del asunto
se dio por la imposibilidad de evacuar a los checoslovacos de Rusia hacia el oeste, pues no
podían entrar a territorio enemigo, por lo que se decidió sacarlos de Rusia por el
Transiberiano hacia Vladivostok, desde donde partirían hacia Estados Unidos, y de allí a
Europa, para combatir en el frente occidental. De más está decir lo difícil que resultaría la
71
Ibídem, p 253.
109
evacuación de la Legión Checoslovaca en medio de un país en guerra civil. Muy pronto los
checoslovacos se vieron involucrados en el conflicto interno ruso, tomando partido en el
bando blanco anti-bolchevique, y quedando aislados en el corazón de Rusia, controlando
grandes tramos del Transiberiano y capturando gran cantidad de pertrechos. La tercera
razón de la Entente para intervenir era proteger la gran cantidad de armas acumuladas en
puertos rusos como Múrmansk, Arjángelsk y, sobre todo, Vladivostok, donde se
almacenaban unas 600.000 toneladas de armas y pertrechos que no debían caer, bajo
ninguna circunstancia, en manos de los bolcheviques. Esto cimentó las condiciones para
que los poderes de la Entente decidieran intervenir en distintos puntos de Rusia, como la
costa del Océano Glacial Ártico, el Mar Negro y, por supuesto, Siberia. Pero debido al gran
desgaste sufrido por Francia y Gran Bretaña, el mayor peso de una intervención en Siberia
debería recaer en Estados Unidos y, especialmente, en Japón. Aunque al principio
Woodrow Wilson fue bastante renuente a aceptar una intervención en Siberia y rechazó las
peticiones de Gran Bretaña y Francia, al igual que se había negado inicialmente el gobierno
japonés, finalmente el presidente norteamericano aceptó, y en julio de 1918 le solicitó a
Japón que se uniera a la operación multinacional. El gobierno nipón aceptó al ver los
grandes beneficios que podría obtener, enviando una fuerza de 70.000 soldados, muy por
encima de los 7.950 de Estados Unidos, los 1.500 de Gran Bretaña o los 800 de Francia,
que tuvieron una presencia más bien simbólica, y se limitaron a vigilar a los japoneses,
previendo sus probables excesos, y a resguardar Vladivostok.
Es interesante contemplar que mientras las relaciones británico-japonesas no se
vieron afectadas por la participación de Japón en la Intervención Siberiana, las
norteamericano-japonesas se resintieron aún más, pues Wilson tenían serias desconfianzas
acerca de las verdaderas intenciones de Japón en la zona y, además, fue muy reacio a que
su propio país participara y así echara por tierra el espíritu de los recién pronunciados
Catorce Puntos (que de manera intrínseca consagraba la autodeterminación de los pueblos),
e incluso su letra específica, pues en el sexto se pedía la evacuación del territorio ruso y la
oportunidad para Rusia de su propio desarrollo. Veamos algunos comentarios sobre esta
nueva fricción entre Tokio y Washington.
110
“El presidente (de Estados Unidos) se negó a reconocer la responsabilidad de
Japón como un poder regional dominante en Asia Oriental, y lo trató como una amenaza
potencial para el internacionalismo liberal wilsoniano. El presidente y la mayoría de sus
consejeros, excepto el secretario of estado Robert Lansing, se opusieron a una operación
militar por separado o predominantemente emprendida por los japoneses, sólo porque
dudaban de las ambiciones territoriales de Japón en Siberia oriental y el norte de China,
pero también porque eran temían que la intervención militar japonesa podría forzar a los
rusos a ponerse de parte de los alemanes por razones raciales.”72
“Todo esto se complicaba aún más con el problema japonés. Los japoneses no
pedían otra cosa que intervenir en Siberia, pero por motivos bastante particulares: para
crearse eventualmente una base en Vladivostok, desarrollar sus pesquerías, obtener la
libre navegación en el Amur, y sobre todo extender el dominio político-militar que tenían
sobre el South Manchuria Railway, desde 1905, al ferrocarril del Norte de Manchuria, el
Chinese Eastern Railway, más o menos bien manejado por el general Horvat y que
constituía la rama sur del Transiberiano…
…El Presidente, alentado por Lansing y aún por House, emprendió con los
japoneses una negociación secreta – desde el 8 de julio – con vistas a desembarcar 7.000
japoneses y 7.000 norteamericanos para proteger a los checos contra los prisioneros
alemanes y austriacos, sin intervenir en los asuntos internos de Rusia. Esto fue aceptado de
inmediato por Japón, tolerado por los ingleses, acogido con satisfacción por los franceses
y el 3 de agosto los desembarcos comenzaron.”73
“La decisión de Japón de enviar una expedición militar contra los bolcheviques en
Siberia había sido tomada en julio de 1918. Tokio no quería ser anticipado y adelantado
en Asia nororiental por Estados Unidos… …Wilson había sido persuadido a cambiar de
opinión a causa de los aprietos de la Legión Checoslovaca la cual estaba marchando
desde el frente ruso hacia el este y parecía necesitar apoyo exterior en Siberia central. Las
potencias europeas no habían desanimado a Japón de enviar soldados ahí desde el
comienzo… …Así, las tropas japonesas fueron enviadas a Vladivostok en agosto y en un
número mucho más grande de lo que Wilson había negociado. Avanzando hacia el oeste,
las tropas ocuparon cada estación importante a lo largo del ferrocarril Transiberiano
hasta un punto tan lejano como Chitá. Para el otoño, Japón estaba en una posición
estratégica dominante en Siberia.”74
Es significativo, que aunque el gobierno de Estados Unidos le concedió a Japón el
mando de la expedición conjunta, el general estadounidense William S. Graves nunca
72
Kawamura, Noriko. Ob. Cit., p. 107
Ibídem, pp. 102 y 104
74
Nish, I. Ob. cit., pp. 22 – 23
73
111
recibiera notificación de eso, quedando por lo tanto las fuerzas japonesas bajo el mando del
general Mitsue Yui, y el resto (británicas, canadienses, francesas e italianas) bajo el mando
del oficial norteamericano. La Intervención Siberiana fue otro episodio en el que la dureza
de la guerra se impuso a los ideales y/o intereses de Estados Unidos, y benefició a Japón,
pero al costo de agudizar las tensiones entre las dos potencias a sólo unos pocos meses
antes de la instalación de la conferencia de paz.
II-B.5) Japón y Estados Unidos de cara a la Conferencia de París
Tras la intervención en Siberia, la Entente siguió doblegando rápidamente a los
Imperios Centrales y, finalmente, Alemania pidió el armisticio, que se firmó el 11 de
noviembre de 1918. La guerra al fin terminaba y Estados Unidos y Japón pronto se verían
las caras en la venidera conferencia de paz, con unos objetivos totalmente distintos. Estados
Unidos acudía a la conferencia con el sustento de los Catorce Puntos de Woodrow Wilson,
que pretendían sustituir, tanto en la práctica como en la parte ideológica, a la vieja
diplomacia europea, basada en acuerdos bilaterales, casi siempre secretos, y en el principio
de equilibrio de fuerzas, e imponer un nuevo orden mundial que ya dejaba ver un cierto
respeto a la autodeterminación de los pueblos, que se fundamentaba en la diplomacia
abierta y en la proyectada Sociedad de Naciones. Cabe destacar que el presidente
norteamericano estaba firmemente convencido de la superioridad moral de su programa y
de su país, lo que implicaba que no sería fácil hacerlo cambiar de opinión, ni siquiera para
Gran Bretaña o Francia, países que gozaban de su simpatía; mucho más difícil sería para
Japón que era el rival de Estados Unidos por excelencia.
Por el contrario, Japón iba a la conferencia con la firme determinación de darle un
basamento legal definitivo a sus ganancias de los cuatro años anteriores, amparadas por sus
actuaciones en el campo de batalla y por una gran cantidad de acuerdos secretos, acuerdos
que se veían directamente amenazados por el programa wilsoniano. Es relevante reseñar
que las ideas de Wilson tuvieron un profundo impacto en los pueblos de Europa golpeados
por la guerra, e incluso en sus líderes, que lo veían realizable en la medida en que no
afectara directamente los intereses particulares de sus naciones; pero el caso japonés era
distinto. La mayoría de los líderes japoneses eran hombres de la nobleza, poco conectados
112
con el sentir del pueblo llano, muy apegados al viejo realismo político bismarckiano, del
que eran discípulos, mucho más por no haber contemplado en primera fila la barbarie de la
Gran Guerra. Es decir, si había una nación altamente fiel a la vieja diplomacia y que viera
con más recelos que ninguna las propuestas estadounidenses, esa era Japón, muy a pesar del
carácter práctico de la mayoría de los políticos nipones y del liberalismo del Primer
Ministro Takashi Hara, que empujaban al país hacia la negociación y la cooperación con las
demás potencias.
113
III) El expansionismo japonés frente al muro anglo-estadounidense
Cuando se disparó la última bala de la Gran Guerra a finales de 1918, y se procedió
a “ordenar” el caótico mundo que la misma dejaba, restaba mucho por hacer en el plano de
las relaciones internacionales, específicamente en el juego triangular de poder que venía
involucrando al Reino Unido, Japón y Estados Unidos desde comienzos del siglo XX.
Japón debía poner en marcha todo su potencial, tanto diplomático, como de disuasión
militar y poder económico, para hacer efectivos los muchos acuerdos secretos con la
Entente y lograr sus objetivos en Asia y el Pacífico. Gran Bretaña, por su parte, soportaba
la enorme carga de ser el gran árbitro del mundo, debiendo ocuparse de mantener el
equilibrio mundial desde Europa hasta el Pacífico y teniendo cada vez más desconfianzas
hacia Japón. Finalmente, Estados Unidos, que emergía en 1919 como la potencia más rica y
sólida del mundo, se proponía imponer el programa mundial de paz de su presidente y
tomar acciones decisivas que limitaran el poder nipón, cada vez mayor, y que le diera al
país la supremacía y, por consiguiente, la tranquilidad deseada en la importante zona del
Asia-Pacífico. Esa desconfianza británica hacia los nipones y esa angustia estadounidense
por contener a Japón, acercaría a ambas potencias anglosajonas después de la Gran Guerra,
y aislaría al país asiático, precipitando grandes cambios en su política interna, que de una
forma cada vez más rápida moverían los engranajes para una futura confrontación en el
Pacífico.
El período 1918-1922 en las relaciones británico-japonesas y norteamericanojaponesas está marcado por dos grandes eventos: la Conferencia de Paz de París de 1919 y
la Conferencia Naval de Washington de 1922, y por un proceso: el debilitamiento y
desaparición de la Alianza Anglo-Japonesa. Como veremos más adelante, en el primer
evento Japón, pese a ciertos roces y derrotas ante los anglosajones, confirma su posición
como una potencia mundial, logrando sus mayores objetivos en el Pacífico; pero estos
éxitos agravarían las desconfianzas británicas y la preocupación norteamericana,
provocando que el Reino Unido se acercara a Estados Unidos y que la alianza se debilitara.
De este proceso surgiría el segundo acontecimiento, en el que los estadounidenses lograrían
instaurar en el Pacífico el orden que no consiguieron establecer en 1919, dejando a Japón
114
con su potencial militar bastante limitado, sin aliados y, lo que es aun más importante, con
una clase política liberal-parlamentaria humillada y desacreditada, incapaz de plantar cara
los radicales y militaristas en los años posteriores. En efecto, se puede decir que entre 1919
y 1922 se formó un “muro anglo-estadounidense” contra el que Japón se estrelló luego de
la caída del imperio alemán en Asia y el Pacífico.
III-A) La Conferencia de Versalles. Japón como uno de los “Cinco Grandes”
La Conferencia de Paz se instaló en París el 18 de enero de 1919, adquiriendo en la
historiografía el nombre de su sede más específica: el Palacio de Versalles. Aunque a la
conferencia asistieron todas las potencias de la Entente y aquellas asociadas, además de
representaciones de países surgidos del derrumbe alemán y austrohúngaro, como
Checoslovaquia y Polonia, en realidad las decisiones cruciales quedaron en manos del
presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, el primer ministro de Francia, Georges
Clemenceau, el primer ministro del Reino Unido, David Lloyd George y el primer ministro
de Italia, Vittorio Emanuele Orlando. Estos cuatro personajes y, por extensión, las naciones
que representaban, fueron conocidos como los “Cuatro Grandes,” formando un comité semi
oficial denominado “Consejo de los Cuatro”, que fue el que tuvo el poder real en París.
“A los japoneses les fue dicho que su exclusión de este cuerpo (el Consejo de los
Cuatro) se debía a la ausencia del Jefe de Estado de Japón en la conferencia – pero la
delegación interpretó esto como una afrenta a su prestigio.”75
Esta situación reflejaba el dominio que Europa, y más genéricamente Occidente,
tenía aún sobre el mundo, factor que contrastaba de gran manera con el aislamiento que
Japón sufría ya en 1919, no sólo por ser la única gran potencia no occidental, no cristiana y
no blanca. Con todo y esto, el “Consejo de los Cuatro” recibió a los delegados japoneses
para discutir los asuntos que trascendían a Europa, en especial aquellos de Asia, y por esto,
y por sus propias capacidades militares y su indiscutible rol de potencia regional con
75
Burkman, T., Ob. Cit, p. 62
115
proyección mundial, Japón fue el “quinto grande,” hechos que quedaron reconocidos
cuando se le otorgó un puesto permanente en el Consejo de la Sociedad de Naciones.
Antes de analizar cómo funcionó la Conferencia de París y cómo fue la interacción
entre Japón, Gran Bretaña y Estados Unidos, es necesario detenernos a estudiar como
salieron estos países de la contienda, tanto militar, como económica y políticamente, y qué
objetivos previos traían a Versalles.
Empezaremos con Japón. Podemos decir que su economía creció prodigiosamente
entre 1914 y 1918, como consecuencia del gran superávit comercial que experimentó el
país al sustituir como proveedor de manufacturas en Asia a las industrias europeas (que en
esos años apenas si podían abastecer a sus respectivas metrópolis de bienes de consumo y
armamento), y en menor medida, por las voluminosas ventas de armas que hizo a los países
aliados. Además de esto, Japón otorgó importantes préstamos a Francia y Gran Bretaña, lo
que colocó al archipiélago en cierta posición de fuerza en el plano económico. Sin
embargo, la gran cantidad de capital que entró a Japón desde 1915 no fue invertido
debidamente, lo cual ocasionó una brutal inflación que terminó provocando revueltas
populares a finales de 1918, las famosas “Revueltas del arroz”, que trajeron consigo la
caída del gabinete de Terauchi, el ascenso de los liberales, con Takashi Hara a la cabeza, y
mucha inestabilidad política. En el ámbito militar, Japón había demostrado la eficiencia de
su armada y su ejército, colocándose en una posición de primer orden en el Pacífico, pero
estos éxitos no se trasladaron a lo político. Las relaciones diplomáticas británico-japonesas
se habían ido deteriorando progresivamente debido a las acciones agresivas tomadas por los
nipones, que habían hecho desconfiar cada vez más a los británicos de sus aliados asiáticos.
Por su parte, los norteamericanos habían perdido la ya escasa confianza que tenían en el
gobierno japonés debido a sus acciones unilaterales y extralimitadas en el marco de la
Intervención Siberiana76. En cuanto a sus objetivos, Japón perseguía la anexión de las
colonias alemanas ocupadas, un arreglo con China que asegurara su posición en Shandong
y el establecimiento del principio de igualdad racial en la Sociedad de Naciones. Los
japoneses fueron representados en Versalles por el Príncipe Kimmochi Saionji, Jefe de la
Delegación y Ex Primer Ministro; el Conde Nobuaki Makino, jefe de facto de la delegación
y Ex Ministro de Relaciones Exteriores; Lord Sutemi Chinda, Embajador en el Reino
76
Véase capítulo anterior, donde se explica el punto.
116
Unido; el Barón Keishiro Matsui, Embajador en Francia y Hikokichi Ijuin, Embajador en
Italia.
Gran Bretaña, por su parte, salía de la contienda como el vencedor más sólido en
Europa, pero no precisamente fortalecida. La guerra le había costado demasiado: tenía
ahora una gran deuda con Estados Unidos, una flota mercante seriamente desgastada y su
economía en general seriamente debilitada. En el aspecto militar la situación no era mucho
mejor; aunque su armada seguía siendo la mayor del mundo, había perdido gran parte de su
ventaja frente a la estadounidense por el desgaste sufrido contra Alemania, mientras que su
ejército de tierra había quedado seriamente mermado. Sin embargo en lo político, la
situación británica era, incluso, envidiable: era, sin duda alguna, el mayor árbitro en
Europa, su liderazgo en la coalición vencedora era incuestionable y estaba en una posición
ideal para extender más aún su imperio colonial a costa de alemanes y turcos. Sus objetivos
eran restaurar y asegurar la independencia de Bélgica, garantizar la seguridad de Francia
ante una posible revancha alemana (sin hundir demasiado a Alemania para no dejarle la
hegemonía continental a los franceses), eliminar la amenaza de la flota alemana de altamar,
arbitrar las disputar territoriales europeas, obtener ganancias coloniales en África y Asia,
lograr una indemnización satisfactoria de Alemania y apoyar la propuesta norteamericana
de la Sociedad de Naciones. La inmensa delegación del Imperio Británico en Versalles
estaba conformada de la siguiente manera: por el Reino Unido: David Lloyd George,
Primer Ministro; Arthur Balfour, Secretario de Asunto Exteriores; Andrew Bonar Law,
Lord del Sello Privado y Jefe de la Cámara de los Comunes; George Barnes, Ministro del
Gabinete y Lord Robert Cecil, Asesor Especial y un miembro rotativo por los Dominios
Británicos e India. Por Canadá: Robert Borden, Primer Ministro; G.E. Foster, Ministro de
Finanzas; A.L. Sifton, Ministro de Costumbres y C.J. Doherty, Ministro de Justicia. Por
Australia: William Morris Hughes, Primer Ministro y Joseph Cook, Ministro de la Armada.
Por Sudáfrica: Louis Botha, Primer Ministro y Jan Smuts, Ministro de Defensa. Por Nueva
Zelanda: William Massey, Primer Ministro. Por India: Sir Ganga Singh, Maharajá de
Bikaner y Subsecretario Parlamentario de Estado para India.
Finalmente, Estados Unidos surgió de la Gran Guerra como una potencia en toda
regla. No había sufrido daños ni devastaciones, su industria se había estimulado al
abastecer a los Aliados y era el mayor acreedor del mundo por los voluminosos préstamos
117
dados a la Entente durante la guerra. Ciertamente, en 1919 Estados Unidos era
económicamente el país más sólido del mundo. En el ámbito militar, su ejército había
pasado de ser una fuerza secundaria y poco tecnificada a ser una maquinaria bien
engrasada, de primer orden, que había salido casi intacta de la guerra, mientras que su flota
había tomado el segundo lugar mundial, muy cerca del Imperio Británico. En la situación
política, su posición internacional era de lo más ventajosa, contando su presidente con el
apodo mundial de “Profeta de la Paz” debido a sus esfuerzos por mediar en la contienda; su
papel de árbitro no era cuestionado, pues se pensaba que al no tener reclamaciones
territoriales, ni en Europa ni en ultramar, era un árbitro desinteresado, mientras que la
propuesta wilsoniana de la Sociedad de Naciones era vista como la base de lo que debería
ser el nuevo orden mundial. Los objetivos de Estados Unidos eran menos específicos que
los de las otras potencias, siendo el principal la creación de la Sociedad de Naciones y el
trazado de nuevas fronteras de acuerdo con los principios de nacionalidad y
autodeterminación de los pueblos. La delegación norteamericana estaba integrada por el
Presidente Woodrow Wilson, el Coronel Edward House, Asesor Especial, el Secretario de
Estado Robert Lansing, el General Tasker Bliss y el diplomático retirado Henry White.
Al final del capítulo anterior, mencionábamos el choque de ideologías entre el
internacionalismo wilsoniano y el nacionalismo japonés, heredero en gran parte del
realismo político bismarckiano, que la escena en París servía.
“Japón había subestimado las ideologías y se preparó para el arreglo posbélico
con los ojos cegados a todo excepto Shandong, las islas del Pacífico, y Siberia. Japón
estaba fuera del paso y era particularmente vulnerable a causa de su status de minoría
racial y religiosa entre las potencias. Japón estaba también perjudicado en el nuevo juego
a causa de que había perseguido la “expansión por medios militares”, ahora repugnantes
al mundo. A menos que la política exterior japonesa fuera inmediatamente reformada, la
conferencia de paz impondría restricciones sobre el imperio.” 77
Para analizar este delicado asunto es necesario que revisemos la piedra angular de la
política exterior norteamericana en ese momento, que sirvió de base para el armisticio del
77
Ibídem, p. 52
118
11 de noviembre de 1918 con Alemania, y que guió en gran medida las discusiones en
Versalles: los Catorce Puntos de Wilson. Estos catorce puntos fueron el resumen o síntesis
del discurso pronunciado por Woodrow Wilson ante el Congreso de Estados Unidos el día
8 de enero de 1918, en el que se exponían los objetivos políticos del país tras el fin de la
guerra que, al mismo tiempo, debían ser la base de la paz. Veamos a continuación algunos
fragmentos que resultan de gran interés, porque podían afectar directamente a Japón.
“Señores del Congreso...
Es nuestro deseo y propósito que los procesos de paz, cuando ellos se inicien, sean
completamente abiertos y que no involucren ni permitan acuerdos secretos de aquí en
adelante. El día de la conquista y el engrandecimiento ha pasado; así que también el día
de los acuerdos secretos, centrados en el interés de gobiernos particulares y
probablemente el de alguno desconocido para el momento que perturbe la paz del
mundo…
…El programa de paz del mundo, por consiguiente, es nuestro programa; y ese
programa, el único programa posible, como nosotros lo vemos, es este
1) Convenios abiertos y no diplomacia secreta en el futuro…
…3) Desaparición, tanto como sea posible, de las barreras económicas
4) Garantías adecuadas para la reducción de los armamentos nacionales
5) Reajuste, absolutamente imparcial, de las reclamaciones coloniales, de tal manera que
los intereses de los pueblos merezcan igual consideración que las aspiraciones de los
gobiernos, cuyo fundamento habrá de ser determinado, es decir, el derecho a la
autodeterminación de los pueblos.
6) Evacuación de todo el territorio ruso, dándose a Rusia plena oportunidad para su
propio desarrollo con la ayuda de las potencias…
…14) La creación de una asociación general de naciones, a constituir mediante pactos
específicos con el propósito de garantizar mutuamente la independencia política y la
integridad territorial, tanto de los Estados grandes como de los pequeños.
119
Con respecto a estas rectificaciones esenciales de mal y aserciones de derecho
nosotros nos sentimos llamados a ser los compañeros íntimos de todos los gobiernos y
pueblos asociados contra los imperialistas…
…Un principio evidente atraviesa el programa entero que yo he perfilado. Es el
principio de justicia a todas los pueblos y nacionalidades, y su derecho a vivir en
condiciones iguales de libertad y seguridad entre sí, tanto si ellos son fuertes o débiles…
…El pueblo de los Estados Unidos no podría actuar en ningún otro principio; y por
la defensa de este principio el está dispuesto a consagrar sus vida, su honor, y todo lo que
posee. El clímax moral de esto, la culminación y la guerra final para la libertad humana
ha llegado, y ellos están listos para poner su propia fuerza, su propio propósito más alto,
su propia integridad y devoción en esta prueba.”78
Si revisamos con detenimiento lo expuesto entenderemos por qué los Catorce
Puntos crearon tantos recelos en el gobierno japonés.
“(Los japoneses) Interpretaron los catorce puntos como retórica para ocultar la
conspiración anglosajona contra el Mundo No Occidental, especialmente contra el poder
recién aparecido del Pacífico, Japón”79
En la primera parte, Wilson denuncia los acuerdos secretos y la expansión
territorial, una clara amenaza a los intereses de Japón, que buscaba respaldar sus políticas
de expansión de los cuatro años anteriores precisamente a base de acuerdos secretos. En la
segunda, justo antes de enumerar sus puntos, Wilson afirma rotundamente que el programa
de paz de su país es el único programa posible, dando muestras de un convencimiento total
de sus propias ideas e incluso de un fanatismo que lo alejaría de sus colaboradores más
cercanos, como más adelante tendremos ocasión de ver.
El primer punto amenazaba directamente a Japón de nuevo con la denuncia a la
diplomacia secreta. El tercero podía alzarse como un obstáculo para la ambición del
78
Sin autor, “Discurso de los Catorce Puntos”, en www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo de
2009) On line.
79
Kawamura, N. Ob. Cit., p. 7
120
gobierno japonés de establecer zonas de influencia claras y bien delimitadas en China si se
aplicaba en el Lejano Oriente; era, otra vez, la “Política de Puertas Abiertas” contra los
“Intereses Especiales” de Japón en China. El cuarto punto también afectaba a Japón, pues
con unas relaciones cada vez más tensas y/o deterioradas con Estados Unidos y Gran
Bretaña, con la amenaza bolchevique en Rusia y con cada vez más animadversión hacia el
país en China, era obvio que Japón sólo podía tener mínimas garantías de seguridad
mediante unas poderosas fuerzas armadas. Este punto en particular resultaba irritante para
los japoneses, puesto que en 1918 la Armada de los Estados Unidos estaba en plena
expansión, siendo Japón el principal país amenazado. El quinto podía ser usado contra
Japón, en mayor medida con respecto al complicado asunto de Shandong, y en menor
medida con respecto a las capturadas islas alemanas en el Pacífico, amenazando a los
nipones con dejarlos sin ganancia alguna tras la guerra. Aunque los Catorce Puntos fueron
redactados mucho antes de la Intervención Siberiana, el sexto, aún refiriéndose a la
evacuación de Rusia por parte de los Imperios Centrales, podía ser usado para presionar a
Japón para que se retirara de Siberia, comprometiendo así sus intereses en la región y la
seguridad de Manchuria, Corea y el sur de Sajalín. Finalmente, el décimo cuarto punto
producía más desconfianzas por la naturaleza indeterminada que tenía el esbozo de la
Sociedad de Naciones que por ser una amenaza clara y real para Japón. Esto lo
ampliaremos más abajo.
Wilson presenta a su país como aliado de toda nación que luche contra los
imperialistas. Esta frase podía ser usada en el caso chino contra el imperialismo japonés,
reapareciendo entonces la idea en Wilson de que Estados Unidos debía ayudar a China a
defenderse de su “vecino egoísta” y a convertirse en una república democrática al estilo
norteamericano. Esta idea de Wilson ya había causado grandes fricciones en 1915 tras las
Veintiuna Demandas, y en 1917 con la negociación del Acuerdo Lansing-Ishii. Es
necesario explicar que muchos líderes norteamericanos llegaron a comparar las Veintiuna
Demandas con la invasión alemana a Bélgica en 1914, alegando que en ambos casos se
trataba de un ataque injustificado a una nación neutral. Finalmente, los últimos fragmentos
refuerzan la idea wilsoniana de una cruzada norteamericana por la autodeterminación de los
pueblos, en la que Wilson parece totalmente convencido de que su fervor es absolutamente
121
compartido por su pueblo. Era de esperarse, en consecuencia, que el programa wilsoniano
preocupara a los japoneses.
“Goto fue Ministro de Interior y un miembro del Gaiko Chosakai cuando le dirigió
un memorándum al Primer Ministro Terauchi en marzo de 1918, en el cual el reveló su
ansiedad de que siniestros diseños subyacían en el programa internacional de Woodrow
Wilson. El programa posbélico estadounidense, como él aseveró: “es nada más que un
masivo monstruo hipócrita aferrado a la agresión moralista y oculto por la justicia y el
humanismo… …Él predijo que la “agresión moralista” estadounidense inundaría Asia tan
pronto como la presente guerra termine y amenazará la democracia única de Japón
basada en el sistema de gobierno imperial”80
Sin embargo, la relación Japón-Estados Unidos en Versalles no fue sólo de realismo
frente a idealismo, porque el mismo Wilson mostraría en la conferencia que también sabía
ser muy pragmático para lograr sus objetivos. Este pragmatismo de Wilson se demostró en
su capacidad de ser flexible y otorgar concesiones a las demás potencias en París. La mayor
flexibilidad y pragmatismo los mostró hacia Gran Bretaña, quizá por sentir afinidad con la
otra gran nación anglosajona y por pensar que sólo trabajando juntos los estadounidenses y
británicos podrían reordenar el mundo. En un segundo lugar de pragmatismo y
acomodación se encontraba Francia, muy respetada por Wilson al ser democrática y
republicana como su país, y por haber sufrido, sin desmoronarse, el mayor daño económico
y demográfico en la guerra; sin embargo, Wilson desconfiaba del vengativo pensamiento
francés hacia Alemania. Con mucha menos disposición hacia la flexibilidad y las
concesiones estaba Wilson hacia Italia, que al ser monárquica y tener claras ambiciones
territoriales, no se adaptaba a su proyecto de mundo, pues Wilson no tenía un conocimiento
realmente profundo sobre las complicadas cuestiones políticas y étnicas europeas, siendo
un hombre más bien atrapado en la particularidades de su país y estando, por lo tanto,
incapacitado para comprender las demandas italianas sobre áreas habitadas por italianos o
ligadas históricamente a Italia en los Alpes y los Balcanes. Sin embargo, el hecho de que
Italia fuera un país blanco y cristiano, y que hubiera sufrido mucho durante la guerra, hacía
80
Burkman, T. Ob. Cit., p. 28
122
que Wilson le tuviera un mínimo de consideración. Finalmente, Japón tenía el grado más
bajo de comprensión y disposición a ceder por parte del presidente norteamericano, al ser
un país monárquico, no occidental, ni blanco, ni cristiano, y al ser, además, desde su punto
de vista, un país agresivo. Esta flexibilidad parcializada de Wilson reforzaría la
desconfianza y la opinión japonesas de que los anglosajones eran hipócritas en su discurso.
Es interesante observar que fueran precisamente Italia y Japón las potencias menos
comprendidas por Woodrow Wilson, puesto que ambas eran potencias emergentes y muy
dinámicas, pero que no tenían un espacio en el mundo acorde con su poder y dinamismo en
el orden global anterior a 1914, y que tampoco lo tendrían en el inmediatamente posterior a
1919.
“Las inclinaciones expansionistas pusieron a aspirantes potencias medias como
Japón e Italia en un puesto único entre las potencias en el período de la Gran Guerra y los
años que siguieron. Sus aspiraciones nacionales hegemónicas no podían ser realizadas sin
los límites de el status quo territorial y los llevó a que presionaran los límites del decoro
diplomático.”81
Anteriormente habíamos comparado los casos de Italia y Japón ante la Gran Guerra,
pero es también imprescindible llevar la comparación a la Conferencia de París y observar
la posición de ambas naciones ante los ojos de Wilson. Este fue poco comprensivo con las
demandas de estas naciones por diferencias ideológicas, porque Italia y Japón
representaban crecientes amenazas a la hegemonía anglo-francesa en Europa, África y el
Mediterráneo y a los intereses anglo-estadounidenses en el Pacífico, respectivamente. Si
analizamos esto con detenimiento, resulta fácil entender cómo los dos países terminarían
aliados entre sí, y con Alemania, dos décadas después. También resulta evidente que el
idealista programa wilsoniano seguía manteniendo tras bastidores las mismas maneras de la
vieja diplomacia, y que su altruismo no iba más allá de las palabras si el control angloestadounidense del mundo era amenazado.
81
Ibídem, p. 18
123
Ya que empezamos a analizar las peculiaridades de Woodrow Wilson en relación a
Japón, es necesario mencionar el peso que cada uno de los delegados y sus personalidades
tuvieron en las negociaciones. En los capítulos anteriores realizamos nuestros comentarios
en base a los intereses y concepciones de las naciones como un todo, abordando a sus
pueblos y gobiernos como colectivos homogéneos, pero ahora debemos darles su justo
lugar a los individuos. Y es que en la Conferencia de Versalles, como pocas veces en la
historia, el destino de millones estuvo en las manos de unos pocos, y las interacciones entre
estos pocos, condicionadas en gran parte por sus personalidades, fueron cruciales para
formar el destino del mundo posterior a 1919. Por eso mismo, debemos, al menos,
considerar con cierta celeridad a los miembros más prominentes de las delegaciones de
Estados Unidos, el Imperio Británico y Japón.
Además de la notoria figura de Wilson, en la delegación norteamericana se
encontraban el Coronel Edward House, el Secretario de Estado Lansing, el general Tasker
Bliss y el diplomático Henry White. Mientras que Bliss fue colocado como un simple
asesor para tecnicismos militares y White lo fue para incluir al menos a un republicano y
callar las protestas de ese partido en el Congreso, House y Lansing tuvieron un papel más
importante. Lansing, como Secretario de Estado, estaba donde debía estar, pues era, al
menos en teoría, el jefe de la política exterior del país; pero en realidad, sus posturas
pragmáticas hacia los europeos, e incluso hacia los japoneses (llegando a abogar desde
1915 por dejarle al país asiático un espacio necesario como líder de su región para evitar
una guerra en el Pacífico), le habían hecho ganar cierta desconfianza, cuando no clara
antipatía, por parte de Wilson. House, por su parte, había sido íntimo consejero de Wilson
desde una fecha tan temprana como 1911, antes de ser este último presidente. House
muchas veces sirvió de vínculo entre Wilson y Lansing, y fue el encargado de dirigir la
delegación norteamericana entre finales de febrero y mediados de marzo de 1919, cuando
Wilson tuvo que volver a Washington. House caería en desgracia ante Wilson por esa fecha
al dejar de lado las discusiones sobre la Sociedad de Naciones, por influencia de
Clemenceau y Orlando, para atender las disputas territoriales y las condiciones a imponerse
a Alemania. Cuando Wilson regresó a París y supo esto, se distanció de House, lo relegó a
una posición secundaria y radicalizó su postura en varios puntos cruciales, llegando a
situaciones realmente tensas con Clemenceau y Orlando, forzando a este último a
124
abandonar la conferencia al negarse a la incorporación de Fiume a Italia. Es importante
remarcar que Wilson había asistido a la conferencia contra la voluntad de Lansing y House,
que pensaban que él no debía comprometer directamente su prestigio en unas negociaciones
de incierto resultado, pero el primer mandatario estadounidense estaba convencido de que
su presencia era necesaria y de que él y su proyecto eran la gran esperanza de los pueblos
del mundo.
Menos pintorescos resultan los personajes de la delegación británica. El primer
ministro del Reino Unido, David Lloyd George era un político veterano; venía de liderar
una exitosa coalición parlamentaria en su país y de dirigir al imperio más grande del mundo
durante el titánico esfuerzo bélico. Nunca destacó demasiado en las discusiones por crear
polémicas, dando muestras de gran astucia y capacidades de liderazgo y negociación al
lograr todos, o casi todos, los objetivos de su país. Más destacado fue el Secretario de
Asuntos Exteriores, Arthur Balfour quién, con su famosa declaración, impulsó el
establecimiento de un Estado judío en Palestina. Pero quizás los miembros más resaltantes
de la delegación británica fueron Robert Cecil y William Morris Hughes, este último el
primer ministro australiano. Cecil era otro político veterano, con gran experiencia en el
gobierno bajo Lloyd George. En París asumió la representación británica ante la Comisión
de la Sociedad de Naciones y fue un firme promotor de este proyecto. Hughes, por su parte,
protagonizó un verdadero duelo con los delegados japoneses por la propuesta de igualdad
racial, siendo quizá el personaje más complejo política, e incluso psicológicamente, de la
delegación británica.
Antes de comentar la presencia de los delegados japoneses, debemos dejar
constancia de que Japón era la única de las grandes potencias que no estaba representada en
París por su Jefe de Gobierno o su Jefe de Estado, lo que en opinión de muchos autores,
como Naoko Shimazu y Thomas Burkman, sería determinante.
“Chinda aconsejó a su gobierno el 21 de noviembre que las mayores potencias
estaban enviando Jefes de Estado y que Japón debía enviar lideres con al menos el status
de Ministro de Estado. Él también advirtió a Tokio de no incluir oficiales militares o
alguien con pasada asociación alemana en un puesto alto de la delegación. El Primer
125
Ministro Hara insistió en que ni él ni el ministro de exteriores podrían permitirse dejar el
país en un momento de inestables condiciones internas.” 82
El Primer Ministro Takashi Hara había sido elegido en septiembre de 1918, tras la
caída del gabinete Terauchi. Es relevante destacar que el gabinete que formó Hara, fue el
primero de la historia de Japón que respondía a la mayoría de un partido en la Dieta, el
Seiyukai, y que Hara fue el primer Jefe de Gobierno del país de origen plebeyo y no noble.
“El período de la Primera Guerra Mundial presenció un cambio político
trascendental cuando el viejo Genro (estadistas superiores) disminuyó su vigor y un
genuino gabinete de partido llegó al poder por primera vez en septiembre de 1918. La
forma modificada de la autoridad política influiría en el estilo y el contenido de la
diplomacia japonesa en el período subsiguiente a la Gran Guerra. Los gabinetes de
partido supervisarían la entrada a la Sociedad de Naciones y la actividad de la nación
como un miembro de la Sociedad hasta la víspera de su retirada en 1933.”83
También es destacable mencionar que Hara se había opuesto a las Veintiuna
Demandas y a la Intervención Siberiana. La situación interna de Japón no era fácil para este
nuevo líder político. Los disturbios del arroz, que habían provocado la caída de Terauchi,
habían dejado una profunda inestabilidad en la política nacional, a la vez que Hara y los
liberales del Seiyukai debían cumplir las expectativas del pueblo y acercarse a las potencias
anglosajonas, sin enemistarse demasiado con la clase política tradicional, que aún tenía
mucho poder. Fue por estas razones que ni Takashi Hara, ni su Ministro de Asuntos
Exteriores, Kosai Uchida, fueron a París en representación de su país, teniendo que recurrir
a un equipo de políticos liberales de larga experiencia en Europa. Veamos a cada uno de
estos delegados. El príncipe Kimmochi Saionji, había sido Primer Ministro en 1906-1908 y
1911-1912. Fue uno de los últimos Genro (políticos expertos que eran asesores extra
constitucionales del emperador), amigo del difunto Emperador Meiji (Mutsuhito) y había
participado en las guerras que dieron paso a la Restauración Meiji. Para 1919 Saionji había
82
83
Ibídem, p. 57
Ibídem, p. 12-13
126
sido embajador ante Austria-Hungría, Alemania y Bélgica y había vivido en París una
temporada desde 1871, entablando amistad con Georges Clemenceau. Kimmochi Saionji
había sido uno de los fundadores del partido Seiyukai junto con Hirobumi Ito, en 1900. Es
evidente por que Hara lo nombró jefe de la delegación enviada a Versalles, pues era un
liberal de vieja data, un experto de la política europea, con contactos y vínculos
importantes, y alguien de plena confianza para el premier japonés de turno. Sin embargo, el
papel de Saionji fue muy limitado al encontrarse bastante enfermo para la fecha. El jefe real
de la delegación japonesa era el Conde Nobuaki Makino. Makino había sido parte de la
famosa Misión Iwakura, con la que viajó como estudiante a Estados Unidos; fue embajador
ante Austria e Italia, Ministro de Educación, miembro del Consejo Privado del Emperador
y pionero del liberalismo como Saionji e Ito. Makino fue el delegado japonés que más
destacó en Versalles, encabezando las negociaciones por la cláusula de igualdad racial y el
arreglo en Shandong.
