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ARS LONGA VITA BREVIS UNAS PÁGINAS DE EL MUNDO CLÁSICO. LA EPOPEYA DE GRECIA Y ROMA, DE ROBIN LANE FOX II N. B.: Los subrayados son del profesor, A. G. Todas las fechas son antes de Cristo. Cap. 28: LIBERACIÓN EN EL SUR (...) [Cartago] Al invadir Sicilia, Roma se ganó un nuevo enemigo, Cartago. Esta ciudad tenía desde hacía tiempo deseos de adueñarse de toda la isla, pero desde que fracasaran las armadas que envió contra los griegos sicilianos en 480 (y de nuevo en 410 a.C.) no había insistido en hacerlos realidad. Mientras tanto, había seguido desarrollándose económica y políticamente en el norte de África. Databa de hacía largo tiempo su presencia en el sur de Hispania, zona particularmente rica en metales; había intensificado asimismo su presencia en su hinterland norteafricano, donde los cartagineses ricos explotaban fincas agrícolas trabajadas por esclavos; y como había hecho con anterioridad, seguía controlando el noroeste de Sicilia y también la isla de Cerdeña y sus abundantes recursos mineros. En cuanto a sus tropas, se apoyaba fundamentalmente en los mercenarios que contrataba en el norte de África gracias a su excedente de riqueza: a decir verdad, llevó a cabo una verdadera «privatización» de la guerra. Pero los mercenarios constituían siempre una posible fuente de disturbios y en cualquier momento podían preferir seguir a sus propios generales antes que obedecer al Estado cartaginés. La constitución cartaginesa había desarrollado una serie de consejos y magistraturas que servían de freno y de contrapeso a los intentos de golpe de Estado de cualquier individuo, aunque contara con el apoyo de los mercenarios. El propio Aristóteles había admirado su sistema. Hacia 260 a. C. muchos ciudadanos ilustres de Cartago eran hombres cultos. Uno de ellos escribió una excelente obra bastante extensa sobre la agricultura (los romanos la traducirían más tarde del púnico al latín). Otro relataba (sin duda correctamente) el sorprendente viaje de Hanón de Cartago y su flota (acaso hacia 400 a.C.) por el Atlántico, hasta llegar a las costas de África occidental, más allá del Senegal. Se trataba de una empresa que excedía con mucho los horizontes de cualquier romano, y en la que se había producido incluso el encuentro cerca de la costa de África con una tribu de «mujeres» peludas a las que los hombres de Hanón llamaron «gorilas» (origen del nombre que nosotros utilizamos para designar al animal). Situada como estaba cerca de la parte griega de Sicilia, Cartago había tenido siempre una numerosa comunidad griega. Las mansiones de las familias ricas de la ciudad eran famosas por sus hermosas alfombras, su oro y su derroche de lujo, pero estaban abiertas también a los estilos helénicos. Exhibían esculturas griegas de carácter ornamental para deleite de sus propietarios, que a veces habían recibido incluso educación griega: no es de extrañar que una generación más tarde el joven Aníbal tuviera un preceptor griego y que durante su viaje lo acompañara un historiador de esta misma nacionalidad. La «crueldad» y el carácter «traicionero» de Cartago eran legendarios entre sus enemigos, a veces sin motivo. Sin embargo, los griegos también habían observado atinadamente que ARS LONGA VITA BREVIS los cartagineses conservaban la vieja costumbre oriental de sacrificar niños a los dioses, especialmente en tiempos de crisis. La arqueología de las necrópolis cartaginesas respalda esta observación, aunque probablemente sólo sea una elaboración griega el detalle de que, mientras mataban a los niños, se tocaba música para amortiguar los gritos de las madres. [La primera guerra púnica] La primera guerra púnica se desencadenó a raíz de la entrada ilegal de Roma en Sicilia y se prolongó de 264 a 241 a.C. Fue el conflicto continuado más largo de la historia clásica. Los hijos de la loba de Roma encontraron en Cartago un digno rival, y ambos bandos se mostraron muy innovadores. Tras observar las acciones de Pirro en Sicilia, los cartagineses habían añadido un arma nueva a su ejército: el elefante de las selvas, que todavía se daba en algunas zonas del norte de África (entre otras, como bien sabía Aristóteles, Marruecos). Como la primera guerra púnica se centró en Sicilia, también los romanos se vieron obligados a dar un paso audaz: la construcción de su primera gran flota. Se apoyaron en la ayuda prestada por sus aliados griegos y del sur de Italia (y se dice que utilizaron como modelo un barco de guerra cartaginés que lograron capturar) y, una vez acabada su construcción, confiaron en buena medida su mando a experimentados italianos de la costa. Por consiguiente, en 256 los generales romanos tenían ya la confianza en sí mismos suficiente