Download Resumen lectura. La Consolidación del Capitalismo Moderno (1945
Document related concepts
Transcript
Resumen lectura. La Consolidación (1945-1986) del Capitalismo Moderno Por: José Antonio Ocampo, Joaquín Bernal, Mauricio Avella, María Errázuriz El desarrollo capitalista, que venía acelerándose en Colombia desde las primeras décadas del siglo XX, se consolidó definitivamente en los años que sucedieron a la segunda guerra mundial. En las cuatro décadas transcurridas desde entonces, la economía colombiana pasó de ser rural a urbana y semindustrial. Este capítulo analiza el conjunto de transformaciones que ha experimentado la economía durante estos años. La primera parte presenta un panorama general del crecimiento económico, los cambios estructurales y la distribución regional de la actividad económica. La siguiente reseña la evolución del comercio exterior y los vaivenes del proceso de industrialización. Posteriormente se analiza la transformación del agro y los cambios en las políticas agropecuarias. La cuarta adelanta un estudio del crecimiento y transformación del Estado. El capítulo concluye con una breve historia de las organizaciones gremiales, del sindicalismo y de la distribución del ingreso desde 1945. CRECIMIENTO Y CAMBIO ESTRUCTURAL 1. Las grandes tendencias del desarrollo colombiano en la posguerra Entre 1945 y 1986 el Producto Interno Bruto de Colombia se multiplicó por siete. La tasa de crecimiento correspondiente (4.8% anual) dista de ser espectacular, según veremos más adelante, pero es sin duda la más alta que haya registrado la economía colombiana en su historia. La población experimentó un crecimiento también rápido, del 2.5% anual, que le permitió multiplicarse por 2.8 durante esos años. El ritmo de crecimiento demográfico fue particularmente acelerado en los años cincuenta y sesenta. En ese lapso, el descenso de la mortalidad, generado por la aplicación de la medicina moderna y el mejoramiento en el nivel de vida de la población, no coincidió con una disminución paralela de la fecundidad, y el crecimiento de la población alcanzó así ritmos superiores al 3% anual. Durante los años setenta el descenso de la fecundidad y, en mucho menor escala, la emigración de la fuerza de trabajo hacia el exterior, permitieron una disminución rápida del ritmo de crecimiento de la población, que se redujo a sólo un 1.6% anual en el período intercensal 1973-1985. El resultado neto del crecimiento económico y demográfico fue un aumento en la producción por habitante del 2.2% anual, es decir, un 150% en estas cuatro décadas. El crecimiento económico se vio acompañado de un cambio estructural de grandes proporciones. En términos de la composición de la actividad económica, el aspecto más notorio fue la fuerte reducción de la participación del sector agropecuario en la economía. Todavía en 1945-1949 dicho sector representaba más del 40% de la actividad económica del país; a comienzos de los años ochenta, su participación se había reducido a menos del 23%. La disminución en el tamaño relativo del sector agropecuario dio paso al surgimiento y consolidación de nuevas actividades económicas, en especial la industria manufacturera, pero también los sectores de transporte, financiero, comunicaciones y servicios públicos modernos (electricidad, gas y agua). En conjunto, éstos pasaron de representar el 23% de la actividad económica en la segunda mitad de los años cuarenta, a cerca del 40% a comienzos de la década del ochenta. La consolidación de estos sectores tan dinámicos no se dio, sin embargo, en forma simultánea. El avance relativo del sector manufacturero fue particularmente rápido en las décadas del cuarenta y cincuenta, continuando el impulso que se había iniciado en los treinta. Su avance fue menos notorio en los años sesenta y setenta y presentó un importante retroceso durante la crisis económica de comienzos del ochenta. Los cambios en la composición de la actividad económica se reflejaron así mismo en la estructura del empleo. Paralelamente al descenso en la importancia relativa del sector agropecuario, la proporción de la población empleada en actividades primarias (que incluyen al sector minero, relativamente pequeño en Colombia) disminuyó del 62% en 1938 al 34% en 1984. Más aún, en este período el sector primario sólo generó una quinta parte de los nuevos puestos de trabajo en el país. El sector secundario (industria y construcción) elevó su participación del 17 al 21%, creando una cuarta parte de las nuevas ocupaciones. El grueso de los nuevos puestos fue generado por el sector servicios, que acrecentó su participación en la generación de ocupaciones del 21% en 1938 al 45% en 1984. El proceso de movilización de la población hacia las ciudades fue traumático. La violencia de las zonas rurales ha sido, hasta nuestros días, pero especialmente en las dos