Menor relevancia tuvieron los delegados Sutemi Chinda, Keishiro Matsui e
Hikokichi Ijuin, quienes eran embajadores en Gran Bretaña, Francia e Italia
respectivamente. Ellos fueron incluidos en la delegación por ser embajadores ante las tres
principales potencias europeas de la Entente, teniendo más bien un papel auxiliar de
Makino, que era el delegado principal. Obviamente la estrategia política japonesa era que el
príncipe Saionji le diera a Makino el respaldo de su experiencia, sus contactos y su
prestigio, mientras que los tres embajadores le darían una visión actualizada de las tres
naciones europeas en las que trabajaban, para que así el conde pudiera llevar a cabo su tarea
como negociador principal. Es necesario explicar que estos eran los delegados más
notables, pues la delegación japonesa pasaba de 60 personas, si contamos a los expertos y
asesores de menor rango.
Si miramos con mayor profundidad a la delegación nipona, resulta interesante
destacar que estaba mucho más enfocada hacia Europa que hacia Estados Unidos. Makino,
el delegado más importante, había sido sólo estudiante en Norteamérica, mientras que él
mismo y los demás eran diplomáticos activos en Europa o con larga experiencia en ese
continente. Es muy probable que la estrategia de Japón fuera usar los pactos secretos con
los europeos como un escudo ante los norteamericanos, y así lograr sus objetivos; o
127
también, sencillamente, prescindir de personas con más experiencia ante los
estadounidenses como Kikujiro Ishii por razones de política interna. En el caso particular
de Kikujiro Ishii, viajó a París, pero tuvo un papel muy secundario con la delegación, pues
estaba muy vinculado al gobierno anterior. Es muy posible que la ausencia de Hara y
Uchida debilitara la posición de los delegados en París, algo que se vería complicado por la
particular dinámica de toma de decisiones que tenía Japón en aquel momento. En el Japón
de esos días, el gabinete tenía un escaso poder, si lo comparamos con el caso francés, inglés
o italiano. En ese país existía una inestable combinación de poderes entre el gabinete, el
Consejo Asesor Diplomático (Gaiko Chosakai) y el Genro. El Consejo Asesor Diplomático
era una institución recién creada para 1919, que usurpaba gran parte de las funciones del
Ministerio de Asuntos Exteriores y le permitía a la Corte Imperial vetar las decisiones del
gabinete. De más está decir que esta institución era extra constitucional. Por su parte, el
Genro estaba formado por políticos veteranos de la Restauración Meiji, que habían sido
nombrados consejeros especiales por el Emperador Meiji y que, en esta época, eran una
auténtica sombra tras el trono. Este grupo de élite política y nobiliaria, en la práctica,
formaba y disolvía gabinetes, y pocas decisiones se tomaban en Japón sin su aprobación.
Esta situación se había acentuado desde 1912, cuando el nuevo Emperador Taisho subió al
trono, pues este nuevo monarca estaba incapacitado para gobernar por sus problemas de
salud, aumentando así el poder del Genro y disminuyendo alarmantemente la coordinación
entre éste, el gabinete y los líderes militares. Estas contradicciones se acrecentaron aún más
con la subida al poder de Takashi Hara y el Seiyukai. Con esta confusa situación interna,
muy distinta a la de Estados Unidos, no es de extrañar que el trabajo de la delegación en
Versalles haya sido aún más difícil de lo que ya debía ser por la propia situación
internacional.
“Los Estados Unidos operaron bajo el liderazgo fuerte del presidente Wilson con
su fe inquebrantable en la misión del país, y las directivas de Japón vacilaban entre un
curso independiente arrogante en Asia Oriental y la política convencional de complacer
los deseos de poderes occidentales” 84
84
Kawamura, N. Ob. Cit., p. 7
128
Otra importante cuestión que no podemos dejar de mencionar es la creciente
desconfianza anglo-americana hacia Japón. He aquí algunas útiles referencias al respecto:
“El aislamiento diplomático de Japón, atribuido a la agresividad en las Veintiuna
Demandas y la Intervención Siberiana, fue exacerbado por la penetrante sospecha entre la
Entente de que Japón simpatizaba con los Imperios Centrales. Las críticas de medios
japoneses de los objetivos de guerra de la Entente y exoneraciones de la causa alemana
causaron mucha irritación entre los residentes extranjeros en Japón. La admiración el
espíritu marcial alemán y la máquina de lucha prusiana habían sido fuertes entre los
oficiales del ejército japonés desde la época de la guerra franco-prusiana… … Los líderes
de la Entente eran conscientes de las conversaciones exploratorias secretas germanojaponesas en Beijing, Estocolmo, y Tianjin concernientes a un arreglo bilateral. Alemania
tomó la iniciativa en estas sondeos, Japón no hizo concesiones, y Tokio cuidadosamente
mantuvo a Londres informado; pero la disposición de Japón a explorar opciones
independientes parecía ser una violación del espíritu de la Declaración de Londres, en la
que los Aliados rechazaron cualquier paz separada.” 85
Esta clase de opiniones entre los dirigentes de las potencias aliadas fueron un gran
obstáculo para los objetivos japoneses, y se constituyeron en una de las razones de la
cuidadosa selección de los miembros de la delegación por parte de Hara que, de manera
explícita, evitó enviar, en puestos altos, a militares o personas con anteriores vinculaciones
con Alemania. Sin embargo, debemos tomar con cuidado esta matriz de opinión acerca de
Japón que intentó crearse en esos años, y que venía gestándose desde los tendenciosos
artículos publicados por la prensa estadounidense desde 1915. En realidad, por mucha
simpatía que la élite militar nipona sintiera por Alemania, era irreal pensar en un plan
japonés de traicionar a la Entente que, al fin y al cabo, tenía mucho más que ofrecerle al
país. También resulta necesario reseñar que los japoneses siempre mantuvieron informados
a los británicos de sus negociaciones tras bastidores con los alemanes e, incluso, podría
pensarse que estos encuentros no fueron más que sutiles medidas de presión hacia Gran
Bretaña y Francia en pro de los objetivos nipones tras la guerra.
85
Burkman, T. Ob. Cit., p. 22
129
Una vez mínimamente explicada la situación de Estados Unidos, Gran Bretaña y
Japón tras la guerra, así como la composición interna de las tres delegaciones, y cómo la
cambiante política interna japonesa debilitó, desde el punto de partida, a la representación
nipona, podemos entonces abordar directamente el desarrollo de la conferencia de paz. Para
nuestro análisis nos centraremos en cada uno de los objetivos de Japón en la conferencia,
pues cada uno de ellos produjo una “batalla diplomática” con características, alianzas y
contra alianzas propias que determinarían el resultado final. Estas “disputas diplomáticas”
en las que nos centraremos son: la Propuesta de Igualdad Racial, el mandato sobre las Islas
del Pacífico, el puesto permanente de Japón en el Consejo de la Sociedad de Naciones y la
disputa entre China y Japón por Shandong.
III-A.1) La propuesta japonesa de igualdad racial, primera gran colisión de Japón con
el muro anglo-estadounidense
Empezamos con este punto porque fue el único objetivo japonés en Versalles
relacionado plenamente con la propia fundación de la Sociedad de Naciones, en tanto que
el Convenio de la Sociedad de Naciones constituyó la primera parte del Tratado de
Versalles, y porque esta situación, y su desenlace, condicionaron en gran medida el
resultado de los demás objetivos nipones en la conferencia.
Como dijimos en el epígrafe anterior, en Japón, para comienzos de 1919, los
políticos más conservadores y los más liberales libraban una batalla bajo la superficie, con
la finalidad de controlar el país y dictar su política exterior. Concretamente, de cara a la
conferencia de paz, nos encontramos con una información sorprendente:
“En contraste con las otras grandes potencias, que habían invertido considerable
tiempo y esfuerzo en preparativos para la paz, los gobiernos de Okuma y Terauchi,
inmediatamente precedentes a Hara, tuvieron una visión limitada del papel de Japón en la
guerra, la cual se reflejó en su actitud hacia la paz. Básicamente ellos tendieron a percibir
la guerra como una guerra europea predominantemente, en la cual el rol de Japón se
limitaba a confrontar a Alemania en el Oriente. Por lo tanto, fue generalmente asumido
que Japón había logrado su objetivo fundamental para entrar en la guerra cuando capturó
las posesiones alemanas en el Lejano Oriente y el Pacífico en 1914. Con tal objetivo
130
limitado en mente, el gobierno de Okuma empezó los preparativos para la paz en octubre
de 1914, y estableció el Comité Preparatorio para la Paz Nipón-Germano (Nichidoku
kowa jumbi iinkai) en septiembre de 1915 bajo el Ministerio de Relaciones Exteriores para
deliberar sobre los términos de armisticio y paz. La agenda del comité reflejó la
preocupación del gobierno por el deseo de mantener el equilibrio de Asia Oriental libre de
las otras grandes potencias, a cambio de la no intromisión de Japón en el equilibrio
europeo. El problema fue que el gobierno japonés continuó con esta visión, la cual estaba
basada en suposiciones que se remontaban a 1914, tan tardíamente como noviembre de
1917 fue cuando el Ministerio de Relaciones Exteriores, después de haber asistido a la
Conferencia Interaliada en París, finalmente se dio cuenta de que las potencias
occidentales no podían ser mantenidas fuera del arreglo del Lejano Oriente. Debido a que
el gobierno estaba asumiendo su plan de paz exclusivamente en términos prácticos de un
arreglo en Asia Oriental, quedó en la confusión al descubrir a finales de 1918 que la
venidera paz estaría basada en los Catorce Puntos wilsonianos de enero de 1918, los
cuales no sólo incluían el importante principio de autodeterminación sino también una
promesa de establecer un nuevo orden internacional en forma de una asociación de
naciones.” 86
Así, vemos que desde el propio inicio, Japón iniciaba su marcha a Versalles de
forma tambaleante, muy al contrario de las “Cuatro Grandes”. El mismo autor nos refiere
cómo el gobierno japonés pudo fijar un rumbo mínimo hacia París:
“(Se) estableció que dos miembros del consejo asesor diplomático, Makino
Nobuaki e Ito Miyoji, rehicieran la política de paz. En segundo lugar, el consejo asesor
diplomático fundó el segundo comité preparatorio de la paz el 13 de noviembre 1918, con
el objetivo de proveer pautas de política exterior, sobre la base de los catorce puntos, al
consejo asesor diplomático y a la delegación de paz. A saber, la política de paz cambiada
comprendía tres principios muy importantes: (1) "condiciones de la paz en las que Japón
solamente tiene interés por separado de los poderes aliados y asociados" que incluían la
transferencia de los derechos en relación con las ex colonias alemanas de Qingdao y las
islas del Pacífico al norte del ecuador; (2) "condiciones de paz en las que Japón no tiene
interés directo" en las que Japón debe estar alerta y tratar de contribuir tanto como sea
posible; y (3) "condiciones de la paz en las que Japón tiene común interés con los poderes
aliados y asociado", para los que los delegados tienen orden de coordinarse tanto como
sea posible con las otras naciones aliadas. En términos concretos, el primer principio era
el más importante pues hacía referencia a la adquisición de los derechos a la península de
Shandong y a las islas del Pacífico al norte del ecuador. El tercer principio, una referencia
86
Kawamura, Noriko. Ob. Cit., p. 44-45
131
para los catorce puntos wilsonianos, subrayaba la actitud internacionalista pro-occidental
de Hara que reconoció la necesidad de Japón de cooperar con las grandes potencias
occidentales en crear un nuevo orden internacional.”87
La presencia de los Catorce Puntos de Wilson creó un escenario nuevo dentro de la
política japonesa debido a la gran desconfianza que la propuesta wilsoniana despertó. Es
oportuno aclarar que este escepticismo japonés no se limitaba a las ideas de Wilson, sino
también hacia las famosas “Tesis de Abril” de Lenin, que eran una especie de respuesta
comunista a los Catorce Puntos.
“un cauteloso escepticismo marcó las reacciones de las élites políticas japonesas a
ambas, el liberalismo wilsoniano y el anti-imperialismo leninista. Dos factores
condicionaron esta reacción: una indiferencia cultural hacia las ideologías de estilo
occidental, y un cínico realismo desarrollado a través de la experiencia histórica… …El
contenido ideológico del wilsonismo y el leninismo le pareció a la mayoría de los
japoneses como irrelevante en el mejor de los casos y como hipócrita en el peor… …La
accidentada experiencia de Japón en arreglárselas con Occidente había enseñado a los
japoneses que el poder, no los valores morales o las leyes internacionales, dominaban la
lucha de la diplomacia”88
Sin embargo, por mucha indiferencia, desconfianza, rechazo o escepticismo que los
líderes japoneses sintieran hacia el programa de Wilson, y hacia sus reales amenazas a los
intereses de Japón, como antes remarcamos, la realidad era que Europa, y especialmente el
Reino Unido, apoyaba en mayor o menor medida este programa y que si la Sociedad de
Naciones se formaba, Japón no podía darse el lujo de estar fuera de ella. Pero tampoco
podía permitirse entrar sin garantía alguna a un sistema que muy posiblemente sería un
instrumento de dominación anglosajona del mundo. De este dilema nace la propuesta de
igualdad racial.
Takashi Hara y sus colaboradores, viendo los antecedentes de roce entre Estados
Unidos y su país por motivo de la inmigración, y considerando las ideas de “choque de
razas” que rondaban en el Japón de esos días, diseñaron la propuesta como una manera de
insertar una protección o garantía en la nueva organización que se formaría, permitiéndole a
87
88
Ídem
Burkman, T., Ob. cit., p. 11-12
132
Japón entrar en ella, restaurar sus relaciones con las otras grandes potencias y devolverle en
gran medida la armonía y el equilibrio geopolítico a Asia Oriental, obteniendo, así, más
seguridad para el país, basándose no en las armas, sino en la diplomacia y la cooperación
internacional. La propuesta les permitiría lograr todo esto blindándose ante las críticas de
los más conservadores. Vemos, pues, que la propuesta no sólo pretendía asegurar la
posición de Japón ante el mundo, sino también la de esta nueva generación de políticos
dentro del propio archipiélago. En cualquier caso, explicaremos un poco más dos aspectos
en este sentido, la teoría del “choque de razas” y las diferentes interpretaciones que se le
han dado a la iniciativa japonesa de proponer la igualdad de razas en Versalles.
Respecto al primer aspecto, podemos decir que desde que el Káiser hablara en 1895
y 1904 del “peligro amarillo,” e intentara presentar al mundo la guerra ruso-japonesa como
una guerra de razas, la tesis de un enfrentamiento entre blancos y amarillos había cobrado
mucha fuerza. Hay que recordar que en este tiempo el pensamiento racista era notablemente
fuerte, e incluso legítimo y muy aceptado. Los europeos habían utilizado el argumento de
su supuesta superioridad racial como una de las justificaciones de su expansión colonial, a
la vez que en países como Estados Unidos, las colonias británicas y las francesas, las
políticas de discriminación racial eran algo cotidiano. Todo ello fue creando, a manera de
discurso de respuesta política, una especie de contra racismo amarillo en la clase política
japonesa, que veía en su país al líder natural de los pueblos asiáticos, que algún día los
dirigiría en una lucha mundial contra los blancos. Muchos pensadores nipones, como
Aritomo Yamagata, estaban convencidos de que tras la Primera Guerra Mundial, vendría
una gran guerra racial a escala mundial.
“Kato predijo que Japón tendría algunos años de ventaja antes de que los
exhaustos beligerantes europeos recuperaran su fuerza militar y financiera. Sin embargo,
Japón podría esperar que las potencias persiguieran la recuperación renegociando su
actividad comercial en China tan pronto como la lucha finalizara. Para mantener sus
avances de los tiempos de guerra, Japón debe mantener la Alianza Anglo-Japonesa y
ejercer el nivel de energía que en el período Meiji había llevado a la revisión de los
tratados y la victoria sobre China y Rusia… …El Genro Yamagata fue más allá de la
predicción de Kato de rivalidad comercial a prever un enfrentamiento racial e incluso una
confrontación militar con Occidente. Sabiendo que Japón era una nación débil que nunca
podría permanecer de pie militarmente frente a un concierto de potencias hostiles, la
oligarquía Choshu a través de su larga carrera militar y política había urgido por la
133
prudencia en política exterior. Más temprano en la guerra sus informes habían revelado a
un hombre casi obsesionado con el miedo de una confabulación por prejuicio racial y anti
japonés. Describió la guerra como un conflicto final en Europa entre naciones de raza
blanca, para ser seguido por una guerra racial entre coaliciones blancas y amarillas, su
obstinado esfuerzo por una alianza ruso-japonesa fue motivado en parte por el deseo de
prevenir la formación de un bloque blanco y anti amarillo.”89
En cuanto al segundo aspecto, los motivos de la propuesta japonesa, podemos decir,
de partida, que se han manejado tres grandes interpretaciones: la primera, es que se trataba
de un instrumento para darle entrada libre a sus inmigrantes en los países anglosajones; la
segunda, es que consistía en una maniobra de presión hacia Estados Unidos y Gran Bretaña
para obtener más fácilmente lo que a los japoneses les interesaba en el Pacífico y
Shandong, y la tercera, es que la propuesta estaba encaminada a reforzar el estatus de gran
potencia de Japón. Cada una de estas explicaciones nació de un punto de vista distinto en la
conferencia, y las abordaremos una a una con mayor detenimiento, iniciando con la última,
pues creemos que esta es quizá la raíz del asunto.
La teoría de que la propuesta de igualdad racial fuera una herramienta para proteger
a Japón dentro de la Sociedad de Naciones, y asegurarle un estatus igual al de las potencias
occidentales es sostenida por autores como Thomas Burkman y Naoko Shimazu. Para ellos,
es fundamental comprender que Japón venía enfrentando un desafío tras otro por parte de
Occidente desde antes de la Restauración Meiji, tal y como vimos anteriormente. Estos
desafíos a Japón como nación siempre habían rozado el racismo, como se constata en la
teoría alemana del “peligro amarillo” de la época de la Triple Intervención y de la guerra
ruso-japonesa, o en las políticas de segregación en California antes de 1910. Todo esto
interesa no sólo por el maltrato o la difamación hacia el pueblo japonés, sino por cómo
afectaba la posición de Japón a nivel mundial. Más que pensar en las personas, los líderes
nipones pensaron en el prestigio de su nación frente a Occidente, puesto que, después de
todo, el gran esfuerzo político de las seis décadas anteriores había tenido como objetivo
fundamental alcanzar la paridad con los occidentales. Prueba de ello fue el Acuerdo de
Caballeros de 1908 que, aunque no mejoró demasiado las restricciones de la inmigración
nipona a Estados Unidos, si salvó el prestigio del país. Otra prueba de esta política
89
Ibídem, p. 26-27
134
gubernamental japonesa, que Shimazu llama “política del prestigio”, fue que aunque
Australia tenía también políticas restrictivas hacia la inmigración japonesa, nunca hubo un
roce directo entre los dos países antes de 1919, porque los australianos utilizaban
tecnicismos jurídicos que no aludían directamente a los japoneses, por lo que el prestigio y
el buen nombre del imperio no se veía comprometido.
En virtud de la importancia de esta “política de prestigio” es que surge la propuesta
de igualdad racial. Como se explicó más arriba, aún en 1918 el gabinete de Terauchi no
había ponderado realmente la importancia del programa wilsoniano, por lo que cuando fue
informado de que los Catorce Puntos serían la base de la conferencia de paz, el gobierno
ordenó una casi total revisión del programa nacional de paz. Fue entonces cuando Nobuaki
Makino y Miyoji Ito rehicieron el trabajo del anterior gobierno, ya bajo la supervisión del
nuevo premier Hara. Es destacable el largo y áspero debate entre Makino e Ito sobre cómo
Japón debía abordar el asunto de la Sociedad de Naciones. Para Ito, y para muchos en el
gobierno, la Sociedad de Naciones no era más que una trampa de los occidentales para
impedir la expansión del país y doblegarlo a sus deseos. En contraste, Makino afirmaba que
Japón no podía quedarse atrás en la iniciativa de la Sociedad de Naciones, ya que si no
mostraba una buena disposición, si tenía un papel pasivo, o si saboteaba su fundación,
confirmaría las sospechas de las potencias occidentales y quedaría aislado en el nuevo
orden que se diseñara en la conferencia. Makino y los demás liberales presentaron al
gobierno la propuesta de igualdad racial como el escudo con el que Japón estaría a salvo de
nuevas humillaciones, pudiendo entrar sin temor a la proyectada organización
internacional.
Debe resaltarse que muy pronto la propuesta de igualdad racial adquirió un peso
importantísimo ante la opinión pública japonesa. Ya desde los años de la guerra, los más
liberales en Japón venían interesándose por las propuestas de una Sociedad de Naciones
que circulaban en Estados Unidos y Gran Bretaña aún antes de que Wilson presentara sus
Catorce Puntos, pero esto no se había traducido en un interés activo por parte del gobierno,
como ya mencionamos. Por otra parte, el asunto de la discriminación de los japoneses fuera
de su país había sido, hasta estas fechas, un asunto más que todo del gobierno, poco
conocido por el pueblo. Pero en los meses inmediatamente anteriores al armisticio, la
propuesta de los liberales se difundió ampliamente entre los japoneses y se convirtió en un
135
tema recurrente en los periódicos del país, así como en un elemento de presión popular. De
manera inesperada, el gobierno japonés pasaba de una indiferencia casi total hacia la
Sociedad de Naciones, a llevar una propuesta muy polémica, y de suma importancia para el
pueblo, llegándose a conformar importantes grupos de presión radicales como la Unión
para la Abolición de la Discriminación Racial (Jinshuteki Sabetsu Teppai Kisei Domeikai)
o Genyosha (Asociación Océano Oscuro) y otros más pacíficos, como la Liga por la
Diplomacia del Pueblo (Kokumin Gaiko Domeikai), la Asociación para Publicistas de
Asuntos de Paz (Kowa Mondai Yushikai) y la Asociación Nipón-Estadounidense
(Nichiboshikai). Veamos algunos comentarios acerca de esta cuestión:
“el Hochi en un editorial del 1º de diciembre aseveró que la campaña por el trato
igualitario de la razas extranjeras por parte de los europeos y estadounidenses era más
importante a los ojos del pueblo japonés que la adquisición de Qingdao y las islas del
Pacífico. Esta fue una representación exacta del sentir popular.”90
“En general, los periódicos de gran formato apoyaban enérgicamente la propuesta
para la igualdad racial del gobierno. La igualdad racial resultaba atractiva para el
instinto nacionalista del público en general porque reflejó la experiencia del pasado
compartido del público y parecía más inmediatamente relevante que las demandas
territoriales estratégicas en Shandong y las islas del Pacífico.”91
Esta situación contrastaba totalmente con la de meses atrás, cuando de cara a la
Conferencia Interaliada de París, los objetivos posbélicos de Japón habían sido muy
limitados y bastante distantes del proyecto de la Sociedad de Naciones.
“Una formulación más concreta de las condiciones de paz de Japón fue revelada en
el momento de la Conferencia Interaliada, la cual se inició en París el 29 de noviembre de
1917. Anticipándose a una discusión de términos de paz, el Ministro de Exteriores Motono
cablegrafió una declaración de “política general” a los delegados japoneses. Las
instrucciones fueron sancionadas por el Gaiko Chosakai y siguió las líneas establecidas
por la Comisión Preparatoria de Paz un año antes:
1. En materias de directa incumbencia a Japón y no a otras potencias:
90
Ibídem, p. 83
Shimazu, Naoko. Japan, Race and Equality. The Racial Equality Proposal of 1919. Routledge, Londres,
1998, p. 54
91
136
a. Asegurar la transferencia de los varios derechos y posesiones económicas tenidas
por Alemania antes de la guerra en la provincia de Shandong.
b. Asegurar la cesión de las islas del Pacífico Sur Alemán al norte del Ecuador y la
transferencia de varios derechos y posesiones económicas relacionadas
2. En materias donde los intereses japoneses no estuvieran directamente involucrados,
evitar cualquier participación innecesaria en las deliberaciones.
3. En materias donde los intereses de Japón y los aliados coincidan, actuar en unísono con
los Aliados en concordancia con las tendencias generales del mundo.” 92
“Mientras el ministro de exteriores nunca dio unas instrucciones claras para o
contra la Sociedad, los plenipotenciarios deducirían de las vagas instrucciones estas
directivas: la delegación debía (1) intentar demorar la formación de la Sociedad, (2) evitar
quedar fuera, si su establecimiento parece inevitable, y (3) trabajar dentro del contexto del
asunto de la Sociedad para presionar por la igualdad racial. Las instrucciones oficiales
quedaron sin cambio a través de la conferencia. En cumplimiento de estas instrucciones, la
delegación primero arrastró sus pies a la cuestión de la Sociedad y entonces se dedicó a
alterar la sustancia del Convenio hasta hacerlo receptivo a los intereses nacionales de
Japón.”93
Es evidente, por tanto, que justo con el cambio de gabinete en Japón aumentó la
influencia de nuevas ideas liberales que pretendían que el país tuviera una mayor
participación en el nuevo orden mundial y que, incluso, contuviera implícita una propuesta
que asegurara su estatus. Debemos comprender que para los líderes japoneses la igualdad
racial era el único escudo fiable frente a los europeos y norteamericanos. En el gobierno
japonés creían firmemente que, sin algún basamento legal que consagrara el nuevo estatus
de Japón como una potencia igual a Estados Unidos, Francia o Gran Bretaña, su país
quedaría indefenso en una organización dominada por sus rivales. De una manera no muy
distinta pensaba el pueblo que, además, se entusiasmó con la idea de que su nación pudiera
aportar algo a la nueva organización mundial. En pocas palabras, la propuesta de igualdad
racial era, en la víspera de la conferencia de paz, la mayor bandera de los liberales
japoneses siendo, a la vez, una manera de hacer participar a la nación en el programa
92
93
Burkman, T. Ob. Cit., p. 30
Ibídem, p. 64
137
posbélico ya perfilado en Occidente y una herramienta que callaría las voces de extrema
desconfianza de los conservadores, consolidando el poder de los liberales. Es fácil imaginar
entonces la suprema presión psicológica que cargaron consigo Makino Nobuaki y los
demás por aquellos días.
Aunque los japoneses traían su propuesta diseñada desde finales de 1918, esperaron
para su presentación a que en la conferencia de paz se formara una comisión especializada,
la Comisión de la Sociedad de Naciones, bajo la presidencia del propio Woodrow Wilson.
“La arena formal para efectuar cambios en el Convenio fue la Comisión de la
Sociedad de Naciones. El Presidente Wilson presidió las reuniones de esta comisión, la
cual se reunió en el Hotel de Crillon. Estaba compuesta de quince miembros – dos de los
Cinco Grandes, y uno de las cinco potencias más pequeñas. Los representantes de las
potencias menores se reunieron el 27 de enero para elegir entre nueve aspirantes. China
fue una de las cinco elegidas.”94
Cuando los debates comenzaron, Wilson propuso una enmienda al Artículo 21 del
Convenio para garantizar la tolerancia religiosa. Fue entonces cuando Makino y Chinda le
presentaron informalmente su propuesta al Coronel House, pues no se sentían con la
influencia y los contactos necesarios para dialogar directamente con Wilson. Es reseñable
referir que los delegados nipones se valieron de una cita de la constitución de los Estados
Unidos, en la que se afirmaba que todos los hombres nacen iguales, para sustentar su
propuesta. Este primer intento ocurrió en febrero, poco antes de la partida de Wilson a
Washington, y se trataba de una modificación al mismo Artículo 21 del Convenio de la
Sociedad de Naciones para incluir la igualdad de razas. Para gran sorpresa de los japoneses,
ni House ni Wilson se opusieron inicialmente a su propuesta, señalando más bien que la
misma era compatible con el espíritu de la Sociedad de Naciones. Pero eso no significaba
que el éxito de su misión estuviera asegurado. En la Comisión de la Sociedad de Naciones,
la mayor oposición llegaría de parte de Australia y su obstinado Primer Ministro.
Para el año 1919, el gobierno australiano llevaba a cabo una política llamada
popularmente “Australia Blanca,” que consistía en restringir la inmigración de personas no
europeas o no blancas al país. Esta política era uno de los pilares del manejo interno del
94
Ibídem, 64
138
Dominio por parte del gobierno. Australia había obtenido el rango de Dominio, es decir, la
plena autonomía interna, apenas en 1901, por lo que su gobierno era muy celoso de sus
decisiones, y eso incluía la política migratoria. El gobierno australiano estaba firmemente
convencido de que sólo preservando la homogeneidad racial de la población podría
mantener la estabilidad política, manifestando una actitud hacia todos los pueblos no
blancos muy parecida a la de la élite anglo-bóer en Sudáfrica. Llama la atención que esas
políticas racistas fueran mucho más pronunciadas en los Dominios británicos que en la
propia Gran Bretaña. Quizá el hecho de que estas minúsculas poblaciones de origen
europeo se encontraran a tanta distancia de Occidente, y en medio de un mar de nativos de
otras culturas y etnias, las hiciera estar a la defensiva. Sin embargo, dos factores adicionales
a estos condicionaban esta práctica en Australia, y eran de índole económica. Para 1919 el
Partido Laborista Australiano era el de mayor fuerza en el país y los sindicatos y uniones de
trabajadores que lo respaldaban estaban muy preocupados porque los inmigrantes no
europeos que entraban a Australia, con su mano de obra considerablemente más barata,
ponían en peligro los empleos de los australianos y amenazaban con una disminución
general del precio de la mano de obra. Aun así, eran sobre todo los indios y los chinos los
que más encajaban en este cuadro general del inmigrante pobre y poco instruido, que podía
abaratar la mano de obra en Australia, porque los japoneses, en general, estaban mucho más
familiarizados con la cultura occidental y su nivel de instrucción era más alto que el de los
demás inmigrantes asiáticos, factor que los hacía competir con las clases más ricas y
poderosas del país. Quizá fuera esto lo que desde una fecha tan temprana como 1908 venía
produciendo un profundo sentimiento anti-japonés en Australia, además de la clara
amenaza geopolítica que Japón representaba para este Dominio y el de Nueva Zelanda,
ambos muy alejados geográficamente de Gran Bretaña, con poca población blanca y
rodeados de países con una cultura totalmente distinta. Sería entonces entendible que los
australianos, y también los neozelandeses, se consideraran un puesto avanzado de
Occidente en la región más remota del mundo y pensaran de una manera más defensiva que
los propios europeos.
Ahora bien, ¿cómo es que Australia no había sostenido una disputa clara con Japón
antes de 1919 por razones de inmigración? Por una razón, la hábil mediación del gobierno
metropolitano británico, pues aunque desde 1901 la inmigración era un tema bajo la
139
completa autoridad australiana, la política exterior de todo el imperio seguía siendo facultad
del gobierno de Londres, y éste le había dado indicaciones claras a los australianos de que
ni ofendieran a sus aliados nipones, ni crearan demasiada fricciones con los indios, que
también eran súbditos de la Corona. De este modo, en Australia nunca se formaron ligas de
exclusión asiáticas con un gran efecto en los medios de comunicación, como sí pasó, por el
contrario, en California, ni se maltrató a los inmigrantes nipones que ya estaban en el país.
Esto permitió que el prestigio y el honor de Japón quedaran intactos, y que la relación
hubiera sido siempre más llevadera entre Australia y Japón que entre Estados Unidos y
Japón. Esta flexibilidad en la relación australiano-japonesa fue permitida, en gran parte, por
la peculiar manera en que los australianos restringieron su inmigración: la “Fórmula de
Natal”. La “Fórmula de Natal” fue establecida en la región sudafricana homónima y estaba
dirigida mayormente contra inmigrantes procedentes de India. Consistía en exámenes de
lenguas europeas, a juicio de los funcionarios de inmigración, que muy difícilmente
aprobaban los indios. Esta fórmula fue pronto adoptada por los demás Dominios británicos,
incluida Australia, lo que le permitió a este último país tener un control de inmigración muy
restrictivo, pero que no hería directamente el orgullo japonés. Sin embargo, este hábil
formulismo legal no implicaba que el sentimiento anti-japonés en Australia fuera menos
intenso y virulento que en Estados Unidos.
Por coincidencias de la historia, todos estos factores parecieron reunirse en una sola
persona, el primer ministro Hughes. Él no sólo parecía encarnar todo el racismo de las
élites australianas y del Partido Laborista, sino que por el hecho de tener muy cercanas las
elecciones generales en su país, convirtió su participación en la Conferencia de Versalles en
una auténtica campaña electoral, basada en la defensa de la política de la “Australia
Blanca”, llegando a protagonizar episodios tan escandalosos que cuesta relacionarlos con
aquella época tan llena de formalidad. Veamos, al respecto, un comentario muy elocuente:
“Los representantes de Japón en Versalles querían que la Conferencia de Paz se
declarara a favor de la igualdad racial en el mundo nuevo que se estaba construyendo. La
acalorada oposición del representante australiano Hughes lo impidió. “Si se reconoce la
igualdad de razas en el preámbulo o en alguno de los artículos del convenio”, vociferó a
Lloyd George, “yo y mi pueblo abandonamos la conferencia con armas y bagajes.”95
95
Allen, L., Ob. Cit., p. 78
140
Este no sería el único acto de gran vehemencia de Hughes. Diversos autores nos
relatan que la insistencia de Hughes en defender la “Australia Blanca” y, con ella, la
soberanía interna de las naciones, así como sus discursos descaradamente racistas, hicieron
chirriar los engranajes de la delegación británica y llevaron la tensión con Japón hasta
extremos alarmantes. De muy poco sirvieron las explicaciones de Makino acerca de que la
propuesta se trataba de un principio universal y no de la intromisión en los asuntos internos
de las naciones. Tampoco valieron de mucho los intentos de mediación de David Lloyd
George y Robert Cecil. Para Hughes, la propuesta japonesa estaba indisolublemente ligada
a la libertad de inmigración, cosa que el premier australiano no estaba dispuesto a conceder,
pues en realidad él convirtió su participación en la conferencia de paz en una auténtica
campaña electoral, basándose en tres ejes fundamentales: el mantenimiento de la “Australia
Blanca”, el pleno ejercicio de la independencia australiana y la contención activa del
poderío japonés.
“Hughes no consentiría nada que pudiera satisfacer los deseos de Japón. Su nación
tenía recientemente ajustadas restricciones anti japonesas y estaba determinada a prevenir
la penetración económica japonesa en las antiguos territorios alemanes y el control del
Pacífico Sur.”96
El asunto del ejercicio pleno de la independencia australiana debe ser comentado un
poco más extensamente. Hughes respondía a las demandas del pueblo de que su país se
viera bien representado y beneficiado en la conferencia, pues Australia, junto con Nueva
Zelanda, tuvieron grandes pérdidas humanas en la contienda, especialmente en la campaña
de 1915 en el estrecho de los Dardanelos. Pero Hughes no fue el único de la delegación
británica que se opuso a la igualdad racial, sino que su oposición fue la más sonora. Cecil,
Smuts y Lloyd George también mostraron sus desconfianzas. Sencillamente, no veían más
allá de las posibles implicaciones prácticas de la propuesta, ni tampoco podían, y quizá no
querían, entender el complejo sentimiento del pueblo y los líderes japoneses.
Por su parte, los norteamericanos retiraron rápidamente su moderado apoyo inicial
al ver la oposición dentro de la delegación británica. De todas maneras, la propuesta nipona
nunca fue demasiado interesante para Wilson; más bien podría ganar la oposición de los
96
Burkman, T., Ob. Cit., p. 83
141
congresistas del oeste de su país hacia la Sociedad de Naciones, por lo que el muro
levantado por Hughes le resultó muy útil a la delegación norteamericana, que así podría
zafarse de una propuesta incómoda sin contradecir sus principios. Autores como Shimazu
piensan que el hecho de que Makino y Chinda negociaran desde el principio con House fue
contraproducente, puesto que cuando Wilson volvió de Washington y se distanció de
House, dejó de lado todas sus ideas y las propuestas que él había apoyado; esto lo explica el
autor nipón en el primer capítulo de su libro Japan, Race and Equality. The racial equality
proposal of 1919.
Ante este primer choque, Makino y Chinda, que representaban a Japón ante la
Comisión de la Sociedad de Naciones, no se rindieron. Este hecho ha despertado muchas
opiniones entre los diversos autores. Algunos afirman que Makino y Chinda fueron más
allá de las instrucciones de Tokio, actuando por su cuenta; otros indican que Hara siempre
estuvo enterado de la situación y que fue partidario de insistir en el punto de la igualdad
racial. Este quizá sea un debate destinado a nunca resolverse definitivamente. Aún así,
podemos intuir que Makino sabía perfectamente que sin la cláusula de la igualdad racial
sería muy difícil que los más conservadores del gobierno ratificaran el tratado de paz y que
Japón entrara a la Sociedad de Naciones. Si eso pasaba el país quedaría aislado, tal como él
temía, y seguramente sería el fin del proyecto liberal del Seiyukai. En resumen, Makino
debía insistir.
El segundo intento llegó a mediados de marzo de 1919, cuando Wilson regresó a
Francia. Esta segunda propuesta japonesa cambió la etiqueta de “igualdad de razas” por la
de “igualdad de las naciones y justo trato de sus nacionales”, y ya no iría en un artículo del
Convenio, sino como un principio general en el preámbulo. Hablando en términos
estrictamente jurídicos, la nueva propuesta nipona no era vinculante en sí, sino que más
bien establecía un principio abstracto. Esta nueva propuesta ganó mucho más apoyo que la
anterior, incluso de países que habían rechazado la anterior versión, tales como Grecia, que
se había negado a aceptar una igualdad de razas y religiones, quizá por su enfrentamiento
con los turcos musulmanes, pero que sí aceptó la igualdad de los nacionales. Digno de
mención resulta también el apoyo dado por Francia e Italia, cuyos representantes llegaron a
afirmar que era imposible rechazar una propuesta así. Pero Francia e Italia, aunque
simpatizaron con la propuesta japonesa reformada, no estaban comprometidas con su
142
aprobación. Muy por el contrario, sus delegados no estaban dispuestos a crear tensiones
innecesarias con Gran Bretaña por una causa que no les afectaba directamente, que no era
la suya. Un caso digno de una mención aparte fue el de China. Y es que los delegados
chinos fueron personajes que se encontraron en una posición realmente contradictoria ante
la propuesta japonesa. El delegado chino más importante era Vi Kyuin Wellington Koo.
