Download Resumen lectura. La Consolidación del Capitalismo Moderno (1945

Document related concepts

Industrialización por sustitución de importaciones wikipedia , lookup

Desarrollo estabilizador wikipedia , lookup

Cuatro tigres asiáticos wikipedia , lookup

Mal holandés wikipedia , lookup

Crisis de la deuda latinoamericana wikipedia , lookup

Transcript
Resumen lectura.
La
Consolidación
(1945-1986)
del
Capitalismo
Moderno
Por: José Antonio Ocampo, Joaquín Bernal, Mauricio Avella, María Errázuriz
El desarrollo capitalista, que venía acelerándose en Colombia desde las primeras
décadas del siglo XX, se consolidó definitivamente en los años que sucedieron a
la segunda guerra mundial. En las cuatro décadas transcurridas desde entonces,
la economía colombiana pasó de ser rural a urbana y semindustrial. Este capítulo
analiza el conjunto de transformaciones que ha experimentado la economía
durante estos años. La primera parte presenta un panorama general del
crecimiento económico, los cambios estructurales y la distribución regional de la
actividad económica. La siguiente reseña la evolución del comercio exterior y los
vaivenes del proceso de industrialización. Posteriormente se analiza la
transformación del agro y los cambios en las políticas agropecuarias. La cuarta
adelanta un estudio del crecimiento y transformación del Estado. El capítulo
concluye con una breve historia de las organizaciones gremiales, del sindicalismo
y de la distribución del ingreso desde 1945.
CRECIMIENTO Y CAMBIO ESTRUCTURAL
1. Las grandes tendencias del desarrollo colombiano en la posguerra
Entre 1945 y 1986 el Producto Interno Bruto de Colombia se multiplicó por siete.
La tasa de crecimiento correspondiente (4.8% anual) dista de ser espectacular,
según veremos más adelante, pero es sin duda la más alta que haya registrado la
economía colombiana en su historia. La población experimentó un crecimiento
también rápido, del 2.5% anual, que le permitió multiplicarse por 2.8 durante esos
años. El ritmo de crecimiento demográfico fue particularmente acelerado en los
años cincuenta y sesenta. En ese lapso, el descenso de la mortalidad, generado
por la aplicación de la medicina moderna y el mejoramiento en el nivel de vida de
la población, no coincidió con una disminución paralela de la fecundidad, y el
crecimiento de la población alcanzó así ritmos superiores al 3% anual. Durante los
años setenta el descenso de la fecundidad y, en mucho menor escala, la
emigración de la fuerza de trabajo hacia el exterior, permitieron una disminución
rápida del ritmo de crecimiento de la población, que se redujo a sólo un 1.6%
anual en el período intercensal 1973-1985. El resultado neto del crecimiento
económico y demográfico fue un aumento en la producción por habitante del 2.2%
anual,
es
decir,
un
150%
en
estas
cuatro
décadas.
El crecimiento económico se vio acompañado de un cambio estructural de
grandes proporciones. En términos de la composición de la actividad económica,
el aspecto más notorio fue la fuerte reducción de la participación del sector
agropecuario en la economía. Todavía en 1945-1949 dicho sector representaba
más del 40% de la actividad económica del país; a comienzos de los años
ochenta, su participación se había reducido a menos del 23%. La disminución en
el tamaño relativo del sector agropecuario dio paso al surgimiento y consolidación
de nuevas actividades económicas, en especial la industria manufacturera, pero
también los sectores de transporte, financiero, comunicaciones y servicios
públicos modernos (electricidad, gas y agua). En conjunto, éstos pasaron de
representar el 23% de la actividad económica en la segunda mitad de los años
cuarenta, a cerca del 40% a comienzos de la década del ochenta.
La consolidación de estos sectores tan dinámicos no se dio, sin embargo, en
forma simultánea. El avance relativo del sector manufacturero fue particularmente
rápido en las décadas del cuarenta y cincuenta, continuando el impulso que se
había iniciado en los treinta. Su avance fue menos notorio en los años sesenta y
setenta y presentó un importante retroceso durante la crisis económica de
comienzos del ochenta.
