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ARS LONGA VITA BREVIS
UNAS PÁGINAS DE
EL MUNDO CLÁSICO. LA EPOPEYA DE GRECIA Y ROMA,
DE ROBIN LANE FOX
II
N. B.: Los subrayados son del profesor, A. G. Todas las fechas son antes de Cristo.
 Cap. 28: LIBERACIÓN EN EL SUR
(...)
[Cartago]
Al invadir Sicilia, Roma se ganó un nuevo enemigo, Cartago. Esta ciudad tenía desde
hacía tiempo deseos de adueñarse de toda la isla, pero desde que fracasaran las armadas
que envió contra los griegos sicilianos en 480 (y de nuevo en 410 a.C.) no había insistido
en hacerlos realidad. Mientras tanto, había seguido desarrollándose económica y
políticamente en el norte de África. Databa de hacía largo tiempo su presencia en el sur
de Hispania, zona particularmente rica en metales; había intensificado asimismo su
presencia en su hinterland norteafricano, donde los cartagineses ricos explotaban fincas
agrícolas trabajadas por esclavos; y como había hecho con anterioridad, seguía
controlando el noroeste de Sicilia y también la isla de Cerdeña y sus abundantes recursos
mineros. En cuanto a sus tropas, se apoyaba fundamentalmente en los mercenarios que
contrataba en el norte de África gracias a su excedente de riqueza: a decir verdad, llevó a
cabo una verdadera «privatización» de la guerra. Pero los mercenarios constituían
siempre una posible fuente de disturbios y en cualquier momento podían preferir seguir
a sus propios generales antes que obedecer al Estado cartaginés. La constitución
cartaginesa había desarrollado una serie de consejos y magistraturas que servían de freno
y de contrapeso a los intentos de golpe de Estado de cualquier individuo, aunque contara
con el apoyo de los mercenarios. El propio Aristóteles había admirado su sistema. Hacia
260 a. C. muchos ciudadanos ilustres de Cartago eran hombres cultos. Uno de ellos
escribió una excelente obra bastante extensa sobre la agricultura (los romanos la
traducirían más tarde del púnico al latín). Otro relataba (sin duda correctamente) el
sorprendente viaje de Hanón de Cartago y su flota (acaso hacia 400 a.C.) por el Atlántico,
hasta llegar a las costas de África occidental, más allá del Senegal. Se trataba de una
empresa que excedía con mucho los horizontes de cualquier romano, y en la que se había
producido incluso el encuentro cerca de la costa de África con una tribu de «mujeres»
peludas a las que los hombres de Hanón llamaron «gorilas» (origen del nombre que
nosotros utilizamos para designar al animal).
Situada como estaba cerca de la parte griega de Sicilia, Cartago había tenido siempre una
numerosa comunidad griega. Las mansiones de las familias ricas de la ciudad eran
famosas por sus hermosas alfombras, su oro y su derroche de lujo, pero estaban abiertas
también a los estilos helénicos. Exhibían esculturas griegas de carácter ornamental para
deleite de sus propietarios, que a veces habían recibido incluso educación griega: no es de
extrañar que una generación más tarde el joven Aníbal tuviera un preceptor griego y que
durante su viaje lo acompañara un historiador de esta misma nacionalidad. La
«crueldad» y el carácter «traicionero» de Cartago eran legendarios entre sus enemigos, a
veces sin motivo. Sin embargo, los griegos también habían observado atinadamente que
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los cartagineses conservaban la vieja costumbre oriental de sacrificar niños a los dioses,
especialmente en tiempos de crisis. La arqueología de las necrópolis cartaginesas
respalda esta observación, aunque probablemente sólo sea una elaboración griega el
detalle de que, mientras mataban a los niños, se tocaba música para amortiguar los gritos
de las madres.
[La primera guerra púnica]
La primera guerra púnica se desencadenó a raíz de la entrada ilegal de Roma en Sicilia y
se prolongó de 264 a 241 a.C. Fue el conflicto continuado más largo de la historia clásica.
Los hijos de la loba de Roma encontraron en Cartago un digno rival, y ambos bandos se
mostraron muy innovadores. Tras observar las acciones de Pirro en Sicilia, los
cartagineses habían añadido un arma nueva a su ejército: el elefante de las selvas, que
todavía se daba en algunas zonas del norte de África (entre otras, como bien sabía
Aristóteles, Marruecos). Como la primera guerra púnica se centró en Sicilia, también los
romanos se vieron obligados a dar un paso audaz: la construcción de su primera gran
flota. Se apoyaron en la ayuda prestada por sus aliados griegos y del sur de Italia (y se
dice que utilizaron como modelo un barco de guerra cartaginés que lograron capturar) y,
una vez acabada su construcción, confiaron en buena medida su mando a
experimentados italianos de la costa. Por consiguiente, en 256 los generales romanos
tenían ya la confianza en sí mismos suficiente para arriesgarse a realizar una travesía de
cuatro días a mar abierto e invadir el territorio norteafricano de Cartago. Pero la empresa
fracasó, en parte porque los cartagineses contaban como asesor militar con un experto
espartano. El general de los romanos fue el famoso Marco Atilio Régulo, al que hicieron
prisionero los cartagineses, aunque es una simple leyenda, propagada luego por sus
descendientes, la anécdota de que sus captores lo enviaron a negociar a Roma, donde
aconsejó a sus compatriotas que no hicieran ninguna concesión, y que a continuación
regresó a Cartago para enfrentarse heroicamente a una muerte inevitable. En realidad,
Régulo murió en la región y su viuda torturó a dos prisioneros cartagineses en venganza.