Este diplomático había vivido en Estados Unidos desde 1904, había estudiado en la
Universidad de Columbia y era un brillante abogado internacionalista. Hablaba
perfectamente inglés y entendía muy bien la cultura occidental. Koo era un liberal que
aspiraba poder modernizar a su país, teniendo así una línea política no muy distinta a la de
los liberales japoneses. Es lógico incluso pensar que Koo y Makino hubieran podido ser
aliados si sus naciones no hubieran sido enemigas. Koo era el delegado más joven en
Versalles y, a diferencia de los delegados japoneses, tenía larga experiencia representando a
su país en Estados Unidos. Wellington Koo llegaría a ser representante de su país ante la
Sociedad de Naciones, presidente de China en 1926 y representante de la China
Nacionalista ante la Organización de Naciones Unidas en 1945. Cuando se retiró del
servicio en 1956 ya era una leyenda entre los diplomáticos chinos. Wellington Koo y su
compañero, Lou Zeng Ziang, que había tenido influencias protestantes desde su juventud,
había visto la muerte de su mentor durante la rebelión bóxer, había sido embajador en
Bélgica y Rusia y ministro de exteriores durante la presidencia de Yuan Shikai, abogaron
por que las potencias terminaran con prácticas imperialistas como el principio de
extraterritorialidad, las tarifas aduaneras desiguales, las concesiones abusivas y las enormes
guarniciones de las embajadas. Por todo esto, los delegados chinos estaban naturalmente
inclinados a defender una causa que les beneficiaba, pues los chinos habían sido mucho
más maltratados por los occidentales que los japoneses, e incluso lo habían sido por los
propios japoneses.
Pero más allá de las demandas anti-imperialistas de los chinos, Koo y Zeng Ziang,
sabían perfectamente que del apoyo norteamericano y británico dependía que su país
recuperara el pleno control de Shandong y expulsara a los japoneses. Ese objetivo había
sido el gran motivo por el que China le había declarado la guerra a Alemania en 1917.
143
“Parecía que el puesto de China fue complicado por dos factores opuestos. Por una
parte, los chinos naturalmente querían igualdad racial porque eran discriminados
racialmente por los extranjeros, incluidos los japoneses. Por otra parte, Koo no quería
antagonizar con las sensibilidades de los británicos y estadounidenses pareciendo
demasiado entusiasta porque necesitaba su apoyo para el reclamo de China en Shandong”
97
De esta manera fue como la política agresiva de Japón hacia China, materializada en
la Veintiuna Demandas, le costó el apoyo de la otra gran nación amarilla en un momento de
crucial importancia, justo cuando los líderes nipones aspiraban a consolidar a su país en el
puesto de líder de Asia, de los “pueblos amarillos” y guía en la lucha de liberación e
igualdad contra Occidente.
La segunda propuesta japonesa ganó incluso el apoyo de los representantes de
Sudáfrica y Canadá, que intentaron en vano convencer a Hughes. El premier australiano
seguía insistiendo en que la propuesta japonesa comprometía la soberanía de su país. Fue
en este momento que el antagonismo entre Australia y Japón llegó a niveles alarmantes,
motivados también por la cómoda postura tomada por Cecil que, argumentando que la
propuesta de Makino se trataba de inmigración, y que siendo la inmigración un asunto
interno de los Dominios, debía dejarse el tema entre Australia y Japón. Cecil, junto con la
representación de Gran Bretaña se desentendieron del asunto. Esta situación causó gran
indignación entre la delegación japonesa en París y en el gobierno en Tokio, ya que Japón,
que era una potencia de primer orden, estaba siendo obligado a negociar con una semi
colonia británica en vez de con el gobierno de Londres, al que sí consideraban a su altura.
Para mayor indignación de los japoneses, Hughes lanzó una contrapropuesta en la que las
leyes de inmigración de los Estados miembros de la Sociedad de Naciones quedarían
blindadas a cualquier disposición externa. Esta contrapropuesta fue tajantemente rechazada
por Makino y Chinda, lo que aumentó las suspicacias de las delegaciones británica y
estadounidense. Este suceso se presta, de nuevo, a debates; unos autores afirman que, en
efecto, los japoneses buscaban lograr la libertad de inmigración, mientras que otros
atribuyen el rechazo de la contrapropuesta de Hughes al hecho de que Makino ya había
llegado al límite de su paciencia y consideraba demasiado humillante para Japón aceptar los
97
Ibídem, p. 29
144
términos de Australia. Para los norteamericanos, el apoyo a la propuesta japonesa se había
vuelto totalmente inconveniente a estas alturas, debido a factores internos y externos. Entre
los internos podemos mencionar las propias políticas racistas del gobierno y la sociedad
estadounidenses del momento, las desconfianzas de que se abriera la puerta a una avalancha
imparable de inmigrantes asiáticos y la propia hostilidad hacia Japón. Todo esto fue
hábilmente manejado por la oposición republicana a Wilson y a su proyecto en el Congreso
de Estados Unidos. En efecto, líderes como el Senador Phelan, Henry Cabot Lodge,
William Howard Taft y Elihu Root, se estaban oponiendo fuertemente al proyecto de la
Sociedad de Naciones. Sus argumentos eran que este organismo cercenaría la plena
soberanía de Estados Unidos, que era una amenaza a la Doctrina Monroe, pilar de la
política exterior norteamericana, y que la propuesta japonesa era una intromisión en los
asuntos internos del país. No se trataba únicamente de la temida avalancha de inmigrantes
asiáticos hacia Hawái y la costa del Pacífico, sino la propia política racista dentro de
Estados Unidos; recordemos que, por aquella época, los afroamericanos aún no lograban la
paridad jurídica total con los “blancos” (abarcando este término a las personas de piel
blanca, anglosajonas y protestantes), que las reservaciones indias pasaban por uno de sus
peores momentos y que los filipinos y puertorriqueños estaban bastante marginados. Ante
tal situación, era de esperarse que la clase gobernante norteamericana se negara a la
propuesta de Japón y que, especialmente los republicanos, y algunos demócratas más
conservadores, la usaran como argumento para derribar el proyecto de la Sociedad de
Naciones, y con él a Woodrow Wilson. En el país se había formado un verdadero
movimiento anti-Wilson, y la Sociedad de Naciones, junto con la propuesta de igualdad
racial, se había convertido en el blanco favorito para golpear la imagen del primer
mandatario estadounidense.
Del otro lado del Atlántico el propio Wilson no era ajeno a esta situación. Sabía que
si la igualdad racial era aprobada, el Convenio de la Sociedad de Naciones sería casi
imposible de aprobar por su país y, no menos importante, se correría el grave peligro de que
el Imperio Británico retirara su apoyo al proyecto de la Sociedad. Sin embargo, Wilson no
podía rechazar directamente una propuesta que más bien reforzaba los principios de su
proyecto, así que la delegación norteamericana nunca expresó una negativa hacia la idea de
Japón, sino que siempre se escudó detrás de los británicos. Ante esta situación atascada y
145
sin salida, Makino y Chinda decidieron jugarse el todo por el todo presentando
formalmente su propuesta en la siguiente sesión plenaria de la Comisión de la Sociedad de
Naciones del 28 de abril, aún sin haber logrado un acuerdo con Hughes. Los delegados
nipones confiaban en poder hacer prevalecer su propuesta basados en la cierta superioridad
numérica que se esperaba tuvieran a la hora de una votación. Y así fue. Tras un discurso no
muy largo de Makino, los representantes votaron. A favor: Japón (2), Francia (2), Italia (2),
Brasil (1), China (1), Grecia (1), Serbia (1) y Checoslovaquia (1). Abstenciones: Imperio
Británico (2), Estados Unidos (2), Portugal (1), Polonia (1) y Rumania (1). Ausentes:
Bélgica (1). Así se obtenían once votos a favor y siete abstenciones, una mayoría ajustada,
pero mayoría al fin para los japoneses. Pero el asunto no sería tan fácil para Makino y
Chinda.
“En este momento, Wilson como presidente impuso una regla de unanimidad
mediante la cual la propuesta fue rechazada a pesar de la mayoría de votos a su favor.
Inmediatamente esta decisión fue denunciada por Makino y también por los franceses, pues
la decisión de la mayoría era usada en el sitio de la Sociedad. La justificación de Wilson
fue la siguiente:
El presidente Wilson admitió que una mayoría había votado por eso, pero que las
decisiones de la comisión no eran válidas a menos que fueran unánimes. En la presente
instancia había, ciertamente, una mayoría, pero una fuerte oposición se había mantenido
contra la enmienda y bajo estas circunstancias la resolución no podía ser considerada
como aprobada” 98
Así, fue rechazada la propuesta de igualdad racial de Japón en la Conferencia de Paz
de París de 1919. A manera de epílogo debemos comentar que la delegación japonesa
elaboró
una
declaración
unilateral,
excusándose
ante
la
opinión
pública,
y
comprometiéndose en nombre de su gobierno a continuar la lucha por la igualdad racial. En
este sentido, citamos a Shimazu de nuevo:
“el gobierno japonés decidió realizar un discurso en la inauguración de la
Sociedad de Naciones el 30 de noviembre de 1920 con el fin de indicar al mundo que no se
había dado por vencido con la propuesta. El embajador Ishii, que fue puesto en la
Sociedad de Naciones en Ginebra, sugirió que Japón debería relanzar la propuesta en la
98
Shimazu, N. Ob. Cit., p. 30
146
comisión en 1921 con el fin de corregir el convenio. Pero en abril de 1921, el gobierno le
ordenó que abandonara la idea totalmente por el momento. Las razones dadas eran que el
debate de igualdad racial en la conferencia de paz había afectado negativamente las
relaciones de Japón con los Estados Unidos, Gran Bretaña y los dominios, y por lo tanto
se había convertido en un problema con implicaciones diplomáticas. Además, había
muchos obstáculos para conseguir el éxito de la propuesta, que fueron agravados por las
negociaciones actuales sobre la revisión de la alianza anglo-japonesa, y el trato de los
japoneses en las islas del Pacífico Sur bajo el sistema de Mandatos. Considerándolo todo,
fue decidido que era mejor no afectar la bastante "Delicada" relación entre Japón, Gran
Bretaña y los Estados Unidos relanzando la propuesta. Fue este tipo de actitudes
"Pusilánime" (nanjaku) de no querer hostilizar a los aliados, las cuales después se
volvieron el foco de las críticas de la “diplomacia Shidehara” (Shidehara gaiko) a finales
de los años 20” 99
Como señalamos anteriormente, la propuesta de igualdad racial de Japón fue
interpretada de diversas maneras dentro y fuera del país nipón. En la mayoría de los casos,
estas interpretaciones expuestas por diversos autores responden las que ya hicieran los
propios protagonistas del asunto en Versalles. Tenemos, así, dos hipótesis, una británicoaustraliana, que afirma que con la propuesta el gobierno japonés buscaba garantizar la
libertad de inmigración de sus nacionales hacia países anglosajones, y otra estadounidense,
que asevera que la propuesta siempre fue un gran distractor en las negociaciones, que
buscaba, en última instancia, asegurar la ocupación de Qingdao, las islas alemanas del
Pacífico al norte del Ecuador y sus intereses económicos en Shandong, de una manera no
muy distinta a cómo un vendedor habilidoso daría un precio inicial muy alto para luego,
tras el proceso de regateo, vender su producto al precio que desde un principio deseaba o
incluso uno más elevado. Comenzando con la visión de la delegación del Imperio
Británico, podemos citar:
“Cecil tuvo que rechazar la enmienda japonesa sobre los siguientes fundamentos:
El gobierno británico se dio cuenta de la importancia de la cuestión racial, pero su
solución no podía ser encontrada por la comisión sin invadir la soberanía de los estados
miembros de la sociedad. Una de dos cosas debía ser verdadera: o los puntos que la
delegación japonesa propuso añadir al preámbulo eran vagos e inútiles, o más eran de
99
Ibídem, p. 170 - 171
147
trascendencia práctica. En el caso último, abrieron la puerta a la controversia seria y a la
interferencia en los asuntos nacionales e los miembros de la sociedad” 100
“Países como Australia y Estados Unidos que temían a la inmigración asiática
sintieron que había escapatorias en la propuesta y que era simplemente un dispositivo para
validar la inmigración japonesa. Sin embargo, el asunto de los japoneses no involucraba a
la inmigración como tal. Aunque la resolución ganó mucho apoyo, fue votada en contra
eventualmente porque la falta de unanimidad y la hostilidad de los delegados
estadounidenses y del Imperio Británico.” 101
Más allá de la gran resistencia impuesta a la propuesta por el premier australiano,
Cecil y el núcleo de la delegación británica demostraron no entender en lo más mínimo la
posición japonesa, como recoge la cita anterior. Los británicos no estaban dispuestos a
llevarle la contraria al gobierno de un Dominio para satisfacer la demanda de un aliado que
ya empezaba a ser incómodo, sobre todo porque ésta se basaba en un principio que les
parecía demasiado abstracto y poco comprensible, “vago e inútil”. Se puede afirmar,
entonces, que la interpretación británica de la propuesta japonesa como un asunto de
inmigración obedeció a la incomprensión del pensamiento de los japoneses por parte de la
delegación británica, lo que nos revela cuán diferentes eran las ideas sobre discriminación
que dominaban el mundo hace poco menos de un siglo.
Por otra parte, la interpretación norteamericana del asunto emerge directamente de
lo que en su momento pensó el Presidente Wilson. Cuando él mismo rechazó en última
instancia la propuesta de Makino, sabía perfectamente que la entrada de Japón a la
Sociedad de Naciones pendía de un hilo, y también que si la potencia asiática no ingresaba
a la organización y llegaba a un arreglo por separado con Alemania, el equilibrio en el
Lejano Oriente quedaría totalmente a su favor, afectando directamente los intereses de
China y de Estados Unidos. Resultaba prudente, entonces, ceder en las otras demandas de
Japón para evitar que abandonara la conferencia y así poder contener mejor su poder en el
marco de la Sociedad de Naciones durante los venideros años. Aunque suena muy lógica
esta visión del asunto, sólo lo es desde la perspectiva estadounidense, que desconocía las
complicadas relaciones de poder dentro del gobierno japonés, la totalidad de los acuerdos
100
101
Ibídem, p. 28
Nish, I. Ob. Cit., p. 20-21
148
secretos de Japón con los europeos acerca de Shandong y las islas alemanas del Pacífico al
norte del Ecuador, y que tampoco entendía la importancia de la igualdad racial para los
japoneses.
Tal como afirma Naoko Shimazu en el último capítulo de Japan, Race and Equality.
The racial equality proposal of 1919, Japón no necesitaba usar la propuesta de igualdad
racial como un anzuelo para lograr sus metas más prácticas en China y el Pacífico, pues
esos objetivos ya estaban asegurados con los tratados secretos de los años anteriores, que
los estadounidenses apenas sabían que existían. La propuesta de igualdad racial era, a
comienzos de 1919, un punto de crucial importancia para el orgullo nacional en la mente de
los líderes y del pueblo nipón, pero los norteamericanos, sencillamente, no lo podían
comprender, al igual que los británicos, porque sus naciones no eran víctimas de
discriminación alguna en el escenario internacional al ser sus países las potencias
dominantes y discriminadoras, y a pesar de la discriminación de minorías internamente;
porque su mentalidad eminentemente práctica no le permitía a sus líderes entender un
principio ajeno a su propia realidad y contrario a sus intereses.
El impacto del rechazo de la propuesta de igualdad racial puede analizarse a corto y
a largo plazo. A corto plazo, o más bien de forma inmediata, el rechazo de la propuesta
ayudó indirectamente a que los delegados japoneses pudieran lograr los objetivos de su país
en Shandong y el Pacífico sin demasiada resistencia. Eso sí, aumentando fuertemente la
tensión y la hostilidad entre Estados Unidos y Japón, mientras que la ya frágil Alianza
Anglo-Japonesa quedó herida de muerte. A largo plazo, esta derrota de la diplomacia
japonesa, junto con otras por venir, destruiría el prestigio de la clase política del país,
especialmente el de la tendencia liberal parlamentaria, abriéndole el camino a los grupos
militaristas radicales que llevarían a Japón por el camino de la guerra hasta la catástrofe de
1945. El punto de la presión popular interna no ha sido exagerado:
“Posiblemente los delegados en París presionaron en esto más de lo que sus
superiores habían planeado. Pero, cuando la liga tomó forma, estallaron demostraciones
en Tokio y pudieron haber puesto un poco de presión tardía sobre el gobierno para actuar
contra la discriminación.” 102
102
Nish, I. Ob. Cit., p. 20
149
En una lectura más profunda, la historia de la propuesta de igualdad racial de Japón
y su rechazo por Estados Unidos y el Imperio Británico son una notable muestra de las
ideas dominantes de aquella época, un episodio más de la lucha Oriente-Occidente, que
algunos analistas, cómo Bernard Lewis o Samuel Huntington, sostienen todavía hoy. Esta
historia fue, desde una perspectiva allende la teoría del choque de civilizaciones, una
muestra de la incomprensión entre culturas y de los terribles efectos que la misma puede
tener.
III-A.2) El Mandato sobre las Islas del Pacífico. El triunfo de Japón en la Conferencia
Como se explicó anteriormente, para Japón el principal objetivo en la Gran Guerra
era la conquista de las posesiones alemanas del Pacífico. Ya en 1919, el objetivo concreto
era asegurar su ocupación permanente, concretamente de las islas Marshall, Marianas,
Carolinas y Palau, que fueron las que Japón había tomado desde 1914, pues las demás
posesiones alemanas en la región estaban bajo ocupación australiana o neozelandesa. El
gobierno japonés, según la lógica de la época, aspiraba a una anexión pura y simple de las
islas, pues desde antes del siglo XVIII ya se había vuelto costumbre extender al marco
colonial las guerras entre las potencias europeas; ejemplos de este hecho fueron la Guerra
de los Treinta Años, la Guerra de los Siete Años y las Guerras Napoleónicas, todas
seguidas de reajustes coloniales. En fechas más cercanas estaba fresca la referencia de la
Guerra Hispano-Norteamericana que, habiéndose iniciado por Cuba, terminó eliminando la
presencia colonial española del Pacífico y el Caribe, para inaugurar la estadounidense.
La anexión era más que esperable en el caso nipón, pues los mencionados
archipiélagos estaban bajo ocupación japonesa y, además porque existían varios acuerdos
secretos con las potencias europeas que la garantizaban. También había que tomar en
cuenta que cada país que luchó con la Entente había recibido una promesa territorial, y
Japón, como una de las grandes potencias, no podía ser marginado. A todo eso habría que
agregar las aspiraciones anexionistas de las propias Francia, Gran Bretaña y los Dominios
de Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda en el marco colonial. Si estos países obtenían
ganancias territoriales, sería imposible para las grandes potencias negarle sus demandas a
los japoneses.
150
A pesar de la fuerte tradición europea en los repartos territoriales en ultramar, en
esta oportunidad repetir esta práctica no sería fácil, porque Gran Bretaña, la mayor potencia
colonial de la historia, apoyaba casi totalmente el programa de los Catorce Puntos de
Wilson, que consagraba de forma específica, en su punto quinto, el “reajuste,
absolutamente imparcial, de las reclamaciones coloniales, de tal manera que los intereses
de los pueblos merezcan igual consideración que las aspiraciones de los gobiernos”103, y
el principio de autodeterminación de los pueblos de forma general. Además, Wilson ya se
había pronunciado en contra de las anexiones coloniales. Esta situación puso a los
británicos en un dilema entre intereses y principios. Sería precisamente del Imperio
Británico de donde saliese una fórmula que les permitiera a los ingleses, y a sus aliados y
Dominios, ocupar las ex colonias alemanas y provincias otomanas, sin chocar con el
programa wilsoniano. Esta fórmula eran los Mandatos. Veamos un comentario resumido de
una obra especializada en la Sociedad de Naciones:
“En la Conferencia de Paz de París, el sistema de mandatos fue creado por
Woodrow Wilson, quién se opuso a la anexión de los territorios de Turquía y las colonias
de Alemania por parte de las potencias vencedoras Francia y Gran Bretaña. En vez de eso,
esos territorios debían volverse territorios de mandato, administrados bajo la tutela de
ciertas potencias “en nombre de la Liga de Naciones” hasta que fueran capaces de
sostenerse por sí mismos. El sistema de mandatos se volvió parte del Convenio. La
elaboración del Artículo XXII fue emprendida por el Consejo Supremo y no por el Comité
de la Sociedad de Naciones. La idea de un sistema de mandatos había sido sugerida en La
Sociedad de Naciones: Una Sugerencia Práctica de George Louis Beer y Jan Smuts,
publicada en diciembre de 1918. Francia y Gran Bretaña de mala gana aceptaron el
sistema.
Desde el principio, Wilson tenía tres categorías de mandatos en mente. Los
territorios que ya habían alcanzado un cierto estado de desarrollo se convirtieron en
mandatos-A (Palestina, Siria y Mesopotamia). A los mandatos-A se les podría dar cierto
grado de autonomía. Los mandatos-B necesitaban un control más estricto y los mandatosC no tendrían ningún tipo de autogobierno….Todos los textos tenían, entre otras cosas,
cláusulas de autogobierno, comercio de esclavos, trabajo forzado, igualdad económica con
los Estados miembros de la Sociedad (excepto en los mandatos-C), reclutamiento militar y
tierra nativa. El mandato palestino tenía una cláusula especial para el establecimiento de
un hogar nacional judío.
103
Sin autor, “Discurso de los Catorce Puntos”, en www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo de
2009) On line.
151
Para el fin de agosto de 1919, los mandatos-C fueron asignados: Japón obtuvo las
islas del Pacífico al norte del Ecuador; Australia recibió las Islas Bismarck, las Islas
Salomón, Nueva Guinea Nororiental y Nauru; Nueva Zelanda se volvió responsable por la
Samoa Occidental; y a Sudáfrica le fue asignada África del Sudoeste. De los mandatos-B
africanos, África Oriental Alemana (Tanganica) se le dio a Gran Bretaña, Ruanda-Urundi
a Bélgica, y Togo y el Camerún fueron compartidos por Francia y Gran Bretaña. El
reparto de los mandatos-A Palestina, Mesopotamia y Siria tuvo que esperar hasta la
Conferencia de San Remo de abril de 1920. La aprobación de los textos de los mandatos
por el Consejo siguió en diciembre de 1920 para los mandatos-C, y en julio de 1922 para
los mandatos-B. El último texto de mandato-A sólo entró en vigor en septiembre de 1923.
Los Estados Unidos en particular restringieron la aprobación del mandato mesopotámico
porque querían asegurar sus intereses petroleros ahí.
Cada potencia mandataria tenía que rendir un reporte anual el cual era estudiado
por la Comisión Permanente de Mandatos. El reporte de la comisión acto seguido era
enviado al Consejo para su aprobación y subsecuentemente llegaba al sexto comité de la
Asamblea.” 104
Esta definición se ambienta en una Sociedad de Naciones bien establecida ya,
después de 1923. En consecuencia, debemos detallar también cómo quedó definido el
sistema en el Convenio de la Sociedad de Naciones:
“Artículo 22
En aquellas colonias y territorios que como consecuencia de la guerra han dejado de estar
bajo la soberanía de los Estados que anteriormente los gobernaron y qué no están todavía
habitado por pueblos capaces mantenerse solos bajo las condiciones activas del mundo
moderno, allí deberá aplicarse el principio de que el bienestar y desarrollo de tales
pueblos forman una sagrada misión de la civilización y a ese efecto para la realización de
esta misión deberá ser incluido en este Convenio.
El mejor método de dar efecto práctico a este principio es que el tutelaje de tales pueblos
deba confiarse a naciones avanzadas que por causa de sus recursos, su experiencia o su
posición geográfica puedan emprender mejor esta responsabilidad, y que estén deseosos
de aceptarlo, y que este tutelaje deba ejercerse por ellos como Mandatos en nombre de la
Sociedad.
El carácter del mandato debe diferirse según el estado de desarrollo de los pueblos, la
situación geográfica del territorio, sus condiciones económicas y otras circunstancias
similares.
104
van Ginneken, A. H. M., Historical Dictionary of the League of Nations. Scarecrow Press, Lanham, 2006,
p. 166
152
Ciertas comunidades que pertenecían anteriormente al Imperio Otomano han alcanzado
un estado de desarrollo en el que su existencia como naciones independientes puede ser
provisionalmente reconocida al dar asesoramiento administrativo y ayuda a través de un
Mandatario hasta el tiempo en que ellos puedan mantenerse exclusivamente por sí mismos.
Los deseos de estas comunidades deben ser una consideración principal en la selección del
Mandato.
Otros pueblos, sobre todo aquéllos de África Central, están en un estado tal que el
Mandatario debe ser responsable de la administración del territorio bajo condiciones que
garantizarán libertad de conciencia y religión, sólo sujetas al mantenimiento del orden
público y moral, la prohibición de abusos como el comercio del esclavo, el tráfico de
armas y licor, y la prevención del establecimiento de fortificaciones o ejércitos y bases
navales y de entrenamiento militar de los nativos para otros propósitos que no sean de
policía y defensa de territorio, y también afianzará la igualdad de oportunidades para el
comercio de otros Miembros de la Sociedad.
Hay territorios, como el Suroeste de África y ciertas islas del Pacífico Sur que, debido a lo
disperso de su población, su pequeño tamaño pequeño, su lejanía de los centros de
civilización, o su contigüidad geográfica al territorio de los Mandatarios, y otras
circunstancias, pueden administrarse mejor bajo las leyes del Mandatario como porciones
integrantes de su territorio, sujetos a los resguardos antes dichos de los intereses de la
población indígena.
En cada caso de mandato, el Mandatario dará al Consejo un informe anual con referencia
al territorio comprometido a su cargo.
El grado de autoridad, mando, o administración a ser ejercido por el Mandatario deberá,
si no está previamente acordado por los Miembros de la Sociedad, ser definido
explícitamente en cada caso por el Consejo.
Una Comisión permanente se constituirá para recibir y examinar los informes anuales de
los Mandatarios y asesorar al Consejo en todas las materias que se relacionan a la
observancia de los mandatos.”105
Si retomamos lo dicho anteriormente, podemos suponer cuán desagradable fue la
sorpresa de la idea del sistema de mandatos para los delegados japoneses. Aunque el
sistema, en la práctica, terminaría siendo un mero eufemismo para encubrir un simple
reparto colonial, en el momento en el que la idea surgió hizo desconfiar a los más
suspicaces.
105
Sin autor, “Convenio de la Sociedad de Naciones”, en www.firstworldwar.com (Revisado el 10 de marzo
de 2009) On line.
153
“La propuesta del sistema de mandatos de Lloyd George en el Consejo de los Diez
el 27 de enero tomó a los diplomáticos japoneses por sorpresa. Inseguro de cómo
responder, Makino pidió que la discusión tuviera un “carácter provisional” mientras el
consultaba a su país por instrucciones. El telegrama de Makino fue leído en el Gaiko
Chosakai por el Viceministro de Exteriores Shidehara el 3 de febrero. Este habló de una
discusión privada el 30 de enero entre Makino y Lloyd George en la cual el primer
ministro británico había insinuado que la potencia ocupante sería elegida como
mandataria en cada caso. Makino dio al ministro de exteriores su propia visión de que “el
sistema de mandato en esencia no sería diferente de la anexión” y urgió al gobierno a
garantizar su consentimiento en vista de la probable aceptación estadounidense,
australiana y neozelandesa del plan británico.”106
El concepto del sistema de Mandatos vino a acrecentar las desconfianzas de los
líderes japoneses hacia la Sociedad de Naciones y hacia Occidente. En aquel momento
parecían estarse confirmando los peores temores de que en Versalles, Japón sería
emboscado por las potencias occidentales y despojado de sus ganancias de la contienda. Sin
embargo, muy acertadamente, los japoneses terminaron comprendiendo que el sistema de
Mandatos era una simple tapadera británica para confirmar a cada potencia ocupante en los
territorios capturados, y los delegados nipones alegaron, muy en conformidad con el
discurso dominante en París, que la intención de su país era proteger a la población local.
Aún así:
“(los) Delegados japoneses muy de mala gana no decidieron no luchar por la
anexión completa de estos territorios, en pro de los intereses de solidaridad entre las
potencias. Fue resuelto que las islas alemanas al norte del Ecuador en el Pacífico serían
puestas bajo tutela y serían otorgadas por la Sociedad a Japón como un mandato claseC.” 107
“Él (Miyoji Ito) estaba furioso de que el aliado de Japón, a pesar de su acuerdo
previo sobre la disposición de las islas, había propuesto el sistema de mandatos sin
consultar con Japón” 108
Las palabras de Ito nos demuestran el malestar que causó inicialmente la idea de los
mandatos y el peso de las ambiciones territoriales de Japón, que no eran muy distintas a las
106
Burkman, T. Ob. Cit., p. 69-70
Nish, I. Ob. Cit., p. 20
108
Burkman, T. Ob. Cit., p 70
107
154
de Australia. Paradójicamente, Japón y Australia estaban, esta vez, del mismo lado de la
discusión, y la situación general era adversa a los intereses de Estados Unidos. ¿A qué se
debió esta inversión de la situación? Repasemos un poco ciertos sucesos de la guerra y los
intereses de cada parte.
En 1914, el Imperio Alemán tenía las siguientes colonias en África: Togolandia
(actual Togo), Camerún, África Sudoccidental Alemana (actual Namibia), África Oriental
Alemana (actuales Ruanda, Burundi y la parte continental de Tanzania, Tanganica). De
estas colonias, Togolandia y Camerún fueron invadidas simultáneamente por franceses y
británicos, mientras que el África Oriental Alemana se rindió tras el armisticio del 11 de
noviembre de 1918 sin que hubiera sido controlada totalmente por la Entente. Cuando esta
colonia se sometió fue ocupada por Bélgica, Portugal y Gran Bretaña. Finalmente, el África
Sudoccidental Alemana había sido ocupada desde 1915 por fuerzas de Sudáfrica tras duros
combates. En el Pacífico, los australianos y neozelandeses llevaron adelante una campaña
naval paralela a la japonesa, ocupando la Nueva Guinea Alemana, el Archipiélago de
Bismarck, las Islas Salomón y Nauru los primeros, y la Samoa Alemana los segundos. Esta
situación no se había dado de forma casual, sino que demostraba que los Dominios tenían
ambiciones territoriales propias. El hecho de haber realizado tales conquistas sin ayuda de
tropas metropolitanas, unido a su colaboración activa en otros frentes, colocó a los
Dominios en una posición de fuerza para exigir la ocupación permanente de los territorios
mencionados. Baste ofrecer como ejemplo de interés por estas conquistas el caso de
Sudáfrica, que libró una guerra, desde 1965 hasta 1988, contra los rebeldes
independentistas namibios de la Organización Popular de África del Sudoeste, el
Movimiento Para la Liberación de Angola y las fuerzas armadas de Cuba, para mantener su
ocupación de la antigua África Sudoccidental Alemana. No sorprende, por lo tanto, que la
idea del mandato naciera del sudafricano Jan Smuts.
Sin embargo, a pesar de que los intereses de los Dominios, concretamente de
Australia y Nueva Zelanda, fueran los mismos de Japón, el premier australiano Hughes
pretendía que su país tomara el control de todos los territorios alemanes en la zona,
incluidos aquellos al norte del Ecuador, dejando a Japón sin ganancia alguna. Volvemos a
encontrarnos con la situación de que Hughes era, quizá, el más anti-japonés en Versalles, y
que cada acción suya en la conferencia pudo haber estado destinada a aumentar su
155
popularidad en Australia de cara a las venideras elecciones. Sólo así resultaría explicable
que actuara de la forma en que lo hizo, sin que pareciera entender la paridad política entre
Australia y Japón que la situación del Pacífico presentaba. Si Australia obtenía un mandato
en las islas que había ocupado, Japón también lo obtendría. Veamos, al respecto, un
comentario elocuente:
“Para el 5 de octubre, la marina japonesa había ocupado las islas alemanas de las
Marshall y Carolinas en el Pacífico, aunque el gabinete de Okuma no había determinado si
Japón debería conservar estas islas permanentemente. Sin embargo, cuando el Ministro de
Defensa australiano, sin consultar con el gobierno japonés, anunció el 18 de noviembre
que la marina australiana estaba planeando encargarse de las Marshall y Carolinas hasta
el final de la guerra, el Ministro de Exteriores Kato dijo al gobierno británico que Japón
no tenía ninguna intención de entregar las isla a los australianos inmediatamente y pidió
que los británicos corrigieran el malentendido. En una nota confidencial al embajador
británico en Tokio, Kato aceptó que la disposición final de todos los territorios alemanes
ocupados por los ejércitos japoneses y británicos debía ser tomada en una conferencia de
paz después de la conclusión de la guerra. Sin embargo, Kato añadió que Japón
"naturalmente exigiría la retención permanente de todas las islas alemanas al norte del
ecuador" y tendría que depender del apoyo del gobierno británico. Por lo tanto, a finales
de 1914, el Ministro de Relaciones Exteriores japonés empezó sus esfuerzos diplomáticos
para conseguir el consentimiento de los aliados para la posesión permanente de Japón de
las islas alemanas del Pacífico al norte del ecuador. Sin embargo, el gobierno británico se
negó a hacer cualquier compromiso en ese momento, y las negociaciones para las islas del
Pacífico no fueron reanudadas hasta el invierno de 1917” 109
Como ya sabemos, después de 1917 Japón lograría estrechar sus lazos con la
Entente y asegurar sus aspiraciones territoriales. Lo que resulta particularmente interesante
es reconocer que desde el propio comienzo de la guerra la posición de Australia fuera tan
hostil hacia Japón, lo que viene a reforzar el punto de la crucial relevancia de las islas
capturadas por las fuerzas niponas. En resumen, en este aspecto específico Australia y
Japón se encontraban presionando por algo similar, la anexión de sus conquistas o lo más
parecido a ella, impidiendo que cualquier otro poder les arrancara de la mano lo que
consideraban suyo por derecho, pero con posiciones hostiles entre sí.
109
Kawamura, N. Ob. Cit., p. 19
156
Al contrario que Japón y los Dominios británicos, Estados Unidos no se encontraba
en posición para exigir territorios alemanes. En Europa, no tenía la más mínima posibilidad
por su defensa de los principios de las nacionalidades y autodeterminación de los pueblos,
así como por la posición de árbitro desinteresado predicada por Wilson. En África, menos
aún, pues no tenía posiciones de partida ni excusa alguna para entrar al reparto. La única
zona del mundo donde Estados Unidos era vecino del Imperio Alemán era el Pacífico, y allí
ya se le habían adelantado los australianos, neozelandeses y japoneses. Él único territorio
donde Estados Unidos tuvo una oportunidad política fue Armenia, debido a que el gobierno
de Wilson fue el que más fuertemente criticó el genocidio cometido por los turcos contra
los armenios. Al mismo Wilson le encargaron delimitar sobre el mapa el posible mandato
norteamericano en la región, que también debía abarcar otras etnias como kurdos y asirios,
pero ante el aislamiento de la región, los pocos recursos que parecía ofrecer, lo complicada
de defender militarmente y la oposición interna en Estados Unidos, el presidente declinó la
oferta, dejando a su país sin ganancia territorial alguna tras la contienda, aunque esto no
pareció importarle demasiado.
Sin embargo, esto no quiere decir que a los líderes de Estados Unidos no les
preocupara la expansión japonesa en el Pacífico, ni que no ambicionaran para su país las
islas capturadas por los nipones. En general, todas las islas arrebatadas a los alemanes
tenían una importancia de primer orden para Estados Unidos, porque si pasaban a ser parte
del país, le darían, automáticamente, el control de más de la mitad del Pacífico. En
cualquier caso, para consolidar el dominio de este océano no necesitaban la totalidad del
antiguo imperio germano en la zona, únicamente las islas al norte del Ecuador, las mismas
que ocupó Japón, pues eran escalas naturales en la ruta Hawái-Filipinas. Si Estados Unidos
controlaba la totalidad de las Islas Marianas, las Carolinas y las Marshall, su imperio en la
zona se convertiría en una sólida línea de comunicaciones que enlazaría los puertos de
California con los intereses comerciales de la nación en China, a través de Hawái, Midway,
las islas antes mencionadas en poder de Japón, y Filipinas. En caso contrario, si Japón
consolidaba su dominio de tan vitales archipiélagos, mantendría en riesgo la principal ruta
comercial estadounidense en la región, además de que proyectaría su flota más al sur del
Ecuador y más al este del meridiano 180º, aislando a Filipinas y amenazando directamente
157
a Australia y Hawái. Leamos algunos comentarios sobre los intereses norteamericanos en la
región:
“La armada de Estados Unidos estaba preocupada por de las potenciales
consecuencias de una posición estratégica japonesa en el Pacífico sur interviniendo entre
las islas hawaianas y filipinas…
…Cuando el General Board del Departamento de la Armada…concluyó que los
Estados Unidos debían adquirir las Islas Marianas, Carolinas y Marshall. Mientras que el
Presidente Wilson era aprensivo del creciente poder japonés en Asia Oriental, él reconoció
que la conferencia no podría desafiar una posición mandataria de Japón sobre las islas al
norte del Ecuador sin cuestionar la legitimidad de un mandato de los Dominios sobre las
islas al sur del Ecuador – una invitación segura a la ira británica…
…(Breckinridge) Long (Tercer Subsecretario de Estado) presionó por la adquisición
por parte de Estados Unidos de las Carolinas, Marianas, Yap, y el Grupo de las Samoa,
citando el peligro de dejar a los japoneses con el control de la importante estación de
cables de Yap y la amenaza de una “pantalla separando las Filipinas del grupo hawaiano
y de los Estados Unidos”….Reconociendo que los Estados Unidos tendría dificultad para
justificar la adquisición en la conferencia de paz, Long sugirió una solución astuta. Las
islas deberían ser restauradas a Alemania, la cual, despojada de su poderío naval e
incapaz de defender sus territorios del Pacífico, podría después ser engatusada para
transferirlas a los Estados Unidos, quizá como pago de una indemnización de guerra. La
delegación no persiguió el plan de Long pero a través de la conferencia intentaron en vano
separar Yap del mandato japonés o internacionalizar las instalaciones de cable ahí. Antes
de que la conferencia terminara, los Estados Unidos registraron una reserva a la inclusión
de Yap en el mandato de Japón, declarando que la “libertad de la isla y su uso abierto no
debían ser limitados o controlados por cualquier potencia”” 110
Tal era, por tanto, la situación de este nuevo duelo norteamericano-japonés en
Versalles. Los estadounidenses tenían sus intereses seriamente amenazados y la situación
política y estratégica general les era totalmente desfavorable. El simple hecho de que
Estados Unidos hubiera entrado a la guerra con tres años de retraso respecto a Japón
anulaba cualquier posibilidad de demandas en la zona. Por otra parte, la particular
convergencia de intereses de Australia y Japón en la región hacía imposible cualquier
acuerdo referente al tema entre Londres y Washington que pudiera sacar a los japoneses de
los archipiélagos. Además de todo ello, en realidad, ninguna de las potencias tenía el poder
110
Ibídem, p. 71
158
efectivo para hacer que Japón abandonara las islas sin provocar una guerra. En 1919, tras
cuatro años de la guerra más atroz que el mundo hubiera visto, ningún gobierno iría a un
conflicto por unos archipiélagos remotos en el Océano Pacífico, o apoyaría a otro que lo
hiciera. De nuevo, la crudeza de la guerra, y su legado, jugaban a favor de los intereses
japoneses. Aún así, la astuta diplomacia de Washington no tomaría un papel pasivo
mientras su mayor rival se fortalecía. Los delegados norteamericanos en Versalles hicieron
énfasis en que los Mandatos clase C no podían ser fortificados. Esto tenía el claro objetivo
de que Japón no pudiera explotar al máximo el potencial de las islas en cuestión, aunque
era evidente que, en caso de necesitarlo, la Armada Imperial Japonesa fortificaría los
archipiélagos haciendo caso omiso a lo que dijera la Sociedad de Naciones, tal y como, en
efecto, posteriormente ocurrió.