para arriesgarse a realizar una travesía de cuatro días a mar abierto e invadir el territorio norteafricano de Cartago. Pero la empresa fracasó, en parte porque los cartagineses contaban como asesor militar con un experto espartano. El general de los romanos fue el famoso Marco Atilio Régulo, al que hicieron prisionero los cartagineses, aunque es una simple leyenda, propagada luego por sus descendientes, la anécdota de que sus captores lo enviaron a negociar a Roma, donde aconsejó a sus compatriotas que no hicieran ninguna concesión, y que a continuación regresó a Cartago para enfrentarse heroicamente a una muerte inevitable. En realidad, Régulo murió en la región y su viuda torturó a dos prisioneros cartagineses en venganza. Aquella larga guerra tuvo importantes consecuencias económicas. En Sicilia y Cartago, los ejércitos romanos capturaron e hicieron esclavos a miles y miles de individuos, muchos más de los que habían llegado a capturar nunca en Italia. Esclavizaron incluso a toda la población de la refinada ciudad griega de Acragante (Agrigento). Muchos de esos prisioneros fueron vendidos luego como esclavos, pero como Acragante fue repoblada poco después, los demás griegos probablemente rescataran a los antiguos habitantes de la ciudad en su empeño por salvarlos. No obstante, muchos de los restantes esclavos de Acragante seguramente fueron conducidos a Italia, al igual que muchos cautivos procedentes de Cartago, convertidos en botín de los romanos ricos. La mayoría de esos esclavos habían trabajado ya en el campo y por consiguiente se dedicarían también a la agricultura al servicio de los romanos. Incrementarían así la capacidad de Roma de enviar a luchar en ultramar a numerosos contingentes de soldados libres (que, de lo contrario, habrían tenido que dedicarse a las labores agrícolas). Es indudable, por tanto, que los romanos ricos, que ya utilizaban esclavos, se convirtieran así en una sociedad esclavista a gran escala. Cartago, en cambio, perdió la guerra tras la gran victoria naval obtenida por Roma en 242-241 y se vio obligada a pagar una enorme indemnización. No tuvo más remedio que ARS LONGA VITA BREVIS evacuar Sicilia (después de quinientos años de ocupación de varias partes de la isla), y se vio abocada a soportar una durísima guerra en África contra los mercenarios extranjeros en los que hasta entonces se había basado su ejército. Las condiciones de paz opresivas a menudo fomentan la venganza, y eso fue lo que sucedió sobre todo cuando los romanos se apoderaron fríamente de las valiosas posesiones de Cartago en Cerdeña ya en la década de 230, cuando estaba llegando a su fin la guerra de los cartagineses contra sus mercenarios africanos. En respuesta a aquella acción, los miembros de una ilustre familia cartaginesa, los Bárcidas, se trasladaron a Hispania provistos de tropas y elefantes de guerra con la intención de recuperar parte del prestigio perdido de su ciudad e indudablemente también de comprobar hasta dónde podían llegar sus éxitos. Se cuenta que, al partir, el padre, Amílcar Barca, hizo jurar ante un altar a su hijo, de sólo nueve años, que «jamás sería amigo de los romanos». Para que nos hagamos una idea de la «perfidia» de Cartago, aquel niño, Aníbal, nunca traicionó el juramento que su padre le obligó a prestar. [Estalla la segunda guerra púnica] Durante casi veinte años (de 237 a 219) esta tropa cartaginesa realizó diversas conquistas en el sur de Hispania. Se fundaron dos nuevas ciudades en la Península, Nueva Cartago (Carthāgō Nova, la actual Cartagena) y Bello Acantilado (Ἄκρα Λευκή, quizá la moderna Alicante). En 226, sin embargo, llegó a Hispania una delegación romana y dijo secamente al general cartaginés que «no cruzara el río Ebro», situado en la ruta que va por el nordeste del país a los Pirineos y por lo tanto, en último término, en dirección a Italia. Pero como en Sicilia en 264, los romanos se atuvieron a lo pactado aceptando la petición de ayuda enviada por una ciudad situada bastante lejos, en el lado «cartaginés» del Ebro. En efecto, una turbulenta facción de la ciudad no griega de Sagunto apeló a la «buena fe» de Roma frente a sus enemigos pro cartagineses. Los romanos aceptaron la solicitud de socorro y con ello desatarían un sinfín de justificaciones y descargos por parte de los historiadores latinos de época posterior, dispuestos a toda costa a dar por buena la actuación injusta de Roma. Desde la perspectiva de Aníbal, la conducta de Roma constituía una injerencia injustificable en un territorio que era suyo. Aquella resolución había sido tomada con el fin de apoyar a un grupo que había agredido a unos buenos amigos de Cartago en una ciudad que no pertenecía legítimamente, ni mucho menos, a Roma. Aníbal