Aquella larga guerra tuvo importantes consecuencias económicas. En Sicilia y Cartago,
los ejércitos romanos capturaron e hicieron esclavos a miles y miles de individuos,
muchos más de los que habían llegado a capturar nunca en Italia. Esclavizaron incluso a
toda la población de la refinada ciudad griega de Acragante (Agrigento). Muchos de esos
prisioneros fueron vendidos luego como esclavos, pero como Acragante fue repoblada
poco después, los demás griegos probablemente rescataran a los antiguos habitantes de la
ciudad en su empeño por salvarlos. No obstante, muchos de los restantes esclavos de
Acragante seguramente fueron conducidos a Italia, al igual que muchos cautivos
procedentes de Cartago, convertidos en botín de los romanos ricos. La mayoría de esos
esclavos habían trabajado ya en el campo y por consiguiente se dedicarían también a la
agricultura al servicio de los romanos. Incrementarían así la capacidad de Roma de
enviar a luchar en ultramar a numerosos contingentes de soldados libres (que, de lo
contrario, habrían tenido que dedicarse a las labores agrícolas). Es indudable, por tanto,
que los romanos ricos, que ya utilizaban esclavos, se convirtieran así en una sociedad
esclavista a gran escala.
Cartago, en cambio, perdió la guerra tras la gran victoria naval obtenida por Roma en
242-241 y se vio obligada a pagar una enorme indemnización. No tuvo más remedio que
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evacuar Sicilia (después de quinientos años de ocupación de varias partes de la isla), y se
vio abocada a soportar una durísima guerra en África contra los mercenarios extranjeros
en los que hasta entonces se había basado su ejército. Las condiciones de paz opresivas a
menudo fomentan la venganza, y eso fue lo que sucedió sobre todo cuando los romanos
se apoderaron fríamente de las valiosas posesiones de Cartago en Cerdeña ya en la
década de 230, cuando estaba llegando a su fin la guerra de los cartagineses contra sus
mercenarios africanos. En respuesta a aquella acción, los miembros de una ilustre familia
cartaginesa, los Bárcidas, se trasladaron a Hispania provistos de tropas y elefantes de
guerra con la intención de recuperar parte del prestigio perdido de su ciudad e
indudablemente también de comprobar hasta dónde podían llegar sus éxitos. Se cuenta
que, al partir, el padre, Amílcar Barca, hizo jurar ante un altar a su hijo, de sólo nueve
años, que «jamás sería amigo de los romanos». Para que nos hagamos una idea de la
«perfidia» de Cartago, aquel niño, Aníbal, nunca traicionó el juramento que su padre le
obligó a prestar.
[Estalla la segunda guerra púnica]
Durante casi veinte años (de 237 a 219) esta tropa cartaginesa realizó diversas conquistas
en el sur de Hispania. Se fundaron dos nuevas ciudades en la Península, Nueva Cartago
(Carthāgō Nova, la actual Cartagena) y Bello Acantilado (Ἄκρα Λευκή, quizá la moderna
Alicante). En 226, sin embargo, llegó a Hispania una delegación romana y dijo secamente
al general cartaginés que «no cruzara el río Ebro», situado en la ruta que va por el
nordeste del país a los Pirineos y por lo tanto, en último término, en dirección a Italia.
Pero como en Sicilia en 264, los romanos se atuvieron a lo pactado aceptando la petición
de ayuda enviada por una ciudad situada bastante lejos, en el lado «cartaginés» del Ebro.
En efecto, una turbulenta facción de la ciudad no griega de Sagunto apeló a la «buena fe»
de Roma frente a sus enemigos pro cartagineses. Los romanos aceptaron la solicitud de
socorro y con ello desatarían un sinfín de justificaciones y descargos por parte de los
historiadores latinos de época posterior, dispuestos a toda costa a dar por buena la
actuación injusta de Roma. Desde la perspectiva de Aníbal, la conducta de Roma
constituía una injerencia injustificable en un territorio que era suyo. Aquella resolución
había sido tomada con el fin de apoyar a un grupo que había agredido a unos buenos
amigos de Cartago en una ciudad que no pertenecía legítimamente, ni mucho menos, a
Roma. Aníbal decidió, pues, poner sitio a Sagunto.
