Download La antropología como la reflexión filosófica que considera al
Document related concepts
Transcript
ANTROPOLOGÍA Y SIMBOLIZACIÓN Por Wilfrido Zúñiga Rodríguez1 Septiembre 8 de 2009 Resumen: La antropología como la reflexión filosófica que considera al hombre como objeto de estudio en una perspectiva global. Como reflexión filosófica no es una ciencia, sino un análisis de los fundamentos de la misma noción de ser humano, y de la consideración de éste como punto de partida de todo conocimiento sobre sí mismo y sobre el mundo. En este sentido es, como dice Max Scheler, un puente entre las ciencias y la metafísica para una reflexión sobre el ser humano en su globalidad, capaz de explicar cómo este ser humano es la condición de posibilidad de tales ciencias y, en general, de la conducta humana: lenguaje, arte, ciencia, religión, mitos, acción moral, agresividad. Por ello, no se trata de un estudio particular sobre las características humanas, sino una reflexión filosófica y holística acerca del ser humano. Palabras claves: antropología, filosofía, hombre, Dios, moral, religión, ciencia. Como reflexión filosófica, la antropología no es una ciencia, sino un análisis de los fundamentos de la misma noción de ser humano, y de la consideración de éste como punto de partida de todo conocimiento sobre sí mismo y sobre el mundo. Por ello se constituye en una reflexión sobre el ser humano en su globalidad, capaz de explicar cómo este ser humano es la condición de posibilidad de tales 1 Filósofo. Especialista. Cursa Maestría en la UPB (Medellín) Docente de la Facultad de Filosofía y Teología de la Fundación Universitaria Luis Amigó (Medellín) 1 ciencias y, en general, de la conducta humana como lo propone, en un principio, Scheler: “La misión de una antropología filosófica es mostrar exactamente cómo la estructura fundamental del ser humano [...] explica todos los monopolios, todas la funciones y obras específicas del hombre: el lenguaje, la conciencia moral, las herramientas, las armas, las ideas de justicia y de injusticia, el Estado, la administración, las funciones representativas de las artes, el mito, la religión y la ciencia, la historicidad y la sociabilidad. [...] Cuando el hombre se ha colocado fuera de la naturaleza y ha hecho de ella su objeto -y ello pertenece a la esencia misma del hombre y es el acto mismo de su humanización- se vuele en torno suyo estremeciéndose, por decirlo así, y pregunta: ¿Dónde estoy yo mismo? ¿Cuál es mi puesto? [...] En esta vuelta en torno suyo, el hombre hunde su vista en la nada, por decirlo así. Descubre en esta mirada la posibilidad de la «nada absoluta»; y esto le impulsa a seguir preguntando: «¿Por qué hay un mundo?» ¿Por qué y cómo existo «yo»?” (SCHELER, 1971: 108-109). Para Scheler, la antropología filosófica debe tratar al hombre no solamente como naturaleza o como vida; no solamente como voluntad, como sujeto o como razón, sino como hombre en su totalidad. La misión de la antropología filosófica es la de explicar, a partir de la estructura fundamental del ser humano, todas las funciones y obras específicamente humanas: el lenguaje, la moralidad, el estado, las armas, la guerra, los instrumentos, la técnica, la religión, el arte, la ciencia y la filosofía misma. A partir de aquí, Scheler otorga al hombre un lugar especial en el cosmos, por su intencionalidad, su apertura al mundo, su libertad y por la capacidad de poder trascender lo inmediato. En el aspecto biológico Scheler considera que no hay diferencias esenciales entre el hombre y los animales, sino solamente diferencias de grado. Pero Scheler insiste en la existencia en el ser humano de una dimensión, en cierto modo opuesta a la vida, que es la dimensión del espíritu que lo separa de la mera animalidad. Por ello, el hombre es el ser capaz de «decir no», capaz de desligarse de sus instintos y de adaptar el medio ambiente a 2 sus necesidades en lugar de adaptarse él al medio ambiente como hacen los animales. En resumen, Scheler afirma que, mientras la imaginación, la memoria, la sensibilidad y el sentimiento son fenómenos vitales no muy distintos de los propiamente biológicos -razón por la cual, en este aspecto, la diferencia entre el hombre y los animales es solamente de grado-, en el hombre aparece una dimensión diferente: la dimensión del «espíritu», opuesta en cierto sentido a la vida, y que permite al hombre reprimir y controlar sus impulsos, de manera que el «espíritu» se ve potenciado por esta autonegación ascética. No se trata, pues, de un estudio particular sobre las características humanas, sino una reflexión filosófica y holística acerca del ser humano. Parecida línea de planteamiento siguen los trabajos de Arnold Gehlen, filósofo y sociólogo quien insiste en el aspecto inacabado del ser humano, caracterizado