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CÁTEDRA MARÍA CANO
UNIDAD Nº 4
EL PROFESIONAL Y LA ETICA
PRESENTACION
Las relaciones interpersonales están mediadas por los intereses,
experiencias y comportamientos de los individuos, quienes han de actuar
asumiendo su rol profesional con responsabilidades y compromiso, previo
estudio de los conceptos y elementos que brinda el referente ético con una
mirada práctica y funcional.
OBJETIVOS GENERALES
Conceptualizar la ética, la moral y los valores, estableciendo su relación y
aplicabilidad en el desempeño profesional
Interiorizar el código de ética de la profesión objeto de estudio.
OBJETIVOS ESPECÍFICOS
- Determinar, mediante el análisis de la realidad personal, por qué razón la
persona humana es sujeto de la ética.
- Identificar las nociones de personalidad, humanidad, hombre, persona y
ser.
- Establecer las responsabilidades que tendremos en el ejercicio de la
profesión.
- Precisar a través del análisis del concepto de “realización personal”, que
lugar ocupa la virtud dentro del conjunto y fin de la persona humana.
- Definir moral, describir el desarrollo ontogenético de la moral y que
diferencias existen entre ética y moral.
- Definir claramente cuales son los derechos, las virtudes, los bienes
fundamentales del hombre de hoy y las situaciones básicas del
perfeccionamiento de la personalidad.
DIAGRAMA DE LA UNIDAD
ETICA PROFESIONAL
PARADIGMAS
DESARROLLO DE LA MORAL
CONCEPTUALIZACIONES
NECESIDAD DEL SER
JUICIOS Y VALORES
TEMATICA DE LA UNIDAD
1. Definición de la Ética
La ética puede definirse como la ciencia normativa de la rectitud de los actos
humanos según principios últimos y racionales. Esta definición se explica
detalladamente de la siguiente manera:
2. División de la Ética
Cuando se habla de la ética como ciencia normativa sobre la rectitud de los
actos humanos según principios últimos y racionales, se trata de una "ética
general" que se mueve principalmente en el campo de la metafísica y la
antropología filosófica, y que intenta explicar cuestiones como la libertad, la
naturaleza del bien y del mal, la virtud y la felicidad, entre otros. Por otra
parte, existe la "ética especial" o "ética aplicada" que pretende llevar a la
práctica los fundamentos generales de la ética. Sin embargo, la ética como
tal es una sola y esta clasificación no obedece más que a fines didácticos. El
terreno donde se concretan estos principios es en el plano individual, familiar
y social. A nivel social la ética puede subdividirse en diversas ramas, como
por ejemplo: "ética internacional", "ética económica" y "ética profesional",
entre otras. En el caso de la ética profesional, puede hablarse de "ética para
ciencias de la salud", "ética para ciencias de la comunicación colectiva",
"ética para educación", etc. Para estos efectos, cabe apreciar la división de la
ética según el siguiente gráfico:
3. La Ética como Ciencia
La ética es un conocimiento que se preocupa por el fin al que debe dirigirse
la conducta humana y de los medios para alcanzar ese fin. Para ello resulta
fundamental establecer una ciencia de la conducta que se funde en la
comprensión de la "naturaleza", "esencia" o "sustancia" humana. Esta
"ciencia" debe verse como un saber que incluye necesariamente la garantía
o la prueba de su propia validez. Así se entiende el ideal clásico o antiguo de
la palabra ciencia, aunque no de la ciencia moderna, que se asume como
una serie de enunciados matemáticos que son susceptibles de demostrarse
experimentalmente. La concepción de una ciencia ética debe apreciarse en
el sentido que le otorgaron los filósofos griegos de la antigüedad. Platón hace
la distinción entre la ciencia o conocimiento (epistéme) con respecto a la
opinión (dóxa). La ciencia es un conocimiento racional de la verdadera
realidad; mientras que la opinión es algo intermedio entre el conocimiento y
la ignorancia, y comprende la esfera de la percepción sensible (creencia y
conjetura). La opinión, como una forma de juzgar a través de las
apariencias, no correspondería con el carácter probatorio que presupone la
ética. Por eso nuestros valores éticos no deben fundarse en mitos, rumores o
imágenes, sino en conocimientos racionalmente fundamentados. También en
Aristóteles encontramos la misma definición de ciencia como "conocimiento
demostrativo". Se trata de un conocimiento por causas, que es capaz de
determinar por qué un objeto no puede ser diferente de lo que es. Es un
conocimiento que no se limita al plano de los hechos, sino que intenta
explicar las causas y el porqué de esos hechos. Por tanto, la ciencia tiene
como objeto lo necesario y no lo accidental. De la misma manera, los
estoicos retomaron estas afirmaciones al señalar que la ciencia es la
comprensión segura, cierta e inmutable fundada en la razón. En todo caso, la
ética es una ciencia que aspira a explicar la validez de sus afirmaciones,
tratando de comprobar por qué algo es bueno o malo, justo o injusto, moral o
inmoral desde una perspectiva universal y necesaria.
4. El Carácter Normativo de la Ética
La ética es una racionalización del comportamiento humano, es decir, un
conjunto de principios o enunciados dados por la luz de la razón y que
iluminan el camino acertado de la conducta. Aristóteles define al hombre
como un "animal racional". En tal caso la razón o el lógos es lo que le indica
al hombre lo beneficioso o lo dañino, y, por consiguiente, también lo justo y lo
injusto. Pero al mismo tiempo es poseedor de una parte animal que lo hace
mantener una conducta no - racional y que muchas veces lo aparta de su
verdadera naturaleza. En este sentido, existe una dimensión instintiva que, si
no está subordinada a la razón, provoca que se adopten conductas basadas
en la opinión ajena, en comportamientos temperamentales o en
tempestuosas perturbaciones del alma. Si la parte irracional del ser humano
no se halla gobernada por la razón, a éste se le multiplican
desmesuradamente las necesidades y los apetitos relativos a la comida, la
bebida, los placeres sexuales y el dinero. Esta conducta irreflexiva deberá
ser normada o disciplinada por la razón y la voluntad. Por eso hay que
reconocer los "impulsos", "tendencias" o "fuerzas" que determinan al hombre
en contra de su verdadera naturaleza, para que puedan ser encauzadas por
sus mejores facultades en una medida compatible con el bienestar de la
totalidad de la persona. Existe una anécdota en la que un extranjero, que
pretendía conocer los caracteres a partir de los rostros, decía que observaba
en los rasgos de Sócrates muchos indicios de una naturaleza viciosa y
lasciva. Los que se hallaban presentes se rieron de aquél, por lo que sabían
de la vida virtuosa y continente de Sócrates, pero éste mismo se puso de su
parte: dijo que todos esos placeres los había tenido en germen, pero que
había llegado a dominarlos por medio de la razón. Por eso la ética es una
filosofía práctica que busca reglamentar la conducta con vistas a un óptimo
desarrollo humano. La ética se propone perfeccionar al hombre en su acción.
Aun cuando la ética sea un conocimiento teórico, es, en última instancia, más
importante el resultado de los actos que mejoren la condición humana, que la
más perfecta elaboración especulativa de principios éticos que nunca se
aplican a la vida práctica. Sin embargo, es necesario saber cuáles son los
medios para lograr la meta que significa el desarrollo de lo genuinamente
humano, y por eso se requiere de un previo conocimiento del hombre
(filosófico, científico, histórico y psicológico, entre otros). En este sentido, si la
ética busca alcanzar fines nobles, justos y buenos, los medios para
conseguirlos también deben ser nobles, justos y buenos. Por el contrario,
Maquiavelo asumía que el fin justificaba los medios, los cuales no eran
precisamente de índole ética. Tampoco deben aprobarse medios injustos
aun cuando el fin a obtener sea el más justo, pues ello encierra un proceso
de corrupción que termina perdiendo de vista el objetivo, o que también
puede convertirse en una máscara de ideologías políticas que legitiman el
uso de la violencia en aras de beneficiar a determinados grupos sociales.
El carácter normativo de la ética tiene como fundamento un aspecto esencial
de la naturaleza humana, a saber: que el hombre es un ser imperfecto pero
perfectible. Si además de ser imperfectos fuéramos imperfectibles, no
tendríamos ningún problema moral, al no estar obligados a desarrollar 0todas
nuestras potencialidades. Por eso los principios éticos tienen una dimensión
imperativa, pues son mandatos u órdenes que nos damos para movernos a
la realización de actos que mejoren nuestra condición humana. Porque
somos seres incompletos buscamos perfeccionarnos y dirigir nuestras
acciones hacia lo que debe ser. Este deber ser nos presenta como una
necesidad de plenitud, de cristalizar al máximo todas nuestras capacidades.
Por tanto, en la ética el deber ser manifiesta como la conciencia de que no se
es, pero que se puede llegar a ser. Por eso se trazan metas o fines dados
por la razón y se ejecutan a través de actos que perfeccionan y ennoblecen
al hombre. La ética queda plasmada como la exigencia de perfección integral
de la naturaleza humana, lo cual implica la búsqueda de la excelencia como
seres individuales, familiares y sociales. Como ya se ha señalado, muchas
veces los fines y deberes no surgen como fruto de una reflexión propia, sino
que son elegidos e impuestos de antemano por la colectividad. Incluso
suelen constituir patrones de conducta que disminuyen y empobrecen el ser
propio del hombre, al limitar todas sus capacidades sólo a aquéllas a las que
una determinada época demanda, como puede ser el "éxito" económico. El
hombre, como animal que habla y piensa, también está supeditado a los
apetitos, sentimientos, emociones, estados de ánimo, prejuicios o
acondicionamientos sociales y psicológicos, que lo inhiben de promocionar
su dimensión específicamente humana. Por eso se hace indispensable que
hagamos un análisis racional y crítico, el cual reexamine los fines y deberes
vigentes, ya sea para eliminarlos, fortalecerlos o crear nuevas posibilidades.
Para ello no es suficiente la razón por sí sola, sino también un coraje y una
tenacidad para rectificar formas de pensamiento y conducta que la mayoría
de las personas, por costumbre o por temor al riesgo y a la soledad, no
estarían dispuestas a cambiar.
La exigencia de perfección no puede estar centrada en un solo aspecto de
nuestra personalidad, pues la naturaleza humana es algo sumamente amplio
y complejo. Por eso, alcanzar una vida plena significa alcanzar un auto
desarrollo integral, es decir, la realización de nosotros mismos de manera
completa. Para ello existe una serie de elementos que nos configuran, que
nos esculpen como personas y que estamos impelidos a desplegar. En este
sentido podemos enumerar los siguientes:
(1) Espiritual: El ser humano busca desarrollar valores y virtudes
relacionados con actividades espirituales que enriquecen su alma, no sólo
para la vida presente, sino para después de la muerte física. La espiritualidad
humana es la postulación del alma como sede principal, en cuyo terreno
crecen la libertad y la responsabilidad, las obligaciones morales, la virtud
desinteresada, la majestuosidad de la justicia, la superioridad del amor y la
conciencia de un Dios bondadoso y activo, que constituye un modelo para la
humanidad. El crecimiento de la espiritualidad se fomenta en la persecución
de causas buenas y nobles, así como en la disposición para tener una
comunión con lo divino, eterno y perfecto, practicando virtudes como la fe, la
esperanza, la caridad, la piedad y la santidad.