Roma no estaba, que digamos, en condiciones de afrontar un nuevo conflicto de grandes
proporciones. Había tenido que volcar su atención en los graves problemas planteados
por las turbulentas tribus galas del norte de Italia y en 219 distaba mucho de estar segura
en ese frente. Estaba ocupada asimismo con un plan de intervención al otro lado del
Adriático, en Grecia. Sin embargo, ninguna de estas distracciones la hizo vacilar en
Occidente. Se dejaron oír algunas voces de cautela en el senado, pero, como respuesta al
asedio de Sagunto por parte de Aníbal, los romanos decidieron enviar a Cartago una
embajada. Ninguno de los legados sabía hablar la lengua del país, pero uno de ellos era
bastante competente en la otra lengua de los senadores de Cartago, es decir, el griego.
«Aquí os traemos la paz y la guerra», dijo Fabio (que pertenecía a una familia que
hablaba el griego en la intimidad del hogar), y haciendo con una mano un pliegue en su
toga añadió: «Escoged lo que os plazca». Desde la perspectiva cartaginesa, ¿qué les iba ni
qué les venía a los romanos si uno de sus generales destacados en Hispania atacaba a una
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ciudad en defensa de unos amigos pro cartagineses, cuando no estaba atado por ningún
tratado en sentido contrario? Los cartagineses, por su parte, respondieron al embajador
que mejor escogiera él. Fabio alisó entonces el pliegue de su toga y se decantó por la
guerra.
 Cap. 29: ANÍBAL Y ROMA
La segunda guerra púnica, que se desencadenó a raíz de estos acontecimientos entre 218
y 202, tensó hasta el límite las energías de Roma, asoló Italia y acabó transformando los
recursos de Roma, su extensión y sus ambiciones. Para nosotros, el héroe de esa guerra
fue Aníbal, que apenas tenía veintinueve años cuando dio comienzo y dejó boquiabiertos
a los romanos cruzando los Alpes y ofreciendo una vez más la «libertad», pero esta vez
los beneficiarios de esa oferta eran los habitantes de toda la Península Italiana. No es de
extrañar que su nombre fuera evocado luego por Napoleón durante la campaña
transalpina análoga que emprendió para «liberar» Italia. Pero Aníbal sería recordado
también por arrasar cuatrocientas ciudades y causar la muerte de trescientos mil
italianos. Su gran victoria en Canas, en la que perecieron cuarenta y ocho mil soldados
enemigos, es estudiada todavía en las academias militares de Occidente. Se calcula que la
tasa de mortalidad durante esta batalla fue de quinientos individuos por minuto. Pero
aun así, no ganó la guerra. Resultaron más héroes que él todavía los generales romanos:
el noble Fabio Máximo, que supo convertir poco a poco la derrota en victoria por medio
de una campaña de aplazamiento y dolorosa devastación, y el brillante y joven Escipión,
que acabó invadiendo África y ganando la gran batalla final de Zama en 202.
¿Habló acaso el padre de Aníbal a su hijo de la posibilidad de cruzar un día los Alpes y
vengar la anterior guerra (y la pérdida de Cerdeña) ante el estupor de Roma? Tal vez, y
tal vez los romanos tuvieran motivos para estar nerviosos, especialmente cuando la zona
septentrional de Italia, a los pies de los Alpes, se vio tan agitada por las tribus galas. Pero
aun así, Roma se encontraba a muchos kilómetros de distancia y los territorios que
controlaba sumaban unos veinticinco mil kilómetros cuadrados. Tras las numerosas
conquistas y tratados que había hecho en Italia desde la década de 340, el número de los
ciudadanos adultos que tenía en Italia ascendía a más de 270.000, incrementado por los
de determinadas comunidades italianas. También podía contar con los habitantes de
otras comunidades de la península como aliados (sociī). Los tratados firmados por los
italianos con Roma no los obligaban al pago de tributos, pero sí a suministrar soldados
para las guerras de Roma y subvenir a su mantenimiento. La cantidad de hombres
suministrados por los aliados italianos ascendía a más de seiscientos mil, que venían a
sumarse al de los ciudadanos romanos en constante aumento. Los terribles días de la
década de 390, cuando unos cuantos galos lograron emigrar al sur y apoderarse del
Capitolio de la propia Roma, pertenecían a otra época: el ejército potencial de Roma era
enorme, muy superior a los 30.000-50.000 ciudadanos de los tiempos de la dominación de
la Atenas clásica.