como ser biológicamente no especializado y con una larga infancia dependiente de los adultos. Esta caracterización del hombre como «ser carencial», o como «animal no fijado» (expresión que extrae de Nietzsche), es la que determina tanto su capacidad de aprendizaje como su capacidad de transformación de la naturaleza, y lo expresa de la siguiente manera: “Así pues, el hombre es un «ser carencial» orgánicamente (Herder), no apto para vivir en ningún ambiente natural, de modo que debe empezar por fabricarse una segunda naturaleza, un mundo substitutivo elaborado y adaptado artificialmente que compense su deficiente equipamiento orgánico. Esto es lo que hace dondequiera que lo vemos. Vive, como quien dice, en una naturaleza artificialmente convertida por él en inofensiva, manejable y útil a su vida, que es justamente la esfera cultural. También se puede decir que él se ve biológicamente obligado a dominar la naturaleza." (1993: 66). En dicha capacidad se manifiesta el carácter fundamental del ser humano, a saber, la «acción». Este principio de la «acción» le permite eliminar el dualismo que estaba en la base de la antropología filosófica desde Descartes, Kant y que el mismo Scheler, ya que en la acción confluyen todos los aspectos del ser humano: su cuerpo, su naturaleza, su 3 inteligencia, su sociabilidad y su cultura. Aunque el camino recorrido ha sido ampliado por la idea del hombre en su carácter de ser simbólico como lo presenta Cassirer: “El hombre... ya no vive solamente en un puro universo físico, sino en universo simbólico. El lenguaje, el mito, el arte y la religión constituyen partes de este universo, forman los diversos hilos que tejen la red simbólica, la urdimbre complicada de la especie humana. Todo progreso en pensamiento y experiencia afina y refuerza esta red. El hombre no puede ya enfrentarse con la realidad de un modo inmediato; no puede verla, como si dijéramos, cara a cara... (El hombre) en lugar de tratar con las cosas mismas, en cierto sentido conversa constantemente consigo mismo. Se ha envuelto en formas lingüísticas, en imágenes artísticas, en símbolos míticos o en ritos religiosos, en tal forma que no puede ver o conocer nada sino a través de la interposición de este medio artificial. Su situación es la misma en la esfera teórica que en la práctica. Tampoco en esta vive en un mundo de crudos hechos o a tenor de sus necesidades y deseos inmediatos. Vive, más bien, en medio de emociones y esperanzas y temores, ilusiones y desilusiones imaginarias, en medio de sus fantasías y sus sueños.” (1974: 49) Es cierto que llegar a estas consideraciones sobre el hombre no fue tarea fácil y es necesario recapitular para comprender esta dinámica, ya que el pensamiento griego giraba fundamentalmente alrededor de la noción de «cosmos» y reflexionaba sobre el hombre en relación con la naturaleza, posteriormente la filosofía medieval entendía al hombre como una parte del orden divino hasta filosofía moderna donde se ha permitido desatar al hombre de estas ligaduras a la vez que, con ello, crecía la noción de sujeto y de individuo (no en vano la filosofía moderna nace con la afirmación del «yo» cartesiano). 4 En definitiva, pues, si es cierto que en toda filosofía hay una reflexión sobre el hombre (que puede provenir de rasgos mítico-religiosos o ser fruto de la reflexión filosófica propiamente dicha), solamente a partir de la época moderna se abre una nueva perspectiva: el hombre ya no se entiende solamente desde su hipotética naturaleza ni desde una perspectiva sobrenatural, sino que se liga a su acción: a sus producciones, a sus obras y a sus relaciones con los otros hombres. En este sentido, es fundamental aclarar que la vía de acceso hacia la comprensión del amor, en su multiplicidad sólo es posible abordarla en términos de la relacionalidad, presentada en la tercera propuesta de una acción que se entiende como meta, como fin, como propósito. Otros autores, como Martin Buber en la línea de Cassirer, han hecho contribuciones importantes a la moderna antropología filosófica. El psicoanálisis tendrá también un lugar fundamental en la antropología, especialmente por su concepción del inconsciente, lo que permite elaborar toda una concepción de los mitos, los ritos, las prohibiciones, los tabúes y, en definitiva, elaborar una concepción del hombre y de la cultura. Se puede hablar también de una antropología existencialista, ya que las filosofías existencialistas en conjunto (bajo la influencia inicial de Heidegger y Sartre, especialmente) estudian las condiciones más íntimamente constitutivas del hombre desde las cuales éste ha de desarrollarse como proyecto. Puede hablarse también de una antropología estructuralista que cuestiona la noción general de sujeto humano y que procede fundamentalmente de la antropología