décadas posteriores a la segunda guerra mundial, una de las grandes fuentes de expulsión de la población rural. Las ciudades, a su vez, carecieron en todos los momentos de las facilidades necesarias para albergar a los nuevos habitantes. De esta manera se desarrollaron los grandes cinturones de miseria que todavía dominan el panorama urbano del país. A su vez, la insuficiencia de puestos de trabajo centró por primera vez la atención del país, en la década del sesenta, en el problema del desempleo abierto, prácticamente desconocido en las zonas rurales. Igual o más alarmante fue la proliferación en las ciudades de ocupaciones marginales y relativamente improductivas, que de acuerdo con la moda internacional de una u otra época recibieron diferentes denominaciones. Inicialmente, el fenómeno se conoció como “subempleo” y “desempleo disfrazado”. Además, como la mayor parte de las ocupaciones de este tipo se concentraron en el comercio y en algunos servicios, se habló también de la “hipertrofia del sector terciario”. Más tarde se acuñó el término “sector informal” para referirse al mismo fenómeno. La medición más completa, realizada en junio de 1984 por el DANE, clasificó al 55.5% de los trabajadores en diez ciudades del país como pertenecientes a dicho sector. La proporción tendía a ser más baja en las ciudades grandes (en Bogotá era de un 51% ), pero llegaba a dos terceras partes de la fuerza de trabajo en algunas ciudades intermedias. 1. Características del sector externo colombiano en la posguerra En las cuatro décadas posteriores a la segunda guerra mundial, el sector externo colombiano ha tenido dos características sobresalientes. La primera de ellas fue el resultado del proceso de industrialización que había vivido el país durante los años treinta y la segunda guerra mundial. Los bienes de consumo dejaron de ser definitivamente el renglón más importante de las importaciones y pasaron a ocupar una posición marginal dentro de las compras externas del país. El vacío dejado por las menores compras de dichos artículos fue ocupado por los bienes intermedios y de capital que demandaban los sectores modernos de la economía. Estos han representado desde los años cincuenta un 51 y 38% de las importaciones colombianas, respectivamente incluidos los combustibles dentro de los primeros. Aunque estas participaciones han variado ligeramente a lo largo del ciclo económico, se han mantenido dentro de un rango relativamente estrecho en las cuatro últimas décadas. Obviamente, la diversificación de la producción nacional y los cambios en los patrones de consumo y en la tecnología han conllevado cambios apreciables en los productos específicos que se incluyen dentro de cada una de estas agrupaciones. La segunda característica del comercio exterior del país ha sido el lento dinamismo de las exportaciones. En las cuatro últimas décadas la participación de las exportaciones en el Producto Interno Bruto del país ha disminuido de manera sistemática, pasando de representar un 21.6% en la segunda mitad de los años cuarenta a 14.2% en la primera mitad de los años ochenta. La tendencia decreciente fue particularmente fuerte hasta la década del sesenta, pero se ha mantenido desde entonces; de hecho, sólo en la segunda mitad de los años ochenta puede esperarse que se presente un quiebre más o menos definitivo en la evolución de este coeficiente. El lento dinamismo de las exportaciones representó un viaje radical con respecto a las tendencias que habían prevalecido desde comienzos del siglo XX. De hecho, el gran dinamismo de las exportaciones, especialmente de café, había sido el eje del desarrollo nacional entre 1910 y 1929. En la década del treinta, el continuo crecimiento en las cantidades de café remitidas al exterior y de la producción de oro había permitido mantener un sector exportador relativamente dinámico, que logró contrarrestar en parte la evolución desfavorable de los precios del grano y de otros productos primarios durante la crisis mundial de aquella época. La explicación de la tendencia de las exportaciones debe buscarse, por una parte, en el comportamiento de las ventas externas de café y, por otra, en la diversificación excesivamente lenta de la base exportadora. Hasta mediados de los años cincuenta, el primero de tales fenómenos estuvo asociado exclusivamente al escaso crecimiento de la producción del grano. De hecho, en un mercado que todavía no estaba regulado por pactos internacionales, el país comenzó a perder sistemáticamente participación en la producción exportable mundial. Esta participación, que había llegado a un 20% durante los años cuarenta, se redujo al 17% en la primera mitad de la década del cincuenta y a poco más del 13% desde la segunda mitad de dicha década. A partir de entonces, los sucesivos acuerdos internacionales que regularon el comercio del grano comenzaron