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Capítulo III
Los portugueses
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S
e establecieron en Comodoro Rivadavia desde los primeros años
de la fundación de la ciudad con personajes referentes como
Sebastián Peral. Este grupo migratorio fue incrementando su
presencia entre 1910 y 1940 para entrar en una etapa de declinación
después de 1950.
Comodoro Rivadavia fue uno de los núcleos más importantes de
localización de inmigración portuguesa en la República Argentina, con la
particularidad de que gran parte de los portugueses establecidos en la
ciudad provinieron de la región de Algarve, en el sur del país de origen.
Los portugueses fueron el cuarto grupo en organizarse
institucionalmente en la Asociación Portuguesa de Socorros
Mutuos (1923).
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LOS PORTUGUESES
Reseña histórica
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RESEÑA HISTORICA
Los Portugueses
L
a comunidad portuguesa de Comodoro Rivadavia tiene como uno de sus principales
referentes históricos a Dom Sebastião Peral, quien fue el primero que llegó a la ciudad
en 1904. Ya en los comienzos de este pequeño poblado, los lusitanos formaron una incipiente
comunidad dispuesta a contribuir con su trabajo a forjar la pujante ciudad. Los portugueses,
en su mayoría provenientes de la región del Algarve, se adaptaron a estas tierras secas y ventosas, a los rigores de su clima, añorando su tierra lejana.
Ese sentimiento los unía y pronto se decidieron a dar vida a la institución que reuniría
a todos los paisanos, para mitigar “as saudades da Terra”: la Asociación Portuguesa de Beneficencia y Socorros Mutuos de Comodoro Rivadavia.
Fue fundada el 7 de octubre de 1923, en una Asamblea presidida por don José Guerreiro.
Además de su objetivo mutualista, pretendía contener social y culturalmente a los numerosos
inmigrantes lusitanos y trascender a toda la comunidad comodorense. Al tiempo que daban
cobertura a sus asociados, colaboraron con las instituciones de bien público: Casa del Niño,
Hospital Municipal, clubes locales que se iban creando para cubrir los requerimientos de la
población.
Los portugueses contribuyeron al crecimiento de la ciudad que les dio cobijo. Cultivaron la tierra. Levantaron casas, edificios, iglesias. Ningún oficio les fue extraño: hubo herreros, albañiles, carreros, pescadores, labriegos, almaceneros, tenderos, peluqueros, zapateros,
mecánicos, electricistas, pintores, panaderos, petroleros. El trabajo fue siempre arduo.
Un ejemplo del tezón depositado en estas tierras es su primera sede: adquirieron un
terreno, en febrero de 1927, y a los pocos meses ya habían construido e inauguraban el salón
que sería la sede por mucho tiempo, en calle Belgrano 756.
Esta sede se amplió, y ha sido el orgullo de los asociados, en cuyas instalaciones se reunían y planificaban las hermosas fiestas patrias, del 5 de octubre, día de la República Portuguesa, día de Portugal , 1 de diciembre, día de la restauración de la independencia, etc.
La gran afluencia de público los impulsó a dar un trascendental paso: adquirir un salón
de fiestas. La Asamblea del 6 de setiembre de 1942 aprobó unánimemente la moción de la
Comisión Directiva y adquirieron el edificio del Cine Rex, ubicado en la calle San Martín 755.
Otro gran logro, fruto de la unión y la cooperación. La compra se pudo concretar gracias
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a un “empréstito interno”: un bono que fue adquirido por cada socio y que la entidad rescató
más tarde. Todos colaboraron para que la institución se materializara en lo que se convirtió en
un símbolo de la ciudad: el tradicional y popular Salón Luso de la calle San Martín.
El Salón Luso fue durante seis décadas escenario de fiestas de gala, de bailes populares,
de actos culturales, de recitales famosos, de los célebres e inolvidables bailes de carnaval, de
romerías, de conciertos, de actos y ceremonias públicas, de noches de teatro, de veladas cinematográficas, de bailes estudiantiles, de encuentros de tango, de conferencias.
En la actualidad, los objetivos fueron mudando con el transcurso del tiempo: las necesidades en cuanto a la cobertura de salud en las primeras décadas del siglo XX fueron disminuyendo al ser asumidas por el Estado y las instituciones especializadas, de manera que la Asociación Portuguesa pone más esfuerzo en la difusión de las tradiciones, la cultura, la historia,
la lengua de la Patria Madre, con el fin de “mantener la portugalidad heredada de nuestros
mayores” z
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Personalidades
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Quando a alma não é pequena
N
ació el primer día de Septiembre de 1936, en un pequeño pueblo del sur de Portugal
llamado Boliqueime. El tiempo no desprende de su alma los colores de la aldea, las
sensaciones del aire perfumado en la cara, en los pulmones, la caricia de la hierba en sus
piernas. Domada, todavía se agita la nostalgia bajo el recuerdo de esas “correrías” y la “intensa
alegría de vivir” de la infancia.