decidió, pues, poner sitio a Sagunto. Roma no estaba, que digamos, en condiciones de afrontar un nuevo conflicto de grandes proporciones. Había tenido que volcar su atención en los graves problemas planteados por las turbulentas tribus galas del norte de Italia y en 219 distaba mucho de estar segura en ese frente. Estaba ocupada asimismo con un plan de intervención al otro lado del Adriático, en Grecia. Sin embargo, ninguna de estas distracciones la hizo vacilar en Occidente. Se dejaron oír algunas voces de cautela en el senado, pero, como respuesta al asedio de Sagunto por parte de Aníbal, los romanos decidieron enviar a Cartago una embajada. Ninguno de los legados sabía hablar la lengua del país, pero uno de ellos era bastante competente en la otra lengua de los senadores de Cartago, es decir, el griego. «Aquí os traemos la paz y la guerra», dijo Fabio (que pertenecía a una familia que hablaba el griego en la intimidad del hogar), y haciendo con una mano un pliegue en su toga añadió: «Escoged lo que os plazca». Desde la perspectiva cartaginesa, ¿qué les iba ni qué les venía a los romanos si uno de sus generales destacados en Hispania atacaba a una ARS LONGA VITA BREVIS ciudad en defensa de unos amigos pro cartagineses, cuando no estaba atado por ningún tratado en sentido contrario? Los cartagineses, por su parte, respondieron al embajador que mejor escogiera él. Fabio alisó entonces el pliegue de su toga y se decantó por la guerra. Cap. 29: ANÍBAL Y ROMA La segunda guerra púnica, que se desencadenó a raíz de estos acontecimientos entre 218 y 202, tensó hasta el límite las energías de Roma, asoló Italia y acabó transformando los recursos de Roma, su extensión y sus ambiciones. Para nosotros, el héroe de esa guerra fue Aníbal, que apenas tenía veintinueve años cuando dio comienzo y dejó boquiabiertos a los romanos cruzando los Alpes y ofreciendo una vez más la «libertad», pero esta vez los beneficiarios de esa oferta eran los habitantes de toda la Península Italiana. No es de extrañar que su nombre fuera evocado luego por Napoleón durante la campaña transalpina análoga que emprendió para «liberar» Italia. Pero Aníbal sería recordado también por arrasar cuatrocientas ciudades y causar la muerte de trescientos mil italianos. Su gran victoria en Canas, en la que perecieron cuarenta y ocho mil soldados enemigos, es estudiada todavía en las academias militares de Occidente. Se calcula que la tasa de mortalidad durante esta batalla fue de quinientos individuos por minuto. Pero aun así, no ganó la guerra. Resultaron más héroes que él todavía los generales romanos: el noble Fabio Máximo, que supo convertir poco a poco la derrota en victoria por medio de una campaña de aplazamiento y dolorosa devastación, y el brillante y joven Escipión, que acabó invadiendo África y ganando la gran batalla final de Zama en 202. ¿Habló acaso el padre de Aníbal a su hijo de la posibilidad de cruzar un día los Alpes y vengar la anterior guerra (y la pérdida de Cerdeña) ante el estupor de Roma? Tal vez, y tal vez los romanos tuvieran motivos para estar nerviosos, especialmente cuando la zona septentrional de Italia, a los pies de los Alpes, se vio tan agitada por las tribus galas. Pero aun así, Roma se encontraba a muchos kilómetros de distancia y los territorios que controlaba sumaban unos veinticinco mil kilómetros cuadrados. Tras las numerosas conquistas y tratados que había hecho en Italia desde la década de 340, el número de los ciudadanos adultos que tenía en Italia ascendía a más de 270.000, incrementado por los de determinadas comunidades italianas. También podía contar con los habitantes de otras comunidades de la península como aliados (sociī). Los tratados firmados por los italianos con Roma no los obligaban al pago de tributos, pero sí a suministrar soldados para las guerras de Roma y subvenir a su mantenimiento. La cantidad de hombres suministrados por los aliados italianos ascendía a más de seiscientos mil, que venían a sumarse al de los ciudadanos romanos en constante aumento. Los terribles días de la década de 390, cuando unos cuantos galos lograron emigrar al sur y apoderarse del Capitolio de la propia Roma, pertenecían a otra época: el ejército potencial de Roma era enorme, muy superior a los 30.000-50.000 ciudadanos de los tiempos de la dominación de la Atenas clásica. [Aníbal cruza los Alpes y llega a Italia con su ejército] Durante los veinte años anteriores, las conquistas cartaginesas en Hispania habían procedido con lentitud. No obstante, sería en Hispania donde surgiera el máximo ARS LONGA VITA BREVIS adversario de Roma: el joven Aníbal cruzó el río Ebro en junio de 218 a.C. con cuarenta mil soldados y treinta y siete elefantes, sólo una parte del ejército de los