a afectar las exportaciones de café del país. No obstante la restricción no fue muy severa ya que, en cualquier caso, la producción del grano mantuvo un escaso dinamismo. Sólo en la segunda mitad de la década del setenta se inició una nueva fase de crecimiento rápido de la producción que permitió al país aumentar su participación en el comercio mundial del grano del 12%, en que se había establecido desde los años sesenta, a un 15% en la primera mitad de la década del ochenta. Aun así, el crecimiento anual promedio de la producción cafetera entre el primer lustro de posguerra y la primera mitad de los años ochenta ha sido apenas del 2.2% anual, menos de la mitad del ritmo de expansión de la producción nacional agregada. La lenta diversificación de la base exportadora ha tenido, sin duda, una multiplicidad de causas. La más importante ha sido la escasa prelación que se ha otorgado en la posguerra a este objetivo de política económica, con excepción de algunos períodos breves. En efecto, si se exceptúa el período de promoción de exportaciones iniciado en 1959-1960 y, en forma mucho más clara, en 1967, y que terminó en 1974 (véase la sección siguiente), y la nueva fase de promoción que se inició en 1983, la diversificación de las ventas externas no ha sido una meta prioritaria. Durante los años en que estuvo en vigencia la estrategia de promoción, sus efectos fueron importantes, según se aprecia en el cuadro 7.5. Lideradas primero por la producción primaria y posteriormente por la manufacturera, las exportaciones menores (es decir, aquéllas diferentes a café, oro y productos petroleros) pasaron de representar el 7% de las exportaciones en 1955-1959 al 12% en 1960-1964, 23.7% en 1965-1969 y 40.8% en 1970-1974. Nótese, sin embargo, que a pesar del dinamismo de las exportaciones menores, el coeficiente de exportaciones del país siguió disminuyendo durante todos estos años, debido al lastre que representaba el lento crecimiento de las exportaciones de café. De hecho, fue sólo cuando estas últimas lograron subir en la segunda mitad de la década del setenta, que la tendencia a la disminución de dicho coeficiente se interrumpió temporalmente. El programa del Frente Nacional incluyó, así, una serie de medidas de corte reformista: una nueva reforma agraria, el fortalecimiento del sindicalismo, una oleada de legislación laboral y una expansión considerable del gasto público social. En el frente económico, se acentuó la estrategia de desarrollo que provenía de las décadas anteriores. El estrangulamiento externo sirvió como justificación para un programa de sustitución de importaciones aún más agresivo. Los mecanismos creados en la fase anterior se perfeccionaron. Así, la nueva política crediticia se materializó en la creación de la Junta Monetaria, los fondos de fomento y las corporaciones financieras (bancos de desarrollo) y en múltiples medidas que obligaron a los intermediarios financieros a dedicar parte de sus recursos a las prioridades establecidas por el gobierno. Las reformas arancelarias de 1959 y 1964 acentuaron la tendencia proteccionista. La última de ellas adoptó, finalmente, un sistema puro de impuestos ad valorem a las importaciones y estableció un nivel de protección nominal relativamente alto (65.6%). La continua escasez de divisas sirvió, además, para mantener un control firme sobre las licencias de importación durante la mayor parte del período, que acentuó el efecto proteccionista del arancel. d) Bonanza de divisas y crisis industrial (1973/4-1979/80) El concepto de “estrategia” o “modelo” de desarrollo es ciertamente útil para analizar lo acontecido en Colombia hasta 1967. A partir de entonces, el concepto es menos adecuado para evaluar los resultados del desempeño económico. Entre 1967 y 1974 una parte de la “estrategia” nunca se llevó a cabo, según vimos en la sección anterior. Desde 1974 el concepto mismo ha perdido vigencia. Aunque ha habido defensores de un modelo “neoliberal”, centrado en un funcionamiento más libre del mercado y una mayor dependencia de las exportaciones, tal tipo de estrategia sólo se ha reflejado parcialmente en la política económica colombiana. En la práctica, el país ha mantenido mucho del pasado, pero ha incorporado gradualmente algunas de las nuevas ideas y, ante todo, las circunstancias inmediatas han tendido a primar en el manejo macroeconómico sobre cualquier visión de mediano o largo plazo. Algunos de los elementos de la estrategia de la industrialización seguida hasta 1974 han sufrido desde entonces un cambio apreciable. El Grupo Andino pasó a un segundo plano de prioridades y en algunos casos se habló incluso de desmontarlo. La participación directa del Estado en la creación de nuevas empresas industriales quedó también en un plano secundario, al tiempo que se transformaba al Instituto de Fomento Industrial en un típico