(2) Físico: se trata del mantenimiento y desarrollo del cuerpo humano, visto
no como un simple instrumento del alma sino como su complemento. Resulta
erróneo exaltar el alma para menospreciar el cuerpo, como han supuesto
algunas concepciones religiosas y filosóficas, ni tampoco debe plantearse
una oposición o dualismo entre el alma y el cuerpo. Este último no es una
máquina que se mueve por sí misma, separada del alma, como dice
Descartes. Debemos orientarnos, más bien, según la máxima de Juvenal:
"mens sana in corpore sano" (mente sana en cuerpo sano). Se trata de la
armonía existente entre un estado psíquico y espiritual deseable y la buena
salud física. Un cuerpo saludable y robusto favorece la obtención de un
mayor vigor moral e intelectual. Como señala Spinoza, el alma y el cuerpo
son dos manifestaciones distintas de una misma realidad, pues el orden y la
conexión de los fenómenos corpóreos corresponden perfectamente con el
orden y la conexión de los fenómenos anímicos. Con ello se establece un
paralelismo o una unidad psicofísica del hombre, es decir, la indisoluble
relación entre los procesos psíquicos y físicos. Como, por ejemplo, cuando el
alma afecta el cuerpo, las angustias, tristezas o traumas producen
alteraciones en el sistema nervioso; o cuando el cuerpo afecta el alma, los
desequilibrios químicos del organismo provocan estados depresivos. Por
tanto, a raíz del vínculo entre el alma y el cuerpo, también debe buscarse el
perfeccionamiento de éste a través del ejercicio, el deporte o la cultura física,
la buena nutrición y evitar todo tipo de exceso. Estas actividades favorecen,
sin duda, la adquisición de virtudes tales como la salud, la belleza y la fuerza
física. Por otra parte, el ejercicio físico no debe convertirse en una moda para
cumplir con un estándar social que establece un tipo de figura que se debe
alcanzar, pues ello significaría vivir en función de lo que dice la colectividad y
no de un auténtico aprecio por nuestro cuerpo.
(3) Intelectual: Consiste en el desarrollo de la mente, la inteligencia o el
entendimiento. Para ello, el hombre se perfecciona a través de la educación
o cultura, que lo dispone a juzgar la validez de las cosas y a pensar por sí
mismo sin la guía de otros. El perfeccionamiento intelectual supone la
profundización en determinados campos del conocimiento, pero implica
también la adquisición de una cultura general o humanista, como ideal de la
formación humana completa. Nuestra educación no debe consistir en
acumular información dispersa, sino en adquirir una visión de conjunto que
nos capacite para comprender y transformar el mundo. En el desarrollo
intelectivo es fundamental la no fragmentación científica o cultural, pues
difícilmente se podrán enfrentar problemas más allá de la rama o disciplina
específica, lo que puede generar un desequilibrio de la personalidad al
concentrarse en una única dirección, y sin interés, sin tolerancia y sin
comunicación con los que se encuentran fuera de ella. El conocimiento es
uno solo y su división en asignaturas o materias, corre el peligro de
convertirse en compartimentos estancados, no estructurados ni
interrelacionados ordenadamente, hasta el punto de que pueden perder
interés y sentido para la vida de la persona. Por otra parte, el hombre culto
que fomenta el crecimiento de su inteligencia, es alguien abierto a la
comprensión de las ideas de los demás, pues ello encierra un
enriquecimiento aun en el caso de que no les reconozca validez. También es
alguien que conoce el pasado histórico, con el fin de interpretar mejor su
presente y su porvenir. Además es capaz de apreciar las novedades en su
justo valor, sin convertirlas en objeto de adoración. Asimismo, el desarrollo
racional implica la posibilidad de abstraer, generalizar, deducir, inducir,
comparar y valorar la información recibida. De manera que el
perfeccionamiento intelectual implica adoptar una posición crítica frente a los
prejuicios y estereotipos que permanecen arraigados en cada época. Por eso
no debe generarse una actitud pasiva frente a los saberes consolidados, sino
asumir que las respuestas que se han propuesto a los diversos problemas
son siempre aproximaciones a la verdad con un carácter provisional. La
búsqueda y creación de conocimientos no debe abandonarnos nunca, sobre
todo manteniendo una admiración y curiosidad sobre todo aquello que nos
interroga. Por tanto, podemos percatarnos de que saber por saber es un
valor en sí mismo, del que no necesariamente tenemos que devengar una
utilidad económica. Aristóteles dice al comienzo de la Metafísica: "Todos los
hombres desean por naturaleza saber". Y más adelante agrega: "Es indigno
del hombre no buscar el conocimiento que le pudiera ser accesible". Saber
más significa ser más. Esto lo descubrimos cuando somos capaces de
encontrar un deleite en el solo acto de saber. Si deseamos saber más,
podemos conocer mejor qué somos, qué queremos hacer con nuestra vida y
cómo podemos disfrutar más de todo lo bueno y bello que existe. Mediante el
cultivo de virtudes como la prudencia y la sabiduría, nos conocemos mejor a
nosotros mismos y a los demás, y, por consiguiente, estamos en óptima
disposición para aplicar los conocimientos adquiridos a la resolución de
múltiples problemas o situaciones.
(4) Volitivo: La voluntad es la apetencia o el deseo racional del hombre, y
debe distinguirse de la apetencia como deseo sensible, que está dirigido sólo
por los instintos irracionales. Puede observarse que la voluntad es el
principio motor que pone en práctica las decisiones de la razón, al estar
siempre subordinada a ella. Dice Platón que los tiranos no hacen lo que
quieren, al hallarse gobernados por deseos sensibles que son contrarios a la
naturaleza y a la ley y que no han sido dados por la razón, y, por
consiguiente, no actúan conforme a la voluntad, es decir, conforme a lo
bueno. De ello podemos derivar que quien se deja arrastrar sin medida ni
orden por apetitos de comida, bebida, placeres amorosos y dinero, no sigue
la voluntad sino el puro deseo.
La voluntad, como principio de acción según el bien que proporciona la
razón, siempre está presente en los actos virtuosos. Sin embargo, muchas
veces la razón y la voluntad no operan conjuntamente sino que están al
servicio de instintos irracionales. Así, por ejemplo, un hombre con el instinto
de la avaricia pondrá a su "razón" a maquinar la forma de hacer cada vez
mayor dinero, a la "voluntad" la someterá a empecinarse por aquellos actos
que le hagan acrecentar su capital (negocios, trabajo, ahorros, etc.), y
reprimirá sórdidamente los que impliquen dispendio o gasto. Por eso la
voluntad debe ser una aliada de la razón y no una súbdita del deseo. No
obstante, nuestra sola razón es insuficiente para alcanzar un
perfeccionamiento de nosotros mismos, a menos que contemos con el
ánimo, el empeño y la disciplina (la voluntad) para ponerlo en práctica.
Nuestro desarrollo volitivo se forja con la realización constante de virtudes
tales como el respeto, la perseverancia, la valentía, el pudor, la moderación,
la responsabilidad y la lealtad.
(5) Afectivo: El ser humano debe pulir sus emociones no desde una
perspectiva egoísta y utilitaria, sino teniendo apertura hacia las necesidades
de los demás. Ser "afectuoso" significa un conjunto de actos o actitudes que
demuestren sentimientos tales como la bondad, la benevolencia, la devoción,
la protección, la comprensión, la compasión, el cariño, la gratitud, la ternura,
la confianza, y se caracterizan cuando la persona, en una situación dada,
"toma cuidado de" o "se preocupa por" otra persona. En este sentido, el
afecto es una de las formas del amor. Este último puede entenderse, en
primer lugar, cuando se da una relación selectiva entre los sexos y que se
halla acompañada por efectos positivos (amistad, ternura, fidelidad, pasión,
etc.). Para ello debe haber un compromiso personal recíproco y no una
simple relación sexual ocasional o anónima, es decir, debe atenderse a que
existe una relación en donde lo que se busca es compartir y comunicarse en
lugar de dominar, y en donde cada uno trata al otro como persona y no como
objeto. El amor es un salir de sí sin esperar nada a cambio. Una de las
definiciones más bellas del amor es la que escribió que Johannes von Kastel:
"Saca el amor al amante fuera de sí y lo coloca en el lugar del amado; y más
está el que ama en el ser que ama que en el cuerpo en que respira". En el
amor de pareja pueden distinguirse el amor sensitivo, que responde a los
estímulos físicos y concupiscibles y que por sí solo es egoísta y narcisista, y
el amor metafísico, que significa darse al otro, comunicarse y compartir
vivencias en todas las dimensiones del ser: a nivel físico, volitivo, afectivo,
estético, social, espiritual e intelectivo. En segundo lugar, el amor aplicado a
las relaciones interpersonales se caracteriza por la solidaridad, la amistad, la
fraternidad, la tolerancia y la concordia entre los individuos. Tanto el amor
entre el hombre y la mujer, entre los padres y los hijos o entre ciudadanos,
tiene como base el reconocimiento de la dignidad del otro, lo que implica una
relación libre y recíproca, en la cual se busca el bien del otro como si fuera el
propio bien. No debemos olvidar que la razón se vuelve ciega, fría y
calculadora cuando no está acompañada de la voz que proviene del corazón.
(6) Estético: El ser humano también se perfecciona cuando busca
relacionarse con lo bello y lo sublime, ya sea cuando contempla la naturaleza
y las obras artísticas, o cuando es capaz de crear cosas bellas. El nexo con
el arte se da como una experiencia en donde perfeccionamos nuestro gusto
y sensibilidad. Las creaciones artísticas también pueden apreciarse como
otras formas de educación y conocimiento, tanto para fines morales como de
compromiso social y de crítica política. En todo caso no debemos vincularnos
con la belleza como un simple objeto de consumo, siguiendo irreflexivamente
el gusto dominante. Nuestra relación con el arte no debe consistir en una
imposición de los medios de comunicación que, al intentar masificar y
uniformar nuestra sensibilidad, buscan que respondamos a intereses
comerciales y no tanto estéticos. Por eso el vínculo con la belleza puede
representarnos una experiencia profunda y transformadora de todo nuestro
ser, permitiéndonos descubrir y comunicar a los demás una infinidad de
significados y símbolos. En este sentido, resulta fundamental pulir nuestra
sensibilidad y relacionarnos con la literatura, la pintura, el teatro, el cine, la
danza, la música, la escultura y la arquitectura. Por otra parte, la naturaleza
representa para nosotros no sólo algo bello, sino también un valor ecológico
que debemos preservar, así como algo sublime (aquello que desborda
nuestra capacidad de comprensión y que nos hace sentir la dimensión infinita
y divina de la naturaleza).
(7) Social: Los seres humanos buscan asociarse por naturaleza, pues su
perfeccionamiento completo sólo puede lograrse como seres sociales. En
esta tónica, Kant insistió en la necesidad de las relaciones intersubjetivas,
como parte esencial del desarrollo humano: "El hombre tiene una inclinación
a asociarse, porque en el estado de sociedad se siente más hombre, o sea,
siente poder desarrollar mejor sus disposiciones naturales". De esta manera,
existe una disposición del hombre hacia el hombre, gracias a la cual el uno
se siente vinculado con el otro por la paz, la amistad, la cooperación, la
libertad, el pluralismo, la igualdad, la dignidad, la fraternidad, la generosidad
y la solidaridad. Nuestra misión social no consiste en fomentar antivalores
como la intolerancia, el individualismo egoísta o la dominación en cualquiera
de sus formas, sino en asumir los grandes problemas de la humanidad como
si fueran nuestros propios problemas. Nuestro bienestar económico y social
nunca debe construirse sobre las espaldas de aquellos que hayan sido
víctimas de la explotación, la miseria y el hambre. Por eso la aspiración
suprema como seres sociales es la de forjar en forma conjunta el desarrollo
de los valores verdaderamente humanos. Ello significa erradicar la
discriminación, el racismo y la xenofobia, pues sólo de esa manera la
sociedad humana puede evolucionar hacia la integración universal. Nuestro
destino como género humano es comprender la gran lección que nos dan
otros seres como las partículas subatómicas, las galaxias, las bacterias o el
reino de lo biológico: la tendencia común a asociarse en armonía y a entablar
vínculos de mutua dependencia. Plegarnos a ello ya no significa sentirnos
superiores a nadie, ni regirnos bajo estructuras políticas piramidales, sino
estar facultados para convivir, aprender y simpatizar con los otros, aun
cuando sus formas de vida sean diferentes de las nuestras.