cultural francesa y, en general, del movimiento estructuralista. De entre los teóricos del estructuralismo se destaca Lévi-Strauss quien, al dar la primacía al sistema por encima de sus elementos, considera que la estructura trasciende la realidad empírica y es la que da fundamento a los modelos construidos sobre ella. Así, las relaciones sociales situadas en el nivel de lo real, 5 se asientan sobre las estructuras sociales, situadas en el nivel de lo simbólico, en consonancia con lo expresado por Cassirer. De esta manera, el nivel simbólico e inconsciente del hombre es la auténtica base de lo real, ya que solamente la estructura es la que posibilita la inteligibilidad de las relaciones sociales. Con ello, además, se limita el papel del sujeto, ya que éste no tiene significado por sí mismo, sino solamente en relación con las estructuras sociales y culturales que son las que lo dotan de sentido. El sujeto, «el niño mimado que ha ocupado demasiado tiempo la escena filosófica» según LeviStrauss, cede su lugar a las estructuras simbólicas que lo trascienden, las únicas que son plenamente objeto del estudio científico, ya que son las que pueden dar explicación de los fenómenos sociales. En términos de Duch, las estructuras que trascienden no sería otra cosa que “la reflexión en torno a la vida cotidiana, constituida y concretada mediante términos como palabra, religión, educación, historia, simbolismo, silencio, mal, salud, etc. constituye el centro de la praxis antropológica” (2004: 13). Es por eso que se puede plantear una antropología filosófica que sirve de cimiento para la configuración del amor como entrada y salida en el laberinto de la existencia simbólica del hombre. Sin este presupuesto o hipótesis es imposible allanar el camino del amor como primera estación, frente a otras estructuras como la física, psicológica, etc., en las que el presente estudio irá mirando de soslayo para no confundir el discurso filosófico con otros caminos ofrecidos a bien como alternativas en la huída del hombre hacia sí. 6 Preguntar: ¿Qué es el hombre? La historia de la humanidad ha sido testigo de la búsqueda por parte del hombre de saber ¿quién es? En efecto, ha sido la pregunta a la que se le ha anhelado dar respuesta alguna, según las distintas disciplinas del saber humano. Es la pregunta sin respuesta absoluta, y constante de generación tras generación, y ha tenido como característica fundamental el descifrar el enigma que ha encerrado al hombre, el cual ha hecho que su existencia se haya sumergido y desarrollado en un círculo, es decir, en la repetición que ha cuestionado a todos los protagonistas de las generaciones predecesoras y futuras de la humanidad. En este sentido, ha hecho que se haya constituido en el centro de las reflexiones antropológicas y existenciales, porque, quizás el hombre no tiene nada bajo control, y está amenazado desde el momento en que nace. Es la pregunta que ha contenido, contiene y contendrá el carácter fundamental que ha marcado fuertemente a la existencia humana, en perspectiva de una experiencia tripartita promulgada por los antiguos griegos en relación a la vida, vida que era enfocada bajo tres dimensiones particulares, es decir,: ή ψυχή: la vida anímica, la dinamizada por el hálito incognoscible, el compendio del afecto, los sentimientos, inteligencia, la que infunde el uso adecuado de la razón, la libertad, la voluntad y la que divulga los estados estético, ético y religioso en la vida del hombre; ή βιος: la que le dictamina al hombre la finitud y limitación con respecto al tiempo y el espacio; y por último, a la que debe aspirar todo ser humano: ή ζωή: la vida fluida, la vida eterna en lenguaje cristiano, la que no contempla la temporalidad, es decir, la que no contempla las categorías de tiempo y espacio a la manera de la inventiva humana. 7 La pregunta quizás adquiere una posible respuesta a través del reflejo que se evidencia ante la impotencia y en el inherente fracaso por parte del hombre el no poder a ciencia cierta saber ¿quién es? Es la pregunta que ha hecho que el hombre se haya sumergido en un temor y temblor, en una desesperación o en un absurdo existencial. El pretender buscar respuesta ha dicho interrogante ha sido una desilusión, es la actitud y la moraleja que dejó la figura de Acteón2, en el contexto de la cultura de la Grecia antigua. ¿Cuáles son los perros que devoran verdaderamente al hombre, acaso no son los pensamientos de las cosas divinas? La metáfora de los perros que devoraron al protagonista Acteón, matándolo en su aspecto de hombre común, liberándolo de las ataduras de los sentidos perturbados, de la cárcel carnal de la materia; de esta forma, una vez derrumbadas las murallas, ya no verá a Diana a través de huecos y ventanas, sino que se habrá convertido en el único ojo que