generales cartagineses. A continuación pasó los Pirineos y a mediados de agosto había cruzado también el caudaloso río Ródano al norte de Aviñón transportando los elefantes en balsas camufladas (aunque algunos animales fueron presa del pánico y cruzaron a nado). Sus tropas eran muy inferiores a la cantidad potencial de hombres que tenía a su disposición Roma, y cuando emprendió la marcha hacia el norte siguiendo la ribera oriental del Ródano, el general romano que observaba sus movimientos, Escipión, probablemente no le atribuyera muchas probabilidades de llegar ni siquiera a Italia. Los Alpes se elevaban ante él cerrándole el paso, pero Aníbal dobló hacia el este y emprendió la ascensión, cruzando probablemente el Cenisio (según algunos por el paso de Savine Coche, a unos 2.300 metros de altura) a finales de octubre. En los Alpes se dijo luego que utilizó vinagre caliente para volar las rocas que le cortaban el paso (¿pero dónde habría encontrado leña suficiente para calentar la cantidad de vinagre necesaria para ello?). Los elefantes debieron de ayudar a desembarazar de obstáculos el camino e indudablemente espantarían a las tribus hostiles de la región. Cuando descendió a las llanuras que rodean Turín tenía sólo veinte mil soldados de infantería y seis mil de caballería; todavía no había perdido ningún elefante. Aunque su ejército había quedado reducido a la mitad, logró ganar la primera escaramuza que tuvo con las tropas romanas cerca del Po. Le siguió a finales de diciembre una aplastante victoria sobre un cónsul romano y todo su ejército junto al río Trebbia (cerca de Piacenza). Una clave de este éxito estuvo en el hecho de que logró doblar el número de sus tropas reclutando a los galos del norte de Italia, contrarios a Roma. Al principio habían dudado si debían unirse a él o no, pero se animaron a hacerlo al ver sus primeros éxitos y ante las tácticas terroristas empleadas con los que se negaron a ayudarle. Con su ejército de mercenarios africanos, españoles y galos, Aníbal tuvo conocimiento de que estaba urdiéndose un complot contra su vida, y se dice que en el campamento llevaba varias pelucas para disfrazarse y pasar desapercibido. El disfraz habría de resultar complicado, pues perdió un ojo mientras marchaba por los pantanos que circundan el río Arno. Para entonces había perdido también casi todos sus elefantes: sólo sobrevivieron al crudo invierno siete y de hecho Aníbal, el «general de los elefantes» más famoso de la historia, no volvió a utilizarlos en el campo de batalla. Sin embargo, los pocos (tal vez uno solo) que tenía a sus órdenes seguirían siendo un símbolo: las ciudades italianas que halló a su paso acuñaron monedas en las que aparecía un elefante, incluso un elefante indio (cuidado por un negro): quizá lo adquiriera a través del comercio con los Ptolomeos. De ser así, el animal habría sido uno de los grandes viajeros de la Antigüedad, pues habría ido desde Egipto hasta Italia. Quizá fuera uno llamado el Sirio, recordado como el más valiente en el campo de batalla. Tenía sólo un colmillo entero: ¿Lo montaría Aníbal, que por su parte tenía un solo ojo? En junio de 217, en el lago Trasimeno, en Etruria, el único ojo que le quedaba seguía viendo las cosas con toda claridad: Aníbal se aprovechó de la niebla y derrotó a otro cónsul romano y a un ejército todavía mayor demostrando que era más listo que todos ellos. ARS LONGA VITA BREVIS Los mejores soldados de Aníbal eran los de caballería, que contaban varios millares. Sus númidas del norte de África eran brillantes jinetes, capaces de guiar a sus caballos sin bridas mediante el hábil uso de las riendas neck-rein. Tenían una flexibilidad que las tropas montadas romanas e italianas no podían igualar. Sería, pues, por los caballos por lo que se haría famosa la marcha de Aníbal: cuando intentó llegar al litoral oriental de Italia, reanimó sus caballos con el contenido de las bodegas de la región: los bañó en vino añejo italiano, un tónico excelente para su piel. Personalmente, Aníbal no era aficionado a la bebida y su único lujo era la comida que consumía. Dejó incluso a su esposa ibérica en Cádiz. Se sabe que hasta tres años después, cuando se encontraba en Salapia, en el sur de Apulia, no sucumbió a los encantos de una mujer italiana, y se trataba de una prostituta. [Victoria de Aníbal en Canas, pero Roma no se rinde] En agosto de 216 Aníbal obtuvo su mayor victoria en Canas, en el sudeste de Italia, lanzando los cincuenta mil soldados más o menos que tenía en esos momentos contra un ejército romano mayor, formado probablemente por unos ochenta y siete mil hombres. Una vez más, su caballería móvil y su ingenioso orden de batalla se mostraron imbatibles. Tras un día de matanza, se cuenta que un