Todos estos aspectos o dimensiones de nuestra verdadera humanidad
pueden ser objeto de una ordenación o jerarquía, es decir, donde podamos
privilegiar alguno o algunos de ellos por encima de otros. Sin embargo,
todos tienen importancia, se relacionan mutuamente y requieren ser
cultivados con constancia, si lo que perseguimos es un desarrollo armónico,
equilibrado y saludable. El problema radica cuando alguno de esos
elementos adquiere un carácter absoluto y el resto carece de consideración.
En estos casos, el ser humano se fragmenta como ser completo y entra en
estados de fanatismo, neurosis y depresión. En nuestro tiempo uno de los
mayores peligros estriba en que la mayor parte de los individuos se han
convertido en simples consumidores mecanizados y enajenados, sin otro
horizonte que el comprar y el usar, a la vez que han abandonado otras
dimensiones que los caracterizan como seres auténticamente humanos. Los
individuos en lugar de transformarse en una masa uniforme y global, deben
ser personas dotadas de singularidad, creatividad y originalidad propia e
irrepetible. Por eso se hace indispensable encontrar las formas de conducta
o las condiciones que permitan el perfeccionamiento integral de la naturaleza
humana. En este sentido, todas nuestras dimensiones espirituales,
intelectuales, vitales, volitivas, afectivas, estéticas y sociales se desarrollan y
perfeccionan a través de la práctica de cada una de las virtudes y valores
mencionados. No obstante, hay que considerar que esta perfección
implicada en el concepto de persona, no consiste en desarrollar una serie de
aspectos dispersos y separados entre sí, pues todos ellos conforman una
unidad que amalgama la personalidad humana. El hombre íntegro o entero
es una escultura en donde no se pueden cincelar sus partes aisladamente,
sin correr el peligro de hacer perder la armonía del conjunto.
5. La Rectitud de la Ética
La ética busca que los actos humanos se orienten hacia la rectitud. Con esto
se indica el estudio de aquellos actos que contribuyen al perfeccionamiento
humano. La rectitud puede entenderse como la concordancia entre nuestras
acciones con la verdad o el bien, y significa la pauta apropiada para el
desarrollo de nuestra naturaleza. Los seres humanos nos perfeccionamos
cuando nuestras acciones son rectas, buenas o virtuosas. Los actos
humanos no son moralmente indiferentes, pues en vistas de mejorar como
persona, no da lo mismo hacer una cosa que otra. Si asumimos una actitud
solidaria frente a otras personas que padecen injusticias, crecemos en
nuestra dimensión auténticamente humana. En cambio, si el sufrimiento
humano nos es indiferente y preferimos buscar sólo nuestro beneficio, esto
constituye un acto que nos desorienta y aparta del camino de nuestra
perfección humana. En este sentido, lo bueno y lo virtuoso es lo que nos
hace ser más, lo que fomenta nuestro desarrollo auto integral y que de
manera indudable nos conduce a la felicidad. Por el contrario, el mal y el
vicio es lo que nos hace ser menos, lo que nos destruye y nos hace infelices.
El bien y la virtud, al igual que el mal y el vicio, no son algo relativo y
subjetivo, sino algo universal y objetivo. Con los vicios y las injusticias nos
alienamos (de "alienus", otro), es decir, nos convertimos en seres distintos en
relación con nuestra verdadera naturaleza.
6. El Objeto de la Ética
Hemos hablado antes de la tendencia de la ética a la universalidad, en
atención a sus principios. Sin embargo, la naturaleza de los objetos de la
filosofía moral (principios, reglas, ideales o ideas prácticas) hacen de ésta un
discurso o conocimiento problemático, cuya certeza al menos va a ser
estrictamente práctica. La ética no pone su objeto, como la matemática, ni lo
describe sobre un hecho, como la física. Ni siquiera puede ser demostrativa
de sus teoremas. De hecho, sus objetos presentan múltiples «diferencias y
desviaciones», como bien dice Aristóteles (Et. Nic., 1094 b), y es por eso que
sólo puede limitarse a reflexionar sobre ellos, contentándose con ser
argumentativa, no demostrativa, de todo su decir sobre los mismos.
Aristóteles concluye que la filosofía moral no pertenece al saber teórico
(phrónesis), en el que es esencial la madurez en la experiencia de las
«acciones de la vida», por una parte, y el poseer una razón práctica y
deliberadora (Iógos praktikós) para versar sobre ellas (ib., 1095 a). Kant
suscribe este planteamiento: la ética se circunscribe al uso de la razón
práctica (praktizche Vernunft) (K. p. V., Ak. V, Prólogo) y pertenece, en
último término a una “teoría de la sabiduría” (ib., 163).
El objeto de la ética es para Aristóteles la praxis; para Kant es la voluntad
(Wille). Para ambos es, pues, la acción en tanto que sometida a la razón: la
«voluntad” kantiana se asimila, en la moral, a la razón práctica. Por eso, y
precisando más, el objeto de la ética no es tanto la acción cuanto lo que guía
la acción. La ética, dice Kant, no puede ordenar más que las «máximas o
reglas de la acción, no la acción misma. Deja, así, una abertura al libre
arbitrio de cada uno para el cuándo y el cómo de la observancia de la ley
moral (Tugendlehre, Ak. VI, 390). Conviene añadir que la ética no sólo, como
filosofía moral, tiene por objeto lo que guía la acción, sino también la no –
acción. Se refiere a las reglas que aplicamos en nuestra acción, bien sea
hacia los demás, generalmente, bien sea hacia nosotros mismos, e incluso
hacia los animales y la naturaleza en su totalidad. Pero asimismo puede
deliberar sobre las máximas que han conducido a una no acción u omisión
de conducta. Pues hay un «no hacer» moral (la desobediencia civil justa) y
un «no hacer» inmoral (desobediencia civil injusta).
En cualquier caso, la ética no tiene por misión fijar un conjunto de objetivos
prácticos, considerar su realizabilidad o prever los resultados de una
asignación de fines prácticos. Su tarea es averiguar las condiciones de
posibilidad de estos mismos objetivos prácticos, que por lo demás, le
ofrecerá esta o aquella “moral”. Es decir debe estudiar las reglas que guían
la acción y probar su fundamentación. Tras ello podrá decir si una regla
tiene “validez” o no para el comportamiento moral. A la ética no le importa
saber si una prescripción moral es mejor que otra, sino que reúne la
legitimidad para que se pretenda de esta forma. En esta operación poco
tienen que decir las ciencias físicas y las ciencias sociales; o no tienen, al
menos, la última palabra. Los elementos que ellas nos prestan pertenecen a
la esfera de los hechos. Pero ya hemos dicho que la filosofía moral no
discute tanto sobre ellos como sobre las normas que los guían. La ética se
limita a deliberar sobre lo que sólo puede ser materia de la reflexión, y a
tanto no alcanza, con todo su saber, la ciencia que versa sobre la acción en
cuanto hecho empírico.
En síntesis, la ética se propone el estudio de un cierto tipo de acción humana
normativa a la que llamamos acción moral y al objeto de averiguar la validez
de sus preceptos y principios. Sin duda aquí «normativa» no debe aceptarse
en el sentido de meramente reglada o reglamentada: de esa clase de acción
se ocupan ya, por ejemplo, las ciencias jurídicas o la psicología social. La
acción normativa que atañe al filósofo moral es aquella cuyos principios y
preceptos (1) constituyen los únicos móviles de esta acción y (2) son
libremente obedecidos por el sujeto agente. Pues ésta es la clase de acción
normativa que merece en exclusiva el calificativo de moral.
‰
Origen Histórico - Etimológico
El término «ética» es todavía para Aristóteles un adjetivo (éthikos). Por
ejemplo, al hablar de las virtudes «éticas». Lo que hoy llamamos «ética» en
sustantivo, pertenecía en el mismo autor a los prolegómenos de la Politiká,
como parte dedicada al estudio de los principios de la praxis. Pero sus
discípulos y luego Epicuro hablan ya de una Ethiká o ciencia de lo que es
costumbre (éthos).
Los escritores latinos, con Cicerón, transforman aquel adjetivo en moralis, de
la raíz mos (en plural mores), que significa asimismo «costumbre». Con la
filosofía escolástica recobra su sustantividad como Morale o indistintamente
Ethica. En las lenguas modernas los nombres de Moral y Ética, en su uso
filosófico, referirán generalmente lo que es investigación sobre usos y
costumbres. Para Kant la ética es «Metafísica de las costumbres». En
Hegel es estudio de la Sittlichkeit o moralidad identificada con las propias
costumbres (Sitten) . Todavía la sociología de la moral se querrá, en nuestro
siglo, science des moeurs o ciencia de las costumbres. Sin embargo, la
filosofía moral del siglo XX ya no se propone el estudio de los hábitos
humanos, objeto reservado con más propiedad a las ciencias sociales.
En cuanto a su origen etimológico, el “ética” para empezar, presenta tres
ascendientes. Puede, por un lado, provenir del nombre éthos (con épsilon al
inicio), que significa, tal como hemos dicho, «hábito» o “costumbre». Éste es
el sentido más generalizado de lo ético para los griegos. Puede, por otra
parte, derivarse del sustantivo Ethos (con eta o «e» larga al principio), que
significa dos cosas a la vez. Así, quiere decir lugar habitual» donde se vive,
y, asimismo, “carácter habitual” de la persona. El ascendiente más arcaico de
la palabra «ética» coincide con este primer significado de lo ético o moral
como expresivo de la morada del hombre (Rousseau, Disc., 126; Heidegger,
carta, 187). El más nuevo se apoya, sin embargo, en la acepción de éthos
como carácter del individuo agente. Ese es el sentido principal de lo ético
para Aristóteles y el que a lo largo de la historia se entrelaza más a menudo
con general de hábito o costumbre.
Tanto Aristóteles como Kant recogen esta relación del carácter con los
hábitos. Podemos hacer del primero una «segunda naturaleza” si nos
acostumbramos, respectivamente, a obrar de forma virtuosa y a actuar por
respeto a la ley moral. Incluso para el Estagirita, esta relación se presenta
en una íntima circularidad: el carácter se adquiere con el hábito, para iniciar
el cual hay que tener, sin embargo, bastante de lo primero. Para salir de la
confusión Aristóteles mismo recurre a la distinción entre éthos o carácter
producido por la cultura personal en una «forma de vida” y éxis o carácter
anímico, «manera de ser» previa a la adquisición del carácter en aquel
sentido.
La etimología es menos sesgada para «moral». En el vocablo latino mos y
su plural mores prevalece el significado de costumbre que la filosofía
escolástica refuerza, a su vez, «carácter». Para los antiguos romanos la
invocación a la costumbre heredada de los antepasados poseía más fuerza
constrictiva que el recurso a la lex. “¿De qué sirven las leyes, vanas sin un
cambio de costumbres?», escribe Horacio (Odas, 111, 24), por lo pronto y
siempre hay que obedecer al mos majorum, la costumbre de los
predecesores que enseña a todos a actuar con resolución y sin
arbitrariedades. Familia, ejército y estado se mantuvieron en pie durante
siglos gracias al código normativo de los mores. La educación, dice Catón el
Viejo, ha de encargarse de perpetuarlos para conservar en todos los órdenes
del Imperio el sentido del deber y de la disciplina. Esta interpretación de lo
moral como lo que es «costumbre» es, asimismo, el que ha prevalecido
prácticamente hasta hoy.