Amado tiene 75 años y tecleando en su computadora portátil, evoca la leyenda de los
almendros, plantados en el soleado Algarve por orden de un príncipe desesperado, que quiso
sanar a su princesa de su “saudade”. Su amada había llegado a Portugal desde los países nórdicos y añoraba la nieve.
Él, procede de Portugal. Los colores de su infancia son los colores del campo cultivado y
las praderas floridas. “Campos que en invierno se vestían de gala con el color blanquísimo de
los almendros en flor, pétalos que cuando se deshojaban daban la impresión de un manto de
nieve”.
El doctor acuna recuerdos poéticos de su niñez. Bellos como piedras en el tiempo. A los
malos momentos no aplica atención. A su “saudade” la distrae trabajando, o la cubre de fados
u otras piezas de la música portuguesa.
Es un vocablo portugués de definición complicada. Pero no hay tal vez otro concepto
que represente mejor ese sentir común de inmigrantes, desterrados y exiliados de la tierra o
del amor.
Perfil
Saudade “expresa un sentimiento afectivo primario,
z José María Amado nació el 1ro
próximo a la melancolía, estimulado por la distancia tempode Septiembre de 1936 en
ral o espacial a algo amado y que implica el deseo de resolBoliqueime, en el sur de Portugal.
ver esa distancia”.
Llegó a la Argentina con 12 años.
El escritor portugués Manuel de Melo la definió en 1660
Es doctor en medicina. Fue desde
como “bem que se padece e mal de que se gosta”.
estudiante un prolífico militante
A José María le producen una “agradable emoción” los
de la cultura portuguesa. Esta
olivos de su infancia. El recuerdo de los “algarrobos, robles,
casado desde 1966. Tiene tres
encinas y citrinos”. Las higueras le devuelven el sabor intenhijos z
so de aquellos veranos, de su niñez vivida al compás de la
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“bella y simple” naturaleza. El lado dulce de su saudade tiene el sabor de aquellos higos, la
música sinfónica de las cigarras que elevaban en el verano su canto desde las frondosas arboledas, el aroma de sus manos llenándose de amapolas, margaritas, lavandas, violetas y “rosmaninhos” camino a la escuela.
Era larga esa caminata pero gozosa. Llena de fantasía y de jugar con pájaros y mariposas,
lagartijas, pequeñas culebras, insectos de todo tipo.
“Así fue hasta que un día el destino apuntó hacia América. Esa tierra de promisión
donde buscaron una vida mejor muchos miles de europeos, acuciados por las desgracias de la
guerra”.
Así escribe Amado: “Muchos portugueses, con el alma llena de saudades, pusieron proa
a una nueva vida. Entre los desarraigados, desgarrados por la despedida, estábamos mi madre, mi hermana y yo”.
Habían estado esperando ocho años el encuentro con el padre, con el esposo, en la tierra
prometida. “Una persona necesitada de trabajo no podía cruzar el océano con una familia”,
responde ahora, en el living de su casa, el doctor en reposo.
Su padre tenía en la casa un lagar y sus olivos. Los vecinos acopiaban ahí sus cosechas y
producían el aceite en la casa de José María, donde además había un bar, también atendido
por su padre. Pero eran tiempos duros.
El doctor teme no ser veraz. Acuerda que la memoria humana es una máquina compleja. Que acumula y edita con voluntad propia los fragmentos de la vida. Que maquilla detalles,
sintetiza procesos, vela episodios enteros. La memoria nos protege del pasado, por recuerdo u
omisión. José María teme no ser fidedigno y se resiste a entrar en detalles.
Tenía cuatro años cuando su padre marchó del pueblo en carreta hasta la estación de
tren, de allí al puerto, de allí a cruzar el océano que lo distanciaría por casi una década de su
familia. “Habría dos kilómetros hasta la estación del ferrocarril. Tengo leves recuerdos de ese
trayecto. Tengo la sensación de que no son muy preciso” dice Amado, y acomoda contra las
cejas sus clásicos, gruesos anteojos.
Está cruzado de piernas en su sillón frente a la televisión. Lleva entrelazados sobre el
pecho los dedos y masajea sus manos. A una cuadra de acá queda el monumento a los portugueses. Anochece sobre Comodoro Rivadavia. La televisión se enciende de repente y susurra
música característica. El programa de grabación se activa y el satélite conecta la casa de Avenida Portugal con Portugal.