intermediario financiero, asignándole funciones cada vez más distantes de su objetivo inicial. Además, aunque no se desmontó el sistema de crédito de fomento, a partir de 1974 se propendió por un ordenamiento más libre del sistema financiero y se elevó el costo de los créditos ordinarios concedidos por las entidades del sector. En el frente comercial, la liberación de importaciones y la reducción de los aranceles, iniciados tímidamente durante la Administración Pastrana, se aceleraron posteriormente y alcanzaron un verdadero auge durante la Administración Turbay, cuando se les asignó un objetivo de mejorar la eficiencia de la industria nacional. Ya a fines de dicha administración, el arancel promedio se había reducido a un 26% (contra 65.6% en 1964 y 48.5% en 1973) y el 70.8% de las posiciones arancelarias estaban en la lista de libre importación (contra 29.6% en 1974 y 48.6% en 1979). La política de promoción de exportaciones sufrió también un vuelco total en la práctica. La intención original de la Administración López Michelsen era en realidad la de aumentar considerablemente dichas exportaciones (el gobierno habló de convertir a Colombia en el “Japón de Sudamérica”), aunque dando un mayor énfasis a la tasa de cambio y al crédito de Proexpo como mecanismos de promoción, y menos a los CAT, cuyos niveles se redujeron significativamente a partir de 1975 como parte del plan de estabilización fiscal. Sin embargo, las circunstancias concretas llevaron al gobierno a revaluar en términos reales el tipo de cambio. Lo acontecido en materia de promoción de exportaciones es particularmente indicativo de la prelación que tuvieron los acontecimientos de corto plazo durante estos años. La Administración López Michelsen llevó a cabo dos planes masivos de estabilización. El primero estuvo dirigido a reducir el déficit fiscal, controlar la expansión de los medios de pago y reordenar el sistema financiero. Por primera vez en la posguerra, el centro de atención de un programa de estabilización no fue el deterioro del sector externo sino la aceleración de la inflación doméstica. El gobierno adoptó entonces una ambiciosa reforma tributaria, impuso controles severos al gasto público, elevó la mayoría de las tasas de interés y liberó algunas, redujo los encajes sobre depósitos de las entidades financieras y los créditos del Banco de la República al sector público y al privado, y aceleró temporalmente la devaluación para compensar la reducción de los subsidios a las exportaciones menores. La rápida elevación de los precios del café desde mediados de 1975 dio lugar a un nuevo plan de estabilización, cuyo eje fue el impacto monetario que estaba recibiendo el país por el exceso de divisas. El foco de atención fue también novedoso, aunque tenía un antecedente importante: el plan de estabilización que se llevó a cabo durante la Segunda Guerra Mundial con el mismo propósito (véase el Capítulo VI). Algunas de las medidas adoptadas durante la fase anterior de estabilización se revirtieron. En particular, el gobierno suspendió temporalmente la devaluación, en 1977, para reducir el efecto monetario de la acumulación de reservas; esta estrategia contradecía claramente la intención original de utilizar la tasa de cambio para fomentar las exportaciones menores. Además, se controlaron de nuevo todas las tasas de interés y se elevaron drásticamente los encajes del sistema financiero. Por otra parte, se acentuó la austeridad fiscal iniciada a fines de 1974, se adoptaron rígidos controles al endeudamiento externo público y privado y se crearon dos mecanismos de ahorro forzoso: el pago a los cafeteros de parte de la cosecha en Títulos de Ahorro Cafetero, TAC, y la obligación de los exportadores de mantener los certificados de cambio durante tres o cuatro meses antes de poderlos vender al Banco de la República, aunque con la posibilidad de redimirlos inmediatamente en la Bolsa con un descuento significativo. La Administración Turbay adoptó a partir de 1978 un programa radicalmente diferente, que en nada recordaba los esfuerzos de austeridad fiscal de su antecesor. La esencia del programa era la necesidad, para acelerar el desarrollo del país, de emprender un plan masivo de obras públicas financiado con crédito externo. Como se tenía el temor de que la ampliación del gasto público tuviera efectos inflacionarios, se aceleró la liberación de importaciones y se adoptó un nuevo plan de contracción monetaria. Este, que se concretó a comienzos de 1980, se basó en la venta masiva de títulos del Banco de la República en el mercado (operaciones de mercado abierto), bajo un régimen de tasas de interés libres. La justificación básica de esta nueva forma de intervención era que los rígidos controles monetarios de los años anteriores habían generado toda serie de “innovaciones financieras” que los habían tornado