Los cambios en la composición de la actividad económica se reflejaron así mismo
en la estructura del empleo. Paralelamente al descenso en la importancia relativa
del sector agropecuario, la proporción de la población empleada en actividades
primarias (que incluyen al sector minero, relativamente pequeño en Colombia)
disminuyó del 62% en 1938 al 34% en 1984. Más aún, en este período el sector
primario sólo generó una quinta parte de los nuevos puestos de trabajo en el país.
El sector secundario (industria y construcción) elevó su participación del 17 al
21%, creando una cuarta parte de las nuevas ocupaciones. El grueso de los
nuevos puestos fue generado por el sector servicios, que acrecentó su
participación en la generación de ocupaciones del 21% en 1938 al 45% en 1984.
El proceso de movilización de la población hacia las ciudades fue traumático. La
violencia de las zonas rurales ha sido, hasta nuestros días, pero especialmente en
las dos décadas posteriores a la segunda guerra mundial, una de las grandes
fuentes de expulsión de la población rural. Las ciudades, a su vez, carecieron en
todos los momentos de las facilidades necesarias para albergar a los nuevos
habitantes. De esta manera se desarrollaron los grandes cinturones de miseria
que todavía dominan el panorama urbano del país. A su vez, la insuficiencia de
puestos de trabajo centró por primera vez la atención del país, en la década del
sesenta, en el problema del desempleo abierto, prácticamente desconocido en las
zonas rurales. Igual o más alarmante fue la proliferación en las ciudades de
ocupaciones marginales y relativamente improductivas, que de acuerdo con la
moda internacional de una u otra época recibieron diferentes denominaciones.
Inicialmente, el fenómeno se conoció como “subempleo” y “desempleo disfrazado”.
Además, como la mayor parte de las ocupaciones de este tipo se concentraron en
el comercio y en algunos servicios, se habló también de la “hipertrofia del sector
terciario”. Más tarde se acuñó el término “sector informal” para referirse al mismo
fenómeno. La medición más completa, realizada en junio de 1984 por el DANE,
clasificó al 55.5% de los trabajadores en diez ciudades del país como
pertenecientes a dicho sector. La proporción tendía a ser más baja en las
ciudades grandes (en Bogotá era de un 51% ), pero llegaba a dos terceras partes
de la fuerza de trabajo en algunas ciudades intermedias.
1. Características del sector externo colombiano en la posguerra
En las cuatro décadas posteriores a la segunda guerra mundial, el sector externo
colombiano ha tenido dos características sobresalientes. La primera de ellas fue el
resultado del proceso de industrialización que había vivido el país durante los años
treinta y la segunda guerra mundial. Los bienes de consumo dejaron de ser
definitivamente el renglón más importante de las importaciones y pasaron a
ocupar una posición marginal dentro de las compras externas del país. El vacío
dejado por las menores compras de dichos artículos fue ocupado por los bienes
intermedios y de capital que demandaban los sectores modernos de la economía.
Estos han representado desde los años cincuenta un 51 y 38% de las
importaciones colombianas, respectivamente incluidos los combustibles dentro de
los primeros. Aunque estas participaciones han variado ligeramente a lo largo del
ciclo económico, se han mantenido dentro de un rango relativamente estrecho en
las cuatro últimas décadas. Obviamente, la diversificación de la producción
nacional y los cambios en los patrones de consumo y en la tecnología han
conllevado cambios apreciables en los productos específicos que se incluyen
dentro de cada una de estas agrupaciones.
La segunda característica del comercio exterior del país ha sido el lento
dinamismo de las exportaciones. En las cuatro últimas décadas la participación de
las exportaciones en el Producto Interno Bruto del país ha disminuido de manera
sistemática, pasando de representar un 21.6% en la segunda mitad de los años
cuarenta a 14.2% en la primera mitad de los años ochenta. La tendencia
decreciente fue particularmente fuerte hasta la década del sesenta, pero se ha
mantenido desde entonces; de hecho, sólo en la segunda mitad de los años
ochenta puede esperarse que se presente un quiebre más o menos definitivo en la
evolución de este coeficiente.