“La necesidad y la ansiedad de juntarnos a mi padre, que había emigrado a Argentina
ocho años antes, superó todos los sufrimientos y a bordo del buque argentino ‘Córdoba’ pusimos rumbo al futuro. Emigrantes de tercera clase, sin ningún confort, tuvimos que soportar
una travesía de veinte días que parecía no terminar nunca”.
Amado no responde si le gusta escribir. Sólo dice que no le cuesta. Mide cada palabra
que pronuncia.
“Los escasos años no me permitieron captar la verdadera dimensión trágica de un viaje
que a los adultos atormentaba con un estado permanente de nauseas y vómitos, provocados
por el continuo balanceo del barco y el penetrante olor a pintura y a comida que había a
bordo”.
Cuando al fin avistó Buenos Aires asomó el cuerpo a las barandas del barco y empezó a
buscar en el puerto el rostro huidizo de ese hombre. José María Amado tenía ya 12 años. Tenía
4 cuando se había despedido de él. Recién dio con su padre en tierra firme, escudriñando
sobre los hombros de la multitud de viajantes. Un perfil familiar se dibujó en la maraña.
Enseguida reconoció su abrazo.
“Ahora, cuando él ya emprendió su último viaje, lo recuerdo con cariño, admiración y
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agradecimiento. Su sacrificio por la familia es para mí una eterna deuda. Su ejemplo de hombre de bien, su cariño por los suyos, por su patria de nacimiento y por su patria de adopción
merecen todo mi homenaje”.
El padre llegó a Comodoro a trabajar en campos de petróleo. Pero era un hábil carpintero. Era en su taller donde moraba con alegría. La familia Amado llegó a afincarse a la casa que
él había alquilado para reunirlos, en calle Ameghino.
El viaje desde Buenos Aires a Comodoro fue sólo un apéndice de la odisea. “Mitad en
tren, mitad en ómnibus. Además de la distancia, la presencia molesta del viento y la tierra”.
Después de casi un mes de salir de Lisboa, la madre y los hijos llegaron sacudidos por el
ripio, cubiertos de polvo, a la tierra del petróleo, “distinta de Boliqueime en casi todo. Sin
árboles, sin flores ni pájaros. Sin campos sembrados ni huertos”. Pero estaban juntos, José
María, su padre, su madre, su hermana “y un futuro promisorio que Dios nos ayudaría a
construir”.
El portuguesito había terminado el ciclo primario en su país y no había vuelto a la escuela. Acá lo ubicaron en 4to grado, con otros de 9 años. “Pero todo transcurrió normalmente. Sin
situaciones difíciles, ni problemas importantes. Una buena adaptación al nuevo medio y a
una cultura y costumbres no muy diferentes a las que estaba acostumbrado”.
En la Escuela 119, Nicolás Avellaneda, José María aprendió a hablar castellano, hizo
amigos, recibió de las maestras Grimaldi y Rolé cariñosa enseñanza y fue escolta de la bandera adoptiva. Pasó después al Colegio Nacional Perito Moreno, que estaba en el kilómetro 3 y
que se mudó por entonces al señorial edificio que todavía lo alberga.
Después de cinco años de Bachiller decidió estudiar en La Plata. Por un lado lo estimulaba el doctor Alustiza, profesor de Higiene. Así lo escribió Amado, reservado. Ahora reconoce
que también lo inspiró su padre. Su salud debilitada. El hubiera querido conocer ya entonces
la forma de aliviar sus dolores, menguar sus pesares.
José María volvió a migrar para estudiar Medicina en la capital bonaerense. “Corresponde hacer una acotación –escribe en este punto—. Tengo una hermana, la señora María Amado
de Martín, a quien debo importantes atenciones. Primero su gran cariño, pero su ayuda, desde mis tiempos de estudiante, ha sido vital. Su proverbial magnanimidad no es una postura.
Es su esencia”.
María es cuatro años menor. “Mientras yo estudiaba ella trabajaba”, explica el doctor. La
situación no era holgada en la casa familiar y también él debía trabajar para costear su estadía
Su propia vida es la
historia de un trabajo
intenso. Después de su
actividad fundacional en
La Plata y Villa Elisa, en la
Asociación Portuguesa de
Comodoro Rivadavia fue
secretario y presidente.