[Aníbal cruza los Alpes y llega a Italia con su ejército]
Durante los veinte años anteriores, las conquistas cartaginesas en Hispania habían
procedido con lentitud. No obstante, sería en Hispania donde surgiera el máximo
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adversario de Roma: el joven Aníbal cruzó el río Ebro en junio de 218 a.C. con cuarenta
mil soldados y treinta y siete elefantes, sólo una parte del ejército de los generales
cartagineses. A continuación pasó los Pirineos y a mediados de agosto había cruzado
también el caudaloso río Ródano al norte de Aviñón transportando los elefantes en balsas
camufladas (aunque algunos animales fueron presa del pánico y cruzaron a nado). Sus
tropas eran muy inferiores a la cantidad potencial de hombres que tenía a su disposición
Roma, y cuando emprendió la marcha hacia el norte siguiendo la ribera oriental del
Ródano, el general romano que observaba sus movimientos, Escipión, probablemente no
le atribuyera muchas probabilidades de llegar ni siquiera a Italia. Los Alpes se elevaban
ante él cerrándole el paso, pero Aníbal dobló hacia el este y emprendió la ascensión,
cruzando probablemente el Cenisio (según algunos por el paso de Savine Coche, a unos
2.300 metros de altura) a finales de octubre.
En los Alpes se dijo luego que utilizó vinagre caliente para volar las rocas que le cortaban
el paso (¿pero dónde habría encontrado leña suficiente para calentar la cantidad de
vinagre necesaria para ello?). Los elefantes debieron de ayudar a desembarazar de
obstáculos el camino e indudablemente espantarían a las tribus hostiles de la región.
Cuando descendió a las llanuras que rodean Turín tenía sólo veinte mil soldados de
infantería y seis mil de caballería; todavía no había perdido ningún elefante. Aunque su
ejército había quedado reducido a la mitad, logró ganar la primera escaramuza que tuvo
con las tropas romanas cerca del Po. Le siguió a finales de diciembre una aplastante
victoria sobre un cónsul romano y todo su ejército junto al río Trebbia (cerca de
Piacenza). Una clave de este éxito estuvo en el hecho de que logró doblar el número de
sus tropas reclutando a los galos del norte de Italia, contrarios a Roma. Al principio
habían dudado si debían unirse a él o no, pero se animaron a hacerlo al ver sus primeros
éxitos y ante las tácticas terroristas empleadas con los que se negaron a ayudarle.
Con su ejército de mercenarios africanos, españoles y galos, Aníbal tuvo conocimiento de
que estaba urdiéndose un complot contra su vida, y se dice que en el campamento
llevaba varias pelucas para disfrazarse y pasar desapercibido. El disfraz habría de
resultar complicado, pues perdió un ojo mientras marchaba por los pantanos que
circundan el río Arno. Para entonces había perdido también casi todos sus elefantes: sólo
sobrevivieron al crudo invierno siete y de hecho Aníbal, el «general de los elefantes» más
famoso de la historia, no volvió a utilizarlos en el campo de batalla. Sin embargo, los
pocos (tal vez uno solo) que tenía a sus órdenes seguirían siendo un símbolo: las ciudades
italianas que halló a su paso acuñaron monedas en las que aparecía un elefante, incluso
un elefante indio (cuidado por un negro): quizá lo adquiriera a través del comercio con
los Ptolomeos. De ser así, el animal habría sido uno de los grandes viajeros de la
Antigüedad, pues habría ido desde Egipto hasta Italia. Quizá fuera uno llamado el Sirio,
recordado como el más valiente en el campo de batalla. Tenía sólo un colmillo entero: ¿Lo
montaría Aníbal, que por su parte tenía un solo ojo? En junio de 217, en el lago
Trasimeno, en Etruria, el único ojo que le quedaba seguía viendo las cosas con toda
claridad: Aníbal se aprovechó de la niebla y derrotó a otro cónsul romano y a un ejército
todavía mayor demostrando que era más listo que todos ellos.
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Los mejores soldados de Aníbal eran los de caballería, que contaban varios millares. Sus
númidas del norte de África eran brillantes jinetes, capaces de guiar a sus caballos sin
bridas mediante el hábil uso de las riendas neck-rein. Tenían una flexibilidad que las
tropas montadas romanas e italianas no podían igualar. Sería, pues, por los caballos por
lo que se haría famosa la marcha de Aníbal: cuando intentó llegar al litoral oriental de
Italia, reanimó sus caballos con el contenido de las bodegas de la región: los bañó en vino
añejo italiano, un tónico excelente para su piel. Personalmente, Aníbal no era aficionado a
la bebida y su único lujo era la comida que consumía. Dejó incluso a su esposa ibérica en
Cádiz. Se sabe que hasta tres años después, cuando se encontraba en Salapia, en el sur de
Apulia, no sucumbió a los encantos de una mujer italiana, y se trataba de una prostituta.
[Victoria de Aníbal en Canas, pero Roma no se rinde]
En agosto de 216 Aníbal obtuvo su mayor victoria en Canas, en el sudeste de Italia,
lanzando los cincuenta mil soldados más o menos que tenía en esos momentos contra un
ejército romano mayor, formado probablemente por unos ochenta y siete mil hombres.