7. Moral y Ética
Entonces, ¿es lo mismo decir hoy «ética» que «moral»? En un sentido
popular, sí, pero en un plano intelectual no es lo mismo. La moral se refiere
con cierta vaguedad, al tipo de conducta reglada por costumbres o por
normas internas del sujeto, la «filosofía moral» o disciplina filosófica que
estudia las reglas morales y su fundamentación. En sentido más laxo indica,
usada como sustantivo, aquella conducta moral de la que es capaz de dar
cuenta o razonar uno mismo (“El ministro actuó al margen de toda ética»).
Usada como adjetivo señala, por lo general, la calidad ética, en esta anterior
versión, de cualquier acto o norma moral («La dimisión del ministro ha sido
ética»). Podíamos decir, por lo tanto, que hay muchas «morales» y no
menos éticas o «filosofías morales», pero una sola ética o conducta,
consistente en una forma razonadora - capaz de dar cuenta de sí misma de ser moral. Mientras que la moral tiende a ser particular, por la concreción
de sus objetos, la ética tiende a ser universal, por la abstracción de
principios.
De acuerdo con esto podemos establecer también, aunque por modo
negativo, que algo es «moral» cuando se opone a lo “inmoral” o contrario a
ciertas normas o costumbres, y a lo “amoral”, o falto de algo de ellas. De la
misma manera algo es «ético» cuando es contrario a cualquier conducta que
carece de principios, a la que llamamos «injusta» o «sin ley» y en todo caso
injustificada.
Puede abrigarse la sospecha de que ésta distinción entre moral y ética aleja
a ésta sustancialmente de la primera, y por ende de la vida. Se distingue,
pero no diverge de ella. Al considerar lo ético, según apuntó Aristóteles,
como ligado peculiarmente al «carácter» (éthos) del agente, la ciencia que lo
estudia cae dentro de la «filosofía del hombre», al decir del mismo autor, y no
es ajena a la pretensión de transformar, en la práctica, su propio objeto de
estudio. En una palabra, la ética, para este filósofo, está justificada en su
preocupación por obtener un determinado carácter al compás de una cierta
clase de vida. AI fin y al cabo no se nos juzga «buenos» o «malos» por
nuestra forma de argumentar o por nuestras meras emociones, sino en
exclusiva por nuestras actividades: por lo que hacemos deliberadamente con
nuestra vida (Et. Nic., 1106 a). Son los argumentos quienes deben servir a
los hechos, y no al revés, porque éstos son más convincentes que aquellos
(ib., 1172 b). La ética, pues, no puede perderse en una reflexión interminable
que no alcance nunca a nuestra clase de vida.
Píndaro, al decir «¡Llega a ser quien eres! » (Píticas, 11, 72), y en otro
vértice histórico la épica existencialista de la «autenticidad», expresan
intensamente el valor del carácter, luego del despliegue de Ética del hombre.
Los moralistas, por otra parte, han identificado este conocimiento con el de
todo el carácter: así Teofrasto, en la antigüedad, y su émulo La Bruyére en
sus respectivos Caracteres. Cumple, en este lugar, recordar el contrapunto
filosófico de Kant en torno a la relación entre le carácter y la ética.
“Temperamento” es aquello que la naturaleza del hombre, mientras que
“carácter” (charakter) es lo que el hombre hace de si mismo mediante una
voluntad sometida a la ley moral (Anthropologie). VII, 291). No hay “valor”
alguno para el primero; a lo sumo puede dársele “precio”. El carácter, en
cambio, ganado poco a poco con el respeto a la ley moral, y que no es obra
de la herencia ni la imitación, constituye para Kant la “originalidad de la
índole moral” del hombre (ib. , 293). Sin una acción, pues, por principios
prácticos – sin un comportamiento ético - no adquiriríamos un carácter,
atributo de todo “ hombre de principios”” (Mann von Grundsatzen) (ib. 295).
Incluso por naturaleza, al margen ahora del respeto a la ley moral, puede
cada individuo de la especie humana poseer carácter. Pues la especie se
señala a si misma unos fines, con lo que cada miembro se va dotando al
mismo tiempo de racionalidad y, por ésta, de carácter moral (ib, 321).
‰
Las direcciones principales de la Ética de los valores
Hay tres direcciones principales en la actual Ética de los valores: la
pragmatista, la apriorista y la teleológica. Las tres direcciones escindidas
interiormente en multitud de diferencias de opinión se distinguen unas de
otras según retrotraigan el conocimiento de los valores respectivamente a la
experiencia de utilidad, al
conocimiento intuitivo sentimental o al
conocimiento de los fines prescritos en la realidad misma del ser.
1. La Ética teleológico de los valores. Como las otras, también está
dirección se escinde en múltiples variantes, principalmente según que
acentúen, más o menos, uno u otro de los tres aspectos: realidad, intuición, y
verdad de los valores. En cambio, están todas ellas de acuerdo en que los
valores morales se refieren al ser y a las metas esenciales de la vida
prescritas al hombre en su naturaleza, y en que los principios axiológicos
morales más generales, aunque solamente éstos, son inmediatamente
accesibles a la conciencia individual en las verdades éticas inmediatamente
evidentes. Esta es la Ética de los valores que se defiende en la presente
obra.
2. La Ética pragmatista de los valores. Se halla hoy en franca expansión, y
por cierto no sólo en el círculo lingüístico anglosajón, sino también en el
germano. Así Gehlen cree poder decir: «puesto que el pragmatismo es la
única filosofía, entre las hasta ahora aparecidas, que considera al hombre
como ente que obra, hay que preferirla a cualquier otra.» El pragmatismo de
los valores es la Ética del humanismo de los creyentes en la ciencia
(cientificistas). Este humanismo descansa sobre una interpretación de la
naturaleza humana basada exclusivamente en las ciencias empíricas (sobre
todo en la Biología, Psicología y Sociología). El valor es lo que fomenta la
vida y la cultura, y se mide por las consecuencias que producen las metas de
valor en la «praxis», o sea en las acciones por ellas determinadas. En este
sentido la Ética pragmatista es una Ética del éxito. Todo pragmatismo ético
niega validez absoluta a los valores; éstos poseen únicamente la validez
condicionada (relativa) conforme a su posición como medios al servicio de la
conservación y fomento de la vida.
Las formas hoy más importantes del pragmatismo ético son el materialismo
dialéctico, el evolucionismo biológico (bien es lo que se muestra eficaz en el
proceso evolutivo; por tanto, todos los valores están plenamente
condicionados por la evolución) y el positivismo lógico.
Todas las direcciones del pragmatismo vienen a tropezar con dos hechos,
lógico el uno y psicológico el otro, que muestran que su interpretación de los
valores no es suficiente.- Por una parte, el enjuiciamiento del «éxito»
presupone la admisión de valores, porque para juzgar qué es lo que fomenta
y qué es lo que no fomenta la vida se necesita una previa admisión de
valores; decidir si es la paz (como pensaba Gandhi) o la guerra (como
opinaba Nietzsche) lo que favorece la vida y la cultura, presupone ya ideas
del «bien» individual y social y, por consiguiente, intuiciones de valor que no
se deducen de las «consecuencias». Por otra parte, el hombre conoce con
toda certeza valores que le obligan en virtud de un deber
independientemente de toda consideración sobre su utilidad o éxito.
Realmente los principios morales de valor más generales se han mostrado
tan independientes de la evolución como las verdades matemáticas
universalmente conocidas.
3. La Ética apriorista de los valores. En tres aspectos se opone la doctrina
apriorista de los valores a la doctrina pragmatista de que hemos hablado.
Según la interpretación apriorista, ni los valores morales tienen nada que ver
con los fines ni su conocimiento con el conocimiento intelectual o
«científico», sino que se funda en el sentir. Este capta cada valor en una
especie de intuición dotada de inmediata evidencia; fundamentar estas
intuiciones ni es necesario ni posible. Dado que las teorías siguientes basan
el conocimiento de los valores únicamente en esa certeza de la intuición
inmediata, se las puede caracterizar como aprioristas.
Según la filosofía de los valores de Scheler, los valores no se captan
mediante la razón pensando conceptualmente, sino en el sentir y preferir, en
el amor y odiar, y, con ello, en modos de conocimiento espiritual
completamente diferentes de la percepción sensible y del pensar conceptual;
al intelecto le son los valores tan inaccesibles como al oído los colores. Los
valores son «cualidades materiales”, “un dominio peculiar de objetos”,
independientes en su ser de cosas y fines. Independientes de las cosas. «el
valor de la amistad no es afectado porque mi amigo sea un falso amigo y me
traicione”.
Independientes de los fines: no pueden ser determinados y
medidos mediante fines, «ya se trate del fin del mundo o de la Humanidad, o
del fin del apetito humano o del llamado último fin».
Realmente sólo los principios axiológicos generalísimos (verdades éticas)
son inmediatamente evidentes por sí mismos (evidentes en virtud de
intuición), y, por tanto, irreducibles a otras intuiciones. Pero en modo alguno
captamos en esta intuición inmediata el carácter axiológico de cada virtud
particular. En otro caso no se entendería cómo los distintos pueblos han
establecido en sus morales distintas tablas de valores. Las intuiciones
inmediatas de los valores morales no vienen dadas por sólo los sentimientos
espirituales, por mucho que se hallen inseparablemente unidos con ellos. El
hecho de que el saber del bien y del mal, esto es los principios axiológicos
éticos elementales, surjan a la conciencia universal humana como un saber
en el sentido de conocimiento verdadero y cierto, lo mismo que el saber de
los primeros principios del conocimiento, demuestra que se trata de
intuiciones racionales. Además, no es verdad que el hombre en sus
decisiones morales cotidianas sea dirigido únicamente por intuiciones de
valor; al contrario, piensa las razones por las que debe, obrar así o del otro
modo, y no le cabe duda de que con ello ejercita su inteligencia.
A diferencia de Scheler, Hartmann separa por completo valor y realidad; los
valores son esencias con una manera de ser parecida a la de las Ideas
platónicas. No obstante, ya el uso lingüístico atestigua que, en lo «valioso» y
«sin valor», hay una relación especial a la realidad humana. Tanto se aleja
Hartmann, con su hipótesis de las esencias de valor existentes en sí mismas,
de la experiencia inmediata, que ningún pensador importante le ha seguido
en esto. Además, contradice también la teoría hartmanniana de los valores a
la realidad (por las razones ya expuestas a propósito de Scheler), en cuanto
que, en la vivencia originaria de los valores, en modo alguno pueden
captarse inmediatamente todos los valores especiales, así como las virtudes
como tales y en particular, sino que sólo se pueden intuir inmediatamente los
principios más generales de valor (las verdades éticas elementales).
También G. E. Moore parte, como Hartmann, de que el «bien» de- signa el
valor moral fundamental, y, como él, afirma que no podemos saber lo que es
el bien. Al definir el color verde como ondas luminosas, es claro que no son
éstas lo que entendemos por color verde, «no son ellas lo que percibimos».