El lento dinamismo de las exportaciones representó un viaje radical con respecto a
las tendencias que habían prevalecido desde comienzos del siglo XX. De hecho,
el gran dinamismo de las exportaciones, especialmente de café, había sido el eje
del desarrollo nacional entre 1910 y 1929. En la década del treinta, el continuo
crecimiento en las cantidades de café remitidas al exterior y de la producción de
oro había permitido mantener un sector exportador relativamente dinámico, que
logró contrarrestar en parte la evolución desfavorable de los precios del grano y de
otros productos primarios durante la crisis mundial de aquella época.
La explicación de la tendencia de las exportaciones debe buscarse, por una parte,
en el comportamiento de las ventas externas de café y, por otra, en la
diversificación excesivamente lenta de la base exportadora. Hasta mediados de
los años cincuenta, el primero de tales fenómenos estuvo asociado
exclusivamente al escaso crecimiento de la producción del grano. De hecho, en un
mercado que todavía no estaba regulado por pactos internacionales, el país
comenzó a perder sistemáticamente participación en la producción exportable
mundial. Esta participación, que había llegado a un 20% durante los años
cuarenta, se redujo al 17% en la primera mitad de la década del cincuenta y a
poco más del 13% desde la segunda mitad de dicha década. A partir de entonces,
los sucesivos acuerdos internacionales que regularon el comercio del grano
comenzaron a afectar las exportaciones de café del país. No obstante la
restricción no fue muy severa ya que, en cualquier caso, la producción del grano
mantuvo un escaso dinamismo. Sólo en la segunda mitad de la década del setenta
se inició una nueva fase de crecimiento rápido de la producción que permitió al
país aumentar su participación en el comercio mundial del grano del 12%, en que
se había establecido desde los años sesenta, a un 15% en la primera mitad de la
década del ochenta. Aun así, el crecimiento anual promedio de la producción
cafetera entre el primer lustro de posguerra y la primera mitad de los años ochenta
ha sido apenas del 2.2% anual, menos de la mitad del ritmo de expansión de la
producción
nacional
agregada.
La lenta diversificación de la base exportadora ha tenido, sin duda, una
multiplicidad de causas. La más importante ha sido la escasa prelación que se ha
otorgado en la posguerra a este objetivo de política económica, con excepción de
algunos períodos breves. En efecto, si se exceptúa el período de promoción de
exportaciones iniciado en 1959-1960 y, en forma mucho más clara, en 1967, y que
terminó en 1974 (véase la sección siguiente), y la nueva fase de promoción que se
inició en 1983, la diversificación de las ventas externas no ha sido una meta
prioritaria. Durante los años en que estuvo en vigencia la estrategia de promoción,
sus efectos fueron importantes, según se aprecia en el cuadro 7.5. Lideradas
primero por la producción primaria y posteriormente por la manufacturera, las
exportaciones menores (es decir, aquéllas diferentes a café, oro y productos
petroleros) pasaron de representar el 7% de las exportaciones en 1955-1959 al
12% en 1960-1964, 23.7% en 1965-1969 y 40.8% en 1970-1974. Nótese, sin
embargo, que a pesar del dinamismo de las exportaciones menores, el coeficiente
de exportaciones del país siguió disminuyendo durante todos estos años, debido
al lastre que representaba el lento crecimiento de las exportaciones de café. De
hecho, fue sólo cuando estas últimas lograron subir en la segunda mitad de la
década del setenta, que la tendencia a la disminución de dicho coeficiente se
interrumpió temporalmente.