Al principio de este epígrafe intentábamos precisar qué era exactamente un
Mandato, para poder así analizar qué impacto tuvo este nuevo concepto entre los delegados
en aquel momento. Este asunto tiene su importancia, en especial la distinción entre
Mandatos de clase A, B y C. Si leemos detenidamente cómo se distribuyeron estos
mandatos, veremos que los de clase A, además de abarcar territorios relativamente cercanos
a Europa y haber sido asiento de antiquísimas civilizaciones, fueron concedidos todos a
Gran Bretaña y Francia, las potencias coloniales de más larga tradición y experiencia en la
conferencia. Seguidamente, sabremos que los mandatos clase B, se ubicaron todos en
África, y que Gran Bretaña y Francia fueron acompañadas por Bélgica. Finalmente, están
los complejos Mandatos clase C, que fueron otorgados a Sudáfrica, Australia, Nueva
Zelanda y Japón. Es muy interesante que el África Sudoccidental Alemana haya sido
asignada como un mandato clase C, y no como un mandato clase B al igual que los demás
territorios africanos. Cuando leemos la definición de los mandatos clase C vemos que
encajan a la perfección con el caso de las islas del Pacífico, pero no con el África
Sudoccidental Alemana. Aunque ciertamente en ese entonces la población del territorio era
dispersa, y el desierto del Kalahari dificultaba las comunicaciones, también era verdad que
los colonos alemanes y los inmigrantes bóer llegados de Sudáfrica habían convertido la
región en la segunda colonia más productiva del Imperio Alemán. Cabe pensar, entonces,
que el mandato clase C, no fue creado tanto para atender las necesidades de los pueblos
más “primitivos” y de territorios más remotos del antiguo imperio colonial germano, sino
159
más bien para satisfacer las más exigentes demandas de los Dominios, pues era el tipo de
Mandato que le daba más poderes a la potencia ocupante. La única obstrucción al poder del
mandatario era la prohibición de fortificaciones en los territorios en cuestión, pero era
evidente que los Dominios no estaban muy dispuestos a cumplirla, al igual que Japón. Pero
además de una limitación militar de difícil cumplimiento, la configuración de los mandatos
clase C escondía un arma que, si bien no tocó los intereses geopolíticos de Japón, si afectó
sus intereses económicos y golpeó su orgullo nacional.
“Los mandatos clase-C no serían fortificados, y como “porciones integrales” del
territorio de la potencia mandataria no estaría sujetos al principio de la Puerta Abierta. La
fórmula clase-C era un dispositivo anti-japonés de los británicos por los intereses de los
Dominios. Por las leyes nacionales de Australia y Nueva Zelanda aplicadas en sus islas de
mandato al sur del Ecuador, a los inmigrantes japoneses se les impediría entrar. Además,
la ausencia de la Puerta Abierta era una barrera efectiva a las exportaciones y empresas
japonesas en los dominios de los mandatos. Japón argumentó en vano en París que la
Puerta Abierta debía ser aplicada a los mandatos clase-C”111
Resulta muy interesante observar que los temores que los líderes nipones tuvieron a
finales de 1918 no eran para nada infundados. En efecto, aún su dominio sobre las islas
alemanas al norte del Ecuador, que parecía tan seguro por los acuerdos secretos de los años
anteriores, casi fue arrebatado por países hostiles como Australia y Estados Unidos.
Aunque no lograron arrebatar estas islas de las manos de Japón, en cierta manera
cercenaron el botín.
En último caso, en el plano estrictamente geopolítico, la victoria japonesa sobre sus
adversarios fue indiscutible. Gracias a un rápido y desconcertante movimiento inicial (la
declaración de guerra a Alemania en 1914, y la subsiguiente campaña militar), a unos
hábiles manejos diplomáticos posteriores (los tratados secretos con la Entente durante la
guerra) y a un uso bastante inteligente de la amenaza tácita de no firmar el tratado y no
entrar a la Sociedad de Naciones, Japón había logrado consolidarse en una excelente
posición en el Pacífico, convirtiéndose en la segunda potencia de la región y en la tercera
potencia marítima del mundo. Por todo esto, podemos decir que el Mandato sobre las islas
del Pacífico fue el mayor triunfo de Japón en la Conferencia de Paz de París.
111
Ibídem, p. 72
160
III-A.3) El puesto permanente de Japón en el Consejo de la Sociedad de Naciones,
confirmación de Japón como potencia mundial
En todas las fuentes consultadas este aspecto apenas si es mencionado en un
párrafo, a pesar de ser de vital importancia. En dichas fuentes, cuando se habla del papel de
Japón en Versalles, la mayor parte de las líneas se las llevan la propuesta de igualdad racial
y la disputa con China por Shandong. Es por este motivo por el que aquí nos detendremos a
analizar las posibles razones de la entrega a Japón de un puesto permanente en el Consejo
de la Sociedad de Naciones, así como intentaremos vislumbrar su impacto para la época, e
incluso su importancia de cara al mundo de hoy.
Veamos, de entrada, la estructura de la Sociedad de Naciones. Esta organización
internacional fue la antecesora de la actual Organización de Naciones Unidas, de ahí que su
estructura sea muy parecida a la de la ONU actual. Esto se debe a que, sencillamente, las
Naciones Unidas tomaron de la Sociedad de Naciones la estructura general de
organización, pero corrigiendo ciertos defectos, con la esperanza de poder evitar una
Tercera Guerra Mundial. Al igual que la ONU, la Sociedad de Naciones contaba con un
espacio que ocuparían todos sus miembros, que era la Asamblea. La Asamblea se reuniría
cada año en Ginebra, donde se establecería el Palacio de las Naciones, sede de la Sociedad
de Naciones y actual sede secundaria de las Naciones Unidas. Sus funciones eran proponer
y aprobar resoluciones de todo tipo por unanimidad (a diferencia de la Asamblea General
de la ONU, que las aprueba por mayoría), elegir a los miembros no permanentes del
Consejo, aprobar la entrada de nuevos miembros a la organización y elegir a los jueces del
Tribunal Permanente de Justicia Internacional, actual Corte Permanente de Justicia
Internacional. Por otra parte, estaba el Secretariado. Esta magistratura, el Secretario, se
encargaría de preparar las sesiones de la Asamblea y del Consejo, la elaboración de
informes, la supervisión de comisiones asesoras, y supervisaría al Alto Comisionado de la
Ciudad Libre de Dánzig. En esencia, no era un cargo muy distinto al del actual Secretario
General de la ONU. Finalmente, el Consejo. Este organismo era el cuerpo más poderoso de
la Sociedad de Naciones, teniendo un rol equivalente al actual Consejo de Seguridad de la
ONU. Nació directamente del Consejo de los Cuatro más Japón, y del Consejo de los Diez,
que albergaba a dos delegados de los “Cinco Grandes”. El Consejo sesionaría tres veces al
año, o más si la situación lo ameritaba, actuando como un espacio de diálogo y mediación
161
de conflictos. Incluso países que no fueran miembros de la Sociedad de Naciones podrían
presentar asuntos de interés general ante este organismo. En América Latina, este cuerpo
llegó a mediar en la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay, con parcial éxito. Veamos
algunas definiciones más exactas del Consejo de la Sociedad de Naciones.
“CONSEJO DE LA SOCIEDAD DE NACIONES. Aunque el Artículo III dio a la Asamblea
el derecho de tratar “con cualquier tema dentro de la esfera de acción de la Sociedad o
que afecte la paz del mundo,” fue evidente la intención de los redactores de que el Consejo
debía ser el principal órgano de toma de decisiones de la Sociedad. Sólo al Consejo le fue
dado el derecho de supervisar la reducción de armamentos (Artículo VIII) y preservar la
integridad territorial de los estados miembros (Artículo X). Las disputas o amenazas de
guerra tenían que ser llevadas a la atención del Consejo (Artículos XI, XII y XV) y el
Consejo podría proponer que pasos debían ser tomados si un estado miembro
desobedeciera una decisión del Tribunal Permanente de Justicia Internacional (Artículo
XIII). Las disputas que no pudieran ser arregladas por arbitraje o arreglos judiciales
serían enviadas al Consejo, el cual levantaría un reporte. Cualquier miembro podría
solicitar un arreglo a la Asamblea, pero sólo después de que el Consejo hubiera sido
informado (Artículo XV). De acuerdo al artículo de seguridad colectiva (Artículo XVI), era
deber del Consejo recomendar cuales fuerzas militares debían ponerse a disposición de la
Sociedad. El Consejo podía incluso investigar disputas entre estados no miembros y tomar
medidas para prevenir las hostilidades (Artículo XVII). Estas prerrogativas del Consejo, en
años posteriores, causarían mucha frustración para los partidarios de la Sociedad, y a los
estados pequeños en particular.
CONSEJO, MIEMBROS DEL. De acuerdo al Artículo IV del Convenio, el Consejo
constaría de representantes las Principales Potencias Aliadas y Asociadas junto con
representantes de otros cuatro miembros de la Sociedad. Estos cuatro miembros serían
elegidos por la Asamblea por una mayoría de dos tercios. Los estados miembro que no
estuvieran representados en el Consejo podrían enviar un representante cuando se
estuvieran considerando asuntos que los afectaran. A diferencia de la Asamblea, los
estados miembro tenían sólo un representante en el Consejo.
Las decisiones tenían que ser tomadas unánimemente, incluso cuando uno de los estados
miembro fuera un agresor cuyas acciones el Consejo estaba capacitado para controlar. La
regla no aplicaba cuando el Artículo XV del Convenio era invocado.
Cuando el Convenio había sido aprobado en la Conferencia de Paz de París en abril de
1919, el Consejo tenía nueve miembros. Los miembros permanentes fueron Estados
Unidos, Gran Bretaña, Francia, Italia y Japón. Los puestos no permanentes fueron dados a
162
Bélgica, Brasil, Grecia y España. Cuando Estados Unidos rechazó convertirse en un
estado miembro, un puesto permanente quedó vacante. En 1922 el número de puestos fue
incrementado a 10: cuatro puestos permanentes y seis puestos no permanentes. Con la
admisión de Alemania en 1926, la composición del Consejo cambió drásticamente; a
Alemania se le dio derecho a un puesto permanente y el número total de puestos fue
aumentado a 14. Dos puestos semi permanentes fueron establecidos, uno para Polonia y
uno para España; los restantes puestos no permanentes fueron reservados para países de
Latinoamérica y Asia, países pertenecientes a la Pequeña Entente, la Comunidad Británica
de Naciones, y antiguos estados neutrales. Estos miembros no permanentes eran elegidos
por tres años. Desde 1934 la Unión Soviética ocupó el puesto permanente de Alemania, la
cual había dejado la Sociedad en 1933.” 112
Tal y como se explica en la cita, los verdaderos dueños del Consejo eran las
“Principales Potencias Aliadas y Asociadas”; es decir, aquellas que habían firmado la
Declaración de Londres además de Estados Unidos. El hecho de que Japón entrara al
Consejo como un miembro permanente pudo obedecer a varias razones, que debemos
analizar por separado. La primera, y más evidente, razón para la inclusión de Japón en este
cuerpo como un miembro permanente fue su adhesión a la mencionada Declaración de
Londres. Con ella, Japón pasó a formar parte de la coalición mundial contra los Imperios
Centrales, al mismo nivel teórico de Francia, Italia o Reino Unido, aunque su participación
real en la contienda fuera mucho menor. Ante esta situación, era casi imposible que las
grandes potencias occidentales le negaran a Japón un puesto en el Consejo, ya que la nación
asiática venía teniendo un trato de igual a igual con ellas desde 1914. Sin embargo, esta
sola razón no explica suficientemente bien la entrada del archipiélago asiático al Consejo
con un puesto permanente, puesto que había sido excluido en el Consejo de los Cuatro de la
conferencia de paz.
La segunda razón, también relevante, pudo deberse a que los líderes de Occidente se
dieron cuenta que para Japón era de suma importancia tener un estatus similar al de sus
países, por lo que era de esperarse que Japón jamás entraría a la Sociedad de Naciones si no
se le aseguraba un rango igual al de las demás potencias. En resumen, el puesto permanente
para Japón en el Consejo se había vuelto una condición tácita para la entrada de éste a la
organización. Una explicación complementaria de la anterior sería que las potencias
occidentales, específicamente Gran Bretaña y Estados Unidos, habiendo rechazado la
112
van Ginneken, A., Ob. Cit., p. 64 - 65
163
propuesta de igualdad racial, vieron que el puesto permanente en el Consejo era la mínima
compensación que podían ofrecerle a los japoneses. Finalmente, una tercera razón
descansaría en el hecho de que Japón, como única potencia asiática y no occidental, blanca
y cristiana de la escena mundial, era extremadamente necesario para darle credibilidad a la
nueva organización, que debía ser de carácter universal. Sin la presencia japonesa, y en
menor grado china, la Sociedad de Naciones hubiera parecido simplemente un club de
potencias blancas occidentales y sus países satélites. Era, en consecuencia, necesario que la
única potencia no occidental del mundo tuviera una presencia importante y significativa en
la Sociedad de Naciones. A través de estos tres factores, podemos obtener una explicación
más sólida de por qué Japón pudo entrar al Consejo de la Sociedad de Naciones con relativa
facilidad. Analicemos, a continuación, lo que eso significó en su momento y en los años
inmediatamente posteriores.
En el mismo momento de la conferencia, entrar al Consejo como miembro
permanente tenía un impacto inmediato: la confirmación de Japón como una potencia del
mismo rango que las grandes vencedoras de la guerra. Además, Japón obtendría unos
poderes inmensos que le permitirían consolidarse en la deseada posición de líder de Asia e
incluso podría vetar acciones en su contra de parte de otras potencias en el marco del
Consejo. También podría proyectar su poder a otras regiones del globo a través de las
mediaciones y sanciones que el Consejo llevara a cabo. Por último, Japón, desde esta
posición de poder, quizá pudiera continuar la lucha por la igualdad racial en la Sociedad de
Naciones, buscando apoyo de más miembros en la Asamblea. En resumen, la membresía
permanente en el Consejo era una coraza protectora para Japón que, en la práctica, venía a
cumplir casi las mismas funciones de la igualdad racial, y que le permitiría al país, si
utilizaba la estrategia correcta, aumentar su influencia en la comunidad internacional.
La no ratificación del Tratado de Versalles por parte del Congreso de Estados
Unidos y, en consecuencia, la negativa a ingresar a la Sociedad de Naciones, dio ventajas y
desventajas a ambas potencias extra europeas. Por una parte, Japón quedaba con el respaldo
de una prometedora organización mundial de la que Estados Unidos no era parte,
protegiéndose, en primer término, de posibles agresiones o políticas hostiles de los
norteamericanos y, en segundo término, librándose de posibles acciones políticas contrarias
de la representación estadounidense en la Sociedad, teniendo así la oportunidad de mejorar
164
las relaciones con el viejo aliado británico y evitar, quizá, el fin de la Alianza AngloJaponesa, que se veía inminente. Desde la óptica norteamericana, la situación también se
veía desventajosa; Japón quedaba bajo la protección de la organización ideada por los
propios norteamericanos, mientras que ellos quedaban en un relativo aislamiento y con la
amenaza de las nuevas posesiones de Japón en el Pacífico gracias al sistema de Mandatos.
Sin embargo, a segunda vista, el escenario no era ni tan ventajoso para Tokio ni tan
desventajoso para Washington. Dentro o fuera de la Sociedad, Estados Unidos seguía
teniendo una abrumadora fortaleza económica, seguía siendo acreedor de los europeos y,
más bien, su ausencia le quitaba fuerza desde el inicio a la Sociedad de Naciones. Además
de eso, la realidad era que la nueva organización mundial distaba mucho de ser un bloque
sólido de naciones por la inconformidad italiana ante el arreglo de sus fronteras, las
renovadas desconfianzas anglo-francesas e, incluso, el descontento de países menores como
Brasil, que terminaría retirándose de la Sociedad cuando no se le otorgó el puesto
permanente en el Consejo que pidió. Más amenazante aun para los intereses japoneses
resultaba el acercamiento cada vez mayor que se daba entre Londres y Washington por
diversas razones que analizaremos más adelante. Aún así, con sus desventajas, Japón logró
una importante victoria moral y política al entrar como miembro permanente en el Consejo
de la Sociedad de Naciones. Lograba, pues, su confirmación como una de las mayores
potencias del mundo, un sueño acariciado desde los comienzos de la era Meiji.
III-A.4) La disputa sino-japonesa en Shandong. El asunto no resuelto en Versalles.
A diferencia del asunto de las islas alemanas del Pacífico al norte del Ecuador,
donde Japón no tenía una oposición sólida a sus aspiraciones, en el tema de Shandong sí
que la tenía. China, animada por Estados Unidos, había declarado la guerra a Alemania el
14 de agosto de 1917, buscando, precisamente, tener un puesto en la conferencia de paz y
reclamar el territorio arrendado a Alemania de Jiaozhou, que habían ocupado los japoneses.
En esta disputa, la ventaja japonesa era casi inexistente, y se basaba en tres pilares
fundamentales: primero, que Japón había declarado la guerra primero a Alemania y que
había sido él quien había conquistado Jiaozhou cuando China era neutral; segundo, que en
las Veintiuna Demandas, y en acuerdos posteriores, China había aceptado dejar el asunto en
165
manos de Alemania y Japón y, tercero, que a diferencia de Japón, China no había tenido
participación militar efectiva en la guerra, quedando su declaración sólo en el papel. Este
arreglo no podía durar. De cara a la conferencia de paz, el gobierno chino desconoció tales
acuerdos y alegó que el arrendamiento de Jiaozhou había sido un contrato entre China y
Alemania, y que al declararle la guerra a la nación germana, su país tenía el derecho natural
de recuperar lo que desde siempre había sido territorio chino. Antes de continuar, veamos
algunas opiniones con respecto a esta disputa:
“El status de el territorio fue definido por las notas añadidas al Tratado SinoJaponés del 25 de mayo de 1915: cuando Japón adquirió libre disposición del territorio de
Kiaochow, este restauraría la soberanía sobre el territorio a China. Esta posición fue
reiterada por el Ministro de Exteriores Uchida en su discurso a la Dieta el 21 de enero de
1919, en el cual dio la seguridad de que Japan no albergaba ambiciones territoriales en
China.
La presencia de dos beligerantes en oriente complicó los cálculos de Japón sobre el
acuerdo de paz. Por lo tanto, en la primavera de 1917, Japón se tomó trabajo para extraer
compromisos de Gran Bretaña, Francia y Rusia de que respaldarían los reclamos
japoneses sobre Kiaochow y las islas del Pacífico al norte del Ecuador. Japón sentía que
garantías de hierro fundido habían sido recibidas de sus aliados de tiempo de guerra. Pero
Gran Bretaña, con su experiencia con arreglos previos, sabía que los compromisos de
tiempo de guerra como éstos fueron a menudo lanzados en el crisol en cualquier
conferencia de paz que tuviera lugar en última instancia.” 113
Esta polémica sino-japonesa por el ex territorio arrendado alemán de Jiaozhou y los
derechos económicos especiales de Alemania en Shandong, trascendió el marco regional,
llegando a condicionar en buena medida el accionar de Estados Unidos en París y, en
menor medida, el de los europeos.
“Las delegaciones estadounidense y china disfrutaron de una relación estrecha.
Esencialmente, China jugó el rol de protegida de Estados Unidos. Por ejemplo, los
estadounidenses tendieron a considerar el más importante interés de China, el arreglo de
Shandong, como si fuera uno de sus propios intereses en París. Esto se reflejó en el hecho
de que, con la excepción del Coronel House, la delegación tendía a simpatizar con China.
El hecho de que Estados Unidos pusiera a China bajo su ala significó que la actitud
estadounidense en general era de simpatía hacia China y desconfianza hacia Japón. La
113
Nish, I. Ob. Cit., p. 18 - 19
166
opinión pública en Estados Unidos era también antagónica hacia Japón. Evidentemente, el
cruce de desconfianzas estadounidenses hacia Japón se centraba en el refutado reclamo
sobre el arreglo de Shandong. Esto fue agravado por rumores que circularon en febrero de
1919 de que el gobierno japonés estaba presionando fuertemente al chino para que este
concurriera con la posición japonesa en Shandong en la conferencia de paz.” 114
“Los aliados europeos habían eludido la entrada china desde 1915, no queriendo
enemistarse con Japón. Trabajadores chinos, contratados y transportados bajo contrato
privado, habían sido una significativa presencia en los frentes francés y ruso desde 1916,
pero los soldados de China no vieron acción en la guerra incluso después de la
declaración. El objetivo chino era asegurar su representación en la conferencia de paz
posbélica y buscar allí la completa restauración de Shandong a China y la abrogación de
las ganancias japonesas de las Veintiuna Demandas.” 115
“Los aliados europeos enfocaron estas cuestiones en la Conferencia de París desde
una posición comparativamente neutral, de simpatía hacia China pero comprometida con
Japón. Ellos estaban incómodos por los Catorce Puntos presentados por el Presidente
Woodrow Wilson los cuales abocaron por la autodeterminación y parecieron oponerse a
adicionales adquisiciones de territorio por los aliados.
Preocupados con los problemas de Europa, los líderes Aliados dieron sólo una
consideración secundaria a los asuntos de Asia Oriental. De estos por mucho el más
desconcertante fue el problema de Kiaochow.” 116
Podemos entrever claramente, entonces, que aquí se formaron, de cierta manera, dos
bloques antagónicos; por un lado, China y Estados Unidos, y por el otro, Japón y las
potencias europeas que, a diferencia de Estados Unido, no estaban demasiado interesadas
en defender a China o al principio de autodeterminación de los pueblos, y que no veían las
ambiciones de los japoneses algo tan condenable, pues no eran muy distintas a las de los
propios europeos. Pero esto no quiere decir que los europeos apoyaran abiertamente a los
japoneses o que formaran con ellos una alianza tan sólida como la que China y Estados
Unidos tenían ya en ese momento; más bien se trataba de que las delegaciones de Gran
Bretaña, Francia e Italia estaban demasiado ocupadas con sus propias disputas en Europa,
África y el Oriente Medio como para detenerse en una larga discusión por un asunto que no
les afectaba directamente, todo ello sin prejuicio de los pactos previos con Japón. En
114
Shimazu, N. Ob. Cit., p. 143-144
Burkman, T. Ob. Cit., p. 20
116
Nish, I. Ob. Cit., p. 19
115
167
realidad, tanta indiferencia de los europeos hacia los asuntos de Oriente causó cierta
indignación en Japón:
“El derechista Yamato Shinbun se quejó que mientras los estadistas de Occidentes
habían dado atención detallada al futuro de Serbia, Montenegro, y otras entidades
europeas, ni Wilson ni Lloyd George habían hecho alguna declaración acerca de la
disposición de Shandong y las islas del Pacífico.” 117
Es imprescindible recordar que el gobierno japonés de 1919 no era el mismo de
1915, y que la política hacia China intentó cambiarse después de las Veintiuna Demandas.
El gobierno japonés le ofreció al de Duan Qirui créditos exorbitantes e, incluso, llegaron a
un acuerdo de defensa común contra la amenaza bolchevique; pero nada de esto pudo
apagar el natural resentimiento de los chinos contra Japón. Por tal motivo, ya antes de la
conferencia de paz, el gobierno nipón venía manejando la posibilidad de entregar la
provincia de Shandong a China a cambio del otorgamiento a Japón de los derechos
comerciales que anteriormente tenía Alemania. Esta nueva estrategia era acorde con el
pensamiento de los liberales que habían subido al poder a finales de 1918. Ellos pensaban
que su país necesitaba, esencialmente, recursos y mercados, no territorios, y que para lograr
tal fin era más adecuada una política de entendimiento y de dominio indirecto. Incluso
algunos de estos líderes estudiaron con detenimiento el sistema de dominio económico y
político indirecto que Estados Unidos ejercía sobre México con el fin de adaptarlo al caso
chino.
“El 30 de abril ellos (los japoneses) aseveraron que su política era devolver la
península de Shandong en plena soberanía a China, reteniendo sólo los privilegios
económicos dados a Alemania y el derecho a establecer un arreglo bajo las condiciones
usuales en Qingdao. Los delegados anunciaron esto públicamente el 4 de mayo y, más
significativamente, el Ministro de Exteriores Uchida lo reiteró en Tokio el 17 de mayo. En
estas bases, el tratado establecía que Kiaochow debía ser transferido de Alemania a Japón.
Los chinos, sin embargo, montaron demostraciones públicas en sus ciudades desde el 4 de
mayo en adelante en protesta contra la cláusula de Kiaochow.” 118
117
118
Burkman, T. Ob. Cit., p. 35
Nish. I., Ob. Cit., p. 19
168
Esta sería la última oferta de los delegados japoneses, que siguieron aduciendo que
su país debía ser compensado de alguna manera por el derramamiento de sangre y el gasto
que había significado la expulsión de los alemanes de China. Los chinos, por su parte, no
estaban dispuestos a ceder de ninguna manera. Esta especial obstinación de los
representantes chinos tiene varias explicaciones. La primera sería que, para 1919, el
nacionalismo en China estaba en plena efervescencia; en efecto, tras casi un siglo de
humillaciones por parte de las potencias extranjeras, después de la caída de una monarquía
que no había defendido al país y, finalmente, tras la muerte del dictador Yuan Shikai,
parecía que la república podría, al fin, consolidarse y alcanzar los más grandes sueños de
libertad y rescate de la dignidad para China. El factor nacionalista era, en ese momento, una
poderosa fuerza política en China, aunque las grandes potencias no lo empezarían a notar
sino después de 1919. La segunda, muy ligada a la primera, se refiere a la particularidad
histórica de la provincia de Shandong. Shandong había estado ligada a la civilización china
desde sus mismos inicios y, además, había sido la cuna de los filósofos Confucio y Mencio,
de manera que para la gran mayoría de los chinos esta provincia era una tierra casi sagrada.
La tercera, que actuó, quizás, como catalizadora de las anteriores, tiene que ver con el
decidido apoyo norteamericano a las demandas chinas. Aun con la fuerza del nacionalismo
y con el significado histórico de Shandong, era poco probable que el gobierno chino
hubiera desafiado, de una manera tan enérgica, a su poderoso vecino sin el apoyo de otra
gran potencia. Es evidente, por lo tanto, que el escenario en Versalles era muy distinto al de
Shimonoseki, cuando los delegados del gobierno imperial chino habían cedido Taiwán sin
demasiadas objeciones a Japón. La situación era otra, el gobierno chino de 1919, con todo y
sus grandes deficiencias, no era el de 1895, y Taiwán, que había sido siempre una zona
marginal de China, no podía compararse, de ningún modo, con Shandong.
La presión norteamericana tampoco sirvió de mucho a China. Cuando Wilson
presionó a la delegación británica para que frenara a los japoneses, los británicos
contestaron que, sencillamente, no podían ignorar los acuerdos previos hechos con Japón.
Así, el arreglo final sería totalmente ventajoso para Japón, lo que llevó a que la delegación
china abandonara Versalles sin haber firmado el tratado. Más destacado aún fue la
explosión nacionalista que tuvo lugar en China el 4 de mayo de 1919. Ese día, miles de
estudiantes protestaron en Pekín y, aunque el gobierno pudo disolver los disturbios, el
169
impacto sería mucho más profundo, fortaleciendo al Kuomintang de Sun Yat-sen e, incluso,
abriéndole camino a los comunistas. El asunto de Shandong quedaba, pues, sin solución en
la conferencia de paz, ya que con la negativa china a firmar el Tratado de Versalles, la
disputa quedaba en un vacío legal y la ocupación japonesa de Jiaozhou y de otras zonas de
Shandong sin base jurídica.
Resulta bastante difícil ofrecer un “balance general” sobre la participación de Japón
en la Conferencia de Paz de París. Podemos, no obstante, identificar aspectos a favor y en
contra de los intereses del país asiático en aquel foro, evaluar cada aspecto de cara a los
años inmediatamente posteriores, y así poder hacernos una idea de si los japoneses
“ganaron” o “perdieron” ese pulso diplomático con las potencias occidentales,
concretamente con Estados Unidos y Reino Unido. Hagamos un breve recuento. Japón fue
derrotado en el punto de la igualdad racial, aunque obtuvo una sólida victoria en el
referente a los mandatos y otra más en el del Consejo de la Sociedad de Naciones, para
finalmente irse con un resultado indeciso, pero favorable al final, en el asunto de Shandong.
Tendríamos así, un “marcador” final de 2 victorias, 1 derrota y un empate para Japón, pero
un análisis meramente cuantitativo no resulta suficiente.
Más acertado sería tomar en cuenta el peso cualitativo de cada duelo que Japón ganó
o perdió. De este modo, podríamos argumentar que la derrota en el asunto de la igualdad
racial fue un doloroso revés moral para el archipiélago, pero dejó intactas sus aspiraciones a
la hegemonía regional en Asia Oriental y el Pacífico. El tema de los mandatos supone, por
mucho, una sólida victoria militar, geopolítica y diplomática, quizá la más brillante de la
historia japonesa, pues Japón nunca obtuvo ni obtendría tanto invirtiendo tan poco. El
puesto permanente en la Sociedad de Naciones podría considerarse una victoria política
que, aunque al principio pueda parecer teórica, tendría mucho potencial a futuro.
Finalmente, el hecho de que el asunto de Shandong quedara sin decisión, puede verse como
una victoria a corto plazo para Japón, pues era de esperarse que Estados Unidos y China no
iban a ceder en su empeño para que la región volviera a manos chinas. Por otra parte, para
tener una visión más completa del asunto, debemos seguir paso a paso las interacciones
entre Japón, Estados Unidos y Gran Bretaña. Cuando los intereses de las dos potencias
anglosajonas coincidieron en contra de Japón, como en el asunto de la igualdad racial, los
japoneses no pudieron hacer prevalecer sus intereses, pero en cambio, cuando tuvieron el
170
apoyo británico, salieron victoriosos a pesar de la solitaria oposición norteamericana (cómo
en los demás asuntos). Es decir, aún en 1919 Japón necesitaba de la alianza y el apoyo de
Gran Bretaña para hacer valer sus posturas e intereses en la escena mundial. Precisamente
ésta sería la gran herida con la que el gobierno japonés salió de Versalles: el irreparable
desmoronamiento de la Alianza Anglo-Japonesa; y sin la alianza, Japón quedaba sólo ante
el rival norteamericano que, después de la Gran Guerra, parecía más desconfiado que nunca
hacia los nipones y más decidido a frenar su expansión.
No es menos interesante comparar la posición de Japón con la de Italia y la de
Francia en 1919. Mientras que la primera era una potencia emergente igual que Japón, la
segunda era una ex gran potencia que había sido desplazada por el acercamiento entre
Londres y Washington. Ya al terminar la guerra en 1918, Clemenceau tuvo el temor de que
el mundo fuera dominado por los anglosajones y que su país fuera marginado, pero no supo
cómo evitar que su miedo se cumpliera. Los italianos, por su parte, se encontraron aún más
marginados que los franceses, pero tampoco supieron enfrentar de forma eficaz el
contratiempo.
“Desacuerdos entre los Aliados mostraron (a los japoneses) que las potencias
occidentales no eran un bloque monolítico y que debajo de una superficie de idealismo
democrático ellas todavía estaban adheridas a los valores y métodos de la vieja
diplomacia.” 119
Pareciera que los japoneses apenas si pudieron ver que Occidente no era un bloque
sólido, ni mucho menos identificar en profundidad que Francia e Italia enfrentaban la
misma amenaza anglosajona que su país; mientras, franceses e italianos, atrapados en sus
desconfianzas mutuas, tampoco se percataron de que Japón se enfrentaba a sus mismos
adversarios. Por eso, las tres naciones fueron marginadas y sus intereses fueron cercenados,
al enfrentarse por separado a Gran Bretaña y Estados Unidos, lo cual era entendible para
aquella época, tan marcada por el nacionalismo y la incomprensión entre culturas. En 1919,
las alianzas interregionales, que son hoy tan comunes, eran algo casi inconcebible. Aún así,
contamos con esta referencia tan interesante:
119
Burkman, T. Ob. Cit., p. 68
171
“La rebelde Italia se volvió una heroína al instante cuando abandonó la
conferencia por Fiume. El (periódico japonés) Hochi celebró que el Premier Orlando
hubiera "Arrancado despiadadamente la máscara de la cara al Presidente Wilson". El
Asahi echó la culpa de la deserción de Italia a la inclinación del presidente de imponer la
voluntad de Estados Unidos por todas partes. Recomendó que Japón emulara la “brava” y
“varonil” reprimenda de Italia a la falsa retórica de Wilson.” 120
¿Pudo ser la Conferencia de París distinta, si Francia, Italia y Japón hubieran
formado un bloque político para defender en conjunto sus intereses? Nunca lo sabremos a
ciencia cierta, pero es posible pensar que sí, basándonos en el contrapeso político que las
tres naciones hubieran supuesto a Gran Bretaña y Estados Unidos. De todas maneras, la
idea no parece tan ilógica si tenemos presente que dos décadas después Italia y Japón
fueron aliados y que, incluso durante la Guerra Fría, Francia llegó a tener relaciones muy
ásperas con Gran Bretaña y Estados Unidos, pues los galos se seguían oponiendo al
“dominio anglosajón de Europa”. Existen otros análisis que pueden desprenderse de estas
grietas que Occidente mostró en 1919. Los japoneses temían que tras la Gran Guerra
llegara un enfrentamiento entre blancos y amarillos, una gran guerra racial, por lo que
resulta curioso que la fractura política en Occidente tuviera en ese momento un matiz de
esa índole: se trataba de dos naciones marítimas anglosajonas contra dos potencias
terrestres latinas. Quizá los diplomáticos nipones no conocían lo suficiente la larga pugna
entre latinos y germanos en Europa como para poder explotarla a su favor. Veamos, al
respecto, dos elocuentes comentarios finales sobre la Conferencia de Versalles.
“Japón enfocó la Conferencia de Paz de París en el espíritu de la vieja diplomacia.
Esto formuló sus políticas como una potencia imperialista y esperaba que Estados Unidos
y los aliados europeos hicieran lo mismo. Japón presentó demandas dirigidas a la
promoción de sus propios intereses y dependió de los juegos de las potencias en el
momento de la guerra para sus logros. El imperio se mantuvo distante del movimiento para
crear un sistema mundial donde la guerra sería desconocida….Hablando realistamente, el
objetivo último de Japón no era esencialmente diferente de los de las mayores potencias,
cuyos planes para la paz universal servían para reforzar sus posiciones predominantes en
el mundo.” 121
120
121
Ibídem, p. 86
Ibídem, p. 63-64
172
“Los líderes japoneses, que tomaron ventaja de la guerra europea e intentaron
extender la cabeza de puente de Japón en Asia Oriental, consideraron la oposición de
Wilson a los reclamos japoneses en París, como otro intento de las potencias occidentales
de bloquear el crecimiento de una potencia regional asiática. Olvidando sus excesos en su
conducta hacia el continente asiático, los japoneses sintieron que la interferencia del
presidente Wilson acerca de Shandong era una humillación e injusto su fracasado apoyo al
principio de igualdad racial. Los japoneses vieron el internacionalismo wilsoniano
simplemente como una retórica hipócrita que dificultó el progreso de su país. El Barón
Makino, quién después sirvió al emperador Hirohito como guardián del sello real, comentó
en sus memorias acerca del enfoque unilateral de Wilson en la conferencia de paz. De
acuerdo con Makino, era difícil relacionar la personalidad de Wilson con la democracia.
El presidente le parecía “un político más adecuado para una dictadura”.” 122
En estos comentarios finales, en especial en relación a la cita a Makino, nos
muestran el verdadero resultado de Japón en París. Más allá de haber logrado ganancias
territoriales y de la confirmación de su estatus en el mundo, Japón se llevó de la
conferencia dos graves problemas: un peligroso aumento de la rivalidad con Estados
Unidos y una alianza con Gran Bretaña herida de muerte. En Versalles se cerró el ciclo
iniciado cinco años antes en Sarajevo, aunque para Japón la historia no terminaría ahí. Tres
años después enfrentaría un desafío mayor que el de 1919 y, esta vez, no obtendría ni
siquiera una victoria parcial.
III-B) La Conferencia Naval de Washington. Maniobras de contención
Al terminar la Gran Guerra, tal como sucede después de toda gran conflagración
bélica, surgieron nuevas potencias mientras que otras se hundieron. En 1919, las nuevas
potencias que emergieron fueron Estados Unidos y Japón. Aunque Gran Bretaña seguía
siendo la nación líder del mundo, su desgaste era más que evidente y se notaba que no
podría seguir siendo la mayor potencia mundial por mucho más tiempo. Por otra parte,
Francia quedaba relegada a un segundo plano tras la catastrófica destrucción sufrida en la
contienda, siendo su poderío, junto al de Italia, casi una mera reliquia de lo que había sido
la hegemonía europea sobre el mundo antes de 1914. Aún así, con sus diferentes
122
Kawamura, N. Ob. Cit., p. 149
173
situaciones, estos cinco países parecían ser a comienzos de los años veinte los nuevos
señores del mundo.
Tal como suele acontecer después de toda gran guerra, y como fue particularmente
notable en 1945 (tras la Segunda Guerra Mundial), los vencedores de un largo conflicto que
salen fortalecidos y/o engrandecidos, se detallan con desconfianza mientras terminan de
acomodar a su conveniencia el tablero mundial y se consolidan en sus posiciones. Este
proceso de reordenamiento no siempre se da de forma apacible y a menudo ha sido el inicio
de nuevas confrontaciones en varios momentos de la historia. Esa era, en esencia, la
situación mundial tras la firma del Tratado de Versalles en 1919. Aún entre 1920 y 1921 las
potencias seguían ajustando el nuevo orden mundial en zonas menos atendidas desde un
principio, como el Medio Oriente o el Pacífico, y ya se perfilaban nuevas rivalidades
navales y económicas; por un lado entre Estados Unidos y Gran Bretaña, por otro entre
Estados Unidos y Japón e incluso entre Gran Bretaña y Japón desde otra perspectiva.