cartaginés llamado Maharbal instó a Aníbal a marchar directamente contra Roma, situada a casi 400 km de distancia, donde habría podido cenar «en el Capitolio al cabo de cuatro días». Habría sido una sorprendente cena multiétnica con vistas sobre el Foro, pero Aníbal se echó atrás. En cambio, cosechó nuevos éxitos en el sur, sobre todo cuando logró arrancar a la poderosa ciudad de Capua de la alianza con los romanos. Sus soldados pasaron el invierno en esta ciudad, famosa desde hacía mucho tiempo por sus ambientes lujosos, entre los cuales destacaban un palacio del consejo llamado la «Casa Blanca», un gran mercado de perfumes y un tentador surtido de mujeres y mórbidos lechos. Los moralistas dirían después que aquel invierno en Capua lo corrompió, pero los «lujos» que con tanta frecuencia se mencionan no fueron en realidad la raíz de sus problemas. Estos fueron fundamentalmente de carácter político. Al entrar en Italia Aníbal había proclamado la libertad. Su lucha, según decía, no era contra Italia, sino contra Roma. Los prisioneros no romanos fueron generosamente liberados. Del mismo modo que había esperado sacar provecho de los galos, los enemigos de Roma al norte del Po (en lo que hoy día llamaríamos el «norte de Italia», aunque no se llamaba así entonces, sino Gallia Cisalpīna), esperaba también privar a Roma de muchos aliados y apoyos en todo el resto de Italia. Su hermano Magón fue enviado al sur de la península para que activara el antiguo territorio personal de Pirro y liberara también a las ciudades griegas. Se intentaría atraer a todas las comunidades ganadas por Roma a lo largo de los siglos IV y III a.C. entre otros Nápoles y Tarento. Se firmó incluso una alianza con el rey Filipo V de Macedonia, en el norte de Grecia. Evidentemente Aníbal no actuaba como un aventurero solitario, sin la aprobación del gobierno cartaginés de África: en 215 sus compatriotas lograron mandarle algunos elefantes más a través del sur de Italia. El tratado con Filipo pone de manifiesto el apoyo oficial con el que contaba. Tampoco pretendía arrasar Roma. El objetivo era dejarla con un papel dentro de Italia, pero sin confederación, como si fuera posible hacer volver atrás dos siglos a la historia. Ésa es en parte la razón de que Aníbal se negara a marchar precipitadamente sobre el Capitolio de Roma después de la victoria de Canas. ARS LONGA VITA BREVIS Si Aníbal hubiera vencido, la historia hasta los tiempos de Adriano habría sido completamente distinta. El cartaginés había oído hablar de Pirro; sabía hablar y leer en griego y llevaba consigo a varios historiadores de esta nacionalidad. Sin embargo, ¿se limitó a repetir los errores de Pirro? Se dice que éste fue un brillante jugador de dados que no supo explotar los resultados; también de Aníbal que sabía vencer, pero no sabía cómo utilizar una victoria. En realidad, el cartaginés tenía más cosas a su favor. A diferencia de Pirro, contaba con el pleno apoyo del gobierno establecido de su patria, que disponía de medios para enviarle refuerzos desde África y desde Hispania. Las victorias que cosechó no fueron «pírricas»: fueron triunfos aplastantes exclusivamente suyos. Ni Pirro ni Aníbal hicieron un uso decisivo de sus elefantes, pero el cartaginés era un auténtico rey de la caballería, igual que Alejandro Magno. Mientras que Pirro era un Aquiles homérico en el combate, Aníbal era un consumado tramposo, más parecido a Odiseo [Ulises]. Era un maestro de la emboscada, de los astutos planes de batalla y de las cartas falsas. Llegó incluso a atar teas encendidas de los cuernos de dos mil bueyes e hizo que unos pastores los condujeran en dirección contraria a la de su ejército en plena noche para que el enemigo confundiera las «luces» y la trayectoria seguida por sus tropas. Al igual que Pirro, llegó a pocos kilómetros de Roma (en 211, en el curso de una marcha de distracción en dirección al norte), pero en último término, lo mismo que la de Pirro, la suya fue de nuevo una «liberación traicionada». Incluso en el sur, hubo ciudades-estado griegas que no acabaron nunca de ponerse completamente de su lado. Tenían buenos motivos para estas vacilaciones. Fuera cual fuese la cultura personal de Aníbal, sus soldados eran en su mayoría bárbaros reclutados al azar que tenían muy poco encanto para los griegos astutos y civilizados o incluso para los latinos, los aliados más favorecidos de Roma. ¿Qué podía significar realmente la «libertad» cuando la ofrecía un galo salvaje o un oligarca cartaginés? Cuanto más tenía que esperar Aníbal, más devastación causaba en las zonas rurales, y, por otra parte, sus represalias en las ciudades capturadas podían ser terriblemente crueles. Pero sobre todo, el sur de Hispania quedó incomunicado con