El programa del Frente Nacional incluyó, así, una serie de medidas de corte
reformista: una nueva reforma agraria, el fortalecimiento del sindicalismo, una
oleada de legislación laboral y una expansión considerable del gasto público
social. En el frente económico, se acentuó la estrategia de desarrollo que provenía
de las décadas anteriores. El estrangulamiento externo sirvió como justificación
para un programa de sustitución de importaciones aún más agresivo. Los
mecanismos creados en la fase anterior se perfeccionaron. Así, la nueva política
crediticia se materializó en la creación de la Junta Monetaria, los fondos de
fomento y las corporaciones financieras (bancos de desarrollo) y en múltiples
medidas que obligaron a los intermediarios financieros a dedicar parte de sus
recursos a las prioridades establecidas por el gobierno. Las reformas arancelarias
de 1959 y 1964 acentuaron la tendencia proteccionista. La última de ellas adoptó,
finalmente, un sistema puro de impuestos ad valorem a las importaciones y
estableció un nivel de protección nominal relativamente alto (65.6%). La continua
escasez de divisas sirvió, además, para mantener un control firme sobre las
licencias de importación durante la mayor parte del período, que acentuó el efecto
proteccionista del arancel.
d) Bonanza de divisas y crisis industrial (1973/4-1979/80)
El concepto de “estrategia” o “modelo” de desarrollo es ciertamente útil para
analizar lo acontecido en Colombia hasta 1967. A partir de entonces, el concepto
es menos adecuado para evaluar los resultados del desempeño económico. Entre
1967 y 1974 una parte de la “estrategia” nunca se llevó a cabo, según vimos en la
sección anterior. Desde 1974 el concepto mismo ha perdido vigencia. Aunque ha
habido defensores de un modelo “neoliberal”, centrado en un funcionamiento más
libre del mercado y una mayor dependencia de las exportaciones, tal tipo de
estrategia sólo se ha reflejado parcialmente en la política económica colombiana.
En la práctica, el país ha mantenido mucho del pasado, pero ha incorporado
gradualmente algunas de las nuevas ideas y, ante todo, las circunstancias
inmediatas han tendido a primar en el manejo macroeconómico sobre cualquier
visión
de
mediano
o
largo
plazo.
Algunos de los elementos de la estrategia de la industrialización seguida hasta
1974 han sufrido desde entonces un cambio apreciable. El Grupo Andino pasó a
un segundo plano de prioridades y en algunos casos se habló incluso de
desmontarlo. La participación directa del Estado en la creación de nuevas
empresas industriales quedó también en un plano secundario, al tiempo que se
transformaba al Instituto de Fomento Industrial en un típico intermediario
financiero, asignándole funciones cada vez más distantes de su objetivo inicial.
Además, aunque no se desmontó el sistema de crédito de fomento, a partir de
1974 se propendió por un ordenamiento más libre del sistema financiero y se
elevó el costo de los créditos ordinarios concedidos por las entidades del sector.
En el frente comercial, la liberación de importaciones y la reducción de los
aranceles, iniciados tímidamente durante la Administración Pastrana, se
aceleraron posteriormente y alcanzaron un verdadero auge durante la
Administración Turbay, cuando se les asignó un objetivo de mejorar la eficiencia
de la industria nacional. Ya a fines de dicha administración, el arancel promedio se
había reducido a un 26% (contra 65.6% en 1964 y 48.5% en 1973) y el 70.8% de
las posiciones arancelarias estaban en la lista de libre importación (contra 29.6%
en 1974 y 48.6% en 1979). La política de promoción de exportaciones sufrió
también un vuelco total en la práctica. La intención original de la Administración
López Michelsen era en realidad la de aumentar considerablemente dichas
exportaciones (el gobierno habló de convertir a Colombia en el “Japón de
Sudamérica”), aunque dando un mayor énfasis a la tasa de cambio y al crédito de
Proexpo como mecanismos de promoción, y menos a los CAT, cuyos niveles se
redujeron significativamente a partir de 1975 como parte del plan de estabilización
fiscal. Sin embargo, las circunstancias concretas llevaron al gobierno a revaluar en
términos reales el tipo de cambio. Lo acontecido en materia de promoción de
exportaciones es particularmente indicativo de la prelación que tuvieron los
acontecimientos de corto plazo durante estos años. La Administración López
Michelsen llevó a cabo dos planes masivos de estabilización. El primero estuvo
dirigido a reducir el déficit fiscal, controlar la expansión de los medios de pago y
reordenar el sistema financiero. Por primera vez en la posguerra, el centro de
atención de un programa de estabilización no fue el deterioro del sector externo
sino la aceleración de la inflación doméstica. El gobierno adoptó entonces una
ambiciosa reforma tributaria, impuso controles severos al gasto público, elevó la
mayoría de las tasas de interés y liberó algunas, redujo los encajes sobre
depósitos de las entidades financieras y los créditos del Banco de la República al
sector público y al privado, y aceleró temporalmente la devaluación para
compensar la reducción de los subsidios a las exportaciones menores.