Debemos repasar brevemente los cambios políticos que se dieron en Estados
Unidos, Japón y el Imperio Británico después de 1919 para poder abordar plenamente los
sucesos de la Conferencia Naval de Washington. En Estados Unidos, el presidente Wilson
no logró que el Congreso ratificara el Tratado de Versalles de 1919. Su partido perdió de
forma notable las elecciones siguientes, llegando a la presidencia en 1921 el republicano
Warren Gamaliel Harding, quién mantuvo la clásica postura aislacionista del Partido
Republicano de aquella época, ratificando de esta manera la negativa norteamericana a
ingresar a la Sociedad de Naciones y sus organismos conexos. El nuevo presidente de
Estados Unidos dio un nuevo impulso a varias políticas republicanas que habían quedado
sin fuerza desde la presidencia de Roosevelt, como el distanciamiento de los asuntos
europeos. Pero por otra parte, Harding también tendió su apoyo a un programa heredado de
la administración Wilson: el plan de construcción naval de 1916, que contemplaba la
construcción varios acorazados y que despertaba los peores temores de Japón y Gran
Bretaña. La administración Harding contrastaría notablemente con la anterior por su
carácter práctico e incluso muy nacionalista. El idealismo wilsoniano parecía haber
desaparecido de Washington a comienzos de los años veinte…
En Japón también ocurrieron cambios políticos, y quizá con más brusquedad que en
Estados Unidos. Mientras que el final de la vida política para Wilson llegó el 2 de octubre
174
de 1919, con un accidente cardiovascular, y su muerte el 3 de febrero de 1924, tras una
larga agonía; ambos finales llegaron juntos y de forma inesperada para el premier japonés
Takashi Hara, cuando fue apuñalado en la estación de tren de Tokio por un fanático de
derecha el 4 de noviembre de 1921. Ésta quizá haya sido la primera señal de que el
prestigio de la facción más liberal de Japón, que el mismo Hara lideraba por aquel
entonces, se estaba erosionando rápidamente por su poca habilidad para manejar la
desaceleración de la economía nacional tras la guerra y por su falta de firmeza para
defender los intereses nacionales en Versalles dos años antes. El mismo mes en que Hara
fue asesinado, el Vizconde Korekiyo Takahashi, ex Ministro de Finanzas bajo el gobierno
anterior y miembro del Seiyukai, fue nombrado Primer Ministro. Este personaje, a
diferencia de Takashi Hara, carecía de un liderazgo fuerte, lo que acentuó la división
política del país en un momento clave de sus relaciones internacionales.
“La muerte de Hara fue una gran pérdida. En su capacidad como primer ministro,
él había logrado mucho en política exterior incluyendo la mejora en las relaciones con
Estados Unidos y China y el inicio de la Conferencia de Dairen en agosto para establecer
relaciones con la República del Lejano Oriente Ruso y resolver los problemas generados
por la Intervención Siberiana. Después de la muerte de Hara, el experimentado banquero y
ministro de finanzas Takahashi Korekiyo fue elegido de entre los miembros del gabinete
como el próximo primer ministro. Él dejó claro que sus políticas seguirían aquellas
marcadas por Hara; pero su base partidista estaba menos segura, y probablemente los
representantes en Washington no recibieron la misma fuerza y apoyo de él. Mientras tanto,
se anunció que el Príncipe Heredero se había convertido en regente por su sufrido
padre.”123
Por otra parte, en Japón los militares, desde los ministerios de Ejército y Armada,
seguían haciendo presión en función de sus propios intereses, mientras que la crisis
económica originada por el fin de la guerra seguía poniendo en aprietos a todos los sectores
de la sociedad nipona. Así pues, los gobiernos de Hara y Takahashi enfrentaron entre 1919
y 1922 una situación particularmente difícil.
Finalmente, el gobierno británico, después de terminar la ardua tarea de la
Conferencia de París, se centró en reorganizar Gran Bretaña y todo el imperio, que tras la
guerra era más extenso que nunca, aunque también más frágil. El gobierno de Lloyd
123
Nish, I. Ob. Cit., p. 35
175
George se mantuvo desde 1919 hasta finales de 1922. El enfrenta el que quizá fue uno de
los mayores dilemas de la diplomacia británica en la primera mitad del siglo XX: renovar o
no renovar la alianza con Japón. Para resolver este dilema y atender otras importantes
cuestiones relacionadas con la organización del Imperio Británico, se reunió en Londres en
1921, la Conferencia Imperial (que no lo hacía desde 1917-18) con la participación de
representantes de los Dominios de Canadá, Sudáfrica, Australia y Nueva Zelanda, además
de representantes de India y del propio gobierno de Gran Bretaña. Muy pronto, el tema de
la Alianza Anglo-Japonesa marcó las discusiones. En los extremos de las opiniones que
suscitó, se colocaron el Primer Ministro de Canadá, Arthur Meighen y el Primer Ministro
de Australia, William Morris Hughes. Mientras que el primero habló por los intereses de
Canadá y presionó por la no renovación de la alianza con Japón para acercar al Imperio a
Estados Unidos, Hughes defendió la alianza como el principal medio para garantizar la
seguridad de las posesiones más orientales del mismo contra el expansionismo de los
propios japoneses. Meighen alegó que las relaciones económicas de Canadá, y de todo el
Imperio Británico, con Estados Unidos eran de vital importancia y que el Imperio debía
buscar la manera de lograr una estrecha colaboración con Norteamérica. El premier
canadiense llegó casi a amenazar al resto de la Conferencia, diciendo que si la renovación
de la alianza con los nipones arrastraba al Imperio Británico a una guerra contra Estados
Unidos, Canadá no sacrificaría sus ventajosas relaciones políticas y económicas con este
último. Así pues, Meighen se destacó como la voz más anti-japonesa en Londres.
“El momento decisivo (para la no renovación de la Alianza Anglo-Japonesa) vino
después de la Conferencia Imperial de Jefes de Dominios reunida en Londres el 20 de
junio, cuando el primer ministro canadiense se opuso a la renovación de la alianza más
enérgicamente de lo esperado, por su propio país y fuera de la consideración del
sentimiento americano.”124
En contrapartida, Hughes no era precisamente un pro-japonés (recordemos su
enfrentamiento con Makino en París…), sino que más bien quería mantener la alianza por
temor a ese país. El líder australiano alegaba que no renovar la alianza dejaría a Japón sin
ningún freno para su expansión en el Lejano Oriente y el Pacífico, y que si eso sucedía, los
124
Nish, I. Ob. Cit., p. 26
176
primeros amenazados serían Australia y Nueva Zelanda, además de las posesiones
británicas del Sudeste Asiático. Por otra parte, el Secretario de Asuntos Exteriores, George
Curzon y el Presidente del Consejo Privado, Arthur James Balfour, no estuvieron muy de
acuerdo con la idea de no continuar la alianza; en cualquier caso, a Meighen, no le faltó
apoyo, como el del Almirante John Jellicoe, comandante en la batalla de Jutlandia, quién
desde 1919 advertía sobre la amenaza de Japón.
“En el segundo aniversario de la firma del Tratado de Versalles la Conferencia
Imperial comenzó sus discusiones sobre el futuro de la alianza con Japón. Ambos, Balfour
y Curzon, advirtieron del peligro de finalizar la alianza.”125
“En 1919 Jellicoe había identificado a Japón como el mayor enemigo potencial de
Gran Bretaña, una señal de la inquietud con que el crecimiento de la expansión naval
japonesa fue abordada por la Royal Navy.” 126
Pero pese a las advertencias de políticos veteranos como Balfour y Curzon, el
sentimiento general en Gran Bretaña era de una desconfianza cada vez mayor hacia Japón.
Se tenía la percepción de que ese país era el único beneficiado con la alianza y que pronto
se convertiría en un enemigo del Imperio Británico tanto si se renovaba la alianza como si
no. Además, no debemos descartar las presiones indirectas que Estados Unidos pudo haber
ejercido sobre Londres en este sentido.
“La Alianza de Japón con Gran Bretaña debía caducar en 1922 y Estados Unidos,
tratando de aislar al Japón para ellos mejorar su posición en el Extremo Oriente,
consideraron su renovación como un acto inamistoso de Gran Bretaña. Esta, ante las
múltiples presiones (sobre todo económicas) ejercidas por los estadounidenses y para estar
bien con ellos, porque les interesaba su amistad, desistió de renovar la Alianza con Japón.
125
Goldstein, Erik. The Washington Conference, 1921 – 1922. Naval Rivalry, East Asian Stability and the
Road to Pearl Harbor. Frank Cass, Londres, 1994, p. 7
126
Field, A. Ob. Cit., p 183
177
Luego, la rivalidad de Estados Unidos contra el Japón fue en ascenso y en forma
continua.”127
“En Asia Oriental el Foreign Office observó en febrero de 1921 que, “a pesar de la
similaridad de intereses, un acuerdo de trabajo es en extremo difícil. Si nosotros fuéramos
capaces de contar con la certeza acerca de la activa cooperación de los Estados Unidos,
la necesidad de una alianza con Japón no sería aparente.”128
“Ésta (la Alianza Anglo-Japonesa) había servido a ambos socios bien durante su
vida, pero ahora los intereses de los aliados eran más obviamente divergentes que
previamente. Ésta era claramente una alianza no grata, con poco sentido de propósito
común”129
Todo este debate se daba mientras el gobierno japonés no ocultaba su preocupación,
e incluso su indignación, por las largas que los británicos le daban a la decisión de renovar
o no la alianza y aún más por someterla a la aprobación de los Dominios.
“El conflicto sobre la alianza entre Japón y Gran Bretaña resultó en una de las
raras crisis manifestadas durante la larga asociación entre los dos países. Algunos
funcionarios británicos parecían haber querido que la alianza expirara en julio de 1921
mientras que Japón en su nota del 30 de mayo quería que su existencia fuera prolongada
para tener en cuenta las negociaciones a tener lugar para el ajuste y modificación de la
alianza.”130
Si analizamos con detenimiento la situación de los británicos en aquel momento,
veremos que no se trataba de una decisión a ser tomada a la ligera. Tras cuatro años de la
peor guerra que el mundo hubiera visto, el Imperio Británico estaba exhausto y amenazado
por el imparable ascenso económico y militar de Estados Unidos. Aunque habían
demostrado ser un confiable aliado en la guerra, los Estados Unidos habían vuelto a su
127
Escobar, M. Ob. Cit., p. 49
Goldstein, E. Ob. Cit., p. 10
129
Ibídem, p. 7
130
Nish, I. Ob. Cit., p. 25
128
178
tradicional aislamiento político, en tanto que su crecimiento económico ya estaba poniendo
en su propia órbita a territorios del Imperio, como Canadá, y su plan de construcción naval
amenazaba con superar a la Royal Navy antes del fin de la década. Pero por otra parte,
muchos políticos del Imperio Británico estaban firmemente convencidos de que solamente
basándose en una estrecha colaboración con los norteamericanos, que les diera seguridades
a ambos países, el Imperio podría superar la difícil coyuntura y relanzar su poder en todo el
mundo. Los líderes con esta opinión apelaban a los profundos vínculos culturales entre
Estados Unidos y Gran Bretaña, a la tradición democrática de ambos y al hecho de que
Gran Bretaña se había quedado sin aliados de confianza en Europa.
En efecto, después de 1919, no fueron pocos los que en Londres compararon la
situación del viejo continente con la de la era napoleónica; pues tras la destrucción del
poder alemán y los pactos de defensa de Francia con los nuevos países de Europa Oriental,
el país galo tenía la hegemonía continental; despertando así desconfianzas en Gran Bretaña.
Rusia, devastada por la guerra y presa de la revolución bolchevique, no podía ser un aliado
y en cuanto a Italia, sus ambiciones en África, los Balcanes y el Mediterráneo, hacían
desconfiar a los británicos. Tal como en 1902, Gran Bretaña debía buscar un aliado más
allá de Europa, y sólo Japón y Estados Unidos eran opciones lógicas, si bien, al mismo
tiempo eran adversarios potenciales. Se trataba prácticamente de elegir a uno como aliado y
sellar la enemistad con el otro.
“En el mundo más amplio Gran Bretaña prefería la hegemonía o ser parte de la
alianza dominante. La Alianza Anglo-Japonesa de 1902 había suministrado a Gran
Bretaña un aliado marítimo y regional fuerte ante las amenazas rusa y alemana. En 1921
con Alemania derrotada y Rusia devastada por la guerra y la guerra civil aquellas
amenazas habían pasado. En el Pacífico había sólo dos posibles aliados o adversarios, los
Estados Unidos y Japón. Gran Bretaña se enfrentó con la incómoda tarea de decidir cual
ofrecía la mejor seguridad para garantizar el futuro del poder británico en la región.
Japón había sido un útil aliado por dos décadas, pero Estados Unidos era claramente la
próxima moda. Gran Bretaña podría renegociar su alianza japonesa, pero con un
sentimiento de que los vínculos con Japón eran tenues, o podía pasar a Estados Unidos,
notoriamente errático después de su rechazo a los compromisos wilsonianos de París, pero
179
sin embargo una potencia con la que Gran Bretaña disfrutaba de inusuales vínculos y
conexiones culturales.”131
Si se escogía como aliado a Japón, era casi segura una carrera armamentista con
Estados Unidos, y las finanzas del Imperio no estaban en situación para eso. Si por el
contrario, se intentaba, y se lograba, una alianza con Estados Unidos, se tendrían que
asumir unos gastos inmensos para aumentar la capacidad defensiva del Imperio Británico
en el Lejano Oriente, hecho que implicaba la construcción y mejora de una red de bases
navales en la zona y un aumento considerable en el tamaño de la flota.
Para agravar más la situación, hacia 1921 no le quedó otra opción al gobierno
británico que responder con un programa de construcción naval propio, a los de Estados
Unidos y Japón, que según los analistas británicos, colocaría a estos dos países como
primera y segunda potencias navales antes de 1930, dejando a Gran Bretaña relegada a un
tercer lugar.
“De todos los problemas que confrontaban las relaciones anglo-norteamericanas
ninguno era más preocupante para Gran Bretaña que el ambicioso programa de
construcción naval de 1916 de Estados Unidos, el cual tenía el claramente definido
objetivo de crear una armada insuperable….Aunque Gran Bretaña no había colocado
ningún barco capital desde 1916, el gabinete en marzo de 1921 aceptó de mala gana el
desafío estadounidense y autorizó la disposición de fondos para empezar cuatro nuevos
cruceros de batalla gigantes”132
Vemos, en consecuencia, que tras la Primera Guerra Mundial, surgió una peligrosa
rivalidad a tres bandas en el aspecto naval, que amenazaba con convertirse en una nueva, e
impredecible, carrera armamentista que podría lanzar al mundo a otra conflagración. En
términos modernos, podemos decir que el fantasma de una “guerra fría” rondaba en Tokio,
Washington y Londres. Con esta situación, la Conferencia Imperial fue pues, el escenario
131
132
Goldstein, E. Ob. Cit., p. 29
Ibídem, p. 14
180
de una larga discusión sobre los pros y los contras de continuar la alianza con Japón.
Finalmente, sería el propio gabinete de Gran Bretaña el que, esperanzado en el cambio de
administración en Estados Unidos buscó un acercamiento transatlántico.
“El gobierno de Lloyd George esperó que buenas relaciones podrían ser
establecidas con la nueva administración, y desde el principio hasta el fin del período de la
Conferencia de Washington nunca olvidó la necesidad de intentar mejorar la cuestión de la
deuda….Uno de los muchos asuntos menores de los británicos en la conferencia era la
necesidad de persuadir a los estadounidenses de que sería tan rentable ser amigable con
Gran Bretaña respecto al pago exacto.”133
“Un simple análisis desde la base de la posición de Gran Bretaña en el Pacífico
podía haber dejado la conclusión de que la realidad de la alianza japonesa era mejor que
cualquier cosa que los estadounidenses pudieran ofrecer. Sin embargo, un análisis global,
indicaba otras cuestiones, y esto solamente hacía pesar más a Estados Unidos en la
balanza”134
Esta decisión se vio motivada por la inclinación que tomó en sus últimos días la
Conferencia Imperial. Aunque no pudo prevalecer ampliamente la tesis de no renovar la
alianza con Japón, estaba claro que los sentimientos de la mayoría estaban inclinados hacia
Estados Unidos y no hacia Japón, e incluso algunos políticos, se sintieron demasiado
presionados por la abultada deuda que el Imperio Británico había contraído con los
norteamericanos durante la guerra, llegando a creer que era posible que la diplomacia
británica pudiera ganarse de aliado a Estados Unidos sin perder a Japón y acercar, así, las
dos potencias rivales en el Pacífico.
“el deseo británico de evitar ganarse más la antipatía de los Estados Unidos es
visto por el hecho de que la misma tarde en que la conferencia había estado de acuerdo
con las actitudes estadounidenses inquisitivas, Curzon se reunió con (el embajador
133
134
Ibídem, p. 10
Ibídem, p. 29 - 30
181
estadounidense en Londres) Harvey y le informó que la conferencia estaba hablando de la
alianza y que estaban interesados en las opiniones de Estados Unidos. El Secretario de
Estado de Estados Unidos, Charles Evans Hughes, ya había expresado, informalmente que,
"el veía la renovación del tratado anglo-japonés en cualquier forma con inquietud..."
Debido al efecto que tendría sobre la opinión de los Estados Unidos respecto a Gran
Bretaña….Harvey también indicó que Estados Unidos estarían interesado en una discusión
con Gran Bretaña y Japón acerca del poderío naval en el Pacífico….Curzon, con el apoyo
de la Conferencia Imperial y después consultando a Japón y a China, sostuvo otro
encuentro con Harvey y le informó que la idea de una conferencia había sido recibida
favorablemente por la Conferencia Imperial, y que ellos esperaban que Estados Unidos se
sumara....El gobierno en su deseo de escapar de la carga de la Alianza Anglo-Japonesa
dio la bienvenida a las posibilidades ofrecidas por una conferencia sobre asuntos del
Pacífico”135
De este modo, surgió la idea de la que sería la primera conferencia sobre desarme
después de la Gran Guerra, la más importante antes de la Segunda Guerra Mundial y quizá
sólo superada por los acuerdos de limitación de armas entre Estados Unidos y la Unión
Soviética, SALT I y SALT II136, la Conferencia Naval de Washington. Ahora bien,
echemos un vistazo rápido a los enfoques meramente políticos, militares y estratégicos de
Gran Bretaña, Estados Unidos y Japón de la situación inmediatamente precedente a la
Conferencia Naval de Washington.
Los enfoques políticos, militares y estratégicos de Gran Bretaña, Estados Unidos y
Japón que preceden a la Conferencia Naval de Washington arrojan luz sobre su desenlace.
La supremacía de la Royal Navy estaba seriamente amenazada por los proyectos de
ampliación de las armadas norteamericana y japonesa, con las previsibles consecuencias
que tendría tal situación sobre el Imperio Británico, que era por definición un imperio
marítimo y que sin una buena defensa de sus rutas comerciales estaría liquidado. Gran
Bretaña se enfrentaba al viejo deseo norteamericano, inspirado en las obras de Alfred
Thayer Mahan, de configurar la mayor flota de guerra del mundo, y a las aspiraciones
japonesas de hegemonía en Asia Oriental y el Pacifico. Existía, por tanto, una doble
135
Ibídem, p. 16 - 17
SALT (Strategic Arms Limitation Talks, ó Conversaciones sobre Limitación de Armas Estratégicas),
fueron dos acuerdos de limitación de armas nucleares y sistemas de misiles balísticos firmados por la URSS y
Estados Unidos en 1972 y 1979, conocidos como SALT I y SALT II respectivamente.
136
182
dificultad, la de no poder pagarse una carrera armamentista naval con Estados Unidos, y la
de no poder mover hacia el Lejano Oriente buena parte de su poderío para disuadir a Japón.
En lo que se refiere a la situación estrictamente militar leemos:
“Las aguas europeas planteaban poca dificultad ya que la armada alemana estaba
extinta, y las armadas francesa e italiana poseían ahora solamente naves pre-Jutlandia137 y
no tenían ningún programa de construcción. El Pacífico, sin embargo, era mucho más
peligroso. Aquí Gran Bretaña requería un número significativo contra Japón, calculado en
la base de igualdad con Japón, más un porcentaje necesario para asegurar la victoria, más
un porcentaje para compensar el operar tan lejos de sus bases principales, más un
porcentaje para dejar en aguas europeas para la seguridad allí. Esto significaría una
proporción 3:2 sobre Japón. En el Océano Atlántico Gran Bretaña ya había aceptado el
concepto de igualdad con los Estados Unidos….El Alto Mando de la Armada proveyó
cinco recomendaciones; que la limitación fuera hecha en las bases de barcos capitales, que
Gran Bretaña y Estados Unidos tuvieran un margen sobre Japón de 3:2, que solo los
barcos post-Jutlandia fueran contados, que el reemplazo fuera efectuado dentro de más de
20 años, y que la abolición de los submarinos debía ser considerada.”138
Como única respuesta a esta situación, el gobierno británico adelantó en 1921 un
modesto plan de construcción y actualización naval, tal antes reseñamos, además de
proyectar un plan de guerra contra Japón que implicaba la construcción de una formidable
base naval en Singapur. Este plan es explicado con lujo de detalles por Andrew Field en su
libro Royal Navy Strategy in the Far East 1919 – 1939. Planning for a War against Japan.
Por primera vez en un siglo, Gran Bretaña no tenía la posición de fuerza en el mar, lo que
obligaba a su gobierno a una salida negociada de esta comprometedora situación.
Efectivamente, en 1921 los políticos británicos no pensaban en extender el Imperio o
aumentar su poder, sino en conservar lo ganado y la posición de liderazgo y prestigio que
ya tenía.
137
Tras la batalla de Jutlandia de 1916, entre las armadas alemana y británica, el diseño naval cambió
tremendamente, dando origen a una nueva generación de acorazados y cruceros de batalla llamados “postJutlandia”. Los teóricos navales asumieron que el país que dispusiera de más buques de esta clase aseguraría
su dominio del mar. En contraste, los barcos con un diseño anterior a esta batalla fueron denominados “preJutlandia”.
138
Goldstein, E. Ob. Cit., p. 24
183
Estados Unidos, por su parte, se encontraba en una situación totalmente opuesta a la
de Gran Bretaña. Desde 1916 adelantaba un monumental plan de expansión para su
armada, que incluía una serie de acorazados de última generación y sus planificadores ya
habían pensado la posibilidad de una guerra simultánea contra Gran Bretaña y Japón en
caso de que ambos conservaran su alianza.
“En 1916, en la víspera de la entrada estadounidense a la Primera Guerra
Mundial, Estados Unidos había comenzado un programa de construcción naval que incluía
la construcción de 156 buques; 16 barcos capitales (acorazados y cruceros de batalla)
siendo éste el punto fuerte del programa….Para cuando concluyera, Estados Unidos
tendría las flota de barcos capitales más modernas y poderosa en el mundo entero. Los
almirantes estadounidenses y algunos dirigentes políticos, de la misma manera que el ex
senador Harding, habían hablado de una marina "insuperable"….Los británicos, por
supuesto, ocupaban la posición número uno en 1920, habían encontrado muchos desafíos
previos en este rango, y anunciaron que ellos construirían una flota igual o superior a la
de cualquier otra nación. Japón, comenzó con un programa de 8-8 diseñado para construir
ocho acorazados y ocho cruceros de batalla, mostrando su intención de igualar a la flota
norteamericana.”139
Aunque este escenario era el menos deseado, no se puede decir que la Armada de
Estados Unidos estuviera en una actitud pasiva y temerosa; muy por el contrario su
analistas y estrategas habían desarrollado un plan de guerra contra los británicos (el Plan
Rojo) y otro contra los japoneses (el Plan Naranja), que podían aplicarse tanto de forma
separada, como de forma conjunta. Los estrategas de la armada norteamericana, de nuevo
siguiendo las teorías de Mahan, había llegado a la conclusión de que para vencer a Japón
necesitarían ampliar las bases navales del Pacífico Occidental y superar a la flota japonesa
en al menos 40%. Estos analistas habían planificado una monumental concentración de
barcos de guerra en Hawái, que luego cruzaría velozmente el Pacífico para hacer retroceder
a los japoneses en su hipotética ofensiva inicial sobre Filipinas y Guam, procediendo luego
a facilitar la derrota completa de la flota enemiga y finalmente a bloquear las islas
japonesas, lo que conduciría a la rendición del país asiático. Con Gran Bretaña, los
139
Ibídem, p. 126
184
planificadores desarrollaron un plan que se bastaba con la igualdad numérica entre las
flotas británica y estadounidense, y que se fundamentaba en la defensa del continente
americano ante los británicos. Finalmente, los expertos de la armada, señalaron que era
mucho más probable que Japón interviniera en una guerra anglo-norteamericana, a que lo
hiciera Gran Bretaña en un conflicto norteamericano-japonés, por lo que insistían en que el
gobierno debía buscar un entendimiento con Gran Bretaña basándose en un arreglo
equitativo, mientras mantenía una superioridad significativa de fuerzas respecto a Japón. Es
decir, Gran Bretaña era amenazante para Estados Unidos en la misma medida en que fuera
cercana a Japón, si su alianza con los nipones se rompiera, los norteamericanos podrían
llegar a un entendimiento con esa nación.
“Si la guerra con Gran Bretaña parecía improbable, la guerra con Japón no era
inconcebible. Con la victoria japonesa sobre Rusia en 1904, los Estados Unidos cambiaron
de una tranquila admiración a Japón a una clara crítica. Las acciones japonesas en
Corea, China y las islas del Pacífico desde 1904 a 1920 parecieron agresivas y
amenazantes a los intereses norteamericanos en aquellas áreas.”140
El único obstáculo relevante para semejante proyecto de construcción y guerra naval
era la opinión pública, que se negaba a una inversión tan grande cuando la guerra ya había
pasado.
“La administración Harding entonces enfrentó una cuestión de política nacional –
cómo demostrar liderazgo en relaciones exteriores después de la derrota de la Sociedad de
Naciones, cómo aplacar a un público estadounidense que quería un alivio fiscal sobre los
fondos requeridos para la construcción naval, y cómo tomar ventaja del hecho de que el
Congreso bien podría no votar las asignaciones ni siquiera para finalizar los barcos ya en
construcción. Ésta también enfrentó un problema internacional – cómo ganar paridad
naval con Gran Bretaña sin construcciones adicionales, cómo restringir la construcción
140
Ibídem, p. 128
185
japonesa, y cómo prevenir incursiones adicionales japonesas hacia los intereses
norteamericanos en el Pacífico y China.”141
Era obvio pues, que la idea de una conferencia internacional era muy ventajosa para
Estados Unidos.
La situación de Japón era, tal vez, la más delicada. Mientras que la armada nipona
ya había señalado desde la guerra ruso-japonesa a Estados Unidos como el enemigo más
probable y peligroso de Japón, y el gobierno insistía en que la alianza con Gran Bretaña
debía ser el pilar de la política exterior nacional, a sus socios británicos el tratado les
suponía incomodidad. Frente al monumental plan de construcción de los norteamericanos,
Japón había desarrollado el llamado “Plan 8-8” que contemplaba la construcción de ocho
modernos acorazados y ocho cruceros de batalla. Este proyecto evitaría que la Armada
Imperial Japonesa se rezagara y mantendría a Japón en la carrera naval que ya se
proyectaba. Cómo los teóricos navales nipones también eran discípulos de Mahan, podían
intuir perfectamente los planes de sus homólogos estadounidenses y sabían que
contramedidas tomar. Mahan ya había establecido que una flota atacante, debía poseer una
superioridad de al menos 40% sobre una flota defensora para poder pensar en la victoria, y
una superioridad del cincuenta para asegurarla. Por su parte, la flota defensora, se bastaba
con poseer una fuerza equivalente al 70% de la atacante para resultar victoriosa. Estas
premisas estratégicas serían el núcleo original de la dura discusión que se dio en
Washington cuando el desarme naval se planteó en términos de diversas proporciones para
cada potencia.
“La concepción de los Estados Unidos como el “enemigo hipotético” de la armada
había aparecido primero en la Política Imperial de Defensa Nacional de 1907….Tan
temprano como en 1917 la armada japonesa parecía haber adquirido información bastante
exacta sobre el plan de guerra emergente (Naranja) de la armada de los Estados Unidos.
En octubre 1920 Tokio obtuvo una copia de un plan de guerra confidencial conjuntamente
redactado por tres jóvenes brillantes planificadores - Harry E Yarnell, Holloway H Frost,
y William S Pye - que daban una idea general de las operaciones para una ofensiva
141
Ídem
186
transpacífica. De tales informes de inteligencia el Alto Mando de la armada japonesa
dedujo que la marina estadounidense requería al menos una superioridad de tres – a – dos
sobre Japón en orden de avanzar su flota principal al Pacífico occidental y cortar el
tráfico marítimo esencial de Japón para un bloqueo económico que resultaría en la
victoria final.”142
El cuadro general que originó y precedió a la Conferencia Naval de Washington,
está signado por tres factores básicos: el distanciamiento de Gran Bretaña hacia Japón, el
aumento de la rivalidad norteamericano-japonesa, que se reflejaba ya en planes de guerra
detallados y aprobados, y el surgimiento de una rivalidad naval británico-estadounidense.
De más está decir que era un escenario de evidente riesgo para la paz del mundo y, en
consecuencia, no faltaron voces traumadas por la guerra anterior que, tanto en Tokio como
en Londres y Washington, afirmaron que una guerra con las proporciones de la que se
vislumbraba entre las tres potencias llevaría a la humanidad a su fin.
Poco después de que los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña acordaran la
conferencia, con la aceptación de Japón tras la consulta británica, los norteamericanos
insistieron en invitar también a Francia y a Italia a la conferencia, alegando que debía
procederse a un desarme general, y que estas dos naciones debían asistir a la venidera
conferencia, como potencias que eran. Por otra parte, el gobierno norteamericano insistió
desde el principio en tratar temas más amplios relacionados con la seguridad en el Océano
Pacífico. Después de todo, las tres mayores potencias navales del mundo, que estaban al
borde de una carrera naval sin precedentes, tenían sus intereses en fricción precisamente en
esa parte del mundo.
“Después de la destrucción del poder naval alemán en la guerra, sólo la Royal
Navy, Estados Unidos, y Japón poseían armadas poder significativo. Todos eran estados
con base en el Pacífico. Así, las cuestiones de poder naval y el balance de poder en el
Pacífico quedaron conectadas inextricablemente.” 143
142
143
Ibídem, p. 148 - 149
Ibídem, p. 29
187
Así pues, la conferencia tendría una vasta y variada agenda, en la que si bien el tema
de la limitación del armamento naval sería el fundamental, no sería el único. Estaba claro
que los norteamericanos buscaban establecer un sistema de seguridad que les diera
tranquilidad y a la vez libertad, como no lo había hecho el sistema de la Sociedad de
Naciones. Los meses y semanas inmediatamente anteriores a la conferencia están llenos de
sucesos y anécdotas que muestran las intenciones de cada potencia, y sobre todo, rezuma la
posición de fuerza en la que estaban los norteamericanos y cómo supieron explotarla.
Mientras que el gobierno británico no estaba realmente preparado para la reunión, teniendo
que convocar una delegación de manera apresurada, colocando al veterano Balfour como su
líder; la administración Harding había realizado una cuidadosa investigación y un estudio
concienzudo de la situación, formando una delegación sólida bajo el hábil liderazgo del
Secretario de Estado, Charles Evans Hughes.
“La delegación del Imperio Británico llegó con la presunción de que Estados
Unidos estaría falto de preparación. Nada podría haber estado más lejos de la verdad. Si
de algo sufrió Estados Unidos fue de un crónico exceso de preparación, mucha, no
poca.”144
Mientras que Charles Evans Hughes contaba con informes sólidos preparados por
la armada y la Secretaría de Estado, Balfour tuvo que ser aleccionado casi días antes de la
conferencia. Mientras que los norteamericanos llegarían a la conferencia con un plan de
desarme bien pergeñado y con una estrategia cuidadosamente elaborada, los británicos
habían decidido no tomar ninguna iniciativa que pudiera comprometerlos. La posición de
fuerza de Estados Unidos fue particularmente evidente cuando el Secretario de Estado
norteamericano se negó totalmente a una reunión extraordinaria antes de la conferencia con
los británicos, resistiéndose así a ofrecerles cualquier tipo de garantías antes de la discusión
oficial. Fue muy interesante también que los británicos le hicieran un desplante similar a los
franceses pocos días antes de inaugurarse la conferencia.
144
Ibídem, p. 27
188
Si en el caso británico hablamos de falta de preparación, en los casos de Japón,
Francia e Italia podemos hablar poco menos que de desconcierto. Para los japoneses, la
situación simplemente se había salido de control. La Conferencia Imperial, que habría de
decidir el futuro de su alianza con Gran Bretaña había quedado en un punto muerto, y ahora
la Alianza Anglo-Japonesa quedaba sometida a las discusiones de incierto de resultado de
una conferencia multilateral organizada por Estados Unidos, el principal rival de Japón.
“Después de la deserción de Estados Unidos (de la Sociedad de Naciones), estos
temas sólo podían ser ejercidos de manera realista a través de cuerpos aparte de la
Sociedad de Naciones. Japón no era el único país afectado. Japón se resistió a las
limitaciones sobre su ejército, como hizo Francia, y al mismo tiempo que otros países,
estaba alerta sobre las necesidades de la marina. El 11 de julio, Japón recibió un sondeo
vacilante del presidente Harding sobre este tema. Poco después, el país fue informado de
que, las limitaciones de armas estaba relacionadas con cuestiones del Pacífico y del
Lejano Oriente, la conferencia propuesta tuvo que cubrir ese tema e incluir a China.”145
Esa era una pésima noticia para el gobierno japonés, aunque no sería la única que
recibiría... Cuando los japoneses solicitaron definir la agenda de la reunión por adelantado y
declararon que no aceptarían discutir ciertos temas espinosos, los norteamericanos
contestaron con una seca negativa, alegando que no era el espíritu de la conferencia definir
por adelantado la agenda. Era evidente la manera en que los norteamericanos estaban
empeñados en controlar la situación a su favor. Es muy oportuno que autores como Ian
Nish, sugieren que quizá ya en 1921 el gobierno norteamericano tenía la capacidad de
intervenir las comunicaciones entre el gobierno nipón en Tokio y su embajada en
Washington; pero de esto no hay seguridad. Lo que si sabemos con certeza es que el
gobierno japonés vio la conferencia con gran desconfianza desde la víspera y dio
instrucciones flexibles, por no decir imprecisas, a sus delegados temiendo bastante la
hostilidad de Estados Unidos.
En lo interno, la situación japonesa no era la mejor. Nish no dice que:
145
Nish, I. Ob. Cit., p. 26
189
“Había una rivalidad en curso entre la marina con su programa suntuoso
destinado a desarrollar una flota 8-8 (ocho acorazados y ocho cruceros), considerado
necesario para mantenerse a nivel con la construcción de tiempo de guerra estadounidense
y británica, y el ejército con sus reclamos para cincuenta divisiones, consideradas
necesarias para proteger el imperio de ultramar de Japón en Taiwán y Corea”146
Y ese no era el único problema. Takashi Hara, sólo por su carácter civil y liberal
estaba claramente enfrentado a la cúpula militar del país, lo que debilitaba profundamente
su posición como gobernante. Además, estaba muy claro para los analistas que la economía
japonesa no podría soportar por mucho tiempo la carrera naval con Estados Unidos e
incluso se estaba empezando a dudar de que pudiera completarse el plan 8-8, planteando
algunos un plan 8-4, que reduciría a la mitad la cantidad de cruceros de batalla a construir.
Para el gobierno japonés había pocas alternativas en la segunda mitad de 1921, o asistía a
una conferencia con un ambiente claramente hostil, o no lo hacía y aumentaba
peligrosamente su aislamiento internacional. La decisión más importante que tomó el
premier Hara fue colocar como jefe de la delegación al Ministro de la Armada, el Barón
Tomosaburo Kato. Este personaje, aunque era un militar de carrera (algo necesario para
callar las voces de los militares de línea más dura), tenía un pensamiento bastante liberal y
era alguien de confiar para Hara, además de eso, también podía entender los sentimientos
de los oficiales de la armada, pues él mismo había sido uno de los diseñadores del “Plan 88”.
“El 24 de agosto, el Primer Ministro Hara le pidió a su Ministro de la Armada,
Almirante Kato Tomosaburo, ser su Plenipotenciario Jefe. La elección de un oficial activo
no agradó a la prensa. Esto fue una desilusión en Japón y causa de sorpresa en Estados
Unidos, que habrían preferido representantes civiles. Pero Hara, quién era un diestro
estratega, debió haber pensado que cualquier resolución surgida en Washington sólo
146
Ibídem, p. 17
190
podría ser aceptada por la armada japonesa si la figura más alta de la flota estaba
presente en las deliberaciones.”147
Tomosaburo Kato, venía de librar un largo debate con el Vice-Almirante Kanji
Kato, en lo que se llamó la “batalla de los Kato”. El Ministro de la Armada abogaba por el
entendimiento y la cooperación con las potencias anglosajonas como principal base para la
seguridad nipona, y alegaba que la verdadera seguridad nacional se garantizaría
potenciando la industria, pues según él, una industria poderosa podría reconvertirse hacia
fines bélicos en caso de guerra, como habían hecho los estadounidenses y británicos en la
guerra pasada. Pero el Vice-Almirante opinaba lo contario.
“En fino contraste (con Tomosaburo Kato), el Vice-Almirante Kato Kanji,
representando al personal y oficiales de línea, dio la prioridad más alta a las
consideraciones militar - estratégicas, y las "lecciones" especiales que enseñó la Primera
Guerra Mundial que eran notablemente diferentes. Sostuvo que los Estados Unidos, con su
"enorme riqueza, recursos, y potencia industrial gigantesca", podían convertir velozmente
su potencial de guerra en fuerza de lucha real en cuanto las hostilidades estallaran. Por lo
tanto podía cubrir sus necesidades de seguridad con los preparativos de tiempo de paz
sobre un par con una nación "pobre" como Japón. A la inversa, Japón requería un
armamento de tiempo de paz grande. Otra "lección importante" de la Primera Guerra
Mundial, según él, era la necesidad de provocar un encuentro decisivo a comienzos de la
guerra; el fracaso de hacerlo convertiría el conflicto en una guerra larguísima de desgaste
económico, para desventaja de Japón. Por lo tanto, la armada japonesa enfrentó el dilema
de "esperar" que cualquier futura guerra fuera prolongada mientras se daba cuenta de que
su oportunidad de la victoria se basaba en un enfrentamiento rápido al mismo tiempo. Este
aprieto incitaba que a Japón acelerara su acumulación naval, y esto agravó el círculo
vicioso de la carrera de armamento en el Pacífico.”148
El debate de estos dos hombres, nos recuerda de alguna manera el sostenido por
Miyoji Ito y Nobuaki Makino antes de la Conferencia de París en 1918. Estamos, de nuevo,
ante el pensamiento nacionalista radical frente al pensamiento liberal. En el caso más
147
148
Nish, I. Ob. Cit., p 33 - 34
Goldstein, E. Ob. Cit., p. 151 - 152
191
específico de la “batalla de los Kato” podemos ver que ambos tenían parcialmente la razón.