De modo semejante las cosas buenas son algo distinto del bien, y el objeto
de la Ética lo constituye la investigación de las otras propiedades ligadas con
lo bueno. Pero es un error creer que con tales propiedades podamos definir
exhaustivamente lo «bueno» en sí. Este error es la «falacia naturalistas, en
que caen, por una parte, el utilitarismo al reducir el bien al «placer» y, por
otra, la Ética metafísica al reducirlo a una «realidad supersensible». Así,
pues, a la primera pregunta de la Ética, qué es el valor moral básico, no es
posible dar respuesta científica. Tal valor es objeto de un conocimiento
apriorista: del «simple, indefinible, irresoluble» valor fundamental del bien.
Aunque también Moore esté de acuerdo en que el «bien» es algo intuible y
por ello indemostrable, no por eso es el bien «irresoluble» e inaccesible a la
determinación de contenido. Basta para demostrar esto el que ya el
entendimiento sencillo se pregunta «por qué» debe juzgar «bueno» lo que le
trae desagradables exigencias, y el que ya la conciencia ética elemental está
cierta de que hay una «relación» de lo «bueno» a la naturaleza racional
humana. Realmente el «bien» no sería solamente indefinible, sino también
un concepto sin contenido si no lo pudiese determinar más que mediante la
contraposición a toda realidad sensible o suprasensible, y todo lo demás
fuera mera “falacia naturalista”. De ser así, nuestra conciencia nos diría que
hay bien y mal, pero nada nos diría sobre qué es el bien y el mal, nada sobre
los deberes en general y en particular; también la Ética comprobaría un
conocimiento meramente apriorista, pero nada podría decir sobre su
contenido (escepticismo). Pero esto se halla en contradicción con dos
hechos apenas discutibles: que cada hombre tiene conciencia psíquica de un
saber seguro sobre ciertos principios generales que le informan sobre lo
bueno y lo mala en el obrar diario, y, en segundo lugar, que está también
cierto de que estos principios le informan sobre deberes absolutos.
•
Ética General y Ética Profesional
La palabra "profesión" se deriva del latín, con la preposición pro, que significa
delante de, en presencia de, en público, y con el verbo fateor, que significa
manifestar, declarar, proclamar. De estos vocablos surgen los sustantivos
professor, profesor, y professio profesión, que remiten a la persona que se
dedica a cultivar un arte o que realiza el acto de saberse expresar ante los
demás. Con base en ello, puede decirse que la profesión es beneficiosa para
quien la ejerce, pero, al mismo tiempo, también está dirigida a otros, que
igualmente se verán beneficiados. En este sentido, la profesión tiene como
finalidad el bien común o el interés público. Es más, nadie es profesional, en
primera instancia, para sí mismo, pues toda profesión tiene una dimensión
social, de servicio a la comunidad, que se anticipa a la dimensión individual
de la profesión, la cual es el beneficio particular que se obtiene de ella.
En tiempos del Imperio Romano a las personas que realizaban hazañas a
favor de la patria, el pueblo les tributaba gloria imperecedera para su
nombre. Estos hombres por otros medios tenían asegurada su subsistencia y
no aceptaban dinero como pago a su labor, solamente recibían los "honores"
concedidos por su comunidad. La fuerza que los movía era el cumplimiento
de sus deberes, tanto en relación con los demás como consigo mismos, en
aras de contribuir a la prosperidad comunitaria. En nuestro tiempo, la
remuneración o estipendio que se le da al profesional como sueldo periódico
recibe el nombre de honorarios. A la luz de estos elementos, el ejercicio de la
profesión significa el actuar principalmente con vistas al bien común y en
segundo término como medio para el beneficio personal. El individuo es
interdependiente de su sociedad y por eso la realización de todas sus
capacidades sólo es posible en una sociedad capaz de propiciarlas. Resulta
absurdo buscar el propio beneficio, sin importar el beneficio comunitario,
porque lo que pase en cualquier colectividad siempre afectará para bien o
para mal a todos sus integrantes. Con claridad meridiana Pericles afirma: "Es
más útil para los particulares una ciudad próspera en su conjunto, que otra
que disfruta de buena fortuna para muchos de los ciudadanos, pero que está
decaída como totalidad, pues un hombre cuyos asuntos personales marchan
bien, no por ello deja de perecer en unión de su ciudad cuando aquélla es
arruinada, mientras que el desafortunado se salva mucho mejor en una
ciudad de próspera fortuna”
Al término "profesión" debe asociársele la idea de "servicio", pues, al hablar
de las profesiones, existe una conexión entre la práctica profesional y la
vocación que se tenga hacia ella. La palabra "vocación" procede del verbo
latino "voco", que significa llamar o convocar. La vocación es el llamado que
sentimos en nosotros mismos para profesar un espíritu de servicio en aras
del bien universal. En alemán el término "Beruf" tiene el doble significado de
"profesión" y "vocación", lo cual remite a una concepción religiosa del trabajo
en donde Dios le hace un llamado al hombre para que lo cumpla a través del
desarrollo de su profesión. La conciencia de servicio y responsabilidad social
es una misión divina que todo ser humano debe descubrir, como forma de
realización en la tierra. La profesión adquiere un carácter sagrado y puro,
que se basa en el servicio altruista a la sociedad, para que los demás vivan
mejor, el mundo progrese y, consecuentemente, nosotros también
progresemos. El que no vive para servir no ha encontrado su llamado para
vivir. Por eso en toda profesión existe un cumplimiento de deberes, dados
por designio divino (sentido religioso), y como manifestación del amor al
prójimo y servicio a los demás (sentido ético). El predominio de los intereses
egoístas, el afán de lucro y la ciega obtención de las utilidades propias de
una categoría social, significan la manera de desvirtuar y degenerar la
profesión. Como dice brillantemente Froebel:
“Es humillante insensatez considerar que el hombre trabaja, obra y
crea solamente para conservar el propio cuerpo, la propia envoltura,
para procurarse pan, vivienda y vestido; no, el hombre originariamente
crea solamente para dar forma fuera de sí mismo a lo que hay en él de
espiritual, de divino, y para conocer así la propia esencia divina y la
esencia de Dios. Que de esto le llegan luego también, el pan, la
vivienda y el vestido.”
El reino de los valores éticos y espirituales se vuelve plenamente efectivo
cuando el hombre hace que sean parte de su naturaleza y parte esencial de
su trabajo, aportando con ello, un inmenso grano de arena a un mundo que
crece en humanidad; así como el trabajo, sin valores éticos y espirituales,
provoca que el hombre se convierta en una máquina insolidaria e
irresponsable.
Las diversas profesiones surgen históricamente a raíz de la progresiva
división del trabajo. Por lo común se distingue la profesión –que se adquiere
a través de una larga preparación universitaria– de los oficios o trabajos
manuales, en donde lo que predomina es el carácter empírico. Lo importante
es establecer que, para alcanzar un óptimo desarrollo laboral y humano,
tanto las profesiones como los oficios requieren que las personas que los
ejerzan sean excelentes, creativas e innovadoras. Resulta injustificado hablar
de trabajos serviles, pues todo trabajo tiene una dignidad inalienable. Por eso
en el trabajo concurren dos dimensiones: A) la subjetiva, o sea, el ser
humano o el sujeto que trabaja; y B) la objetiva, o sea, la obra o el objeto
producido por el trabajo. Estas dos dimensiones son inseparables e
igualmente importantes. Lo que un niño hace para darlo como obsequio tiene
valor sobre todo porque el niño lo hizo (dimensión subjetiva) y menos por el
regalo mismo (dimensión objetiva). Por eso la raíz más profunda del trabajo
humano es la que procede de su intimidad, su creatividad y su libertad, para
luego proyectarse en la obra que construye, pues nada hay en el hombre que
se parezca tanto a sí mismo como aquello que hace. Antes de realizar un
trabajo existe por parte del profesional esfuerzo, dedicación, amor, diligencia,
responsabilidad, preparación académica, que luego se traducirán en una
obra digna de su creador. Así como somos imagen de Dios, tenemos una
naturaleza divina e inmortal porque somos la obra de un ser divino e
inmortal. Proporcionalmente, las cosas que creamos llevan nuestro sello
personal y son semejantes a nosotros. De esta manera, en todo trabajo,
independientemente del valor económico que le corresponde, el hombre se
dignifica y ennoblece a sí mismo, y hace que el mundo progrese y sea más
humano. Por tanto, el trabajo es un instrumento mediador que le permite al
ser humano humanizar y dotar de dignidad los seres que crea en el mundo.
Un aspecto esencial de la naturaleza humana es el de su trascendencia
individual y, por consiguiente, el de su trabajo. El ser humano después de la
muerte puede trascender a través de las cosas buenas que haya hecho, que,
en el caso del trabajo, corresponde a su contribución a luchar, desde su
puesto, por una mejor humanidad. El valor de una profesión se mide por el
grado de servicio que hagamos al bienestar general.
Debemos considerar que todo trabajo es digno, merece profundo respeto y
tiene que ser justamente retribuido. Desde el trabajo de limpiar las cloacas
hasta el de Presidente de la República, son puestos útiles e importantes al
contribuir al desarrollo de la colectividad. Desde un punto de vista particular y
subjetivo, sustentado en estereotipos sociales, los diversos trabajos tienen
un determinado estatus y se los aprecia diferente en relación con otras
ocupaciones en donde suele predominar el trabajo corporal; pero desde un
punto de vista universal, que es el de la especie humana en su conjunto, no
hay jerarquías en los trabajos: todos son necesarios e interdependientes. En
suma, a través del trabajo cada individuo, de acuerdo con su vocación y
aptitudes, se transforma a sí mismo y a la realidad existente, proyectándole
sus valores humanos. Debe atenderse que el verdadero sustento de una
profesión es la condición de persona. En el momento en que separamos
nuestra humanidad de la profesión es cuando se termina privilegiando
únicamente lo económico y lo material, y engendrándose una alienación en
la que el trabajo se vuelve una mercancía, vendible al mejor postor. En toda
actividad que deshumanice y haga perder los valores inherentes a la
condición de persona, sólo por obtener dinero, tenemos la obligación, como
miembros de la especie humana, de denunciar y rechazar. Con base en la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada en París, el 10
de diciembre de 1948, en el seno de la Organización de las Naciones
Unidas, pueden considerarse los siguientes artículos que, en torno a la
dignidad del trabajo, siempre debemos velar por su cumplimiento:
Artículo 23. 1. Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección
de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la
protección contra el desempleo.
2. Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario
por trabajo igual.
3. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa
y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia
conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso
necesario, por cualesquiera otros medios de protección social.
4. Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la
defensa de sus intereses.
Artículo 24. Toda persona tiene derecho al descanso, al disfrute del
tiempo libre, a una limitación razonable de la duración del trabajo y a
vacaciones periódicas pagadas.