La rápida elevación de los precios del café desde mediados de 1975 dio lugar a un
nuevo plan de estabilización, cuyo eje fue el impacto monetario que estaba
recibiendo el país por el exceso de divisas. El foco de atención fue también
novedoso, aunque tenía un antecedente importante: el plan de estabilización que
se llevó a cabo durante la Segunda Guerra Mundial con el mismo propósito (véase
el Capítulo VI). Algunas de las medidas adoptadas durante la fase anterior de
estabilización se revirtieron. En particular, el gobierno suspendió temporalmente la
devaluación, en 1977, para reducir el efecto monetario de la acumulación de
reservas; esta estrategia contradecía claramente la intención original de utilizar la
tasa
de
cambio
para
fomentar
las
exportaciones
menores.
Además, se controlaron de nuevo todas las tasas de interés y se elevaron
drásticamente los encajes del sistema financiero. Por otra parte, se acentuó la
austeridad fiscal iniciada a fines de 1974, se adoptaron rígidos controles al
endeudamiento externo público y privado y se crearon dos mecanismos de ahorro
forzoso: el pago a los cafeteros de parte de la cosecha en Títulos de Ahorro
Cafetero, TAC, y la obligación de los exportadores de mantener los certificados de
cambio durante tres o cuatro meses antes de poderlos vender al Banco de la
República, aunque con la posibilidad de redimirlos inmediatamente en la Bolsa con
un
descuento
significativo.
La Administración Turbay adoptó a partir de 1978 un programa radicalmente
diferente, que en nada recordaba los esfuerzos de austeridad fiscal de su
antecesor. La esencia del programa era la necesidad, para acelerar el desarrollo
del país, de emprender un plan masivo de obras públicas financiado con crédito
externo. Como se tenía el temor de que la ampliación del gasto público tuviera
efectos inflacionarios, se aceleró la liberación de importaciones y se adoptó un
nuevo plan de contracción monetaria. Este, que se concretó a comienzos de 1980,
se basó en la venta masiva de títulos del Banco de la República en el mercado
(operaciones de mercado abierto), bajo un régimen de tasas de interés libres. La
justificación básica de esta nueva forma de intervención era que los rígidos
controles monetarios de los años anteriores habían generado toda serie de
“innovaciones
financieras”
que
los
habían
tornado
inefectivos.
En su conjunto, los resultados económicos del período de bonanza fueron
insatisfactorios a los ojos de muchos observadores, que consideraron que la
economía podía y debía haber crecido más en ausencia de las tradicionales
restricciones de divisas. En efecto, si se exceptúa un año de rápida expansión 1978-, la economía creció a ritmos lentos, no superiores a los de los años
traumáticos de estrechez cambiaria de la década del sesenta (véase el gráfico
7.2). En particular, la competencia de las importaciones legales e ilegales y otros
factores que analizaremos posteriormente generaron una crisis industrial sin
precedentes; por primera vez desde los años veinte, la industria creció a un ritmo
inferior al de la producción nacional en su conjunto (véase el cuadro 7.6). No
obstante, conviene resaltar que el crecimiento del Producto Interno Bruto por
habitante fue uno de los más rápidos de la posguerra, que la tasa de desempleo
se redujo continuamente, hasta alcanzar 8.3% en 1981 en las cuatro principales
ciudades, y que el país acumuló una cantidad considerable de reservas
internacionales. Para fines de 1980 éstas eran casi equivalentes a la deuda
externa del país; es decir, por primera vez en su historia moderna, la deuda
externa neta de Colombia era prácticamente despreciable. e) La gran recesión
(1979/80-1984/85) Entre 1980 y 1982 la economía colombiana experimentó un
deterioro acelerado. El crecimiento económico se desaceleró dramáticamente y
los índices de desempleo comenzaron de nuevo a aumentar. El déficit en cuenta
corriente con el exterior alcanzó simultáneamente niveles alarmantes (véase el
gráfico 7.2). Ello no repercutió inicialmente sobre las reservas internacionales —
dando así una impresión de solidez— debido al endeudamiento externo explosivo
de estos años (US$4.100 millones entre fines de 1980 y fines de 1982). La
inflación y la tasa de interés se mantuvieron además en niveles altos. Finalmente,
a mediados de 1982 se inició la mayor crisis financiera interna desde los años
treinta.