Si bien el análisis de Kanji Kato era acertado en lo estratégico, como demostraría la guerra
del Pacífico de 1941-1945, en la que Estados Unidos obtuvo la victoria merced a su mayor
capacidad industrial, permitiéndole reponer las catastróficas, pero no definitivas, pérdidas
iniciales, no lo era en el plano político, pues no tomaba en cuenta que cada paso de rearme
que Japón tomara, sería contestado por Estados Unidos, alimentando un círculo vicioso que
acercaría más y más el conflicto. Por otra parte, Tomosaburo Kato también tenía razón, en
parte, al apostar por un entendimiento con Estados Unidos y Gran Bretaña, pero no tomaba
en cuenta que si el gobierno tomaba una postura que pareciera demasiado blanda,
provocaría una explosión política interna de impredecibles consecuencias, como en efecto
ocurrió. El dilema sin solución en el que Japón se encontraba es genialmente sintetizado en
este comentario de John Whitney Hall:
“A partir de 1920 el Japón se encontraba con un ámbito cada vez más hostil. En
1918 las condiciones internacionales que rodeaban al Japón eran fundamentalmente
distintas de las de comienzos de los años 1900….El prestigio de las democracias era
grande, al igual que el de su visión de un mundo de estados democráticos coexistiendo
pacíficamente. Pero en lo que al Japón se refería, esta visión occidental era una realidad
cada vez más restrictiva e incluso hostil. Aunque, al principio, el Japón se esforzó por
ajustarse a la nueva situación y por moverse en el tablero internacional de acuerdo con las
declaraciones diplomáticas de Versalles, de Washington y de Londres, las necesidades
defensivas y las aspiraciones nacionales del Japón iban entrando cada vez en mayor
conflicto con los intereses de las potencias occidentales.”149
Con este dilema sin resolver, Japón marchó a la conferencia. Pero tampoco
podemos decir que todas las posibilidades fuesen negativas para la nación asiática. Aunque
ya en la víspera de la Conferencia Naval de Washington se podía prever que la Alianza
Anglo-Japonesa llegaría a su fin, quedaba la esperanza de llegar a un honroso acuerdo
anglo-nipón-estadounidense que pudiera eliminar la preocupación de la carrera naval y
traerle estabilidad y paz a Asia Oriental y el Pacífico.
149
Hall, John Whitney. El Imperio Japonés. Fondo de Cultura Económica, México, 1998, p. 283 - 284
192
La conferencia comenzó el 12 de noviembre de 1921, en el Memorial Continental
Hall de la ciudad de Washington, y tuvo el nombre oficial de “Conferencia Internacional
sobre Limitación Naval”, presentando, en la práctica una agenda mucho más amplia y
produciendo tres tratados de diversa naturaleza pero estrechamente relacionados entre sí. La
delegación norteamericana estuvo integrada por: Charles Evans Hughes, Secretario de
Estado; Henry Cabot Lodge, Senador y Presidente de la Comisión de Política Exterior del
Senado; Oscar W. Underwood, Senador y líder de la minoría en el Senado; y Elihu Root,
Ex Secretario de Guerra, Ex Secretario de Estado y Presidente del Fondo Carnegie para la
Paz Internacional. En este grupo, los personajes con más peso específico eran Charles
Evans Hughes, que fue el artífice de la conferencia y del plan de desarme, y Elihu Root, un
político veterano que tenía larga experiencia en negociaciones con los japoneses
(recordemos el Acuerdo Root-Takahira de 1908); por su parte el Senador Lodge fue
incluido por su cercanía a las ideas de la administración Harding, mientras que Underwood,
fue incluido sólo por ser demócrata para así darle cierta pluralidad a la delegación.
La delegación del Imperio Británico estuvo formada de la siguiente manera: por
Reino Unido: Arthur James Balfour, Presidente del Consejo Privado del Rey; el Barón Lee
de Fareham, Primer Lord del Almirantazgo; y Sir Auckland Campbell Geddes, Embajador
en Estados Unidos. Por Canadá: Robert Laird Borden, Ex Primer Ministro. Por Australia:
George Foster Pearce, Ministro de Defensa. Por Nueva Zelanda: Sir John William
Salmond, Juez de la Corte Suprema. Por Sudáfrica: Arthur James Balfour, como
representante especial. Y por India: Valingman Sankaranarayana Srinivasa Sastri, Miembro
del Consejo de Estado Indio. Curiosamente en una delegación tan grande, sólo un miembro
tenía un peso real: Balfour. El resto no eran políticos demasiado destacados, quizá sólo el
premier canadiense. Esta situación indicaba que el Imperio Británico quería dar una imagen
compacta y centralizada, por lo que organizó una delegación agrupada alrededor del
veterano Balfour.
Finalmente, la delegación japonesa la componían: el Barón Tomosaburo Kato,
Ministro para la Armada; el Barón Kijuro Shidehara, Embajador en Estados Unidos; el
Príncipe Iyesato Tokugawa, Presidente de la Cámara de los Pares de la Dieta Imperial; y
Masanao Hanihara, Viceministro de Asuntos Exteriores. De Tomosaburo Kato hablamos
193
antes, explicamos que era un militar con un pensamiento muy liberal y un hombre de
confianza para los liberales del Seiyukai, sin embargo no era el único delegado de
relevancia en la representación japonesa. El Barón Shidehara era ya en ese momento, y más
lo sería en los años posteriores, un verdadero símbolo del liberalismo y la moderación en
política exterior, Shidehara hablaba el inglés con gran fluidez y se confesaba admirador de
la democracia estadounidense y británica, él además abogó siempre por una política de no
intervención en China y de acercamiento a su gobierno. En 1921 se comportaba como un
ferviente defensor de la cooperación y el entendimiento con Occidente, mientras que en
años posteriores, siendo Ministro de Asuntos Exteriores, apoyó a China ante la Sociedad de
Naciones en su reclamo de autonomía en tarifas aduaneras. Todo esto convirtió a Shidehara
en un emblema de la “Democracia Taisho” de los años veinte en Japón, pero no tardaría en
ser apartado del poder por la presión de los militares, que llamaban “pusilánime” a la
“Diplomacia Shidehara”. Este Barón tendría una nueva aparición en la política nipona en
1945, cuando se convirtió en Primer Ministro con el beneplácito de las fuerzas de
ocupación precisamente por sus antecedentes de pacifismo. Antes de retirarse, él ayudó a
redactar la constitución japonesa de 1947, especialmente el particular Artículo 9, donde
Japón renuncia a la guerra. Conociendo estos detalles podemos entender mejor la actitud
bastante conciliadora que mostró Japón en Washington.
III-B.1) El Tratado de las Cuatro Potencias, un instrumento para sustituir la Alianza
Anglo-Japonesa
Aunque la Conferencia Naval de Washington se había ideado como una reunión
para limitar el armamento naval de las mayores potencias del mundo, su origen estaba
indisolublemente ligado a la incapacidad del gobierno británico de decidir si renovaba o no
la Alianza Anglo-Japonesa. Por esa razón, los líderes norteamericanos estuvieron siempre
conscientes de que su seguridad no sólo se lograría con limitaciones de armas y audaces
planes de guerra. Ellos sabían que era necesario un acuerdo político de gran alcance que
pudiera darle una mínima garantía de seguridad a todas las potencias, incluido el propio
Japón. Sólo así, podría crearse el clima de estabilidad político-militar necesario para poder
194
empezar una negociación seria sobre desarme. Tal pacto, que sería el soporte político del
sistema forjado en Washington, fue el llamado “Tratado de las Cuatro Potencias”. En este
acuerdo participaron Gran Bretaña, Japón y Estados Unidos además de Francia, que fue
incluida por la invitación y la insistencia de Estados Unidos, buscando forjar un sistema de
seguridad colectiva en el Pacífico para sustituir a la Alianza Anglo-Japonesa. Examinemos
un extracto del contenido del mencionado acuerdo.
“Tratado entre los Estados Unidos de América, el Imperio británico, Francia, y Japón,
Firmado en Washington el 13 de diciembre de 1921
Los Estados Unidos de América, el Imperio británico, Francia y Japón,
Con miras a la preservación de la paz general y el mantenimiento de sus derechos respecto
a sus posesiones y dominios insulares en la región del Océano Pacífico,
Han determinado concluir un Tratado a este efecto y han fijado como sus
Plenipotenciarios:..
….Quienes, habiendo comunicado sus Plenos Poderes, encontrados en buena y debida
forma, han acordado como sigue:
I
Las Altas Partes Contratantes están de acuerdo entre ellos en respetar sus
derechos respecto a sus posesiones y dominios insulares en la región del Océano Pacífico.
Si allí surgiera entre alguna de las Altas Partes Contratantes una controversia
fuera de cualquier materia relativa al Pacífico que implicara que sus mencionados
derechos no estuvieran satisfactoriamente establecidos por la diplomacia y fuera probable
que afectara el armonioso acuerdo ahora felizmente suscrito entre las partes, ellas
invitarán a las otras Altas Partes Contratantes a una conferencia conjunta en la que el
asunto completo sea referido para su consideración y ajuste.
II
Si los mencionados derechos fueran amenazados por la acción agresiva de
cualquier otra potencia, las Altas Partes Contratantes se comunicarán entre sí total y
francamente con en el propósito de llegar a una comprensión acerca de las medidas más
eficaces a ser tomadas, conjunta o separadamente, para encontrar las exigencias de la
situación particular.
195
III
Este Tratado permanecerá en vigor por diez años desde el tiempo en que tome
efecto, y después de la expiración del período dicho continuará estando en vigor sujeto al
derecho de cualquiera de las Altas Partes Contratantes para terminarlo con doce meses de
aviso.
IV
Este Tratado se ratificará lo más pronto posible de acuerdo con los métodos
constitucionales de las Altas Partes Contratantes y tomará efecto en el depósito de
ratificaciones que tendrán lugar en Washington y se derogará el acuerdo entre Gran
Bretaña y Japón que concluyeron en Londres el 13 de julio de 1911. El Gobierno de los
Estados Unidos transmitirá a todas las Potencias Signatarias una copia certificada del
proceso verbal del depósito de ratificaciones…
…Declaración suplementaria, Firmada el 13 de diciembre de 1921
Firmando el Tratado este día entre Los Estados Unidos de América, El Imperio
Británico, Francia y Japón, es declarada la comprensión e intención de las Potencias
Signatarias:
1. Que el Tratado aplicará a las Islas de Mandato en el Océano Pacífico, con tal de
que; sin embargo que la elaboración del Tratado no se juzgará como un reconocimiento
por parte de Los Estados Unidos de América a los Mandatos y no evitará los acuerdos
respectivamente entre Los estados Unidos de América y los Potencias con Mandato en las
islas asignadas.
2. Que las controversias referidas en el segundo parágrafo del artículo 1 no se
tomarán para abarcar aquellos asuntos acordes a principios del derecho internacional que
estén derogados exclusivamente dentro de la jurisdicción doméstica de las respectivas
Potencias.
WASHINGTON, D.C. 13 de diciembre de 1921”150
Del propio texto del tratado, podemos llegar a varias conclusiones. Primero; que se
trababa de un acuerdo de seguridad y consulta colectivas que anulaba los viejos principios
de diplomacia bilateral secreta y equilibrio de fuerzas, siendo muy “wilsoniano” en su
apariencia exterior, pero bastante práctico en su espíritu. Segundo: que estaba claramente
dirigido a garantizar la seguridad de Estados Unidos en el Pacífico, pues anulaba la alianza
150
Sin autor, “Tratado de las Cuatro Potencias”, http://avalon.law.yale.edu/20th_century/tr1921.asp
(Revisado el 10 de marzo de 2009) On line.
196
de Japón y Gran Bretaña. Lógicamente, este acuerdo tendría para el gobierno
estadounidense una importancia igual, sino mayor, que el tratado de limitación de armas,
pues en gran medida, éste le daba sentido al del armamento. Los norteamericanos buscaban
dos asuntos básicos: separar a Japón y a Gran Bretaña como aliados y establecer un arreglo
en el Pacífico que les otorgara seguridad.
“La Conferencia de Washington fue una continuación del proceso comenzado en
París en 1919, el cual inauguró el intento de establecer un orden posbélico en la escala del
que se logró en Viena un siglo antes.”151
“Antes de, durante, y después de la conferencia, el gobierno de Harding relacionó
el final de la alianza a la aprobación estadounidense del tratado naval”152
Ahora bien, ¿si la no renovación de la Alianza Anglo-Japonesa era tan claramente
ventajosa para Estados Unidos, por qué Gran Bretaña y Japón cedieron tan fácilmente en
este aspecto concreto? Algunos comentarios del libro de Erick Goldstein pueden darnos una
respuesta más clara, al menos desde la óptica británica.
“Para 1921 Gran Bretaña enfrentó la fuerte presión de Estados Unidos, Canadá y
China para abandonar la alianza. Presión igualmente fuerte para mantenerla vino de los
otros dos Dominios, Australia y Nueva Zelanda, y de algunos miembros del Foreign
Office….En 1921, ambos gobiernos (Gran Bretaña y Japón) quisieron una renegociación,
pero Estados Unidos había indicado que tal continuación, por lo menos, daría la
apariencia de una alianza contra Estados Unidos. La administración Harding no temía que
una alianza llevara a Estados Unidos a una guerra con Gran Bretaña. No creía que los
japoneses usarían el pacto para avanzar en sus intereses en Asia, con apoyo británico
abierto o tácito….El catalizador para esta reconsideración (de Gran Bretaña acerca de la
alianza) fue la conjunción de tres eventos clave: la próxima expiración de la Alianza
Anglo-Japonesa, un cambio de administración en los Estados Unidos, y la convocatoria de
la primera Conferencia Imperial desde el fin de la guerra. El último evento proveyó el foro
para divulgar este debate, mientras que simultáneamente indicaba la creciente divergencia
de visiones estratégicas entre los componentes del Imperio....Para llamar la atención de la
iniciativa pública, Hughes (el Secretario de Estado norteamericano) se enfocó en la opinión
pública mundial, e hizo difícil, por no decir imposible, para Gran Bretaña y Japón
rechazar las propuestas totalmente.”153
151
Goldstein, E. Ob. Cit., p. 28
Ibídem, p. 132
153
Ibídem, pp. 250, 127, 5 y 131
152
197
En cuanto a Japón, podemos decir que no le quedó más opción que seguir a Gran
Bretaña. En efecto, desde que el asunto de la renovación fue depositado por los británicos
en manos de la Conferencia Imperial, los nipones perdieron el control de la situación y ya
no lo recuperarían. Una vez que su socio acepta ir a la conferencia en Washington, a los
japoneses no les queda otra opción que asistir. En ese momento al gobierno de Tokio le
quedaban únicamente dos alternativas: o asistir a Washington y ver cómo podían defender
sus intereses en ese foro multilateral, ó no acudir y exponerse a quedar peligrosamente
aislado. Pero no sólo es destacable la ruptura de la Alianza Anglo-Japonesa. En la
Declaración Suplementaria anexada al tratado, Estados Unidos se cubre las espaldas al no
reconocer el sistema de Mandatos de la Sociedad de Naciones. Este factor revestía una
importancia que iba más allá del simple hecho de que el gobierno norteamericano quisiera
marcar distancia de la Sociedad de Naciones. Como explicamos anteriormente, la
ocupación japonesa de buena parte del imperio colonial alemán en el Pacífico causó
grandes temores en Estados Unidos, debido a que eso le daba a los nipones una posición
muy ventajosa entre las posesiones norteamericanas. Además de eso, las islas arrebatadas a
Alemania incluían la estratégica isla de Yap, en el archipiélago de las Carolinas; esta isla
era un nudo de conexiones de cables telegráficos y quién la controlara podría dominar las
comunicaciones de casi todo el Pacífico occidental. Yap entraba en el Mandato Clase C que
la Sociedad de Naciones otorgó a Japón, y como tal, este país tenía plena soberanía sobre la
isla. Esto iba, desde luego, en contra de los intereses en la región del gobierno
norteamericano, que ya en 1919 había intentado sin éxito excluir a Yap del mandato
japonés. Al no reconocer de ninguna manera el Sistema de Mandatos, los norteamericanos
mantenían, jurídicamente hablando, la puerta abierta para un futuro acuerdo sobre la isla
que les diera algunas garantías, cuando no que eliminara la presencia japonesa en la misma.
Los norteamericanos alcanzaron el propio día 13 de diciembre de 1921, un acuerdo exitoso
acerca de Yap. Ellos reconocían la posesión de la isla por Japón y los japoneses se
comprometían a no utilizarla como base aeronaval y mantener abiertas las comunicaciones.
Aunque el Tratado de las Cuatro Potencias significó un importante triunfo
norteamericano, podemos precisar que hubo, aunque mínimas, ganancias británicas y
japonesas derivadas del tratado. Gran Bretaña lograba la estabilización del status quo en el
Pacífico, deshacerse de la Alianza Anglo-Japonesa sin enemistarse demasiado con los
198
nipones y un importante acercamiento a Estados Unidos, aunque sin alejarse mucho del
antiguo aliado asiático. Japón, sólo obtenía una mínima garantía de seguridad al
estabilizarse el status quo en la región. En realidad, Japón fue el gran perdedor del Tratado
de las Cuatro Potencias.
“…este pacto (el Tratado de las Cuatro Potencias) debilitaba al Japón quien perdía
las ventajas de la Alianza Anglo-Japonesa”154
III-B.2) El Tratado de las Cinco Potencias, una “camisa de fuerza” para el poderío
naval japonés
Habiendo establecido ya las bases políticas, las partes podían centrarse en terminar
de negociar el desarme. Como en cualquier negociación de este tipo, en Washington los
números serían cruciales. Mientras que en una negociación marcada por la bipolaridad,
como en el caso de los acuerdos SALT I y II entre la URSS y EE.UU., se tiende
inevitablemente a una paridad en el recorte de armamento; en Washington había un cierto
caos multipolar, por lo que realmente no era un asunto fácil llegar a un consenso sobre las
proporciones de armas de cada potencia. Este era un tema particularmente complejo, por las
propias características de la guerra naval y de los planes de guerra de cada país implicado
en las negociaciones. A diferencia de la guerra en tierra, donde tras una batalla decisiva
perdida hay, por lo general, más oportunidades para revertir la situación aprovechando
múltiples factores; o de la guerra nuclear, en la que después de cierto número de armas
atómicas se llega a la llamada “Suma Cero”155; en la contienda naval, después de una
batalla total, la parte perdedora a menudo queda derrotada definitivamente. Por eso, cuando
se planifica la guerra naval, se debe llevar a cabo una intensa preparación para llegar en las
mejores condiciones posibles a esa batalla total. De esta manera, el tema de las
proporciones de barcos por nación resultaría ser un verdadero quebradero de cabeza.
154
Eduardo Camps, Historia de Japón, 1450-1990 en “Historia de Japón” en http://www.eduardocamps.com
(Revisado el 10 de marzo de 2009) On line
155
Se llamó “Suma Cero” al escenario de guerra nuclear entre la URSS y EE.UU. en el que ninguna de las
dos potencias podría prevalecer por el propio poder destructivo de las armas nucleares y de la paridad
existente. Esta “Suma Cero” o incapacidad de vencer al contrario también fue llamada “Destrucción Mutua
Asegurada” convirtiéndose en el principal elemento disuasivo que evitó una Tercera Guerra Mundial.
199
El Tratado de las Cinco Potencias, o Tratado Naval de Washington, resultó ser un
documento bastante extenso, sobre todo para lo que habitualmente eran los tratados
internacionales en la época, de unas diecinueve páginas y veinticuatro artículos. En él se
establecieron las proporciones a las que se limitarían los tonelajes de las armadas de los
signatarios, las indicaciones para el desechado de los barcos, la llamada “vacación naval” y
disposiciones de carácter vario. Veamos algunos de los artículos más importantes:
“CONFERENCIA PARA LA LIMITACIÓN DE ARMAMENTO,
WASHINGTON,
12 de NOVIEMBRE de 1921-6 de FEBRERO de 1922
Tratado entre los Estados Unidos de América, el Imperio Británico, Francia, Italia, y
Japón, Firmado en Washington, el 6 de febrero de 1922
Los Estados Unidos de América, el Imperio Británico, Francia, Italia y Japón:
Deseando contribuir al mantenimiento de la paz general, y reducir las cargas de la
competición en armamento;….
CAPÍTULO I. - PREVISIONES GENERALES QUE RELATIVAS A LA LIMITACIÓN DE
ARMAMENTO NAVAL
Artículo I
Las Potencias Contratantes están de acuerdo en limitar su respectivo armamento naval
como establece el presente Tratado.
Artículo II
Las Potencias Contratantes podrán retener los buques de línea que se especifican en el
Capítulo II, Parte 1. En la entrada en vigor del presente Tratado, pero sujeto a los
previsiones siguientes de este Artículo, todos los otros buques de línea, construidas o en
construcción, de los Estados Unidos, el Imperio Británico y Japón se dispondrán como esta
prescrito en el Capítulo II, Parte 2.
200
Además de las naves importantes especificadas en el Capítulo II, Parte 1, los Estados
Unidos podrán completar y podrán retener dos barcos de la clase West Virgina ahora en
construcción. En la realización de estos dos barcos, el North Dakota y Delaware, se
dispondrá como está prescrito en el Capítulo II, Parte 2.
El Imperio Británico podrá, de acuerdo con la tabla de reemplazo en el Capítulo II, Parte
3, construir dos nuevas naves capitanas que no excedan las 35,000 toneladas (35,560
toneladas métricas) de desplazamiento normal cada una. En la realización de dichas dos
naves el Thunderer, Rey George V, Áyax y Centurión se dispondrá como está prescrito en
el Capítulo II, Parte 2.
Artículo III
Sujeto a las previsiones del Artículo II, las Potencias Contratantes abandonarán sus
respectivos programas de construcción de buques de línea, y ninguna nueva nave
importante será construida o adquirida por cualquiera de las Potencias Contratantes
excepto el tonelaje de reemplazo que pueda construirse o pueda adquirirse como se
especifica en el Capítulo II, Parte 3.
Las naves que se reemplacen de acuerdo con el Capítulo II, Parte 3, se dispondrán como
está prescrito en la Parte 2 de este Capítulo.
Artículo IV
El tonelaje total de reemplazo de buques de línea de cada una de las Potencias
Contratantes no excederá en el desplazamiento normal, para los Estados Unidos las
525,000 toneladas (533,400 toneladas métricas); para el Imperio Británico las 525,000
toneladas (533,400 toneladas métricas); para Francia las 175,000 toneladas (177,800
toneladas métricas); para Italia las 175,000 toneladas (177,800 toneladas métricas); y
para Japón las 315,000 toneladas (320,040 toneladas métricas).
Artículo V
Ningún buque de línea que exceda las 35,000 toneladas (35,560 toneladas métricas) de
desplazamiento normal será adquirida, o construida por, para, o dentro de la jurisdicción
de, cualquiera de las Potencias Contratantes…
…Artículo VII
201
El tonelaje total para los portaaviones de cada una de las Potencias Contratantes no
excederá en el desplazamiento normal, para los Estados Unidos las 135,000 toneladas
(137,160 toneladas métricas); para el Imperio Británico las 135,000 toneladas (137,160
toneladas métricas); para Francia las 60,000 toneladas (60,960 toneladas métricas); para
Italia las 60,000 toneladas (60,960 toneladas métricas); y para Japón las 81,000 toneladas
(82,296 toneladas métricas).
Artículo IX
Ningún portaaviones que exceda las 27,000 toneladas (27,432 toneladas métricas) de
desplazamiento normal se adquirirá, o construirá por, para o dentro de la jurisdicción de,
cualquiera de las Potencias Contratantes.
Sin embargo, cualquiera de las Potencias Contratantes podrá, con tal de que su concesión
de tonelaje total de portaaviones no se exceda por eso, no construir más de dos
portaaviones, cada uno de un tonelaje no mayor de 33,000 toneladas (33,528 toneladas
métricas) de desplazamiento normal, y para efectuar la economía cualquiera de las
Potencias Contratantes podrá usar para este propósito cualquiera de sus dos naves, si se
construyó en el curso de construcción que se desecharía por otra parte bajo las previsiones
del Artículo II. El armamento de cualquier portaaviones que exceda las 27,000 toneladas
(27,432 toneladas métricas) de desplazamiento normal estará de acuerdo con los
requisitos de Artículo X, sólo que el número total de armas a ser llevado en caso de que
cualquiera de aquellas armas que excedan las 6 pulgadas (152 milímetros), excepto las
armas antiaéreas y cazas con ametralladoras que no excedan las 5 pulgadas (127
milímetros), no excederán a ocho…
…Artículo XIX
Los Estados Unidos, el Imperio Británico y Japón están de acuerdo que el statu quo en el
momento de la firma del presente Tratado, con respecto a las fortificaciones y las bases
navales, se mantendrá en sus territorios respectivos y posesiones especificadas más abajo:
(1) Las posesiones insulares que los Estados Unidos ahora mantengan o puedan adquirir
de ahora en adelante en el Océano Pacífico, excepto (a) aquellas adyacentes a la costa de
los Estados Unidos, Alaska y la Zona del Canal de Panamá, sin incluir las Islas
Aleutianas, y (b) las Islas Hawaianas;
(2) Hong Kong y las posesiones insulares que el Imperio Británico posea ahora o pueda
adquirir de ahora en adelante en el Océano Pacífico, al este del meridiano de 110° de
202
Longitud Este, excepto (a) aquellos adyacentes a la costa de Canadá, (b) el Commonwealth
de Australia y sus Territorios, y (c) Nueva Zelanda;
(3) Los territorios insulares siguientes y posesiones de Japón en el Océano Pacífico: las
Islas Kuriles, las Islas Bonin, Amami-Oshima, las Islas Loochoo, Formosa y Pescadores, y
cualquier territorio insular o posesiones en el Océano Pacífico que Japón pueda adquirir
de ahora en adelante.
El mantenimiento del statu quo bajo las previsiones anteriores implica que no se
establecerá ninguna nueva fortificación o bases navales en los territorios y posesiones
especificadas; que no se tomará ninguna medida para aumentar los medios navales
existentes para la reparación y mantenimiento de fuerzas navales, y que ningún aumento se
hará en las defensas de la costa de los territorios y posesiones especificados. Esta
restricción, sin embargo, no evita las reparaciones y reemplazo de armas estropeadas y
equipo como es de costumbre en los establecimientos navales y militares en tiempos de
paz…
…Articulo XXI
Si durante el término del presente Tratado los requisitos de la seguridad nacional de
cualquiera de las Potencias Contratantes con respecto a la defensa naval estuvieran, en la
opinión de esa Potencia, materialmente afectados por cualquier cambio de circunstancias,
las Potencias Contratantes, a demanda de tal Potencia, se encontrarán en conferencia con
miras a la reconsideración de las previsiones del Tratado y su enmienda por acuerdo
mutuo.
En vista de los posibles desarrollos técnicos y científicos, los Estados Unidos, después de
consultar con las otras Potencias Contratantes, preparará una conferencia de todas las
Potencias Contratantes que convendrán lo más pronto posible después de ocho años a
partir de la entrada en vigor del presente Tratado en considerar qué cambios, cualquiera
que sean, puedan ser necesarios incluir en el Tratado para cubrir cualquier desarrollo…
…Articulo XXIII
El Tratado presente permanecerá en vigor hasta el 31 de diciembre de 1936, y en caso de
que ninguna de las Potencias Contratantes haya avisado con dos años de antelación de
esa fecha su intención terminar el tratado, este continuará en vigor hasta la expiración de
dos años desde la fecha en que se notificará por una de las Potencias Contratantes,
después de lo cual el Tratado terminará como memorias de todas las Potencias
203
Contratantes. Tal aviso se comunicará por escrito al Gobierno de los Estados Unidos que
transmitirá inmediatamente una copia certificada de la notificación a las otras Potencias y
las informará de la fecha en que fue recibido. El aviso se juzgará por haber sido dado y
entrará en vigor en esa fecha. En caso de que el aviso de terminación que sea dado por el
Gobierno de los Estados Unidos, se notificará a los representantes diplomáticos en
Washington de las otras Potencias Contratantes, y el aviso se juzgará por haber sido dado
y entrará en vigor en la fecha de la comunicación hecha a los representantes diplomáticos.
Dentro de un año de la fecha en que un aviso de terminación por cualquier Potencia haya
entrado en vigor, todas las Potencias Contratantes se encontrarán en conferencia.
Articulo XXIV
El Tratado presente será ratificado por las Potencias Contratantes de acuerdo a sus
métodos constitucionales respectivos y entrará en vigor en la fecha del depósito de todas
las ratificaciones que tendrán lugar lo más pronto posible en Washington. El Gobierno de
los Estados Unidos transmitirá a las otras Potencias Contratantes una copia certificada
del proceso verbal del depósito de ratificaciones.
El presente Tratado, del cual los textos en francés e inglés son ambos auténticos,
permanecerá depositado en los archivos del Gobierno de los Estados Unidos, y copia
debidamente certificada del mismo será transmitido por ese Gobierno a las otras Potencias
Contratantes.
EN FE DE QUE los Plenipotenciarios antes dichos han firmado el presente Tratado.
FIRMADO en la ciudad de Washington el sexto día de febrero, de Mil Novecientos
Veintidós.”156
Entre lo más destacado de esta selección podemos señalar que los Artículos de I al
III hablan del desecho y reemplazo de buques de línea; mientras que ya el Artículo IV toca
el complicado punto de las proporciones de armamento. Como vemos, se establecen
525.000 toneladas tanto para Gran Bretaña como para Estados Unidos y 315.000 para
Japón. Redondeando un poco la cifra, obtenemos que a Japón le fue asignado un tonelaje
equivalente al 60% del de Estados Unidos, justo el número mínimo que ponía
matemáticamente, según Mahan, a la armada estadounidense en posición ganadora. ¿Por
156
Sin Autor, Tratado Naval de Washington, en http://www.ibiblio.org/pha/pre-war/1922/nav_lim.html
(Revisado el 10 marzo de 2009) On line
204
qué lo japoneses aceptaron un tonelaje que les era claramente desventajoso? Existen varias
hipótesis. Una de ellas es que los delegados Kato y Shidehara aceptaron esto en virtud de su
línea diplomática conciliadora con las potencias anglosajonas. Sin embargo, es poco
verosímil pensar que estos dos líderes aceptaran una proporción desventajosa sin más, y sin
tomar en cuenta la previsible indignación de los oficiales de la armada y de los sectores más
nacionalistas que desde 1907 venían defendiendo la proporción de 70% como parte
imprescindible de la estrategia de guerra contra Estados Unidos.
“Para esta época la visión de la Armada había sido formulada en la base de las
siguientes directrices: (1) la necesidad de una proporción de 70% como un imperativo
estratégico; (2) su corolario, un plan de construcción para una flota ocho-ocho
(consistente en ocho acorazados y ocho cruceros de batalla); y (3) la concepción de los
Estados Unidos como el “enemigo hipotético” de la Armada Japonesa. Estas doctrinas
estaban desde luego interrelacionadas, y el abandono de la primera directriz en la
Conferencia de Washington amenazó a las otras dos….La idea de una proporción de 70%
como mínima defensa de Japón frente a Estados Unidos descansaba en la premisa de que
la armada enemiga atacante necesitaría un margen de al menos 50% de superioridad
sobre la flota defensora. Esto implicaba una proporción de 70% para la Armada Japonesa.
Para la Armada Japonesa, por lo tanto, la aparentemente menor diferencia entre 60 y 70%
hacía la diferencia entre la victoria y la derrota.”157
Esta hipótesis resulta entonces insuficiente para explicar por qué la delegación
japonesa aceptó la proporción de 60%. Más deficiente resulta aún cuando tomamos en
cuenta que ya durante los debates de la conferencia, personajes como el Vicealmirante
Kanji Kato presionaron activamente por la igualdad con Gran Bretaña y Estados Unidos en
el tonelaje de la armada, y más bien dijeron que aceptar un tonelaje equivalente al 70% del
de Estados Unidos, era la máxima concesión que Japón debía proporcionar. Estos oficiales
de la armada nunca aceptaron del todo los acuerdos de Washington y siguieron presionando
por la proporción de 70%.
157
Goldstein, E. Ob. Cit., p. 148
205
“Por lo tanto, las decisiones políticas de aceptar el arreglo de acuerdo dejaron de
tomar raíz en la política naval siguiente de Japón; sin embargo, la reacción de los
hombres de la armada, si alguna cosa, reforzaron fue su obsesión con la proporción del 70
% y su noción de los Estados Unidos como el hipotético, sino inevitable, enemigo.”158
Los argumentos de Estados Unidos y Gran Bretaña para justificar su mayor tamaño
en la flota frente a Japón fueron razonables, pero no convincentes del todo. Ambas
potencias anglosajonas alegaron que tenían intereses en varios océanos (el Pacífico y el
Atlántico en el caso norteamericano, y el Atlántico, el Mar Mediterráneo, el Océano Indico
y el Pacífico en el caso británico) mientras que Japón tenía intereses únicamente en el
Pacífico. Sin embargo, los japoneses nunca aceptaron completamente ese argumento, que
perdía toda solidez al observar el caso de Francia, que había sido limitada a un tonelaje aún
mucho menor teniendo intereses en el Atlántico, el Mediterráneo y el Pacífico. De hecho,
resulta oportuno explicar que los franceses lucharon vehementemente por una proporción
igual a la de Japón, pero las presiones de Gran Bretaña e Italia, que solicitaba igualdad con
Francia por desconfianzas en el Mediterráneo, y la propia ausencia de un plan de
construcción naval francés igual al de los de Estados Unidos, Gran Bretaña o Japón,
echaron por tierra sus aspiraciones. Una hipótesis más probable es aquella que deriva del
Artículo XIX. En él, los estadounidenses y británicos renuncian a construir nuevas
fortificaciones navales, y a ampliar las ya existentes, en el Pacífico Occidental. Esto a
cambio del mínimo costo de que Japón hiciera lo mismo en varias posesiones insulares
menores. Era evidentemente una cláusula favorable a Japón. Son muchos los historiadores
y analistas que afirman que tal artículo fue diseñado por Tomosaburo Kato como una
contrapartida por haber aceptado la proporción del 60%. En efecto, se canjeaba una
inferioridad absoluta de fuerzas navales por una superioridad relativa en la región. La
estrategia de Kato partía de varias premisas: la primera, que ni Estados Unidos ni el
Imperio Británico podían colocar sus 525.000 toneladas de flota en el Pacífico, pues debían
defender sus intereses en otras parte del mundo; segunda, que el Imperio Británico y
Estados Unidos necesitaban grandes bases navales, que no tenían, al norte y este de
158
Ibídem, p. 155
206
Singapur el primero y al oeste de Hawái el segundo, para poder emprender cualquier tipo
de acción hostil contra Japón.
“Los contratiempos sobre (la conservación por Japón de) el (acorazado) Matsu y la
proporción del tonelaje de los barcos capitales estaba deteniendo también esto (las
negociaciones) porque esto creó la demanda japonesa por un acuerdo prohibiendo
fortificaciones adicionales en bases navales y así la construcción de nuevas bases
fortificadas en el Pacífico. Japón vio las bases de Hong Kong, Hawái, Guam y Filipinas
como una amenaza a su seguridad; cada una de las otras potencias temió el desarrollo de
bases navales japonesas en las Pescadores, Bonin y en Formosa....El problema que se
presentaba a los planificadores de guerra estadounidenses cuando consideraron una
campaña Naranja era en gran parte logístico - cómo sostener la flota superior de batalla
estadounidense al desplazarse 7000 millas al otro lado del Pacífico a las Filipinas. En
1919, el soporte logístico estadounidense en una campaña contra Japón era seguro tan al
oeste como Pearl Harbor….El punto de vista logístico para la marina después de 1919 era
por lo demás mejor por la inauguración del Canal de Panamá, por la conversión
progresiva de la flota de carbón a diesel, y significativamente por la espectacular
expansión de la marina mercante estadounidense….Estimaciones preparadas por los
asesores mayores del secretario de la Armada en el Alto Mando y por los planificadores de
guerra en la Oficina de Operaciones Navales en 1919-1920 reflejaron una constante
sospecha de ambos, Gran Bretaña y Japón, aún unidos por la Alianza Anglo-Japonesa.”159
Por lo tanto, si se les obligaba a renunciar a establecer bases navales en el cuadrante
noroccidental del Pacífico, Japón obtendría una hegemonía regional que le conferiría una
mínima seguridad. Esta hipótesis resulta más verosímil y sigue encajando en la línea
conciliadora de Kato y Shidehara. Estos dos líderes, sin embargo, no tomaron en cuenta que
aunque su estrategia era bastante acertada en lo práctico, en realidad era muy humillante
para Japón, sobre todo en el aspecto simbólico, lesionando su posición como potencia
mundial. Este intercambio entre una flota más pequeña y no más bases navales en el
Pacífico Occidental no fue tan fácil como parece. Cuando los norteamericanos plantearon
sus propuestas iniciales, muy drásticas por cierto, tanto que llegaron a producir caras de
infarto entre las delegaciones británica y japonesa, Kato muy preocupado telegrafió a Tokio
159
Goldstein, E. Ob. Cit., pp. 85 y 103
207
pidiendo instrucciones y él mismo dio cuatro opciones. Primera: mantener la
contrapropuesta original japonesa de una relación 10 a 7 entre las armadas norteamericana
y japonesa y que Japón retuviera al poderoso acorazado Mutsu recién construido; segunda:
sugerir una proporción de 10 a 6,5 manteniendo el Mutsu; tercera: proponer una proporción
de 10 a 6 manteniendo el Mutsu, o cuarta: aceptar la propuesta norteamericana inicial, que
significaba aceptar una proporción de 10 a 6 o su equivalente de 5 a 3, desguazando el
Mutsu. El gabinete y la armada se pronunciaron a favor de la segunda opción y agregaron
la idea de las bases en el Pacífico Occidental, ¿Qué motivó esta decisión?...