Italia gracias a la astucia de los generales cuyo mando en la zona fue prorrogado. Desde el primer momento, allá por 217, los dos viejos Escipiones, los generales romanos destacados en Hispania, se dieron cuenta de que debían mantener a sus tropas en la costa de la Península Ibérica para impedir que llegaran más soldados a Aníbal. Si el estratega cartaginés hubiera marchado precipitadamente sobre Roma después de Canas, habría encontrado el obstáculo de las murallas de la ciudad, muchos ciudadanos supervivientes y duras luchas callejeras. ¿Pero podría haber conseguido su propósito, lo mismo que los galos en 390 y sin la traición de las ocas del Capitolio? En el bando romano, se registraron terribles prodigios durante los años 218 y 217, como si los dioses quisieran hacer partícipe al pueblo de su inquietud: un niño de seis meses gritó «¡Triunfo!» en las calles de Roma; en las ciudades de Italia se creyó que el sol luchaba con la luna y se vieron unos escudos en el cielo. No obstante, como se cuenta que pronosticó Cíneas [enviado de Pirro ante el Senado], el monstruo de múltiples cabezas podía regenerar las que perdiera y seguir luchando. Sólo en Italia, se sacaron otra vez al campo de batalla cien mil soldados de condición ciudadana apenas un año después del desastre de Canas, además de los de Hispania y los que andaban ya a bordo de una flota de ciento cincuenta navíos diseminados por el Mediterráneo. En 214, un general romano, de la familia de los ARS LONGA VITA BREVIS Gracos, reclutó al menos a ocho mil esclavos y se los llevó consigo a Benevento, escenario de una de las antiguas victorias «pírricas». Esta vez, Graco consiguió una victoria decisiva sobre los cartagineses, causó gran mortandad entre ellos, y los beneventinos, agradecidos, ofrecieron un generoso banquete a sus soldados disponiendo para la ocasión las mesas en las calles de la ciudad. Graco liberó a los esclavos y mandó pintar un cuadro con la escena, en el que aparecían sus soldados-esclavos llevando a la cabeza gorras o pañuelos blancos; más tarde dedicó esta curiosa obra de arte en el templo de la Libertad en Roma. Con el fin de hacer frente a la crisis, se llevaron a cabo ritos excepcionales. Como se hiciera en la década de 220, fueron enterrados vivos en el Foro Boario (el mercado de ganado), en el centro de Roma, una pareja de griegos y una pareja de galos. Los sacrificios humanos no eran habituales en Roma, de modo que se les dejó morir de forma natural. También se trajeron refuerzos divinos, a la Venus del sector cartaginés de Sicilia y en 204 a la «Gran Madre» (Cibeles) y su piedra negra, procedente de Pérgamo, en Asia Menor (resultó que su culto era más salvaje de lo que los romanos se esperaban, con sus cantos exóticos y sus sacerdotes castrados por decisión propia). Incluso las mujeres aportaron su granito de arena, particularmente con himnos y procesiones en honor de Juno durante los últimos estadios de la guerra: Juno fue identificada con la diosa cartaginesa Astarté y los honores que se le rindieron probablemente contribuyeran a hacer que se pasara al bando de los romanos. Tampoco el espíritu financiero de Roma se dejó vencer. Cuando empezó la guerra, la ciudad ya no respondía a su viejo ideal de austeridad. En los alrededores del Foro se amontonaban ya las tiendas de artículos de lujo, elemento distintivo de la vida de Roma, cuyos habitantes eran en gran medida una «nación de tenderos». No obstante, después de Canas las mujeres romanas donaron todas sus joyas para que fueran fundidas y contribuir así al esfuerzo bélico (en el norte de África las mujeres hicieron lo mismo, pero fueron las africanas que ayudaron a los mercenarios en su sublevación contra Cartago). Los impuestos de los ciudadanos romanos fueron doblados y los ricos aceptaron incluso la obligación de pagar de su propio bolsillo a las tripulaciones de los barcos de guerra. En medio de la crisis se introdujo una nueva moneda de plata, el denario; seguiría formando parte del sistema monetario romano durante siglos. Por supuesto, seguía habiendo terreno abierto para el fraude de los que contrataban el suministro de víveres para los ejércitos en campaña, pero se desarrolló también un verdadero «espíritu de Dunkerque». El senado se negó incluso a rescatar a los romanos hechos prisioneros por Aníbal, incluso a los nobles, porque el dinero pagado por el rescate habría contribuido a fortalecerlo. [Roma toma la iniciativa: la victoria de Aníbal se ve cada vez más lejos] En 215, cuando todavía era posible enviar refuerzos (elefantes incluidos) a Aníbal desde África en barco, las posibilidades de victoria a largo plazo de Roma eran muy escasas. En el sur de Italia, la mayoría de Tarento se había puesto de parte de Cartago, sin