Una vez más, su caballería móvil y su ingenioso orden de batalla se mostraron
imbatibles. Tras un día de matanza, se cuenta que un cartaginés llamado Maharbal instó
a Aníbal a marchar directamente contra Roma, situada a casi 400 km de distancia, donde
habría podido cenar «en el Capitolio al cabo de cuatro días». Habría sido una
sorprendente cena multiétnica con vistas sobre el Foro, pero Aníbal se echó atrás. En
cambio, cosechó nuevos éxitos en el sur, sobre todo cuando logró arrancar a la poderosa
ciudad de Capua de la alianza con los romanos. Sus soldados pasaron el invierno en esta
ciudad, famosa desde hacía mucho tiempo por sus ambientes lujosos, entre los cuales
destacaban un palacio del consejo llamado la «Casa Blanca», un gran mercado de
perfumes y un tentador surtido de mujeres y mórbidos lechos. Los moralistas dirían
después que aquel invierno en Capua lo corrompió, pero los «lujos» que con tanta
frecuencia se mencionan no fueron en realidad la raíz de sus problemas.
Estos fueron fundamentalmente de carácter político. Al entrar en Italia Aníbal había
proclamado la libertad. Su lucha, según decía, no era contra Italia, sino contra Roma. Los
prisioneros no romanos fueron generosamente liberados. Del mismo modo que había
esperado sacar provecho de los galos, los enemigos de Roma al norte del Po (en lo que
hoy día llamaríamos el «norte de Italia», aunque no se llamaba así entonces, sino Gallia
Cisalpīna), esperaba también privar a Roma de muchos aliados y apoyos en todo el resto
de Italia. Su hermano Magón fue enviado al sur de la península para que activara el
antiguo territorio personal de Pirro y liberara también a las ciudades griegas. Se
intentaría atraer a todas las comunidades ganadas por Roma a lo largo de los siglos IV y
III a.C. entre otros Nápoles y Tarento. Se firmó incluso una alianza con el rey Filipo V de
Macedonia, en el norte de Grecia. Evidentemente Aníbal no actuaba como un aventurero
solitario, sin la aprobación del gobierno cartaginés de África: en 215 sus compatriotas
lograron mandarle algunos elefantes más a través del sur de Italia. El tratado con Filipo
pone de manifiesto el apoyo oficial con el que contaba. Tampoco pretendía arrasar Roma.
El objetivo era dejarla con un papel dentro de Italia, pero sin confederación, como si fuera
posible hacer volver atrás dos siglos a la historia. Ésa es en parte la razón de que Aníbal
se negara a marchar precipitadamente sobre el Capitolio de Roma después de la victoria
de Canas.
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Si Aníbal hubiera vencido, la historia hasta los tiempos de Adriano habría sido
completamente distinta. El cartaginés había oído hablar de Pirro; sabía hablar y leer en
griego y llevaba consigo a varios historiadores de esta nacionalidad. Sin embargo, ¿se
limitó a repetir los errores de Pirro? Se dice que éste fue un brillante jugador de dados
que no supo explotar los resultados; también de Aníbal que sabía vencer, pero no sabía
cómo utilizar una victoria. En realidad, el cartaginés tenía más cosas a su favor. A
diferencia de Pirro, contaba con el pleno apoyo del gobierno establecido de su patria, que
disponía de medios para enviarle refuerzos desde África y desde Hispania. Las victorias
que cosechó no fueron «pírricas»: fueron triunfos aplastantes exclusivamente suyos. Ni
Pirro ni Aníbal hicieron un uso decisivo de sus elefantes, pero el cartaginés era un
auténtico rey de la caballería, igual que Alejandro Magno. Mientras que Pirro era un
Aquiles homérico en el combate, Aníbal era un consumado tramposo, más parecido a
Odiseo [Ulises]. Era un maestro de la emboscada, de los astutos planes de batalla y de las
cartas falsas. Llegó incluso a atar teas encendidas de los cuernos de dos mil bueyes e hizo
que unos pastores los condujeran en dirección contraria a la de su ejército en plena noche
para que el enemigo confundiera las «luces» y la trayectoria seguida por sus tropas. Al
igual que Pirro, llegó a pocos kilómetros de Roma (en 211, en el curso de una marcha de
distracción en dirección al norte), pero en último término, lo mismo que la de Pirro, la
suya fue de nuevo una «liberación traicionada». Incluso en el sur, hubo ciudades-estado
griegas que no acabaron nunca de ponerse completamente de su lado.