Todas las profesiones implican una ética, puesto que siempre se relacionan
de una forma u otra con los seres humanos: unas de manera indirecta, que
son las actividades que tienen que ver con objetos –como la construcción de
puentes y edificios, la reparación de automóviles, de equipos de cómputo,
etc.–, aunque en última instancia siempre están referidas al hombre. Así, por
ejemplo, si un ingeniero diseña una carretera y se percata de que sus
condiciones se prestan para que ocurra un gran número de accidentes,
faltaría a su ética profesional si autoriza ese proyecto, aun cuando estuvieran
de por medio intereses políticos y económicos. Otras profesiones se
relacionan de manera directa con los seres humanos, como son los casos de
educadores, periodistas, psicólogos, médicos, abogados, etc. Para estos
últimos son más evidentes las implicaciones éticas de su profesión, puesto
que deben dar un trato hacia los demás de persona y no de objeto. La ética
de cada profesión depende de los deberes o la "deontología" que cada
profesional aplique a los casos concretos que se le puedan presentar en el
ámbito personal o social. La deontología es el estudio o la ciencia de lo
debido (del griego: to déon, lo necesario, lo conveniente, lo debido, lo
obligatorio; y de lógos, estudio o conocimiento). La deontología es un
conjunto de comportamientos exigibles a los profesionales, aun cuando
muchas veces no estén codificados en una reglamentación jurídica. En este
sentido, la deontología es una ética profesional de las obligaciones prácticas,
basadas en la acción libre de la persona, en su carácter moral, carentes de
un control por parte de la legislación pública. El fuero interno es el único
tribunal que sanciona las acciones que son impropias dentro del marco ético
de la profesión. La deontología es el cumplimiento de los deberes que a cada
cual se le presentan según la posición que ocupe en la vida, y que están
dados por el grado de compromiso y conciencia moral que se tenga con
respecto a la profesión. La indagación y el acatamiento de los principios
deontológico significa dirigirse por el camino de la perfección personal,
profesional y colectiva. Existen también una serie de normas cifradas en un
código de ética, que están supervisadas por un colegio profesional
respectivo. Muchos de esos principios pueden resumirse en los siguientes:
guardar fidelidad a la institución o al patrono que suministra el trabajo;
dirigirse a los colegas con respeto y consideración, evitando la competencia
desleal; Actualizarse con los conocimientos propios de su disciplina; guardar
el secreto profesional; no sacar provecho de la superioridad del puesto para
manipular o chantajear a otros; etc.
ÉTICA Y MORAL
La palabra "ética" proviene del griego y tiene dos significados. El primero
procede del término éthos, que quiere decir hábito o costumbre.
Posteriormente se originó a partir de éste la expresión êthos, que significa
modo de ser o carácter. Aristóteles considera que ambos vocablos son
inseparables, pues a partir de los hábitos y costumbres es que se desarrolla
en el hombre un modo de ser o personalidad. También es el primero en
hablar de una ética como una rama específica de la filosofía y en escribir un
tratado sistemático sobre ella. Más tarde a través del latín se tradujo este
concepto bajo la expresión mos, moris (de donde surge en castellano la
palabra "moral"), que equivale únicamente a hábito o costumbre.
La ética y la moral tienen en común el hecho de guardar un sentido
eminentemente práctico; sin embargo, la ética es un concepto más amplio y
rico que la palabra moral. De esta manera, puede entenderse por moral
cualquier conjunto de reglas, valores, prohibiciones y tabúes procedentes
desde fuera del hombre, es decir, que le son inculcados o impuestos por la
política, las costumbres sociales, la religión o las ideologías. En cambio, la
ética siempre implica una reflexión teórica sobre cualquier moral, una revisión
racional y crítica sobre la validez de la conducta humana. En tal caso, la
ética, al ser una justificación racional de la moral, remite a que los ideales o
valores procedan a partir de la propia deliberación del hombre. Mientras que
la moral es un asentimiento de las reglas dadas, la ética es un análisis crítico
de esas reglas. Por eso la ética es una "filosofía" de la moral, si se entiende
la filosofía como un conjunto de conocimientos racionalmente establecidos.
La moral nace con la existencia misma del hombre, pues históricamente no
se conoce ningún pueblo, por "salvaje" o "primitivo" que se lo quiera suponer,
que no haya tenido normas, pautas o rituales de conducta. En cambio, la
ética como saber teórico que justifica o legitima la conducta moral, es
relativamente reciente y aparece con el advenimiento de la filosofía en el
siglo VI a. C. en Grecia. Sin embargo, la práctica de una ética teórica en
sentido estricto surge hasta el siglo V a. C. con Sócrates, quien hace
tambalear la moral de su sociedad al proponer como primordiales los valores
espirituales antes que los materiales:
Mi buen amigo –dice Sócrates–, siendo ateniense, de la ciudad más
grande y más prestigiada en sabiduría y poder, ¿no te avergüenzas de
preocuparte de cómo tendrás las mayores riquezas y la mayor fama y
los mayores honores, y, en cambio no te preocupas ni interesas para
nada por conocer el bien y la verdad ni de hacer que tu alma sea lo
mejor posible? Y si alguno de vosotros lo pone en duda y sostiene que
sí se preocupa de eso, no le dejaré en paz ni seguiré tranquilamente
mi camino, sino que le interrogaré, le examinaré y le refutaré, y si me
parece que no tiene ninguna virtud (areté), sino que simplemente la
aparenta, le increparé diciéndole que siente el menor de los respetos
por lo más respetable y el respeto más alto por lo que menos respeto
merece.
La moral suele ser inseparable de las costumbres humanas, las cuales
dependen de la época, el clima, la región geográfica o de cualquier evento
circunstancial. En este sentido, la moral es cambiante y relativa a
determinadas prácticas culturales. El hombre generalmente se halla
determinado por los valores de la sociedad en donde vive, y por eso
considera que las conductas acertadas son las que se amoldan a esos
patrones. Incluso en un caso tan controvertible como el aborto, llama la
atención que las mujeres de los países cuya práctica es legal suelen padecer
menor remordimiento que en aquellos en que es ilegal e inmoral.
Usualmente, el influjo que ejerce la sociedad sobre sus miembros siempre es
mayor que el esfuerzo por educar a cada nueva generación de acuerdo con
su propio y verdadero sentido. Así, la estructura de toda sociedad descansa
en las leyes y normas escritas o no escritas que unen y ligan a los individuos.
De esta manera, la moral es lo que no es diferente dentro de toda forma de
asociación, lo mismo si se trata de la familia, una clase social, una estirpe o
un Estado. El problema de fondo radica en que el hombre si es un simple ser
pasivo que acepta todos los estándares de conducta que la sociedad le
confiere, esta sociedad se hunde porque por lo general no son los valores
más humanos los que prevalecen.
A pesar del incesante "cambio" de moral, lo importante estriba en establecer
un criterio para delimitar las acciones buenas de las malas. Si consideramos
que el ser humano es sólo un ser de costumbres, realmente no lo podríamos
distinguir del animal. Pero si consideramos que es un animal con lógos, es
decir, que habla y piensa, lo bueno y lo malo no sólo es elegido por la
colectividad, sino por la propia razón. Muchas veces el hombre cree que
piensa por el solo hecho de seguir los dictados de la mayoría y no se percata
de que la sociedad, aun antes de que nazca, ya le ha escogido sus valores.
Pero si alguien es capaz de reexaminar esos valores, ya sea para
eliminarlos, fortalecerlos o formar otros nuevos, ello implica que también es
capaz de pensar por sí mismo y de elaborar una ética o filosofía moral. Por
eso resulta fundamental el que la razón se convierta en una fuerza que le
permita gobernar al hombre los apetitos que comparte con los animales, al
dominarlos en una medida compatible con el bienestar de todo su ser. Si los
seres humanos únicamente reaccionáramos ante los estímulos del medio, en
nosotros sólo imperaría lo instintivo e irracional. Pero además de ello,
podemos crear otorgando significados y símbolos y elevar nuestra
humanidad a veces a costa del sacrificio de nuestra utilidad personal.
Filósofos como Platón y Aristóteles distinguieron la razón de la sensibilidad,
considerando a esta última como la fuente de las creencias infundadas y
como el origen de los apetitos que se comparten con los animales. Asimismo,
a los estoicos se les debe la división entre los animales y los hombres: a los
animales les es dado como guía el instinto, que los lleva a conservarse y a
buscar lo ventajoso para ellos; a los hombres les es dada la razón como la
más perfecta guía y, por tanto, para ellos vivir conforme a la naturaleza
significa vivir conforme a la razón.
La racionalidad humana es el elemento que nos libera de prejuicios (ideas
fundadas en la ignorancia), estereotipos (imágenes rápidas y simplificadas
de la realidad) u opiniones arraigadas pero falsas, y que nos permite
establecer un criterio universal o natural para regir nuestra conducta. En este
sentido, la razón es capaz de penetrar en las leyes que rigen la perfección y
la dignidad humanas, las cuales son válidas para todos los tiempos y todas
las culturas, siempre y cuando no sean el resultado de los intereses
individuales o las conveniencias egoístas. Por eso la misión de la humanidad
se centra en fundamentar una ética cuyos valores sean universales y
permanentes, y no el monopolio de una raza, un credo o una determinada
civilización. La ética es el arte de la perfección humana que se extiende
desde los individuos concretos hasta el conjunto de todos los seres
racionales. En este orden de cosas, la ética es una forma saludable de vida
que muchas veces implica apartarse de las prescripciones que imponen los
grupos mayoritarios, en vistas a un desarrollo auténticamente humano.
•
Desarrollo Ontogenético de la Moral
Kohlberg L. en su libro "La Psicología del Desarrollo Moral" (1992),
basándose en los estudios de Jean Piaget, elabora un modelo ampliamente
aceptado de desarrollo moral. Según él, los seres humanos pasan a través
de las siguientes etapas: el juicio moral preconvencional, convencional y
postconvencional.
En el Juicio Moral Preconvencional, donde la moral es externa y antes de los
siete años el niño se encuentra en el Estadio I, en el cual la moralidad
depende de la autoridad que manda, es heterónoma, es decir externa. En el
Estadio II (entre los 7 y los 11 años), la moralidad se hace cognitiva y el niño
puede ver las cosas desde una perspectiva a distancia y lógica (reversible),
entendiendo el punto de vista de la autoridad. Adquiere gradualmente la
noción de justicia, la cual significa que todo el mundo debe recibir lo mismo
(la misma cantidad de torta), que se debe devolver a otro el mal que éste ha
hecho (devolver al otro el golpe que le dio), también para él la ausencia de
castigo implica la ausencia de falta.
El Juicio Moral Convencional, donde la moral es externa - interna, ocurre el
Estadio III, es la moralidad del preadolescente y adolescente, donde se
asume la perspectiva de los intereses del grupo, se vive de acuerdo a lo que
los otros esperan de uno como miembro del grupo o de la sociedad; hay
tendencia al conformismo, se forjan ideales de buena conducta y lo
convencional es hacer lo que la mayor parte de las personas hacen.
El Juicio Moral Postconvencional, donde la moral es interna, ocurre con el
Estadio IV, consiste en asumir el punto de vista de los demás, pero
generalizado: la institución, la religión, la sociedad, la ideología, etc. Las
cuales hacen la norma. Las normas dejan de ser individuales, la ley empieza
a volverse universal, el comportamiento se mide de acuerdo con lo que
aporta al grupo o a la institución, comienza a actuar el concepto de lo legal,
se defiende la necesidad de cumplir con las leyes, prevalecen los intereses
del sistema. En el Estadio V, se cumple la etapa del contrato social y de la
defensa de los derechos individuales, las reglas o normas son observadas
por el bien común y no porque son impuestas por el sistema, las normas son
parte de un contrato que une a los miembros de una sociedad y a las
sociedades entre sí. En el Estadio VI, se alcanzan los principios morales
universales, superiores a cualquier grupo o institución. Es el nivel más
elevado, estas normas obligan a todos sin excepción, porque son universales
y ni las normas de los grupos pueden violarlas. Se considera a las personas
como fines en sí mismas y no como medios, y como tales deben ser tratados.
•
Juicios y Valores
La ética se refiere al mundo de la decisión personal; trata de responder a la
pregunta: ¿Qué es lo que debo hacer para ser coherente conmigo mismo?
Esta función es la que asume la que hemos llamado "moral vivida".
Pero la ética tiene otra segunda función; en efecto, trata de contestar a la
pregunta: ¿Qué es lo bueno? En este sentido la ética es un sistema de
razonamiento. Esta función es desempeñada por la que hemos llamado
"moral formulada".
En esta unidad nos fijamos en el segundo aspecto de la ética entendida
como sistema de razonamiento para conseguir la verdad moral. Nos interesa
analizar el juicio y la argumentación morales en cuanto procesos de
razonamiento para buscar la verdad ética.