Las dificultades domésticas fueron, en buena parte, el reflejo de la peor crisis
internacional y latinoamericana de la posguerra. Las dificultades externas se
iniciaron a mediados de 1980 con el colapso de los precios del café.
Posteriormente, en agosto de 1982, la crisis mexicana desencadenó un cierre
repentino del mercado internacional de capitales, sólo comparable en su magnitud
al de los años treinta. Por último, la crisis venezolana se hizo evidente en febrero
del año siguiente, reflejándose en una caída dramática de las exportaciones y
ventas
fronterizas
al
vecino
país.
La Administración Turbay no contribuyó a aliviar la situación y, por el contrario,
tendió más bien a agravarla. El déficit fiscal se siguió ampliando, la liberación de
importaciones se aceleró, la tasa de cambio se revaluó nuevamente en términos
reales y no se adoptaron medidas de emergencia para contrarrestar el pánico
financiero al final de su mandato, si se exceptúan en este último caso las acciones
tradicionales del Banco de la República para aliviar los faltantes de liquidez de las
entidades
financieras.
La Administración Betancur adoptó gradualmente medidas en todas estas áreas.
No obstante, aunque en algunos frentes operó con prontitud y continuidad, en
otros tardó en tomar las medidas que consideró convenientes y, más aún,
manifestó alguna inestabilidad en sus objetivos. Los elementos de mayor
continuidad fueron la política financiera y la tributaria. La primera se caracterizó
por una pronta, activa y creciente intervención; la segunda, por acciones continuas
que de hecho desembocaron en una de las reformas tributarias más completas de
la historia del país (sobre ambos temas, véase la parte cuarta de este capítulo).
En el manejo del gasto público y el déficit externo, la política económica tuvo dos
fases totalmente diferentes. Durante la primera, que se inició a comienzos de
1983, el objetivo esencial fue la reactivación económica. El gobierno se mostró
entonces renuente a disminuir el gasto público, emprendió un plan masivo de
vivienda popular y operó sobre el sector externo con un conjunto diverso de
políticas: una devaluación más rápida, un aumento en los subsidios a las
exportaciones (transformados en Certificados de Reembolso Tributario, CERT, en
1983), una elevación de los aranceles y un creciente control a las importaciones.
Las medidas de este último frente —que a la postre contribuyó más que ningún
otro a la reducción del desequilibrio externo—, fueron, sin embargo, lentas; de
hecho, las medidas drásticas sólo se adoptaron a comienzos de 1984, luego de la
pérdida de más de US$1.700 millones el año anterior. A mediados de 1984 se
adoptó, por el contrario, una política radicalmente diferente, en la cual la
reactivación económica no desempeñaba un papel esencial y el objetivo central
era la corrección del desequilibrio externo. Aunque se mantuvo el estricto control a
las importaciones y los altos subsidios a las exportaciones menores y se reforzó el
control de cambios, los instrumentos básicos de la nueva fase fueron la
disminución del déficit fiscal y la devaluación acelerada. Como en casos similares
en el pasado, tales medidas estuvieron acompañadas de las presiones y la
negociación con el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y los bancos
comerciales
del
exterior.