Tenían buenos motivos para estas vacilaciones. Fuera cual fuese la cultura personal de
Aníbal, sus soldados eran en su mayoría bárbaros reclutados al azar que tenían muy poco
encanto para los griegos astutos y civilizados o incluso para los latinos, los aliados más
favorecidos de Roma. ¿Qué podía significar realmente la «libertad» cuando la ofrecía un
galo salvaje o un oligarca cartaginés? Cuanto más tenía que esperar Aníbal, más
devastación causaba en las zonas rurales, y, por otra parte, sus represalias en las ciudades
capturadas podían ser terriblemente crueles. Pero sobre todo, el sur de Hispania quedó
incomunicado con Italia gracias a la astucia de los generales cuyo mando en la zona fue
prorrogado. Desde el primer momento, allá por 217, los dos viejos Escipiones, los
generales romanos destacados en Hispania, se dieron cuenta de que debían mantener a
sus tropas en la costa de la Península Ibérica para impedir que llegaran más soldados a
Aníbal. Si el estratega cartaginés hubiera marchado precipitadamente sobre Roma
después de Canas, habría encontrado el obstáculo de las murallas de la ciudad, muchos
ciudadanos supervivientes y duras luchas callejeras. ¿Pero podría haber conseguido su
propósito, lo mismo que los galos en 390 y sin la traición de las ocas del Capitolio?
En el bando romano, se registraron terribles prodigios durante los años 218 y 217, como si
los dioses quisieran hacer partícipe al pueblo de su inquietud: un niño de seis meses gritó
«¡Triunfo!» en las calles de Roma; en las ciudades de Italia se creyó que el sol luchaba con
la luna y se vieron unos escudos en el cielo. No obstante, como se cuenta que pronosticó
Cíneas [enviado de Pirro ante el Senado], el monstruo de múltiples cabezas podía regenerar
las que perdiera y seguir luchando. Sólo en Italia, se sacaron otra vez al campo de batalla
cien mil soldados de condición ciudadana apenas un año después del desastre de Canas,
además de los de Hispania y los que andaban ya a bordo de una flota de ciento cincuenta
navíos diseminados por el Mediterráneo. En 214, un general romano, de la familia de los
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Gracos, reclutó al menos a ocho mil esclavos y se los llevó consigo a Benevento, escenario
de una de las antiguas victorias «pírricas». Esta vez, Graco consiguió una victoria
decisiva sobre los cartagineses, causó gran mortandad entre ellos, y los beneventinos,
agradecidos, ofrecieron un generoso banquete a sus soldados disponiendo para la
ocasión las mesas en las calles de la ciudad. Graco liberó a los esclavos y mandó pintar un
cuadro con la escena, en el que aparecían sus soldados-esclavos llevando a la cabeza
gorras o pañuelos blancos; más tarde dedicó esta curiosa obra de arte en el templo de la
Libertad en Roma.
Con el fin de hacer frente a la crisis, se llevaron a cabo ritos excepcionales. Como se
hiciera en la década de 220, fueron enterrados vivos en el Foro Boario (el mercado de
ganado), en el centro de Roma, una pareja de griegos y una pareja de galos. Los
sacrificios humanos no eran habituales en Roma, de modo que se les dejó morir de forma
natural. También se trajeron refuerzos divinos, a la Venus del sector cartaginés de Sicilia
y en 204 a la «Gran Madre» (Cibeles) y su piedra negra, procedente de Pérgamo, en Asia
Menor (resultó que su culto era más salvaje de lo que los romanos se esperaban, con sus
cantos exóticos y sus sacerdotes castrados por decisión propia). Incluso las mujeres
aportaron su granito de arena, particularmente con himnos y procesiones en honor de
Juno durante los últimos estadios de la guerra: Juno fue identificada con la diosa
cartaginesa Astarté y los honores que se le rindieron probablemente contribuyeran a
hacer que se pasara al bando de los romanos.
Tampoco el espíritu financiero de Roma se dejó vencer. Cuando empezó la guerra, la
ciudad ya no respondía a su viejo ideal de austeridad. En los alrededores del Foro se
amontonaban ya las tiendas de artículos de lujo, elemento distintivo de la vida de Roma,
cuyos habitantes eran en gran medida una «nación de tenderos». No obstante, después
de Canas las mujeres romanas donaron todas sus joyas para que fueran fundidas y
contribuir así al esfuerzo bélico (en el norte de África las mujeres hicieron lo mismo, pero
fueron las africanas que ayudaron a los mercenarios en su sublevación contra Cartago).
Los impuestos de los ciudadanos romanos fueron doblados y los ricos aceptaron incluso
la obligación de pagar de su propio bolsillo a las tripulaciones de los barcos de guerra. En
medio de la crisis se introdujo una nueva moneda de plata, el denario; seguiría formando
parte del sistema monetario romano durante siglos. Por supuesto, seguía habiendo
terreno abierto para el fraude de los que contrataban el suministro de víveres para los
ejércitos en campaña, pero se desarrolló también un verdadero «espíritu de Dunkerque».
El senado se negó incluso a rescatar a los romanos hechos prisioneros por Aníbal, incluso
a los nobles, porque el dinero pagado por el rescate habría contribuido a fortalecerlo.