Al comienzo de este tema conviene tener en cuenta dos cosas:
• El problema del juicio y de la argumentación morales depende del tema
de la "fundamentación de la moral"; si no se admite una fundamentación
crítica de la moral tampoco se admitirá validez crítica al juicio y a las
argumentaciones morales; por otra parte, según sea el tipo de
fundamentación de la moral, así será la forma de entender el juicio y la
argumentación morales.
• Aceptada la coherencia de¡ razonamiento moral, existen diversos modos
de exponer el proceso del juicio y de la argumentación morales.
Por nuestra parte, creemos que tiene sentido crítico hablar de razonamiento
moral y que, por lo tanto, se puede estudiar el proceso del juicio y de la
argumentación morales con suficiente grado de criticidad. Por otra parte, al
no pretender adherirnos ortodoxamente a ninguna escuela de ética,
propondremos una forma de razonamiento ético que pueda ser asumida por
todos.
Síntesis: el discernimiento ético
Cuanto hemos expuesto en esta unidad sobre el juicio y la argumentación
morales puede ser sintetizado diciendo que el razonamiento o discurso moral
se concreta en el recto funcionamiento del discernimiento ético.
El verbo "discernir" (y su correspondiente sustantivo "discernimiento") se
refiere a los procesos mentales de juicio por los cuales se percibe y capta la
diferencia - y también se declara- que existe entre varias realidades. El
diccionario de la Real Academia Española atestigua a favor de este
significado, recogiendo casi literalmente el contenido significativo del verbo
latino "discernere".
El discernimiento ético tiene como punto de partida la conciencia moral.
Esta no genera la moral en cuanto que ella no crea la realidad (lo bueno y lo
malo). Sin embargo, por razón de su fuerza manifestativa y obligante ejerce
una función de mediación entre la realidad (valor objetivo) y la actuación de
la persona (situación personal).
Si la conciencia moral constituye la estructura subjetivadora de la
moralidad, su cauce funcional es el discernimiento ético. Este se realiza
según la descripción que hemos hecho en esta unidad del proceso del
razonamiento moral.
Por otra parte, el discernimiento ético culmina en la estimativa moral. Esta
es, al mismo tiempo, el descubrimiento y la asimilación de los valores éticos
a partir de la conciencia moral y mediante el discernimiento ético. La
estimativa moral es el correlato subjetivo de la axiología moral; hace que los
valores objetivos se conviertan en actitudes.
De este modo, el discernimiento moral es la clave del arco de bóveda que
va desde la conciencia moral hasta la estimativa ética. En el discernimiento
ético se resume toda la función desempeñada por el juicio y la
argumentación morales.
-
•
Los Valores
Todo acto moral entraña la necesidad de elegir entre varios actos posibles.
Esta elección ha de fundarse a su vez, en la preferencia. Elegimos a porqué
lo preferimos por sus consecuencias a b ~ c. Podríamos decir también que a
es preferido porque se nos presenta como un comportamiento más digno,
mas elevado moralmente o, en pocas palabras, más valioso y
consecuentemente, descartamos b o c, porque se nos presentan como
actos; menos valiosos, o con un valor moral negativo.
Tener que elegir, y preferimos lo más valioso a lo menos valioso moralmente,
o a la que constituye una negación del valor de ese género (valor moral
negativo, o disvalor) El comportamiento moral no solamente forma parte de
nuestra vida cotidiana, es un hecho humano entre otros, sino; que es valioso;
o sea, tiene: Para nosotros un valor. Tener un contenido axiológico (de
axios, en griego valor) no lo significa que consideramos la conducta buena o
positiva, digna de aprecio o alabanza, desde el punto de vista moral; significa
también que puede ser mala, digna de condena o censura, o negativa desde
ese punto de vista moral; en un caso u otro, la valoramos, o juzgamos como
tal, en términos axiológicos.
Pero, antes de examinar en qué sentido atribuimos valor moral a un acto
humano, es preciso determinar qué entendemos por valor o valioso.
Podemos hablar de cosas valiosas y de actos humanos valiosos. Es valioso
para nosotros un acto moral, pero también lo son, en un sentido u otro, los
actos políticos, jurídicos, económicos, etc. Lo son, asimismo, los objetos de
la naturaleza (un pedazo de tierra, un árbol: un mineral etc.) los objetos
producidos o fabricados por el hombre (una silla, una máquina), y, en general
los diversos productos humanos (una obra de arte, un código de justicia, un
tratado de zoología, etc.). Si, pues tanto las cosas que el hombre no ha
creado, como los actos humanos, o los productos de la actividad humana,
tienen un valor para nosotros. Pero, ¿qué significa tener valor o ser valioso
para nosotros?
Antes de esclarecer estas cuestiones, habrá que determinar, en primer lugar,
la naturaleza del valor.
•
¿Qué son los valores?
Cuando hablamos de valores, tenemos presente la utilidad, la bondad, la
belleza, la justicia, etc., así como los polos negativos correspondientes:
inutilidad, maldad, fealdad, injusticia, etcétera.
Nos referiremos en primer lugar al valor que atribuimos a las cosas u objetos,
ya sean naturales o producidos por el hombre, y más tarde nos ocuparemos
del valor con respecto a la conducta humana y, particularmente, a la
conducta moral.
Con el fin de esclarecer su esencia, veamos cómo se da el valor en las
cosas, distinguiendo en ellas dos modos de existencia suya que
ejemplificaremos con un mineral como la plata. Podemos hablar de ésta tal
como existe en su estado natural en los yacimientos correspondientes; es
entonces un cuerpo inorgánico qué tiene cierta estructura y composición, y
posee determinadas propiedades naturales que le son inherentes. Podemos
hablar así mismo de la plata transformada por el trabajo humano, y entonces
ya no tenemos un mineral en su estado puro o natural, sino objetos de plata.
Como material trabajado por el hombre1 sirve en ese caso para producir
brazaletes, anillos u otros objetos de adorno; para la fabricación de cubiertos,
ceniceros, etc., o bien puede ser utilizada como moneda.
Tenemos pues, una doble existencia de la plata a) como objeto natural; b)
como objeto natural humano o humanizado. Como objeto natural, es
sencillamente un fragmento de naturaleza con determinadas propiedades
físicas y químicas. Es así como existe para la mirada del científico, para el
químico inorgánico. En la relación que mantiene el hombre de ciencia con
este objeto se trata de determinar lo que es, describir su estructura y
propiedades esenciales. Es decir, en esta relación de conocimiento, - el
científico se abstiene de apreciar el objeto, o de formular juicios de valor
sobre él.
Ahora bien, en cuanto objeto humano - es decir, como objeto de plata,
producido o creado por el hombre, se nos presenta con un tipo de existencia
que no se reduce ya a su existencia meramente natural. El objeto de plata
posee propiedades que no interesan, ciertamente, al científico, pero que no
dejan de atraer a los hombres cuando entran en otro tipo de relaciones
distintas de la propiamente cognoscitiva. La plata no existe ya como un
simple objeto natural, dotado exclusivamente de propiedades sensibles,
físicas o naturales, sino que tiene una serie de propiedades nuevas como
son, por ejemplo, las de servir de objeto de adorno, o producir un placer
desinteresado al ser contemplada (propiedad estética) la de servir para
fabricar objetos que tienen una utilidad práctica (propiedad práctico utilitaria); la de servir como moneda de medio de circulación, atesoramiento o
pago (propiedad económica).
Vemos, pues, que la plata no sólo existe en el estado natural, que interesa
investigar particularmente - al hombre de ciencia, sino como objeto dotado de
ciertas propiedades (estéticas, práctico - utilitarias o económicas) que sólo se
dan en él cuando se halla en una relación peculiar con el hombre. La plata
tiene entonces, para nosotros, un valor en cuanto su modo de ser natural, se
humaniza adquiriendo propiedades que no existen en él objeto de por sí, es
decir, al margen de su relación con el hombre.
Tenemos unas propiedades naturales del objeto - como la blancura, la
brillantez, la ductilidad o la maleabilidad- y otras, valiosas, que se dan en él
en cuanto objeto bello, útil o económico. Las primeras - es decir, las
naturales- existen en él, independientemente de las segundas. O sea,
existen en la plata, por ejemplo, aunque el hombre no la contemple, trabaje o
utilice; es decir, al margen de una relación propiamente humana con ella. En
cambio, las propiedades que consideramos- valiosas sólo existen sobre la
base de las naturales, que vienen a constituir - con su brillo, blancura,
maleabilidad y ductilidad- el soporte necesario de ellas, o sea, de la belleza,
de la utilidad o del valor económico.
Pero estas propiedades pueden ser llamadas también humanas en cuanto
que el objeto que las posee sólo existe como tal en relación con el hombre
(es decir, si es contemplado, utilizado o cambiado por él). Vale no como
objeto en sí, sino para el hombre. En suma: el objeto valioso no puede darse
al margen de toda relación con un sujeto, ni independientemente de las
propiedades naturales, sensibles o físicas que sustentan su valor.
La objetividad de los valores
Ni el objetivismo ni el subjetivismo logran explicar satisfactoriamente el modo
de ser de los valores. Estos no se reducen a las vivencias del sujeto que
valora ni existen en sí, como un mundo de objetos independientes cuyo valor
se determine exclusivamente por sus propiedades naturales objetivas. Los
valores existen para un sujeto, entendido éste no en un sentido puramente
individual, sino como ser social; exigen, asimismo, un sustrato material,
sensible, separado del cual carece de sentido.
Es el hombre como ser histórico social, y con su actividad práctica, el que
crea los valores y los bienes en que se encarnan, al margen de los cuales
sólo existen como proyectos u objetos ideales. Los valores son, pues,
creaciones humanas, y sólo existen y se realizan en el hombre y por el
hombre.
Las cosas no creadas por el hombre (los seres naturales) sólo adquieren un
valor al entrar en una relación peculiar con él, al integrarse en su mundo
como cosas humanas o humanizadas. Sus propiedades naturales, objetivas,
sólo se vuelven valiosas cuando sirven a fines o necesidades de los
hombres, y cuando adquieren, por tanto, el modo de ser peculiar de un
objeto natural humano.
Así, pues, los valores poseen una objetividad peculiar que se distingue de la
objetividad meramente natural o física de los objetos que existen o pueden
existir al margen del hombre, con anterioridad a - o al margen de - la
sociedad. La objetividad de los valores no es, pues, ni la de las ideas
platónicas (seres ideales) ni la de los objetos físicos (seres reales, sensibles).
Es una objetividad peculiar humana, social, que no puede reducirse al acto
psíquico de un sujeto individual ni tampoco a las propiedades naturales de un
objeto real. Se trata de una objetividad que trasciende el marco de un
individuo o de un grupo social determinado, pero que no rebasa el ámbito del
hombre como ser histórico social. Los valores, en suma, no existen en sí y
por sí al margen de los objetos reales - cuyas propiedades objetivas se dan
entonces como propiedades valiosas (es decir, humanas, sociales)-, ni
tampoco al margen de la relación con un sujeto (el hombre social). Existen,
pues, objetivamente, es decir, con objetividad social. Los valores, por ende,
únicamente se dan un mundo social; es decir, por y para el hombre.