duda porque aún se tenía memoria de la cruel conducta de los romanos con la ciudad allá por 280. Y lo que es más importante, el rey Hierón había muerto en Sicilia y Siracusa había hecho defección del bando romano. Pero a partir de 214 a.C. la flota romana retendría una porción lo suficientemente grande en la costa de Italia como para impedir que llegara ARS LONGA VITA BREVIS a sus enemigos más apoyo extranjero. A partir de ese momento, el control del mar por parte de Roma se revelaría trascendental, tanto en Italia como en Hispania. Por tierra, mientras tanto, Fabio Máximo insistía en la estrategia de arrasar los campos de cultivo y evitar la batalla en los términos planteados por Aníbal. Los cartagineses empezaron a sentirse acorralados. Para los romanos, el año 212-211 supuso un punto de inflexión. En Hispania, sus generales, los dos viejos Escipiones, perecieron en una misma derrota militar, pero su hijo y sobrino, el joven Publio Cornelio Escipión, adelantó la carrera política habitual y no tardó en ser nombrado general cuando tenía sólo veintitantos años. Demostró ser un genio audaz, al que adoraban las tropas y también (según se dice) los dioses. En Italia, mientras tanto, el hábil Fulvio Flaco reconquistó Capua y le impuso un feroz castigo. Pero sobre todo en Sicilia, el general Claudio Marcelo, tan riguroso como experimentado, atacó a la rebelde Siracusa. La ciudad no pudo ser salvada ni siquiera por la habilidad de Arquímedes, el famoso ingeniero griego originario de la isla; la anécdota de que fabricó unos espejos gigantescos para quemar con sus reflejos los barcos atacantes de los romanos no es más que una leyenda. Como en Capua, los romanos saquearon la ciudad con una brutalidad increíble. Cargamentos enteros de maravillosas obras de arte griegas fueron transportados en barco a Roma. Por primera vez, una gran ciudad griega sufrió la brutalidad de los descendientes enfurecidos de la loba, aunque se cuenta que Marcelo intentó moderar su conducta. [Roma contraataca: Escipión en África. La batalla de Zama] Aníbal pudo aún hacer algunas emboscadas eficaces y todavía en 208 los dos cónsules murieron en acción cada uno en un extremo de Italia. En el verano de 207, uno de sus hermanos logró por fin llevarle a Italia refuerzos (y nuevos elefantes) desde Hispania. Sin embargo, sus mensajes fueron interceptados y los romanos lo derrotaron en el curso de un rápido contraataque en la costa oriental de Italia, cortándole el paso a la altura del río Metauro, en Umbría. Aquélla fue la última oportunidad de los cartagineses y, al no poder recibir más refuerzos, Aníbal se convertiría en una especie de llaga molesta en la punta de la bota de la Península Italiana. En 205 el joven Escipión se trasladó a Sicilia, adiestró a una tropa de caballería y luego tuvo la audacia de cruzar a África en 204. Durante su campaña en Hispania, había estrechado los lazos de amistad con un príncipe norteafricano que le resultaría útilísimo, el númida Masinisa. Como Hierón en Sicilia, Masinisa prestaría apoyo a Roma durante casi cincuenta años. En suelo africano, su caballería resultaría una aliada trascendental y en 202 Aníbal (que había podido al fin salir del sur de Italia) sufrió una derrota decisiva. Había logrado reunir ochenta elefantes africanos, pero, como los de Pirro, acabaron saliendo en estampida y causando más daños a sus dueños que a los romanos, aunque el padre de Aníbal había inventado un método consistente en clavar lanzas en los cráneos de los animales que salieran huyendo despavoridos y empezaran a cargar contra sus propios cuidadores. Tanto en Cartago como en Roma, las cosas no habían resultado fáciles para la política belicista ni para los generales. Aníbal tuvo siempre enemigos, y en Roma el sistema había tenido que dar pruebas de gran flexibilidad. Pues, en efecto, la «lucha de los órdenes» no había cesado con la derrota de Pirro. En principio, las decisiones del pueblo en Roma ARS LONGA VITA BREVIS eran ahora vinculantes y había senadores ambiciosos dispuestos a llevar este sistema por unos derroteros más «populares». No obstante, a la hora de afrontar la crisis las «tradiciones» romanas demostraron ser bastante adaptables. Se reclutaron esclavos como soldados; se nombró un dictador, y luego, cosa que no había ocurrido nunca hasta entonces, dos a la vez; cuando el conservador Fabio Máximo impugnó a un candidato electo al consulado apelando a irregularidades de carácter religioso, se le permitió (sólo por esta vez) sustituirlo por el individuo que él propuso. Incluso el gran Escipión se saltó el reglamento y fue nombrado directamente general de un ejército después de desempeñar sólo un cargo político de rango inferior, llegando a ser saludado como «rey» por