inefectivos. En su conjunto, los resultados económicos del período de bonanza fueron insatisfactorios a los ojos de muchos observadores, que consideraron que la economía podía y debía haber crecido más en ausencia de las tradicionales restricciones de divisas. En efecto, si se exceptúa un año de rápida expansión 1978-, la economía creció a ritmos lentos, no superiores a los de los años traumáticos de estrechez cambiaria de la década del sesenta (véase el gráfico 7.2). En particular, la competencia de las importaciones legales e ilegales y otros factores que analizaremos posteriormente generaron una crisis industrial sin precedentes; por primera vez desde los años veinte, la industria creció a un ritmo inferior al de la producción nacional en su conjunto (véase el cuadro 7.6). No obstante, conviene resaltar que el crecimiento del Producto Interno Bruto por habitante fue uno de los más rápidos de la posguerra, que la tasa de desempleo se redujo continuamente, hasta alcanzar 8.3% en 1981 en las cuatro principales ciudades, y que el país acumuló una cantidad considerable de reservas internacionales. Para fines de 1980 éstas eran casi equivalentes a la deuda externa del país; es decir, por primera vez en su historia moderna, la deuda externa neta de Colombia era prácticamente despreciable. e) La gran recesión (1979/80-1984/85) Entre 1980 y 1982 la economía colombiana experimentó un deterioro acelerado. El crecimiento económico se desaceleró dramáticamente y los índices de desempleo comenzaron de nuevo a aumentar. El déficit en cuenta corriente con el exterior alcanzó simultáneamente niveles alarmantes (véase el gráfico 7.2). Ello no repercutió inicialmente sobre las reservas internacionales — dando así una impresión de solidez— debido al endeudamiento externo explosivo de estos años (US$4.100 millones entre fines de 1980 y fines de 1982). La inflación y la tasa de interés se mantuvieron además en niveles altos. Finalmente, a mediados de 1982 se inició la mayor crisis financiera interna desde los años treinta. Las dificultades domésticas fueron, en buena parte, el reflejo de la peor crisis internacional y latinoamericana de la posguerra. Las dificultades externas se iniciaron a mediados de 1980 con el colapso de los precios del café. Posteriormente, en agosto de 1982, la crisis mexicana desencadenó un cierre repentino del mercado internacional de capitales, sólo comparable en su magnitud al de los años treinta. Por último, la crisis venezolana se hizo evidente en febrero del año siguiente, reflejándose en una caída dramática de las exportaciones y ventas fronterizas al vecino país. La Administración Turbay no contribuyó a aliviar la situación y, por el contrario, tendió más bien a agravarla. El déficit fiscal se siguió ampliando, la liberación de importaciones se aceleró, la tasa de cambio se revaluó nuevamente en términos reales y no se adoptaron medidas de emergencia para contrarrestar el pánico financiero al final de su mandato, si se exceptúan en este último caso las acciones tradicionales del Banco de la República para aliviar los faltantes de liquidez de las entidades financieras. La Administración Betancur adoptó gradualmente medidas en todas estas áreas. No obstante, aunque en algunos frentes operó con prontitud y continuidad, en otros tardó en tomar las medidas que consideró convenientes y, más aún, manifestó alguna inestabilidad en sus objetivos. Los elementos de mayor continuidad fueron la política financiera y la tributaria. La primera se caracterizó por una pronta, activa y creciente intervención; la segunda, por acciones continuas que de hecho desembocaron en una de las reformas tributarias más completas de la historia del país (sobre ambos temas, véase la parte cuarta de este capítulo). En el manejo del gasto público y el déficit externo, la política económica tuvo dos fases totalmente diferentes. Durante la primera, que se inició a comienzos de 1983, el objetivo esencial fue la reactivación económica. El gobierno se mostró entonces renuente a disminuir el gasto público, emprendió un plan masivo de vivienda popular y operó sobre el sector externo con un conjunto diverso de políticas: una devaluación más rápida, un aumento en los subsidios a las exportaciones (transformados en Certificados de Reembolso Tributario, CERT, en 1983), una elevación de los aranceles y un creciente control a las importaciones. Las medidas de este último frente —que a la postre contribuyó más que ningún otro a la reducción del desequilibrio externo—, fueron, sin embargo, lentas; de hecho, las medidas drásticas sólo se adoptaron a comienzos de 1984, luego de la pérdida de más de US$1.700 millones el año anterior. A mediados de 1984 se adoptó, por el contrario, una política radicalmente diferente, en la cual la reactivación económica no desempeñaba un papel esencial y el objetivo central