Valores morales y no morales
Hasta ahora nos hemos ocupado, sobre todo, de los valores que se
encarnan en las cosas reales y exigen propiamente un sustrato material,
sensible. Los objetos valiosos pueden ser naturales, es decir, como los que
existen en su estado originario al margen o independientemente del trabajo
humano (el aire, el agua o una planta silvestre), o artificiales, producidos o
creados por el hombre (como las cosas útiles o las obras de arte). Pero, de
estos dos tipos de objetos no cabe decir que sean buenos desde un punto de
vista moral; los valores que encarnan o realizan son, en distintos casos, los
de la utilidad o la belleza. A veces suele hablarse de la "bondad" de dichos
objetos y, con este motivo, se emplean expresiones como las siguientes:
"éste es un buen reloj", "el agua que estamos bebiendo ahora es buena", "X
ha escrito un buen poema", etc. Pero el uso de "bueno" en semejantes
expresiones no tienen ningún significado moral. Un "buen reloj es un reloj
que realiza positivamente el valor correspondiente: el de la utilidad; o sea,
cumple satisfactoriamente la necesidad humana concreta a la que sirve. Un
"buen" reloj es un objeto "útil". Y algo análogo podemos decir del agua al
calificarla de "buena"; con ello queremos decir que satisface positivamente,
desde el punto de vista de nuestra salud, la necesidad orgánica que ha de
satisfacer. Y un "buen" poema es aquel que, por su estructura, por su
lenguaje, cumple satisfactoriamente como objeto estético u obra de arte, la
necesidad estética humana a la que sirve.
En todos estos casos, el vocablo 'bueno" subraya el hecho de que el objeto
en cuestión ha realizado positivamente el valor que estaba llamado a
encarnar, sirviendo adecuadamente al fin o a la necesidad humana
correspondientes. En todos estos casos también la palabra "bueno" tiene un
significado axiológico positivo - con respecto al valor "utilidad" o al valor
"belleza", pero carece de significado moral alguno.
La relación entre el objeto y la necesidad humana correspondiente es una
relación intrínseca, propia, en la que el primero adquiere su estatuto como
objeto valioso, integrándose de acuerdo con ella, como un objeto humano
especifico. Esta relación intrínseca con determinada necesidad humana, y
no con otra, es la que determina la calificación axiológica del bien correspondiente, así como el tipo de valor que ha de ser atribuido al objeto o acto
humano en cuestión. Por ello, el uso del término "bueno" no puede llevarnos
a confundir lo "bueno" en sentido general, referente a cualquier Valor ("buen"
libro, "buena" escultura, 'buen" código, 'buen" reloj, etc.), y lo "bueno" en
sentido estricto con un significado moral. Podemos hablar de la "bondad" de
un cuchillo en cuanto satisface positivamente la función de cortar para la que
fue producido. Pero el cuchillo - y la función correspondiente - puede estar al
servicio de diferentes fines; puede ser utilizado, por ejemplo, para realizar un
acto malo desde el ángulo moral, como es el asesinato de una persona.
Desde el punto de vista de su utilidad o funcionalidad, el cuchillo no dejará de
ser “bueno" por haber servido para realizar un acto reprobable. Por el
contrario, sigue siendo “bueno", y tanto más cuánto más efectivamente haya
servido al asesino, pero esa 'bondad" instrumental o funcional queda a salvo
de toda calificación moral, pese a haber servido como medio o instrumento
para realizar un acto moralmente malo. La calificación moral recae aquí
sobre el acto de asesinar, al servicio del cual ha estado el cuchillo. No es el
cuchillo éticamente neutral, como lo son en general los instrumentos, las
maquinas, o la técnica en general - lo que puede ser calificado desde el
punto de vista moral, sino su uso; es decir, los actos humanos de utilización
al servicio de determinados fines, intereses o necesidades.
Así, pues, los objetos útiles, aunque se trate de objetos producidos por el
hombre, no encarnan valores morales, aunque puedan hallarse en una
relación instrumental con dichos valores (como hemos visto en el ejemplo
anterior del cuchillo). Por ello, dichos objetos deben ser excluidos del reino
de los objetos valiosos que pueden ser calificados moralmente. Cuando el
término "bondad" se aplica a ellos ('buen" cuchillo) debe entenderse con el
significado axiológico correspondiente, no propiamente moral.
Los valores morales únicamente se dan en actos o productos humanos. Sólo
lo que tiene una significación humana puede ser valorado moralmente, pero,
a su vez, sólo los actos o productos que los hombres pueden reconocer
como suyos, es decir, los realizados consciente y libremente, y con respecto
a los cuales se puede atribuir una responsabilidad moral. En este sentido,
podemos calificar moralmente la conducta de los individuos o de grupos
sociales, las intenciones de sus actos, y sus resultados y consecuencias, las
actividades de las instituciones sociales, etc. Ahora bien, un mismo producto
humano puede soportar varios valores, aunque uno de ellos sea el
determinante. Así, por ejemplo, una obra de arte puede tener no sólo un
valor estético, sino también político o moral. Es perfectamente legítimo
abstraer un valor de esta constelación de valores, pero a condición de no
reducir un valor a otro.
Puedo juzgar una obra de arte por su valor religioso o político, pero siempre
que no se pretenda con ello deducir de esos valores su valor propiamente
estético. Quien condena una obra de arte desde el punto de vista moral no
dice nada que afecta a su valor estético; simplemente está afirmando que en
dicha obra no se realiza el valor moral que él considera que debiera
realizarse en ella. Un mismo acto o producto humano puede ser valorado,
por tanto, desde diversos ángulos en cuanto que en él se encarnan o
realizan distintos valores. Pero, aunque los valores se conjuguen en un
mismo objeto, no deben ser confundidos. Esto se aplica de un modo
especial a los valores morales y no morales. Al establecer la distinción entre
los primeros y los segundos, hay que tener presente que los valores morales
sólo se encarnan en actos o productos humanos, y, dentro de éstos, en
aquellos que se realizan libremente, es decir, consciente y voluntariamente.
•
La Valoración Moral
Carácter concreto de la valoración Moral
Entendemos por valoración la atribución del valor correspondiente a actos o
productos humanos. La valoración moral comprende estos tres elementos:
a) el valor atribuible; b) el objeto valorado (actos o normales morales), y c) el
sujeto que valora.
No nos ocuparemos de cada uno de estos elementos por separado, ya que
han sido estudiados, o habrán de serlo en los capítulos respectivos. Nos
limitaremos: ahora a una caracterización general de la valoración moral para
pasar inmediatamente al examen del valor moral fundamental: la bondad.
Si la valoración es el acto de atribuir valor a un acto o producto humano por
un sujeto humano, ello implica necesariamente tomar en cuenta las
condiciones concretas en que se valora y el carácter concreto de los
elementos que intervienen en la valoración.
En primer lugar, hay que tener presente que el valor se atribuye a un objeto
social establecido creado por él hombre en el curso de su actividad histórico
social. Por tanto, la valoración, por ser atribución de un valor así constituido,
tiene también un carácter concreto, histórico - social. Puesto que- no existen
en si, sino por y para el hombre, los valores se concretizan de acuerdo con
las formas que adopta la existencia del hombre como ser.
En segundo lugar, hay que tener en cuenta que los objetos valorados son
actos propiamente humanos y que, por tanto, los seres inanimados o los
actos animales como ya hemos subrayado no pueden ser objeto de
valoración moral. Pero no todos los actos humanos se hallan sujetos a
semejante valoración, a una aprobación o reprobación en el sentido moral,
sino sólo aquellos que afectan por sus resultados y consecuencias a otros.
Así, por ejemplo, el levantamiento de una piedra que encuentro en un terreno
desértico no puede ser valorado moralmente, ya que no afecta a los
intereses de otro (si se trata, por supuesto, de un lugar deshabitado); en
cambio, levantar una piedra en la calle, evitando con ello un peligro a un
transeúnte, tiene un significado moral. Así pues, puedo atribuir valor moral a
un acto si - y sólo si - tiene consecuencias que afectan a otros individuos,
aun grupo social o la sociedad entera.
Al tener que tomar en cuenta esta relación entre el acto de individuo y los
demás, el objeto de la valoración se inscribe necesariamente en un contexto
histórico – social, de acuerdo con el cual dicha relación adquiere o no un
sentido moral. Veamos por ejemplo, lo que sucede a este respecto con una
actividad humana como el trabajo. En una sociedad basada en la explotación
del hombre por el hombre y, más particularmente, en la de la producción de
plusvalía, la actividad laboriosa es puramente económica, y carece de
significado moral. Para el propietario de los medios de producción, que se
apropia a su vez de los productos creados por el obrero, le son indiferentes
las consecuencias de su trabajo para el mismo, es decir, para el trabajador
como hombre concreto, o para los demás en su existencia propiamente
humana. El trabajo escapa así a toda valoración moral; es un acto
puramente económico, y como tal lucrativo. Para el obrero que no se
reconoce en su trabajo y que ve a éste como un medio para subsistir, carece
también de significación moral; sólo un estímulo material, meramente
económico, puede impulsarle a realizarlo. En esas condiciones sociales
concretas no se podría reprobar moralmente el modo como ejerce su
actividad. Otra cosa sucede en una sociedad en la que el trabajo deja de ser
una mercancía y éste recobra su significación social, como actividad
creadora que sirve a la sociedad entera. En esas condiciones, rehuirlo o
efectuarlo exclusivamente por un estímulo material se convierte en un acto
reprobable desde el punto de vista moral. Vemos que los actos humanos no
pueden ser valorados aisladamente, sino dentro de un contexto histórico–
social en el seno del cual cobra sentido el atribuirles determinado valor.
Finalmente, la valoración es siempre atribución de valor por un sujeto. Este
se sitúa, con ello, ante el acto de otro, aprobándolo o reprobándolo, juzga así
cómo le afecta no ya a él personalmente, sino a otros individuos, o a una
comunidad entera. Pero el sujeto. que expresa de este modo su actitud ante
ciertos actos, lo hace como un ser social y no como un sujeto meramente
individual que de libre cauce a sus vivencias o emociones personales. Forma
parte de una sociedad, o de un sector social determinado, a la vez que es
hijo de su tiempo, y, por tanto, se encuentra inserto en un reino del valor (de
principios, valores y normas) que él no inventa ni descubre personalmente;
su valoración, por ende, no es el acto exclusivo de una conciencia empírica,
individual. Pero tampoco lo es de un yo abstracto, o de una conciencia
valorativa en general, sino de una conciencia de un individuo que, por
pertenecer a un ser histórico y social, se halla arraigada en su tiempo y en su
comunidad.
Así, por el valor atribuido, por el objeto valorado y por el sujeto que valora, la
valoración tiene siempre un carácter concreto; es decir, es la atribución de un
valor concreto en una situación dada.
ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE
1. ¿Qué es ética?
2. ¿Qué diferencia hay entre ética, calidad de vida y norma?
3. ¿Cuál debe ser el comportamiento ético de un profesional de la
Fundación Universitaria María Cano?
4. ¿Qué relación existe entre autorrealización y ética?
5. ¿Qué diferencia hay entre ética frustrante y ética realizante?
6. ¿Cuáles serían las consecuencias de una ética adecuada y una ética
inadecuada?
7. La ética es cambiante o estática. ¿Por qué?
8. La ética es particular o general. ¿Por qué?
9. ¿Como influye la libertad en la formación de la ética?
10. Explique la siguiente frase:Las acciones y comportamientos humanos repercuten en el proceso de
autorrealización
11. Para Usted qué quiere decir la siguiente afirmación:
“La persona humana es sujeto de la ética.”
12. ¿Qué diferencia existe entre ética y moral?
13. Explique el código de ética de su programa de estudio.
14. ¿Cuál es su papel como profesional en formación y los elementos
conceptuales sobre ética de los profesionales acá estudiados y discutidos?
15. En el portal de la institución, en el link cátedra María Cano, encontrará
el código de ética e su profesión, analícelo y envíe un concepto a su asesor
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