ve todo el horizonte. Así, contempla el todo como una sola cosa. Es la mónada, verdadera esencia del ser de todo. Y si no puede verla en su esencia bajo la luz absoluta, la ve sin embargo a través de su generación que se le parece, puesto que está hecha a su imagen; esta mónada que es la naturaleza, el universo, el mundo, procede de otra mónada que es la divinidad. La última se refleja y se contempla en la primera, como el sol en la luna. Esta es Diana, el Uno, la entidad, la verdad, la naturaleza comprensible en la cual irradian el sol y el esplendor de la naturaleza superior. El universo, Diana, es la sombra del Alma universal: una sombra que abunda en los seres humanos, pero que, sin embargo, puede verse en su unidad indistinta. Sorprender a Diana desnuda, es percibir esta sombra, dejarse absorber por ella, El mito de Acteón: contempla el descubrimiento por parte del personaje cuando descubre a la hermosa Diana bañándose, ésta siente que ha sido vista en medio de los árboles, y en seguida para el que la vio y cometió tal imprudencia lanza el cruel castigo convirtiéndolo en un cuervo que, luego sería devorado por los perros que no pudieron descubrir a su amo. Convertido en cuervo por el castigo de la diosa Diana dejó ver claramente la impotencia por parte de Acteón de ver con los ojos caducos la hermosura de la divinidad, imposibilidad que refleja la finitud y limitación por parte de los mortales. En: Diccionario de la mitología griega y romana, Barcelona: Espasa Calpe, 1996. 2 8 renunciando a las limitaciones propias de un estado particular. Acteón que creía existir a parte, finalmente, se da cuenta de que no es más que la sombra de una sombra: uno con el todo. He hablado de una moraleja que gratuitamente dejaron los griegos de la antigüedad encerrada en un interrogante existencial que, se convirtió en una plegaria que hirió profundamente a la raza humana. “Raza efímera y miserable, hija del azar y del dolor, ¿por qué me esfuerzas a revelarte lo que más te valiera no conocer?” (NIETZSCHE, 2000: 64). Es la plegaria que se le podría darle el nombre de: la plegaria del desespero existencial, promulgada por Sileno (El personaje que en la cultura Griega antigua se le configuraba como un genio de las fuentes de la ironía, se le representaba como un viejo calvo, tripudo y feísimo, siempre borracho. Generalmente iba montado en un jumento). Ésta, plegaria hirió doblemente a la raza humana, es la plegaria que en efecto dictaminó toda una raza hiriente, herida mostrada en el sin sentido del existir, y, en la ruina que sólo contempla la esencia del polvo, como elemento constitutivo de la raza hiriente. “Así mismo, de ésta oración hiriente adjunta a la existencia de la raza humana se vuelven a recrear y se vuelva a encontrar la misma sentencia, vestigios encontrados a través del reproche por parte de Yocasta en la respuesta que le dio a su hijo Edipo: ¡desgraciado, ojalá no puedas saber nunca quién eres¡” (VERNANT, 2000: 97). En síntesis tal pregunta antes que tener respuesta lo que ha tenido es angustia para fortuna o infortunio de la raza humana. El hombre ante la búsqueda asfixiante, el anhelo profundo de encontrarse con la divinidad deja ver, claramente, la nulidad, la incapacidad, de alguna manera, de acercarse plenamente delante de la divinidad. Así, pues, lo dejó ver de igual manera el autor del Éxodo en el contexto del libro que también buscó, 9 afanadamente, respuesta a la pregunta antropológica que ha configurado a la existencia de la raza humana, es decir, la Biblia. El hombre no puede ver a Dios tal cual, en el mejor de los casos puede ver solamente su espalda. (Éxodo 33, 23). BIBLIOGRAFÍA ARISTÓTELES. Ética Nicomaquea. México : Porrúa, 1.998, página Nº 71, libro V CORAZÓN, Alberto. Contribución a la crítica de la economía política, Madrid, 1970. DOSTOIEVSKI, Fedor. Los hermanos Karamázov, Madrid: Debate, 2000. DREWERMANN, E. La palabra de salvación y sanación. Barcelona : Herder, 1.996. Herder, página Nº 157-158 GEHLEN, Arnold. Investigaciones antropológicas, 1961. ORTIZ-OSES, Andrés. Amor y sentido. Una hermenéutica simbólica. Madrid: Anthropos, 2003. NIETZSCHE, Federico. El origen de la tragedia Griega. Madrid: Espasa, 2000. OSPINA, W. La herida en la piel de la diosa. Colombia: Aguilar, 2003, página N º 113. PLATÓN. El banquete, 207ª, En: Diálogos, III, Fedón, Banquete, Fedro, Gredos, Madrid, 1986. RICOEUR, P. Sí mismo como otro. Madrid: Siglo XXI., 1.996, página Nº 28. ----------- . Amor y justicia. Madrid: Caparrós, 2000. --------. Antropología filosófica, Barcelona: Paidós, 1993. SCHELER, Max. Antropología filosófica, México: F.C.E., 1974. 10 --------. El puesto del hombre en el cosmos, 9ª ed. Buenos Aires: Losada, 1971. SARTRE, Jean Paul. El existencialismo es un humanismo, 7ª ed, Buenos Aires: Sur, 1978. 11