[Roma toma la iniciativa: la victoria de Aníbal se ve cada vez más lejos]
En 215, cuando todavía era posible enviar refuerzos (elefantes incluidos) a Aníbal desde
África en barco, las posibilidades de victoria a largo plazo de Roma eran muy escasas. En
el sur de Italia, la mayoría de Tarento se había puesto de parte de Cartago, sin duda
porque aún se tenía memoria de la cruel conducta de los romanos con la ciudad allá por
280. Y lo que es más importante, el rey Hierón había muerto en Sicilia y Siracusa había
hecho defección del bando romano. Pero a partir de 214 a.C. la flota romana retendría
una porción lo suficientemente grande en la costa de Italia como para impedir que llegara
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a sus enemigos más apoyo extranjero. A partir de ese momento, el control del mar por
parte de Roma se revelaría trascendental, tanto en Italia como en Hispania. Por tierra,
mientras tanto, Fabio Máximo insistía en la estrategia de arrasar los campos de cultivo y
evitar la batalla en los términos planteados por Aníbal. Los cartagineses empezaron a
sentirse acorralados.
Para los romanos, el año 212-211 supuso un punto de inflexión. En Hispania, sus
generales, los dos viejos Escipiones, perecieron en una misma derrota militar, pero su hijo
y sobrino, el joven Publio Cornelio Escipión, adelantó la carrera política habitual y no
tardó en ser nombrado general cuando tenía sólo veintitantos años. Demostró ser un
genio audaz, al que adoraban las tropas y también (según se dice) los dioses. En Italia,
mientras tanto, el hábil Fulvio Flaco reconquistó Capua y le impuso un feroz castigo. Pero
sobre todo en Sicilia, el general Claudio Marcelo, tan riguroso como experimentado, atacó
a la rebelde Siracusa. La ciudad no pudo ser salvada ni siquiera por la habilidad de
Arquímedes, el famoso ingeniero griego originario de la isla; la anécdota de que fabricó
unos espejos gigantescos para quemar con sus reflejos los barcos atacantes de los
romanos no es más que una leyenda. Como en Capua, los romanos saquearon la ciudad
con una brutalidad increíble. Cargamentos enteros de maravillosas obras de arte griegas
fueron transportados en barco a Roma. Por primera vez, una gran ciudad griega sufrió la
brutalidad de los descendientes enfurecidos de la loba, aunque se cuenta que Marcelo
intentó moderar su conducta.
[Roma contraataca: Escipión en África. La batalla de Zama]
Aníbal pudo aún hacer algunas emboscadas eficaces y todavía en 208 los dos cónsules
murieron en acción cada uno en un extremo de Italia. En el verano de 207, uno de sus
hermanos logró por fin llevarle a Italia refuerzos (y nuevos elefantes) desde Hispania. Sin
embargo, sus mensajes fueron interceptados y los romanos lo derrotaron en el curso de
un rápido contraataque en la costa oriental de Italia, cortándole el paso a la altura del río
Metauro, en Umbría. Aquélla fue la última oportunidad de los cartagineses y, al no poder
recibir más refuerzos, Aníbal se convertiría en una especie de llaga molesta en la punta
de la bota de la Península Italiana. En 205 el joven Escipión se trasladó a Sicilia, adiestró a
una tropa de caballería y luego tuvo la audacia de cruzar a África en 204. Durante su
campaña en Hispania, había estrechado los lazos de amistad con un príncipe
norteafricano que le resultaría útilísimo, el númida Masinisa. Como Hierón en Sicilia,
Masinisa prestaría apoyo a Roma durante casi cincuenta años. En suelo africano, su
caballería resultaría una aliada trascendental y en 202 Aníbal (que había podido al fin
salir del sur de Italia) sufrió una derrota decisiva. Había logrado reunir ochenta elefantes
africanos, pero, como los de Pirro, acabaron saliendo en estampida y causando más
daños a sus dueños que a los romanos, aunque el padre de Aníbal había inventado un
método consistente en clavar lanzas en los cráneos de los animales que salieran huyendo
despavoridos y empezaran a cargar contra sus propios cuidadores.
Tanto en Cartago como en Roma, las cosas no habían resultado fáciles para la política
belicista ni para los generales. Aníbal tuvo siempre enemigos, y en Roma el sistema había
tenido que dar pruebas de gran flexibilidad. Pues, en efecto, la «lucha de los órdenes» no
había cesado con la derrota de Pirro. En principio, las decisiones del pueblo en Roma
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eran ahora vinculantes y había senadores ambiciosos dispuestos a llevar este sistema por
unos derroteros más «populares». No obstante, a la hora de afrontar la crisis las
«tradiciones» romanas demostraron ser bastante adaptables. Se reclutaron esclavos como
soldados; se nombró un dictador, y luego, cosa que no había ocurrido nunca hasta
entonces, dos a la vez; cuando el conservador Fabio Máximo impugnó a un candidato
electo al consulado apelando a irregularidades de carácter religioso, se le permitió (sólo
por esta vez) sustituirlo por el individuo que él propuso. Incluso el gran Escipión se saltó
el reglamento y fue nombrado directamente general de un ejército después de
desempeñar sólo un cargo político de rango inferior, llegando a ser saludado como «rey»
por sus soldados en Hispania (como buen romano, rechazó la oferta). Mirando las cosas
retrospectivamente, el historiador griego Polibio situaba el mejor momento de la
«constitución» romana en la época del desastre de Canas. Examinada más atentamente, lo
cierto es que aún se veía acosada por las contradicciones de su propio desarrollo. Se salvó
gracias a su flexibilidad y a su capacidad suprema de absorber novedades y hacer
excepciones.