sus soldados en Hispania (como buen romano, rechazó la oferta). Mirando las cosas retrospectivamente, el historiador griego Polibio situaba el mejor momento de la «constitución» romana en la época del desastre de Canas. Examinada más atentamente, lo cierto es que aún se veía acosada por las contradicciones de su propio desarrollo. Se salvó gracias a su flexibilidad y a su capacidad suprema de absorber novedades y hacer excepciones. [Consecuencias de la segunda guerra púnica] Las consecuencias de la segunda guerra púnica han sido muy estudiadas por los historiadores modernos, pero lo cierto es que su impacto sobre Italia fue muy duradero. Ninguno de los aliados más inmediatos de Roma, las ciudades latinas, se pasó a Aníbal, pese al hastío de la guerra provocado por las infinitas llamadas de Roma al reclutamiento de nuevas tropas. Como en otros lugares, las clases altas de la región prefirieron la protección y el apoyo bien conocidos de Roma antes que la perspectiva de libertad para sus clases humildes, sobre todo si contaban con el respaldo de los salvajes galos y los cartagineses. En el sur de Italia, la defección de la población y su paso al bando de Cartago fueron más evidentes, pero Roma se vengó ferozmente de su deslealtad. La prolongada presencia de Aníbal en el sur de la Península supuso un gran peso para la agricultura de la región y causó una gran devastación. En represalia, Roma confiscó una porción considerable del territorio y lo convirtió en tierras públicas. Los campesinos sufrieron enormes pérdidas en muchos lugares, o se refugiaron en las ciudades. Los romanos ricos explotarían luego estas nuevas tierras públicas por medio de esclavos, el principal fruto obtenido de la conquista militar. En algunas zonas del sur, el «legado de Aníbal» probablemente significara un cambio a largo plazo de las explotaciones agrícolas y de la utilización de la tierra; el aprovechamiento de los rebaños de ganado mayor y menor se incrementó superando a la actividad agrícola, y en adelante los animales serían apacentados por esclavos, no por campesinos libres. En cuanto a Cartago, la derrota significó tener que entregar sus elefantes de guerra y prometer no volver a adiestrar ningún animal más: los paquidermos desaparecieron de su ejército, mientras que los que aún quedaban vivos fueron enviados a Roma para dar mayor lustre al triunfo espectacular celebrado por el joven Escipión. La pérdida de la guerra no dio lugar a la total decadencia urbana de Cartago, pero la obligó a pagar unas indemnizaciones mucho mayores a sus vencedores, los romanos. Convirtió asimismo a Aníbal en el primer guerrero global de la historia. Durante más de treinta años estuvo fuera de Cartago, combatiendo en Hispania, en los Alpes, y por fin en Italia. Las condiciones de paz definitivas de Roma no obligaban a Cartago a entregarlo ARS LONGA VITA BREVIS personalmente; el sistema político cartaginés siguió funcionando y Aníbal desempeñó el cargo de magistrado encargado de su reforma. Hasta seis años después no fue obligado a abandonar la ciudad, y en esta ocasión debido a las instigaciones de sus enemigos cartagineses. Supuestamente era demasiado popular. Se dirigió a Oriente, donde se puso al servicio del segundo mayor adversario de Roma, el rey Antíoco III, de la dinastía Seléucida, en Asia Menor y en Grecia. Tras un primer desvío por Siria, acabó prestando sus servicios primero en Armenia y luego en Bitinia (en el noroeste de la actual Turquía), donde se le atribuyen proyectos de fundación de nuevas ciudades, que él mismo ayudó a diseñar. Finalmente, a los sesenta y siete años, fue envenenado en la corte de Bitinia debido al temor a las represalias que infundió en los cortesanos la llegada de una embajada romana. Se descubrió que el viejo general cartaginés se había construido una especie de fortaleza con siete galerías subterráneas, un verdadero bunker para el enemigo más poderoso de Roma. No se había apoderado de botines ni riquezas para sí mismo. Análogamente, cuando su vencedor, Escipión, murió, se descubrió que su casa era un sencillo fortín provisto de torreones, con una sala de baño oscura y anticuada. Los dos habían sido dignos adversarios uno de otro, pero el recuerdo de Aníbal seguiría inquietando a Roma. Muchos años después, ya en la última década del siglo I d. C, se dice que un senador romano guardaba como un tesoro una serie de mapas del mundo y de discursos de los grandes reyes y generales del pasado, y que tenía dos esclavos domésticos a los que había puesto el nombre de Aníbal y Magón. Aquello fue motivo suficiente para que el receloso emperador romano que ocupaba el trono lo mandara ejecutar. La BBC hizo una película sobre Aníbal: https://www.youtube.com/watch?v=U7vOPMEXTFc