Fundamentalmente, razones económicas. Para 1921 la competencia naval estaba
agudizándose tanto que el acero de alta calidad estaba escaseando en el mercado mundial y
la conversión de las mayores flotas de guerra del mundo de calderas de carbón a turbinas de
diesel preocupaba seriamente a los japoneses porque su país no tenía un buen
abastecimiento de petróleo. Además de eso, ya a finales de 1921 tanto Kato, como el
gabinete y el Alto Mando de la Armada Imperial Japonesa sabían que el Plan 8-8 era
irrealizable, y que aún completándose, Estados Unidos podría aumentar su propio plan de
construcción naval y dejar atrás a Japón. Todos estos factores llevaron a Japón a optar por
la salida negociada de la pugna y a intercambiar la inferioridad absoluta de fuerzas por la
superioridad relativa en el Pacífico Occidental.
El asunto de las proporciones del tonelaje y de las bases navales angloestadounidenses en el Pacífico Occidental son, en esencia, los dos puntos cruciales para
Japón del Tratado de las Cinco Potencias. Lo demás se refiere a los puntos de desecho y
reemplazo de buques, y a la llamada vacación naval que debía iniciarse al entrar en vigor el
tratado y extenderse hasta más allá de 1930. Esta vacación naval consistiría en detener por
completo la construcción de nuevos buques de línea e irlos sustituyendo uno a uno
mediante un estricto control de tiempo y sin sobrepasar los límites del tonelaje asignado.
Este punto concreto fue origen de grandes desconfianzas y discusiones entre los
estadounidenses y los británicos, pues los segundos pensaban que esa larga vacación dejaría
a la Royal Navy incapaz de modernizarse al quedar en desuso buena parte de los astilleros y
desempleados gran parte de los técnicos. Entre las particularidades del tratado encontramos
que no limitó la cantidad de armas menores, como cruceros ligeros, destructores y
submarinos, y que nunca se puso control a la cantidad de aviones que podían embarcarse en
208
los portaaviones. Este asunto también es producto de debate entre los expertos de hoy.
Mientras que unos afirman que en 1921 los teóricos navales subestimaban el poder de este
nuevo tipo de barcos, así como el papel del avión en la guerra naval, otros afirman que
tanto los británicos, como los japoneses y los norteamericanos ya habían avizorado que el
nuevo tipo de embarcación cambiaría la guerra naval, no queriendo limitar la cantidad de
aviones, esperando que sus ingenieros pudieran construir barcos que, sin exceder el tonelaje
máximo, pudieran embarcar más aeronaves que las del contrario.
Desde que analizamos la Conferencia de Paz de París de 1919, hemos venido
hablando de la formación de un “Muro Anglo-Estadounidense” contra Japón. Ahora bien,
¿Por qué el muro que se empezó a levantar en 1919 se consolidó en 1921-22?, el
historiador Eduardo Camps nos puede ofrecer algunas respuestas al respecto.
“Sin entrar en los detalles de la carrera armamentista, especialmente en la cuestión
naval, que se desarrolló entre EE.UU. y Japón, era obvio que los países occidentales veían
con preocupación el ingreso de Japón al exclusivo club de las naciones industrializadas, y
su creciente importancia en los asuntos asiáticos. Para ello se reunieron en Washington en
noviembre de 1921....Los EE.UU. propusieron una limitación de las fuerzas navales lo que
daba ventajas sustanciales a los EE.UU. y a Inglaterra, Japón tuvo que aceptar unas
limitaciones que reducían su papel en el Lejano Oriente y en el Pacífico.”160
Es más que evidente pues que para 1921 Japón se había convertido para los líderes
anglo-estadounidenses en una amenaza a los intereses de sus naciones, y por tal motivo,
terminaron haciendo causa común, a pesar de sus diferencias, contra la potencia asiática. El
Tratado de las Cinco Potencias fue, en efecto la “camisa de fuerza” que se le colocó al
poder militar japonés para tranquilidad de Washington y Londres.
160
Eduardo Camps, Ob. Cit., (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line
209
III-B.3) El Tratado de las Nueve Potencias, el establecimiento oficial de la “Puerta
Abierta” en China.
El tercer acuerdo firmado en la Conferencia Naval de Washington fue el llamado
Tratado de las Nueve Potencias y estuvo centrado en confirmar un equilibrio de fuerzas en
China, siendo de alguna manera igual en esencia al de las Cuatro Potencias, pero teniendo
como eje el gigantesco país asiático e incluyendo en las negociaciones a potencias menores
como Bélgica, Países Bajos y Portugal además de la propia China. Como hemos venido
señalando, Estados Unidos persiguió desde finales del siglo XIX el desmantelamiento de
las zonas de influencia de los europeos, y más tarde también de los japoneses, en China
para poder abrir aquel inmenso mercado a su propio comercio. Podríamos incluso decir que
se trataba de una lucha entre el sistema colonialista tradicional, defendido por los europeos;
frente a una suerte de temprano neocolonialismo, defendido por Estados Unidos y en menor
medida por Gran Bretaña. El sistema de dominación occidental sobre China se fue
refinando y complicando bastante desde que los británicos forzaron el país a abrirse tras
vencerlo en la Guerra de Opio de 1842. Sin embargo, para 1914 parecía que el sistema de
esferas de influencia bien delimitadas pronto iba a despedazar a China, para gran
preocupación norteamericana. Este proceso fue cortado bruscamente con la Primera Guerra
Mundial, y los japoneses intentaron capitalizar esta coyuntura a su favor. Cómo
argumentamos arriba, China y Japón no pudieron llegar a un acuerdo acerca de sus
diferencias y no firmaron ningún acuerdo, lo que confirió a Japón ventajas fácticas y
desventajas jurídicas. Era de esperarse que el gobierno norteamericano intentara resolver a
su favor, y al de China, el asunto que en Versalles había quedado sin solución,
estableciendo, además, un orden definitivo en el gigante asiático.
Mientras que el Tratado de las Cuatro Potencias buscó establecer un orden estable
ante una rivalidad político-militar en el Pacífico, el Tratado de las Nueve Potencias se
centró en establecer un orden ante una enconada rivalidad económica y política. China
había sido desde mediados del siglo XIX el gran objeto de disputa entre las potencias
industriales; incluso se ha dicho que ya en aquella época ese país era un motor del
capitalismo mundial. Era, por tanto, más que lógico, que tras la Gran Guerra, las potencias
europeas y Estados Unidos volvieran su mirada de nuevo hacia China, ¿Que encontraron al
210
hacerlo?; a Japón dominando la situación a nivel político, económico y militar no sólo en
China, sino también en el Lejano Oriente Ruso y con una fuerte penetración económica
hacia el Sudeste Asiático. Demás está decir que Japón por aquellos días causaba un gran
temor entre las potencias occidentales, y no únicamente en lo militar, sino también en lo
económico, que es, a fin de cuentas, lo que condiciona en la mayoría de los casos las
acciones de las grandes potencias tanto en el pasado como en el presente.
“Para 1920 Japón era indiscutiblemente una potencia mundial. El vacío creado en
los mercados internacionales por la primera conflagración mundial había dado acceso a
los mercados coloniales de las grandes potencias europeas, llegando en algunos casos a
desplazar a algunas de ellas y a erosionar a otras. Por ejemplo, Japón había sustituido a
Inglaterra como principal comprador de algodón y como proveedor de textiles en la India.
Había desplazado a Holanda del rico comercio de caucho que esa nación occidental había
mantenido sobre Indonesia y parte de Malasia, Francia también se había visto afectada
por la penetración de bienes manufacturados japoneses en sus posesiones en la Indochina
francesa….A partir de 1920, cuando la golpeada maquinaria industrial europea comienza
a recuperarse, Japón comienza a recibir presiones diplomáticas y económicas para
obligarlo a “entregar” los mercados que por ausencia de sus legítimos “propietarios”
había explotado. Las potencias occidentales no demostraban ninguna preocupación por los
efectos que la contracción del aparato productivo causaría sobre la sociedad y la
estabilidad política de ese país….Sospecho que la desestabilización económica del Japón
era deseada por algunos líderes de la post-guerra que veían en el joven Imperio un peligro
para la dominación europea sobre el resto del mundo.”161
Sin otros comentarios preliminares veamos algunos de los artículos más importantes
del Tratado de las Nueve Potencias.
“Tratado entre los Estados Unidos de América, Bélgica, el Imperio Británico, China,
Francia, Italia, Japón, Países Bajos, y Portugal, Firmado en Washington el 6 de febrero de
1922
Los Estados Unidos de América, Bélgica, el Imperio Británico, China, Francia, Italia,
Japón, Países Bajos y Portugal:
161
Eduardo Camps, Ob. Cit., (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line
211
Deseando adoptar una política destinada a estabilizar las condiciones en el Lejano
Oriente, salvaguardar los derechos e intereses de China, y promover el entendimiento
entre China y las otras Potencias sobre la base de igualdad de oportunidad;…
…Quienes, habiendo comunicado sus poderes llenos, encontrándose en buena y debida
forma, han aceptado como sigue:
Artículo I
Las Potencias Contratantes, al igual que China, están de acuerdo en:
(1) Respetar la soberanía, independencia, e integridad territorial y administrativa de
China;
(2) Proporcionar la mejor y más amplia oportunidad a China para desarrollarse y
mantener un gobierno eficaz y estable;
(3) Usar su influencia con el propósito de establecer y mantener eficazmente el principio
de igualdad de oportunidades para el comercio e industria de todas las naciones a lo largo
del territorio de China;
(4) Abstenerse de aprovecharse de las de condiciones en China para buscar derechos
especiales o privilegios que abarcaran los derechos de sujetos o ciudadanos de Estados
Amigos, y de apoyar acciones hostiles a la seguridad de tales Estados.
Artículo II
Las Potencias Contratantes están de acuerdo en no entrar en cualquier tratado, acuerdo,
arreglo, o comprensión, entre si, individual o colectivamente, con cualquier Potencia o
Potencias que infringieran o vulneraran los principios declarados en el Artículo I….
…Artículo IV
Las Potencias Contratantes están de acuerdo en no apoyar ningún acuerdo entre sí por sus
nacionales respectivos que esté diseñado para crear Esferas de Influencia o mantener el
goce de oportunidades mutuamente exclusivas en partes designadas del territorio chino.
Artículo V
China está de acuerdo en que, a lo largo de todos los ferrocarriles en China, no ejercerá o
permitirá, discriminaciones injustas de cualquier tipo. No habrá ninguna discriminación
en particular, directa o indirecta, con respecto de cargos o de facilidades en la
nacionalidad de pasajeros, los países de los que provengan, el origen o propiedad de
bienes en el país que posean, nacionalidad o propiedad del barco u otros medios de llevar
a tales pasajeros o bienes antes o después de su transporte en los vías ferrocarriles chinos.
212
Las Potencias Contratantes, al igual que China, asumen una obligación correspondiente
con respecto de cualquiera de los ferrocarriles mencionadas sobre las que sus nacionales
estén en posición ejercer cualquier control en la virtud de cualquier concesión, acuerdo
especial o de otro tipo.
Artículo VI
Las Potencias Contratantes, al igual que China, están de acuerdo en respetar los derechos
de China como nación neutral en tiempo de guerra en la que China no sea parte; y China
declara que cuando ella sea una nación neutral se atendrá a las obligaciones de su
neutralidad.
Artículo VII
Las Potencias Contratantes están de acuerdo en que, siempre que surja una situación qué
en la opinión de cualquiera de una de ellas involucre la aplicación de las estipulaciones
del Tratado, y se preste a una discusión deseable de tal aplicación, habrá comunicación
plena y franca entre las Potencias Contratantes involucradas…
…EN FE DE QUE los Plenipotenciarios antes mencionados han firmado el Tratado
presente.
FIRMADO en la ciudad de Washington el Sexto día del mes de febrero de Mil Novecientos
Veintidós”162
Mientras que en los Artículos I, II y IV se establecen la integridad territorial, la
independencia y soberanía de China como principios inviolables para los signatarios, en el
Artículo V se libera a los ferrocarriles chinos del poder extranjero (práctica muy utilizada
por Rusia y Japón en diferentes momentos, recordemos que Japón había capturado el
importante Ferrocarril de Shandong en 1914). Además en los Artículos VI y VII se protege
la neutralidad de China en caso de conflicto y los signatarios se comprometen a consultarse
en caso de crisis. Estos artículos, por su contenido específico, parecieran haber sido
redactados de forma clara y determinante contra las ambiciones de Japón y sus prácticas
habituales. En efecto, los japoneses habían sido la única nación que había violado la
neutralidad de China en casi un siglo de penetración extranjera, pues nunca antes dos
potencias extranjeras habían dirimido sus diferencias sobre territorio chino, como sí lo
162
Sin Autor, Tratado de las Nueve Potencias, en http://www.ibiblio.org/pha/pre-war/1922/nav_lim.html
(Revisado el 10 de marzo de 2009) On line
213
había hecho Japón en 1904 contra Rusia al atacar Port Arthur y más notoriamente en 1914
cuando asaltó Qingdao. Por otra parte, hacia finales de los años diez del siglo XX, Japón
era la potencia que más practicaba el monopolio y que más fuertemente controlaba los
ferrocarriles en sus zonas de interés, desarrollando todavía más las prácticas imperialistas
aprendidas de Rusia y Alemania.
El Tratado de las Nueve Potencias desmantelaba completamente, en varios
artículos, el sistema de Zonas de Influencia, lo cual, afectaba directamente los intereses de
los japoneses, que buscaban asegurarse mercados y áreas específicas para no tener que
competir con la industria europea y norteamericana. Sin embargo, ya antes de 1919
liberales como Hara, Makino y Shidehara habían destacado la importancia de que Japón
“renovara” sus prácticas hacia China y que fuera un pionero en el desmantelamiento del
sistema de Zonas de Influencia. Ellos consideraban que la industria japonesa ya podía
asumir el reto de la libre competencia con los occidentales en China y que tomar la
iniciativa en esta materia le reportaría grandes beneficios en el plano político. Aún tomando
como acertadas las opiniones de los liberales, seguía siendo cierto que si el sistema de
Zonas de Influencia desaparecía y Japón asumía la competencia comercial en términos
paritarios con los occidentales, Japón renunciaría entonces a la tesis de sus “intereses
especiales” en China que se había defendido por tantos años de forma tan vehemente, a
favor de la “puerta abierta” defendida por Estados Unidos. Cuando Japón firmó este
tratado, si bien no quedó fuera de la competencia comercial por China, si tuvo que aceptar
la igualdad de condiciones con Occidente.
Ahora bien, si el Tratado de las Nueve Potencias fue de alguna manera la resolución
definitiva de la larga pugna norteamericano-japonesa sobre China, la inclinación definitiva
de la balanza hacia una de las dos interpretaciones ofrecidas al Acuerdo Lansing-Ishii de
1917. Si durante la guerra como durante la Conferencia de Paz de París, Gran Bretaña había
dejado en mayor o menor medida a Japón libre para actuar según sus propios intereses,
¿Qué papel jugó, entonces, Gran Bretaña esta vez?
“Así, la clave de la estabilidad a largo plazo en el Lejano Oriente era la
rehabilitación de China; Gran Bretaña era demasiado débil para promocionar esto sola;
214
la Alianza Anglo-Japonesa no serviría como base para un enfoque de colaboración para
este fin; por lo tanto el soporte de los Estados Unidos era esencial”163
Gran Bretaña tenía los mismos temores que Estados Unidos hacia Japón en cuanto a
su cada vez mayor peso en China. El gobierno británico pareció haberse dado cuenta de que
se necesitaba un mínimo de fuerza en el gobierno chino, así como una estabilidad política
en ese país para poder contener a Japón. La lección de los últimos cinco años del siglo XIX
y los primeros diez del XX, cuando China llegó al máximo de la descomposición política,
parecían haber sido aprendidas por los británicos. Ellos vieron que mientras más debilitada
estuviera China, más se agudizaría la competencia para despedazarla y Japón, por su
cercanía y su creciente poderío económico y militar, tenía, en este sentido, clara ventaja. Si
el gobierno británico quería defender sus intereses en la región debía ayudar a China a
alcanzar, al menos, a un nivel mínimo de fuerza. No se debe dejar de lado tampoco que
para 1921 el creciente nacionalismo chino se había mostrado ya como una fuerza muy
poderosa y en la mente de Occidente aún permanecía el recuerdo de la violenta Rebelión
Bóxer. No era prudente pues, para el imperialismo occidental y japonés, darle más fuerza al
nacionalismo chino.
Cabría preguntarse, como en los dos tratados anteriores, ¿Por qué los japoneses
aceptaron un acuerdo que no les favorecía? Las respuestas dadas a la misma interrogante
planteada con los dos tratados previos, aplican también aquí, es decir, el giro de la política
británica y el temor al aislamiento, pero además debe mencionarse el propio pensamiento
liberal de los líderes nipones del momento, que eran de la idea de que su país necesitaba
mercados, no territorios. Ellos, como buenos liberales, pensaron que la cooperación con
Occidente y el comercio abierto funcionarían para Japón.
Aparte del propio tratado sobre China, Japón, por presiones de Estados Unidos y
Gran Bretaña firmó acuerdos complementarios en los que aceptaba retirar sus tropas de
Siberia, que se mantenían allí desde 1918 cuando estalló la Guerra Civil Rusa, y devolverle
a China la ciudad de Qingdao a cambio de una compensación económica por parte de la
última.
163
Goldstein, E. Ob. Cit., p. 252
215
“En tres pasos tomados fuera de las reuniones de la conferencia y por presión
estadounidense, los japoneses y los chinos hicieron un acuerdo que en efecto devolvía el
control político de la provincia China de Shandong a China (algo que Woodrow Wilson
había fallado en completar), pero permitía los japoneses retener algunos privilegios
económicos (control del ferrocarril de Shandong, eventualmente regresado a China). Los
japoneses también aceptaron retirar sus tropas de Siberia, y finalmente, en un tercer
acuerdo, Estados Unidos y Japón arreglaron la cuestión de derechos de comunicaciones
en la isla de Yap… …Después de todo, los dos tratados y las nueve resoluciones de la
Conferencia de Washington sobre China, con el acuerdo distinto sobre Shandong, podían
ser vistos como un respectivo éxito para los negociadores chinos, y haber sido respetado
por muchos historiadores”164
“El Tratado de las Nueve Potencias,….tendiente a regularizar la situación en
China tenía provisiones que obligaban a Japón a entregar territorios que consideraba
suyos en Siberia, Shantung, Sajalín y Manchuria. No obstante Japón obtenía el
reconocimiento de algunos privilegios comerciales en China.”165
Así pues, el Tratado de las Nueve Potencias no sólo eliminaba la práctica de las
Zonas de Influencia y el tan defendido principio de los “intereses especiales” de Japón en
China, sino que consagraba, por primera vez en un tratado internacional, la política de
“Puertas Abiertas” de Estados Unidos, obligando a Japón, mediante estos acuerdos
complementarios, a retirarse, o disminuir su presencia, de vastos territorios de importancia
estratégica que estaban en proceso de asimilación. De nuevo en este tratado, como en los
anteriores, aunque Japón obtenía ciertas ventajas, incluyendo que la propia estabilidad
derivada del tratado podía ser aprovechada por las empresas japonesas, en el plano
meramente político, y sobre todo en el ámbito simbólico, Japón salía muy mal parado, por
no decir, humillado. De nuevo, cómo en la época de la Triple Intervención de 1895 o cómo
en el momento de Tratado de Portsmouth de 1905, Japón veía cercenados sus intereses por
las maniobras de Occidente. Esto, lógicamente llenó de indignación a las facciones más
tradicionalistas, nacionalistas y radicales del país insular.
Como un balance de la Conferencia Naval de Washington, tenemos que admitir, por
muy equilibrado que quiera ser nuestra visión, que Estados Unidos fue el ganador
164
165
Ibídem, pp. 133 y 264
Eduardo Camps, Ob. Cit., (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line
216
indiscutible y Japón el gran perdedor. Algunas opiniones al respecto así parecen
corroborarlo:
“Que lograron los Estados Unidos con los tratados de la Conferencia de
Washington ratificados en 1922? Primero, el Tratado de las Cinco Potencias evitó una
potencialmente costosa y peligrosa carrera naval de buques de línea….Segundo, los
Estados Unidos, a través del control de armas, consiguieron una mejor relación con sus
mayores competidores navales más bajos….Tercero, los Estados Unidos lograron una
aproximada igualdad, sino paridad, con Gran Bretaña y una superioridad sobre Japón que
también restringió las fortificaciones en las islas japonesas (esto no incluía, por supuesto,
Japón propiamente dicho). Cuarto, esto forzó la culminación de la fastidiosa, si no
realmente amenazante, Alianza Anglo-Japonesa. Quinto, los japoneses, por única vez en la
época de entreguerras, se retiraron de áreas de ultramar en Shandong y Siberia. Sexto, en
el Tratado de las Nueve Potencias los Estados Unidos por primera vez recibieron
aprobación formal en un tratado de su política de Puertas Abiertas. Séptimo, Harding y
Hughes tomaron un programa naval que ni el Congreso ni el público querían continuar y
volvieron un defecto potencial en una herramienta de presión diplomática.”166
“El acuerdo sobre China, en conjunto con el reemplazo de la Alianza AngloJaponesa por el Tratado de las Cuatro Potencias, mostró la buena voluntad de Japón de
cooperar con Gran Bretaña y Estados Unidos para promocionar la estabilidad en Asia
Oriental”167
“La Conferencia de Washington significó un fracaso humillante para las relaciones
diplomáticas del Japón y provocó el repudio de todos los estratos sociales del país, lo cual
indujo, en junio de 1922, a la renuncia del Gabinete liberal de Takahashi, que había
firmado los acuerdos. Esos reveces obligaron al Japón a revisar su política diplomática.”
168
“Japón achacó de nuevo su falta de éxito a la dominación anglosajona. Ésta era
una reacción similar a la expresada sobre el arreglo de París tres años antes….Esta era
una visión generalmente compartida por la volátil prensa japonesa que estaba en la agonía
de una batalla de tiraje y feliz de unirse al discurso de una conspiración anglosajona.”169
166
Ibídem, p. 134
Ibídem, p. 288
168
Escobar, M. Ob. Cit., p. 53
169
Nish, I. Ob. Cit., p. 43
167
217
“Todos estos factores (los nocivos tratados de Washington) incidieron en la opinión
pública japonesa y reforzaron a los sectores más tradicionalistas, particularmente los
círculos militaristas y ultranacionalistas cuyas prédicas sobre la “insinceridad” de los
occidentales, encontraron un auditorio cada vez más amplio.”170
En definitiva, en la Conferencia Naval de Washington se materializó totalmente el
muro anglo-estadounidense de carácter anti japonés que se había comenzado a levantar en
Versalles tres años antes. Estados Unidos, con hábiles maniobras diplomáticas, había
terminado de erosionar la Alianza Anglo-Japonesa, separando a Japón de su antiguo aliado
británico, elaborando tres tratados que limitaron el poder de Japón como potencia,
garantizando su seguridad a costa de herir el orgullo nacional japonés y de destruir el
prestigio de los políticos liberales nipones, cuya primera manifestación sería la caída del
gabinete del Vizconde Korekiyo Takahashi en junio de 1922. La combinación del orgullo
nacional herido, militares nacionalistas exaltados y una clase política liberal sin consolidar
y desacreditada se evidenciaría como sumamente explosiva menos de dos décadas después.
170
Eduardo Camps, Ob. Cit., (Revisado el 10 de marzo de 2009) On line
218
Conclusiones
Después de estudiar y pormenorizar cincuenta y cuatro años de relaciones de Japón
con Gran Bretaña y Estados Unidos y, de forma más específica, comentar críticamente
ocho años de las mismas, las conclusiones a las que podemos llegar no son, desde luego,
pocas. Desde el principio, hemos mencionado un “muro anglo-estadounidense” que se
interpuso entre Japón y sus aspiraciones de hegemonía regional en Asia-Pacífico y su lugar
como potencia mundial. Es momento, en consecuencia, de sintetizar cómo se formó, a
nuestro juicio, dicho muro.
Aunque los oficiales de la Armada Imperial Japonesa hayan identificado a Estados
Unidos como el principal rival de su país en 1907, la verdad es que los sentimientos de
rivalidad y desconfianza entre norteamericanos y japoneses bien pudieron remontarse a
1853, cuando hizo su aparición el Comodoro Matthew Perry y forzó al país a abrirse al
comercio extranjero. Ese suceso debió marcar una impresión muy negativa e imborrable
acerca de Estados Unidos en el pensamiento japonés. No debemos olvidar tampoco que al
gobierno norteamericano nunca le agradó demasiado la influencia que, en Corea, fue
ganando Japón en las últimas tres décadas del siglo XIX, ni mucho menos como venció a
China y a Rusia de forma casi seguida para alzarse como el mayor poder del noreste de
Asia y la primera potencia no occidental, ni cristiana, del mundo moderno. En efecto,
Estados Unidos llegó a firmar acuerdos de defensa con el reino coreano y a dotarlo de
cierto armamento moderno, pero al final no pudo evitar la entrada de la península coreana
en el área de expansión nipona. En cuanto a China, sabemos que ya antes de 1900 Estados
Unidos había expresado su Política de Puertas Abiertas para contrarrestar la práctica
repartición del imperio chino que se estaba llevando a cabo; el problema es que, en ese
momento, al gigante norteamericano le faltaba fuerza para imponer su voluntad en Asia. La
propia expansión del país hacia el oeste de Norteamérica había sido un preludio de su
expansión por el Océano Pacífico y, por esa misma razón, Japón era su rival natural.
Por estas razones, los norteamericanos se aseguraron en el Tratado de Portsmouth
que las ganancias japonesas fueran mínimas y, desde entonces, vigilaron muy de cerca los
movimientos de los nipones. El tratado fue un golpe maestro de la diplomacia
norteamericana que, perfectamente consciente de que Japón había ganado la guerra ante
219
Rusia a un alto coste económico, encontró la manera perfecta de mantener un cierto
equilibrio entre los contendores al negarle a los nipones la ansiada indemnización con la
que repondrían su golpeada economía. Por primera vez, Estados Unidos había intervenido
directamente para contener la expansión japonesa, repitiendo, de una manera mucho más
refinada, la mutilación de la victoria nipona, tal y como lo habían hecho Alemania, Francia
y la propia Rusia en 1895.
A estas fricciones debemos agregar el significativo componente del racismo,
manifestado en la segregación hacia los japoneses en Hawái y California. Como se explicó
anteriormente, esta segregación golpeó lo que quizá era lo más valioso para el pueblo y el
gobierno japoneses: su orgullo. El gobierno nipón reaccionó con gran indignación a toda
forma de segregación, en buena medida, debido a que no consideraban justo que sus
nacionales fueran segregados siendo Japón una nación moderna y en pleno ascenso, a
diferencia de China. Con todo esto, es lógico concluir que desde finales del siglo XIX
Estados Unidos y Japón fueron rivales, sólo que, al principio, sus respectivas expansiones
no colisionaban, pero cuando sus fronteras e intereses se fueron acercando, la tensión se
incrementó de manera notable.
Muy por el contrario, Gran Bretaña mostró, desde los comienzos de la Era Meiji,
una actitud particularmente benévola hacia Japón, lo que daría lugar, en poco tiempo, a una
especie de admiración entre maestro y discípulo que, unida a la situación estratégica de la
región, acercó a ambas naciones en una alianza contra Rusia. En efecto, para comienzos del
siglo XX, la penetración rusa en China y Asia Central alertó tanto a los británicos que
terminaron haciendo causa común con Japón para detenerlos, pero pronto el vínculo entre
británicos y japoneses fue más allá. La cooperación técnica entre las fuerzas navales de
ambos países se hizo bastante estrecha e, incluso, hubo una cercana relación entre la
nobleza y las familias reales de ambas naciones, como se evidenció en la Exhibición
Británico-Nipona de 1910. Esta cercanía con Gran Bretaña terminó por vincular a Japón
con otras potencias, como Francia y la propia Rusia, cuando quedó establecida la Triple
Entente, haciéndole ganar al país asiático gran respeto en la comunidad internacional y
dándole una posición de preeminencia que ni en sueños parecía posible medio siglo antes.
Así, mientras que desde la víspera del siglo XX, Estados Unidos ya se estaba perfilando
220
como el gran rival de Japón, Gran Bretaña era su principal aliado. Pero aún bajo esta
agradable y prometedora superficie, se iba desarrollando otra realidad, marcada también
por el racismo y por la desconfianza británica hacia el creciente poderío japonés, aunque
hacia 1914 no era todavía tan perceptible. Aunque el gobierno de Londres tenía una
relación bastante estrecha con el de Tokio, los Dominios de Australia y Nueva Zelanda
tenían una desconfianza cada vez mayor hacia Japón, y presionaron incansablemente por un
alejamiento del país asiático y un acercamiento hacia Estados Unidos desde una fecha tan
temprana como 1908. Este factor se unió, además, a las políticas racistas que afectaron la
inmigración japonesa hacia estos Dominios. Sin embargo, con todo y la oposición de
Australia y Nueva Zelanda, es innegable que Gran Bretaña fue clave para el ascenso de
Japón al ser la primera potencia que le concedió un trato más o menos digno al archipiélago
oriental, abriéndole la puerta al club de potencias.
Cuando la Gran Guerra llegó, fue precisamente la alianza con Gran Bretaña la que
le permitió a Japón entrar a participar en una contienda en la que sólo obtendría ganancias
y, esta vez, a un precio casi irrisorio. Mientras que la guerra con Rusia fue dura y requirió
toda la fuerza económica, militar y diplomática de Japón, la guerra contra Alemania parecía
casi una práctica militar inofensiva. La relativa debilidad del imperio germano en la región,
las riquezas de sus zonas de influencia en China, el carácter estratégico de sus posesiones
en el Pacífico y su falta de aliados, provocaban que para Japón resultara un juego de ganarganar declararle la guerra al Káiser. Además de las ganancias directas de la conquista,
Japón podría participar en el nuevo orden mundial posbélico y asegurarse una posición
preeminente en el mismo. Con todo esto, resulta muy acertado decir que la Primera Guerra
Mundial fue la gran oportunidad de expansión de Japón y el mayor éxito de su historia
militar, aunque no, precisamente, de su historia diplomática. Efectivamente, la rápida
victoria de Japón frente a los alemanes, así como su política agresiva hacia China,
despertaron rápidamente las desconfianzas de los occidentales que, de por sí, ya venían
observando con recelo al país desde su victoria frente a Rusia. En este sentido, es adecuado
decir que el mayor éxito militar nipón llevaría al país a un peligroso aislamiento.
Este aislamiento se dio específicamente por el acercamiento entre Gran Bretaña y
Estados Unidos en los últimos meses de la guerra. Por un momento, el gobierno británico
221
pareció capaz de dejar en el olvido sus acuerdos secretos con Japón para satisfacer a su
nuevo aliado, al que le debía buena parte del triunfo frente a Alemania. Esta actitud de los
británicos, de colaborar abiertamente con los norteamericanos y dejar de lado cualquier
compromiso con otra potencia, se hizo muy evidente en la Conferencia de Versalles; en
esta conferencia, Japón obtuvo lo que deseaba cuando contó con el apoyo británico o, al
menos, con su neutralidad, pero cuando tuvo a Gran Bretaña y a Estados Unidos juntos en
su contra fue derrotado, como en la polémica propuesta de igualdad racial. El rechazo a esa
propuesta, de una manera tan sólida y casi coordinada por parte del Imperio Británico y
Estados Unidos, constituyó la primera manifestación del muro anglo-estadounidense contra
Japón.
Por otro lado, no podemos soslayar que para mala fortuna de Japón, China y sus
territorios adyacentes en el Lejano Oriente eran el área de reparto colonial más rica y, por
tanto, disputada, del mundo. Mientras que en África se había alcanzado cierto equilibrio, en
el Lejano Oriente no existía nada parecido, y la presencia de las dos potencias emergentes
extra europeas, Estados Unidos y el propio Japón, complicaba tremendamente la situación.
Existía, además, la ambigua situación jurídica de China, que tenía un gobierno imperial
que, en la práctica, no ejercía su rol, y luego, en la víspera de la Primera Guerra Mundial,
un gobierno republicano que tenía un nulo control sobre vastas áreas del país. Esta
debilidad del poder central, así como esta práctica desintegración de China, excitaba más el
apetito de las potencias industriales, Japón incluido, lo que hacía que la rivalidad colonial
en la zona fuera mucho más fuerte que en cualquier otra zona del mundo. Esto era
particularmente amenazador para Japón, que al ser la potencia de surgimiento más reciente,
poseía muchos menos territorios, mercados y recursos a su disposición, en brusco contraste
con su vertiginoso crecimiento económico y demográfico, que exigían una avalancha de
recursos. Era inevitable, por lo tanto, que Japón desde muy temprano se planteara la
necesidad de transformar el orden político internacional existente en la región, bien fuera
por medios pacíficos, como memorándums de entendimiento, delimitación de zonas de
influencia y alianzas con potencias con intereses más o menos similares a los suyos contra
otras más amenazantes, o por medios más violentos. Lógicamente, la reacción de los
europeos y norteamericanos no sería la mejor contra un poder emergente que tenía varias
ventajas geográficas y un crecimiento tan vertiginoso, un rival, en esencia, que era
222
tremendamente peligroso para sus intereses. Más bien, muy peculiar fue la alianza de Japón
y Gran Bretaña, pues prácticamente todos los poderes de Occidente desconfiaban, en mayor
o menor medida, del nuevo imperio. Esta pugna tan enconada por China explica en gran
medida por qué Japón le extendió las Veintiuna Demandas al gran país asiático en 1915.
En ese momento, la guerra en Europa parecía el infierno en la Tierra. Los europeos
se mataban entre ellos a un ritmo frenético y demencial, en tanto que su posición en China
se había vuelto francamente muy débil, casi inexistente. La situación era sencillamente
demasiado tentadora para que el gobierno japonés no intentara capitalizarla a su favor y
lograr, así, la vieja meta de expulsar por completo a las potencias europeas de China,
colocando al inmenso país asiático bajo su exclusiva hegemonía. Sin embargo, podemos
señalar, desde nuestra óptica actual, que las Veintiuna Demandas fueron, quizá, el mayor
error de Japón en el período estudiado. En efecto, el tono tan agresivo que tuvo este
documento, y el hecho de que se hubiera violado el territorio de un país neutral, hacía
inevitable la comparación con la invasión alemana a Bélgica en 1914 o con el ultimátum
austríaco a Serbia que precipitó la guerra. Era inevitable, pues, que la comunidad
internacional viera con malos ojos las Veintiuna Demandas, y que se tachara a Japón de
“nación agresiva”. Todo esto, claro está, inserto en el marco de la doble moral que los
medios de comunicación de la Entente venían manejando desde el comienzo de la guerra,
ya que, innegablemente, la Primera Guerra Mundial fue por excelencia un duelo de
imperialismos, tal como lo dijo Lenin. Aún así, la falta de tacto y decoro del gobierno
japonés, puso en alerta a los europeos y, sobre todo, a los norteamericanos, que no estaban
aún ocupados en el conflicto y que, desde ese momento, vigilaron muy de cerca los
movimientos de Japón en el Pacífico, prestando un apoyo cada vez más decidido a China.
En definitiva, las Veintiuna Demandas fueron un costoso y grave error de la diplomacia
japonesa, que no logró colocar a China bajo tutela nipona, sino que, por el contrario,
despertó los peores temores de Estados Unidos y Gran Bretaña, revirtiéndose por completo
el efecto negativo hacia Japón en 1922. Aún así, con todo y el tremendo efecto adverso que
tuvieron las Veintiuna Demandas, Japón pudo maniobrar muy bien, al menos hasta 1919,
en la escena internacional, gracias a sus pactos secretos con la Entente. En la época
inmediatamente anterior a la Gran Guerra, los tratos secretos eran una práctica común en la
diplomacia europea y, en especial, entre las grandes potencias. Pero lo que resulta
223
realmente interesante es que la diplomacia japonesa aprendiera tan rápido acerca de las
maneras y los patrones de pensamiento de sus competidores europeos, y pudiera manejar
esa información de una forma tan hábil. En efecto, la entrada de Japón en la guerra no fue
una ayuda realmente necesaria; era de esperarse que las fuerzas australiano-neozelandesas y
británicas neutralizaran a los alemanes en Asia; la entrada de los japoneses en el conflicto
fue, en realidad, la entrada de un competidor más por un botín que parecía escaso ante la
ambición tan grande de cada contendor. Con gran perspicacia, los japoneses aprovecharon
el temor y la desesperación de la Entente ante el poderío alemán, para arrancarle
concesiones en Asia a expensas de sus propios intereses. Después de todo, Gran Bretaña,
Francia y Rusia tenían muchos más intereses, y por tanto, mucho más que perder en China,
que Alemania. Y lo que es más asombroso, los japoneses pudieron hacer todo esto ante la
mirada casi impotente de sus rivales norteamericanos. Al firmar la Declaración de Londres,
consagrando así su adhesión a la coalición anti-alemana, Japón aseguró en buena parte un
óptimo lugar para la hora del reparto del botín, así como su estatus en la época posbélica,
todo ello, además, a un precio irrisorio de pérdidas humanas y materiales. No se puede
negar, en consecuencia, que la Primera Guerra Mundial fue para Japón la gran oportunidad
para la expansión, gracias al hábil uso de la diplomacia que hizo el gobierno de Tokio.
No obstante, la entrada de Estados Unidos en el juego político-diplomático llegaría
algo tarde, pero llegaría. Cuando el gobierno estadounidense le declaró la guerra a
Alemania a comienzos de 1917 y, por defecto, Japón y Estados Unidos se volvieron
incómodos aliados, se hizo urgente llegar a un arreglo. Más aún cuando China, animada por
Estados Unidos, también le declaró la guerra al Káiser. Este arreglo al que llegaron de
forma rápida, por no decir un tanto apresurada, Tokio y Washington, fue el denominado
Acuerdo Lansing-Ishii que, tal como antes reseñamos, tuvo una redacción contradictoria y
hasta risible. Sencillamente no cabían en un mismo documento el reconocimiento de los
intereses especiales de Japón en China y el de las Puertas Abiertas en ese mismo país. En
efecto, el Acuerdo Lansing-Ishii fue un mero arreglo en el papel hecho para que ambos
países ganaran tiempo y pudieran atender los asuntos de la guerra con más libertad; no era
un acuerdo establecido para durar. Este hecho se demostraría con las interpretaciones tan
dispares a que dio lugar y con que, finalmente, se hiciera necesario elaborar cuatro años
después un tratado bastante más complejo para ordenar la situación en China. Un acuerdo
224
que, eventualmente, para nada favoreció a Japón. Quedémonos, por tanto, con la impresión
de que el Acuerdo Lansing-Ishii fue una fórmula para ganar tiempo, un tiempo que los
norteamericanos utilizarían mucho mejor que los japoneses.