[Consecuencias de la segunda guerra púnica]
Las consecuencias de la segunda guerra púnica han sido muy estudiadas por los
historiadores modernos, pero lo cierto es que su impacto sobre Italia fue muy duradero.
Ninguno de los aliados más inmediatos de Roma, las ciudades latinas, se pasó a Aníbal,
pese al hastío de la guerra provocado por las infinitas llamadas de Roma al reclutamiento
de nuevas tropas. Como en otros lugares, las clases altas de la región prefirieron la
protección y el apoyo bien conocidos de Roma antes que la perspectiva de libertad para
sus clases humildes, sobre todo si contaban con el respaldo de los salvajes galos y los
cartagineses. En el sur de Italia, la defección de la población y su paso al bando de
Cartago fueron más evidentes, pero Roma se vengó ferozmente de su deslealtad. La
prolongada presencia de Aníbal en el sur de la Península supuso un gran peso para la
agricultura de la región y causó una gran devastación. En represalia, Roma confiscó una
porción considerable del territorio y lo convirtió en tierras públicas. Los campesinos
sufrieron enormes pérdidas en muchos lugares, o se refugiaron en las ciudades. Los
romanos ricos explotarían luego estas nuevas tierras públicas por medio de esclavos, el
principal fruto obtenido de la conquista militar. En algunas zonas del sur, el «legado de
Aníbal» probablemente significara un cambio a largo plazo de las explotaciones agrícolas
y de la utilización de la tierra; el aprovechamiento de los rebaños de ganado mayor y
menor se incrementó superando a la actividad agrícola, y en adelante los animales serían
apacentados por esclavos, no por campesinos libres.
En cuanto a Cartago, la derrota significó tener que entregar sus elefantes de guerra y
prometer no volver a adiestrar ningún animal más: los paquidermos desaparecieron de
su ejército, mientras que los que aún quedaban vivos fueron enviados a Roma para dar
mayor lustre al triunfo espectacular celebrado por el joven Escipión. La pérdida de la
guerra no dio lugar a la total decadencia urbana de Cartago, pero la obligó a pagar unas
indemnizaciones mucho mayores a sus vencedores, los romanos. Convirtió asimismo a
Aníbal en el primer guerrero global de la historia. Durante más de treinta años estuvo
fuera de Cartago, combatiendo en Hispania, en los Alpes, y por fin en Italia. Las
condiciones de paz definitivas de Roma no obligaban a Cartago a entregarlo
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personalmente; el sistema político cartaginés siguió funcionando y Aníbal desempeñó el
cargo de magistrado encargado de su reforma. Hasta seis años después no fue obligado a
abandonar la ciudad, y en esta ocasión debido a las instigaciones de sus enemigos
cartagineses. Supuestamente era demasiado popular. Se dirigió a Oriente, donde se puso
al servicio del segundo mayor adversario de Roma, el rey Antíoco III, de la dinastía
Seléucida, en Asia Menor y en Grecia. Tras un primer desvío por Siria, acabó prestando
sus servicios primero en Armenia y luego en Bitinia (en el noroeste de la actual Turquía),
donde se le atribuyen proyectos de fundación de nuevas ciudades, que él mismo ayudó a
diseñar. Finalmente, a los sesenta y siete años, fue envenenado en la corte de Bitinia
debido al temor a las represalias que infundió en los cortesanos la llegada de una
embajada romana. Se descubrió que el viejo general cartaginés se había construido una
especie de fortaleza con siete galerías subterráneas, un verdadero bunker para el enemigo
más poderoso de Roma. No se había apoderado de botines ni riquezas para sí mismo.
Análogamente, cuando su vencedor, Escipión, murió, se descubrió que su casa era un
sencillo fortín provisto de torreones, con una sala de baño oscura y anticuada. Los dos
habían sido dignos adversarios uno de otro, pero el recuerdo de Aníbal seguiría
inquietando a Roma. Muchos años después, ya en la última década del siglo I d. C, se
dice que un senador romano guardaba como un tesoro una serie de mapas del mundo y
de discursos de los grandes reyes y generales del pasado, y que tenía dos esclavos
domésticos a los que había puesto el nombre de Aníbal y Magón. Aquello fue motivo
suficiente para que el receloso emperador romano que ocupaba el trono lo mandara
ejecutar.
La BBC hizo una película sobre Aníbal: https://www.youtube.com/watch?v=U7vOPMEXTFc