era la corrección del desequilibrio externo. Aunque se mantuvo el estricto control a las importaciones y los altos subsidios a las exportaciones menores y se reforzó el control de cambios, los instrumentos básicos de la nueva fase fueron la disminución del déficit fiscal y la devaluación acelerada. Como en casos similares en el pasado, tales medidas estuvieron acompañadas de las presiones y la negociación con el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y los bancos comerciales del exterior. Al finalizar su mandato, la Administración Betancur había frenado el dramático deterioro externo, fiscal y financiero característico de los primeros años de la década del ochenta, y logrado revertir parcialmente la crisis industrial que provenía del período anterior. Además, en 1986 se experimentó una reactivación más firme, con base en la nueva bonanza cafetera que se inició a fines del año anterior. No obstante, el país seguía viviendo las secuelas de cinco años de recesión y desequilibrio externo. Las primeras se expresaban en los altos índices de desempleo (14% en promedio en las cuatro principales ciudades en 1985 y un nivel sólo ligeramente inferior en 1986) y subempleo. Los segundos se reflejaban en los altos niveles de endeudamiento externo (US$13.400 millones a mediados de 1986 contra US$6.300 cinco años atrás) que, a diferencia de lo que ocurría en 1980, ya no tenían sino una pequeña contrapartida en las reservas internacionales del país (US$2.500 millones). Como efecto importante de las políticas adoptadas desde fines de 1982 se señala el retorno a la promoción de exportaciones y a una mayor protección a la industria nacional. En el primer caso, el retorno ha sido tan firme, que algunos sectores han hablado otra vez de convertir el crecimiento de las exportaciones en el centro de la estrategia de desarrollo. Por el contrario, la magnitud y perdurabilidad del nuevo movimiento proteccionista es aún materia de conjetura. De hecho, las medidas de protección más agresivas, adoptadas entre 1982 y 1984 fueron revertidas parcialmente desde los últimos meses de 1985. En cualquier caso, no es evidente que de las cenizas de la peor crisis económica surgida desde los años treinta haya nacido una nueva “estrategia de desarrollo”, como aconteció en aquella época. La política arancelaria y el control de importaciones desempeñaron un papel esencial, no sólo en el crecimiento industrial, en general, sino también en la diversificación de su estructura. Por tal razón muchos analistas acusaron a la política económica de promover industrias ineficientes altamente intensivas en capital. No obstante, los análisis realizados a fines de los años sesenta mostraron que Colombia había evitado una protección excesiva y promovido un patrón de industrialización que no mostraba los excesos de otros países latinoamericanos. El estudio de Thomas Lee Hutchenson, en particular, mostró que la industria tradicional, a pesar de estar nominalmente muy protegida, no utilizaba en general el margen de protección que le otorgaba el sistema existente. Más aún, si se excluían los sectores de bebidas y tabaco (cuyos sobreprecios domésticos estaban determinados por impuestos al consumo), la industria manufacturera, vista como un todo, utilizaba una protección efectiva relativamente baja en términos internacionales (25.2%); solamente los sectores de maquinaria eléctrica y material de transporte gozaban de una protección excesiva, en tanto que la química básica, la industria de hierro y acero y la de productos metálicos estaban moderadamente protegidas (40-55% ). La política de promoción de exportaciones permitió posteriormente corregir algunos de los sesgos del modelo más puro de sustitución de importaciones. En particular, promovió un mayor desarrollo de algunas industrias altamente intensivas en mano de obra (confecciones, productos de cuero, imprentas trabajo-intensivas, etc.). No obstante, las nuevas exportaciones industriales también incluyeron sectores intensivos en capital o con grados intermedios de utilización de factores y, en general, la dinámica exportadora incidió favorablemente en todos los grupos de industrias. Debido al tamaño reducido del mercado, el proceso de industrialización se caracterizó por altos niveles de concentración. El estudio más completo sobre este fenómeno en Colombia mostró que en 1968 más de la mitad del valor agregado industrial de sectores que podían clasificarse como oligopolios, alta o moderadamente concentrados, definiendo los primeros como aquellos en los cuales tres firmas concentraban más del 75% de la producción, y los segundos como aquellos en los cuales cuatro firmas dominaban entre el 50 y el 75% de la producción. La concentración era mayor en las industrias de bienes intermedios, algo inferior en la de artículos de consumo y menor en la de bienes de capital.