También fue presidente
del Club Deportivo
Portugués y de la
Comisión Fundadora de
Comunidades Extranjeras,
responsable de la edición
de la primera revista de la
Asociación local y autor de
su escudo.
en La Plata. “La recuerdo haciendo esfuerzos por toda la familia”. No tiene dudas sobre eso. Dice que no sólo es recuerdo. Que “es una realidad. Es de ahora”.
Fue en la ciudad de las diagonales donde José María
tomó contacto con la Comunidad Portuguesa, y también con
sus paisanos de Villa Elisa, que eran muchos. “Me llamó la
atención que no contaran con una institución que los congregara para confraternizar”, reunirse, festejar y entonces,
“acompañado por otros entusiastas”, se puso “manos a la obra”. Se convirtió en el secretario
fundador del Círculo Cultural Portugués, que hoy es la Casa de Portugal de Villa Elisa.
Volvió a Comodoro Rivadavia convertido en Doctor en Medicina. No barajó otra alternativa. “Esta ya era mi ciudad”. Empezó a trabajar en la Guardia y en Clínica del Hospital Vecinal. Cuando se inauguró pasó al Hospital Regional y a la par comenzó a trabajar en el Sanatorio de la Asociación Española. Hizo además guardias en el Hospital de Petroquímica y en el
Alvear, y también en Astra.
Hoy sigue trabajando. Tiene 75 años. Su consultorio sigue abierto en La Española. “A lo
largo de casi 45 años de mi vida como médico –escribe Amado— he tenido innúmeros episodios que me han dejado profundas huellas. No es este el momento para efectuar el relato
detallado de todos ellos. Mencionaré tan sólo uno, que considero de lo más importante. Mis
hijos nacieron todos en el Sanatorio y en uno de los partos de mi señora el obstetra que la
asistía no logró llegar a tiempo por lo que debí asumir yo el trabajo de partero. Es una gran
responsabilidad ser padre. Ser padre, partero y médico es una responsabilidad dramática”.
En simultáneo a su carrera profesional formó una familia, tuvo tres hijos, y desarrolló
una militancia intensa, comprometido con la defensa y la promoción de la cultura portuguesa.
Lo que a Amado le ha gustado de sus paisanos, es que “son gente de bien, de trabajo,
honrados. Que no dan trabajo a la policía. Por regla general el portugués es una persona tranquila (no sé los descendientes). Son una comunidad que goza de buen prestigio. Una cultura.
Gente acostumbrada a luchar y a saber que uno más uno son dos. Y que la solidaridad es un
hecho importante. Ellos se han ayudado mutuamente para superar una contingencia desagradable como la emigración”.
José María se casó en 1966, con Noemia Correia, portuguesa. ¿Podía ser de otra manera?
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“No tenía por qué serlo... Pero gracias a Dios fue”, dice Amado, y sonríe. Los hijos nacieron en
1967 Mariela, en 1969 Ricardo y en 1974 Rodolfo.
Amado dedicó gran parte de sus días a sanar cuerpos y a aliviar entre sus paisanos los
dolores de la saudade común. “Organizar una audición de música portuguesa era una forma
de llenar el vacío. El argentino no tiene nostalgia de un fado –dice—. Pero yo tenía tanto interés de mantener mis costumbres, como de difundirlas. Tenía la inquietud de compartir, de
intercambiar. Yo todavía era chico cuando vine. Los recuerdos no me podían atar demasiado.
Pero a mi siempre me había llamado la atención la historia de Portugal. Y eso era lo que quería
compartir con la gente. Portugal es un pequeño país que llegó a repartirse el mundo con
España. Me impresionaba y me sigue impresionando el espíritu de aventura del portugués, su
trascendencia a través del tiempo, cómo se supo hacer un lugar en el mundo”.
Cada tanto el doctor relee Os Lusíadas, el canto épico que narra la Historia y las aventuras de los navegantes de su país. A una cuadra de su casa, el monumento a los portugueses
reúne las representaciones escultóricas de una carabela, del mundo y de ese libro.
Julio Dantas, Camões, Bocage, Almeida Garrett, Guerra Junqueiro, Eça de Queirós , Júlio
Dinis, Fernando Pessoa... gusta de la literatura y prefiere a los portugueses. Aunque “De los
Apeninos a los Andes”, del italiano Edmundo de Amicis, es una de las primeras y más recordadas lecturas de su infancia. La historia lo “deslumbró”. La leyó ya estando en la Argentina, en
castellano. Estaba entrando a la adolescencia.