Además de la dinámica interna de Gran Bretaña y el Imperio, que alejaba a Londres
de su aliado asiático, Estados Unidos intervino de forma indirecta, pero determinante, para
separar a ambos socios. Como señalábamos en el apartado referido a la Conferencia Naval
de Washington, el gobierno norteamericano presionó, o persuadió, a Gran Bretaña para
separarse de Japón mediante una serie de líneas básicas. La primera, usar su creciente poder
económico para ganar influencia dentro del propio Imperio Británico a través de los
Dominios de Australia y, sobre todo, Canadá, para así convencer al gobierno británico de
que le era mucho más conveniente en el plano económico ser aliado de Estados Unidos que
de Japón; esta era, en esencia, una política persuasiva. La segunda, presionar a Gran
Bretaña a través del asunto de la descomunal deuda que tenía con Estados Unidos,
contraída durante la guerra, insinuando que Estados Unidos podría flexibilizar sus
cobranzas en la misma medida en que Gran Bretaña se mostrara cooperativa en los temas
de interés norteamericano, como era Japón. Esta dirección era la de la coerción. La tercera,
basándose en su mayor capacidad económica y, por tanto, de aumento de su poder militar,
intimidar a Gran Bretaña con su gran plan de construcción naval de 1916, forzando a los
británicos o a competir en armamento y arriesgarse a quedar en la bancarrota total o bien a
colaborar con Estados Unidos en los asuntos que este último quisiera a cambio de una
moderación en el reto naval. Esta era, claramente, una propuesta intimidatoria. La cuarta, y
última, dejar claro, aunque sin ser totalmente explícitos, que interpretarían una renovación
de la Alianza Anglo-Japonesa como un acto hostil en su contra. Está última línea tomada
era una suerte de combinación de manipulación e intimidación. Así tenemos que, mediante
la persuasión, coerción, intimidación y manipulación, el gobierno de Estados Unidos pudo
incidir de manera clave en el de Gran Bretaña, recrudecer las desconfianzas que el Imperio
Británico ya tenía acerca de Japón desde la década anterior y lograr la definitiva no
renovación de la alianza.
Evidentemente, el acercamiento anglo-estadounidense dejó a Japón en un grave
aislamiento. Mientras que el Imperio Británico y Estados Unidos eran ya potencias
225
mundiales en toda regla, Japón era, en realidad, una potencia regional con proyección
mundial. En la región en la que Japón tenía poder efectivo, el Océano Pacífico y Asia
oriental, sólo poseían poder real otras dos potencias: precisamente Estados Unidos y el
Imperio Británico. Si estas dos potencias se unían en contra de Japón, el país asiático
realmente no tendría posibilidades de encontrar otros aliados viables en los aspectos militar
y estratégico para romper el cerco. Aunque varias veces hemos mencionado en este trabajo
las posibilidades que pudieron haber tenido Francia, Italia y Japón, formando un frente
unido en Versalles y Washington, la verdad es que sólo podían mantener de forma viable
una alianza en un nivel político y, quizá, económico, pero nunca militar, al ser la presencia
francesa en el Asia-Pacífico casi nula, inexistente la de Italia y también inexistente la de
Japón en África y el Mediterráneo. La Rusia soviética era, por otra parte, enemiga de
Japón, al ser este país parte de la coalición internacional anti-bolchevique, manteniendo
todavía en 1921 un poderoso ejército ocupante en Siberia. En el fondo, la situación era
simple: con Gran Bretaña y Estados Unidos colaborando contra Japón, los nipones
quedaban en una situación bastante comprometida, teniendo que replegarse y moderar sus
ambiciones, al tiempo que trabajar de forma sutil y persistente para cambiar la situación.
En referencia concreta a la Conferencia Naval de Washington, encontramos que
Japón fue despachado con dos grandes debilidades, una política y otra militar. La debilidad
política emanaba de la profunda división política del Japón de este período. Mientras que
en la era Meiji Japón tuvo un liderazgo unido, fuerte y determinado a una meta concreta, la
paridad, en todo sentido, con Occidente, el gobierno de la era Taisho se caracterizó por su
profunda división en facciones de diferentes ideologías y proyectos, con la falta de un
liderazgo claro y unido y la carencia de un eje central u objetivo preciso en el marco de la
política exterior. Para 1921 tenemos en Japón a una facción liberal que ya de por sí venía
avanzando tímidamente frente al recelo de la vieja aristocracia conservadora, y frente a la
cada vez más tenaz oposición de los militares ultranacionalistas que, justo antes de la dura
coyuntura de la conferencia en Washington, habían perdido a su líder más destacado.
¿Cómo podía Japón enfrentar su mayor reto en política exterior desde la Restauración Meiji
sin un liderazgo claro y sin unidad política interna? Sin una dirección clara en política
exterior, y con un frente interno además del externo, las posibilidades de éxito del gobierno
nipón se reducían drásticamente. Todo esto se combinaba, además, con el ya difícil
226
escenario internacional que se presentaba. La debilidad militar que se presentaba en 1921,
tenía, en realidad, una raíz económica. Buena parte de la posición de fuerza que mostraron
Gran Bretaña y Estados Unidos en la conferencia se desprendía directamente de la
magnitud de sus planes de construcción naval y de su capacidad real de materializarlos; el
posicionamiento de Japón estaba muy por debajo del de Estados Unidos, tanto en teoría
como en capacidad real de ejecución. Tal como lo reflejamos con anterioridad, mientras
que Estados Unidos podía realmente botar en una década dieciséis buques, entre acorazados
y cruceros de batalla, en Japón ya se hablaba de convertir el plan 8-8 en un plan 8-4 ante la
evidente imposibilidad de hallar los recursos para botar también ocho acorazados y ocho
cruceros de batalla. Esa dificultad hacía que ya desde el mismo punto de partida, el
gobierno fuera propenso a un desarme desigual con Estados Unidos, sólo por la acuciante
necesidad de reducir gastos ante la preocupante desaceleración de la economía tras la
guerra mundial.
Por si fueran pocas las desventajas señaladas, no podemos olvidar la presencia y
acción de un relevante personaje, el Barón Kijuro Shidehara. Difícilmente podríamos
encontrar en la historia japonesa moderna y contemporánea una figura tan notoria y
respetada como él. El hombre que encarnó el liberalismo, democratizador en lo interno y
conciliador en el ámbito externo, respetado ejecutante de la era Taisho, redactó el
importante artículo 9 de la actual constitución japonesa, en la que el país renuncia a la
guerra. Sin embargo, sin demeritar a un hombre de tanta importancia y prestigio para los
japoneses, es importante preguntarse lo siguiente, ¿fue una buena decisión que uno de los
hombres más liberales fuera a la Conferencia Naval de Washington a negociar con
formidables enemigos coaligados contra Japón? Desde cierto punto de vista, no. No
pretendemos defender las absurdas posturas de los más radicales y ultranacionalistas de ese
momento en Japón, pero enviar a una conferencia, en la que británicos y estadounidenses
están haciendo causa común contra el país, a un hombre que admira a estas naciones y que
tiene una buena voluntad, susceptible de ser usada contra su país, parece claramente una
errónea decisión. Es evidente que la presencia de Shidehara en Washington fue
determinante en el resultado de la conferencia, pues este diplomático, con su postura
conciliadora y profundamente antimilitarista, le facilitó gran parte del trabajo a los
británicos y estadounidenses para que limitaran el poder de Japón, dándole así, a los más
227
nacionalistas en casa, sobradas excusas para desestabilizar al gobierno. La línea pacifista de
Shidehara puede ser vista como algo encomiable en una época marcada por un militarismo,
nacionalismo y belicismo cada vez mayores, pero quizá la Conferencia Naval de
Washington no era ni el lugar ni el momento para alguien como él.
En el análisis de lo que hicieron los delegados nipones en Washington, debemos
destacar que la idea de Tomosaburo Kato de cambiar la inferior proporción de la Armada
Imperial Japonesa en buques de línea por una absoluta superioridad de bases navales en el
Pacífico noroccidental, tenía sus aciertos y sus fallas. Tal como argumentamos en el
capítulo referido al tema, la idea de Kato se sustentaba en premisas estratégicas bastante
lógicas y realistas, pero no tomaba en cuenta el impacto político, moral y simbólico sobre la
nación, así como el efecto directo que tendría en la oficialidad de la armada. Intercambiar la
inferioridad absoluta de fuerzas navales por una superioridad relativa regional no era una
mala estrategia, pero lesionaba el orgullo nacional de Japón y su puesto como potencia
mundial, tan duramente trabajado por medio siglo. ¿Acaso Shidehara y Kato eran hombres
demasiado liberales y cosmopolitas para su tiempo, y habían olvidado buena parte del
espíritu japonés más puro? No podemos afirmarlo ni negarlo, pero no deja de resultar
sorprendente que estos hombres pareciera que no hubieran tomado en cuenta
suficientemente la idea de preservar el orgullo, la dignidad y el honor nacional frente a
Occidente, estando estos valores tan arraigados en la sociedad japonesa del momento, y
siendo estos los argumentos favoritos de los exaltados de ultraderecha. No cabe duda, pues,
que, independientemente de que la situación internacional se lo permitiera o no, el gobierno
japonés y sus delegados tenían muy pocas intenciones de entrar en fricción con Estados
Unidos y Gran Bretaña, depositando todas sus esperanzas en una salida negociada y de
concertación en relación a la creciente tensión en el Pacífico.
La Conferencia Naval de Washington fue el punto culminante en el surgimiento del
muro anglo-estadounidense contra Japón, que ya venía levantándose desde 1919. Los
británicos cerraron su giro diplomático y dejaron a Japón aislado y limitado en su poder por
las maniobras de contención que, de forma conjunta, emprendieron Estados Unidos y Gran
Bretaña. Es ya en este momento cuando podemos empezar a comparar el caso de Japón con
el de sus futuros aliados durante la Segunda Guerra Mundial. Mientras que en Europa,
228
Francia garantizó su seguridad y sació buena parte de su sed de revancha a expensas de la
integridad territorial e, incluso, de la dignidad de Alemania, y en tanto que a Italia no se le
concedió lo prometido, cercenándosele su costosa y peleada victoria, Japón vio, de nuevo,
como una mesa de negociaciones dominada por occidentales le arrebataba lo obtenido en el
campo de batalla, teniendo así otro “botín incompleto” en su historia, tal como había
ocurrido en 1895 y 1905. No es, en consecuencia, descabellado afirmar que para Japón la
Conferencia Naval de Washington tuvo el mismo efecto que el Tratado de Versalles para
Alemania, o el que generó el asunto de las “Tierra Irredentas” de Dalmacia en Italia.
Resulta muy interesante observar que en Washington fue la última vez que los japoneses se
sentaron con buena voluntad a negociar con los occidentales, siendo también la última
ocasión en que terminaron firmando un tratado desventajoso.
Del mismo modo como el peso del rencor generado en el pueblo alemán por el
Tratado de Versalles hizo inútiles los esfuerzos de los socialdemócratas por llevar a buen
término el experimento político que fue la República de Weimar, así mismo en Japón la
profunda herida al orgullo de la nación, que fueron los tratados de Washington, no dejó
prosperar a la Democracia Taisho y la condenó al total fracaso. La reacción de Japón,
aunque se demostraría como la menos acertada y correcta, no deja de ser, hasta cierto
punto, lógica. En efecto, desde 1868, Japón venía esforzándose tremendamente en su
modernización y desarrollo con un solo objetivo, alcanzar la igualdad con las potencias
occidentales. El gobierno japonés había pasado poco más de medio siglo luchando y
maniobrando entre las potencias de Occidente para alcanzar su objetivo y, cuando éste
parecía encontrarse más cerca, el “muro anglo-estadounidense” se lo impidió de forma
contundente. Esto, además, había ocurrido en el momento en que un grupo político
relativamente nuevo, y bastante liberal, estaba llevando a cabo un importante experimento
democratizador. Era natural, pues, que en un país con un pueblo y unos líderes tan
profundamente nacionalistas y orgullosos, se sintiera más el golpe dado por Occidente de lo
que podría haberse sentido en otra nación; era lógico, también, que la facción liberal fuera
vista poco menos que como unos traidores a la patria, puesto que la habían puesto de
rodillas ante el enemigo. Cabe preguntarse si los gobiernos de Gran Bretaña y Estados
Unidos pudieron haber previsto la terrible implosión política interna a la que empujaban a
Japón. Probablemente no lo pensaron, pues la época no se lo permitía. Aquellos eran
229
tiempos en los que el racismo, el etnocentrismo y el más descarado imperialismo eran aún
cosas normales y comunes.
Aunque no sea del todo correcto, ni metodológicamente pertinente, no se puede
evitar caer en la tentación de pensar en una historia alternativa, en la que los liberales
japoneses, teniendo en cuenta a los más nacionalistas y extremistas, hubieran tenido una
postura más firme en Versalles y en Washington, en donde los norteamericanos y británicos
hubieran demostrado más perspicacia al no acorralar a Japón de una manera tan brusca,
dándole así el oxígeno necesario a una facción política con la que podían tener una relación
más armoniosa. También es tentador pensar qué hubiera pasado si Japón e Italia, viendo
que las potencias anglosajonas no estaban dispuestas a otorgarles el espacio que reclamaban
en el mundo, hubieran hecho causa común con Francia, que también estaba siendo
marginada por Estados Unidos y Gran Bretaña. Nunca sabremos qué hubiera pasado, pero
no es difícil imaginar que estos tres países pudieron haber obtenido un mejor resultado,
tanto en Versalles como en Washington, de haber trabajado juntos y haber contrapesado,
políticamente, a Gran Bretaña y Estados Unidos. Esos conjeturales, posibles, y hasta
probables, éxitos quizá hubieran impedido la radicalización política en Italia y Japón, y tal
vez le hubieran negado la posibilidad a los nazis de hallar en un futuro los aliados que
encontraron.
En este complicado juego triangular de poder que protagonizaron Gran Bretaña,
Japón y Estados Unidos a comienzos del siglo XX, podemos encontrar muchos elementos
particulares. Desde clásicas luchas de poder entre potencias imperialistas, hasta elementos
más complejos, como un presunto choque de civilizaciones, siendo entonces esta historia
un episodio más de la lucha entre Oriente y Occidente. En resumen, Japón apareció como
una potencia regional, basándose en la determinación de su pueblo y de sus gobernantes de
convertir al país en una nación igual a las que casi lo colonizan, pero sin lograr encajar en
un sistema que, sencillamente, no estaba preparado para admitirlo por diversos motivos,
entre ellos, la competencia económica y militar y, más aún, el racismo, el etnocentrismo y
la falta de entendimiento intercultural, lo que empujaría a Japón, al no obtener los
resultados deseados, a transitar por el camino del extremismo ultranacionalista.
230
Si tenemos presente el antiguo pensamiento de que quién no conoce la historia está
condenado a repetirla, y que si estudiamos la historia es para aprender algo de ella,
podemos, en consecuencia, entresacar varias lecciones de esta investigación que ahora
culmina. La primera sería que ningún imperialismo es moralmente mejor, o más legítimo,
que otro, y que ningún arreglo o reparto desigual entre potencias puede garantizar la paz
por mucho tiempo. La segunda, que el racismo y la discriminación, bien sea ésta racial,
étnica o religiosa, termina causando odios y resentimientos tan difíciles de controlar que
una vez que se generan ya no hay retorno, dando pie a conflictos de intensidad y
consecuencias impredecibles. Debemos valorar, hoy más que nunca, la importancia de la
tolerancia étnica y religiosa, porque aún cuando el mundo actual parece tenerla como un
valor más que consagrado, a menudo se ve amenazada. La tercera, que las potencias
emergentes debe tener su puesto en el mundo. En estos comienzos del siglo XXI, del
mismo modo que en el período que estudiamos, existe una potencia dominante que está
perdiendo fuerza, mientras que surgen otras nuevas con ambiciones y metas propias.
Afortunadamente, en las manos de estas nuevas potencias está conducir su ascenso de una
manera menos traumática y más armónica que la manera en que Japón condujo el suyo
entre finales del siglo XIX y la primera mitad del XX. También podría ayudar en esta
consecución que las potencias más viejas no se muestren tan inflexibles e intolerantes como
hace un siglo. Esto podría ocurrir, en gran parte, debido a la experiencia obtenida en el caso
japonés, pues las nuevas potencias son, en casi todos los casos, extra europeas y no
occidentales, si bien nada se garantiza con este cambio de polaridad geográfica. Si la
Europa y los Estados Unidos de hoy son más abiertos a la idea de que nuevos poderes, tales
como China e India o, en menor medida, Brasil, Emiratos Árabes Unidos, Singapur y Corea
del Sur, se levanten como potencias es, en buena medida, gracias a la traumática
experiencia vivida hace poco menos de un siglo, cuando por primera vez Japón llamó con
insistencia al umbral del club de potencias pero, en vez de abrirle la puerta, se la cerraron
en la cara bruscamente, dando lugar a una reacción todavía más violenta, que nadie quiere
ni justifica.
231
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Página web del Proyecto Avalon de la Universidad de Yale (Estados Unidos), que se ocupa
de digitalizar y traducir al inglés, diversos textos y documentos históricos.
http://www.elgrancapitan.org/foro/viewtopic.php?t=4497
Foro militar permanente en España, se centra en las grandes marinas de guerra del mundo y
su historia.
http://www.firstworldwar.com
Página web histórica de Estados Unidos, especializada en la Primera Guerra Mundial,
cuenta con una gran cantidad de artículos, documentos originales y elementos multimedia.
http://www.ibiblio.org
Biblioteca virtual afiliada a la Universidad de Carolina del Norte (Estados Unidos), que
contiene gran variedad de información y documentos.
http://wwi.lib.byu.edu/index.php/Treaty_of_Portsmouth
240
Sitio web de la Harold B. Lee Library, biblioteca virtual que cuenta con gran variedad de
artículos, libros en digital y documentos.
http://net.lib.byu.edu/~rdh7/wwi/comment/japanvisit/JapanA2.htm
Archivo web de documentos de primera mano sobre la Primera Guerra Mundial por
voluntarios de World War I Military History List. Este archivo cuenta con el aval de The
History Channel.
http://www.nytimes.com
Sitio web del mundialmente conocido diario New York Times. Cuenta con una completa
hemeroteca digital en la que se pueden encontrar noticias que datan de la Primera Guerra
Mundial e incluso de fechas más lejanas.
http://sticerd.lse.ac.uk/
Página web de The Suntory and Toyota International Centres for Economics and Related
Disciplines. Cuenta con una amplia gama de publicaciones sobre la época moderna de
Japón y sus relaciones con el Reino Unido, realizadas por autores reconocidos de Gran
Bretaña y Japón
http://www.taiwandocuments.org/shimonoseki01.htm
Sitio web del Taiwan Documents Project, un proyecto privado que busca proveer a
investigadores y al público en general documentos de primera mano en digital relativos a
las disputas históricas respectivas a Taiwán.
241
http://www.warhorsesim.com/papers/Renewal.htm
Página web de variedades que contiene artículos de historia y cuenta con varios libros
digitales.
Anexos
242
Nota preliminar
En razón de no extender demasiado el presente trabajo, a fin de cumplir con los
estándares requeridos para una Tesis de Grado, no se incluyeron todos los documentos de
primera mano utilizados en la investigación; sin embargo, ofrecemos la fuente donde se
obtuvieron. Declaramos, además, que tales documentos serían eventualmente incluidos en
su totalidad en una versión publicable de esta investigación.
Acuerdo Lansing-Ishii: http://net.lib.byu.edu/~rdh7/wwi/comment/japanvisit/JapanA2.htm
Alianza Anglo-Japonesa: www.firstworldwar.com y www.nytimes.com
Convenio de la Sociedad de Naciones: www.firstworldwar.com
Discurso de los Catorce Puntos de Woodrow Wilson: www.firstworldwar.com
Explicación del Ministro Japonés de Asuntos Exteriores sobre la entrada en la guerra:
www.firstworldwar.com
Tratado de las Cinco Potencias: http://www.ibiblio.org/pha/pre-war/1922/nav_lim.html
Tratado de las Cuatro Potencias: http://avalon.law.yale.edu/20th_century/tr1921.asp
Tratado de las Nueve Potencias: http://www.ibiblio.org/pha/pre-war/1922/nav_lim.html
Tratado de Shimonoseki: http://www.taiwandocuments.org/shimonoseki01.htm
Tratado de Portsmouth: http://wwi.lib.byu.edu/index.php/Treaty_of_Portsmouth
243
Anexo I
Veintiuna Demandas enviadas por Japón a China el 18 de enero de 1915 y
documentos conexos
Grupo I
El Gobierno japonés y el Gobierno chino, estando deseosos de mantener la paz
general en el Lejano Oriente y fortalecer las relaciones de amistad y buena vecindad que
existen entre los dos países, aceptan los siguientes artículos:
Artículo 1
El Gobierno chino se compromete a dar pleno consentimiento a todo lo que el
Gobierno japonés pueda acordar de ahora en adelante con el Gobierno alemán respecto a
la disposición de todos los derechos, intereses y concesiones que, en virtud de tratados o
por otra vía, Alemania posee respecto a China en la provincia de Shantung.
Artículo 2
El Gobierno chino se compromete a que, dentro de la provincia de Shantung o a lo
largo de su costa, ningún territorio o isla se cederá o se arrendará a cualquier otra
potencia, bajo cualquier pretexto.
Artículo 3
El Gobierno chino acepta la construcción japonesa de una conexión ferroviaria
entre Chefoo o Lungkow con la vía férrea de Kiaochou Tsinanfu.
Artículo 4
El Gobierno chino se compromete a abrir según su propio criterio, lo más pronto
posible, ciertas ciudades importantes y pueblos en la Provincia de Shantung para la
residencia y comercio de extranjeros. Los lugares a ser abiertos así se elegirán en un
acuerdo separado.
Grupo II
El Gobierno japonés y el Gobierno chino, en vista del hecho de que el Gobierno
chino siempre ha reconocido la posición predominante de Japón en el sur de Manchuria y
Mongolia Interior Oriental, aceptan los artículos siguientes:
244
Artículo 1
Las dos partes firmantes están de acuerdo mutuamente que el término del arriendo
de Port Arthur y Dairen y el término respectivo de la Vía férrea de Manchuria del Sur y la
Vía férrea de Antung-Mukden se extenderán respectivamente a un período adicional de 99
años.
Artículo 2
Los súbditos japoneses se permitirán en Manchuria del Sur y Mongolia Interior
Oriental para arrendar o la propia tierra requerida para erigir edificios para variados
usos comerciales e industriales o para cultivar.
Artículo 3
Los súbditos japoneses tendrán libertad para entrar, residir, y viajar en Manchuria
del Sur y Mongolia Interior Oriental, y continuar negocios comerciales, industriales, y de
otro tipo.
Artículo 4
El Gobierno chino concede a los súbditos japoneses el derecho de realizar
actividades mineras en Manchuria del Sur y Mongolia Interior Oriental. Con respecto a
las minas a ser trabajadas, estas se elegirán en un acuerdo separado.
Artículo 5
El Gobierno chino acepta que el consentimiento del Gobierno japonés se obtendrá
de antemano:
(1) Siempre que se proponga conceder a otros nacionales el derecho de construir una vía
férrea u obtener de otros nacionales el suministro de fondos por construir una vía férrea en
Manchuria del Sur y Mongolia Interior Oriental y (2) Siempre que un préstamo fuera
hecho con cualquier otra potencia, bajo la seguridad de los impuestos de Manchuria del
Sur y Mongolia Interior Oriental.
Artículo 6
El Gobierno chino se compromete a que siempre que necesite el servicio de
consejeros políticos, financieros, o asesores militares en Manchuria del Sur o en Mongolia
Interior Oriental, Japón será el primero en ser consultado.
Artículo 7
El Gobierno chino está de acuerdo en que el mando y dirección de la vía férrea de
Kirin-Chungchun estará en manos de Japón por un término de 99 años a partir de la firma
de este tratado.
Grupo III
El Gobierno japonés y el Gobierno chino, considerando las estrechas relaciones
entre los capitalistas japoneses y la Han-Yeh-Ping Company y deseando promover los
intereses comunes de las dos naciones, aceptan los siguientes artículos:
Artículo 1
245
Las dos partes contratantes están de acuerdo mutuamente que cuando el momento
oportuno llegue la Han-Yeh-Ping Company se convertirá en una empresa conjunta de las
dos naciones, y que, sin el consentimiento del Gobierno japonés, el Gobierno chino no
dispondrá o permitirá a la Compañía disponer de cualquier derecho o propiedad de la
misma.
Artículo 2
El Gobierno chino se compromete a que, como una medida necesaria para la
protección de los intereses invertidos de capitalistas japoneses, no se permitirá ninguna
mina en las adyacencias de aquéllas poseídas por la Han-Yeh-Ping Company, sin el
consentimiento de la misma, para ser trabajadas por cualquier otro que dicha compañía; y
más allá que siempre que se proponga tomar cualquier otra medida que probablemente
pueda afectar directamente o indirectamente los intereses de la compañía, el
consentimiento de esta se obtendrá primero.
Grupo IV
El Gobierno japonés y el Gobierno chino, con el objeto de conservar la integridad
territorial de China eficazmente, aceptan el artículo siguiente: El Gobierno chino se
compromete no ceder o arrendar a cualquier otra potencia cualquier puerto o bahía o
cualquier isla a lo largo de la costa de China.
Grupo V
Artículo 1
El Gobierno Central chino para contratará japoneses influyentes como asesores
políticos, financieros y militares;
Artículo 2
El Gobierno chino le concede a los hospitales, templos y escuelas japonesas en el
interior de China el derecho de poseer tierras;
Artículo 3
Ante el hecho las muchas disputas policiales que se han levantado hasta aquí entre
Japón y China, causando no ninguna molestia pequeña la policía en localidades (en
China), dónde tal arreglo es necesario, será puesto bajo administración conjunta japonesa
y china, o japonesa para ser empleado en el oficio policiaco en tales localidades, y ayudar
a la mejora del Servicio Policiaco Chino a la vez;
Artículo 4
China para obtener un suministro de Japón de una cierta cantidad de armas, o
establecer un arsenal en China, este será bajo la administración conjunta japonesa y china
y será proporcionado con los expertos y materiales de Japón;
Artículo 5
Para ayudar al desarrollo de la vía férrea de Nanchang-Kiukiang en la que tienen
importantes intereses los capitalistas japoneses, y considerando las negociaciones que han
246
estado pendientes entre Japón y China en relación con el ferrocarril en el sur China,
China acepta en dar a Japón el derecho de construir una vía férrea para conectar
Wuchang con el Kiukiang-Nanchang y Hangchou y entre Nanchang y Chaochou;
Artículo 6
En vista de las relaciones entre la Provincia de Fukien y Formosa y del acuerdo
que respeta la no-alienación de esa provincia, Japón será consultado primero cuando la
capital extranjera esté necesitada de conexión con vías férreas, minas, y trabajos de puerto
(incluidos astilleros) en la Provincia de Fukien;
Artículo 7
China le concede a los súbditos japoneses el derecho de predicar en China.
Ultimátum japonés a China, 7 de mayo de 1915
La razón por la cual el Gobierno Imperial abrió las negociaciones presentes con el
Gobierno chino es primero procurar deshacerse de las complicaciones que se levantan
fuera de la guerra entre Japón y China, y secundariamente para intentar resolver esas
varias cuestiones que son perjudiciales para las relaciones íntimas de China y Japón con
miras a solidificar la fundación de amistad cordial que subsiste entre los dos países a fin
de que la paz del Lejano Oriente pueda ser eficaz y permanentemente conservada.
Con este objetivo a la vista, se presentaron las propuestas definidas al Gobierno
chino en enero de este año, y hasta hoy tantos como veinticinco conferencias han sido
sostenidas con el Gobierno chino en perfecta sinceridad y franqueza.
En el curso de negociaciones el Gobierno Imperial ha explicado de forma
consistente los objetivos y objetos de las propuestas en un espíritu conciliatorio, mientras
por otro lado las propuestas del Gobierno chino, si importante o insignificante, han sido
atendidas sin ninguna reserva.
Puede declararse con confianza que ningún esfuerzo se ha ahorrado para llegar a
una resolución satisfactoria y amigable de estas cuestiones.
La discusión del cuerpo entero de las propuestas estaba prácticamente en un fin a
la vigésima cuarta conferencia; eso fue en el 17 del último mes.
El Gobierno Imperial, tomando una visión amplia de la negociación y en
consideración de los puntos destacados por el Gobierno chino, modificó las propuestas
originales con concesiones considerables y presentó al Gobierno chino el 26 del mismo
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mes las propuestas revisadas para el acuerdo, y al mismo tiempo fue ofrecido que, en la
aceptación de las propuestas revisadas, el Gobierno Imperial, en una oportunidad
conveniente, restauraría, con las condiciones justas y apropiadas, al Gobierno chino el
territorio de Kiaochow, en la adquisición de la cual el Gobierno Imperial había hecho un
gran sacrificio.
El primero de mayo, el Gobierno chino entregó la respuesta a las propuestas
revisadas del Gobierno japonés, las cuales fueron contrarias a las expectativas del
Gobierno Imperial. El Gobierno chino no sólo no dio una consideración cuidadosa a las
propuestas revisadas sino que incluso con respecto a la oferta del Gobierno japonés para
restaurar Kiaochow al Gobierno chino el último no manifestó la menor apreciación por la
buena voluntad de Japón y dificultades.
Desde el punto de vista comercial y militar Kiaochow es un lugar importante, en la
adquisición de la cual el imperio japonés sacrificó mucha sangre y dinero, y, después de
que la adquisición el Imperio no está en ninguna obligación para restaurarlo a China.
Pero con el objeto de aumentar las relaciones amistosas futuras de los dos países,
se llegó a la magnitud de proponer su restauración, todavía a su gran pesar, que el
Gobierno chino no tuvo en la cuenta la buena intención de Japón y manifestar aprecio de
sus dificultades.
Además, el Gobierno chino no sólo ignoró los sentimientos amistosos del Gobierno
Imperial ofreciendo la restauración de Bahía de Kiaochow, sino que también contestando
a las propuestas revisadas ellos incluso demandaron su restauración incondicional; y de
nuevo China exigió que Japón debe llevar la responsabilidad de indemnización por todas
las pérdidas inevitables y daños y perjuicios que son el resultado del funcionamiento del
ejército de Japón en Kiaochow; y todavía llega más allá en relación con el territorio de
Kiaochow, China adelantó otras demandas y declaró que ella tiene el derecho de
participación a la conferencia de la paz futura a ser sostenida entre Japón y Alemania.
Aunque China es totalmente consciente de que la restauración incondicional de
Kiaochow y la responsabilidad de Japón de indemnización por pérdidas inevitables y
daños y perjuicios nunca pueden ser toleradas por Japón, todavía ella adelantó estas
demandas intencionalmente y declaró que esta contestación era final y firme.
Desde Japón no pueden tolerarse tales exigencias, la resolución de otras
cuestiones, sin embargo se podrían negociar, pero no sería a su interés. La consecuencia
es que la contestación presente del Gobierno chino es, en general, vaga y sin sentido.
Además, en la respuesta del Gobierno chino a las otras propuestas en la lista
revisada del Gobierno Imperial, como Manchuria del Sur y Mongolia Interior Oriental
dónde Japón tiene particularmente sus relaciones geográficas, comerciales, industriales y
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estratégicas, como reconocido por todas las naciones, e hizo más notable a consecuencia
de las dos guerras en que Japón estaba comprometido, los descuidos del Gobierno chino
en estos hechos no respetan la posición de Japón en ese lugar.
El Gobierno chino incluso alteró deliberadamente esos artículos que el Gobierno
Imperial, en un espíritu conciliador, ha formulado de acuerdo con la declaración de los
representantes chinos, por tanto hizo las declaraciones de los representantes en una
conversación abierta; y viendo que concedían con una mano y retenían con la otra es muy
difícil atribuir fidelidad y sinceridad a las autoridades chinas.
Con respecto a los artículos que relacionan al empleo de consejeros, el
establecimiento de escuelas y hospitales, el suministro de armas y munición y el
establecimiento de arsenales y concesiones de la vías férreas en el sur de China en las
propuestas revisadas, ellos o se propusieron con la condición que debe obtenerse el
consentimiento de la potencia involucrada, o ellos fueron meramente a registro en los
momentos de acuerdo con las declaraciones de los delegados chinos, y así ellos no están
en lo más mínimo o en conflicto con soberanía china o sus tratados con los potencias
extranjeras, todavía el Gobierno chino en su respuesta a las propuestas, alega que estas
propuestas son incompatibles con sus derechos soberanos y tratados con las potencias
extranjeras, echa por tierra las expectativas del Gobierno Imperial.
Sin embargo, a pesar de tal actitud del Gobierno chino, el Gobierno Imperial, sin
embargo lamentado ver que no hay ningún cuarto para negociaciones extensas, todavía
calurosamente se sujetó a la preservación de la paz del Lejano Oriente, todavía está
esperando por una solución satisfactoria para evitar la perturbación de las relaciones.
Así a pesar de las circunstancias que no admitieron ninguna paciencia, ellos han
revisado los sentimientos del Gobierno de su país vecino y, con la excepción del artículo
que relaciona a Fukien el cual es el asunto de un intercambio de notas como ya ha sido
convenido en por los representantes de ambas naciones, destacará el V Grupo de las
negociaciones presentes y discutirlo separadamente en el futuro.
Por consiguiente, el Gobierno chino debe apreciar los sentimientos amistosos del
Gobierno Imperial aceptando inmediatamente sin cualquier alteración todos los artículos
de los Grupos I, II, III, y IV y el intercambio de notas en relación con la provincia de
Fukien en el Grupo V como contenido en las propuestas revisadas presentadas el 26 de
abril.
El Gobierno Imperial por la presente de nuevo oferta su consejo y espera que el
Gobierno chino, en este consejo, dará una contestación satisfactoria por las 6 en punto
PM1 del 9 día de mayo. Se declara por la presente que si ninguna contestación
satisfactoria se recibe antes o en el momento especificado, el Gobierno Imperial tomará
las medidas que pueda estimar necesarias.
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Nota Explicatoria
Acompañando el Ultimátum entregado al Ministerio de Asuntos Extranjeros por el ministro
japonés, el 7 de mayo de 1915.
1) Con la excepción del asunto de Fukien a ser organizado por un intercambio de
notas, los cinco artículos pospuestos para posteriores negociaciones se refiere a (a)
el empleo de asesores, (b) el establecimiento de escuelas y hospitales, (c) las
concesiones ferroviarias en el sur de China, (d) el abastecimiento de armas y
munición y el establecimiento de arsenales y (e) derecho de propaganda misionera.
2) La aceptación por el Gobierno chino del artículo que relaciona a Fukien o puede
estar en el formulario como propuesto por el ministro japonés el 26 de abril o en
ese contenido en la respuesta del Gobierno chino del 1 de mayo. Aunque el
Ultimátum requiere la aceptación inmediata por China de las propuestas
modificadas presentadas el 26 de abril, sin alteración, pero debe notarse que
meramente declara el principio y no aplica a este artículo y artículos 4 y 5 de esta
nota.
3) Si el Gobierno chino acepta todos los artículos como es demandado en el
Ultimátum la oferta del Gobierno japonés para restaurar Kiaochow a China, hecho
el 26 de abril, se mantendrá.
4) Artículo 2 de Grupo II que relacionan al arriendo o compra de tierra, los términos
"arriendar" y "comprar" pueden ser reemplazados por los términos "arrendamiento
temporal" y "arrendamiento perpetuo" o "arrendado en consulta", el cual media en
un largo término de arriendo con su renovación incondicional.
El artículo IV del Grupo II relacionando a la aprobación de leyes policíacas y
ordenanzas e impuestos locales por el Consejo Japonés puede formar el asunto de
un acuerdo confidencial.
5) La frase "para consultar con el Gobierno japonés" en conexión con asuntos de
comprometer los impuestos locales por levantar préstamos y los préstamos para la
construcción de vías férreas, en Mongolia Interior Oriental, que es similar al
acuerdo en Manchuria que relaciona a las materias del mismo tipo, puede
reemplazarse por la frase "para consultar con los capitalistas japoneses".
El artículo que relaciona la apertura de mercados de comercio en Mongolia
Interior Oriental con respeto a la situación y regulaciones, puede, siguiendo su
juego precedente en Shantung, ser el asunto de un intercambio de notas.
6) De la frase "aquellos interesados en la compañía" en el Grupo III de la lista
revisada de demandas, las palabras que "aquellos interesados en" pueden anularse.
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La versión japonesa del Acuerdo Formal y sus anexos serán el texto oficial o ambos
el chino y japonés serán los textos oficiales.
Respuesta china al ultimátum japonés, 8 de mayo de 1915
El 7 de este mes, a las tres en punto PM, el Gobierno chino recibió un Ultimátum
del Gobierno japonés junto con una Nota Explicativa de siete artículos.
El Ultimátum concluyó con la espera que el Gobierno chino dará una respuesta
satisfactoria por las seis en punto PM el 9 de mayo, y se declara por la presente que si
ninguna contestación satisfactoria se recibe antes o en el momento especificado, el
Gobierno japonés tomará las medidas que estime necesaria.
El Gobierno chino con miras a conservar la paz del Lejano Oriente por la presente
acepta, con la excepción de esos cinco artículos del Grupo V pospuesta para negociaciones
posteriores, todos los artículos de los Grupos I, II, III, y IV y el intercambio de notas en
relación con la Provincia de Fukien en el Grupo V como contenido en las propuestas
revisadas presentadas el 26 de abril, y de acuerdo con la Nota Explicativa de siete
artículos que acompañan el Ultimátum del Gobierno japonés con la esperanza que por eso
todas las cuestiones destacadas son fijas, para que la relación cordial entre los dos países
pueda ser consolidada.
Por la presente, se le pide al ministro japonés un día para llamar al Ministerio de
Asunto Extranjeros para hacer la mejora literaria del texto y firmar el acuerdo lo más
pronto posible.
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Anexo II
Mapas
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Ataque japonés a Qingdao
253
Mandatos de la Sociedad de Naciones en el Pacífico
1) Mandato del Pacífico Sur entregado a Japón
2) Mandato del Territorio de Nueva Guinea entregado a Australia
3) Mandato de Nauru bajo administración conjunta de Gran Bretaña,
Australia y Nueva Zelanda
4) Mandato de Samoa Occidental entregado a Nueva Zelanda
254
Anexo III
Propaganda de Guerra de Japón
Yamato y Britania caminan de la mano, simbolizando la Alianza
Anglo-Japonesa
255
El Rey Eduardo VII y el Emperador Mutsuhito se dan la mano
simbolizando la Alianza Anglo-Japonesa
256
Publicación en francés muestra el recelo franco-ruso a la
Alianza Anglo-Japonesa
257
Portada de la guía oficial de la Exhibición Japonesa-Británica de
1910
258
Número especial de La Guerra Ilustrada dedicado a la caída de
Qingdao
259
Arriba: cartel británico que dice: Japón, nuestro aliado en el Lejano
Oriente.
Cartel de la propaganda japonesa que muestra la toma de Vladivostok
durante la Intervención Siberiana
260
Cartel de la propaganda japonesa que muestra el ataque a Jabárovsk
durante la Intervención Siberiana
261
Cartel de la propaganda japonesa que muestra la toma de
Blagovéshchensk durante la Intervención Siberiana
262