Al finalizar su mandato, la Administración Betancur había frenado el dramático
deterioro externo, fiscal y financiero característico de los primeros años de la
década del ochenta, y logrado revertir parcialmente la crisis industrial que provenía
del período anterior. Además, en 1986 se experimentó una reactivación más firme,
con base en la nueva bonanza cafetera que se inició a fines del año anterior. No
obstante, el país seguía viviendo las secuelas de cinco años de recesión y
desequilibrio externo. Las primeras se expresaban en los altos índices de
desempleo (14% en promedio en las cuatro principales ciudades en 1985 y un
nivel sólo ligeramente inferior en 1986) y subempleo. Los segundos se reflejaban
en los altos niveles de endeudamiento externo (US$13.400 millones a mediados
de 1986 contra US$6.300 cinco años atrás) que, a diferencia de lo que ocurría en
1980, ya no tenían sino una pequeña contrapartida en las reservas internacionales
del
país
(US$2.500
millones).
Como efecto importante de las políticas adoptadas desde fines de 1982 se señala
el retorno a la promoción de exportaciones y a una mayor protección a la industria
nacional. En el primer caso, el retorno ha sido tan firme, que algunos sectores han
hablado otra vez de convertir el crecimiento de las exportaciones en el centro de la
estrategia de desarrollo. Por el contrario, la magnitud y perdurabilidad del nuevo
movimiento proteccionista es aún materia de conjetura. De hecho, las medidas de
protección más agresivas, adoptadas entre 1982 y 1984 fueron revertidas
parcialmente desde los últimos meses de 1985. En cualquier caso, no es evidente
que de las cenizas de la peor crisis económica surgida desde los años treinta haya
nacido una nueva “estrategia de desarrollo”, como aconteció en aquella época.
La política arancelaria y el control de importaciones desempeñaron un papel
esencial, no sólo en el crecimiento industrial, en general, sino también en la
diversificación de su estructura. Por tal razón muchos analistas acusaron a la
política económica de promover industrias ineficientes altamente intensivas en
capital. No obstante, los análisis realizados a fines de los años sesenta mostraron
que Colombia había evitado una protección excesiva y promovido un patrón de
industrialización que no mostraba los excesos de otros países latinoamericanos. El
estudio de Thomas Lee Hutchenson, en particular, mostró que la industria
tradicional, a pesar de estar nominalmente muy protegida, no utilizaba en general
el margen de protección que le otorgaba el sistema existente. Más aún, si se
excluían los sectores de bebidas y tabaco (cuyos sobreprecios domésticos
estaban determinados por impuestos al consumo), la industria manufacturera,
vista como un todo, utilizaba una protección efectiva relativamente baja en
términos internacionales (25.2%); solamente los sectores de maquinaria eléctrica y
material de transporte gozaban de una protección excesiva, en tanto que la
química básica, la industria de hierro y acero y la de productos metálicos estaban
moderadamente protegidas (40-55% ). La política de promoción de exportaciones
permitió posteriormente corregir algunos de los sesgos del modelo más puro de
sustitución de importaciones. En particular, promovió un mayor desarrollo de
algunas industrias altamente intensivas en mano de obra (confecciones, productos
de cuero, imprentas trabajo-intensivas, etc.). No obstante, las nuevas
exportaciones industriales también incluyeron sectores intensivos en capital o con
grados intermedios de utilización de factores y, en general, la dinámica
exportadora
incidió
favorablemente
en
todos
los
grupos
de
industrias.
Debido al tamaño reducido del mercado, el proceso de industrialización se
caracterizó por altos niveles de concentración. El estudio más completo sobre este
fenómeno en Colombia mostró que en 1968 más de la mitad del valor agregado
industrial de sectores que podían clasificarse como oligopolios, alta o
moderadamente concentrados, definiendo los primeros como aquellos en los
cuales tres firmas concentraban más del 75% de la producción, y los segundos
como aquellos en los cuales cuatro firmas dominaban entre el 50 y el 75% de la
producción. La concentración era mayor en las industrias de bienes intermedios,
algo inferior en la de artículos de consumo y menor en la de bienes de capital.