“Hace mucho tiempo un muchacho genovés, de trece años, hijo de un obrero, viajó desde Génova hasta América sólo para buscar a su madre –dice ese cuento juvenil—. Ella se había
ido dos años antes a Buenos Aires, capital de Argentina, para ponerse al servicio de alguna
casa rica y ganar así, en poco tiempo, el dinero necesario para levantar a la familia, la cual, por
efecto de varias desgracias, había caído en la pobreza y tenía muchas deudas. No son pocas las
mujeres animosas que hacen tan largo viaje con aquel objetivo. Gracias a los buenos salarios
que allí encuentran las personas que se dedican a servir, éstas vuelven a su patria, al cabo de
algunos años, con algunos miles de pesos”.
Por aquellos años era la literatura y la radio de onda corta. Ahora mantiene su contacto
con Portugal por todos los medios posibles. Televisión por satélite. Correspondencia. Diarios
por correo. Internet.
José María Amado es cónsul honorario de Portugal en Patagonia. Es una de las funciones
que conserva de su prolífica actividad de gestor cultural, dirigente institucional, portugués
militante. La otra es en el programa “Música de Portugal”,
que últimamente se emite los
domingos al mediodía por FM
Plus. Ya lleva 27 años en el aire. Lo conducen su hermana y su
cuñado.
“Tengo una familia de la que me enorgullezco. Mi hermana María es presidenta reelecta
de la Asociación Portuguesa. Mi hermano Daniel es Secretario. Mi señora y mis hijos son miembros de la Comisión Directiva. Mi cuñado Raúl posee amplios conocimientos de nuestra cultura y ‘fala portugués’”.
El doctor gusta de la música y especialmente de la portuguesa. “Le tomé el gusto escuchándola en los espectáculos que hacía la comunidad en el Salón Luso. Tiempo atrás era muy
difícil conseguir música y libros. No había difusión de nuestra cultura. Yo como pude me fui
armando de una discoteca”, que hoy reúne más de 1000 títulos entre discos de pasta, cassettes,
CDs y DVDs.
De joven escuchaba su música por onda corta. La emisora internacional de Lisboa. Pero
su gozo mayor estaba en las actuaciones en vivo, en el Luso. Cuando llegaban artistas portugueses a tocar “era un acontecimiento”. “Me llamaba la atención cómo la gente que no vivía
en Comodoro, sino en los alrededores, en las quintas, tenían semejante entusiasmo por reunirse en esas ocasiones”.
Para el doctor también es un orgullo la laboriosidad que cifra su gen portugués, y dice
que también la honradez es signo distintivo de los paisanos.
Su propia vida es la historia de un trabajo intenso. Después de su actividad fundacional
en La Plata y Villa Elisa, en la Asociación Portuguesa de Comodoro Rivadavia fue secretario y
presidente. También fue presidente del Club Deportivo Portugués y de la Comisión Fundadora de Comunidades Extranjeras, responsable de la edición de la primera revista de la Asociación local y autor de su escudo.
Tuvo de los mayores reconocimientos por su trabajo en la expansión de la cultura portuguesa, su historia y sus valores. Fue condecorado por el Estado de Portugal en dos oportunidades: con la medalla de la Ordem Infante Dom Henrique, grado comendador, y con la medalla
al mérito de las Comunidades Portuguesas. También recibió la medalla al mérito del Consejo
de Comunidades Portuguesas de la República Argentina.
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Amado escribió parte del relato de su historia desde su casa, y ahí mismo accedió a una
entrevista complementaria. Estaba descansando por prescripción médica. También recibió
una plaqueta de reconocimiento de la Asociación Española cuando cumplió 3 décadas en el
sanatorio. Es un hombre inquieto. No veía la hora de volver a su consultorio. Una tarde se
entretuvo escribiendo estas líneas. “He tenido la suerte de poder volver al país que me vió
nacer en ‘romagem de saudade (peregrinar, transitar)’. Fue un reencuentro de dos que se
quieren. Fue un momento emotivo, con mucha alegría. Un abrazo de saudades”.
Volvió a su casa natal, a tocar sus ladrillos. Encontró el bar, el lagar, el aroma familiar. A
su boca volvió el sabor del pan tostado, regado con aceite de oliva y ajo.
Viajó primero en el 75 y regresó en el 89. “Me impresionó la modernidad y el progreso
del país que avanza, codo a codo, con los demás países europeos, sin por ello descuidar su
tradición y su cultura popular”, destacó el doctor sobre el final de su escrito, cuando ya era
tiempo de despedirse.
“A modo de colofón de este modesto relato que seguramente tiene similitud con la mayoría de los demás emigrantes, termino con la sentencia del célebre Fernando Pessoa: “¿Valeu
a pena? Tudo vale a pena, quando a alma não é pequena” z